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El amor1

Concepción Gimeno de Flaquer





Nos sería imposible no hablar del amor en un periódico consagrado a la mujer.

Ave, lira y mujer, son sinónimos, porque la lira, el ave y la mujer exhalan constantemente armoniosas notas de amor.

El corazón de la mujer es una pira inextinguible de amor, un altar santo y bendito en el cual arde constantemente el incienso del entusiasmo, un tabernáculo sagrado de nobles sentimientos y levantadas ideas.

Sabed, señoras mías, que el amor es susceptible de falsificación: los amores y los amoríos son parodias, adulteraciones, simulacros, bocetos informes y croquis mal acabados del verdadero amor.

Hay seres que aman la belleza, la elegancia, el nombre de una persona, su talento, su gracia, su gentileza, o su fortuna.

Todos estos sentimientos distintos, al ser manifestados, toman ilícitamente el nombre de amor.

La ambición, la vanidad, el capricho, el coquetismo y la sensualidad, se atavían frecuentemente con el ropaje del amor. El disfraz suele ser tan perfecto, que hasta las inteligencias más brillantes son víctimas de la mayor ofuscación.

Las mujeres particularmente son muy propensas a grandes alucinaciones.

El oropel y el similor los acogen cual si fueran oro de ley: fácil es comprender en qué consiste esto.

La viva imaginación de la mujer atropella a la reflexión, y la falsa educación que reciben algunas mujeres les hace fiarse demasiado de apariencias y exterioridades de relumbrón.

No es el amor romántico, que siempre aparece espiritual, el más verdadero; el amor romántico suele ser una fiebre del cerebro. La poesía del amor no consiste en las frases y manifestaciones que se adoptan para expresarlo. En amor nada es la forma: el fondo lo es todo.

Algunas mujeres tienen la desgracia de creer en el amor revelado en sonoros versos, y generalmente es el más falso. Para amar mucho no es preciso ser versificador.

Desconfiad del amor que os pinten con brillantes metáforas, originales hipérboles y elegantes hipótesis. No se necesita galanura de estilo para presentar un sentimiento en todo su esplendor.

¡No apellidéis vulgar al hombre que, abrasado en un sentimiento noble, se encuentra difícil para definirlo!

Cuando hay muchos grados de pasión, el idioma es insuficiente: entonces a la turbación del hombre enamorado debe suplir la penetración de la mujer.

No es amor poético el del hombre que quiere demostrarlo a fuerza de frases ampulosas y sonoros adjetivos. Es amor sublime, inmenso, santo y grande, aquel que se apoya en la abnegación y el sacrificio, porque el sacrificio es la poesía en acción.

El hombre que ama a una mujer de mérito a la cual tributa la sociedad aplausos y adoración, y calla ese amor, temeroso de que sea profanado, guardando religiosamente la pruebas de afecto que su amada le da, ese hombre ama verdaderamente.

El hombre que hace pública ostentación del amor que inspira a una mujer que brilla en el gran mundo, no la ama a ella, se ama a sí mismo.

Las almas verdaderamente delicadas y apasionadas, prefieren el silencio y el misterio, a la publicidad.

No es lo mismo amar a una mujer por ella, que por sus méritos.

Mediten esto las mujeres.

Un amante decía a una mujer adornada de gloria, juventud y belleza: «No amo en ti tu talento, que todos celebran, y menos tu belleza y juventud: comprendo que amo la esencia de tu espíritu, el aroma de tu alma, el perfume de tu corazón, pues fea, vieja e idiota, te amaría lo mismo».

Este amor no puede confundirse con el cálculo, la conveniencia y el egoísmo.

Este amor se halla despojado de toda idea terrenal.

Esforzaos en merecer un amor cual este, queridas lectoras.

El mayor éxito que puede obtener una mujer, es inspirar un amor sublime y puro.

Hay amor sentimiento y amor sensación: la mujer debe saber distinguirlo, porque de lo contrario está muy en peligro.

¡Cuántas veces vierte la mujer una gota de ternura en el corazón de un hombre, sin saber que este la absorbe con la voracidad del deseo, dando incremento a la fatídica llama que abrasa su cerebro!

Dice elocuentemente la notable escritora Jorge Sand: «Es preciso distinguir el amor del deseo; éste quiere destruir los obstáculos que lo atraen, y muere sobre las ruinas de una virtud vencida: el amor quiere vivir, y por lo mismo quiere ver al objeto de su culto largo tiempo defendido por la virtud; por ese muro de diamante cuya fuerza y brillo le da valor y hermosura».

La mujer que no sostenga el amor de un hombre, más por las negativas que por las concesiones, se verá derrotada, y el enemigo que se presentaba como siervo humilde, pronto se alzará tirano vencedor.

El amor, cuando está en creciente, vive de combates y de luchas, pues al no encontrar dificultades, suele dormirse al arrullo de la confianza y despertar helado.

El amor es un guerrero audaz y temerario, que quiere diques, muros, escollos, barreras insuperables, fuertes trincheras y fortalezas inexpugnables; porque como cuenta segura la victoria, sin dificultades sería pequeño su triunfo.

Se equivocan los que dicen que la sensación es hija legítima del amor: la sensación es una hija espuria, una hija bastarda e infame, que al nacer mata a su padre.

¡Hombres, creednos! Jamás huyáis de las mujeres severas: os aman más y mejor las mujeres que os imponen duramente sus virtudes, que las que aceptan con gran docilidad vuestros vicios.

El amor espiritual no quiere manchar sus níveas alas en el lodo de la vida.

El amor puro se inspira siempre en cosas muy altas; el amor puro puede conducirnos a la inmortalidad.

El amor puro es un astro que ilumina la lóbrega noche del dolor.

Una aromosa esencia que fertiliza los corazones abrasados por la fiebre de los sentidos.

El faro luminoso que conduce al extraviado viajero a puerto de salvación.

La inextinguible estrella que con ígneos resplandores ilumina los abismos del alma.

La gota de rocío que vivifica las marchitas flores del pensamiento. ¡El suspiro de un serafín!

¡El tierno acento de un querube!

¡El beso de la aurora al cáliz de la azucena!

El amor puro consiste en la célica fusión de dos almas en una, alzando el vuelo hacia la etérea región.

El amor es para el corazón humano, lo que las frescas auras para las plantas que mueren abrasadas por el sol; lo que la vista de la playa para el náufrago desalentado; lo que la fuente de un oasis para el árabe sediento.

Muy conocido es el poder del arquitecto del mundo, como llama al amor Hesiodo: bajo su influencia, no hay carácter ni vicio que no se modifique. El altivo humilla la cerviz, el arrogante se prosterna, el débil se hace fuerte, grande el pequeño, héroe el grande.

En alas del amor han penetrado en el templo de la gloria, Rafael con su Fornarina, Tasso con su Eleonora, Dante con su Beatriz, Petrarca con su Laura, Goethe con su Margarita, Velázquez con su Juana, Andrés del Sarto con su Lucrecia, el Ticiano con su Lavinia y Tintoretto con su Marietta.

Todos los grandes genios han hablado del amor de un modo tan tierno como sublime.

Amor es un ala que Dios da al alma para que vuele al cielo, ha dicho Miguel Ángel.

Santa aspiración de la parte más etérea del espíritu, le ha denominado una escritora contemporánea.

Respiración celestial del aire del paraíso, le apellida el ilustre autor de Nuestra Señora de París.

El amor es el lazo que más estrechamente nos une a la vida: cuando hastiados de ella queremos abandonarla criminalmente, él nos presenta un mundo envuelto en velos purpúreos y nacarados, en el cual la luz del sol es siempre pura, el cielo diáfano y azulado, el céfiro impregnado de perfumes, el prado verde, lozano, y canoras todas las aves que hienden el espacio, formando conciertos armoniosos con sus alegres trinos.

Cuando ese afecto angélico, ese deleite divino, penetra en nuestro corazón, siembra en él un germen fructífero, del cual nacen la ventura, la paz, la dicha y el entusiasmo hacia todo lo bello y lo sublime.

En un corazón enamorado no tienen cabida pensamientos mezquinos, porque un corazón enamorado respira siempre atmósferas de santidad.

La criatura, ora se vea azotada por el furioso vendaval llamado infortunio, ora se halle bajo el yugo del fatalismo, de ese gigante aterrador cuya dura fisonomía nos dirige una sonrisa sarcástica para insultar nuestro dolor, jamás se abate: su alma perseguida por la adversidad, se hace más grande con la lucha de los peligros, y se eleva como una encina que se ve crecer a la vista, cuando la tempestad se agita en torno de su espléndida copa.

Si la luna resplandece cual fúlgido diamante suspendido en la bóveda celeste, retratando su pálida faz en el mar, y las flores al abrir su corola embalsaman el ambiente, y la mariposa revuela en torno de su jazmín querido, es que el fuego de la pasión las anima, y el mar ama a la melancólica luna, y las auras al mar, el jacinto a la azucena, la mariposa al jazmín y el céfiro a la brisa. ¿Queréis encontrar la escabrosa senda de la vida cubierta de odoríferas flores?

Amad.

¿Anheláis un lenitivo a vuestros pesares, un bálsamo a vuestras heridas, una panacea a vuestros infortunios?

Amad.

El amor es la vida del alma; ésta, semejante a una planta parásita, queda yerta, muere, cuando le falta ese jugo, esa savia vivificadora.

¡Hombres eminentes, ilustrad a la mujer, porque ella, reina de vuestra voluntad por vuestro amor, os manejará a su antojo!

Si tiene la mujer entendimiento, os elevará; si carece de él, os hará perder el vuestro.

Ser vencidos por una mujer de mérito, es un triunfo.

Ser vencidos por una estúpida, es una derrota.

¡No pospongáis la inteligencia a la hermosura, porque os rebajáis!

Cuanto más ilustrada se halle la mujer, más seguros estáis de no ser víctimas de ridiculeces suyas y caprichos vanos.

La mujer os enseña a sentir, prepara vuestro corazón para el amor: preparad vosotros su criterio por medio de la instrucción, para que sólo germinen en él grandes pensamientos y levantadas aspiraciones.





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