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Dos caras desconocidas de Rubén Darío: El poeta masón y el poeta inédito

Alberto Acereda


Arizona State University

Abstract: En el centenario de la publicación de Cantos de vida y esperanza (1905) la figura de Rubén Darío (1867-1916) debe rescatarse para realizar nuevas investigaciones tanto de su vida como de su obra enmarcada en el modernismo transatlántico. Son todavía muchas las caras que desconocemos de Darío. En este estudio ofrecemos dos de ellas, una vital y otra textual: la del Darío masón -del que sabemos algo, pero no todo- y la del Darío inédito -a través de la recuperación de un texto desconocido, el interesante poema inédito «Perdón»-. Para la cuestión del Darío masón, la primera parte de este trabajo profundiza en las relaciones culturales, literarias y espirituales entre modernismo y masonería. Tal binomio, encarnado en Darío, se conecta por un común afán de eclecticismo y apertura a todas las tendencias universales. Buena parte de los autores modernistas hispánicos se iniciaron en la masonería o estuvieron ligados a ella. Se aportan datos apenas conocidos hasta hoy que confirman la filiación masónica de Darío, silenciada o escasamente tenida en cuenta por la crítica. Para la cuestión del Darío inédito, la segunda parte de este trabajo muestra la situación editorial de los textos inéditos darianos, al hilo de sus manuscritos dispersos, y se ejemplifica la necesidad de recuperar tales textos a través del rescate, reproducción, trascripción y estudio del poema inédito dariano «Perdón».

Key Words: Rubén Darío. Modernismo. Masonería. Textos inéditos. Poemas desconocidos. «Perdón».






1. El poeta masón. Modernismo y masonería en Rubén Darío

En la necesaria revisión a que está siendo sometido en los últimos años el llamado modernismo hispánico falta todavía por ahondar en su relación con la masonería. Ambos conceptos, ubicados independientemente en lo estético y en lo moral, coincidieron en su interés común por el eclecticismo artístico y la heterodoxia espiritual abierta a todas las tendencias universales. Modernismo y masonería dieron importancia al símbolo, desde lo artístico a lo esotérico. Sin pretender generalizar y definir la masonería -pues existen muchas variantes masónicas y sería más adecuado hablar de «masonerías»-, es ésta una institución filosófica y filantrópica de raíz liberal, cuyo máximo objetivo es estimular la perfección moral e intelectual del ser humano. Constituye una escuela formativa de seres humanos basada en los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Todo masón debe ser justo y obrar por el bien del individuo y de la sociedad. Para ello, debe perfeccionarse interiormente a través de un recorrido «iniciático» en busca de la divinidad y la penetración del sentido de la existencia. La masonería rechaza todo fanatismo, estudia la moral universal, cultiva las ciencias, las artes y admite todos los credos religiosos sin seguir dogmas concretos. Dios se define como «Gran Arquitecto del Universo», símbolo de las supremas aspiraciones y nombre que engloba la esencia, principio y causa de todas las cosas.

En lo literario, y desde sus orígenes dieciochescos como organización viva en España e Hispanoamérica -especialmente durante el siglo XIX- fueron otros muchos los escritores iniciados en la masonería o cercanos a ella1. Si nos centramos en el modernismo literario, cabría mencionar sus relaciones con el krausismo -estudiado por Gómez Martínez- y el influjo de esa corriente en la masonería hispánica. Basta traer a colación una figura clave para el modernismo como José Martí, liberal y masón, para entender el binomio modernismo-masonería. En su destierro en España, Martí fue iniciado en la Logia Armonía de Madrid y forjó toda su obra modernista -liberadora en el arte y en la ideología- al calor del código moral masónico. Lo mismo puede decirse del argentino Leopoldo Lugones, iniciado en la Logia Libertad Rivadavia de Buenos Aires en 1899, y quien desde 1906 integraba el Supremo Consejo grado 33 del Rito Escocés para la República Argentina2. Antonio Machado, por su parte, fue iniciado en la masonería en la Logia Mantua de Madrid y varios poemas suyos («A Don Francisco Giner de los Ríos», «Al joven meditador José Ortega y Gasset», «Al Maestro que se va») lo corroboran3. Lo mismo cabría decir del conocimiento del tema que hay en el primer Juan R. Jiménez, a través de su estrecha relación con su doctor, el masón Luis Simarro4. En las conexiones del arte modernista, algo parecido puede decirse de Antonio Gaudí, muy cercano a los círculos de la masonería catalana, según mostró Gómez Anuarbe. Pero faltan por realizarse más investigaciones que ubiquen estas variantes de la heterodoxia modernista en el marco del pensamiento liberal y la masonería. Aquí detallaremos la filiación masónica de Rubén Darío y aportaremos datos poco conocidos que confirman y amplían su pertenencia a esa orden y el influjo en su vida y obra.

La masonería fue censurada por la Iglesia Católica el 20 de abril de 1884 por el papa León XIII en su encíclica Humanum Genus y su derivación en la instrucción pública De Secta Massonum -del 7 de mayo de 1884- y en el llamado modernismo teológico finisecular. En el mundo hispánico tenemos noticia de libros que se adelantan a los textos antimasónicos papales y que plantean los peligros de la llamada herejía modernista y sus lazos con la masonería. A todo ello seguirán toda una serie de documentos pontificios antimasónicos: el Decreto Lamentabili Sane (3 de julio de 1907) y de la Encíclica Pascendi Dominici Gregis (7 de septiembre de 1907). En la crisis finisecular el modernismo se identifica con el nombre propio de la herejía por excelencia y como vasta conspiración contra los principios fundamentales del cristianismo en su vertiente católica. La condena del modernismo teológico alcanzó a todos los aspectos de la vida bajo las ideas propugnadas por el abate francés Alfred Loisy o el teólogo inglés George Tyrrell, excomulgados ya en 1908 por el Vaticano. Es en los sustratos de esa heterodoxia modernista donde entra en juego el protestantismo liberal y unas variantes espirituales que apuntan al modernismo como anatema del catolicismo. La cuestión aparece en Miguel de Unamuno o en Juan R. Jiménez, quien habló del modernismo teológico en su curso de 1953. Menciona sus lecturas en casa de Luis Simarro, que le presta los libros de Loisy y otros católicos franceses ligados a la masonería (53). Se entiende así que una comparación entre la España y la Hispanoamérica de fin de siglo -y el caso de la Argentina es paradigmático-corrobora la mayor prevención peninsular ante la masonería. A eso cabe añadir el importante papel de la masonería en los movimientos emancipadores pues las nuevas repúblicas americanas surgen bajo el impulso masónico, desde Simón Bolívar a José de San Martín a masones como José Rizal o Benito Juárez. Al filo de 1898, tanto en Cuba como en Filipinas, los independentistas o bien eran masones o pertenecían a círculos en la órbita de la masonería: Máximo Gómez, Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo y José Martí. Así se explican las muchas precauciones ante el modernismo en la España del momento, aumentadas por la cercanía de la masonería catalana a una voluntad nacionalista e independentista. El tema requeriría de un estudio aparte, pero hay que apuntarlo para mostrar las extensas implicaciones de la conjunción modernismo-masonería y en medio de ella la figura de Darío.

Si nos centramos en Argentina, el concepto de Estado nacional moderno tuvo un destacado componente masónico. Desde la presidencia de Bartolomé Mitre en 1862 hasta la de Hipólito Yrigoyen en 1916, la Argentina tuvo -al menos- nueve presidentes masones. El proyecto liberal argentino incluía la secularización y explica el florecimiento de las heterogéneas fórmulas espirituales de la época, incluido el esoterismo. Darío, Lugones y el grupo modernista encontraron allí un lugar propicio para el desarrollo del modernismo en su vertiente espiritual de corte metafísico. Aun cuando las lecturas del modernismo no han reparado suficientemente en las implicaciones masónicas y esotéricas, hoy confirmamos que los autores modernistas vieron en el ocultismo y el sincretismo religioso -incluida la masonería- una mina de respuestas a su vacío existencial5.

Desde sus años en Centroamérica y en Chile, Darío tuvo una fuerte conexión con el espiritualismo ocultista y con las prácticas de la parapsicología y el hipnotismo. Al recordar su estancia porteña, Darío nos relata en uno de los capítulos de su autobiografía: «Con Lugones y Piñeiro Sorondo hablaba mucho sobre ciencias ocultas. Me había dado desde hacía largo tiempo a esta clase de estudios, y los abandoné a causa de mi extrema nerviosidad y por consejo de médicos amigos. Yo había desde muy joven tenido ocasión, si bien raras veces, de observar la presencia y la acción de las fuerzas misteriosas y extrañas que aún no han llegado al conocimiento y dominio de la ciencia oficial». (OC, I, 133). Esas mismas «fuerzas extrañas» a las que alude Darío son las que servirán de título a las prosas de Lugones recogidas en Las fuerzas extrañas (1906), de cuya veta esotérica dio cuenta Marini-Palmieri. Cuando después Darío llega a París busca al famoso ocultista rosacruz Gerard Encausse («Papus»), jefe y maestro del «Grupo Independiente de Estudios Esotéricos». Trata con él junto a Lugones y hasta presencia sus experimentos ocultistas. Allí constata Darío los escritos de Alphonse Louis Constant («Éliphas Lévy»), Joseph Péladan, Edouard Schuré y otros ocultistas. También todo ello estará presente en su obra, desde relatos como «El caso de la Señorita Amelia» hasta El mundo de los sueños, textos publicados en La Nación desde 1911. Para entonces florece ya la literatura teosófica en todo el mundo hispánico. Desde París y Londres arrancan buena parte de las organizaciones ocultas ligadas a la masonería. En Francia hallamos órdenes calificadas como heréticas: logias ocultas, movimientos templarios, cabalistas, rosacruces, martinistas y otras denominaciones que entran por diversas vías en el imaginario modernista. A todas ellas miran con sorpresa Darío y los modernistas bajo el influjo de lo raro y lo oculto en Osear Wilde, Edgar Allan Poe o Maurice Mateterlinck. Ya en 1870 Buenos Aires presencia la fundación de su primera sociedad espiritualista y para 1893 se instituye la primera cofradía «Rama Luz» de la Sociedad Teosófica Argentina, conectada al movimiento de sociedades teosóficas inauguradas en Nueva York por Helena P. Blavatsky, figura clave que había entusiasmado a los modernistas. Lo mismo podemos decir de Edouard Schuré y su obra Les Grands Initiés (1889). La prensa finisecular porteña publica ya entonces artículos sobre ocultismo y La Nación, donde trabajarán Darío o Lugones, recoge ya desde 1875 anuncios o noticias sobre ciencias adivinatorias o avisos publicitarios de magnetizadores, adivinos, ciencia herméticas, alquimia, parapsicología, mesmerismo, demonología, faquirismo, espiritismo, fascinadores y otros particulares. Lo mismo ocurre con revistas porteñas como La Biblioteca, de Paul Groussac y que Darío conoce bien.

En España, la cosa no resultaba tan abierta, aunque ya desde 1893 se constata la aparición de boletines teosóficos (por ejemplo, Sophía) o la incorporación a la Sociedad Teosófica Española de personajes como Mario Roso de Luna, masón y amigo de Ramón del Valle-Inclán, y cuya vida y obra cabe enmarcar en el gusto por lo oculto wagneriano (presente también en Darío) y con nombres como los catalanes Xifré Hamel y Francisco de Montolíu. En ese círculo esotérico aparecen nombres modernistas como Santiago Rusiñol, Alejandro de Riquer, Eduard Todá o Antonio Gaudí. En la masonería Darío y los modernistas buscan fórmulas para aclarar su vacío metafísico y su abismo existencial: el horror de Martí, la angustia dolorida de Casal, el fracaso vital de Silva, el abismo de las galerías de A. Machado, la hiperestesia de J.R. Jiménez y hasta las dudas de Unamuno. A la vez, el fondo ideológico liberal de muchos de los modernistas les lleva a iniciarse en la masonería6.

Las referencias a la condición masónica de Darío son escasas y dispersas, aunque todas parten del relato de la iniciación masónica del poeta escrito por Dionisio Martínez Sanz, masón español nacionalizado nicaragüense que intervino en aquella ceremonia. Hemos localizado también algunos discursos de masones centroamericanos donde se menciona a Darío y de los que daremos cuenta seguidamente. En lo que constituye una crítica literaria sobre la cuestión, hay puntuales menciones sobre lo ocultista en los libros de Anderson Imbert o Paz y sobre lo masónico en Torres, Ingwersen o Bourne. Pero la cuestión sólo ha sido tratada de manera directa, aunque parcial, por Lagos, Mantero y quien esto escribe. De ahí que estas páginas resulten necesaria ampliación de lo ya hecho. Con todo, debe advertirse que el papel y presencia de la masonería en Darío y el modernismo, incluida su implicación con el liberalismo y la espiritualidad finisecular, requieren de un libro de conjunto todavía por escribirse7. Dionisio Martínez Sanz certificó la iniciación masónica dariana celebrada el 24 de enero de 1908 en la Logia Progreso # 1 (antes # 16) de la ciudad de Managua en Nicaragua. Al testimonio presencial, cabe añadir el hecho de que el nombre de Darío aparezca mencionado junto al de otros masones célebres en diferentes historias generales de la masonería hispanoamericana y en otras particularmente argentinas como la de Lappas, masón griego afincado en Argentina, reeditada desde 1958. Lo mismo indica el hecho de que entre los masones centroamericanos se reconoce a Darío como hermano de la orden, según prueba el hecho de que la revista masónica nicaragüense Milenio sacara una edición especial en el año 2002, en cuya portada aparecía el retrato de Darío. Lo mismo prueba el que el 3 de diciembre de 1967 se fundara una logia masónica en León de Nicaragua con el nombre del poeta, «Logia Rubén Darío #13».

En su autobiografía, Darío explica que con catorce años ejercía de profesor de gramática en un colegio de León, trabajo que compaginaba con el de redactor del diario La Verdad. Por sus ataques al gobierno, Darío relata cómo fue requerido por la policía saliendo en su ayuda el director de aquel colegio: «y me libre de las oficiales iras -confiesa Darío- porque un doctor pedagogo, liberal y de buen querer, declaró que no podía ser vago quien como yo era profesor en el colegio que él dirigía» (OC, I, 36). Sabemos que el director era José Leonard y Bertholet, polaco exiliado, liberal y reconocido masón, que tras haber vivido en España impulsó la masonería en Nicaragua fundando dos logias, una en Managua y la otra en Granada. Leonard fue íntimo amigo de los primeros republicanos españoles, figuras claves cercanas a la masonería como Francisco Pí y Margall, Nicolás Salmerón, Estanislao Figueras y Emilio Castelar. La amistad de Darío con este último -y sus escritos sobre su persona- pueden explorarse a través del contacto de Leonard y las logias españolas. Darío le dedicó a Leonard una de sus semblanzas (OC, II, 921-929) y en el capítulo X de su autobiografía, al describir Darío algunas de sus tempranas amistades y citar a Lorenzo Montúfar y Antonio Zambrana, nombra también al maestro: «[Conocí] al doctor José Leonard y Bertholet, que fue después mi profesor en el Instituto leonés de Occidente y que tuvo una vida novelesca y curiosa. Era polaco de origen; había sido ayudante del general Kruck en la última insurrección; había pasado a Alemania, a Francia, a España. En Madrid aprendió maravillosamente el español, se mezcló en política, fue íntimo de los prohombres de la República y de hombres de letras, escritores y poetas, entre ellos D. Ventura Ruiz de Aguilera, que habla de él en uno de sus libros, y D. Antonio de Trueba. Llegó a tal la simpatía que tuvieron por él sus amigos españoles, que logró ser Leonard hasta redactor de la Gaceta de Madrid» (OC, I, 41). Como liberal Leonard estuvo ligado al krausismo y fue uno de los más destacados masones en Nicaragua. Ahí pueden explicarse algunos de los primeros contactos del joven Darío con la masonería8. En su autobiografía, Darío confiesa: «Cayó en mis manos un libro de masonería, y me dio por ser masón, y llegaron a serme familiares Hiram, el Templo, los caballeros Kadosch, el mandil, la escuadra, el compás, las baterías y toda la endiablada y simbólica liturgia de esos terribles ingenuos» (OC, I, 36). No podemos asegurar con certeza de qué libro se trataba, aunque cabe apuntar la posibilidad de que fuera el Ritual del maestro francmasón e historia de la masonería (1888), a cargo de Eduardo Caballero de Puga. En su excelente libro sobre la heterodoxia, Ingwersen consideró complejo el tema del Darío masón y a la luz de este mismo pasaje indicó que el tono casual y ligero era en Darío un disimulo debido al secretismo de la masonería. La mención a Hiram Abif, primer arquitecto del Templo de Salomón y figura simbólica adoptada por la masonería, así como los otros detalles mencionados en la cita (los símbolos del compás, la escuadra, el mandil...) demuestran que Darío conocía los usos y ritos masónicos. Pese a todo, Ingwersen puso en tela de juicio su pertenencia a la masonería: «What may not be established from any of the sources known to us at present is that Darío ever underwent formal initiation into Freemasonry through any of its rites and degrees. It seems most unlikely that he did and this opinion is substantiated by the absence of written records, as well as the silence oof his friends on the subject» (143). Hoy sabemos que Darío sí tuvo una iniciación formal en la masonería y que el silencio de sus amigos sobre el tema se debió y se debe a la leyenda oscurantista que en buena parte del mundo hispánico rodea a la masonería. El mismo Darío, en unos capítulos posteriores de su autobiografía, relata cómo el 22 de junio de 1890 se hallaba en El Salvador. La noche de su misma boda civil con Rafaela Contreras tuvo lugar el golpe militar del general Carlos Ezeta, tras el que se le prohibió al poeta salir hacia Guatemala. En ese punto, Darío reconoce: «Entonces empecé por telégrafo una campaña activísima. Me dirigí a varios amigos, rogándoles se interesasen con Ezeta y hasta recurrí a la buena voluntad masónica de mi antiguo amigo el doctor Rafael Reyes, íntimo amigo del improvisado presidente» (OC, I, 73-74). Gracias a su amigo masón, Darío pudo así partir a Guatemala donde celebró su boda religiosa siete meses después. Aquí debe indicarse que fue Rafael Reyes uno de los grandes colaboradores de Leonard y el creador e iniciador en 1898 de la «Logia Progreso», instalada en Managua el 14 de diciembre de 1899 y que llevará luego a posteriores fusiones.

En Managua, en la «Sala Rubén Darío» del Palacio Nacional de la Cultura, y gracias a la ayuda de Jorge E. Arellano y Guillermo Flores, he podido localizar el Libro Azul de la Respetable Logia Progreso Número 1, editado para celebrar el cincuentenario de dicha logia. En ese libro, que en su día perteneció al bibliógrafo José Jirón Terán, se halla toda la información para conocer la evolución de la masonería nicaragüense. También en él se halla el testimonio clave de Dionisio Martínez Sanz sobre la iniciación masónica de Darío, que lleva el título «Rubén Darío y su iniciación a la francmasonería» (56-57), con dedicatoria «A su hijo español, mi amigo Rubén Darío Sánchez». El relato de Martínez Sanz apareció después recogido y ampliado en su libro Montañas que arden (54-61). Como testigo de aquella iniciación, Martínez Sanz detalla tal ceremonia y sus antecedentes, así como el hecho de que Darío «venía con la fama de que, en su ansia de saber de todo, se había iniciado en varias religiones y sociedades secretas» (56). Martínez Sanz apunta los deseos darianos de ingresar en la orden y el apadrinamiento del también poeta y masón ya citado -Manuel Maldonado- para hacer la solicitud de ingreso. La noche del viernes 24 de enero de 1908 tuvo lugar esa iniciación en la Logia Progreso de Managua, en la que el mismo Martínez Sanz ejerció de oficiante -Segundo Vigilante- junto a Federico López -Venerable Maestro- y Rafael Fonseca Garay -Primer Vigilante-. El relato señala la gran pompa reunida aquella noche y las personalidades allí congregadas procedentes de varias logias hispanoamericanas, así como otros masones de diversas nacionalidades, entre ellos el mismo viejo maestro -ya enfermo- José Leonard y Bertholet9.

El relato apareció después ampliado a modo de segunda parte en un artículo para el diario nicaragüense Flecha, y que Martínez Sanz recogió también en su libro Montañas que arden, con más detalles de tal iniciación. Allí se explica la ubicación del templo de la Logia Progreso, frente al actual Palacio de Comunicaciones de Managua. Se exponen las pruebas de aquella iniciación, necesarias para la parte simbólica y filosófica de la masonería y que generaron en Darío -ataviado con la necesaria venda del neófito- nervios y miedo. Resulta curiosa la actitud de Darío al escribir su testamento masónico en el Cuarto de Reflexiones así como su interés por conocer cómo habría de presentarse en las logias de España. Escribe Martínez Sanz: «He contado la parte seria de la iniciación en la masonería del grande hombre. ¿Por qué no contar algo de los sustos, de los flatos que le hicimos pasar al mínimo Rubén?» (58). Tras informar del local explica algunas de las pruebas del neófito Darío: «Armamos un cerrito que, por un lado, tenía escalones de piedras labradas, y por el otro, piedras irregulares rodadizas. Ayudados por los expertos, subió Rubén, con los ojos vendados, el lado de los escalones; pero al descender por la parte opuesta, las piedras se corrieron, se rodaron, el cuerpo parecía que iba a dar a un abismo, una voz dijo: "Dejadle que se despeñe; que se acabe de una vez este pecador"; pero otra dijo inmediatamente: "Detenedle, todavía se puede salvar". Claro que todo estaba bien dispuesto, y no pasó a más que recibir un gran susto el nervioso novato postulante. Una vez Rubén, dentro de la Logia, terminada toda la ceremonia, pronunciados los discursos de salutación al neófito, etc., cuando se le instó a que hiciera uso de la palabra para que manifestara sus impresiones, y si tenía algo que objetar a cuanto había visto y oído en esa noche, Darío, que, -como todos sabemos- era muy parco para hablar, se puso de pie y con voz pausada dijo: "Señores: ahora que he visto la luz, y que me veo rodeado de caballeros, manifiesto a ustedes que lo que más me ha impresionado en esta noche, han sido unas palabras que, al casi rodar mi cuerpo por unas piedras, alguien dijo: "Dejadle que se despeñe; que se acabe de una vez este pecador", y otras que, a continuación, en diferente tono, se oyeron: "Detenedle, todavía se puede salvar". Yo, señores, no olvidaré estas últimas palabras, y haré por mantener en alto mi espíritu. Agradezco el abrazo que cada uno de ustedes me ha dado, y esta noche siempre estará en mi memoria» (59). Martínez Sanz asegura recordar con total claridad aquella noche: «Veo a Rubén, en el Cuarto de Reflexiones, que al quitarle la venda de sus ojos, se encontró con sus dos acompañantes -uno de ellos el suscrito- enfundados en negros capuchones, con negro antifaz, en una habitación terrorífica con paredes y techo completamente negros, con resaltantes inscripciones en blanco, de tan reales y tremendas significaciones, con la figura de la parca Atropos de guadaña al hombro; un duro taburete, una escueta mesita, una pluma y un tintero; una calavera y un reloj de arena; símbolos todos de la incontenible marcha de la vida hacia la muerte... se puso a temblar. Hubo un momento en que pareció que Rubén quería salir de tan tétrico recinto. Sin embargo se sobrepuso y tendió su mirada a las diferentes leyendas. Le insinuamos que tomara asiento; lo hizo, y se calmó. Pero pronto le llegó otro momento de apuros, y fue al presentarle el formulario para que contestara a las preguntas que en él se hacen a los profanos y que entre los iniciados se llama "testamento masónico". Rubén Darío, aquel cerebro que produjo cosas tan sabias y bellas, no sabía cómo principiar. Lo dejamos completamente solo en aquel Cuarto de Reflexiones. Cuando al rato volvimos, no había dado una plumada, y manifestó no saber qué decir. Le dijimos que podía hacerlo en forma lacónica y sencilla, y, tomándose para ello buen rato, en forma lacónica y sencilla lo hizo, y lo firmó» (59-60).

Lo narrado por Martínez Sanz explica el interés dariano por la masonería y el deseo de las logias centroamericanas por contar a Darío entre uno de los suyos. Su relación con la masonería explica muchas circunstancias biográficas que fueron posibles por la mediación masónica: la grata acogida inicial del joven Darío en Chile y Argentina; algunos de sus puestos laborales, incluidos los diplomáticos y los de periodista; el sufragio por amigos masones de los gastos de edición de algunos de sus libros. Así, Azul... aparece en Valparaíso por las gestiones del masón Eduardo de la Barra. Lo mismo puede decirse del apoyo que recibió Darío de los políticos nicaragüenses ligados a la masonería para lograrle su divorcio legal de Rosario Murillo a través de la aprobación de la «Ley Darío». También, el puesto de reportero lo obtiene Darío en el diario porteño La Nación, propiedad del masón Bartolomé Mitre y a través de su amistad masónica con Eduardo la Barra, José Victorino Lastarria y Roberto J. Payró. Sus colaboraciones para la revista ilustrada Caras y Caretas se explican, además de su fama, por dirigirla el masón José S. Alvarez («Fray Mocho»). Sus relaciones en Buenos Aires con Leopoldo Lugones y Patricio Piñeiro Sorondo lo llevan a interesarse más, si cabe, por el ocultismo y la masonería, aspecto que pervivirá toda su vida. Allí lee las obras del doctor Gerard Encausse «Papus», ocultista de origen gallego, fundador de la Orden Martinista y uno de los directores de la Orden Cabalística de la Rosa Cruz, actuando también en la masonería. A «Papus» lo conocerá personalmente después en París y hasta le enviará una carta fechada el 30 de abril de 1911 llamándole dos veces «maestro» e invitándole a almorzar para presentarle a Lugones, quien «tiene un alto grado en la masonería argentina»10.

Junto a todo esto, faltaba encontrar algunos textos propiamente masónicos que ratificaran o iluminaran algo más la filiación dariana a la masonería. Creemos haber encontrado algunos de ellos en los discursos realizados dentro de logias masónicas y que ratifican al Darío masón. El primero de ellos es el que José Antonio Peraza, miembro de la Logia Simbólica «Miguel Paz Baraona» número 2 de San Pedro Sula en Honduras, lanzó el 9 de diciembre de 1972 en Managua coincidiendo con la Reunión Anual de las Grandes Logias Simbólicas de Centro América y Panamá. En su discurso, de apenas veintidós páginas y cuya tirada fue de trescientos ejemplares, constatamos la fecha de iniciación que diera Martínez Sanz. Peraza afirma que no fue Darío un masón activo de los que concurren puntualmente a los talleres pero sí lo fue en el fondo de su ideología y su actitud vital. Este texto resulta muy fiable por haber sido José Antonio Peraza no ya sólo grado 33 en el escalafón masónico sino también el autor de rituales importantes como las «Normas instructivas para aprendices», una de cuyas copias se halla en la biblioteca de Jirón Terán. Lo mismo podemos decir del segundo texto masónico que hemos hallado, a cargo de Ricardo Cancelo Ossorio y titulado «Rubén Darío. Masón nato e iniciado masón», de veinticuatro páginas y publicado en 1973 en Guatemala como folleto de la misma Gran Logia de Guatemala. Su autor es el antiguo Gran Maestro de aquella logia y reitera lo ya dicho por Peraza añadiendo otras consideraciones morales. El epistolario dariano confirma que por esas fechas de la iniciación en Managua el poeta anduvo muy ligado a experiencias teosóficas y ocultistas, como prueba su carta del 8 de febrero de 1908, dos semanas después de su iniciación masónica, a su protector y mentor masónico, el citado Manuel Maldonado. En su carta, recogida por Arellano y Jirón Terán, escribe Darío: «En verdad, mis nervios no son para ciertas cosas y yo no debí haber pasado el umbral de la puerta. Si esto continúa, no sabré qué hacer, pues esas "cosas" me causan insomnios dañosos para mi salud. Repito que no tengo fuerzas ni nervios para tal asunto. La cosa no pasa por ahora de golpes en los muros» (268). Es muy posible que, dado el carácter tímido y atemorizado de Darío, los ritos de iniciación por los que hubo de pasar el poeta debieron asustarle. Cuando Darío muere y es enterrado el 13 de febrero de 1916, una de las participaciones del cortejo fúnebre correspondió a las Logias Masónicas.

La obra literaria de Darío recoge detalles que corroboran lo masónico. El color azul, tan presente en Darío y con el que titula uno de sus libros, conecta con la masonería por definir ese mismo color los ritos de iniciación de los tres primeros grados masónicos, la masonería azul, como símbolo del color celeste que agrupa a todos los hombres fraternalmente. Puede hallarse también el influjo de la masonería en el hecho de que Darío incluyera en la primera edición de Prosas profanas (1896) el simbólico número de treinta y tres poemas: el mismo número del máximo grado sublime masónico y también relacionado con la trinidad de las cosmogonías y con la importancia del número pitagórico, como se comprueba en el tratado ocultista de Gerard Encausse («Papus») que Darío conoció11. En las ceremonias de iniciación masónica, además, el neófito pasa por los tres grados que simbolizan consecutivamente el nacimiento, la vida y la muerte. Es el número masónico con sentido cabalístico y ecos bíblicos, múltiple de la tríada o número mágico terciario. En Darío abundan sintagmas utilizados en las ceremonias masónicas que revierten en algunos de sus versos donde se menciona al «padre» y al «maestro» («Coloquio de los centauros» o «Responso») o al «Gran Todo» («Yo soy aquel...»). El anticlericalismo que nutre algunas de sus composiciones juveniles procede también de la influencia liberal y masónica y son muchos los textos de homenaje a liberales y masones (Martí, Lugones, A. Machado...). Determinados poemas completos, como «El salmo de la pluma», incluye la sucesión casi exacta de las letras del alfabeto hebreo, en una idea cabalística enmarcada en el culto masónico por el Antiguo Testamento y donde Dios es para Darío «el gran todo». Lo mismo cabe decir de poemas como «El libro», «Pax» o «Palas Atenea», que deben leerse a la luz de la masonería. Al llegar a Cantos de vida y esperanza (1905), Darío incluye «Al Rey Oscar», dedicado a Oscar II de Suecia y Noruega, quien ejerció como Gran Maestre en ambos países hasta su muerte en 1907. Del mismo libro, no pueden obviarse las constantes referencias masónicas a la fortaleza, la sinceridad y la luz en «Yo soy aquel...». Lo mismo ocurre con la hermética «Salutación a Leonardo», el Leonardo da Vinci que es también «maestro», «soberano maestro» y en el que se alude a la sonrisa oculta de la Gioconda o a «antiguas canciones» que remiten a una larga tradición oculta en la que se ubica el artista italiano. De ella han dado cuenta Picknett y Prince respecto al linaje de los templarios y su ligazón martinista y masónica. En «Pegaso», Darío se lanza a la vida mientras «el cielo estaba azul y yo estaba desnudo» (PC, 639). Nuevamente aparece esa desnudez y Darío es caballero, en relación directa con uno de los grados masónicos ligados a los templarios: «Yo soy el caballero de la humana energía» (PC, 639); y su guía es la aurora, es decir el Este u Oriente masónico donde se ubica el Venerable Maestro. Incluso ciertos motivos finiseculares como el personaje de Salomé, aparece recreado por Darío en el poema «En el país de las Alegorías...» con tintes masónicos y en la tradición favorable a Juan el Bautista y a toda una sexualidad sagrada («la rosa sexual» de Darío) que conecta con el simbolismo esotérico cristiano. Es la tradición oculta de la masonería, enraizada en los evangelios apócrifos y gnósticos, con la Virgen Negra -la «madona negra»- ligada a las divinidades paganas femeninas y aun a la Magdalena -pieza fundamental en la tradición de cátaros y templarios- y visible en zonas del sur de Europa. Darío tiene otros textos cercanos a estos temas, desde «La muerte de Salomé» o «El Salomón negro» a «La extraña muerte de Fray Pedro» o «La Virgen Negra», escritos que se comprenden desde esta perspectiva. El código moral masónico se refleja, por ejemplo, en el poema «Melancolía», para su «hermano» Domingo Bolívar, con la idea de la vida como camino ciego hacia una muerte iluminadora y con referencias obvias a la ceguera y la búsqueda de la luz de iniciación masónica: «Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. / Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas» (PC, 675). En el siguiente libro, El canto errante (1907), hallamos composiciones como «En elogio del Ilmo. Sr. Obispo de Córdoba, Fray Mamerto Esquiú, O.M.», que aun teniendo un fondo cristiano incluye un hermetismo de léxico litúrgico, con salterios y vírgenes, palomas y lirios que se enmarca en la literatura rosacruz de Joseph Péladan y conectada con la masonería. No puede obviarse que al mismo Esquiú le dedicaría también Lugones otro poema. Varias composiciones del mismo libro, como «Metempsícosis», «Sum» o «Eheu» no pueden entenderse sin la migración de las almas y las reencarnaciones de larga tradición esotérica, desde Platón o Apolonio de Tania hasta «Éliphas Lévy», Joseph Péladan o Gerard Encausse, autores que Darío menciona o lee directamente. También es sintomática la elegía de 1906 a Bartolomé Mitre en una oda que lo presenta como defensor de libertades y derechos, amigo del masón Garibaldi (el liberal italiano que llegó incluso a vivir en Nicaragua), padre de la libertad americana y también «maestro» que fue «fiel al divino origen del Dios que no se nombra / desentrañando en oro y esculpiendo en basalto» (PC, 729). Las referencias finales de Darío a la luz masónica contrastan con las cualidades que halla en el «alma de luz» de Mitre y a las que aspira todo buen masón: belleza, justicia, bien y verdad. También el poema «Lírica», dedicado a Eduardo Talero, puede leerse en clave masónica, desde «el pabellón azul de nuestro rey divino» (PC, 764) hasta la mezcla de las creencias cristianas con lo órfico-pitagórico y lo demoníaco del inesperado final. Bourne observó con acierto que la masonería en Darío puede verse como acceso al pitagorismo y a lo oculto. Aunque resulta cuestionable lo que Bourne define como fe enferma en Darío, a causa de su liberalismo y su condición de masón, parece acertado aludir a su temprano poema «El libro», en el que Darío menciona al «gran Arquitecto». También es posible considerar cómo el poema que abre Canto a la Argentina y otros poemas (1914), que recoge menciones sobre su «filosofía de luz» (PC, 821), así como el elogio de la libertad que entronca con las referencias masónicas al Sol, al sincretismo religioso, la tolerancia y la fraternidad de almas y cultos. En ese mismo libro puede hallarse igualmente el poema «Los motivos del lobo» que, junto a su franciscanismo, es paradigmático de la bondad y la hermandad masónica.

Todas estas cuestiones han de valorarse en un sincretismo religioso que ubica en Darío diversas y paradójicas prácticas que combinaron paralelamente su admiración por el culto católico y el marianismo con las obediencias masónicas. Todo esto corrobora las heterogéneas direcciones de Darío y las contradicciones del modernismo. En conjunto, resultan apasionantes y desde la crítica literaria justo es insistir en que en Darío hay mucho más de lo que a primera vista parece. Con todo, a Darío hay que leerlo como escritor -uno de los más grandes- pero también como todo lo que fue: un hombre comprometido con su tiempo desde sus ideas liberales y desde su filiación a la masonería. Lo último ilumina su obra y esclarece el estudio del modernismo como actitud ecléctica y heterogénea de variadas tendencias universales tanto en el arte como en la espiritualidad. Este Darío modernista y masón es expresión cabal del filón simbolista artístico y esotérico en busca de respuestas al misterio de la existencia humana.




2. El poeta inédito. Un manuscrito inédito de Rubén Darío («Perdón»)

La segunda cara desconocida en torno a Darío radica en el abundante número de textos manuscritos inéditos. Cien años después de la aparición de Cantos de vida y esperanza, y a casi noventa años de la muerte de Darío, todavía no contamos con una edición verdaderamente crítica de sus obras completas, ni siquiera de sus poemas completos. Pese a los intentos de varios estudiosos e investigadores, la labor editorial carece todavía de un impulso organizado que haya recopilado crítica y documentalmente todos los textos darianos, tanto los reunidos en libro como los dispersos e inéditos. Todo esto confirma lo mucho que -contra lo que suele pensarse- resta todavía por hacer sobre la obra de Darío. Al desorden editorial y la continua reevaluación textual de los textos darianos contribuye la aparición de nuevos textos inéditos, manuscritos o hallazgos bibliográficos que deberían ser organizados y sistematizados por parte de un grupo serio de investigadores dedicados a la recuperación y difusión del legado dariano. En su obra completa cabe incluir los inéditos que siguen desperdigados por varias geografías y que aguardan ser clasificados, ordenados y publicados. En lo que toca a la poesía, y sólo en los últimos veinte años, han ido apareciendo poemas inéditos darianos y papeles manuscritos que, con mayor o menor valor lírico, es justo dar a conocer. Al hilo de este centenario dariano, parece adecuado ofrecer aquí -en verdadera primicia- un nuevo poema inédito de Darío que he podido localizar recientemente gracias a la generosidad de un coleccionista privado. Este poema inédito forma parte de un nuevo y pequeño grupo de poemas inéditos o desconocidos. A continuación expondré brevemente la situación actual de los poemas inéditos darianos a fin de ofrecer el texto completo del poema inédito y mi correspondiente comentario crítico.

La historia editorial de los inéditos de Darío se remonta a la vida misma del poeta. Tras su muerte, Alberto Ghiraldo dio cuenta del archivo de Darío en un libro que sigue siendo fuente a tener en cuenta y a la que se han añadido otros nuevos hallazgos. Cabría, en este sentido, mencionar los inéditos recuperados por Erwin K. Mapes y Pedro L. Barcia. Este último recogió de los periódicos de Buenos Aires un ingente número de textos darianos recopilados en dos tomos en 1968 y 1977 respectivamente. El tercer tomo -que contenía un riquísimo material- no alcanzó a publicarse por encadenadas razones de postergación, presupuestarias primero y políticas después. El mismo crítico publicó años después las desconocidas «Cartas del Lazareto» de Darío. También hay que mencionar la edición de Antonio Sánchez Romeralo sobre los materiales darianos de Juan R. Jiménez, el epistolario de Dictino Alvarez y otras cartas desconocidas recopiladas por Jorge E. Arellano y José Jirón Terán. Lo mismo puede decirse de la labor realizada en los archivos de Nicaragua (Museo y Archivo Rubén Darío, en León), a cargo de Edgardo Buitrago, y de España (Seminario Archivo Rubén Darío, en Madrid), en un catálogo que publicó Rosario M. Villacastín y cuyos contenidos se están ya digitalizando. Por su parte, Günther Schmigalle ha rescatado y adelantado más de medio centenar de crónicas porteñas de Darío aparecidas en La Nación entre 1901 y 1906 y que nunca aparecieron en libro. Lo mismo podemos decir respecto a las investigaciones realizadas por Ivan A. Schulman sobre la novela de Darío El oro de Mallorca, o el rescate de algún otro inédito interesante exhumado por José María Martínez.

Si nos centramos ya particularmente en la cuestión de los poemas inéditos, la historia editorial no resulta fácilmente reducible a breve explicación. Con todo, el galimatías de inéditos es notable, a menudo mezclados con la cuestión de la localización de los manuscritos originales darianos. Conocemos con bastante detalle el paradero de los manuscritos de Cantos de vida y esperanza, así como de otras composiciones importantes de la poesía de Darío. Pero poco se ha escrito sobre la ubicación de los manuscritos de Azul... de Prosas profanas y de buena parte de otros libros poéticos. Puede que muchos de ellos se hayan perdido, pero no es ése siempre el caso. Más bien, están en posesión de personas concretas, coleccionistas privados -aficionados o profesionales-, que albergan varios manuscritos e inéditos darianos. Prueba de cuanto decimos es la profusión de tales textos desde la muerte de Darío. Entre los varios manuscritos que han ido apareciendo en los últimos años figuran algunos de Prosas profanas, que resultan ser nuevas transcripciones que Darío mismo fue realizando para complacer a amigos que se los reclamaban. En ocasiones, al final no los entregaba y se quedaban entre sus papeles personales que siempre guardó con sumo cuidado, más de lo que la crítica ha venido creyendo. Cabe investigar todavía el paradero de esos manuscritos, hacerlos públicos y editarlos como merecen. Tanto más cuando sospechamos que existe todavía una vasta cantidad de papeles manuscritos de Darío que siguen dispersos en archivos, bibliotecas y centros, así como otros más en propiedad de familias o descendientes de personas cercanas a Darío en su época. El nicaragüense se empeñó siempre en realizar copias posteriores de sus propios poemas que se han conservado («Los motivos del lobo», «Marcha triunfal», «Salutación del optimista» y otros). Al poeta se los solicitaban amigos o conocidos y en ocasiones Darío los copiaba pero no los enviaba permaneciendo en su archivo personal, itinerante, guardado en una maleta o baúl, como el que dejó en Guatemala. Jorge Eduardo Arellano tuvo la amabilidad de relatarme cómo, aproximadamente, una docena de los manuscritos de Prosas profanas estaban entre esos papeles de Guatemala. Orlando Cuadra Downing, tío de Arellano, se los regaló y éste -a su vez-, se los donó al bibliógrafo dariano José Jirón Terán. Eso fue en 1979 y con las posteriores crisis políticas continuas en Nicaragua durante los años ochenta, José Jirón Terán se vio obligado a ir vendiendo poco a poco el resto de los manuscritos. Algunos de ellos los publicó ya el propio Arellano.

El catedrático Luis Sáinz de Medrano ya publicó en 1974 varios manuscritos de poemas inéditos de Darío. El primer centenario de Azul... (1888) llevó a la publicación en Madrid de un volumen con casi medio centenar de poemas inéditos, rescatados por varios estudiosos de Darío y recopilados por Ricardo Llopesa. Seis años después se publicaron noventa y dos piezas desconocidas o inéditas en un volumen preparado por Jorge Eduardo Arellano, José Jirón Terán y el mismo Ricardo Llopesa. En ambos volúmenes, el lector encontrará una historia más detallada de la historia editorial de estos inéditos. A todo ello cabe añadir hallazgos más recientes: los inéditos en Uruguay encontrados por Antonio Seluja Cecín y publicados en su libro (35-58); o el casual descubrimiento de David R. Whitesell de dos manuscritos darianos en la Widener Library de Harvard University. Más recientemente, en un pequeño volumen publicado en Managua y patrocinado por CIRA, el mismo Arellano ha recopilado algunos inéditos más. Arellano relata cómo a finales de 1970, el que fuera entonces Banco de América, en Managua, compró más de diez originales darianos pertenecientes a poemas que se incluyeron en las dos primeras ediciones de Prosas profanas: entre ellos estaba el manuscrito de «Dice mía» (aparecido en la primera edición de 1896) y «Yo persigo una forma...» (incluido en la segunda de 1901). La señora que vendió tales manuscritos a la entidad bancaria afirmó ser hija del conductor del coche utilizado por Darío en Guatemala, durante su estancia en ese país desde abril a noviembre de 1915. Aquella heredera añadía que Darío obsequió a su padre una maleta donde guardaba papeles personales íntimos, conservados desde sus años de Chile. De esa fuente procede la docena de poemas inéditos que Arellano publicó también en Nicaragua en Bolsa Cultural (número 212) y que acaba de reproducir en el número homenaje a Darío de la revista Insula (número 699). Acierta Arellano al señalar que Darío evitó publicarlos por mera exigencia autocrítica, al no considerarlos acabados o definitivos. En suma, el total de poemas inéditos o desconocidos de Darío que no se localizan en la más fiable edición de sus Poesías completas casi llega al centenar y medio, pero hay más.

Hace unos meses supe de un coleccionista privado aficionado a la poesía que me indicaba la existencia de algunos inéditos manuscritos de Darío. Dicho coleccionista -cuya identidad prefiere mantener privadamente- ha tenido la amabilidad de permitirme publicar uno de esos manuscritos inéditos: el poema «Perdón» que aquí incluimos y comentamos. He podido constatar la veracidad del conjunto de poemas inéditos de Darío que están en su posesión. Como adelanto a una futura publicación del grueso completo de esos manuscritos inéditos de Darío, resulta interesante reproducir este titulado «Perdón». El poema aparece en una hoja en buen estado de 25.3 x 15.6 cm., está escrito en tinta con la firma al final de Rubén Darío y sin fecha:


Perdón
Cual hoja que cae, una vez doliente,
con faz hechicera, llegaste hasta mí,
y con voz muy suave, tibia y envolvente
me hiciste poner, ante ti mi ser!
Sin reparo alguno y sin condiciones
cual sumiso esclavo ante altiva reina
la mano funesta marcó mi destino
con el sello infame de: fatalidad!
Voluntad no tuve desde aquel momento
y en gris corazón germinó la ira,
como una ponzoña que todo ensuciase.
Tan segura estabas de tu cruel Dominio
que nunca lograste este incendio ver,
y por tanto entonces, nació generosa
una nueva reina llamada venganza!
Muy sutil entonces, todas mis acciones
preparé con calma y helada labor!
Esperar paciente sólo me faltaba
el dulce momento de fría revancha
y ser del destino la mano fatal!
Muy justo el momento de la acción siniestra,
otra triste historia del pasado tiempo,
el término puso a tu infame gloria!
Di gracias al cielo que cambió mi vida,
y pude ya entonces pensar con razón,
y mis sentimientos no son más dictados,
por gotas amargas de un vil corazón!
Hoy la palidez de tu faz contemplo
con otra emoción, que por Dios espero,
reine en mí por siempre: se llama perdón!


Rubén Darío                


Víspera de efemérides - Plaza de Chillán                


Textualmente, el manuscrito ofrece algunos problemas de trascripción pues se trata de una escritura rápida, poco clara en ciertos momentos que muy posiblemente -y a falta de tachaduras o correcciones- responde a una segunda copia del propio Darío sobre un primer borrador original. Sería ésta una copia en limpio de Darío, bien para él o para ser regalada a alguien. «Perdón» es así un poema íntimo, acaso privado del propio Darío que bien pudiera haber tenido una sola destinataria: Rosario Murillo, su segunda esposa y la mujer más importante en la vida de Darío. La posibilidad de hallarnos frente a una copia manuscrita privada se refuerza por el hecho de que el tamaño del papel usado no le permite completar todo el verso completo, como ocurre en el verso 21, incluyendo «siniestra» entre líneas. Lo mismo cabe advertir entre los versos 24 y 27, donde observamos que en la trascripción de Darío, las líneas no siguen los versos. La comparación del manuscrito dariano con la trascripción y lectura que hemos hecho de él lo confirma. Se apoya ésta en que el poema usa métricamente el dodecasílabo (empleado también por Darío en otros poemas, como «Era un aire suave...») con una rima muy irregular. Darío elabora los versos de «Perdón» sobre dos hemistiquios de hexasílabos que incluyen asimismo en ocasiones la costumbre modernista de otorgar autonomía acentual a cada hemistiquio configurando la estructura silábica de 6 + 6. Así: «Cual hoja que cae, / una vez doliente,» (v. 1); «me hiciste poner, / ante ti mi ser!» (v. 4). En la voluntad y habilidad de Darío para armonizar la forma y el fondo del poema, es destacable el uso de un sistema rítmico variado apoyado a veces en el ritmo anfíbraco (oóo) y encaminado a producir una solemnidad que coincide con la idea del recuerdo meditativo ante un doloroso episodio pasado: «la mano funesta marcó mi destino» (v. 7), «el dulce momento de fría revancha» (v. 19), «y pude ya entonces pensar con razón» (v. 25), «por gotas amargas de un vil corazón!» (v. 27). En cualquier caso, la misteriosa y casi indescifrable línea debajo de la firma de Darío «Víspera de efemérides», seguida del lugar específico donde compuso el poema «Plaza de Chillán», apuntan la particularidad de que el poema lo escribiera Darío en relación con una efeméride, o sea como conmemoración de un aniversario o un suceso notable ocurrido en la fecha en que se está o de la que se trata, pero en años anteriores. Darío menciona «Víspera de efemérides», es decir, el día antes de la fecha a celebrar. Lo que muy posiblemente Darío estaba recordando en «Perdón» es su triste experiencia sentimental en un pasado que ahora evoca y que apunta a la órbita de Rosario Murillo. Darío parece aludir aquí a su primera ruptura y su viaje a Chile para acabar su relación con aquella mujer nicaragüense - la que él llamó «garza morena»- que le condicionó toda su vida y a quien Darío nunca pudo olvidar nombrándola en varios escritos. De este modo, aunque inicialmente resultaba casi ilegible la grafía dariana debajo de su firma, el coleccionista propietario del manuscrito me sugirió -con tremenda lucidez- que quizá nos encontráramos con que las misteriosas palabras al lado de «Víspera de efemérides» podrían ser «Plaza de Chillán». Así parece por la existencia de la ciudad chilena llamada Chillán, que fue capital histórica y cultural de Chile tras su fundación el 26 de junio de 1580. Cabría suponer, aunque no parece aquí tan probable, que Darío quizá aprovechara la fecha de una efeméride histórica, bien la del lugar o la plaza donde se encontraba. Podría pensarse en la proclamación de la independencia chilena a cargo de Bernardo O'Higgins, ocurrida el 12 de febrero de 1818, pero no es muy convincente. Sí resulta más probable que Darío aluda aquí a una fecha más íntima, acaso su separación sentimental de Rosario Murillo. A ello volveremos más adelante, pues vale la pena ubicar primero esta etapa chilena de Darío.

De la estancia chilena de Darío ya trataron críticos como Raúl Silva Castro, entre otros. Cabría la posibilidad de que este manuscrito estuviera en la órbita de la amistad de Darío con el chileno de origen franco-canadiense Narciso Tondreau, seis mayor que el nicaragüense. La ya fallecida investigadora dariana Evelyn Urhan de Irving ya dedicó algunos esfuerzos a estudiar a este personaje y su buena amistad con Darío. Allí remite a una entrevista de Tondreau, ya octogenario, concedida al profesor Francisco Guerrero, donde Tondreau le habla de unos papeles íntimos suyos en los que se hallan versos transcritos de Darío de la época chilena. Resulta significativo, además, que fuera precisamente con Tondreau con quien Darío pensara preparar un poema sobre la Guerra del Pacífico y así acabó presentándose al Certamen Varela con el «Canto épico a las glorias de Chile», que obtuvo el primer premio y apareció incluido en el primer volumen Certamen Varela. Obras premiadas (1887). En ese mismo volumen aparece también la colección «Otoñales (Rimas)» de Darío que obtuvo un accésit y que, además, junto a sus poemas del libro Abrojos, publicado en Santiago de Chile en febrero de 1887 y otros textos chilenos, ayudan a mostrar la situación de desengaño sentimental en el que se halla Darío y que coincide con «Perdón». La introducción misma de Abrojos apunta claro a esa idea de querer olvidar un amor dañino: «Si hay versos de amores, son / las flores de un amor muerto / que brindo al cadáver yerto / de mi primera pasión» (PC, 458). En ese año de 1887 se publica también su novela Emelina y piezas como «Anagké», «Autumnal», «El fardo», «Invernal», «El velo de la reina Mab», «El rey burgués» y «La ninfa», textos que luego formarán parte de Azul.... Darío ha sido nombrado inspector de Aduana en Valparaíso y vive un tiempo también en Santiago, en un ambiente de pobreza para poder vestir con cierto decoro, según correspondía a sus obligaciones: «La impresión que guardo de Santiago en aquel tiempo -escribe Darío en su autobiografía- se reduce a lo siguiente: vivir de arenques y cerveza en una casa alemana para poder vestirme elegantemente, como correspondía a mis amistades aristocráticas» (OC, I, 56). De Valparaíso, con su puesto en la Aduana, asegura: «Valparaíso, para mí, fue ciudad de alegría y de tristeza, de comedia y de drama y hasta de aventuras extraordinarias. Estas quedarán para después» (OC, I, 58). Y unos párrafos más adelante: «Por circunstancias especiales de inquirida bohemia, llegaron para mí momentos de tristeza y escasez. No había sino partir» (OC, I, 59). Señalé antes la posibilidad de que para escribir su poema épico Darío se documentara sobre las figuras claves de la historia chilena. El concurso poético al que Darío presentaría su «Canto épico a las glorias de Chile» se anunció el 15 de noviembre de 1887 y el término del plazo estaba fijado el 31 de diciembre de ese mismo año. Pero sabemos que la redacción de dicho poema épico tuvo lugar antes de esas fechas, pues apareció ya publicado en La Epoca el 9 de octubre de 1887. En torno a agosto o septiembre de 1887, por tanto, cabría ubicarse la búsqueda de materiales históricos y quizá con un posible viaje de Darío a Chillán, acaso en compañía de Tondreau, y acaso por su interés por visitar nuevos lugares y hasta para informarse sobre figuras locales del lugar. Sabemos que desde marzo hasta septiembre de 1887. Darío está en Valparaíso trabajando en la aduana portuaria, alejado de Santiago por temor a la epidemia de cólera que asolaba la capital. El poema manuscrito «Perdón» bien pudo ser uno de esos poemas de desahogo, con copia que Darío guardó en sus papeles o que incluso regaló a Tondreau, aunque esto no es verificable. Entre las figuras históricas de Chillán aparecen Bernardo O'Higgins o Juan de Dios Aldea Fonseca, participante en la llamada Guerra del Pacífico que Darío mismo menciona en su poema épico dedicándole unos versos a la valentía y lealtad de este militar. De cerca de Chillán era también su otro amigo y biógrafo chileno Francisco Contreras y resulta significativo que el mismo Tondreau tuviera contactos en aquel lugar y que fuera años después rector del Liceo de Chillán. De este modo la «Plaza de Chillán» puede referirse a la Plaza de Armas en Chillán. No tenemos noticia de que existiera en la época una Plaza de Chillán ni en Valparaíso, ni en Santiago de Chile, lugares donde residió Darío en su etapa chilena. De esa estancia en Valparaíso escribe Darío: «Mi vida en Valparaíso se concentra en ya improbables o ya hondos amoríos; en vagares a la orilla del mar, sobre todo por Playa Ancha; invitaciones a bordo de los barcos, por marinos amigos y literarios; horas nocturnas, ensueños matinales, y lo que entonces fue mi vibrante y ansiosa juventud.» (OC, I. 59). Esos improbables, hondos amoríos constituyen el ambiente y el entorno anímico del poeta al escribir «Perdón».

Pese a estas posibilidades, mucho más factible resulta que «Perdón» se escribiera en la víspera de una efeméride importante para Darío, particularmente la de algún episodio relacionado con su propia biografía o con la de la destinataria del poema: Rosario Murillo. Darío pudo encontrarse en esa plaza desde donde evocó el recuerdo de su partida de Nicaragua y con ella la fecha de su separación sentimental de Rosario. Darío embarcó en el «Uarda» el 5 de junio de 1886, en el puerto nicaragüense de Corinto y rumbo al puerto chileno de Valparaíso, donde -tras recalar en varios puertos del Pacífico- llegó el 24 de junio. Un año después de aquella partida, es posible que Darío escribiera este poema, justo en la víspera del aniversario de aquella salida de su país natal. De ser así, el poema podría datarse con más probabilidad el 4 de junio de 1887, aunque esta fecha es también una suposición difícilmente verificable.

Darío había conocido a Rosario Murillo tempranamente en León, en una fiesta familiar ya en 1882. Estaba resuelto a casarse con ella pero, por varios viajes y vicisitudes, aquélla fue una relación inestable y llena de desengaños y contrariedades. Darío reanudó varias veces sus amores con Rosario y si no se casó tempranamente fue porque el poeta partió a Chile, precisamente a causa de lo que él mismo definió como continuas desilusiones para un hombre enamorado. Se trataba de la infidelidad de Rosario, de la que los biógrafos darianos ya dieron cuenta. Edelberto Torres (98) explica cómo en la ausencia de Darío en El Salvador, un político local de León, adinerado y de influencia, requirió de amores a la novia del poeta. Parece que la madre de ésta optó por aprobar tal relación con el político nicaragüense que, según indicios, fue el granadino Pedro Joaquín Chamorro, quien llegó incluso a ser presidente del país y al que el propio Darío menciona en su autobiografía. Darío siempre recordó esos desengaños con Rosario, como ratifican varios pasajes de su autobiografía. Su mentor y amigo salvadoreño, el político y poeta Juan José Cañas, fue quien le recomendó partir a Chile pues consideró que una ausencia larga lograría hacer al joven poeta olvidar a Rosario. Antes de su partida, Darío escribe su poema «Versos tristes» donde reconoce haber sufrido una tremenda decepción: «Ya viste, corazón, que por incauto / en materias de amor, / has sufrido tremendos descalabros». (PC, 165). En ese mismo momento, el 12 de mayo de 1886, días antes de su partida a Chile, Darío le escribe a Rosario una carta que incluye el mismo tono de duda y de perdón que el poema inédito «Perdón» y que corrobora nuestra tesis sobre la datación del poema. La carta de Darío a Rosario la reprodujeron Jorge Eduardo Arellano y José Jirón Terán:

«Rosario: Esta es la última carta que te escribo. Pronto tomaré el vapor para un país muy lejano donde no sé si volveré. Antes, pues, de que nos separemos, quizá para siempre, me despido de ti con esta carta. Te conocí tal vez por desgracia mía, mucho te quise, mucho te quiero. Nuestros caracteres son muy opuestos y no obstante lo que te he amado, se hace preciso que todo nuestro amor concluya; y como por lo que a mí toca no me sería posible dejar de quererte viéndote continuamente y sabiendo lo que sufres o lo que has sufrido, hago una resolución y me voy. Muy difícil será que yo pueda olvidarte. Sólo estando dentro de mí se podría comprender cómo padezco al irme; pero está resuelto mi viaje y muy pronto me despediré de Nicaragua. Mis deseos siempre fueron de realizar nuestras ilusiones. Llevo la conciencia tranquila, porque como hombre honrado nunca me imaginé que pudiera manchar la pureza de la mujer que soñaba mi esposa. Dios quiera que si llegas a amar a otro hombre encuentres los mismos sentimientos. Yo no sé si vuelva. Acaso no vuelva nunca. ¡Quién sabe si iré a morir a aquella tierra extranjera! Me voy amándote lo mismo que siempre. Te perdono tus puerilidades, tus cosas de niña, tus recelos infundados. Te perdono que hayas llegado a dudar de lo mucho que te he querido siempre. Si tú te guardaras como hasta ahora, si moderando tu carácter y tus pequeñas ligerezas siguieras en la misma vía que has seguido durante nuestros amores, yo volvería y volvería a realizar nuestros deseos. Tú me quisiste mucho, no sé si todavía me quieres. ¡Son tan volubles las niñas y las mariposas!... Mucho me tienes que recordar si amas a otro. Ya verás. Yo no tengo otro deseo sino que seas feliz. Si estando como voy a estar tan lejos, me llegase la noticia de que vivías tranquila, dichosa, casada con un hombre honrado y que te quisiera, yo me llenaría de gozo y te recordaría muy dulcemente. Pero si me llegase a Santiago de Chile una noticia que con sólo imaginármela se me sube la sangre al rostro; si me escribiese algún amigo que no me podrías ver frente a frente como antes..., yo me avergonzaría de haber puesto mi amor en una mujer indigna de él. Pero esto no será, estoy convencido de ello. Pongo a Dios por testigo que el primer beso de amor que yo he dado en mi vida fue a ti... Ojalá que nos podamos volver a ver con el mismo cariño de siempre, recordando lo mucho que te quise y que te quiero. Adiós, pues, Rosario. Rubén Darío». (59-60)


Arellano la ubica en Managua, el 12 mayo de 1886, donde Darío estaba trabajando en el semanario El Imparcial. Fue la última carta destinada a Rosario antes de la partida de Darío a Chile y la primera conocida. Arellano y Terán, ampliando lo hecho años atrás por Ildo Sol, ya mostraron la existencia de siete cartas posteriores y de otras épocas que se conservan: tres de 1893 (desde Nueva York, París y Buenos Aires); tres de 1896 y 1897 (desde Buenos Aires); la última de 1915 (desde Guatemala). En ellas es visible cómo Darío, pese a continuos sucesos desagradables con Rosario, jamás pudo olvidarse de ella y llegó a perdonarla varias veces. Las cartas confirman sus deseos de reunirse como matrimonio y la voluntad de Darío de regresar a Nicaragua en un claro intento de arreglarse con Rosario y formar una vida juntos. Esa esperanza de una convivencia matrimonial se observa todavía en una carta de junio de 1897. Al final todo resultó imposible y la partida de Darío a Europa en 1898 cambiaría ya el destino de la pareja. De sus relaciones se ha escrito mucho, incluida la excepcional «Ley Darío» para favorecer al poeta su divorcio de Rosario Murillo. Junto a los biógrafos darianos -especialmente Edelberto Torres y Antonio Oliver Belmás- hay que tener en cuenta también lo escrito por Edgardo Prado y la polémica suscitada por el artículo de Carmen Conde y el libro de Rubén Darío y Basualdo.

Volviendo al periodo chileno donde se ubica este manuscrito, cabe recordar que la estancia de Darío en Chile va del 24 de junio de 1886 -fecha de llegada a Valparaíso- hasta el 8 de febrero de 1889. Como poema íntimo y biográfico que es, cabe reflexionar a qué se refiere Darío cuando en «Perdón» alude a otro episodio -a modo de venganza- contra Rosario Murillo: «otra triste historia del pasado tiempo / el término puso a tu infame gloria!». Darío podría estar aquí recordando su relación, de fines de marzo de 1884 con Fidelina Santiago, otra muchacha de León de la que se enamoró Darío, como prueba también su poema «Carta abierta», cuya lectura puede complementarse con «Perdón». Fidelina sería la mujer que habría hecho a Darío olvidarse parcialmente de Rosario, acabar con su «infame gloria». Sin embargo, desde la plaza chilena Darío constata también su dolor por aquel otro viejo episodio («otra triste historia del pasado tiempo»), ya que la tal Fidelina acabó luego casándose con el amigo de Darío, Francisco Castro. El matrimonio cultivó después sus relaciones amistosas con Darío, a pesar de que éste había hecho una explícita y poética declaración amorosa a esa muchacha en ese mismo poema «Carta abierta», que es otra petición de perdón de Darío a Fidelina en el León de marzo de 1884. Ahí estaría el otro desengaño dariano enmarcado en una época que el poeta recuerda ya con la voluntad de perdonar y desde su nuevo horizonte chileno.

Años después Darío deja Chile y pasa a El Salvador. Allí conoce a Rafaela Contreras, con quien se casa en 1890. La súbita muerte de Rafaela a inicios de 1893 lleva a Darío a una tragedia humana y un desconsuelo que le arrastra de nuevo a los brazos de Rosario Murillo. De ese regreso y de los hechos ocurridos después da cuenta Darío mismo en su autobiografía al hablar del episodio de Managua: «Ocurrió el caso más novelesco y fatal de mi vida, pero al cual no puedo referirme en estas memorias por muy poderosos motivos. Es una página dolorosa de violencia y engaño, que ha impedido la formación de un hogar por más de veinte años [...] Es precisa, pues, aquí esta laguna en la narración de mi vida» (OC, I, 97-98). Darío no relata los hechos pero sus biógrafos, y de manera especial Edelberto Torres (216), han narrado con detalles la trampa que el hermano de Rosario, con el consentimiento de ésta, le tendieron a Darío para casarlo bajo los efectos del alcohol el 8 de marzo de 1893. Ese día Rosario había llevado a Darío a una casa abandonada junto a la vía férrea y frente al lago de Managua, también llamado Xolotlán. Subieron a la segunda planta donde había un aposento. Al rato, de otra habitación salió de pronto Andrés Murillo, el hermano mayor de Rosario, con un revólver en la mano, y detrás suyo, un cura con la sotana. El dolor del engaño atormentó luego al poeta pues la boda forzada se celebró esa misma tarde en casa de la novia, oficiándola el mismo cura que había aparecido en escena en la casa abandonada. En su novela autobiográfica El oro de Mallorca, Darío -a través del alter ego protagonista, Benjamín Itaspes- reconoce que sufrió la más terrible decepción de su vida la noche del estreno nupcial, al no encontrar virgen a su esposa.

Estos episodios y la presencia de Rosario Murillo en la vida de Darío nos llevan a concluir que este poema inédito «Perdón» es sólo un episodio de su larga historia sentimental con Rosario. La referencia a la Plaza de Chillán y el tono de la carta y del poema confirman que «Perdón» surgió cerca de la fecha indicada del 4 de junio de 1887. Desde allí le escribe a Rosario, perdonándola. Ese perdón coincide con el hecho de que Darío acabó siempre, pese a su inicial deseo de revancha, perdonando a Rosario y hasta regresó junto a ella para morir en febrero de 1916, curiosamente en la casa de León que fuera propiedad de aquella misma Fidelina de la que se enamoró Darío en medio de sus desengaños con Rosario.

Rosario representaría, por tanto, esa «faz hechicera» (v. 2) ante la que el poeta cede y a la que supedita su amor juvenil: «y con voz muy suave, tibia y envolvente / me hiciste poner, ante ti mi ser!» (vv. 3-4). Darío es «sumiso esclavo» (v. 6) frente a Rosario «altiva reina» (v. 6), relación de un destino funesto compartido y encaminado a esa «fatalidad» (v. 8), término similar al que titula el último poema «Lo fatal» de Cantos de vida y esperanza. Esa fatalidad del destino es una idea recurrente en toda la vida y la obra de Darío. «Perdón» apunta, en definitiva, a su deseo interior de perdonar tras experimentar anhelos de venganza y revancha contra esa mujer que tanto desengaño y dolor le estaba produciendo. Sin embargo, al llegar el momento de realizar su venganza, su «acción siniestra» (v. 21), Darío recuerda otra situación que le proporciona una paz interior y un alejamiento que cambia su vida y le lleva a perdonar: «Di gracias al cielo que cambió mi vida» (v. 24), hasta alcanzar el final del poema con la petición a Dios de que su perdón humano hacia esa mujer sea permanente. Hay un detalle curioso en los tres versos finales del poema: «Hoy la palidez de tu faz contemplo / con otra emoción, que por Dios espero, / reine en mí por siempre: se llama perdón!» (vv. 28-30). Si observamos el manuscrito con detalle, es notable un signo de interrogación colocado justo encima de la palabra «emoción», lo que sugiere que quizá el mismo Darío se estuviera cuestionando si realmente era otra o no la emoción que sentía por Rosario. Su biografía posterior indica que siguió enamorado de ella por mucho tiempo y jamás pudo olvidarla. Ese signo de interrogación en el manuscrito está aplicado con tinta más espesa y no con la letra apurada y delgada de los versos. No puede ser una coma porque no tendría sentido. Se trataría de un interrogante personal, escrito y pensado por Darío para sí mismo, casi privado, que revela el sentir de estos versos y la situación sentimental del joven Darío en Chile. «Perdón», además, muestra la misma idea de inseguridad emocional y sentimental que la citada carta de Darío. Su contenido se complementa con el cuento «Palomas blancas y garzas morenas», escrito en Valparaíso y que apareció publicado en la prensa ya el 23 de junio de 1888 y que formó parte de la primera edición de Azul... (1888). La «garza morena» es Rosario Murillo, con la que Darío cierra aquel relato: «Tú tienes en los recuerdos que en mi alma forman lo más alto y sublime, una luz inmortal. Porque tú me revelaste el secreto de las delicias divinas, en el inefable primer instante de amor» (OC, V, 692). Anterior a ese relato, y fechado en junio de 1887, es «Invernal», otro poema de Azul..., cuya cuarta estrofa evoca la presencia de Rosario, que desea junto a él: «Sí, estaría a mi lado, / dándome sus sonrisas, / ella, la que hace falta a mis estrofas» (OC, V, 737). Cabría buscar también las razones del título de la novela folletinesca Emelina, que Darío escribió conjuntamente en Chile con Eduardo Poirier, sobre todo si pensamos que Emelina fue el segundo nombre de Rosario.

La no publicación anterior de «Perdón», por tanto, puede deberse a su condición de poema de circunstancias, escrito en uno de sus muchos viajes a modo de catarsis personal y surgido de una situación especial en un momento en que Darío -como ocurre con casi todo lo lindante a Rosario- no creyó oportuno sacar a la luz pública. Desde una valoración literaria, no estamos ante un poema equiparable a la altura lírica de los grandes poemas de Darío, sino ante un poema temprano, digno en su ejecución, de inspiración inmediata y que adelanta ya lo que habrá de venir a partir de Azul... «Perdón» muestra la necesidad de seguir sacando a la luz los textos darianos desconocidos, también los inéditos, al margen de su mayor o menor valor literario. «Perdón» es un poema valioso que como ejercicio de práctica poética interesa porque vierte más luz sobre la vida y la obra del joven Darío en Chile. Gracias a «Perdón» conocemos algunos de los entresijos de la vida de Darío que, sin que pretendamos sean exactamente los aquí argumentados, favorecen la mejor comprensión del Modernismo hispánico y, sobre todo, de este autor capital. Hubiera sido deseable que este centenario de Cantos de vida y esperanza sirviera de inicio a una labor completa de recuperación textual dariana. Este es nuestro humilde grano de arena para esa labor. Por eso es de agradecer que la revista Hispania y la AATSP recuerden a Darío cien años después con la publicación de este trabajo. En él hemos querido mostrar dos caras casi desconocidas de su autor: la del Darío masón y la del Darío inédito, la del poeta maduro angustiado por la búsqueda de respuestas espirituales al enigma del universo y la del joven poeta enamorado que pide perdón desde la distancia. Son dos caras desconocidas de Darío, pero dos caras -al fin- que se unen en un intento desesperado por hallar la paz interior, el bien, la verdad y la belleza.






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