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ArribaAbajoNÚMERO 5.º

Relación de la fiesta que hizo a Sus Majestades y Altezas el Conde-Duque la noche de San Juan de este año de 1631.

Habiendo festejado a Sus Majestades y Altezas domingo 1.º de Junio la excelentísima señora Condesa-Duquesa de San Lúcar en el jardín del Conde de Monte Rey, su hermano, con una fiesta, no prevenida con ostentación, sino con gusto, poniendo en ella la generosa y atinada sazón con que tantas veces lo hace, ya en ocasiones del cumplimiento de sus años, ya de felices sucesos de sus monarquías, y ordinariamente por sólo entretenellos, tomando de la merecida gracia que alcanzan mujer y marido con Sus Majestades, no más del ansia y acierto de servillos; quiso el excelentísimo señor Conde-Duque de volver a festejallos en el mismo sitio la noche de San Juan, y teniendo tan pocos días para disponello y ejecutallo, se resolvió a mostrar hasta en esto el amor y el cuidado con que sirve al Rey nuestro señor, y cuán fácilmente vence lo más dificultoso en su nombre; y para primera prevención de la fiesta, que había de constar, entre otros aparatos, de dos comedias nuevas, que aún no estaban escritas ni imaginadas, ordenó S. E. a Lope de Vega que escribiese la una, que lo hizo en tres días; y a don Francisco de Quevedo y a D. Antonio de Mendoza la otra, que la acabaron en solo uno, entregándolas para que las estudiasen a las dos compañías de Avendaño y Vallejo, las mejores que hoy representan. Y no rindiéndose el Conde al poco tiempo que le quedaba para tanto como tenía dispuesto, en medio de sus grandes cuidados   —252→   y desvelos en el universal despacho de los negocios, sin hacer falta a ninguno, parece que cuidaba de solo éste, tomando para alivio de tantas fatigas y por premio de tan gloriosos trabajos, entretener a Sus Majestades en el más lucido, apacible y decente divertimiento que pudo trazar su buen gusto, no menos galante y bizarro en las materias leves y entretenidas, que prudente y desvelado en las severas y grandes. Y para que ni en cosas tan retiradas ya de sus ejercicios faltase nada a la puntualidad con que sirve al Rey, lo dispuso todo en esta forma:

Eligió en el jardín la parte más a propósito para las estancias en que habían de asistir las personas Reales y las damas, y algunas grandes señoras, deudas suyas, que embozadas se habían de admitir a la fiesta, y otras mujeres de ministros y criadas suyas, y el teatro y lo demás imaginado para las divisiones en que Sus Majestades y Altezas se habían de hallar a diferentes horas. Y encargó la fábrica al marqués Juan Bautista, hermano del cardenal Crescencio, caballero del Hábito de Santiago y superintendente de las obras de palacio y de la junta de obras y bosques, persona no menos señalada que por su bondad y nobleza, por la insigne obra del panteón de San Lorenzo, que ha pendido de su ingenio y cuidado. El cual, por las advertencias del Conde, y hallándose algunas veces a encaminallas y dallas prisa mi señora la Condesa, se armó un hermoso cenador, adornado rica y desahogadamente, en que se pusieron las sillas del Rey y sus hermanos, y las almohadas de la Reina nuestra señora para ver desde allí las comedias; y a sus lados otros dos, compuestos no menos lucidamente, en que asistieron las damas y señoras de honor que se nombran después. Y entre unos y otros unos nichos, en que retiradamente estuvieron los condes de Olivares. Y enfrente del sitio de los reyes se fabricó el teatro de los representantes,   —253→   coronado de muchas luces, en faroles cristalinos, y de varias flores y hierbas, que no sólo hacían hermosura, sino admiración en el modo con que estaba dispuesto. Y a los lados de este tablado, con distancia proporcionada, se fabricaron otros dos, que en el más vecino asistieron las señoras, y en el otro las criadas, trazados con tal arte, que de ambos se gozaba todo sin embarazar en nada.

Abriéronse puertas a los dos jardines confinantes86. En el del Duque de Maqueda, que fue del Patriarca Cardenal de Guzmán, se pusieron unas enramadas para el efecto que se dirá después; y en el de D. Luis Méndez de Carrión se fabricó otro muy excelente, por lo que se verá adelante; y en lo más escondido de él se eligió parte donde estuvieron los oficios sin confusión, y fáciles Y prontos para cuanto fueren menester; y por la parte del Prado se levantaron unos tablados grandes, hechos en tal forma, que, sin embarazar el jardín, estaba en él, donde habían de asistir los seis coros de música, y capaces para hospedar a todos los señores y caballeros que quisiesen ocupallos, porque a ninguno se dio lugar en la fiesta, por la circunstancia que se entenderá a su tiempo; y porque ninguna cosa se embarazase con otra, partió el Conde el cuidado de cada una de las esenciales de esta manera:

Al Duque de Medina de las Torres, su hijo, sumiller de Corps de Su Majestad, encargó, por lo menos fácil de perfeccionar y conseguir, las músicas y las comedias, para que estuviesen prevenidas con puntualidad; y el mismo   —254→   cuidado del Conde no pudo disponello mejor, que los obedeció el Duque.

Los tablados de la parte de afuera, y el palenque que se hizo para los coches de Su Majestad y de las damas, y que estuviese todo despejado y prevenido con decencia y autoridad, encomendó a D. Luis de Haro, su sobrino, gentil-hombre del Rey, y que ordenase a los museos los tiempos a que habían de cantar, para que en ninguno faltasen las voces, y en todo se oyese diferente armonía, que lo ejecutó con cuanta diligencia lo trazó el desvelo de su tío.

Las viandas tuvo a cargo D. Diego Messía, marqués de Leganés, su primo, gentil-hombre de la cámara de Su Majestad y de su Consejo de Estado, comendador mayor de León y capitán general de la caballería de España, y con ser tanto a lo que se había de atender, y tan dificultoso la gente con quien se había de tratar, lo dispuso el Marqués tan a razón y tan a tiempo, que aun esto pudo, acreditar cuánto en cosas mayores se fía de él el Conde.

La víspera de San Juan fue a comer al jardín la Condesa de Olivares para ver si estaba todo tan bien dispuesto como el Conde lo había prevenido, y para ajustallo de suerte que ni a la comodidad ni a la grandeza faltase nada de lo imaginado; y hallando que algunas cosas no estaban en la perfección que el Conde quería, las hizo pulir y poner de manera que, en la atención y respeto grande con que ambos sirven al Rey, no les quedó escrúpulo ninguno.

Llevó consigo a la señora doña Elvira de Guzmán, hija del Marqués de las Navas, dama de la Reina nuestra señora, y estando ya todo en aquel aventajado punto que deseaba, avisó al Conde que ya podía ir Su Majestad cuando fuese servido. Adelantose el Conde al jardín, y no halló qué enmendar, sino qué agradecer al cuidado de todos, si bien en las mayores prevenciones, aun no le   —255→   parecía a su bizarría que estaba bastantemente dispuesto lo que él quisiera, para que Sus Majestades y Altezas quedaran perfectamente servidos.

Llegaron los reyes cerca de las nueve de la noche, y salió a recibillos la Condesa, y al punto empezó el coro de los instrumentos, no en aquella armonía que hace más estruendo que agrado, sino en la suavidad apacible de flautas y bajoncillos. Entraron por el palenque, y cuando en el Prado, por donde venían cuanta inmensidad de gente y coches tiene la Corte, no toparon embarazo ninguno, y al instante se hallaron en los mismos cenadores que habían de ocupar; y continuando la música, se divirtieron en ver el adorno y aparato, admirando después de ello la quietud y soledad del sitio, hallando sólo en él los que servían, que eran de los muchos criados del Conde los menos y escogidos para obedecer lo que se les ordenase. Y antes de ocupar Sus Majestades y Altezas y las damas sus asientos, les sirvieron a los reyes y sus hermanos unas bandejillas colchadas de ámbar, y con agua de ella unos pomos de cristal y lienzos, ramilletes y búcaros, y a la Reina nuestra señora lo mismo, y en vez de bandejilla, un abano de Italia; y a las damas y señoras de honor abanos y lienzos mojados en agua de ámbar, búcaros y ramilletes. Y al punto salieron al tablado las guitarras de la primera comedia, que la representó Vallejo, y fue la que escribieron D. Francisco de Quevedo y D. Antonio de Mendoza, que se llamó Quien más miente medra más, poblada de las agudezas y galanterías cortesanas de don Francisco, cuyo ingenio es tan aventajado, singular y conocido en el mundo87. Y en habiendo cantado los   —256→   músicos, se introdujo por loa una pandorga de la noche de San Juan, entretenida y alegre, con variedad de instrumentos vulgares. Y María de Riquelme, insigne representanta, en pocas y sazonadas coplas dio la bienvenida a los huéspedes, celebrando sus heroicas partes y virtudes, en que la más dilatada pluma quedará a deber infinito a la verdad y a la obligación, agradeciéndoles la honra y favor que hacían a tan gran criado, diciendo al Rey que en el celo y amor del Conde, más lo debía en hallarse por Su Majestad en fiestas que en trabajos; y pidió que le diesen por testimonio que el Conde-Duque se hallaba en alguna, porque en la increíble y constante asistencia de los negocios a que por el servicio de Su Majestad se ha entregado, sin divertirse ni aun a pensar en sí mismo, ni en comodidades ni acrecentamientos de su casa y persona, pareció no sólo novedad, sino espanto, que el Conde asistiese en fiestas, y ésta, por ser para los reyes, la llamó suya.

Duró la fiesta dos horas y media, adornada de excelentes bailes, y aunque, por el poco tiempo que tuvieron los farsantes para estudialla, no se pudo lograr todo el donaire de la invención y los versos, es sin duda que en muchas comedias de las ordinarias no se vieron tantos sazonados chistes juntos como en esta sola; que en la agudeza de don Francisco de Quevedo, un solo día de ocupación fue sobrado campo para todo.

En acabándose la primera comedia, se levantaron Sus Majestades y pasaron al jardín del Duque de Maqueda, donde estaban hechas las enramadas distintas, comunicándose unas a otras y compuestas de muchas flores y luces: una para la Reina nuestra señora, otra para el Rey y los señores infantes, y la tercera para las damas, y en ellas tres bufetes, y en el del Rey un azafate con herreruelo de albornoz noguerado largueado de caracoles   —257→   encontrados, hechos de sevillanejas negras y de plata, y por alamares, unos corchetes de plata de martillo con fajas y sin forro; sombrero blanco, y por toquilla puntas de pluma nogueradas y penacho pequeño, broquel de cuero de ámbar y guarnición de plata, y una valona caída con puntas; y para el señor infante D. Carlos, un capote de albornoz pardo, largueado de sevillanejas negras y oro, y con fajas y alamares de lo mismo; su broquel de ámbar con guarnición dorada, y sombrero con puntas y plumas; al señor Infante Cardenal, albornoz plateado, labrado de sevillanejas pardas en ondas, y alamares y fajas de lo mismo; sombrero y valona, y el broquel de ámbar guarnecido de acero pavonado y blanco, y espada pavonada de lo mismo.

En otro azafate una canastilla de cuero turco, leonado, con galones de oro, llena de varios dulces para hacer colación; y otro azafate con búcaros, y una franquera de plata de diferentes aguas, sin que nadie les sirviese, por estar menos embarazados.

En la enramada de la Reina, un espejo y un azafate con un ferreruelo de lanilla noguerada, largueado de una forma de labor como ramillos hechos de sevillanejas negras y plata, y en lugar de alamares, unos corchetes de plata de martillo; el forro, de tafetán noguerado, presillado de zorzales de plata y seda negra, un manto de gloria con puntas grandes, sombrero blanco con puntas de plumas nogueradas, orladas de lantejuelas de plata, y el plumaje con lentejuelas; un puntillo blanco en forma de lechuguilla; y no se le tuvo colación aparte, porque quiso hacella con el Rey y sus hermanos.

En la enramada de las damas había muchos azafates con sombreros blancos, partida la falda, y con puntas de plumas y plumajes airosos pardos, noguerados y negros, un color en cada uno, y mantos de gloria con puntas, y puntillos de diferentes maneras, y cuatro canastillas de   —258→   Portugal con los dulces para la colación, frasqueras de plata y azafates con búcaros; y para las señoras de honor, ferreruelo de anafaya, y sombreros negros sevillanos, y por cairel ribetes de terciopelo negro, los cordones de lo mismo, levantada la falda con un alamar de lo propio.

Acabada la colación, y entrando con el airoso y decente disfraz que tomaron, salieron Sus Majestades y Altezas y las damas a la segunda comedia; y el Rey nuestro señor, y la Reina nuestra señora, de la mano, el Rey en valona de puntos sin aderezo, el herreruelo y el sombrero del color referido, y el broquel en la cinta, y la Reina con el herreruelo, sombrero y puntillo que estaba en su azafate, añadiendo a la natural y maravillosa gentileza y hermosura suya todo el aire de bizarría, sin perder ninguna parte de la majestad, en que no es menos señalada que en las demás admirables virtudes y perfecciones que resplandecen en ella. Los señores infantes acompañándolos en el propio hábito del Rey, siguiéndose las damas con los ya referidos sombreros blancos, puntillos y mantos de gloria, sin que lo desusado del traje quedase a deber ninguna bizarría al autorizado y real modo con que se visten ordinariamente, juntando lo que la vulgar censura y envidia quiere dividir siempre, que es la mucha belleza y el buen aire. Y acompañadas de las señoras de honor, y haciendo reverencia a Sus Majestades y Altezas, pasaron las unas al puesto primero, y las otras se quedaron en el que tenían. Y el haber de salir Sus Majestades y Altezas y las damas en este, traje fue causa que no se permitiesen a la fiesta a los señores y caballeros de la Corte, ni aun a los criados lucidos y grandes, si bien dentro del mismo disfraz se descubría toda la decencia y autoridad de palacio. Y aunque a muchos les parecerá nuevo en personas tan soberanas y fuera de su retiro, no tendrán noticia de las veces que los reyes católicos los hicieron   —259→   publicar: príncipes tan señalados en la majestad y mesura, como en la prudencia y valor. Y que en el lastre de su palacio, y en la grandeza con que se criaban en él las hijas de los mayores caballeros y señores del reino y nunca les fue comparable ninguno, y aun no recataban que las damas y galanes se comunicasen y viesen en todas ocasiones, sabiendo que el decoro y veneración en ellos no habían menester leyes.

Estando ya sentados todos se empezó la segunda farsa que fue la de Lope de Vega, llamándose La Noche de San Juan, retratando en ella las alegrías licencias, travesuras y sucesos de la misma noche, escrita con toda la gala, donaire y viveza que ha mostrado este maravilloso ingenio en tantas como ha escrito, en que ninguno del mundo le ha igualado, y de quien los que agora florecen en este arte le han aprendido.

Representó al principio una loa suya de apacibles y extremados versos, en que una villana hablaba con los reyes y los infantes, celebrando sus heroicas virtudes, merecedoras de mayor voz y de ocupar todas las plumas; y entre otras buenas partes que tuvo, fue ser breve y elegantemente representada, ayudándose de tres bailes muy gustosos, compuestos por Luis de Benavente, persona de gran primor en este ejercicio.

Acabada la comedia con el aplauso que se le debía, volvieron a cantar los diferentes coros de música, y los reyes, los infantes y las damas se retiraron a una galería de ramos y flores, que estaba hecha en el jardín de D. Luis Méndez, y allí se estuvieron el brevísimo rato que se tardó en disponer la media noche, poniéndose en cada cenador una mesa, y junto a ella un escaparate, en que estaban frascos de diferentes aguas de limonadas, búcaros y vidrios, principios y postres: el bufete de Su Majestad y sus Altezas en alto; las mesas de las damas   —260→   bajas con los mismos aparadores, y a un tiempo se pusieron las viandas en todas, y cenaron, asistiendo al Rey sólo el Conde-Duque y la Condesa, que ella sirvió la copa a Sus Majestades, y él a sus Altezas. Y en los dos cenadores distintos en que cenaron las damas, servía en cada uno sólo un criado del Conde, y otro en el tablado de las señoras y deudas suyas, que se nombrarán después, sirviéndose a un mismo tiempo cinco viandas con abundancia y regalo admirables, y más por la quietud, puntualidad y asistencia, llevándose cantidad de platos a los músicos y representantes, y a muchos caballeros y señores que por la parte del Prado los pedían, sin que en los oficios, y en la mucha gente que los asistían, se oyese una voz; que la prevención del Marqués lo trazó de suerte que ni fuese necesario pedir ni esperar nada.

Todo el intermedio de la cena fueron alternando los coros de las músicas en competencia tan apacible, que tanto por ser de las mejores de España, como por el gusto de aventajarse cada una, se señalaron todas.

Acabada la cena, se fueron a poner en los coches que estaban dentro del palenque, y tan vecinos al sitio en que cenaron, que sólo una puerta con cuatro escalones les dividía. Entraron Sus Majestades y Altezas en su coche, y junto a él, con distancia proporcionada para que cupiesen algunos criados, en medio iba otro con el primer coro de música, y detrás, a caballo, el Conde Duque y la guarda sin armas. Siguieron luego los coches de las damas; en el primero, las señoras doña Isabel y doña Ana María de Velasco, hijas la primera del Marqués de Fromesta, y la segunda, del Conde de Siruela; doña Luisa de Benavides, hija del Conde de Santisteban; doña Luisa Enríquez, hija del Conde de Salvatierra; doña María de Castro, hija del Marqués de Gobea, y con ellas las marquesas de Villarreal y Condesa de Santisteban, señoras de honor, y con   —261→   este coche otro de música, y entre ellos un guarda-damas, un repostero de camas y la guarda. Y disfrazados en el traje de ella, algunos galanes, que observando el forzoso respeto de palacio, iban más acechando que asistiendo.

En el segundo coche de damas, las señoras doña Antonia de Mendoza, hija del Conde de Castro; doña Mariana de Córdoba, del Marqués de Guadalcázar; doña Beatriz de Sayavedra, hija del Conde de Castellar; doña María de Toledo, del Conde de Santillana; doña Catalina de Pimentel, del Conde de Benavente; doña Juana de Armendaris, del Marqués de Cadereita, y la Condesa de Castro, señora de honor, llevando a su lado otro coche de música, y asistido de los mismos criados.

En el tercero, las señoras doña Ana Bazán, hija del Marqués de Santa Cruz, y doña Juana Pimentel, del Marqués de Tabara; doña Jerónima de Mendoza, del Marqués de Belmar; doria María Bazán, del Conde de Santisteban, y doña Ana María y doña Antonia María de Córdoba, señoras de honor, y otro coche de música con la misma asistencia.

En el cuarto coche, las señoras doña Inés María de Arellano, hija del Conde de Aguilar; doña Bárbara de Lima, del Conde de Castro; doña Lucrecia Palafox, del Marqués de Ariza; doña Andrea Pacheco, del Marqués de Castro-fuerte; la Condesa de Eril y la Marquesa de Montealegre, señora de honor y guarda mayor de las damas. Con este coche, otro de música, y tan nivelados y prevenidos, que, en la muchedumbre y confusión del Prado, no hallaron estorbo ninguno, ni tuvo necesidad la guarda de valerse de la forzosa demasía con que despeja y hace paso en los lugares públicos, ajustado todo por la prevención de D. Luis de Haro, que ejecutó con suma puntualidad lo que dispuso y le encargó su tío.

Las señoras embozadas se quedaron en el jardín, que   —262→   fueron la Duquesa de Frías, las marquesas del Carpio y Alcañizas, hermanas del Conde-Duque; las condesas de Niebla y Alba, las marquesas de Leganés, de la Puebla y la Inojosa, primas de los condes-duques; doña Catalina Fernández de Córdoba y Aragón, hija del Duque de Segorbe y Cardona, mujer de D. Luis de Haro.

Los coches de Sus Majestades y las damas discurrieron por el Prado, y habiendo dado algunas vueltas, al amanecer se recogieron, y siguiéndolos cuantos coches de señores y caballeros se hallaron en él.

Entraron en palacio tan alegres, entretenidos y gustosos, que pagaron la fiesta no sólo en darse por servidos de toda, sino celebrándola con el agrado y encarecimiento que merecía; pues cuando no fuera de un criado y ministro, que entre tantos y tan señalados servicios se la debieran aplaudir por agradecimiento de todos, ella por sí misma fue tan admirable y tan llena de cuanto la pudo hacer excelente, que cuando la hubiera hecho el más desvalido y desayudado, pudiera ser estimada y agradecida; y púdose notar en ella, entre tantas cosas tan señaladas, dos bien singulares: la primera, que al amanecer se descubrió en el jardín tanta gente escondida, que hizo admiración su quietud y su paciencia, pues era forzoso que para no ser vista sufriese muy estrecho retiramiento; la otra, que estando el Prado tan vecino, que no le dividía sino una pared delgada, y asistiendo en él a aquellas horas cuanta muchedumbre licenciosa y atrevida tiene Madrid, ni con la libertad de la noche, ni con la ansia de ver la fiesta, en que no era admitida, y envidiando a los pocos señores que cabían en los tablados, estuvo tan quieto y respetivo el pueblo, que se mostró bien la reverencia con que se mira lo real y lo soberano, y cuán de parte estaban todos de la fiesta y del dueño.



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ArribaAbajoNÚMERO 6.º

(Manuscrito contemporáneo.)

Relación de todo lo sucedido en el caso de la Encarnación Benita, que llaman de San Plácido, de esta corte.

Habiendo heredado joven la corona Felipe IV, era todo su valimiento el Conde de Olivares, tercer hijo de la casa de Medinasidonia, con quien tenía gran cabida D. Jerónimo de Villanueva, proto-notario de Aragón y ayuda de cámara, todos tres mozos; y con la ocasión de ser el proto-notario patrono del convento de la Encarnación Benita, unido junto a su casa, estando un día en conversación los tres casualmente, dijo que en su convento estaba por religiosa una hermosísima dama: la curiosidad del Rey y el encarecimiento del proto-notario dio motivo a que el rey Felipe quiso verla. Pasó disfrazado al locutorio, donde D. Jerónimo, como patrono, con su autoridad dispuso el que la viera.

Enamorose el Rey; el Conde con su poder facilitó las disposiciones, y en fin, todas las noches eran largas las visitas. -No se pudo esconder tanto este galanteo, que no censurase el convento, y el Rey, encendido con el fuego de su apetito, no pretendiese atropellar con todos los inconvenientes.

Las dádivas y ofrecimientos del Conde, la maña del protonotario, la vecindad de las casas, hicieron romper la clausura por una cueva de la casa del patrono, que dio   —264→   paso a una bóveda del convento, destinada para guardar el carbón88.

La dama religiosa, entre resuelta y tímida, no se atrevió a la ejecución de sacrilegio sin dar parte a la Abadesa, la cual, estrechándose con el Conde y D. Jerónimo, procuró con todo recato el disuadir tal empeño. Los dos, resueltos a complacer al Monarca, la respondieron con determinación, a que ella, animosa, la noche que estaba prevenida para la ejecución, dispuso en la celda de la dama un estrado, en cuyas almohadas la hizo reclinar, y a su lado puso un devoto crucifijo con luces. Entró por la mina, primero D. Jerónimo, dejando en su casa al Rey y al Conde, y a vista de aquel espectáculo, volvió confuso y se suspendió la ejecución.

(Aquí hay un párrafo en que supone el autor anónimo que, a pesar de esta suspensión, siguió aquel galanteo y criminales relaciones por largo tiempo, y continúa:)

No pudo estar secreto en tanta continuación este suceso. Los prelados de la religión, confusos, averiguaron el todo: entre el error y el poder vacilaban. En fin, llegó a noticia del Santo Tribunal todo el caso. Era inquisidor general D. fray Antonio de Sotomayor, religioso dominico, arzobispo de Damasco, confesor del Rey. Éste tuvo audiencias repetidas y secretas con el Rey, advirtiéndolo los muchos errores que se habían cometido en el cuento. Dio Felipe IV palabra de abstenerse de toda comunicación, y que inadvertido se habían hecho aquellas   —265→   demostraciones; pero luego se lo participó al Conde-Duque para que discurriese la enmienda.

El Santo Tribunal fulminó causa contra D. Jerónimo de Villanueva, que en las declaraciones secretas que se habían tomado resultó culpado, y pasó a prenderlo89. El Rey y el Conde resolvieron disimular aquella prisión; pero el Conde, receloso no le sucediera algún desaire, previno al Rey el riesgo y procuró atajar todo el cuento.

Lo primero que hizo fue irse una noche a la casa del Inquisidor General a estar con él, y sin darse por entendido de nada, le puso delante dos decretos del Rey, el uno en que S. M. le concedía doce mil ducados de renta con la calidad que hiciese renuncia de la inquisición y se retirase a Córdoba (que era su patria) luego; y no aceptando esto, el otro decreto era echándole las temporalidades dentro de veinticuatro horas, saliendo desterrado de todos los reinos. Aceptó el Arzobispo el primer decreto, hizo la dejación y se retiró a Córdoba. Estaba por embajador de Roma el Conde de Peñaranda, y empezaba su pontificado Urbano VIII. Despachó postas el Conde-Duque con pliegos al Papa y al Embajador, y dentro de pocos días vino orden muy apretada de Roma para que la causa original la remitiese la Inquisición a Su Santidad, cesando entonces las diligencias90, que se proseguirían en aquella corte. Obedeció el Santo Tribunal y nombró a Alfonso Paredes, uno de los notarios del Consejo, para que pasase a Roma, y en una arquilla cerrada y sellada le entregaron los papeles.

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El Conde-Duque luego que supo la elección de ministro, lo primero que hizo fue, con todo secreto, sacar su retrato por un pintor del Rey, de que se hicieron copias, y enviar una a Génova al Embajador de España, otra al Virrey de Sicilia, otra al de Nápoles y otra al Embajador de Roma, con órdenes del Rey para que estuviesen con gran cuidado, y en cualquier paraje donde pudiese ser hallado Alfonso Paredes, cogiesen su persona y se la remitiesen al Virrey de Nápoles con suficiente guardia y gran secreto, y al Virrey que en el Castel del Ovo, castillo muy fuerte de Nápoles le pusiese preso, señalándole congrua suficiente para su sustentación, y que la arquilla con el mismo secreto la remitiese al Rey con un cabo de los de mayor confianza, sin permitir se abriese.

Alfonso de Paredes, con su encargo, se embarcó en Alicante, y llegó a Génova, donde desembarcó. El Embajador, que ya tenía prevenido al Dux mucho antes con las cañas y el retrato que había recibido, luego supo su llegada; y pasando inmediatamente a noticiarselo al dux, aquella noche le prendieron y sacaron de la ciudad por la vía de Milán, cuyo gobernador, que también estaba prevenido, le remitió con el mismo recato a Nápoles, donde el Virrey ejecutó la orden, poniéndole en el castillo, señalándole dos ducatones91 cada día para su manutención, imponiéndole pena de la vida si hablaba o decía la menor palabra de quién era o a qué había venido, sin permitirle escribir, y al alcaide hicieron la misma prevención, y así estuvo más de quince años que tuvo de vida.

El Virrey de Nápoles remitió la arquilla con un capitán confidente suyo al Conde-Duque, quien se la llevó al Rey, cerrada, como había venido, y sin consentir abrirla, los dos solos la quemaron en la chimenea del cuarto del Rey.

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Ya en este tiempo había el Rey nombrado, por instancias de la reina doña Isabel, por inquisidor general a don Diego de Arce y Reinoso, y la religión benedictina había puesto el más conveniente remedio en la reforma del convento de la Encarnación Benita, siendo desde entonces, así la cómplice como todas las demás religiosas, un relicario de santidad.

Como la causa no llegaba a Roma (no obstante que se susurraba todo el cuento), el proto-notario se estaba preso en Toledo, adonde le habían llevado desde el principio: hacían diligencias sus parientes: el Rey y el Duque disimulaban, pasando en esta suspensión más de dos años. Escribieron cartas por el Inquisidor General a Roma, y el Conde de Oñate se estrechó con el Papa, quien también disimuló, dejándolo todo en silencio, con que el Inquisidor General, de su motu propio, dispuso que en la sala de la Inquisición de Toledo, delante de los inquisidores y secretarios, convocados el guardián de San Juan de los Reyes, el prior de San Pedro Mártir, el prepósito de la casa profesa de Toledo, el comendador de la Merced, dos canónigos de la santa iglesia y el prior del Carmen, saliese D. Jerónimo de Villanueva a la sala en cuerpo y sin pretina, sentado en un taburete raso, sin leerle causa, fuese gravemente reprendido por el guardián de San Francisco, sin declarar la causa, diciendo haber incurrido en casos de irreligión, sacrilegios y supersticiones, y otros pecados enormes, por donde había sido incurso en la bula de la Cena; y que por usar de misericordia el Santo Tribunal le absolvía de todo, con la calidad de que por un año ayunase los viernes, no entrase en el convento de las monjas, ni tuviese comunicación con ninguna, y repartiese dos mil ducados de limosna, con intervención del padre prior de Atocha, y de todo esto se dio testimonio por el secretario del secreto, y fue suelto. Volviose a su casa y empleos con orden   —268→   precisa del Rey de que nunca le hablase, ni al Conde-Duque, nada de este suceso.

Así tuvo fin un tan singular escándalo, que causó tantos disturbios.

A un hijo que dejó en España Alfonso de Paredes le dio el Rey empleo decoroso, con que se mantuvo con toda decencia.

A este suceso se añade por tradición la circunstancia de que, muerta la monja Margarita, la Priora obtuvo del Rey la donación del reloj que aún existe y que al dar la hora repite los clamores a difunto.



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ArribaAbajoNÚMERO 7.º

Catálogo de los corregidores de Madrid desde el año 1219 hasta el 1786, formado con vista de los documentos del mismo archivo y de lo que consta en varios autores impresos y manuscritos, por el corregidor D. José Antonio de Armona, y continuado luego hasta el día.

SIGLO XIII.

1.º -Por el año 1219 consta que era Justicia mayor de Madrid Rodrigo Rodríguez, y no hay continuación de este siglo en el archivo 1219

SIGLO XIV.

2.º -Consta que en el año gobernaban la villa los dos estados, noble y general. 1339

3.º -Consta igualmente que en el año 1346 se nombraron regidores para su gobierno por el rey D. Alfonso el Onceno, que celebró cortes en Madrid, siendo regidor Francisco Luján. 1346

SIGLO XV.

4.º -Juan de Araco, asistente el año de 1458

5.º -Diego de Valderrábano, asistente en 1465

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6.º -Diego Cabeza de Vaca, asistente en 1472, y desde este tiempo cesaron los alcaldes ordinarios, nombrando un corregidor y un teniente letrado para los pleitos y causas que ocurrieren 1472

7.º -Fernando Gómez de Ayala, fue nombrado corregidor en el año de 1473

8.º -Juan de Bobadilla, en 1477

9.º -Alonso de Heredia, en 1479

10 -Rodrigo de Mercado, en 1481

11 -Juan de Torres, en 1483

12 -Antonio García de la Cuadra, en 1484

13 -Alonso del Águila, en 1485

14 -Juan Pérez de Barradas, en 1487

15 -El doctor Pedro Suárez de Frías, el mismo año de 1487

16 -Tristán de Silva, en 1491

17 -Juan de Valderrama, en 1492

18-El licenciado Cristóbal de Toro, en 1494

19 -Alonso Martínez de Angulo, en 1499

SIGLO XVI.

20 -El licenciado Lorenzo de Maldonado, en 1503

21 -Don Pedro Vélez de Guevara, en 1506

22 -Sancho Pérez Machuca, en 1508

23 -Francisco de Nero, en 1510

24 -Pedro Vaca, el mismo año de 1510

25 -Don Pedro Conrella, en 1514

26 -Don Alonso de Castilla, en 1516

27 -Don Juan de Guevara, en 1518

28 -El licenciado de Astudillo, en 1520

29 -Don Martín de Acuña, en 1521

  —271→  

30 -Juan Manrique de Luna, en 1522

31 -Don Pedro Ordóñez de Villaquirán, en 1528

32 -Antonio Vázquez de Cepeda, en 1531

33 -Pedro de Quijada, en 1535

34 -Marcos de Barrionuevo, el mismo año de 1535

35 -Don Sancho de Córdoba, en 1537

36 -Doctor Suárez de Toledo, en 1540

37 -Pedro Núñez de Avellaneda, en 1541

38 -Licenciado Antonio de Mena, en 1543

39 -Don Alonso de Tovar, en 1544

40 -Licenciado Alfaro, en 1547

41 -Don Juan de Acuña, en 1548

42 -Licenciado Céspedes de Oviedo, en 1551

43 -Licenciado Arévalo, en 1557

44 -Rui Barba Coronado, en 1559

45 -Don José de Beteta, en 1561

46 -Don Francisco Argote, el mismo año de 1561

47 -Don Ruiz de Villaquirán, en 1563

48 -Don Francisco de Sotomayor, en 1565

49 -Doctor Fernia, en 1567

50 -Don Antonio de Lugo, en 1569

51 -Don Lázaro de Quiñones, en 1573

52 -Licenciado Martín de Espinosa, en 1575

53 -Luis Gaitán de Ayala, en 1579

54 -Don Alonso de Cárdenas, en 1583

55 -Luis Gaitán de Ayala, segunda vez, en 1587

56 -Don Rodrigo de Ayala, en 1592

57 -Mosén Ruiz de Bracamonte, en 1599

SIGLO XVII.

58 -Licenciado Silva de Torres, en 1602

59 -Don Gonzalo Manuel, en 1607

  —272→  

60 -Don Pedro de Guzmán, en 1612

61 -Don Francisco de Villasis, en 1618

62 -Don Juan de Castro y Castilla, en 1622

63 -Don Francisco de Brizuela y Cárdenas, en 1625

64 -Don Nuño de Mojica, en 1630

65 -El Conde de Revilla, en 1634

66 -Don Juan Antonio Freile de Arellano, en 1638

67 -Don Francisco Arévalo de Zuazo, en 1641

68 -Don Álvaro Queipo de Llano y Valdés, en 1647

69 -El Conde Torralba, en 1649

70 -El Vizconde de la Laguna, en 1650

71 -El Conde de Cobatillas, en 1652

72 -Don Álvaro Queipo de Llano y Valdés, segunda vez, en 1654

73 -Don Martín de Arrese Girón, en 1657

74 -El Marqués de Casares, en 1659

75 -Don Alonso de Navarra y Haro, en 1664

76 -Don Francisco de Herrera Enríquez (el primero de Carlos II), en92 1666

77 -Don Baltasar de Rivadeneira, en 1672

78 -Don Francisco Herrera Enríquez, segunda vez, en 1678

79 -El Marqués de Ugena, en 1679

80 -El Marqués de Camposagrado, en 1682

81 -El Marqués de Valhermoso, en 1683

  —273→  

82 -Don Francisco Ronquillo, en 1690

83 -El Conde de Arco y Guaro, en 1694

84 -Don Francisco de Vargas y Lezama, en 1697

85 -Don Francisco Ronquillo, segunda vez, por causa del tumulto de 1690

SIGLO XVIII.

86 -Don Fernando Matanza, en 1703

87 -Don Alonso Pérez de Saavedra y Narváez, Conde de la Jarosa, en 1707

88 -Don Antonio Sanguineto y Zayas, en 1710

89 -El Conde la Jarosa, segunda vez, en 1713

90 -El Marqués de Vadillo, en 1715

91 -Don Martín González de Arce, en 1730

92 -El Marqués de Montalvo, en 1731

93 -El Conde de Maceda, gobernador político y militar, por el Sr. D. Fernando VI (nueva forma, que duró poco), en 1746

94 -El Marqués del Rafal93, en Noviembre de 1747

95 -Don Francisco de Luján y Arce, corregidor en 1758

96 -Don Alonso Pérez Delgado 1765

97 -Don Andrés Gómez de la Vega, intendente   —274→   general de ejército del reino de Valencia, en 1776

98 -Don José Antonio de Armona y Murga, intendente general de ejército del reino de Galicia, desde 12 de Enero de 1777. Es corregidor actual y ha formado este catálogo, por no haberle hasta ahora. 1777

(Hasta aquí el catálogo, formado por el corregidor Armona, que falleció en 23 de Mayo de 1792. Puede continuarse en los términos siguientes:)

Don Juan de Morales Guzmán y Tovar, por los años 1792

Don José Urbina, en 1803

Don José de Marquina y Galindo lo era en 1805

Don Pedro de Mora y Lomas lo era en 1808

Don Dámaso de la Torre lo era en 1810

Don Manuel García de la Prada, en 1811

Don Magín Ferrer, en 1812

Don Pedro Sainz de Baranda94, en 1813

El Conde de Motezuma, en 1814

Don José Manuel de Arjona, en 1816

(De 1820 a 1823 no hubo corregidores, y en su lugar regían los alcaldes constitucionales.)

Don Joaquín Lorenzo Mozo, en 1823

Don León de la Cámara Cano, en 1824

Don Tadeo Ignacio Gil, en 1828

  —275→  

Don Domingo María de Barrafón, hasta 1833 1833

El Marqués de Falces, en 1834

Don José María Galdeano, en 1835

El Marqués de Pontejos en 1835

(En 1836), con el restablecimiento de la Constitución de 1812, se suprimió el cargo de Corregidor, que a la sazón desempeñaba tan dignamente el Marqués viudo de Pontejos, y quedaron encargados los Alcaldes constitucionales renovados anualmente.)

El Marqués de Peñaflorida, en 1845

El Duque de Veragua, en 1846

Marqués de Someruelos, en 1847

El Conde de- Vista-hermosa, en 1847

El Marqués de Santa Cruz, en 1848

Don Luis Piernas, en 1849

El Conde de Quinto, en 1853

El Duque de Alba, en 1857

Don Carlos Marfori, en 1857

El Duque de Sexto, en 1860

El Duque de Tamames, en 1862

El Conde de Puñonrostro, en 1863

El Conde de Belascoain, en 1864

El Conde de San Saturnino, en 1864

El Marqués de Villaseca, en 1865

El Marqués de Villamagna, en 1866

El Marqués viudo del Villar, en 1869

(En 1868 quedó suprimido el cargo de Corregidor, y desde entonces continúan los Alcaldes.)



  —276→  
ArribaNÚMERO 8.º

En el texto de nuestra obrita, hablando del origen de los nombres de algunas calles y sitios de Madrid, hemos citado varias veces el nombre del poeta madrileño D. Nicolás Fernández de Moratín, y por lo tanto, y por ser poquísimo conocida y no estar inserta en la colección de sus poesías, nos parece oportuno insertar aquí la composición poética de aquel autor a que aludimos.

Es un discurso o elegía, como él la denomina, que leyó en la junta general de la Sociedad Económica Matritense en 24 de Diciembre de 1779 (cuatro meses antes de su fallecimiento), con motivo de la solemne distribución de premios a las discípulas de las cuatro escuelas patrióticas sostenidas en esta villa por la Sociedad; y aprovechando esta ocasión el buen Flumisbo Thermodonciaco95, que nunca dejaba escapar ninguna de encomiar a Madrid, se dejó llevar de su entusiasmo patrio y de su imaginación apasionada y poética, y consignó en el curso de su peroración todas las tradiciones, todas las consejas más o menos vulgares de las antigüedades u orígenes de esta villa, explicándolas a su modo con notas que él mismo puso con igual criterio.

Ni dichos recuerdos tradicionales, ni su expresión poética, ni sus notas, valen gran cosa, ni prueban más que el afecto de Moratín a su patria; pero creemos no se verá con disgusto en esta ocasión la parte principal que entresacamos de dicha larguísima elegía y que hace referencia al asunto de nuestros paseos.

Después del introito, en que encarece la solemnidad del acto de la distribución de los premios, verificada en   —277→   las salas del Ayuntamiento, con asistencia del Cardenal de Lorenzana, el presidente Conde de Campomanes, el corregidor Armona y otros ilustres personajes, llega a tratar de las niñas madrileñas premiadas por sus labores, y continúa:


No creeré que eran ninfas de otra tierra
Las que hicieron los dioses animales,
Y a las diosas con celos cruda guerra
   Sino nacidas junto a los umbrales96
Que el rey León de Armenia an tiempo habita,
Con pozos de agua dulce y pedernales;
   Donde reina el esmero y exquisita
Discreción y lindeza cortesana,
Con fuerza que arrebata y precipita.
   No hechizos dieron en la edad anciana
Las de Tiro y Sidón97más halagüeños,
Ni hoy belleza de Persia o georgiana.
   Si esto juzgáis de la pasión empeños,
Confesadlo, extranjeros, abrasados
Al volcán de los ojos madrileños.
   Mas tales dotes, aunque no negados,
No admiran tanto al carpetano río
Como el verlos tan bien aprovechados.
   Pues sin virtud es todo desvarío;
¿Ni de qué sirve cuanto acopia el cielo
En los mortales con influjo pío?
   La virtud, el trabajo y patrio celo
Movieron a las niñas inocentes
A la contienda y laborioso duelo
   Vinieron de los barrios diferentes
De Mantua, emperatriz de entrambos mundos,
Reina augusta y señora de las gentes.
—278→
   Vinieron con semblantes pudibundos
Las que habitan el austro, donde98lava
Los pies el agua de árboles fecundos.
   Ninguna de éstas fue del ocio esclava;
y antes que suba a la piadosa escuela,
Diestra en tejer cordones, los acaba.
   Ni las que miran de justar la tela
Faltan, ni las que están hacia los juegos99
De Rufina y Campillo de Manuela.
   Desde allí hasta la Cuesta de los Ciegos,
Y la calle100a quien dieron nombradía,
Perdida Rodas, fugitivos griegos,
   Las que el cristal del Ave de María
Beben muy puro en misteriosa101fuente,
Las de la nueva y vieja Morería.
   También vosotras, que el Salitre102ardiente,
Veis destilar en el reciente hornillo
Y los baños de fábrica reciente.
   De la huerta del Bayo y del Cerrillo
Vienen, y del corral de las Naranjas,
Y del moro Alamín103, y hoy Alamillo.
   Estas saben tejer flecos y franjas,
Obra morisca, y saben que el juzgado
Suyo allí estuvo, entre el arroyo y zanjas.
   Tú, Labrador104divino, que has sacado
De la Almudena el agua a maravilla,
Como el trigo en su cubo reservado
   Enviaste de tu calle y la Vistilla
Niñas honestas, en virtud iguales,
Y de los Torrejones105de la Villa.
   Ni holgaron con el fresco en sus portales
Las que de San Cebrián la antigua106ermita
Buscan en torno y no hallan las señales.
—279→
   Ni del ciego Alcorán ven la mezquita107,
Que ya el Apóstol Príncipe mejora,
Ni del maese Hazán108la obra exquisita.
   También llegaron a la primer hora
Las del cerrillo109de la Cruz, que atruena
Con ridícula farsa, que desdora.
   Y de la plazoleta donde suena
Solo el nombre de Ángel110, que es segura
Menos que aire la fábrica no buena.
   Las de la fuente111que condujo el cura
De Colmenar, se ofrecen placenteras,
Y de la calle112que por tesón dura.
   Y de la de las Conchas,113o Veneras,
Con su casa hospital de peregrinos,
Pues no hay vagas hipócritas romeras.
   El profundo arenal114, que dio caminos
Al agua y dio llanuras, que no había,
Tragando en sí los cerros convecinos,
   Es ya calle que niñas mil envía,
Y es casa115de doncellas laboriosas
La que lo fue de vil mancebería.
   Dos calles116remitieron presurosas
De sus Pueblas las castas inocencias,
Y tres cavas117sus hijas oficiosas.
   Y el pretil y escarpadas eminencias
Del Castillo118y Estudio, porque el moro
—280→
Te llamó, ¡oh Maderit! Madre de Ciencias,
Presentaron sus niñas con decoro,
Que se admiran de oír en su barriada
Cómo retumba el cóncavo sonoro;
   Y es que allí la alcazaba torreada
Un tiempo fue del moro, y el cristiano
Con minas119, silos, cuevas y escapada,
   Que duran a pesar del tiempo cano,
Y cuatro torres120en la casa antigua,
Obra Real a estilo castellano.
   Moslema121tuvo habitación contigua,
Sabio astrólogo moro, en Magerito,
Que los hados futuros averigua.
   Entre cercas de fuego en tal distrito
Al Rey122hallaron los embajadores
Sobre un león, con ánimo inaudito.
   Y por el aire y situación mejores
Luego en la torre123de Hércules, robusto
Palacio deja que el dragón124explores.
   Y Carlos Quinto, emperador augusto,
La dio su nombre, y el que vive y viva
Desde ella manda con imperio justo.
   Decidiendo con rayo o con oliva
De la suerte del orbe, y los mortales
Al universo que en su apoyo estriba.
   Las que junto a las termas125minerales
Que tuvo Magerit antiguamente
Con pilas de fogosos pedernales,
   Viven, dejaron el metal luciente,
¡Oh calle126rica! que del trasmierano
Herrera ves la Segoviana puente.
—281→
   Y vinieron también del altozano,
Que fue Campo del Rey y su Armería
Y del portón de Balnadú127africano.
   No las detuvo la alta valentía
Del gran palacio, ni la nueva128puerta
De Castilla, sus fuentes y ancha vía.
   Ni el justo elogio dejará encubierta
La virtud de vosotras, que habitando
Junto al Pozacho129trabajáis alerta;
   Ni la que ve que ya no están manando
Los Caños del Peral, antiguamente
De Perailo, queda en ocio blando;
   O las que labran junto la eminente
Atalaya deshecha, que a su calle
Nombran de Espejo130equivocadamente.
   Ni a las que aparta el legamoso valle
De Leganitos con su alcantarilla
Ya llana131, teman que mi verso calle.
   ¡Oh monte espeso de la ursaria villa,
Quinta del rey don Pedro, donde yace132
La luz del candilejo de Sevilla!
   Tu gran barriada, que añadir le place,
Al Segundo Filipo en anchurosas
Calles que forma y mil cruceros hace,
   Envió niñas honestas y hacendosas,
Que hacia el Ártico Polo están mirando
Al Dragón enroscado133entre las Osas.
   Ni dejarán mis versos de ir loando
Las que, hechas las hazañas de su casa,
De Maravillas134vienen en fiel bando,
   Y del Barquillo, término135que pasa
—282→
De Vicálvaro al tuyo, que algún día
¡Oh patria humilde! en tierra fuiste escasa.
   Aguardad, que ya va la musa mía
A celebrar las de la Red136, en donde
El ganado en un tiempo se vendía.
   Ni en silencio pasarte corresponde,
Gran137calle, andén de Olivo jebuseo,
Que hoy tanta regia máquina le esconde.
   Tus hijas llegan con feliz deseo,
Que ven venir el sol del claro Oriente,
Las damas de los toros y el paseo.
   Ningún precepto hará que yo no cuente
A las que suben de la Redondilla138,
De mil ninfas vergel antiguamente;
   Porque en el tiempo que ensanchó la villa,
Y fundó el monesterio139, edificado
Del río al paso en la juncosa orilla,
   El Cuarto Enrique en el antiguo Prado
Hizo ruar las damas muy galanas,
Y allí su caballero amartelado;
   Ellos en potros y ellas en lozanas
Mulas con sus gualdrapas, andariegas,
Y con sillas, jinetas y rudanas.
   Mas aunque ¡oh tiempo! todo lo trasiegas,
No evitarás por mí ser alabadas
Las de otras calles, cuyo autor no niegas
   De Jácome de Trezzo140y las barriadas
De Juanelo, del de Alba, del Bastero,
De las Urosas y las Maldonadas.
   Muchas vienen también del Mentidero141
De las damas, plazuela de Moriana,
Heras de San Martín, que fue primero.
   Lo Fúcares de Génova142y la anciana
—283→
Permisión de los Francos, y de Oriente
La Abada horrenda o elefante indiana,
   Dan a sus calles nombre permanente,
Que hoy le afirman las niñas sus vecinas
Con el de los Octoes143juntamente.
   Y las que llenan alcarrazas finas
De agua en Puerta Cerrada y de Toledo
En la calle, San Juan y Cuatro Esquinas.
   Suplid, señores, que olvidar no puedo
De Atocha la ancha entrada, y la pequeña
Calle del Niño, en que vivió Quevedo.
   Ni la oculta plazuela144, cuya leña
Allí trajeron mil carreterías,
Como el nombre en la calle nos lo enseña.
   Los comuneros y turbados días
Por aquí vieron de la villa el foso
Contra la rebelión y tropelías;
   Después, siguiendo el tiempo belicoso,
El gremio la ocupó de broqueleros145
Ya no usamos adorno tan honroso.
   Las madres, que habitando en los cruceros
De la Puerta del Sol ven el gentío,
Estruendo y confusión de forasteros,
   No dejaron criar a su albedrío
Sus hijas, que labores divertidas
Hoy de aspirar al premio tienen brio.
   No seréis en mis versos omitidas
Las que de Santa Cruz en clara fuente
   Laváis manos en luna entretenidas.
Hubo aquí gran laguna antiguamente
De Luján, del Vicario aquí la audiencia,
Hoy la torre soberbia y eminente.
   Del alto capitel y la eminencia
Se ven llegar las niñas sin castigo,
Se admira sin los años la prudencia.
—284→
   Desde el piadoso146albergue del mendigo
Al altillo de Losa, y hasta donde
Gil Imón147de la Mota abrió postigo.
   Y en fin, la muchedumbre que se esconde
En esta regia Babilonia hispana,
Al superior influjo corresponde.
   El blando lino, la preciosa lana,
Que al refino Meléndez148fue tarea,
Y en Segovia amarró149la flota indiana;
   La hebra que al espadar más hermosea,
Dada al desgargolar de los viciosos
Cañamares, que huelen a ajedrea,
   Fueron los materiales: con ansiosos
Impulsos, y una y otra lo arrebata,
Pone el copo con actos bulliciosos.
   La seña espera a su deseo grata,
Y en sendos tornos que en la sala había
El ímpetu de todas se desata.
   Allí se ve el afán y la porfía,
La noble emulación, y volteando
Los rodetes sonar con armonía.
   La mano, el pie, la vista, el dedo blando,
El brazo, el pecho casto y anhelante,
Sin tregua ni descanso trabajando;
   Cual enjambre de abejas susurrante
Que en la fuente150 Locaya a las riberas
Del Arlas151 liba el toronjil fragante.
   No hay doncella laconia a quien pudieras
Comparar su virtud hilando lana,
Que en púrpura dos veces la tiñeras,
   Así serían en la edad anciana
Del buen Gracián152 Ramírez ambas hijas,
Que amparó la de Atocha Soberana.
—285→
   Ellas insisten al trabajo fijas
Con tesón incansable porfiado,
Acusando las horas de prolijas.
   Quien al brazo español ha sindicado
De lento, admire, y su opinión desmienta,
O a otra causa lo achaque, si ha acertado;
   Que ya mi tropa femenil contenta
Dio fin a la carrera comenzada,
Y intrépida, aunque honesta, se presenta;
   De amantes curadores escoltada,
Viene con su labor por la corona
Tan dignamente en tal edad ganada.
   De la ancha plaza el término abandona,
De doña Nucla el pozo153 atrás dejando,
Que de Isidro los méritos pregona.
   El gremio virginal camina entrando
Ya por la puerta de Guadalfajara,
Por do entró Alfonso154 a hollar el moro bando.
   No fue mayor la grita y algazara,
Cuando a su Rey sirviendo generoso,
Entró a alzar el pendón en su almenara,
   Y a ser primer alcaide155 valeroso
Con Babieca y Tizona relumbrante
Rodrigo de Vivar, el Victorioso.
   La hermosura pueril sigue adelante;
La preciosa arte de la platería
La rinde al paso el oro y el diamante.
   Llegan al atrio, en que156 se reunía
El Reino en Cortes, y se amenazaba
Al bárbaro poder de Andalucía,
   Torre157 que vio la majestad esclava,
Dejan ¡oh patria! y suben al asiento
Donde el concurso amplísimo esperaba.
—286→
   Osténtase el magnífico aposento
En el alcázar158 de Madrid la Ursaria,
Que terrones159 de fuego es su cimiento, etc.

Aquí, pintando el acto de la distribución de premios, concluye con lisonjeras alabanzas al Rey, a la sociedad y a los magnates que lo presenciaban.