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El año de «Platero»

Antonio Rodríguez Almodóvar





No bien se acaban los ecos del año de El Quijote y de Andersen, nos aprestamos a celebrar otra fiesta literaria, de esas que la Diosa Fortuna depara haciendo girar la rueda de sus caprichos: el cincuentenario de la concesión del Premio Nobel a Juan Ramón Jiménez. Por lo que a la literatura infantil se refiere, será el año de Platero y yo. Ya es arduo atribuir al idílico libro del poeta de Moguer la condición de infantil, cuando generaciones enteras de maestros han tropezado con dificultades nada desdeñables a la hora de hacer de él un libro feliz para los niños. El propio Juan Ramón, que amaba a la infancia tanto como a la poesía, se adelantó a estos previsibles tropiezos en un «Prologuillo» que, por su enjundia y concisión, reproducimos entero en esta misma página. (Léase preferiblemente antes de proseguir con este otro discurso).

Se podrían resumir las advertencias del autor en que no hay propiamente literatura para niños, sino que los niños, («con escepciones que a todos se le ocurren») pueden acceder a los libros para adultos, con algunas ayudas pedagógicas, que el buen maestro sabe aplicar, añadamos nosotros. Inversamente dicho, y con palabras de C. S. Lewis, «literatura infantil es aquella que también gusta a los niños».

El quid de la cuestión está, como de costumbre, en qué clase de recursos pedagógicos, o didácticos, aplicar a un libro tan sutil sin que se venga abajo su delicada arquitectura. El propio Juan Ramón nos lo parece indicar cuando exclama: «¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños[...]!». Lo que traducido a nuestro propósito más bien se tornaría en una recomendación general a no forzar la lectura de Platero y yo con andaderas gramaticales, histórico-biográficas, o con ediciones recortadas, «adaptadas». Pues todo ello con seguridad que acabará aniquilando la gracia, la frescura y la dicha que posee el libro como un don inefable. Un don que acaso sólo permitirá ser contagiado, con una buena lectura en voz alta, con un recrear los trances de la anécdota por medio del teatro, el dibujo, la buena música acompañante... O lo que es igual, que la lectura de cada capítulo sea un acto creador en sí mismo. Hermosa, aunque difícil, tarea.

Despiece.

«Suele creerse que yo escribí Platero y yo para los niños, que es un libro para niños.

No. En 1913, La lectura, que sabía que yo estaba con ese niño, me pidió que adelantase un conjunto de sus páginas más idílicas para su "Biblioteca Juventud". Entonces, alterando la idea momentáneamente, escribí este prólogo: "ADVERTENCIA A LOS HOMBRES QUE LEAN ESTE LIBRO PARA NIÑOS: Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¿qué sé yo para quién!... para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!"

"Dondequiera que haya niños -dice Novalis- existe una edad de oro". Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.

¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños; siempre te hallé yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces, sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer!

Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren. También habrá excepciones para hombres y para mujeres, etc.».







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