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El título completo es El doctor Frégoli o La comedia de la felicidad. La versión española fue obra de Azorín, al que se atribuye la autoría en la edición que hemos consultado (Madrid, Prensa Moderna, 1928). No obstante, la relación entre este singular doctor que intenta crear un teatro que reparta «belleza, salud, juventud y amor» con la obra de Edgar Neville es muy vaga.

 

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Max Aub en La gallina ciega (ed. Manuel Aznar, Madrid, Alba Ed., 1995) recoge las impresiones de su viaje a España en 1969 y arremete contra la obra teatral de Edgar Neville y José López Rubio.

 

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ABC, 18-XII-1999. Ya publicado en Desde la última fila. Cien años de cine, Madrid, Espasa, 1995.

 

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Citamos a partir de El baile. La vida en un hilo, ed. M.ª Luisa Burguera, Madrid, Cátedra, 1990. Para el resto de sus obras dramáticas, utilizamos Edgar Neville, Teatro, Madrid, Biblioteca Nueva, 1955-1963, 3 vols.

 

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La obra, tanto en su versión teatral como cinematográfica, tiene un principio espléndido, pero al final el «pobre» protagonista -que había antepuesto «el sol, los amigos, la humildad y las siestas interminables [...] al éxito, a la fama, al dinero, a la vanidad»- renuncia a buena parte de sus ideales ante la perspectiva de un futuro matrimonio. Abordo la relación cine-teatro en la obra de Miguel Mihura en mi libro Dramaturgos en el cine español (1939-1975), Alicante, Universidad de Alicante, 2003.

 

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«Cuando se sienten deseos y ansias es que no se ha perdido la juventud», afirma Antonio, el maduro galán que protagoniza Prohibido en otoño, en coherencia con lo manifestado por el propio autor, cuya trayectoria biográfica ejemplifica esta actitud.

 

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La obra poética de Edgar Neville es muy tardía. En sus últimos años (1964-1967) fue publicando, en la Librería Anticuaria El Guadalhorce de Málaga y con la colaboración de Ángel Caffarena, unos cuidados folletos donde encontramos una poesía que va desde el homenaje a su amigo García Lorca hasta las lamentaciones por un amor no correspondido, con un claro contenido autobiográfico corroborado por varios testimonios. No es una excepción, pues los versos sencillos de Edgar Neville nos remiten a sus amigos, aficiones y preocupaciones en un espacio que también es un reencuentro con la memoria, esta vez por la vía lírica. El propio autor, por entonces muy interesado por la pintura, es el responsable de las ilustraciones, salvo en Amor huido (Madrid, Taurus, 1965), donde contó con la colaboración de José Caballero.

 

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Podemos encontrar una buena selección en Jardiel Poncela, Máximas mínimas y otros aforismos, ed. Fernando Valls y David Roas, Barcelona, Edhasa, 2000.

 

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En este volumen (Madrid, Biblioteca Nueva, 1936), como en el titulado Eva y Adán (Málaga, ed. del autor, 1926), recopila relatos de humor vanguardista que habían sido publicados en diversas revistas. Nada en ellos hacía presagiar al autor de Frente de Madrid (Madrid, Espasa Calpe, 1941), donde un Edgar Neville en la órbita de su amigo Agustín de Foxá paga tributo a su rocambolesca adhesión a los sublevados contra la II República; él, al que Ramón Gómez de la Serna llamaba «el señorito de la República». Este episodio, y todo lo relacionado con el mismo, ha sido obviado o infravalorado por buena parte de los críticos, a pesar de lo significativo que resulta para comprender las contradicciones y limitaciones del grupo generacional al que se adscribió Edgar Neville.

 

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Véase el excelente estudio de Javier García Menéndez, «La concepción lúdica del teatro», en M. Cantos Casenave y A. Romero Ferrer (eds.), La comedia española entre el realismo, la provocación y las nuevas formas, Cádiz, Universidad de Cádiz-Fundación Muñoz Seca, 2003, pp. 153-162.

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