Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

El abanico

Concepción Gimeno de Flaquer





Vamos a charlar hoy de cosas ligeras, señoras mías, y para esto nada tan oportuno como el abanico, artículo ligero, que deseo no se convierta para vosotras en artículo pesado. El abanico tiene gran importancia, ya sea de puño de oro con rico monograma de brillantes, ya ostente un paisaje de Watteau, de Fortuny, de Gavarni o de Hamon, ya luzca ricas plumas o lujoso encaje de Chantilly; desde el abanico de varillaje ebúrneo, nacarado, argentino o de oloroso sándalo, hasta el de madera común, hay gran distancia y sin embargo tienen el mismo poder, pues este depende de la mano que lo mueve. No hay que fiarse de los abanicos de palo santo, pues se dice de algunos que fueron exorcizados.

Existen abanicos con pinturas bíblicas que nos recuerdan épocas patriarcales y con pinturas bucólicas de los afortunados tiempos arcaicos; también los hay con escenas mitológicas, presentando a Minerva en lucha con Apolo y saliendo victoriosa, como salieron las musas del combate con las piérides; algunos tienen cupidos (estos son los abanicos cursis) y otros, aquí viene lo grave, un Hércules rueca en mano, hilando a los pies de Onfalia.

Ahora que no nos oyen los hombres, pues al Himalaya de su gravedad científica no llegan nuestras frívolas conversaciones, os diré, que desde Onfalia en la antigüedad, hasta la más candorosa colegiala de la Edad Moderna, la mujer no ha dejado de hacer hilar al hombre sin que él lo advierta. Os recomiendo encarecidamente el secreto, pero sabed que nuestra habilidad consiste precisamente en hacer hilar a ese sexo que se llama fuerte (!) fuerte, y lo desarmamos con una mirada; fuerte y le hacemos víctima de nuestros caprichos; fuerte, y le vencemos; fuerte, y le trastornamos, desorientamos y derrotamos con un gracioso mohín siempre que se nos antoja. ¡Fuertes ellos! ¡Qué dislate! Jamás debiera hablar el sexo feo de fortaleza.

No lo olvidéis, queridas lectoras: hacer hilar al hombre es nuestra gran gloria; ponerle la rueca en la mano, nuestro trofeo: a un hombre que haya hilado mucho, podéis presentarle la tela más toscamente urdida y le parecerá fina. Hacedles hilar: este es el consejo más maquiavélico, pero también más provechoso que puedo daros. Y no creáis que la tarea es ardua; el sabio, el filósofo, el hombre de mundo, el pícaro y hasta el pillo, son unos infelices ante una mujer que les inspira voluptuosidad.

¡Pobrecillos! Al hacerles hilar, hilamos su porvenir, como hilaban las parcas el destino de los mortales en los días del paganismo.

Julia, la hija de Augusto, que se vanagloriaba de hilar la lana para la túnica de su padre, tejía con la imaginación mientras hilaba, las intrigas en que había de envolver a sus amantes, pues en eso de tejer nadie ha llegado a la perfección cual la mujer y la araña. ¡Desgraciados los seres que se ven envueltos en las redes tejidas por ellas!

Mas volviendo al abanico, a ese juguete que puede causar más daño que una ametralladora, debemos confesar que en manos de una mujer traviesa, hace todo menos aire: preguntadle a una coqueta de qué sirve el abanico, y si tiene el valor de la franqueza, os responderá que de arma ofensiva y defensiva.

Existe un lenguaje convencional llamado del abanico, que es el telégrafo del amor.

El abanico se convierte frecuentemente en puñal en manos de una bella, pues entregado de cierto modo a su galanteador, mata todas sus esperanzas.

El abanico le sirve a la mujer que dice algo contrario a la verdad para cubrir el rubor que asoma a su rostro.

El abanico lo emplea también una mujer en sus mudas evasivas: cuando no quiere contestar categóricamente a una pregunta, finge distraerse mirando el paisaje de su abanico, que es gran recurso en algunos momentos.

Cuando una mujer tiene que contemplar de cerca de una rival triunfante coloca ante ella el baluarte del abanico, porque sin tal baluarte la rival quedaría petrificada, como si Gorgona le hubiera dirigido una de sus terribles miradas.

El abanico es para la mujer experta escudo, parapeto, trinchera y coraza.

¿Creéis que las Catalinas en Rusia, la hija de Enrique II en Francia, necesitaron el cetro para subyugar? No, bastoles el abanico: con un movimiento de este expresaban su mal humor y la corte temblaba.

La Princesa de Eboli, la Princesa de los Ursinos, Diana de Poiters, la Duquesa de Etampes, Luisa de Valiére, la Montespan, Gabriela de Estrées y la Marquesa de Pompadour no poseyeron más cetro que el abanico, y sin embargo ostentaron despótico poder esclavizando nada menos que al soberbio Felipe II y a Felipe V, al Rey Caballero, a los Enriques II y IV, al Rey Sol y al elegante Luis XV.

El abanico posee respetable antigüedad: antes de la decadencia de los griegos se usaba en aquella tierra que fue la propagadora del buen gusto artístico: perfeccinose en China e introdújolo Catalina de Médicis en Francia, donde ha llegado a ser una de las industrias más productivas. Los chinos y japoneses lo usaron tanto como los indios y los persas, pero es preciso convenir en que el abanico es dije femenino: una mujer, la bella Kan-Si, hija de un poderoso mandarín, fue la inventora en China. El abanico figuró también entre las joyas de Isis; agitolo la Sibila de Cumas al pronunciar los oráculos; Eurípides lo puso en manos de un esclavo para refrescar el hermoso rostro de Helena; la reina Teodolinda dejó entre sus joyas un hermoso abanico, y los célebres poetas Ovidio, Terencio y Propercio colocaron el abanico en manos de las matronas romanas.

Los primeros abanicos que aparecieron en Inglaterra viéronse en la Corte de Ricardo II; dos siglos después un abanico de Isabel de Inglaterra fue cantado por Nichols.

Luis XVIII, cultivador de las letras, regaló un rico abanico a una dama tan bella como coqueta, mandando grabar en la caja que lo guardaba el siguiente madrigal, que no carece de ingenio:


Dans le temps de chaleurs extrêmes,
Heureux d'amuser vos loisirs
Je saurai prés de vous amener les zephirs;
Les amours y viendront d'eux-memes.

El abanico es el confidente de la mujer; a él confía las tiernas impresiones experimentadas en el baile; él cubre su mórbido seno cuando miradas atrevidas se fijan audazmente en sus formas; defiende contra los indiscretos la flor o el lazo desprendidos del corpiño para convertirse en amorosa prenda, y es instrumento de pueril desahogo cuando la envidia o los celos se apoderan de su alma.

Conócese el temperamento de una joven en la manera de agitar el abanico, como conoce el polígrafo el carácter de un individuo por su escritura.

Las maniobras del abanico son más complicadas que las maniobras náuticas: no puede comprender el hombre, esa orgullosa criatura que se denomina rey de la inteligencia, los manejos que envolvemos en el manejo del abanico.

Vanaglórianse las damas de la aristocracia madrileña de sus colecciones de abanicos, más que un bibliófilo de sus libros incunables; saben usar y abusar del abanico, pero es justo consignar que para juguetear salerosamente con él, nadie aventaja a la mujer de Andalucía; el ala del pájaro no se mueve tan rápida y coquetamente como el abanico de una andaluza: en sus manos no hay abanico inocente; tan peligroso es el de paisaje infantil, como el de paisaje erótico, despertador de los sentidos; tan terrible el de la dama como el de la plebeya.

¡No prescindamos nunca del abanico, que a pesar de ser frágil nos hace inexpugnables; hagámosle figurar en primer término en nuestro arsenal y guardémosle eterna gratitud!

Que no miréis airadas, queridas lectoras, a quien no ha sabido salir airosa describiendo el objeto encargado de hacer aire, es lo que desea vuestra apasionada





Indice