Duérmete mi niño1
Carlos Silveyra
«Era a menudo todo lo que una madre podía ofrecer a su hijo» |
Enzo Petrini |
Federico García Lorca |
Las nanas -también llamadas en Iberoamérica arrullos, canciones de cuna, cantos de arrorró, rurrupatas, etc.- forman parte de la tradición de prácticamente todas las culturas del planeta.
Son canciones
breves, canciones para los niños y no canciones de los
niños, a menudo impregnadas de melancolía, destinadas
a dormir dulcemente a los niños y niñas cuando
éstos no quieren hacerlo. «Canciones para el día y la hora en que el
niño tiene ganas de jugar»
, como dijo
García Lorca en una conferencia en 1928.
Y agrega el poeta
granadino: «No debemos olvidar que la
canción de cuna está inventada (y sus textos
así lo expresan) por las pobres mujeres cuyos niños
son para ellas una carga, una cruz pesada con la cual muchas veces
no pueden [...] Son las pobres mujeres las que dan a sus hijos este
pan melancólico y son ellas las que las llevan a las casas
ricas. El niño rico tiene la nana de la mujer pobre, que le
da al mismo tiempo, en su cándida leche silvestre, la
médula del país».
Canciones que conocemos no de cuando nos las cantaron en nuestra infancia sino de cuando somos espectadores de ese acto de ternura que encarna un adulto ayudando a un pequeño para que el sueño le gane, que su cuerpecito se vaya relajando sin prisas, que a cada momento parezca pesarnos más, apaciguándose.
Canciones que se convierten en un puente amoroso entre la vigilia y el dormir, que son el motor que tracciona el vehículo rítmico que conduce hacia la lasitud necesaria.
Poemas cantados que se transmiten por vía oral, por lo general de una generación a otra. La niña mayor aprendí a las nanas de su madre o de su abuela, las nanas dedicadas a dormir a los hermanitos pequeños. Por lo que, indudablemente, muchas de las canciones de cuna que hoy se cantan pertenecen al campo de lo folclórico, en virtud de la oralidad de su transmisión y el anonimato de los textos.
Tienen, casi exclusivamente, voz femenina, ya sea de la madre o de otra mujer que cumpla esa función, cargada de tibiezas y de angustias cotidianas.
Frecuentemente emplean la ene, na-na, no-no, ni-na, y por la erre, ro-ro, rurru, etc.), así también las combinaciones de vocales, ea-ea, ia-ia.
Presentan una métrica muy variada, aunque predominan las estrofas de cuatro versos rimando el primero y el tercero, heptasílabos, y el segundo y el cuarto, pentasílabos. Aunque también las hay de versos de seis sílabas y rima asonante.
Estas características sonoras, acompañadas por el mecer de la cuna o de los brazos, enfatizan la monotonía de las canciones de cuna. No es, pues, el contenido del poema lo que llama al sueño: es el ritmo «hipnótico», como sostiene Gabriel Celaya. De allí que el tarareo cumpla una función similar.
Resulta significativo que, para conectar vigilia y sueño, la humanidad haya elegido el canto musitado, la poesía sencilla que se une a los brazos que amurallan firmemente al niño pequeño, como asegurando dulzura y protección.
No obstante su empleo instrumental, las nanas representan el primer contacto de los niños con la literatura oral. Constituyen los cimientos tanto de la formación musical como de la poética.
La madre que quiere dormir a su niño por momentos invoca y a veces reclama la colaboración de un conjunto de personajes. Los religiosos suelen cumplir el papel de colaboradores del adulto, logrando un sueño dulce y, sobre todo, rápido, o tienen una misión protectora de los bebés mientras duermen. Estas son las funciones asignadas a santos, vírgenes, ángeles, etcétera.
También encontramos a personajes con funciones coercitivas como el coco o cuco, la loba, la reina mora, la gitana, etc., o la amenaza de que se marcharán ciertos personajes benéficos, como los ángeles, si el niño no se duerme.
El padre es un personaje muy secundario: ocasionalmente suele aparecer brindando protección (haciendo una cuna, por ejemplo) o lejano (trabajando en el campo).
Con alguna frecuencia aparece el imperativo: la arrulladora debe lograr que el niño se duerma pronto para seguir haciendo las tareas hogareñas tradicionales (lavar, coser, planchar, cocinar). Son nanas de otros tiempos, o de pueblos aislados, nanas de los tiempos en que las mujeres adentro, en las casas, que así ha sido desde siempre. Aquel imperativo podía terminar en amenaza fìsica (dar un trancazo) o en manipulaciones más o menos variadas, desde promesas de regalos («una piedrita de azúcar / envuelta en un papelito») hasta el engaño («Si este niño se durmiera / le daría un dineral; / pero después de dormido, / se lo volvía a quitar»).
Canciones de rumia, cantadas en susurro, donde se suelen deslizar contenidos ajenos al niño que está deslizándose por la suave ladera del descanso. Gabriel Celaya recogió esta:
O esta, que es un todo un manifiesto, cargado de dramatismo, también recogida por Gabriel Celaya.
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Fueron muchos los poetas que se impregnaron del ritmo de las piezas folclóricas y escribieron sus nanas autorales. Entre otros Antonio Machado, Juana de Ibarbourou, Federico García Lorca, Gabriela Mistral, Amado Nervo, Miguel Hernández, Gabriel Celaya y tantos otros.
Es interesante ver cómo en las canciones de cuna se suelen folclorizar algunos poemas nacidos autorales. El proceso es el siguiente: un poema autoral comienza a popularizarse, luego, en la transmisión intergeneracional, se pierde el nombre del autor y ya se repite como folclórica, introduciendo el pueblo cambios en sus textos, frecuentemente por olvido de la melodía que le acompaña.
Cantemos a los niños para llamar al sueño. No perdamos este tesoro que nuestros antepasados recibieron de los suyos.
Porque tal vez nuestra abuela, y la abuela de nuestra abuela, fueron autoras (o coautoras) ya que fueron quienes agregaron esa palabra o cambiaron aquella otra, y el verso afinó y la métrica se perfeccionó en la nana que usted ahora escucha en labios de su vecina en la quietud de la noche.
Porque las nanas están en el ADN de nuestra cultura y defenderla no es conservadurismo sino dar valor de las marcas de nuestra identidad.
Porque el camino que conduce a la amistad de las personas con la palabra, ya sea instrumental o artística, se inicia en los primeros días de la infancia con estas bellas piezas literarias que probablemente crearon y transmitieron algunos antepasados, quizás analfabetos, pero que amaban a sus hijos y le ofrecían toda la belleza a su alcance.
Porque son bellas, y esto ya es una buena razón.
- CARRIZO, Juan Alfonso (1996). Rimas y juegos infantiles: Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán.
- CELAYA, Gabriel (1972). La voz de los niños: Barcelona, Laia.
- CERRILLO TORREMOCHA, Pedro César (2005). La voz de la memoria. (Estudios sobre el Cancionero Popular Infantil): Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha.
- GARCÍA LORCA, Federico (1991), conferencia dictada el 13 de diciembre de 1928: Las canciones de cuna españolas. En: Obras completas: México, Aguilar.