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Dos referentes para la filosofía en Iberoamérica en el siglo XXI: Alberto Wagner de Reyna y Víctor Andrés Belaúnde

Luz González Umeres





En este trabajo se presentan -en el marco del Congreso Internacional Interdisciplinario de Filosofía sobre las Creencias, su vigencia y su sentido en el siglo XXI- a dos pensadores iberoamericanos, hábiles conocedores de la vida internacional y sus tendencias, uno fallecido hace menos de un lustro en la ciudad de París en Francia, conocido en Córdoba y apreciado entre sus amigos argentinos, -Alberto Wagner de Reyna- y otro hombre de pensamiento y de trayectoria internacional, nacido al filo del siglo XIX y del XX, fundador de una prestigiosa Revista de Humanidades, El Mercurio Peruano en 1918, famosa en el Perú del siglo XX, cuyo nombre es Víctor Andrés Belaúnde, quien falleció en New York el año 1966, presidiendo la delegación del Perú a la Asamblea General de las Naciones Unidas1.

Ambos pensadores se conocieron a fondo, y aunque pertenecían a generaciones diversas, coincidieron en torno al ideario del Mercurio Peruano. Precisamente voy a referirme a un artículo publicado en el número 521, especial de esa Revista, con ocasión de su nonagésimo aniversario, celebrado el 2008 y dedicado a Alberto Wagner de Reyna, en el cual se publica un precioso estudio de Wagner sobre «Víctor Andrés Belaúnde y la vivencia de la fe», propicio para ahondar en la cuestión central del presente Congreso, cual es la vigencia y el sentido de las creencias en el hombre actual.

Tanto Wagner como Belaúnde estuvieron dotados de personalidades trasparentes y profundas, enriquecidas por creencias comunes. Fueron cristianos ambos y como finos intelectuales ahondaron en el fondo de la condición humana hasta rastrear en su vida las sutiles relaciones entre la razón y la fe. Conocedores de la cultura moderna supieron superar las aporías que ésta planteaba a los hombres de su tiempo, con la convicción del mutuo enriquecimiento que significa la posibilidad de armonizar el conocimiento racional y las creencias propuestas por la fe al creyente. Rodeados de un ambiente familiar cristiano, ambos recorrieron sendas propias en sus circunstancias históricas, a las cuales aludiré a lo largo de este trabajo.

Espero mostrar a ustedes, con la debida claridad, que estos ilustres personajes constituyen un referente para quienes toca vivir y profesar sus creencias en un mundo globalizado, también desde una cultura cristiana como es la de América, la de Iberoamérica diría Wagner, en la cual tenemos el privilegio de haber nacido. Como a todos los sectores del mundo actual nos corresponde convivir con la familia humana en un mundo en «progresivo proceso de globalización»2.

He dividido este trabajo en cinco apartados:

  1. Datos biográficos y obras de ambos pensadores
  2. Las creencias y la vida
  3. Belaúnde visto por Wagner
  4. Wagner desde sí mismo
  5. Pensadores actuales.

Datos biográficos de ambos pensadores

Víctor Andrés Belaúnde nació en la ciudad de Arequipa, al sur del país, en los Andes peruanos, el 15 de diciembre de 1883, de una familia cristiana y numerosa de origen castellano, arraigada en la Ciudad Blanca, denominada así en alusión a la piedra volcánica de la cual está construida. Sus padres fueron don Mariano Andrés de Belaúnde y de la Torre y doña Mercedes Diez Canseco y Vargas. Su educación primaria y secundaria las realizó en su ciudad natal. Manifiesta dotes para el teatro, la oratoria y el periodismo en su adolescencia y primera juventud3.

Ingresa a la Universidad de Arequipa y en 1900 debe trasladarse a Lima, a causa del nombramiento de su padre para un alto cargo en la vida política del país. Ingresa a la Universidad de San Marcos y se incorpora «al grupo de sus coetáneos, los condiscípulos y amigos del núcleo central de la generación del novecientos»4. Su inquietud intelectual la «orienta sobre todo a la Sociología y el Derecho, la Filosofía, la Historia y la Literatura. Esta versatilidad lo llevó pronto al periodismo»5.

Pacheco Vélez recoge una interesante anécdota de nuestro personaje y dice: «Belaúnde recuerda que en la biblioteca de Javier Prado, una de las mejores de América Latina en su tiempo, encontraron la colección completa del viejo Mercurio Peruano (del siglo XVIII) y de allí tomaron para su reproducción facsimilar en el primer número de la nueva y homónima revista, la página del primer artículo de los mercuriales dieciochescos, del 2 de enero de 1791, que era por sí solo un programa editorial: Idea general del Perú. Y en verdad había una semejanza profunda en la actitud espiritual de los Amantes del País que, como Jovellanos en España, se propusieron en el Perú una ilustración cristiana, un ingreso en la modernidad sin echar por la borda lo esencial y perdurable de la tradición, y estos herederos suyos del siglo XX que querían representar la reforma, el progreso y el cambio dentro de una identidad que los hacía necesariamente solidarios con los otros países hispanoamericanos»6. Mas adelante volveré sobre la trayectoria vital de este ilustre personaje e intelectual contemporáneo recogida en sus Memorias Completas, escritas en los últimos años de su vida7.

El otro pensador del cual hablaré hoy, Alberto Wagner de Reyna, nació en la ciudad de Lima, la ciudad de los Reyes, en honor a los Reyes Magos, el 7 de junio de 1915, cuando Belaúnde ya era un joven famoso. Es hijo de Otto Wagner, alemán de nacimiento y de educación, y de Carmen María Reyna, limeña de tradición, familia y costumbres, amén de católica fervorosa. Estudia en el Colegio Alemán de Lima, en la Recoleta y luego en el Grenau en Berna, en Suiza. Ingresa en 1932 a la Universidad Católica del Perú, donde conoce y trata de cerca a Belaúnde que es su maestro. Luego estudia en las universidades de Berlín y Friburgo. Aquí conoce a Martín Heidegger y trabaja con ese filósofo durante un ciclo académico. A su retorno al Perú se dedica a la docencia en la Universidad Católica y dirige en el Instituto Riva Agüero un Seminario de Filosofía. Ingresa al Servicio Diplomático del Perú y sirve al país a lo largo de varias décadas en importantes misiones diplomáticas alrededor del mundo. Tiene numerosas publicaciones, entre las cuales destaca Pobreza y Riqueza, editada en Lima, a poco tiempo de la cual, Juan Pablo II lo nombra miembro del Consejo Pontificio para la Cultura, en la ciudad de Roma, misión que considera Wagner de las más importantes en su vida, tal como manifiesta en sus Memorias8. Las publicaciones de Wagner han sido recogidas en una cuidada bibliografía publicada en el especial del Mercurio Peruano de 2008, al cual remito a los lectores, también en su edición digital: <www.mercurioperuano.udep.edu.pe>9. Para el caso de Belaúnde remito a la publicación de sus Obras Completas, realizada por el Instituto Riva Agüero de la Universidad Católica del Perú, del cual él fue fundador y Primer Director10.

Tuve el honor de conocer y tratar a ambos pensadores, durante mis años universitarios en Lima, en los patios de la señorial casona de Riva Agüero, en la cual Belaúnde era el alma, mientras Wagner de Reyna dedicaba preciosas horas al Seminario de Filosofía, a la vez que desempeñaba las altas funciones de Secretario General de la Cancillería Peruana. También pude tratar a Belaúnde en la Casa de la Cultura del Perú, en sus locales de la antigua casa de Pilatos en el Centro Histórico de Lima. Pasado el tiempo he podido reflexionar en torno a la invalorable contribución intelectual y humana de ambos maestros a las jóvenes generaciones de universitarios, pese a las intensas ocupaciones públicas que los ocupaban a uno y otro. Así ha sido fácil comprobar que esa dedicación refleja la coherencia entre principios y vida practica en ambos pensadores. Con el paso de los años a esa coherencia se la ha llamado unidad de vida11. Así gracias a la generosidad y a la unidad de vida de ambos intelectuales he podido comprender de un modo vivo y directo las relaciones entre pensamiento y vida, y a la vez he reconocido en Wagner y en Belaúnde la condición de pensadores cristianos y sabios.




Las creencias y la vida

Leyendo las memorias de Belaúnde tituladas Arequipa de mi infancia, y las de Alberto Wagner de Reyna que llevan el poético nombre de Bajo el Jazmín escritas inicialmente en Granada en España y concluidas en la abadía de Trôo en Francia, se puede vislumbrar el origen remoto de esa fe cristiana que profesaron ambos pensadores a lo largo de su intensa vida intelectual. En el caso de Alberto Wagner no se observan cortes. En el caso de Belaúnde se ve claro el momento de su conversión al catolicismo en la madurez, después de salir de la cárcel del positivismo ateo en la cual ingresó al filo de 1900 al integrarse a la generación de estudiantes de la Universidad de San Marcos de Lima, en años difíciles para la práctica religiosa del catolicismo en el Perú.

El entorno familiar es el ámbito apropiado para la transmisión profunda de las creencias religiosas. Así Belaúnde aprendió en su familia, y de sus padres, desde niño, sus creencias cristianas. Lo refleja con sencillez en los párrafos que cito a continuación: «Tuve la suerte de que no se interpusiera ninguna ama o criada entre mi madre y yo. No tuve otro yo, sino mi madre en la formación de mi conciencia. La veo levantarse muy tempranito para enseñarme la oración matinal, prepararme luego para el Colegio, acogerme alborozada cuando regresaba de él y bendecir mi sueño después de las plegarias nocturnas»12. Después de pensarlo añade: «El centro o núcleo de esa psicología era su sentimiento religioso. No recuerdo yo una fe más profunda y un amor de verdadera palpitación humana hacia las personas de Cristo y María. Pertenecía mi madre, sin saberlo, pero por una recóndita herencia, a la escuela teresiana de la presencia y el culto de la humanidad de Cristo. Jesús, María y José estaban presentes en el hogar y éste era así una prolongación del templo»13.

No obstante la sinceridad de su fe, experimentó una fuerte crisis al enfrentarse con el ambiente del ateísmo vigente en la Universidad y sus profesores propiciado por las corrientes intelectuales del positivismo de Augusto Comte, que sostenían con audaz seguridad, que el estadio teológico había sido reemplazado por el estadio metafísico, y éste a su vez por el científico, propio de los métodos positivistas de conocimiento. Así la ciencia se apoderaría de los secretos de la naturaleza dominando al mundo físico y poniéndolo al servicio del hombre con la técnica. Savoir pour pouvoir, era el lema de Comte. Todo ese artificio chocaba con la fe de la infancia y la primera juventud de Belaúnde. Se debatía éste entre la adhesión a la rutilante visión del saber, el poder y el ateísmo en boga y su fe sencilla y candorosa aprendida en el hogar familiar.

Sin embargo, una inquietud interior no lo dejaba vivir en paz. Empezó a adquirir renombre por sus dotes oratorias, su claridad de mente, sus inquietudes intelectuales, y por el brillo con el cual fue desempeñando importantes misiones diplomáticas que le fueron encomendadas. Él vivía en el interior de su alma una inquietud y un desasosiego profundos. En un momento álgido de la crisis leyó con apasionamiento a otro converso, Agustín de Hipona, quien lo devolvió al camino de la luz interior.

También Pascal jugó un papel importante en este tramo azaroso de su camino interior, ayudándole a recobrar la paz del alma. En la meditación pascaliana vislumbró la senda de las razones del corazón que la razón no comprende y así pudo tomar distancia ante el more geometrico de razonar. La racionalidad moderna de la cual el positivismo era deudor, había reducido las capacidades del logos clásico, y enclaustraba el alma y la persona en amargas desazones.

La amistad con Agustín, el filósofo y teólogo latino, que Belaúnde cultivó in crescendo a lo largo de su vida, le llevó a repetir con fuerza en un momento de conversión, la célebre frase del santo Doctor en sus Confesiones: «nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Ti»14. Belaúnde no perdió nunca el ímpetu de los conversos. Superada la crisis de fe supo relacionar en la madurez de su existencia, el recuerdo de los años difíciles con aquellos de su infancia, en los cuales, confiesa en sus Memorias, vivía de esa fe sencilla aprendida sobre todo de su madre. Similar experiencia había vivido por su parte Agustín de Hipona15; en el caso de Belaúnde él la había aprendido también del espléndido ejemplo de virtudes de su padre, quien significó un referente de vida austera y de esfuerzo, entre otras cualidades. Dice así: «Recuerdo que se levantaba con el alba y acudía a la misa cuotidiana de San Francisco, como buen terciario; luego trabajaba todo el día con actividad asombrosa y muchas veces hasta avanzada la noche»16.

Si éste fue el itinerario interior de Belaúnde, ¿cuál fue el de Wagner de Reyna? El padre era protestante por tradición familiar y por bautismo y se había convertido al catolicismo en 1920 a ruego de su mujer. «Había abrazado con seriedad germánica su nueva confesión» declara el hijo en sus Memorias17. Su madre era católica fervorosa. Al final de la vida, Wagner dirá que debe a su madre y a su modo sencillo de vivir la fe en Dios, la suya, la cual fue profundizando por sí mismo a lo largo de su itinerario intelectual. En la madurez la trabajó con hondura intelectual en sus diversos libros. Ha recogido por escrito la influencia de la religiosidad de su madre, en un bello pasaje: «Antes de dormir, bien acurrucado en mi cama, venía mi madre a desearme las buenas noches; era el momento de rezar con ella. Brevemente, pues se me caían los párpados de sueño. Pero, ¡con qué eficacia! Los temores ante el misterio de la noche se esfumaban, y una paz cariñosa se instalaba en mi ánimo»18.

Las relaciones con su padre fueron distintas que las de su madre. Él era serio y distante y el niño Wagner pensaba que el carácter reservado de su padre era sinónimo de ausencia de afecto por las personas. Su madre se encargó de enseñarle que él estaba equivocado y que su padre sentía por él un afecto semejante al suyo. Su abuelo materno, por su parte, le enseñó a comportarse como buen caballero cristiano.

José Agustín de la Puente ha testimoniado el lugar que ocupó la fe en la vida de Wagner en la presentación de Bajo el Jardín. Dice así: «Hay una fresca y grata espontaneidad que el lector descubrirá en este bello libro, que presenta -y es fruto natural de las Memorias- con amplitud y sin artificio el talante de Alberto Wagner y su rica personalidad intelectual. Está el diplomático en momentos graves y en instantes risueños; aparece el estudioso de los predios de la filosofía, su vocación medular; está presente, del mismo modo, el erudito y serio conocedor de nuestra historia; muéstrase, asimismo, el amante de nuestras tradiciones y el escritor con originalidad y gracia. Y todos los planos intelectuales descritos se encuentran presididos en la vida de Alberto Wagner de Reyna por su jamás disimulada fe religiosa y por su creencia en el Perú y en su personalidad histórica; estos dos valores impregnan su vida y sus tareas»19.

La fe del niño Wagner fue creciendo al hilo de su educación y sus ricas experiencias del mundo y de la cultura. De lo confiado a sus Memorias no se deduce que sus creencias cristianas hubieran pasado por una prueba de fuego similar a la que vivió Belaúnde. Sin embargo, toda fe es acrisolada en esta vida. Me parece entender que en Wagner lo fue a través de la enfermedad. En efecto, narra que recién casado con Victoria Grau, nieta de un célebre héroe peruano, y desempeñando en Brasil su primera misión diplomática como Secretario de la Embajada del Perú, en Río de Janeiro, se desató una enfermedad grave e inesperada.

Dejo a Alberto Wagner que nos cuente la historia: «Traía yo una bronquitis que algo me molestaba y que no había logado curar totalmente en Lima, y dispuesto a acabar con ella fui a consultar a un médico, amigo de la embajada, que sin mayor requilorio me envió donde un especialista que no titubeó en decir, después de un examen radiológico, que tenía una tuberculosis pulmonar en plena evolución, que era indispensable un período de absoluto reposo y que me instalaría de inmediato un pneomotórax, es decir la introducción de aire entre las pleuras para inmovilizar el órgano afectado. En menos de 48 horas se venía abajo mi castillo de barajas, quedaban barridas ilusiones y proyectos y cortadas las posibilidades de ejercer mi profesión»20.

Después de resolver con la ayuda de los amigos peruanos en Lima y en Brasil su delicada situación laboral y personal, ingresó a un sanatorio durante dos años, acompañado siempre por la leal presencia de su esposa Victoria. Al recordar aquellos episodios, 50 años después, dirá lo siguiente: «Así comenzó para mí una nueva etapa de la vida, no la despreocupada diplomacia en el exterior que mi muchachez esperaba sonriente sino la condición de enfermo de esa tisis que había perdido el aura romántica que antes tuviera y que afecta todos los estratos de la existencia, desde el comportamiento elusivo y la desmedrada inserción en la sociedad, pasando por deprimentes hábitos cotidianos y la vecindad con el dolor y la muerte, hasta llegar a los más secretos recodos del alma. Iniciaba una jornada de años para la cual no estaba preparado y en la que todo debía aprender y experimentar en vista de un único objetivo tangible que como un globo escapaba, con maliciosa pertinencia, de las manos de un niño: vencer al bacilo de Koch»21.

La fe de Wagner se fue robusteciendo en estos entramados de la existencia humana y de los límites del hombre, por caminos propios. Fue madurando al hilo de una existencia vivida en la verdad y el amor. Al final de sus Memorias, hará un bello balance de sus afanes profesionales y sus creencias que dedica a los lectores, y dirá: «el sentido de la vida no está dado por los indicadores que encontramos en las encrucijadas de los caminos de este mundo. El hombre es, efectivamente, un caminante -o si se prefiere un marinero- un itinerante, que no puede hacer marcha atrás. Su meta no es de este mundo, aunque con él y a través de él debe buscar la vía que lo llevará a su destino trascendente. Lo más seguro es orientarse por las estrellas inmutables: ellas señalan el curso, el sentido, la dirección, que ha de seguirse. No dependen de nuestro mundo sublunar. Para el hombre, el ser con palabra, es decir, con entendimiento, amor y voluntad, las estrellas son signos, metáforas, de la Palabra de Dios. El sentido de nuestra vida no puede ser otro que el camino de la Jerusalén celeste, esa senda que por entre la espesura de tinieblas, opacidades y fracasos, nos abrió Jesús, el Verbo encarnado. Por esa vía encontramos tropiezos, dificultades abismos, y tentaciones, pero al transitar por ella sabemos que vamos sobre seguro, que el Norte no varía de lugar, y que al cabo de ella nos encontraremos a nosotros mismos en el amor de Dios»22.




Belaúnde visto por Wagner

Nos toca ahora penetrar más adentro en el ámbito de las creencias de Belaúnde y cómo todo eso se hacía vida en él. Vamos a citar ahora la conferencia de Wagner a la cual me he referido publicada el 2008 por la Universidad de Piura en el nonagésimo aniversario del Mercurio Peruano titulada Víctor Andrés Belaúnde y la vivencia de la fe23. Leída el 13 de abril de 1984 en el Instituto Riva Agüero en Lima, conmemorando el centenario del nacimiento de Belaúnde, centra su método de trabajo en los siguientes términos: «mi intención en esta conferencia se circunscribe a una cuestión precisa: ¿cómo se estructura la vivencia de la fe en Belaúnde?»24.

Acto seguido Wagner esboza los perfiles sociológicos de la religiosidad en el Perú en los años 30 del siglo XX y la influencia del positivismo y el laicismo en la mentalidad de entonces. Dice: «heredados del siglo anterior habían llevado a una indiferencia por la religión. Considerada como cosa de niños y mujeres, unos la protegían con displicente condescendencia, otros la hacían objeto de burlas, y algunos la combatían como rémora al progreso. Sólo algunos retrógrados y presuntos débiles mentales, los beatos, solían presentarse como católicos y cumplir públicamente con sus deberes religiosos, si no era con ocasión de nacimientos, bodas o defunciones, en las cuales la tradición social imponía ritos de buen tono»25.

Refiere que por los años 20 empezó el despertar de movimientos de laicos que empezaban a cambiar este deprimido panorama, y «sobresalían dos figuras de indudable prestancia, ambas ausentes del país durante el régimen de Leguía, dos hombres vueltos a la fe al llegar a la madurez: José de la Riva Agüero y Víctor Andrés Belaúnde. Representaba el primero, en ideología y actitud, la posición de derecha, mientras que el segundo se ubicaba en el centro y se abría a la conciencia social. Aunque muy amigos entre ellos y solidarios en la fe, el amor por el Perú y la afirmación de los valores tradicionales, sus preocupaciones y enfoques intelectuales disímiles mostraban la variedad de posibilidades»26 prácticas abiertas a los católicos.

Trazados estos perfiles sobre el entorno histórico de las décadas de los años 20 y 30 Wagner se dedica a «bosquejar brevemente cómo enfocaba Belaúnde la fe»27 y dice: «En esta materia tenía dos maestros: San Agustín y Pascal, ambos no sólo hombres de fe sino que filósofos. De allí que ambos transitaran un doble camino hacia las verdades referentes a Dios: uno que podríamos llamar intelectual o científico y otro íntimo»28.

Sobre la influencia de Pascal en Belaúnde dirá Wagner: «En sus estudios sobre Pascal destaca Belaúnde que el gran pensador parte de la duda, no de la duda serena de Descartes, sino de la inquietud y la zozobra. Mientras el uno, Cartesio, se halla satisfecho con la afirmación de su existencia a través de su pensamiento, y gracias a éste de su certeza sobre Dios, el otro, Pascal, declara ignorar lo que es su propia mente»29.

Recoge un comentario de Belaúnde sobre Pascal, «si el hombre es pensamiento, no es pensamiento claro sino un pensamiento en el misterio y la duda, un pensamiento que se mueve entre el infinito y la nada»30. Así, «El espíritu científico del matemático eximio que fue Pascal sopesa razones, sigue las líneas de las certezas finitas para llegar finalmente a su apuesta. Tenemos que apostar en este juego que es la vida por lo finito o por lo infinito. Él, desde luego, apuesta por lo infinito; pero ya la disyuntiva en que se coloca es una medalla de dos caras como todas ellas, y el hecho de apostar, de pesar en la balanza sin tener argumentos válidos para establecer con absoluta seguridad cuál de los platillos es el más pesado, denuncia una andadura mental fría, esquemática, calculadora, more geometrico31».

Continúa Wagner citando a Belaúnde refiriéndose a la intensidad de la inquietud de Pascal, a la cual Unamuno llamó agonía, y Barrés angustia, y dice que ella «encuentra en su propia intensidad su remedio. La inquietud de Pascal refleja la triste miseria humana, pero lleva al mismo tiempo su sello divino. Su congoja, lejos de la resignación epicúrea y que rechaza al mismo tiempo el necio e infundado orgullo de los estoicos, lo lleva a la fe»32.

Por todo eso «la célebre apuesta nos muestra la otra cara de la medalla pascaliana: por encima del pensamiento, del mundo de la inteligencia y de la razón, del cálculo de probabilidades, se halla el orden de la caridad. Lapidaria es la frase del filósofo ermitaño: le coeur a ses raisons, que la raison ne connaît point. Así nos encontramos con el otro camino ascendente de Pascal, el amor. Más allá del Dios de los filósofos y los sabios ve al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, que es fuego vivo, el Dios de la Revelación y de la fe. La apuesta lo lleva a la certidumbre. El cristianismo, concluye Belaúnde, en su esencia es misterio y es amor»33.

Luego de estas pinceladas sobre Pascal, Wagner va a referir una síntesis de lo que ocurrió a Belaúnde después de su encuentro con San Agustín. Dirá: «El otro maestro es San Agustín. Aquí estamos también ante una mentalidad rigurosa, que -nuevamente como Descartes- busca un fundamento inconmovible para su discurrir filosófico. La certidumbre íntima es para él punto de partida y en ella hay tanto una gravedad, un calar en la profundidad, como también un sesgo de exterioridad, que no pueden separarse de las verdades inmutables la inteligencia atesora»34.

Y continúa: «Dentro de esta intimidad, el hombre se vuelve sobre sí mismo y descubre que es imposible que no haya verdades pues por lo menos esta misma negación sería verdad. Advierte así que hay verdades incambiables y eternas y que son aquello que en realidad en su sentido más profundo es. No son ellas independientes entre sí pues son de la misma esencia, y esta esencia de la verdad, inmutable, subsistente, se llama Dios. El astrónomo y retor Aurelio Agustín ha llegado por el camino de las certezas a un Dios que, visto a la manera de Platón, es la verdad absoluta»35.

Pero hay más aún: «de su intimidad también parte otro concepto. Para el obispo de Hipona, el hombre al volverse sobre sí mismo, apoyándose en su mismidad se levanta, se eleva hasta Dios. Este trascender adquiere un vigor especial, una contextura nueva, merced a un elemento suplementario que lo transforma, que también es vivido en la intimidad de la persona humana: la iluminación por la verdad trascendente. La luz de Dios es calor y amor, y constituye el otro camino, complementario del intelectual y filosófico, por el cual transita el hombre en virtud de la fe. Belaúnde advierte que san Agustín, en su profunda vivencia religiosa, halla un argumento psicológico de la existencia de Dios. Ambas vías recíprocamente se agudizan y refuerzan. El discurso teológico tiene así por ley: crede ut intelligas, lo que explicado significa: nuestro entendimiento es útil para comprender lo que se ha de creer, y la fe es provechosa para creer lo que luego se entenderá. La inquietud de San Agustín no sólo busca permanentemente la serenidad sino que llegará por la vía iluminativa a la plenitud: Nos hiciste, Señor para ti, nuestro corazón estará inquieto hasta que no repose en ti»36.

Ahora nos toca plantearnos cómo fue la fe de Wagner, y si es posible averiguarlo, aunque de modo muy somero, a través de esta conferencia sobre la vivencia de la fe en su amigo y maestro, Víctor Andrés Belaúnde. Pienso que esta posibilidad es viable dada la riqueza del testimonio de Wagner que estoy citando. Así intentaré leer entre líneas la convivencia de fe y razón, lo que él comprendió al respecto, aunque en estilo indirecto, es decir cuando lo refiere a Belaúnde. Veamos pues el apartado al cual he llamado Wagner desde sí mismo.




Wagner desde sí mismo

Nuestro personaje habla de la vivencia de la fe en Belaúnde y dice: «La explicación de la doble vía hacia Dios -razón y fe- que en diversas ocasiones y obras emprendió Belaúnde no tiene simplemente un carácter expositivo, propio de un profesor de filosofía o de un laico que siente una misión apologética, sino que responde a una vivencia, a una solidaridad de nuestro autor con San Agustín y Pascal»37.Y subraya: «También él transitará por esta doble vía, y añadirá a las de sus maestros otras reflexiones, aún más: una nueva materia de argumentación racional, vinculada a su circunstancia de hombre del siglo XX»38.

Pienso que se puede deducir de la lectura de estos textos que el propio Wagner también transitaba por la doble vía de la razón y de la fe. La rica y profunda inspiración de su fe cristiana le hizo capaz39, entre otras cosas, de darse cuenta que Belaúnde era un hombre de fe. Vio en él, y reconoció a un intelectual cristiano, y no simplemente a un orador o a un profesor de filosofía, a un expositor sin más.

Continúa Wagner con fe del maestro: «Ella es cuidadosamente ortodoxa y va unida a la caridad y a la esperanza, las otras dos virtudes teologales»40. A ello añade, como veremos más adelante, su carácter cristocéntrico, consecuencia natural de la ortodoxia, que lo lleva a la publicación en 1936 de su libro: El Cristo de la fe y los cristos literarios41. Profundamente entendió y vivió plenamente la verdad de que, siendo Cristo el Verbo encarnado, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, era también persona humana. No conceptualmente o en abstracto, sino de modo muy concreto: el carpintero de Nazaret, o después el Rabí que tenía palabras de vida, en todo semejante a los demás hombres, salvo el pecado. Y Belaúnde establece una relación personal con Él, busca su presencia, lo ve en su fe, lo abraza en su amor42.

Intercala un testimonio personal sobre otro de sus maestros durante su permanencia de dos semestres en universidades alemanas y dirá: «Como oí cierta vez decir a mi maestro Romano Guardini, Cristo es alguien de quien se tiene la impresión de que podemos encontrarlo al doblar una esquina... Al alcance de la mano, de la voz, de la confidencia. Por eso el cristocentrismo es amistad, devota y reverente, por cierto, pero de todos modos amistad con el Redentor, amistad confiada con el Hijo del Hombre. La auténtica fraternidad humana se funda en esta amistad con Jesús, aún más en que Él sea nuestro hermano mayor»43.

Me parece que este párrafo es clave para comprender la vivencia de la fe personal de Wagner, y dada su cercanía a Belaúnde, la de éste también. Por su parte la relevancia de Guardini en la formación cristiana de Wagner en su juventud, autor ampliamente conocido y reconocido en los ambientes culturales contemporáneos, da una idea de la calidad de su influencia en la vivencia de la fe del propio Wagner.

Por eso, el resumen de las características de la fe de Belaúnde hecho por Wagner se puede aplicar perfectamente a la fe del propio Wagner. Dice «es así una fe viva, entre seres vivos, y también viva porque está en actividad, en desarrollo, avanza. Por ella la inquietud se encamina hacia la serenidad. Es la intensa marcha de la duda hacia la certeza»44. En Belaúnde la fe se refleja en sus libros dirá Wagner, y se mostrará como apostólica: «dirigida a sus convicciones... Es la justificación ante sí y los demás de su conversión al madurar en la vida. Su actitud es entonces valiente y sincera, de confesor de la fe. Quien está convencido de la verdad revelada no se arredra ante el deber de proclamarla, de hallarse presente en la tempestad. La sal de la tierra ha de mezclarse con la arcilla»45. En suma, dirá Wagner, es una «fe ortodoxa, cristocéntrica, viva, apostólica, históricamente referida»46.

Sobre ese último aspecto de la fe de Belaúnde, nuestro autor, distingue el contenido del acto de fe y en el apartado IV de su testimonio utiliza una distinción de carácter fenomenológico, esto es de un lado «el contenido de lo que se cree o verdad dogmática» y de otro lado «la manera en que este contenido es creído, o acto de fe»47.

La fe, dirá Wagner, «no es así un simple fenómeno de la inteligencia sino un acto que abarca al hombre todo, ética, estética, existencialmente, y lo coloca en la fraternidad o comunidad de todos. Con ello queda también establecido que no es algo aparte, desvinculado, de la razón como un fenómeno sentimental o exclusivamente volitivo, sino que la pone en juego, la supone e incluye, la concierne a riesgo del fracaso, que es la incredulidad. Para la armónica interacción de la razón en la fe es necesaria la acción de la gracia, que implica un segundo nacer más allá de la carne, un segundo ser dispensado por Dios»48.

Finalmente Wagner se refiere al modo en el cual Belaúnde transita como hombre del siglo XX, en correspondencia a su situación histórica, por la sociedad de sus contemporáneos. Dirá que es «un ejemplo para sus amigos y discípulos, para quienes lo conocieron y apreciaron, para las generaciones que vienen después»49. Efectivamente, Belaúnde comprometido con las cuestiones de su tiempo, en la primera mitad del siglo XX, nos invita a situarnos y orientarnos en las circunstancias históricas que nos rodean hoy. Me voy a permitir enunciar algunas de las más importantes en el próximo y último apartado de este trabajo.




Wagner y Belaúnde: dos pensadores actuales

Tanto Wagner como Belaúnde son dos referentes para las nuevas generaciones de intelectuales iberoamericanos en estas primeras décadas del siglo XXI, en las cuales nos toca afrontar circunstancias sociales y económicas nuevas, también de orden intelectual y cultural, a las cuales hemos de iluminar tanto con la luz de la verdad humana como con las luces de nuestra fe cristiana.

Desde su juventud Belaúnde y también Wagner se plantearon con profundidad la cuestión de las relaciones entre la razón y la fe. Hoy en esta materia tenemos sendas piezas del Magisterio de Juan Pablo II, como es el caso de la Encíclica Fides et Ratio que Wagner sí conoció, y además de cerca, pues Juan Pablo II le nombró miembro de la Comisión Pontificia para la Cultura el año 1984. Qué duda cabe que Wagner la leyó, y la reconocería como una piedra miliar para el estudio de las relaciones de la fe y la razón en nuestro tiempo.

Joseph Ratzinger, por su parte colaborador estrecho de Juan Pablo II, co-autor de la referida encíclica, ha publicado numerosos estudios sobre la materia, que no acaban de asombrarnos por su lucidez y maestría. A título de ejemplo cito un párrafo de un discurso suyo pronunciado en Polonia con ocasión de la colación del grado Doctor Honoris Causa que le otorgó la Universidad de Wroclaw. Dice así: «No vivimos la fe como hipótesis, sino como la certeza que sostiene nuestra vida. Si dos personas consideran su amor sólo como una hipótesis que siempre tiene que ser verificada de nuevo, eliminan el amor. Es negado en su esencia cuando alguien quiere convertirlo en un objeto que se puede tomar en la mano; entonces se ha destruido»50.

Otro tema de perenne actualidad son los estudios sobre la figura de Cristo y la Cristología. Al respecto nos ha asombrado leer la obra de toda la vida de Joseph Ratzinger publicada en una primera entrega con el nombre de Jesús de Nazareth y que estamos a la espera de la segunda parte. Sin duda Wagner y Belaúnde recomendarían no sólo leerla sino divulgarla, especialmente en los ambientes propios de los estudiantes universitarios.

Otra cuestión, es la llamada universal a la santidad que Juan Pablo II ha recogido en un célebre documento, la encíclica Christifidelis laici, en la cual el Pontífice ha hecho extensiva la invitación a todos a serlo: a los políticos, los banqueros, los artistas, a todos51. Ha reiterado que todos somos convocados por Dios, el Dios de Jacob y de nuestros padres, para elevar nuestro trabajo a los altares junto al sacrificio de Cristo. Wagner no me cabe duda es un referente cercano a nosotros en estos temas. El mismo Belaúnde admiraba ya de niño su padre quien oía la misa cotidiana para trabajar con energía infatigable a lo largo del día. Recuerdo por mi parte haber coincidido siendo niña con Belaúnde en una Iglesia pública en el distrito de San Isidro de la ciudad de Lima, en la cual no pasaba desapercibida su participación en la Santa Misa.

Otro tema de enorme actualidad, en el cual nos anteceden tanto Belaúnde como Wagner, es su pasión por resolver lo que en su día llamó León XIII la cuestión social, y que Juan Pablo II ha señalado tiene hoy una dimensión planetaria. Por su parte Benedicto XVI, este año, nos acaba de hacer notar que el desarrollo es parte de la vocación cristiana, en la encíclica Caritas in Veritate y que el logro del mismo es una tarea solidaria que lleva cifrado también el desarrollo humano de todos los hombres52.

Éstas son sólo unas pinceladas que abren el camino a estudios sucesivos sobre las creencias en Belaúnde y en Wagner de Reyna. Queremos que acerquen a las nuevas generaciones las figuras de estos dos ilustres pensadores, de los cuales nos sentimos muy cercanos en la Universidad de Piura, en la cual trabajo y en la que hemos recibido el legado de la Revista el Mercurio Peruano, cuyo ideario en su día vinculó también a estos pensadores iberoamericanos del siglo XX.







 
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