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Editorial.

DIAZ GONZALEZ, Joaquín

El camino de Santiago tiene, además de un atractivo especial para quien desea salir de su tierra o de sí mismo para trascender a otra realidad, un carácter de archivo móvil. Ese archivo reúne datos geográficos, históricos, humanos, poéticos y musicales. Desde el remoto canto de Ultreja (¡adelante!) con el que los peregrinos medievales se daban ánimo solicitando la ayuda de Dios, hasta las recientes canciones –la última del cantante gallego Juan Pardo dirigida al Apóstol–, miles de textos y melodías se han compuesto para y por el camino. Algunas reflejan antiguas creencias que se adaptaron al nuevo itinerario en los siglos oscuros; otras transmiten sucesos acontecidos en el peregrinaje para que sirvan de aviso a los caminantes, como aquellas en que se habla de milagros, de apariciones, de privaciones o de violencias físicas sufridas por los viajeros; las hay, finalmente, que tratan de aliviar el cansancio físico poniendo alas al pensamiento o haciendo volar la imaginación por encima de los montes que se interponen entre el peregrino y su objetivo. De este modo, el repertorio –a veces íntimo, a veces colectivo– pasa, de ser un concepto formal que acompaña al caminante como el bordón o la mochila, a ser una realidad virtual, una especie de vía láctea musical, de cuya atmósfera es propietaria toda Europa