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Editorial.

DIAZ GONZALEZ, Joaquín

Vuelve a interesar a los estudiosos de la cultura tradicional el fenómeno de la transmisión a través de pliegos impresos. No es para menos; es probable que, detrás de cada simple papelillo de color que contemplamos con curiosidad, y en el que podemos leer romances y décimas junto a alguna que otra copla de época, se esconda un fragmento de la vida social y cultural española demasiado importante como para que sigamos despreciándolo o tratándolo con ligereza. Investigar, observar el complejo e interesante contexto que rodea a la producción de pliegos de cordel podría ayudarnos a interpretar una parte de la literatura escrita que ha tenido influencia capital sobre el repertorio de tradición oral. Claro que, para ello, habríamos de despojarnos de prejuicios difíciles de erradicar y tal ejercicio es complejo, pues, como ya le pasaba el pasado siglo a Antonio Trueba, en el propio análisis del hecho se producen sentimientos contradictorios: Quien haya vivido o tenga aún presente la imagen del coplero, ¿cómo puede sustraerse a suscribir frases como esta? "...tal acogida encontraban estas (coplas) en mí, que no me dormía hasta que las aprendía de memoria o poco menos. Cantarlas y recitarlas era para mí el placer de los placeres". Años más tarde, sin embargo, el propio Trueba llega a una reflexión desengañada acerca del contenido de aquellos romances: "Si en el concepto moral no los encuentro malos, no así en el concepto literario. En este concepto cada vez me han parecido peores, porque naturalmente cada vez se ha ido depurando y haciendo más descontentadizo mi gusto en materia de poesía" (A. Trueba: De Flor en Flor).
Claro que esa consideración social desfavorable en que muchas veces caían el ciego y su oficio, tanto por su aspecto como por su mediocre inspiración, provenían más de opiniones suscritas por aparentes progresistas (quienes creían ver en ese mundo al fantasma de la España negra), que del propio pueblo. Véase, por ejemplo, cómo juzgaba un gacetillero vallisoletano de mediados del pasado siglo, la tradicional forma de comunicar coplas y romances: "Tenemos la desgracia de sufrir, como siempre, los gritos de los ciegos que son acompañados por tan malos instrumentos como malas suelen ser sus gargantas. Muchas personas se quejan de las incomodidades que les causan, y ya que no se puede hacer una prohibición directa en beneficio de los vecinos que no gustan de canciones a ciertas horas del día, no vendría mal una confabulación para que a esas mismas horas se dijese a los cantantes llamasen a otra puerta aunque, después que ellos comprendiesen la causa, sacasen más fruto voceando en horas menos intempestivas y en las que podrían ver más eficazmente la generosidad de los vecinos que sabrían pagar su abstención como corresponde a las personas agradecidas".