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El ambiente literario

ManuelUgarte





En medio de la interminable serie de encuestas locuaces y anodinas, un diario ha dirigido a sus lectores una pregunta escueta:

-Dada la proporción de habitantes, ¿se lee más en París o en el resto de Francia?

Y la contestación ha sido unánime:

-París lee poco; el verdadero mercado de los editores es la provincia.

Los que hemos vivido en las grandes ciudades y lejos de ella, alternando el bullicio y la sociedad, comprendemos el fenómeno porque lo observamos en nosotros mismos. En las urbes tumultuosas apenas logramos hojear rápidamente lo indispensable para mantenernos dentro de la actualidad. En el retiro voluntario seguimos en todos sus detalles la evolución de las ideas contemporáneas y encontramos tiempo, además para volver hacia el pasado y renovar viejas lecturas. A la conversación aturdida y a la actividad febril se sustituye el reposo y la reflexión. Y es acaso esta circunstancia la que nos permite hablar hoy con discernimiento de las últimas novedades de librería.

Al margen de las obras de escándalo que, como «La Garçonne», han tenido universal resonancia, hay toda una literatura que no alcanza a salvar a veces las fronteras a causa de mismo equilibrio y ponderación. Así, el reciente libro de Camille Mauclair, «Serviture et grandeur litteraires», digno de quedar como documento insustituible para el estudio de nuestra época. Todas las grandes figuras, admiradas o aborrecidas durante los últimos treinta años, y todos los asuntos o problemas éticos, que han ocupado la atención del medio artístico parisiense, toman relieve bajo la pluma del célebre crítico. Hay, sobre todo, una evocación del ambiente que rodeaba a los simbolistas en las primeras épocas, cierto retrato de Moreas y una descripción de las antiguas reuniones en el «Mercure de France», que merecen quedar en la memoria de los que siguen desde el extranjero la actividad de París.

También han aparecido en estas semanas algunas novedades que no aspiran a la engañosa celebridad del premio ni a la correntosa difusión de la pornografía. Junto al «Destin Maitre», de Louis Jaen Finot, hay que citar la «Reine Taia», de Maurice de Wateffe, donde hallamos, rindiendo culto a la actualidad arqueológica, una interesante evocación de los tiempos faraónicos, y «L'Ephémère», de Marcelle Vioux, que me parece una de las más felices notas realistas dentro de la producción de estos tiempos.

La heroína de «L'Ephémère» es una aldeana de quince años que abandona la placidez y la miseria de los campos para tratar de mejorar su suerte en medio del estruendo de las fábricas. Su ingenuidad la pierde en medio de las promiscuidades y las tentaciones. El amor pasa, inconsciente, efímero; el amor egoísta del que aspira el perfume y sigue su camino sin volver la cabeza. Y el dolor de Babet Cardou es, todo el drama, un drama intenso y angustioso que nos permite conocer la vida de las fábricas de hilados y tejidos y comprender, fuera de toda paradoja, que el naturalismo puede nimbarse también de poesía.

Otra novela, menos casta, pero animada, brillante, bulevardera precisamente por su cosmopolitismo, es «Ouha, roi des singes», de Felicien Chamisaur. El autor nos lleva a las selvas de Borneo, donde el chimpancé Ko-Zu, los tigres y los elefantes entretienen la curiosidad, a menudo malsana, de miss Mabel, heroína caprichosa que derrocha la fantasía. Novela de aventuras y de inverosimilitudes, pero novela vibrante, llena de chispas que despiertan la curiosidad y hacen volar las páginas.

Fasquelle es uno de los pocos que no han recurrido a la trampa de los concursos literarios que hoy despiertan a los lectores y cultivan el mal gusto como una escuela. Sin embargo, son sus volúmenes y sus autores los que con más prestigio dominan el campo. El editor de Zola, Gauthier, Flaubert, Rostand, Pierre Louys, no quiere modernizarse. Pero los tres últimos libros que acabamos de citar llevan su pie de imprenta, y como los tres tienen éxito, fuerza es admitir que el público no se deja llevar siempre por la atracción de la publicidad o por el detalle lujurioso.

Hay un buen sentido superior que regula dos movimientos colectivos. El lector desconfía del reclamo vocinglero y trata de emanciparse de la sugestión comercial para ver con ojos propios. Las habilidades dejan de serlo así que son conocidas. Y las que se repitieron muchas veces han perdido al pasar de mano en mano su prestigiosa apariencia.

Es lo que sintetizaba cierto crítico en una crónica reciente:

-Hay que empezar a contar con el público para engañar al público.

Y en el travieso sonsonete de tas palabras asoma a la vez la censura de un sistema y el anuncio de una reacción.





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