Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

[209]

ArribaAbajo

Número XIII

 
                              ou) trw¯gw r(afa/nouj(23), ou) kra/mbaj, ou) koloku/ntaj,
ou) seu/tloij(24) xlwroiÍj e)pibo/skomai, ou)de\ seli¿noij:
tau=ta ga\r u(me/ter' e)stiìn(25) e)de/smata tw½n kata\ li¿mnhn.
                                       Homeri Batrachom. v. 53
Ni rábano picante es mi sustento,
Ni insulsa col, ni calabaza fría,
Ni de la acelga verde me alimento,
Ni el apio sirve en la comida mía:
Que estos potajes, postres y menestras
De sobra se hallan en las charcas vuestras.

     Asombrado y más que atónito me veo, Clientes míos, al contemplar la mucha tierra que ha corrido ya mi nombre. ¿Creeréis vosotros, que hasta el nevado y áspero Guadarrama ha inclinado su cerviz, para dar paso a la fama de vuestro infatigable Apologista? [210] ¡Con qué rapidez voy conquistando Provincias! ¡Qué trofeos no se deberán grabar en mi sepulcro! Rabiad de envidia Criticones; y ved por la representación, memorial, o pedimento que inserto, hasta dónde se han extendido mis dominios. Dice así:

     «Señor Apologista Universal: Los infrascriptos Licenciados natos, Escolares nothos y comisionados a jure de la Academia Lucifuga, ante Vm. con el más debido respeto exponemos: Que hallándonos desde tiempo inmemorial en la quieta y pacífica posesión de obsequiar a todo género de Mecenas Olímpicos y Terrígenas, aunque sean epicenos como las benditas Martyras, con altísonas, retumbantes, cacofónicas, acróstico-labirínticas, anagramático paronomásticas Dedicatorias, haciendo brillar en ellas nuestra latini-bárbaro-solecísmica cultura y erudición antiqui-nova-mixtifórica; y teniendo también el inconcuso privilegio, que nos cedieron los Poetas, de encaramarnos por esos cielos, surcar los mares, trepar las cumbres, sondear los valles, deshojar los árboles, minar la tierra, y voltear a nuestro arbitrio toda la máquina en busca de estrellas, luceros, astros, arenas, hojas, flores, piedras, frutos, conchas, &c. a fin de hacer de todos estos ingredientes nuestras ensaladas y menestras laudatorias, capaces de apostárselas al mismísimo Divino Figueroa, asegurando por este medio, [211] no sólo el honor de los Mecenas, el de la Patria, y el del antiguo Lacio, sino un patrimonio pingüísimo, y el diario sustento de nuestras extenuadas y débiles humanidades; un cierto escritorcillo periódico, un enano literario, un diantre de Diarista, envidioso de nuestro pirotécnico lucimiento fulguroso, pretende obtenebrar nuestros radiantes esplendores, y despojarnos del usufructo de nuestra latinicultura menestral, a cuyo beneficio hemos subsistido hasta el presente, sin que haya bastado a contenerle en sus ideas neotéricas el haber puesto en práctica nosotros contra sus avernales papeluchos la incontrastable doctrina de los Cánones Apologéticos de Vm. y otros arbitrios, que nos ha sugerido nuestra ilustración y celo: en cuya atención:

     A Vm. suplicamos se sirva inhibir al mencionado Diarista en su demanda, o bien eximirnos in solidum de toda jurisdicción diaria, semanal y periódica, recibiéndonos bajo la suya Apologética, por ser justicia que con costas &c.

     Otrosí: Pedimos, que en caso de no tener Vm. por conveniente la exención que solicitamos, nos diga si podremos hallar en esa Corte tales y tan buenos géneros de surtido para hacer nuestros potajes, y menestras, enviándonos Vm. alguno para muestra, el que si fuere de nuestra aprobación, [212] no dudaremos en pasar incontinenti a establecernos en esa, a fin de auxiliar a Vm. en cuanto nos contemple de provecho. De este nuestro desván capital Pinciano, en las Nonas menstruas de nuestra ilustración. Doctor Cejudo. Bachiller Platiquillas. Licenciado Apeiro. Por mandado de la Academia. Bachiller Anoeto, Secretario.»

     No espero que os ofendáis, Clientes míos Cortesanos, sí dispenso también mi protección a vuestros compañeros que la imploran desde lejos. Estoy viendo los rápidos progresos que va haciendo la ignorancia, y que es preciso reunir todas nuestras fuerzas, y aun admitir tropas auxiliares, ya que Apolo nos las proporciona, para resistir con vigor el golpe fatal que nos amenaza. Bien veis que acaba de publicarse en nuestra lengua vulgar, ¡qué sacrilegio! una infernal obra, no del Norte, pero sí del Occidente, en la que se revelan y descubren a la plebe los recónditos arcanos de vuestra sublime filosofía, ocultos hasta aquí debajo de más velos que la cebolla de los Egipcios. Bien veis que el Militar, el Artesano, el Petimetre, el Caballero, ¡qué digo! hasta las infelices mujeres van a saber sin salir de sus estrados ¡y cómo! por modo de Recreación, mucho más que lo que vosotros a costa de mil fatigas y desvelos habéis aprendido en las Aulas. Vais a ver que se reirá de vosotros una Dama, [213] ¡pero con qué chulada! sino la dais la razón de ¿por qué sus ojos son garzos o negros? ¿por qué su espejo la representa como es, y otros la figuran muy disforme? ¿por qué su aderezo brilla más que el de su Amiga? ¿por qué la refresca el abanico? ¿por que tenéis vosotros el intestino jejuno en el cerebro, cuando los demás le tienen en el vientre? y otras curiosidades propias de mujeres. ¡Ah! no se pensaba así hace algunos años, cuando un Censor muy Reverendo no permitió que se imprimiese la misma obra, porque no supiesen las hembras más filosofía que los barbados. Mas ya que hemos llegado a un tiempo tan calamitoso, que se vulgarizan los misterios de vuestra Ciencia, no extrañéis que mi ardiente celo se conmueva a vista de tal desorden, y haga todos mis esfuerzos por aumentar nuestro partido, a fin de combatirle, seguro de la victoria.

     Así, pues, amados Clientes Pincianos, no desmayéis en vuestro loable empeño de impugnar, ofender, y denigrar por todos los medios posibles a ese Diarista, como a vuestro capital enemigo, pues bien sabéis que gutta cavat lapidem, y a fuerza de golpes y palos os ha de dejar en paz: será también muy conveniente que así como aderezáis vuestras menestras laudatorias acomodadas al gusto de todos los Mecenas, hagáis para defensa vuestra alguna salsa fría y bien cargada de vinagre, de pimiento y [214] de mostaza, añadiéndola cualquier otro ingrediente corrosivo, siempre que no sea sal; y estad seguros de que se chuparán los dedos con ella vuestros camaradas, y elogiarán hasta las nubes lo fino de vuestro gusto. Y por lo que toca a eximiros de la jurisdicción del Diarista vengo en ello desde luego, con tal que jamás penséis en alistaros en esos Cuerpos de Sociedades, Juntas y Academias, ni en prestar a ello vuestros nombres, pues esos conciliábulos, que siempre he mirado con horror, me tienen usurpada la mayor parte de mi jurisdicción; pero formaréis vosotros Academia separada, que deberá llamarse la Academia del Malcocinado, cuya divisa serán las dos P. P. consabidas, que usaréis precisamente en aquel distrito, en el cual ejerzo toda mi jurisdicción.

     Por lo que hace al Otrosí de vuestro pedimento os debo confesar ingenuamente, que me ha sorprendido tanto vuestra súplica, que me parecía más fácil contentar a la embarazada ridícula con

                           Escabeche de almendrucos,
y agua de limón asada
en parrillas,

que hallar arbitrio para satisfacer vuestro antojo por mi total ignorancia en el arte de cocina, y ninguna inteligencia en la Botánica. Con todo por el vivo deseo de atraeros a la Corte, y porque nunca se dijera que al Apologista Universal le faltaban [215] medios para complacer a sus Clientes, di en discurrir, cuál sería el menos costoso, para salir del empeño; y cavilando intensamente en la materia, la casualidad, que como dicen los célebres Soñadores, ha sido la madre de los más útiles descubrimientos, me ofreció un expediente tan fácil y tan obvio que me avergonzaba yo mismo de no haberle reflexionado ya mil veces.

     Fue, pues, el caso, que al pasar yo una mañana por el arco de Toledo, entraba por él al mismo tiempo un hombre que conducía a la Plaza Mayor varias cargas de toda suerte de legumbres, y viéndole una multitud de Cocineros, que estaban allí cerca, se le rodearon todos con el anhelo de comprarlas al precio que pidiese: con esto creía yo efectuada la venta, y daba por hecho que el buen hombre descargaría allí mismo sus pollinos, y me dejaría libre el paso; pero veo que les dice con gran sorna a los concurrentes, que aunque le paguen a doblón cada lechuga, espárrago, guisante, o cebolla, no se los dará hasta hacer sus diligencias, sin duda porque andaban listos por allí los Esbirros y Alguaciles del Reposo Mayor, más temibles para él que la piedra y la langosta; y sin más ni más echa a andar hacia el extremo opuesto de la Plaza, hasta que le perdí de vista. Yo no sé dónde se entró, ni qué ceremonias tuvo que hacer: ello es que a breve rato le vi volver [216] muy contento, y repartir sus cargas de verduras, no sólo a los Cocineros, sino también a las Verduleras, las que después de lavar algún tanto las legumbres y colocarlas en sus sitios respectivos, comenzaron a venderlas a cuantos llegaban con la mayor frescura, y a vista y paciencia de los mismos Ministriles. Noté que casi todos compraban mayor porción de lo más barato y ordinario, como ajos, cebollas, berzas y lechugas; pero llegó uno que me parecía medio Caballero, porque sin regatear en el precio, de todo tomaba en abundancia hasta llenar dos espuertas de que venían cargados dos mozos que le acompañaban. Pensaba yo si acaso sería el Comprador de algún Grande, o de alguna Comunidad numerosa, y como mi genio en esta parte es algún tanto mujeril, me resolví a preguntárselo todito. Tuve la fortuna de tropezar con un hombre el más afable. No Señor, me dijo, Vm. se ha equivocado enormemente. Yo no soy más que Cocinero de una casa particular, en donde no somos sino cuatro de familia; pero ya ve Vm. que hoy es Viernes en España, y como no se pueden comer carnes, ni cosa de sustancia, es preciso contentarnos con legumbres.

     Está muy bien, repuse yo; ¿pero a qué tanta prevención para tan pocos? Ah Señor, me respondió: ¿ve Vm. esas dos espuertas llenas? pues a lo más me contentaré [217] con presentar en la mesa una media fuente de potaje, y otra de menestra, y quiera Dios. Quite Vm. los tronchos, la hojarasca, la cáscara, y todo lo exterior que se arroja al basurero, y verá Vm. lo que le que da; y lo mejor es que se paga todo, como si todo sirviera. Bien que aquí compra cada uno lo que quiere, pues se vende todo públicamente, y en dando uno su dinero puede hacer de lo comprado el uso que se le antoje. Muchos hay que compran lechugas, y no comen más que el troncho; otros, como mis amos, sólo aprovechan los cogollos; y así es preciso que haya surtido para todos, y que tome cada uno aquello que más le guste. Ahí tiene Vm. algunas legumbres delicadas y exquisitas, aunque pocas, y muchísimas ordinarias, y de la mezcla de todas hago yo potajes y menestras, que por fuerza han de gustar aun al más escrupuloso.

     Pobre de mí, exclamé yo entonces, despidiéndome del Cocinero: ¿que haya yo sido tan salvaje, que no me ocurriese hasta ahora un pensamiento tan feliz, para dar gusto a mis Clientes? Pues por vida de... que no ha de pasar el día sin aderezar yo mi potaje para contentarlos. Dicho y hecho. Voyme a mi plaza, que es la Puerta del Sol y sus contornos: tomo de cuantas verduras había lo que quise, y lo más fresco, sin que nadie me lo estorbase: solté mi dinero corriente; y llegado a casa con mis [218] géneros, comienzo a disponer un potaje y una menestra, que aunque yo lo diga, es imposible que deje de gustar a mis Clientes, pues a mí me ha sabido a gloria. En fin a la prueba me remito.

     Ante todas cosas era necesario un gran perol en que ir echando los géneros para el potaje, y un Calderero de la calle de las Carretas me vendió éste: Los libros son el instrumento de la enseñanza pública.(26) Busqué también una tartera, y en la misma casa encontré ésta: España ha sido docta en todas edades.(27) Encargué después una buena porción de garbanzos, y me presentaron varias muestras de entre las cuales escogí esta. El gusto de una Nación no se debe medir por los sabios particulares, que o ayudados de su singular talento, o excitados por alguna dichosa circunstancia, dirigen sus estudios con otro método, que el que regularmente se acostumbra. Hasta que la educación disponga generalmente a los jóvenes a pensar bien... no se debe esperar que el buen gusto se arraigue, y sea común en ningún pueblo.(28)

     Aunque estos garbanzos parece a la vista, que no son de buena calidad, y que han de salir duros, no hay que temblar, que ellos [219] se reblandecerán mezclándolos con las siguientes legumbres y hortalizas que mis verduleros me han vendido, pues algunas de ellas tienen virtud disolvente.

     ZANAHORIA: «El destino de esta Nación (España) es el de enseñar en todo.(29)

     BERZAS: Yo me iría con grandísimo tiento en proferir proposiciones universales, sobre cosas en que pueden tener lugar muchas excepciones.(30)

     NABOS: Los extranjeros suelen ser jactanciosísimos de sus cosas.(31)

     RÁBANOS: Condenarlo todo en general, a bulto y de montón es judicatura que no necesita gran provisión de letras, ni mucho caudal de discernimiento.(32)

     ESPINACAS. Descúbrese la electricidad; y he aquí llevada al encanto de su novedad la atención de todos los Físicos. De todos los Físicos, digo, Extranjeros; que los nuestros estuvieron muy lejos de merecer semejante nota.(33)

     VERDOLAGAS: No crea precipitadamente ninguno de mis Españoles, que en su Península, aunque no tan rica en depósitos [220] de experimentos, se sabe menos Física que en Francia o Inglaterra.(34)

     ACELGAS. Las razones que me determinaron a hacer esta traducción son dos: la una la total escasez de escritos que hay en España sobre una ciencia tan útil como la Física experimental, y de la cual sacan tantas ventajas no sólo las Matemáticas mixtas, sino también casi todas las artes.(35)

     JUDÍAS: El uso de las Matemáticas es la Alquimia en la Física, que da apariencias de oro a lo que no lo es.(36)

     LENTEJAS: Mi intento fue demostrar que en los asuntos útiles no hay Nación que pueda disputarnos los adelantamientos.(37)

     BERROS: En lo que toca a ciencias naturales, estamos hartos de repetir nosotros mismos, que no hemos adelantado tanto como en otros países.(38)

     REMOLACHAS: A nadie hemos provocado, y furiosamente nos acometen cuantos del lado de allá de los Alpes y Pirineos, constituyen la sabiduría en la maledicencia. Hombres que apenas han saludado nuestros anales, que jamás han visto uno de nuestros libros, que ignoran el estado de [221] nuestras escuelas, que carecen del conocimiento de nuestro idioma, precisados a hablar de las cosas de España... echan mano, por más cómoda de la ficción; y tejen a costa de la triste península, novelas y fábulas tan absurdas como pudieran nuestros antiguos libros de Caballería.(39)

     CEBOLLA PICANTE: Los juicios malignos (y obsérvese esto) sobre el estado de otras Naciones, comúnmente son hijos de cabezas ligeras que queriendo manifestar que tienen buen gusto, faltan a un documento principal de éste, que es el decoro.(40)

     AJOS: Pues afirma que no tenemos tan excelentes Filósofos morales como otras Naciones, señale uno en éstas que se haya aventajado a Séneca.(41)

     CASTAÑAS PILONGAS: Excepto Aristóteles, no ha tenido la antigüedad un Maestro de la ciencia de las costumbres que sea comparable con nuestro Lucio Anneo Seneca.(42)

     PUERROS: Pasará todavía (Séneca) por un ánimo perverso, que con astuta hipocresía ocultó vicios detestables... sacó del fondo de su rectitud los puros documentos con que enseñó a los hombres los oficios [222] de su naturaleza.(43)

     TOMATES: Si se ha de dar crédito a todo lo que los historiadores dicen de él (Séneca) su virtud consistía solamente en ocultar los vicios más feos... leemos en Xiphilino y en Dión Casío, que fue adúltero, y el que corrompió a Agripina, a quien Nerón hizo morir por su consejo... que se abandonó a aquel abominable amor que reprueba la misma naturaleza; que en el espacio de cinco años juntó más de siete millones; que alteró y falsificó muchos testamentos, que oprimió a los infelices &c.(44)

      ¿Y que tal, Clientes míos? ¿Habréis probado en vuestra vida un potaje más sazonado, y que pueda ser más grato a todos vuestros paladares? Estaba por decir que no le iguala ni con mucho la misma Grammatomachia, o Monomachia, con toda su infamia, desacato, deshonor, injurias, mofas, dicterios, crianza, prendas, carácter, circunstancias, persona, Dignidad (con D. grande), empleo, comedido, circunspecto, erudito, insultos, punto, reputación y decoro. Me parece que si llega a probarle el famoso Poeta Carambino o Carambano, le compone sin remedio [223] algunas Octavas, y Epitafios que compitan con los de la Cómica, y que saquen de pobres a los Ciegos. Más hará que veáis mejor toda mi generosidad hacia vosotros, ahí tenéis también la menestra que os he aderezado; y con la circunstancia de ser toda de géneros del País, porque soy enemiguísimo de toda comida extranjera.

     ESPÁRRAGOS: Se hacen paralelos que el amor de la Patria inclina siempre a favor de la que dio nacimiento al Apologista.(45)

     BRETONES: Las protestas de no desviarse de la verdad, de mantener el ánimo exento de las persuasiones del odio, del amor, del partido, se leen con expresiones magníficas en los exordios de las narraciones; pero el éxito da bien presto a entender que la filosofía de hoy no es desemejante a la de todos los siglos en obrar al revés de lo que profesa.(46)

     PIMIENTOS VERDES: Si resucitaran algunos de los sabios que en este siglo hemos tenido, y vieran que en vez de ir en aumento nuestras Ciencias, estaban en el mismo estado, o acaso en peor de aquel, en que ellos las dejaron, no hay duda que se maravillarían mucho al ver nuestro descuido.(47) [224]

     HABAS TIERNAS: ¿Habrá entre nosotros algún discursista tan insensato que quiera hacernos creer que España no ha adelantado cosa alguna en estos tiempos?: no podemos todavía ufanarnos ni vanagloriarnos.(48)

     GUISANTES: Si todas las Ciudades principales de España presentaran periódicamente una noticia de los progresos que cada una hacen en la Industria y Literatura, no necesitaba España de Apologistas frívolos y charlatanes, que en vez de ilustrar y vindicar el honor ultrajado de la Nación, fomentan más el insulto de los calumniadores, suministrando en las ridículas defensas que hacen, los argumentos con que aquellos apoyan sus calumnias.(49)

     APIO: Nuestros Apologistas que saben más lo que aborrecen que lo que aman, debían haber empezado por dar ellos testimonio de su saber y literatura; y era el medio verdadero de honrar a su Nación, como Escritores celosos, y no de defenderla como Canes rabiosos.(50)

     BORRAJA: Por más que el nombre de Apologista sea tratado con cierto aire de irrisión... yo no me arrepentiré jamas de [225] haber orado la causa de mi patria contra la calumnia o contra la maledicencia.(51)

     BERENJENAS: Los Estudios Sagrados jamás decayeron en España.(52)

     CALABAZAS: Varones altamente doctos y píos no han podido ver sin dolor el uso sacrílego que han hecho de la Religión algunos Teólogos, que parece que han nacido sólo para injuria de la ciencia más circunspecta y venerable. Cuanto fuese este exceso en los tiempos de Juan Luis Vives se echa bien de ver en lo amargo y áspero de sus lamentos.(53)

     PEPINOS. ¿Y habrá dejado España de ser docta en alguna edad, porque con los nombres de sus naturales no puede aumentarse el catálogo de los célebres Soñadores?(54)

     COHOMBROS: España también ha sabido engendrar célebres Soñadores.(55)

     COLIFLOR: No hay ciencia aún en la presente ilustración, cuya mayor parte no conste de dudas y controversias que formando innumerables volúmenes dejan el entendimiento, poco menos, en las mismas tinieblas que tocaba ahora veinte siglos.(56) [226]

     ACEITE Y VINAGRE: Las Artes y las Ciencias todos los días se acercan a su perfección: creer imposible añadir luces a las que nos dejaron nuestros mayores, es creencia de toscos y embotados ingenios.(57)

     HIERBA BUENA: Los exámenes en las ciencias físico-matemáticas se hacen también por la mecánica de D. Jorge Juan, aquella obra que honra a la Nación, y que cuando la escribía este sublime Matemático, dudaba que hubiera dos en España que la entendiesen.(58)

     COMINO: ¿No valía más que hubiese Vm. hecho mención de D. Jorge Juan, siquiera por ser paisano de Luis Vives, y no que no le nombra Vm. en toda su Oración Apologética?(59)

     ANÍS: Fuera de D. Jorge Juan no tenemos en nuestros días ningún Matemático, ningún Físico, cuyos gloriosos descubrimientos hayan enriquecido las diferentes y utilísimas partes de las ciencias naturales y exactas.(60)

     HINOJO: Confesará Europa que no el [227] amor de la patria, sino el de la razón me hace ver en Vives una gloriosa superioridad sobre todos los Sabios de todos los siglos.(61)

     CRIADILLAS DE TIERRA: ¿Con cuánta más razón deberá la España venerar la memoria de un hombre, (Feijoo) que habiendo escrito en un tiempo en que la mayor parte de las materias que trataba estaban tan atrasadas en su Patria, era tal vez el único capaz de desempeñar aquella empresa? ¿De un hombre que disipando la nube de las preocupaciones que la impedían el acceso de la verdadera luz, dio a la Nación los primeros elementos del buen gusto, y... la enseñó un lenguaje que no conocía para explicarse con propiedad en infinitas materias poco tratadas hasta entonces en su idioma?(62)

     LECHUGA: Viciado el gusto de nuestra Patria y hecho universal y como epidémico el vano deseo de ostentar agudeza, se despreciaron como inútiles los excelentes ejemplares Griegos y Latinos, manejados poco antes de día y de noche con una utilidad tan conocida, y se substituyeron en su lugar obras pestilenciales atestadas de los conceptos, retruécanos y juegos de vocablos, que decían tan bien con aquellos destemplados paladares... Sí; es preciso confesarlo: en la edad de vuestros [228] Abuelos era desconocida la verdadera literatura.(63)

     AZÚCAR Y CANELA: In Archigymnasio Matritensi: viget Latium, teritur Tullius, græcus auditur sermo: Orientales etiam linguæ, (quod miremini) quarum aspectum nostri horrebant homines; inscitiæ imperium! caput attollere, & antiquam recuperare dignitatem sperant... omnes denique disciplinæ severiores veternosam illam respuere docendi formam, quæ in scholis insederat, fereaque sapiebat sæcula.»(64)

     Paréceme ya, Pincianos míos, que tendréis lo muy bastante para saciar vuestro apetito. Ahí os presento no más que una muestra de las más sabrosas legumbres de la Corte, y de lo más escogido de ellas. Los despojos y los tronchos los arrojé a mi basurero que es La España triunfante en el actual siglo filosófico. No penséis que por haber faltado el surtido de la Huerta falte en la Corte otro mayor lachanopolio, en la gran Campana de palo que tanto ha resonado por el mundo. Siquiera por verla pudierais veniros a esta Imperial y Coronada Villa, aun dado el imposible de que no os agradase el potaje y la menestra cuya mayor parte a nadie sino a ella se la debo. [229]



ArribaAbajo

Número XIV

                         Yo sé que en ti con ansia el gran deseo
de hacer tu gloria perdurable asiste,
y que a este fin elegirás ufano
medios valientes que el heroico pecho
del vulgo aparten y tu gloria afirmen.
                          Forner. Disc. Filosóf. pág. 85.

TRADUCCIÓN LIBRE AL CASTELLANO.

Materias grandes, experiencia poca,
discursos altos trata el papagayo:
aquí, aquí la paciencia se me apoca.
                         Argensola. Epist. a Alonso Ezquerra.

     Por cierto que no hay cucaña en el mundo como la de meterse uno a Escritor periódico, y más si es a Censor, o a Apologista; porque como son muchos los interesados en este género de escritos, los unos por el gusto de censurar, y los otros por tener quien los defienda de las censuras, surten al Escritor de copiosos materiales, y no tiene más que hacer que publicar lo que le envían. Tenía yo (lo confieso) mi poquitito de [230] envidia al ver que el Domine Censor y su Corresponsal nos daban, en cuerpo y alma mil cartas que se les remitían; y como nadie hasta ahora se había acordado de mí para este efecto, y debía trabajarlo todo por mí mismo, me iba desanimando poco a poco de mi empeño. Pero, gracias a Dios, ya llegó también mi hora, y tengo la satisfacción de publicar no una Carta como quiera, y en que yo no haya tenido parte alguna; sino el fruto de mi doctrina, el aprovechamiento de mis Clientes, en una palabra la Apología, que el mejor de ellos ha hecho de sí mismo. Dice así:

     «Señor Apologista Universal: No puedo menos de manifestar a Vm. el sentimiento que me ha causado la indiferencia con que Vm. mira al Cliente más apasionado, y al más digno de su protección. Que: ¿aun cuando no fuesen del mayor mérito las sublimes y tan cacareadas producciones de mi antiguo furor crítico; cuando yo no hubiera sido el perseguidor de la vanidad erudita y llevádole en esto muchas ventajas a Juan Claro, le parece a Vm. grano de anís mi Oración Apologética por la España y su mérito literario? Una obra compuesta para que sirva de exornación al Discurso de Denina, y que sin embargo le pongo por Apéndice: una obra que aniquila los Colosos extranjeros, y eleva sobre las veletas los enanos de la Patria: [231] una obra en que se enseña a medir a dedos la ciencia de las naciones, y por no cansar, una obra que no tiene semejante en los Fastos literarios, ¿no debía ser defendida y sostenida por Vm. cuando la envidia y la ignorancia se han propasado a impugnarla?

     Ya me había resuelto a suplicar a Vm. se sirviese hacer la Apología de mi Oración Apologética, y estaba con la pluma en la mano para ello, cuando por mis pecados se le antoja salir a luz a ese atolondrado charlatán el Bachiller Regañadientes haciendo demostraciones palmarias de que Vm. no defiende sino lo que todo el mundo ve y conoce que es malo; con que si Vm. hiciera mi Apología, vea Vm. qué consecuencia. Pero bien se conoce que el tal Bachiller debe ser un mentecato, o soñador de delirios. Pregúntele Vm. a Juan Claro ¿si conoce por malo a su Juzgado Casero? ¿Tendría yo por mala mi Oración si Vm. la apologizase? ¡Qué desatino tan de bulto! Sobre que no tienen una pizca de lógica estos infelices avechuchos. Para cortar; pues, de raíz semejantes habladurías, tomé el partido de hacerla yo mismo y presentarla a Vm., para que saliendo bajo su autoridad, calle de una vez tanto ganso gruñidor como quiere devorarla. Entro en materia.

     Me horroriza ciertamente, Señor Apologista, [232] la ineptitud y estupidez de nuestros Criticastros, cuando sin reflexión ni método quieren decidir del mérito de las Obras, sin tener el trabajo de examinar bien sus principios y sus miras. A mí me han enseñado desde niño que para leer con fruto una obra, debía enterarme antes del Prólogo o advertencias, que suelen hacer los Autores; pero ni aun esto veo yo que hayan aprendido nuestros Zoilos. Con sólo haber leído mi Prólogo hubieran visto que un varón ilustre me hizo considerar que nuestras Apologías no deben escribirse para nosotros; y así nada tienen que ver los Españoles con la mía. Hubieran visto que mi Oración la había escrito yo tiempo ha con solo el fin de ejercitar mi estilo en la elocuencia Castellana; para lo cual todo el mundo sabe es indiferente la verdad o la mentira; y que así como Platón, Erasmo, Luciano Phavorino ejercitaron la suya en elogio de la injusticia, de la fatuidad de la mosca, y de la cuartana, podía yo también divertirme en soñar a mi modo una Oración laudatoria de la España e irrisoria de las demás Naciones. Hubieran visto como digo, que la Oratoria y la Poesía tienen estrecho parentesco entre sí en lo que toca a los ornatos del estilo y al aire extraordinario con que visten ambas artes los argumentos que se encaminan a la persuasión, y que sin estar [233] en mi mano me acerqué a veces a la energía poética, porque en el calor de la composición con dificultad modera el entendimiento los ímpetus de la agitación interior, poco escrupulosa en expresar los objetos con mayor o menor viveza, según la impresión que hacen en el animo

     Ahora bien: supuestos estos principios ¿no podré yo vestir a mi arbitrio los objetos y darles el color que me parezca? ¿No es la ficción una prenda esencialísima de la Poesía, y por consiguiente de su parienta la Oratoria? Pudo el célebre Cervantes fingirse como quiso a D. Quijote en cuerpo y alma; ¿y no he de poder yo, por ejemplo, figurarme a Luis Vives superior a todos los Sabios de todos los siglos? Pues he aquí el aire extraordinario, que yo digo. Ah Señor, que ese es un enorme despropósito, un error y una mentira manifiesta. ¿Dónde se venden, me dirán, las pantometras con que Vm. mide tan exactamente los talentos? ¿Qué compás de proporción maneja Vm. para hallarla entre Platón el grande soñador, como Vm. le llama, y Vives? Era preciso que con una vanidad desmedida se juzgase Vm. capaz de conocer todo el mérito de todos los Sabios, haber leído todas sus obras, y ahí es nada, saber todas las lenguas para entenderlos, estar instruidísimo en todas las Ciencias, saber la mayor utilidad de cada [234] una, y aun creerse superior al mismo Vives para ponerle sobre todos. ¿Pero qué saben Vm., Señores Críticos, la agitación interior del estro que me animaba cuando estampé ese que Vms. llaman disparate? ¿Descartes ha de soñar un mundo, y Forner no ha de soñar un Sabio? En todos los Héroes de los mejores Poemas se descubren ciertas fragilidades que nos hacen rebajar mucho del mérito que se les supone; pero a un hombre superior a todos los de todos los siglos, no hay ciertamente por donde acometerle, y habrían enmudecido los Canos, los Estébanes y Dupines si hubieran formado de él el mismo juicio; pero así como solos Vives y Verulamio eran capaces de conocer todo el mérito de la literatura de las naciones, así yo solo he sido el capaz de conocer todo el mérito de Vives.

     Vuelvo a repetirlo, Señor Apologista. Mi Prólogo bien reflexionado deshace enteramente las ridículas sofisterías de esa turba de filosofadores charlatanes. No obstante de que nuestras Apologías no deben escribirse para nosotros, según me hizo ver aquel varón ilustre, me resolví a pensar en hacer pública la mía, siquiera por aprovechar en utilidad de la Patria las tareas de unos pocos momentos. Mi propósito fue escribir más como Declamador que como Historiador crítico; di por supuesta la verdad [235] de los hechos; y si la elocuencia no es más que una modificación, o digámoslo así, un afeite de los pensamientos; siendo estos frívolos o sofísticos, ¿qué mérito le queda al ornato? Por eso digo, que una Apología que se encamine a autorizar los engaños o los errores, tanto más abominable será, cuanto más excelente en el desempeño. Y sobre todo las Apologías de una Nación pueden ocasionar daños gravísimos sino se fundan en la verdad y carecen del conveniente temperamento. Todo esto es evidente, y yo mismo lo confieso; pero dando por supuestos los hechos, y no habiendo de escribir como Historiador crítico, sino como Declamador enjerto en Poeta, tengo de un golpe respondido a cuanto pudieran objetarme los Críticos. Digo que me sujete a la estrechez de una sola hipótesis, y toda Europa sabe el significado de este terminillo, ni aun lo ignoró el célebre soñador Descartes. En la hipótesis de que la España se halle situada entre los grados 5 y 10 de latitud, y 5 y 30 de longitud, se demuestra fácilmente el color negro de sus habitantes, pero no en la situación que hoy verdaderamente ocupa. Así, pues, para todos aquellos que sin estos previos conocimientos, y sin haberse enterado a fondo de mi Oración, quieran juzgar de su mérito, y del de ésta mi Apología, será inútil todo mi trabajo, pues sólo [236] quiero hablar con los que puedan entendernos. Para éstos solamente voy a trazar aquí el plan que me propuse para componerla, y Vm. decidirá quién es el que tiene de su parte la razón.

     No debía yo ignorar (porque ¿quién no lo conoce?) que la pequeña parte de gloria literaria que puede apropiarse una Nación, no se puede fundar en el mayor número de ingenios o de Sabios que hayan salido de su seno, sino en los medios que la misma les haya proporcionado para su mejor cultivo y enseñanza. A pesar de las riquísimas minas de uno y otro Mundo, moriría de hambre la España si no procurase cultivarlas: ni estriba la riqueza de una Nación en la vasta extensión de su terreno, cuando a éste no se le hace rendir todo el fruto de que es capaz atendidas sus circunstancias. Tampoco debía yo ignorar que los Ingenios son como los nabos que se dan en cualquier clima, con la diferencia de que éstos necesitan de simiente para producirse, y aquéllos vienen graciosamente de lo alto: por consiguiente el ingenio Español que deba su ilustración a los libros y Países extranjeros, y el Extranjero que la haya adquirido entre nosotros, no deben contarse por Sabios de la Nación en que han nacido. Bien sabía yo que Séneca, Quintiliano, Cano, Feijoo, Cervantes y otros tales bebieron [237] y aprendieron su doctrina en otros Países y libros que los nuestros. Sabía que la grande obra de Luis Vives de la Corrupción de las Artes, sería la cosa más ridícula y superflua si en su tiempo no hubiera existido aquella corrupción que tan prolijamente nos describe en todas ellas: que esta obra es una demostración palmaria del atraso de aquel siglo: que esto mismo lo confirma Melchor Cano: que ni entonces ni nunca nos puede servir de disculpa el decir que los Extranjeros nos contagiaron, pues una Nación sabia como la España debía conocer la peste, y obligar a todo extraño a hacer su cuarentena; porque una vez introducido el contagio es un consuelo desesperado el morirse un hombre porque mueren otros muchos. Sabía yo que nosotros no seremos ricos precisamente porque otras naciones sean pobres, y que éste es un desquite muy pueril y vergonzoso, si con esto se nos quiere mantener en la indolencia.

     También debía yo saber, (voy proponiendo las especies según me ocurren, conforme a mi método) que por más que se quieran ponderar los conocimientos de los Árabes, es menester ser muy loco para ponerlos en paralelo con los descubrimientos modernos: que son poquísimos los libros buenos que de ellos nos han quedado, y que de ninguno nos valemos para nuestros [238] Estudios públicos. También conozco, que sería una solemne sofistería probar que tenemos una excelente moral porque sean nuestros los Granadas, los Puentes &c., pues nadie ignora que estas obras no son por las que se enseña en las Universidades, ni se hacen por ellas los exámenes para Órdenes, Curatos &c. sino por el Larraga, Echarri, Potestas, Cliquet y demás tropa de santísimos Casuistas: que de nada nos sirve tener a Cano, Castro, Montano desterrados de las Universidades, mientras se les substituye a Gonet, Godoy, Flórez, Apodaca &c. que son los libros por donde se aprenden los principios de la santa Teología: que hoy pasa plaza de demente el que quiere saber Filosofía sin Matemática, y que sin embargo tenemos unos Filósofos en los estudios públicos como Losada, Palanco, Goudin, Apodaca; y lo mejor es que ni aun todos estos son nacionales: que si alguno como, por ejemplo, Feijoo después de haber malogrado su juventud en las Escuelas, como él mismo lo confiesa, se aplica después a buenos libros, y rompe la cadena de la perversa educación, no tiene en ello la Patria el menor influjo, ni estas tareas pueden contribuir a su gloria cuando ella tampoco le ha puesto en movimiento para que se ilustre. Sabía yo con evidencia, que así como refiere San Jerónimo que los Españoles iban a Roma a oír a [239] Tito Livio; nuestro amado Monarca tenía destinados varios jóvenes a instruirse en otros países para hacer propios en beneficio de sus Vasallos los conocimientos útiles que hubiesen adquirido, y nos trajesen no lo que nos sobra, sino lo que nos hace falta; y por el contrario yo no he visto por esas calles ni paseos muchos jóvenes extranjeros que hayan venido a educarse en nuestros Colegios, Seminarios, o Academias. Y finalmente estoy viendo por mis ojos que de unos 54 Autores que para la enseñanza pública señala S. M. en el juicioso plan de estudios que acaba de aprobar para una de nuestras Universidades, sólo seis o siete son nacionales, y los demás extranjeros.

     Todo esto sabía yo, Señor Apologista, y mucho más que omito por no ser pesado; pero dígame Vm. por su vida ¿qué cosa más insulsa que una Apología nacional en tono de declamación, fundada solamente en unas verdades tan notorias? ¿Qué lugar podían tener en ella el entusiasmo, el Ostro, el ímpetu interior, ni los colores poéticos? ¿Había de sufrir yo que me llamasen el Poeta de la verdad, como apellidan a Lucano porque no supo fingir? No Señor. Cualquiera otro menos Filósofo y Poeta que yo mismo, hubiera hecho una confesión la más ingenua de nuestros atrasos y sus causas; hubiera hecho mil elogios [240] de nuestro celosísimo Monarca, y de su ilustrado Ministerio y a cuyo impulso vemos renovarse con toda rapidez la hermosa faz de la Península. Hubiera expuesto los sólidos y visibles adelantamientos de la Patria en todos los ramos de las Ciencias y las Artes, para excitar a la juventud por este medio a cooperar con vigor a las miras del Gobierno. ¿Pero un Filósofo, un Forner había de pensar con tal bajeza? Al contrario: cuando veo que quieren adoptarse entre nosotros las máximas y sistemas transalpinos; cuando no sé con qué especie de entusiasmo comienza la Nación a entregarse libremente al conocimiento de las ciencias que quieren llamar útiles; cuando advierto que con un furor nada ordinario trabajan las Academias; las Sociedades y otros Cuerpos en desterrar mil preocupaciones tan antiguas como perniciosas; cuando veo que encantados de la novedad de los libros extranjeros se entregan a su lectura y enseñanza no sólo algunos Seminarios y Colegios, sino muchos jóvenes deslumbrados; cuando por esta causa se compran y construyen colecciones de Máquinas costosísimas para el uso de los laboratorios Químicos, y observatorios Astronómicos; cuando contemplo que la Física acompañada de la Geometría, del cálculo, de las Matemáticas puras y mixtas quiere destronar al Peripato; cuando para [241] este fin veo que se revuelven, se desentrañan, se analizan las obras de los Descartes, Newtones, La Cailles, Boerhaaves, y Beaumes; cuando el Gobierno mismo es el que más promueve estos proyectos, y quisiera ver en cada pueblo cien Descartes y Newtones; entonces, entonces mismo es cuando arrebatado del espíritu poético-oratorio salgo de mi obscuridad y retiro para anunciar a mi Patria, a mi amada Patria unas verdades que nadie sino yo se hubiera atrevido a publicarlas.

     Entonces es cuando inflamado mi espíritu filosófico, y arrollando enteramente las ideas de la adulación y del interés, y animado del noble atrevimiento que inspira la verdad, levanto mi voz más que estentórea para hacerme oír en toda Europa y decir con libertad a mi Patria: ¡Oh España! (pág. 36.) La ciencia humana en la mayor parte no es más que una tienda de apariencias, donde la espléndida exterioridad de los géneros engaña a la vista, y da visos de gran valor a unas materias fútiles en sí y caducas. Este engaño es como peculiar y casi inevitable en los descubrimientos de la Física. ¿Qué saben todavía los Filósofos del íntimo artificio de la Naturaleza, después de veinte y cuatro siglos de observaciones? ¿De qué pueden servirte esa decantada Geometría, esa Álgebra confusa, esa Aritmética intrincada, si (pág. [242] 37.) en los seres que componen el mundo visible jamás alcanzaremos más que lo que en ellos se pueda numerar y medir? Los principios constitutivos que dan origen a las acciones de la Naturaleza, se esconden obstinadamente en el pozo de Demócrito; y los razonamientos que se hagan sobre ellos, nunca serán sino adivinaciones agradables, propias para dar pasto de siglo en siglo a la curiosidad humana, más solícita en conjeturar lo impenetrable, que en deducir lo que se facilita al conocimiento. No, no creas España mía, que sabes menos Física que Francia o Inglaterra. No te dejes deslumbrar con los ásperos Cálculos e intrincadas demostraciones geométricas, con que astuto el entendimiento, disimula el engaño con los disfraces de la verdad. ¿Qué utilidad pueden traerte esas menudas obras de Estática, Dinámica, Balística, Catóptrica, Dióptrica, Hidrostática, y todas las Matemáticas, si el uso de ellas es la Alquimia en la Física, que da apariencias de oro a lo que no lo es? (pág. 38.) ¿Si las leyes del movimiento no te explican que es movimiento? ¿Si calculas el giro de los Astros, y te es impenetrable la causa porque giran? ¿Si observas que el aire es grave, y no comprendes la esencia de la gravedad?

     Sí España mía: a ti te digo como Apologista tuyo, que no sabes menos Física que Francia o Inglaterra; pero a tu Censor debía [243] yo decirle todo lo contrario, y EN LETRA MUY REDONDA, cuando a nombre de todos le confieso, que (pág. 20. Contest. al Cens.) nuestros buenos Apologistas cuando llegan a la literatura del siglo XVIII bajan el tono, y sin entrar en comparaciones de la nuestra con la de los extranjeros, se contentan con indicar cortés y modestamente que acá en estos últimos tiempos no se ha sabido tanto como en París, o en Londres; bien que estas dos Capitales no son lo mismo que Francia e Inglaterra. Así pues, deja que éste y otros tales gasten inútilmente su tiempo en leer esos libros extranjeros, deja que tengan algunos apasionados en tu recinto los Newtones, Descartes y La Cailles que yo siempre te diré, y no me cansaré de repetirlo, que esos hombres que celebras no son más que unos célebres soñadores. Y cuando no consiga yo por este medio, que el Gobierno los destierre para siempre de nuestra Patria, por lo menos haré ridícula la estimación y crédito que hoy logran.

     Porque vamos claros, Señor Apologista mío, y entendámonos los dos. Mire Vm. Yo he formado y dispuesto mi Oración, no sujetándola a aquellos antiquísimos preceptos oratorios que nos dejó Cicerón, y otros que después le han hecho graciosamente el honor de llamarle Príncipe de la elocuencia. No soy yo hombre que deba sujetarme [244] a las reglillas de estos Autores menudos, porque esto sería aprobar con la práctica lo mismo que condeno con la pluma. Ya ve Vm. que digo (pág. 105.) que jamás supo Italia sino lo que copió de Atenas, y que los pocos Filósofos que engendró (pág. 190.) incluso el mismo Cicerón fueron meros copiantes de los Griegos; pero también es cierto que la pomposa Grecia (pág. 42.) apenas vio en sus Escuelas sino caprichos expuestos con admirable orden y enérgica majestad de palabras, que imitó el Romano; y no creo yo que en esto me lleve a mí muchas ventajas. Ahora bien: Grecia fue discípula del Egipto (pág. 104.) y consiguió ser maestra del universo; y como yo no tenía a mano los libros Retóricos de los Egipcios para ver en ellos su elocuencia, no quise ser mero copiante de los meros copiantes de los Griegos, imitándolos en vestir mi Oración a la Romana, armándola de su Exordio, Narración, Proposición, División, Confirmación y semejantes zarandajas; sino que comienzo desde luego por donde acaban los otros: esto es, entro confutando, y echando a rodar por esos suelos toda la filosofía y todo el saber de los modernos. ¡Pero con qué nervio y con que designio! Bajo el nombre de filosofía combato a un tiempo las verdades más útiles de la Física, y los errores de la Ética y Política. Con [245] saber yo por noticias algo remotas que ha habido un Rousseau, un Helvetius, un Voltaire y otros cuantos que a vuelta de algunas cosas buenas, dijeron muchas perversas contra la Religión y el Estado, y ver que a éstos se les llama filósofos por mal nombre, ya tengo yo bastante para echar mi barredera sobre todos, buenos y malos, excelentes y medianos. Ya sabía yo que estos ingenios extravagantes han sido mil veces impugnados y convencidos por otros infinitos filósofos de mérito muy superior; no ignoraba yo que un Huet, un Paschal, un Valsecchi, un Polignac, un Racine, y sobre todo que los Obispos, el Clero, la Sorbona de Francia (pág. 154.) no han cesado aún de repetir censuras, exhortaciones y anatemas contra los libros de los que allá llaman incrédulos, y nadie había de confundir con aquellos a estos que los impugnan y castigan, y que sin duda son los más, los más sanos, más doctos y respetables, y los que dan el tono a una Nación; así como no llamo herética a la Teología de España porque lo fuese la de Prisciliano y de Molinos, paisanos nuestros. Pero, Señor mío, esto ya lo sabían los Doctos, y cualquiera que ha saludado la historia de la Iglesia conoce que para cada impío que se ha levantado contra ella, ha suscitado la Providencia muchos celosísimos Pastores de su grey que la defendiesen [246] animosos: sabe cualquiera que nunca ha manifestado la Religión todo su brillo y majestad con mayor magnificencia que cuando estos hombrecillos menudos han querido medir su brazo con el Todopoderoso; y que está escrito en fin que no prevalecerán contra ella las puertas del Infierno. Sí Señor, esto ya me lo sabía yo; pero era preciso abrirme un nuevo camino de apologizar a mi Patria, y éste debía serme tanto más glorioso cuanto fuese mayor el destrozo que hiciese en todos nuestros vecinos. Fuera de que mis admiradores sé yo que no se pararían en estas menudas investigaciones, y como ellos leyesen cuatro periodos retumbantes, llenos, huecos, y que les sonasen más que la Campana de Toledo, me tendrían por el Goliat literario capaz de medir mis fuerzas con todos los Davides de la fierra.

     El medio único, pues, para cortar de raíz este contagio de novedad que se iba introduciendo insensiblemente en la Nación, no podía ser otro que ponerla delante de los ojos con la expresión más viva, enérgica y poética no sólo la inutilidad y fruslería, sino el inminente peligro a que la expone la actual filosofía que no es más que un conjunto de sueños y delirios. Era preciso decir a mi Nación, que (pág. 32.) en la Filosofía actual todas las Religiones se enseñan, menos la que representa a [247] Dios con mayor grandeza, y contiene en sí la moral más santa, pura y sublime que hasta ahora se ha conocido. Y dígame Vm. por su vida ¿este golpecito de mano no echa a rodar a un tiempo a Voltaire y a Pascal, a Rousseau y a Racine, a Helvetio y a Valsecchi? ¿No son todos ellos Filósofos actuales? ¿Y no se creerá que todos ellos enseñan otra Religión distinta de la santa? Pues ahora bien; tóquele Vm. a cualquiera buen Español en el pelo de la ropa sobre cosa que huela ni de cien leguas a Filosofía actual, aunque sea la de Roma, París o Bolonia, y le verá Vm. echar espumarajo por la boca, y oponerse con todas sus fuerzas no sólo a Vm., sino a todo un ejército, y al Gobierno mismo que intentase desengañarle. ¡Pues bonitos somos nosotros para esto! Y más es que para apretar mejor la clavija, y que no pensase mi Nación que por nombre de Filosofía entendía yo algunos tratados de moral, o de política, la digo más claritamente, que (pág. 33.) los decantados aumentos filosóficos de nuestros días lo han sido realmente en el aumento de los númenes; y que no se ha entibiado aún la furia de inventar Dioses y predicar cultos con haber más de 24 siglos que principió. Póngame Vm. ahora a un Español muy creído, porque lo digo yo, de que los aumentos filosóficos, como v. g. el descubrimiento de ciertas Estrellas y Satélites, [248] la máquina eléctrica, el gas, el telescopio &c. son otros tantos númenes inventados en nuestros días, y verá Vm. que no dejará títere con cabeza, aunque le predicasen lo contrario todos los Misioneros del Orbe. No sabe Vm. la fuerza que tiene aún la sombra de Religión entre nosotros, para impedir que se admitan acá tan perniciosas novedades. Habrá hombre que si por ventura ve un observatorio Astronómico, le tendrá por una Mezquita consagrada al culto del Dios Ustorio, del Dios Péndulo, del Dios Engyscopio, o de la Diosa Aerostática. ¿Y le parece a Vm. que no vomitará más pestes que yo contra todo lo moderno? Pues a fe que por este camino he logrado yo mil admiradores de mi Oración, que acaso hubieran sido los primeros en acometerme; sino me hubiera acogido a sagrado, e interesado a la Religión en favor mío.

     Puesto ya este primer cimiento de mi Oración, se supone captada la benevolencia del Lector con tanta fuerza que no dudará en dar asenso a cuanto yo quiera persuadirle. Vea Vm. la prueba. Antojóseme entrar, salir, cortar y rajar a mi gusto sobre la Ciencia de nuestros Árabes; y como sé que en España no se entiende una palabra de estas cosas, y por otra parte los Españoles leen con tal precipitación que no se acuerdan de lo que han leído en una página [249] cuando llegan a la otra, tuve libertad para decirles cuanto se me venía a las mientes, y sin miedo de que me cogiesen en la trampa. Quise, pues, pintarlos a la Turca (pág. 44.) y les di esta pincelada: Ninguna cosa más torpe, más fea, más inelegante que la Filosofía de los Árabes, cuya natural incultura, unida a la ansia de curiosear produjo un saber menos culto. Retoqué la pinturita a la vuelta de la hoja con decir que: elegancia, método, exactitud, eran primores que jamás conoció, ni buscaba la pluma del Sarraceno. Adelantaron notablemente la Astronomía, haciéndola servir para vanísimas predicciones. Debioles la Medicina admirables aumentos, al tiempo mismo que la afeaban con especulaciones imaginarias y monstruosos sistemas. Con nueva y feliz maestría aplicaron la Química al auxilio de las dolencias, y la llenaron también de enigmas, portentos y credulidades; &c. y todo lo que en confirmación de esto añado, que ciertamente son noticias exquisitas. Ahora bien; si en España se supiera algo de Lógica, o se entendieran estas materias, ¿no era fácil decirme que así como los monstruosos sistemas de los Árabes no perjudicaron a los admirables aumentos de la Medicina y de la Química, tampoco les perjudicarían los nuevos sistemas de los célebres Soñadores que yo combato con tanta fuerza? Pues vea Vm. cómo nadie [250] me ha dicho palabra; pero en caso de que me la dijeran, respondería yo galanamente con lo que de otra pincelada les encajó (pág. 60.) donde digo, que si bien la religión y la política separaban los ánimos de los Españoles, Cristianos y Musulmanes; pero el saber indiferente (como v. g. la Química o Medicina) pudo adoptarse, sin peligro, a la utilidad de todos; pero ahora aun sin vivir juntos Españoles y Extranjeros no pueden adoptarse sin peligro las Ciencias o el saber indiferente. ¡Y diga Vm. a los critiquillos que me impugnen esta solucioncilla de nuevo cuño!

     ¿Quiere Vm. ver ahora a los mismos Árabes vestidos a la Greca o a lo sabio? Pues vealos Vm. (en la misma pág. 60.) con estos colorcitos: España libre del contagio del Escolasticismo, daba de sí entre los Sarracenos habilísimos Médicos, Astrónomos, Geómetras, Algebristas, Químicos, Poetas, Historiadores; entre los Cristianos hombres que competían en estas artes con sus tiranos, y uniendo a ellas el estudio de la religión, hacían de su nación la región única donde las Ciencias eran lo que debían. Y ¿cuánto darían los Críticos porque yo les señalara media docena de Geómetras y Algebristas Árabes y habilísimos, esto es, mucho mejores que los célebres Soñadores? Con todo, les apostaré yo a los mismos Químicos Árabes a que [251] no sabían hacer una destilación de sus mismas Ciencias con el primor que yo la hago en mi capital laboratorio, cuando digo, (a la vuelta se supone) que: En resolución, de lo bueno y malo que contenía la literatura Árabe, los Cristianos de España tomaron lo bueno y útil; y los Extranjeros, tomando lo malo, inundaron de vanidades la Religión y Filosofía. De suerte que ni la más mínima parte tuvieron los Españoles en esta corrupción... Tuviéronla sí en los conatos (y advierta Vm. el mérito de esta locución Egipciaca, no copiada de Griegos ni Latinos) de mejorar el fundamento de los males.

     Vm. no se canse ni le dé vueltas, Señor Apologista. Ninguno sabe, ni supone mejor que yo el atraso, la barbarie y la ignorancia de España. Porque vamos claros; si yo no me hubiera figurado que escribía en una Nación que tiene el más estrecho parentesco con aquella en que decía Nasón:

                              Barbarus hic ego sum, quia non intelligor ulli.

     ¿Cómo hubiera dicho, por ejemplo, que la ciencia de Erasmo se estancó en los Canceles de la Teología? (pág. 214.) ¿Cómo habría estampado yo que sus traducciones, (como los Diálogos de Luciano, las Tragedias de Eurípides &c.) no pueden servir sino para el uso de los Teólogos del Cristianismo? ¿En dónde sino en España hubiera yo podido escribir (pág. 64.) que [252] esta misma España se hizo Escolástica cuando vio que para conservar íntegra la unidad de la Religión, era ya indispensable necesidad derrotar con la Teología Escolástica a los que, confundiendo los abusos de ésta con los fundamentos de la Religión, con pretexto de desterrar el Escolasticismo destruían el dogma y desunían la Iglesia? Mas ¿de qué modo se adoptó en España el Escolasticismo? Mejorándole; convirtiéndole de profesión semibárbara en ciencia elegante, sólida, reducida a principios ciertos e invariables. Ahora bien ¿ha oído Vm. hasta que yo lo digo, que la Escolástica sea invariable? ¿Que sea indispensable necesidad recurrir a ella para mantener la unidad de la Religión? Pues vea Vm. como yo lo digo, y nada más, y se me cree como si dijera un Evangelio chiquito. Yo digo lo más mal que puedo de los Extranjeros, y cuando me hace al caso me valgo de ellos para elogiar a nuestros Autores, con ser así que jamás han leído un libro nuestro; (pág. 10.) y que hay poco que esperar de los Extranjeros cuando hablan de nuestros Escritores. (pág. 214.) Por eso es malo Dupin, aunque su Biblioteca es muy estimada, y son buenos Torti, Wilcke, Vallisnieri, Muratori, Trevisano, Gasendo, Bruckero &c. porque nos alaban.

     ¿Cómo era posible que yo hiciese pasar en Francia, o Inglaterra por célebres [253] Soñadores a Newton y Descartes sin exponerme a que me apedreasen por lo menos? Pero en España he hecho con ellos a mi salvo lo que hizo el cabrito de la Fábula con el lobo. Bien es, que por si acaso algún extranjero llegaba a leer acá mi Oración, tuve la advertencia de llamarlos también en otra parte (pág. 99.) grandes hombres, aunque no se los envidiamos. Y a la verdad ¿quién no ve que Magallanes para hallar su famoso estrecho debía ser más Matemático que Newton para formar su mundo, aun cuando una tempestad le hubiese arrojado a aquel paraje? ¿Quién no creerá que yo he comprendido a Newton, cuando digo que le hubiera sido fácil hallar su mundo sin Matemáticas? Los Extranjeros pensarán que esto es tan imposible y repugnante como hallar la cuadratura del círculo sin tener idea siquiera de lo que es círculo. ¿Pero a mí que me importa? Yo suponía que en España nadie había de entender esta barahúnda, y que me creerían sobre mi palabra, siempre que despreciase a los extraños, e hiciese mil elogios de los nuestros. En efecto, ya ve Vm. como he puesto a Vives sobre todos los Sabios de todos los siglos; pero esto no quitaba que llamase a Quintiliano (pág. 118.) el maestro más excelente de elocuencia, el hombre de mejor gusto y de juicio más recto entre los latinos. A Séneca le llamo el [254] padre de la virtud, y ni más ni menos que si yo hubiera sido su Confesor de asiento, digo de él, que no ocultó vicios detestables. Esto digo en la Apología (pág. 112.) porque era Apología; pero bien sabía yo que le había de llegar su San Martín cuando en mi Obra príncipe le tratase de ridículo por verle andar buscando sutilezas y antítesis sonoras para persuadirnos a que nos ahorquemos, o demos de puñaladas. (Disc. Filosófic. pág. 220.) ¿Y querría Vm. que la gravedad de los Españoles se parase en estas niñerías? ¡Ah! Es menester que uno tenga bien conocido el carácter y el gusto dominante de una Nación para escribir en ella con acierto, quiero decir con utilidad; porque de lo contrario sólo escribirá para tres o cuatro que lo entiendan, y el Público se quedará siempre a buenas noches, y a éste se le debe complacer en todo trance.

     Éste ha sido únicamente mi designio, y cualquiera puede juzgar si he sabido desempeñarle como se debía esperar de mí. Pude haber reducido mi Oración a breves páginas; pero era preciso hacerme tan singular en todo, que no tuviese ejemplo en todos los siglos pasados, ni pueda tenerle en los venideros. Una Oración de 150 páginas no la han parido hasta ahora las imprentas. Una Oración no leída ni pronunciada en Sociedad, Congreso, o Academia [255] no la han visto todavía los vivientes, a no ser la mental que tanto nos recomiendan los Ascéticos. Una Oración sin división con dos partes no supieron componerla ni los meros copiantes de los Griegos, ni la discípula del Egipto. Una Oración que tenga lo que pudiera ser exordio, (y este ab ovo) en su segunda parte, es un fenómeno de que no darán razón ni los célebres Soñadores. Una Oración... ¿pero dónde voy yo a describir todos sus primores y bellezas? Vm. sabría muy bien, si quisiera, ponderar todo el mérito del estilo, de la elegancia, de la intercalación de sentencias, que aunque mías no dejan de ser universales; de la propiedad y exactitud de los Epítetos tan ajustados como nido de golondrina pegado a una pared, elogio que he merecido de un erudito Español, residente en la Corte de París; y en fin de la majestad, y soberano despotismo con que en ella se juzga y se pesa por quintales el saber de las Naciones; pero éstas son cosas menudas que podrá Vm. apologizarlas en caso necesario. Por ahora sólo quiero que Vm. publique esta mi Apología, que no interesa menos a Vm. que a mí. A Vm. porque hará callar con ella a esos Bachilleres Regañadientes, y D. Silvio Liberio, tenidos por rnuchos por tan sabios, tan doctos, e ilustrados como yo mismo. A mí porque tendré la satisfacción de ver apologizada [256] una obra como la Apología Forneriana, que puede hacer época como la Jurisprudencia Irneriana.

     Sola una súplica me resta que hacer a Vm. y es que como ese dicho Bachiller se ha empeñado en que Vm. tiene admirable habilidad para ingerir en sus Diatribas de letra bastardilla lo que otros estampan en letra redonda, me parece que da a entender que la bastardilla será señal de producción espuria, ilegítima, o bastarda; y así he de deber a Vm. que evite enteramente toda ocasión de presumir que esta Apología no sea mía, muy mía, e hija de mi cabeza. Téngola ya algo cansada: voy a orearme un poco, que pienso componer todavía en esta tarde una Tragedia. Dios guarde a Vm. muchos años para emplearlos en la defensa de sus amados Clientes, y particularmente del más humilde de ellos, que su mano besa. El Orador Apologético.»

     Confieso, Clientes míos, que no ha dejado de gustarme la Apología, que hace de sí mismo vuestro juicioso y hábil compañero. Yo sólo os tenía dadas reglas para defenderos de esos pocos Críticos menudos que hay en todas partes; pero nunca creí que el valor Español Apologético se las midiese con todo el resto de Europa. ¡Qué gloria no me da este Cliente valeroso! Verdad es que me hace algún escrúpulo el cobrar los cuartos [257] no más que por publicar su Apología sin otro trabajo que el de llevarla a la Imprenta; pero a fin de asegurar mi conciencia he dado dos ochavos de limosna para una obra pía, y tan pía como la reimpresión del devotísimo Mambruch a lo Divino que en estos días andan vendiendo los Ciegos por las calles, y a mayor abundamiento ofrecí contribuir con igual cantidad para cuando salga a luz un Cumbé a la Pasión de Jesucristo, una Guaracha a la Soledad de la Virgen, y un Fandango a los siete Sacramentos, en contraposición de lo que el vulgo entiende por estos nombres, para fomento de la piedad verdadera, y para acreditar al mismo tiempo los justos y loables designios de mi Cliente en hacer ver el celo infatigable de nuestros Escritores por la mayor pureza de la Religión.

     También confieso que no sé como ha podido ser censurada la más extensa Apología de nuestra Patria. Yo por lo menos la estimo en su justo precio, y no cesaré de aplaudirla siempre que tenga ocasión; y si hay alguno de genio tan sombrío que piense con Séneca, que: Quem quis contemnit, calcat sine dubio, sed transit, yo diré con el mismo que: Etiam in acie jacens præteritur: cum stante pugnatur. (epíst. 105.) Le consolaré con decirle con el Padre de la virtud, que la gloria es la sombra de la virtud, y que así como la sombra unas veces nos [258] antecede, y otras nos sigue, así la gloria que le mereció su Apología fue delante de él en algún tiempo, pero será mucho mayor la que se le debe seguir cuando haga callar a la envidia. Esto le debe excitar como lo espero a continuar en ilustrarnos aunque sea en Conversaciones familiares, que por ser menos sublimes que las Oraciones Poéticas y los Discursos Filosóficos, son más du resort de la gente menuda, que no necesita, ni gasta reflexión en sus sentencias, y está dispuesta a tragarse el veneno más mortífero, con tal que se le dé dulcificado.

     En fin para dar gusto en cuanto estuviese de mi parte a este mi Cliente favorito encargué a mi Amanuense y Apoderado, que por Dios no me pusiese en la copia que había de servir para la Imprenta ni una sola letra rayada, para que no me la impriman en bastardilla; pero él que es un bicho de mala cara y peor genio, y además un tunante sempiterno, novillero, y bromista sin segundo, me dijo medio puesto de jarras, y mirándome a lo zaino: Señor Apologista, ese pandero para mí que lo entiendo, y que le sé repicar a la ley. Vm. métase en sus calzones y déjeme acá con mis copias, que también sé yo donde me aprieta el zapato; y sobre todo en dándome Vm. el original yo le copiaré del modo que se me antoje, y santas pascuas. ¿Tiene Vm. más que pedir? Hombre por Dios, le repliqué, [259] mira que dicen por ahí que yo tengo habilidad para poner en bastardilla lo que otros ponen en letra redonda... Pues pesia Vm. y el alma de cántaro que lo dice, ¿cuándo ha venido nadie a ayudarme a copiar en letra bastardilla, redonda, ni cuadrada? Eso quisiera yo que Vm. supiera escribir a la moda, y me copiase esta tarde media Apología mientras iba yo a correr la gloriosa con dos amigos que me estarán esperando; pero voto a nos, que me estaré aquí aperreado con su Apología, o con su rábano, y los otros brindarán a mi salud... Vaya: por eso no lo dejes, que yo te daré buena propina con tal que no me copies en bastardilla... Dale otra vez con la bastardilla, ¿pues qué más le da a Vm. ni a ningún petate que yo copie en la letra que quiera? ¿Pues qué, la bastardilla muda de sentido a lo que está escrito de redonda? Ya sabe Vm. que en la Apología de los Burros le copié muy poco, o casi nada de bastardilla, y con todo se han quedado tan Burros como eran antes, y serían lo mismo aunque los hubiera copiado de VERSALES. Señor mío, ya que no me paseo, voy esta tarde a mirar por mis utilidades, que es lo que me tiene cuenta, pues ha de saber Vm. que un pliego con bastante bastardilla lo copio en la tercera parte de tiempo, que otro de letra redonda. ¿Y había yo de perder esta comodidad porque digan de mí lo que [260] quieran? Cuando yo le altere o le trastorne a Vm. su original, entonces podrá quejarse, pero sino tijeretas han de ser, y sobre eso morena... Hombre por Dios, no me pongas bastardilla que me llaman enladrillador, remendón, y me comparan a los Albarderos, y ya ves que éstos son oficios muy bajos para un hombre tan derecho como yo... Ah, ah, ah, me respondió el socarrón con una risita picaresca; pues dígame Vm., Señor, ¿y por eso se le encoge a Vm. el ombligo? ¿Podría Vm. ser albardero sino hubiera burros? ¿Y no es mucho mejor ser lo primero que lo segundo? Y el pobrete que le llama a Vm. enladrillador ¿no conoce que pone Vm. a sus pies, pisa y pisotea los ladrillos? Pues a fe que para esto no es menester saber mucha Filosofía: Hazte cargo que me comparan también a los Femeters de Valencia que están esperando a que estercolen las bestias para ir al instante a hacer caudal propio sus porquerías. Otra que tal ¿pues si no hubiera bestias en Valencia habría tampoco Femeters? Vm. parece que ha perdido la sesera. Váyase con Dios, y no me vuelva a replicar, porque si no... Ello es que no le pude reducir por más que le suplique. ¡Quiera Dios no lo eche todo a perder! [261]



ArribaAbajo

Número XV

                En materia de opinión literaria cada uno piensa y habla de las obras ajenas como le parece; mayormente cuando dan justos fundamentos para la crítica, o reprehensión: y ¡desdichada de la Nación en que se tiranice esta libertad de los entendimientos!... yo haría algunas observaciones de buenísima gana, si no estuviésemos en un tiempo en que a título de no lastimar el crédito de la Nación, se da paso franco a las sandeces y disparates, y va perdiendo sus derechos la justa crítica.

Tomé Cecial. Reflexiones. pág. 112.

          

     Aunque no soy muy aficionado a la Pintura, con todo no me niego a ver, cuando se presenta la ocasión, cualquiera que me dicen ser de un mérito extraordinario, o de un Artífice primoroso; no porque espere yo hallar en la mejor pintura cosa que celebrar, o que merezca la menor estimación mía; sino por divertirme con [262] los apasionados que no hallan expresiones para ponderarla. Con saber esto muy bien un Amigo mío, fueron tales las instancias que me hizo días pasados para que fuésemos a ver un retrato del célebre Mengs hecho por su misma mano, que por no parecer grosero, condescendí en acompañarle. Vímosle en efecto; y así mi Amigo, como otro Caballero que se hallaba presente, se empeñaron en que yo había de admirar también la belleza, la propiedad, la viveza y la naturalidad del tal retrato. Ni me gusta, ni vale nada, les dije yo muy frescamente, y como si hubieran oído una blasfemia, comenzaron los dos a hacerse cruces, y a tratarme de palurdo y de ignorante en materia de buen gusto. Sea lo que Vms. quieran, les dije, pero ello es que a mí no me gusta, ni daría por él una peseta; y si no vamos a razones: ¿Qué tiene de primoroso ese retrato? Qué ha de tener, me respondieron, ¿pues no ve Vm. que se parece tanto a Mengs que se podría equivocar con él mismo si viviera? ¿No ve Vm. que parece vivo, y que no le falta sino hablar?... Pues he ahí lo peor que tiene en mi juicio para que merezca ponderarse. Díganme Vms. por su vida ¿a quién quiso retratar Mengs, cuando puso mano a esta obrilla?... ¡Brava pregunta! A sí mismo: ¿pues no lo ve Vm.? Con que [263] según eso, dije yo, él mismo en persona quiso, y pensó ser el original de su copia... Es verdad... Pues miren Vms.: desde que hay espejos en el mundo, o por mejor decir, desde que Dios crio el agua, ha sido cosa muy fácil retratarse uno a sí mismo siempre que se le antoje: la habilidad, el primor y la perfección del arte estaría en que Mengs, queriendo retratar por ejemplo a un Mochuelo, y teniéndole presente, sacase este retrato propio suyo, y tan perfecto como Vms. lo ponderan... ¡Jesús que desatino! ¿Pues no ve Vm. que eso es imposible?... ¿Imposible? Seralo para Vms. y otros tales; pero yo tengo quien lo sabe hacer en la hora... Es locura, dijeron todos: no puede ser... ¿No? pues ahí va un retrato en cuerpo y alma, a ver si Vms. conocen el original. Atención.

     «Yo me he puesto a poltrón y adulador; dos empleos que quizá me trajeran más asegurada la utilidad, que si diera en hombrearme con Juvenal u Horacio. Hay enfermos que están bien hallados con sus dolencias, y yo me he resuelto ya a ser uno de ellos.(65) Yo, con no haber sabido en mi vida más que mal leer, me he metido a escritor por no [264] tener otro oficio de que echar mano... He salpicado todos los ramos de la literatura, y me he salido con llamarme a mí mismo sabio... Empecé haciendo versos por flujo... dime después a Metalúrgico, pasé a Químico, de allí a Estrafalario.(66) He tomado grande ánimo para arrojarme al público, desde que he visto recibirse con aceptación algunos escritos, en que compitiéndose el capricho y la impertinencia, no parece sino que se han publicado para dar lecciones de extravagancias, de ineptitud, y tal vez de barbarie.(67) Se tropieza a cada paso con hombres furiosamente doctos en su concepto, que se meten a escribir de lo que no entienden.(68) No te figures que vas a pelear con algún Hércules o Aquiles literario, ni te represente tu timidez algún Héroe invencible. Hartas señas ha dado de humano en las obras que ha publicado hasta aquí; y en cuanto a los alcances de su saber; la opinión que se tiene de él es que los extraños le valúan en menos de lo que él a sí mismo... Su confianza y su satisfacción, [265] fundadas tal vez en viento, le precipitan y hacen dar de ojos a pesar de sus bravatas.(69) La ocupación de escribir versos, cuando no son de un Virgilio, es bien poco envidiable... No todos los que se creen a sí mismos grandes Poetas, lo son en efecto; y es a veces un chasco lastimoso para la constitución de algunos dar fácil crédito a las inspiraciones de su vanidad, y estar pasando en la consideración común por no tan excelentes hombres como ellos presumen de sí.(70) ¿Por qué pues, si hay Escritores Churrigueras, no se ha de tener a bien que los Artífices inteligentes muestren las extravagancias y desproporciones en beneficio del vulgo ignorante, que comúnmente alaba lo peor, y mantiene y anima la corrupción con sus alabanzas?»(71)

     Ahora bien, Señores míos, ¿de quién les parece a Vms. que puede ser este retrato tan bien hecho? Paréceme, si no me engaño, dijo el Caballero, que tiene algunas facciones del Sr. H., que Dios haya, pero el todo del cuadro no se le semeja mucho. A mí me parece lo mismo, [266] añadió mi Amigo, pero en verdad que no puedo dar con el original... Pues a fe que no será culpa del Pintor que Vms. no le conozcan, porque en el mismo cuadro está bien retratado con todos sus pelos y señales... ¿En dónde está, que no le vemos? ¿quién es?... Lean Vms. aquí al pie del cuadro este rengloncito que dice: Es un mozo corto de vista, ojos hundidos, torvo de cara, magro, alto y de ceño desapacible, cuyo nombre es J. P. F.(72) Éste es el Pintor; éste es mi Cliente, éste el que se puso a dibujar al Sr. H. y sacó un retrato tan vivo de sí mismo que no le sobra más que hablar. ¿Tengo razón o no? ¿Han hecho ni pueden hacer otro tanto los Mengs, Ticianos, Maellas, ni Bayeus? Confesamos ingenuamente, me respondieron, que el retrato no puede ser más primoroso, y que si Vm. le regalase a la Real Academia de las Nobles Artes, no dejaría de agradecérsele debidamente... ¿A la Academia yo? ¡Qué disparate! ¿Pues, Vms. piensan que esa Academia, ni cuantas hay en Madrid saben estimar el mérito de las obras de mis Clientes? ¿Por qué les parece a Vms. que no quieren admitirlos en ellas, sino porque no las desluzcan y las avergüencen con [267] sus inmortales producciones? ¡Ah! hubiera muchos Clientes míos en las Academias y entonces se vería si eran sabias y útiles a la Nación... Vaya que Vm. está terrible Sr. Apologista. ¿Con que quiere Vm. qué tantos sujetos de mérito y de ilustración como componen las Academias de la Corte, no sepan apreciar el mérito de sus Clientes! Mire Vm. que acaso le cegará la pasión que Vm. les tiene... Señores míos, les dije. Callen barbas y hablen cartas: Ya que las Academias proponen premios a los particulares para la resolución de sus problemas o asuntos, yo los he de proponer a las mismas Academias, y no sobre asuntos arbitrarios, sino en doctrinas que han ilustrado y tratado eruditamente mis Clientes. Pero señor, me replicaron, sus Clientes de Vm. han tratado mil materias inconexas, que acaso no tendrán relación con ningún instituto Académico... ¿Sí? pues para que. Vms. vean que no se escapan de la dificultad, me ceñiré a solo un Cliente mío; y no a todas sus obras, sino a una sola que dará que hacer a todas las Academias. Aún digo mucho: no he de salir de la Dedicatoria y del Discurso preliminar, y me ha de sobrar tela todavía. ¿Quieren Vms. más?... Vaya que el pensamiento es ridículo en extremo. ¿Y qué Obra es esa tan extraordinaria?... Eso lo conocerán Vms. [268] por los ejemplos. Vamos al caso, y Vms. si les parece pueden publicar los premios siguientes por esa Corte.

PREMIO I.

     Una medalla de laurel con el retrato de Apolo, a la Academia que mejor formase una Dedicatoria que comience como Poema Épico v. g.

                           Virtud, alma virtud, tus dones canto:

imitando aquello de Arma virumque cano de Virgilio, o el Alma Venus de Lucrecio. Deberá tener también dos Invocaciones, pero que la una destruya a la otra, y que las dos de nada sirvan, por suponerse el Poeta ya inspirado de antemano, v. g. (para que lo entienda la Academia) Invocación primera:

                           Espíritu divino
a ti convierte mi inspirado acento.(73)

     Invocación segunda que destruye a la primera:

                           Sólo me asista a tano ministerio
el Varón que a tu imperio &c.

     Suposición contra las dos:

                           A ti pues van los míos (números)
virtuoso. [269]
Varón, que afable un día
quiso dictarme tu adorable Numen,

Y para que nada falte en materia de invocación, se repetirá después de las tres, otra como esta más enérgica, y que explique la acción del Poema:

                            Numen celeste, asísteme, te imploro,
Y sea tu elocuencia
De tan gloriosa acción digno instrumento.(74)

El Mecenas de esta Dedicatoria deberá ser un hombre, a quien se le diga con verdad:

                              Por eso tú de la Verdad divina
el resplandor entero
miras y gozas en gloriosa suerte.
A ti sólo convierte
la alta Deidad su lumbre peregrina.(75)

     Esto es, un bienaventurado que sólo él lo sea; pero que al mismo tiempo esté en la tierra para poder decirle también:

                             tú que subes
con suelto pensamiento
a la eterna región que al Cielo honora.(76) [270]

PREMIO II.

     Un juego de Discursos Filosóficos a la rústica y sin encuadernar a la Real Academia Española o cualquiera otra, que en una Memoria aclare el verdadero sentido de este acertijo:

                             Absorto reverencio
tu grandeza, o piedad que le enterneces
de verle yo también enternecido.(77)

     Se explicará también si la ley del consonante eterna concede su pasaporte al verbo prosterna(78) y si de lo contrario se deberá tener por de comiso, y multar al contrabandista. Asimismo se hará ver la notable distinción que hay entre el anima y la mente para verificar que ésta y no aquel, copia al Omnipotente.(79) Al premio propuesto se añadirá la Patente de Mecenas al que averigüe sin peligro de equivocarse, quién es aquel él de quien habla la pag. VIII. cuando dice:

                                Por él domada la mortal fiereza,
por él en holocaustos sacrosantos,
por él logran alivio los quebrantos, [271]
y su ser los mortales ennoblecen.

mostrando con razones gramaticales si es el interés humano, el yugo bárbaro, el Poder o el soñar que le preceden; dando también la cierta construcción de aquellos dos versitos:

                            El Poder que destronas
sustenta la Virtud obedeciendo.

y probando si será útil poner su campanilla, o echar una calza colorada al Nominativo que se pruebe serlo de esta Oración, para distinguirle del Acusativo.

PREMIO III.

     Seis tomos en folio de las Concordancias Fornerianas, que están trabajando los mejores Críticos, y que ya tienen concluida la portada, a la Real Academia de la Historia, o a la que presente la mejor Disertación sobre el Nacimiento, Patria y Obras de un tal Roseau(80) de un tal Colins,(81) y sobre la etimología y naturaleza de la voz Revelación(82) y Religión revelada,(83) manifestando también que siendo precisa una Revelación para cumplir [272] con las obligaciones de la vida racional, se vería forzada (la Razón) a adoptar la más santa entre las de la tierra; y en que consiste esta menor santidad, sin que por este deje de ser cierta la necesidad de que haya Religión, y de que sea una sola en la tierra.(84)

PREMIO IV.

     Una medalla de plomo de seis arrobas en que estará grabado al natural mi Cliente con este Lema: Omnia ventus, a la Academia de Teología Dogmático-Moral, o cualquiera otra que forme el mejor Discurso Filosófico con las condiciones siguientes: 1. Se hará y dará al público el Discurso cuando la Academia apenas sea capaz de manejar la pluma en asuntos frívolos.(85) 2. El punto principal que se ha de demostrar es que la existencia de Dios es el fin a que nos debe encaminar la Revelación.(86) ¡Jesús qué disparate! exclamaron a una voz mis compañeros, que hasta aquí me habían escuchado como absortos. ¿Con que la Academia ha de demostrar que la existencia de Dios es el fin del [273] hombre, o lo que es lo mismo el fin a que le encamina la Revelación? ¿Con que la Academia hace demostrar que si el hombre pone en práctica los medios que le prescribe la Revelación para conseguir su fin, conseguirá la existencia de Dios, y si no lo practica no la conseguirá, así como se puede conseguir, el ver a Dios o no verle? Mire Vm. que esas son cosas muy delicadas, y que nosotros aunque no somos Teólogos, jamás hemos oído que la existencia de Dios fuese el fin del hombre, porque los Santos y los condenados saben que Dios existe, y con todo unos le gozan, y le aman, y otros no... Vaya, vaya, ¿ahora se paran Vms. en eso? ¿Pues por qué les decía yo que un solo Cliente mío era capaz de dar que hacer a todas las Academias? Pero prosigamos nuestras condiciones: 3. De este principio deducirá la Academia que no se puede conocer la existencia de Dios sin la Revelación, y que aquel Dios que conocieron los Gentiles, como lo dice San Pablo, o no tenía existencia, o no era el verdadero. 4. Supuesto que Dios dio entendimiento al hombre para que le conociese; libertad para que pudiese obrar, y voluntad para que hiciese meritorias sus obras,(87) se probará que así como el entendimiento [274] y la libertad son bastantes para conocer a Dios y poder obrar, basta también la voluntad para hacer meritorias las obras; aunque digan lo contrario las Santas Escrituras y Teólogos. 5. Se hará la competente distinción entre el hombre, el orden del hombre, las obras del hombre, y las del orden del hombre: entre el fin del hombre, que como se ha dicho es la existencia de Dios, y el de las obras del orden del hombre que es Dios,(88) especificando las unas y las otras, y diciendo si serán buenas las obras del hombre no siéndolo las de su orden, o al contrario: esto es, si se podrá salvar el hombre por sus obras, y condenarse el orden del hombre (orden que no existe ya)(89) por las suyas. 6. Deberá la Academia calcular matemáticamente los grados de fuerza que tiene la siguiente prueba de la existencia de Dios: El fin de las obras del orden del hombre es Dios: cuya existencia se prueba, porque sino existiera, las obras del orden del hombre no tendrían fin alguno,(90) para saber si deberá rendirse a ella el Ateísta que responda que si Dios no existiera, ni habría hombre, ni orden del hombre, ni obras [275] del orden del hombre, que necesitasen de algún fin, ni Discursos Filosóficos que le embrollasen sin fin.

     Y ¿cuándo le da Vm., me interrumpió el Caballero, a sus condiciones y premios? Ya veo yo que ninguna Academia del Reino será capaz de merecer siquiera el acessit; porque a lo que entiendo me parece que todas ellas tienen adoptados principios muy diferentes sobre el hombre, sobre la Religión, y sobre el modo de defenderla contra los falsos Filósofos. Ya, respondí yo: ello en algo había de consistir. Miren Vms. Mi Cliente no halla la menor novedad en las objeciones de los Modernos sobre todo lo que dijeron los Antiguos Sofistas, y así pregunta con razón, ¿qué sistema disparatado de los modernos podré yo leer, que no le halle confirmado en la antigüedad con los mismos o diferentes sofismas?(91) Y así Vms. esperarían quizá que a los mismos sofismas se habría de responder con las mismas razones y principios con que han respondido mil veces tantos y tan grandes Apologistas como ha tenido la Religión. ¿Pero esto qué mérito era para un Cliente mío? Con saber leer y entender bien la materia estaba todo compuesto. Era pues necesario establecer nuevos principios no descubiertos en toda la antigüedad, como [276] v. g. que la existencia de Dios es el fin del hombre, para verificar completamente que pasarán siglos sobre siglos, y la Razón en el estado de corrupción en que hoy se halla, no enseñará a los venideros más que lo que enseñó dos mil años ha a los Egipcios, a los Caldeos y a los Griegos.(92) No hay remedio: yo estoy firmemente persuadido a que en España no se conoce todo el mérito de la Obra de mi Cliente, ni las utilidades que de sus principios puede sacar la Metafísica, la Moral, y la Teología; porque a no ser así ¿cómo se había de haber vulgarizado tanto una obra que debiera guardarse, y con el mayor cuidado, en los Archivos más secretos del Reino? ¿Cómo podremos defender la Religión en adelante si nos cogen estas armas los incrédulos, y las vuelven tal vez contra nosotros? ¿Y qué mayor prueba de nuestro Catolicismo, que hallarse entre nosotros jóvenes que en los primeros años, y no en su decrepitud como los Arnobios, Lactancios, Tertulianos, y Agustinos, sepan defender la Religión contra hombres aguerridos ya y veteranos en el arte de escribir?(93)

     En fin: lo dicho dicho: Vms. propongan [277] a las Academias los premios mencionados, previniendo que las que aspiren a ellos deberán presentarme sus Obras con las formalidades acostumbradas para el 30 de Febrero del primer año bisiesto. Así lo haremos, me respondieron; pero si con sola la Dedicatoria y el Discurso preliminar se atreve Vm. a desafiar a todas las Academias, hacemos juicio que con la Obra entera podría Vm. proponer premios a todo el Universo. Mas díganos Vm. por su vida, y con esto nos iremos que ya es tarde: ¿qué piensa Vm. que podrán responder las Academias, o qué resultas espera Vm. de estas propuestas de premios? Vaya que son Vms. demasiado preguntones: ¿soy yo por ventura Astrólogo o Adivino para saberlo? Pues yo lo sé muy bien, me respondió el Caballero: mire Vm. «el pronóstico es facilísimo: el Cliente las vituperará: esto es natural; y se puede Vm. ir disponiendo a verse respondido con media docena de Demostraciones Palmarias, Conversaciones Familiares, o Pasatiempos. Sus amigos y aficionados preferirán (¿quién lo duda?) la pertinacia de su afición a la razón, a la verdad, y a la evidencia. Sus contrarios las pondrán en las nubes, y no habrá para ellos mejor Código de Crítica. Los indiferentes, al ver al frente de ellas el nombre de aquel [278] que se complace en burlarse de los que se tienen a sí mismos por doctos, y en deshacer los humos de vanidad que se engendran y levantan en muchas cabezas, dirán de ellas todo el mal, o todo el bien que les inspirará la preocupación contra el tal sujeto, o en favor suyo. Hace ya muchos siglos que formó callo en la mayor parte de los mortales el hábito de no juzgar de las cosas, sino por lo que se conforma con sus pasiones, o no se conforma. El juicio en los hombres no está en el entendimiento: está en el amor, en el odio, en la conveniencia. Por otra parte la República de las letras está plagada de Jueces de entremés, que con severísima seriedad pronuncian furiosos disparates, y se estiman por ellos como los soberanos de la literatura. A la voz de Crítica levanta el grito todo menguado Autor, y sintiendo ya sobre sí el azote, se rompe los pulmones para desacreditar la maldita habilidad del que ve que la tiene para convertir a muy graves Escritores en majaderos. Abanderiza cada uno por su lado una tropa de ecos; y ya por aquí, ya por allá, suenan en todas partes aullidos contra el Crítico, como si fuera algún pecado negando notar sandeces y boberías, y advertir al inocente público, que no se fíe de figurones; o como si el Crítico tuviera [279] la culpa de que pasen por gentes habilísimas, solemnes mentecatos, a quienes hacen recomendables su atrevimiento y la ignorancia ajena. Un Crítico que convence con razones incontrastables el error, la ignorancia, el pedantismo, la sandez, la jactancia, el despropósito; y que a esta cualidad junta la de honrado, hombre de bien, amigo de la justicia, es el Hipócrates de la literatura, el Ángel que purifica las aguas de la piscina literaria para que los que entran en ella sanen y no se inficionen. La senda de la verdad y del buen gusto no se allana sino después de haber desmochado la maraña de los errores, y la selva de las extravagancias que la dificultan. El que no estime esta ocupación, desprecie también el trabajo que se emplea en abrir caminos; y logrará ciertamente tan felices viajes sin ellos, como grandes progresos sin crítica en el estudio de la sabiduría.»(94)

     ¿Qué letanía de desatinos es esa? dije yo a mi Caballero. ¿A qué volvemos otra vez al cuadro, y nos quedamos todavía sin saber el original? Yo no creo que nadie piense, ni pinte de ese modo, y mucho menos mi Cliente cuyo pincel está tan [280] bien acreditado. Ese pronóstico estará tan bien hecho como los que publican las Astrólogos sobre los Eclipses, y no será menos falso que ellos; por lo que maldita la fuerza que me hace, y conozco que toda esa Crítica está hecha en otro tiempo, y no tiene pizca de interés. Lo cierto es «que los libros y papeluchos, enteramente despreciables no necesitan más impugnación que una dentellada satírica, tirada al paso y como por juguete, sin perder el tiempo en largas befas»(95) ni más ni menos que lo hizo Tomé Cecial en sus Reflexiones, y en solas dos palabras; de suerte que se dé a entender que esto se hace no más que por Pasatiempo. ¡Oh! ¡oh! exclamó mi Amigo a grandes voces: «Aquí quisiera yo a ese adulador de F. a ver como se desenredaba de este Aquiles, de este argumentazo, que es la piedra angular»(96) y que le cae como a plomo. Aquí quisiera yo dar a conocer a este Proteo de las letras, a esta Metra, a este Vertumno... pero tiempo vendrá... Vaya, vaya, Vm. sosiéguese y déjelo correr, que quien lo entiende lo entiende. Con esto nos despedimos, quedando tan amigos como antes, y yo un tantito aficionado a la pintura. [281]



ArribaAbajo

Número XVI

                               Grande opus: emensis ex hinc nec inutile seclis.
                        Vanier Præd. Rust. Lib. I. v. 307.
Grande obra, y útil a la edad futura:
librar clientes de la atroz censura.

     Cansado, aburrido, harto de pisar lodo en medio de la limpieza de la Corte, y más que medianamente embadurnado con el que al paso me salpicaban los coches, me vi precisado una de estas tardes, a entrarme en la Librería de Castillo, y esperar a que llegase la noche, para poder irme a mi casa, sin riesgo de que me silbasen por las calles. Hizo la casualidad que se hallase allí también por el mismo motivo un buen Señor, a quien yo no conocía; pero luego que le saludé y nos sentamos al brasero, cayó la conversación sobre el mal tiempo, el mucho frío, el lodo, las aguas, los coches &c., en lo que desde luego conocí que era hombre de talento, de sano juicio, muy [282] versado en la historia, y lo que sobre todo me enamoró, fue que en más de hora y media que duró nuestra tertulia, no me contradijo en una sola palabra: apoyaba todos mis pensamientos y los aplaudía sinceramente; era enemigo declarado de los críticos y el más apasionado a mis clientes; ingenuo, sencillo, literato, y tan uno conmigo en el modo de pensar, que yo daba interiormente mil gracias al Cielo por haberme deparado un hombre semejante, y ya no me acordaba de los malos ratos anteriores. Paréceme pues que haría una grave injuria a mis clientes, en especial a los que fueron objeto de la mayor parte de nuestra conferencia, si no les manifestase que a pesar de esa menuda turba de critiquillos bachilleres, tienen también hombres de seso que los aplauden y los elogian como yo. ¿Qué mas? ¡Si aun a mí mismo me hizo creer que era hombre de provecho y de grande utilidad a la República! Ello es que yo no he podido resistir a la tentación de publicar cuanto charlamos y allá va según me acuerdo.

     A poco rato que estábamos murmurando de los coches, advertí que pasaban por la calle cuatro galeras cargadas de cajones y muy despacio. He aquí como [283] debieran ir los coches, le dije a mi Caballero, y no que con el trote y galope de las mulas, nos ponen perdidos a los pobres que vamos a pie. Tiene Vm. mil razones, me respondió; pero eso consiste en que las galeras llevan cosas de peso, y los coches no. Pues, dígame Vm. ¿qué llevan en aquellos cajones tan grandes? Esta mañana los vi cargar y cerrar en una librería y según oí eran unos 40 tomos de Larraga, 30 de Echarri, 2500 de Corella y otros Libros que llaman de Moral en Castellano, y éstos sirven para todos los que quieren ser Eclesiásticos, y son delicados de cabeza; y se gastan a millares en España, y otros tantos en Indias. ¡Válgame Dios, y que descuidados somos los Españoles! ¿Con que tenemos el Moral en romance, y no ha habido todavía una buena alma que ponga en Castellano el Breviario y el Misal, o por lo menos el Canon de la Misa? ¿Cuánto tiempo no ahorraríamos en la Iglesia cuando son más largas la Epístola y Evangelio que el resto de la Misa? Como yo supiera que había de tener buen despacho, desde hoy me dedicaba a esta traducción, y cate Vm. que al Invierno que viene tenía yo mi coche, y no andaba pisando lodos por las calles. El despacho yo se le aseguro [284] a Vm., y en caso de duda puede Vm. anunciar la Obra en la Gaceta por suscripción; para lo cual buscará Vm. siete Predicadores Sabatinos, de aquellos que saben poner a S. Roque sobre la Santísima Trinidad, y les encargará el Prospecto y el elogio de la Obra; y si le hicieren tal, que pueda competir con el de la Filosofía de Roselli, tan largo, tan hiperbólico y magnífico, crea Vm. que se repelaran las gentes por comprarle. ¡No sabe Vm. cuánto vale una fachada o Prospecto bien parlado, y más dándole gratis pegadito a la Gaceta: por lo menos todos los curiosos y estadistas que hacen colecciones de ellas le tendrán siempre, y la edad futura sabrá como la presente los trabajos de Vm. y verá lo adelantados que estamos en el Siglo XVIII! Pues en verdad que no me parece mal el pensamiento: y ¿dígame Vm., será bueno poner también en las Esquinas sus correspondientes carteles para mayor despacho de la Obra? Sí Señor: mucho bueno; no obstante que los carteles los suelen quitar los envidiosos, y cuando no, ponen otros encima y se perdió el trabajo y el dinero. ¡Ah! Para eso los pegaré yo con blancos de huevo, y les pondré a las esquinas cuatro piedras de fuego, y no haya Vm. miedo que los quiten ni pongan [285] otros sobre ellos. Este secreto lo tengo yo reservado para entonces desde que lo aprendí en el cuerpo de un Espíritu de los Diarios. Más dificultad tengo yo en que me den licencia para la impresión, porque eso anda medio delicado en estos tiempos. ¡Jesús Señor Apologista! y ¿Vm. se detiene en eso? Muy poco conoce Vm. todo su mérito. ¿Con que es bueno que sus clientes sólo con haberle a Vm. elevado a la excelsa dignidad de Mecenas, imprimen lo que no es creíble que pudiera permitirse, y a Vm. se le había de dificultar siquiera esa licencia? Ahí tiene Vm., si no me engaño, sobre el mostrador ese librito que ha impreso, o reimpreso un cliente antiguo de Vm., y se le ha dedicado a VM. mismo... ¿A ver?... Así; ésta es la máscara o mojiganga de los Teólogos Jesuitas de Salamanca, a la Canonización de S. Luis Gonzaga. Sí Señor: esta obrita la estimo yo infinito, y aunque no tuviese otro mérito que la invención de celebrar carnestolendas en Julio, y en honor de un Santo, merecería toda mi protección. Allá en los tiempos de antaño, pensaban los hombres melancólicos y adustos, que la Canonización de un Santo, debía ser un poderoso(97) motivo para dar gracias a Dios, por la exaltación de nuestra Fe, y por [286] la mayor gloria de la Iglesia; creían que si era lícito algún regocijo en estos casos, debía ser todo espiritual, e inocente, y que nos excitase a la imitación de las virtudes del Santo, encendiéndonos en una santa envidia de merecer igual honor; ¿pero qué? ¿cuándo hubieran ellos discurrido una mojiganga satírica, en que entrasen el mal gusto, el capricho, mingo rebulgo, un marranico, el Poeta de los pícaros, la desvergüenza, la disolución, la grosería, el diptongo, &c. todos con las insignias correspondientes a su oficio? ¿Cuándo se les hubiera puesto en las mientes que una corrida de bravos novillos, no eran medios, impropios de regocijar al pueblo para dejarle más impresa la memoria grata de las fiestas y con ella la de los nuevos Santos? A lo más que se podría extender entonces el discurso sería a creer que el que hubiera llevado una buena cornada de un novillo, tenía el medio más propio para acordarse siempre de la fiesta.

     Yo convengo con Vm. en todo ese mérito, y aun extraño que nuestros Poetas no nos hayan forjado un par de Comedias o Sainetes al asunto; pero lo que digo es que a no ser Vm. el Mecenas y el Apologista de la Obra, yo por lo menos, no la hubiera publicado, por no exponer a la faz del universo [287] los lastimosos atrasos de la Patria. ¿Pues qué atrasos son esos? Mire Vm.; ya ve Vm. como hablando de las cuadrillas de la mojiganga dice, (pág. 32.) que «iban en pareja las cuatro Teologías, vestidas de Amazonas; porque las Teologías verdaderas, andan siempre con el pecho descubierto, sin ser indecencia, a distinción de las falsas, que comúnmente andan encubiertas, y no es por recato. Llevaba cada una en una fuente de plata, un libro de la facultad que representaba, compuesta de Autor Jesuita.» Y luego dice, que estos 4 eran, Alápide, Belarmino, Suárez y Sánchez, que significaban las 4. Teologías verdaderas; y cate Vm. que desde que S. M. mandó, que se extinguiesen en todas las Universidades y estudios las Cátedras de la Escuela Jesuítica, y que no se usase de los Autores de ella para la enseñanza, forzosamente hemos de estar sin Teologías verdaderas, puesto que lo eran aquellas como estampa su cliente; y ahí es nada la ignominia, que de aquí debe resultar a toda España. ¡O Señor mío! mis clientes no se paran ahora en si el Rey manda esto o lo otro, ni en cuanto clientes, pertenecen a otra jurisdicción que la mía, y ni el Rey ni el Papa, [288] pueden hacer que no lo sean. Yo los defiendo, y salgo por ellos con espada en mano contra todo follón o malandrín, que tenga el desacato de ofenderlos, y vea Vm. aquí porque se animan a trabajar para ilustrarnos, sin pararse en respetos humanos ni divinos. Pues por eso decía yo que Vm. está haciendo a la Patria un beneficio imponderable, al cual deberá estar eternamente agradecida. ¿Cuántas obras de la mayor importancia no se escribirían ni se darían al público, si sus Autores no pusiesen en Vm. su confianza? ¿Cómo nos hubiera enriquecido Fr. Fr. de A. con una Obra tan pura y limpia de crítica, como el cordonazo de S. Francisco, si no supiera que Vm. le había de sacar a paz y a salvo de las censuras de los críticos?

     Porque, vamos claros, Señor Apologista, fueron tantos los disparates y sandeces que se dijeron contra esa Obrita luego que salió a luz, que no había paciencia para oírlos, sin irritarse un hombre; y con razón, contra tanta bachillería. Acuérdome que en una tertulia estaba yo leyéndola cierta noche, y aunque desde el principio conocí que se sonreían los Tertulianos, luego que oyeron aquello de que la Síbia Eritheca, había profetizado el [289] nacimiento de S. Francisco, fueron tales las carcajadas, las palmadas, los gestos, y la burla que hicieron, que yo creyendo que me había equivocado, volví a leer el pasaje de mi Sibila. Qué Sibila ni qué alforjas clamaron todos; vaya que semejante disparate, no ha salido hasta ahora de la Imprenta. Así engañan esos miserables Autorcillos al Vulgo ignorante y crédulo, encajándole mil cuentos y patrañas, propias de gente de aldea. ¿Cómo que patrañas? les dije, aguarden Vms., que aquí cita a Pisa, al Portentum gratiæ, y a Cornejo, que son muchos, muchos gravísimos Autores, y estos mismos dicen que también, fue anunciado, como el del Mesías en la Ley y en los Profetas. (pág. 25.) Pues aunque Vm. me traiga 500 Autores como esos, maldita la fuerza que me hacen, y diga Vm. que lo digo yo, (así me respondió un Clérigo joven, y que parecía saber algo), y sepa Vm. que en cuanto a la Sibila, mienten redondamente si lo dicen: lo primero porque no ha habido tal Sibila en el mundo; y lo segundo porque aun dado caso que la hubiese, era necesario el lugar expreso de la profecía, y que no pudiese apropiar a otro Santo; y era necesario que me diesen algún Autor que se la hubiese aplicado [290] a S. Francisco, antes de nacer el Santo; porque después no hay cosa más fácil que aplicarlas a cualquiera. Y en cuanto a la Ley y los Profetas digo lo mismo: deme Vm. un Rabino que haya esperado a S. Francisco antes de nacer, o un Santo Padre que haya interpretado alguna profecía aplicándola al mismo Santo, y entonces veremos; pero sino, digo y diré siempre, que eso es burlarse seriamente del respeto y circunspección con que deben escribirse los hechos de los Héroes de la Religión, que no necesitan de nuestras mentiras para ser gloriosos, y dignos de que los imitemos. Y luego nos querrá decir como al Censor, que nos burlamos de la vida de S. Francisco, como si no hubiera mil leguas de distancia entre una vida santa e inocente, y un escrito torpe y ridículo de la misma vida: cate Vm. que si un Hereje escribiese la vida de S. Francisco, mezclando, en ella mil errores, no se podría refutar, porque era la vida de S. Francisco; vaya, vaya que estamos muy adelantados.

     A este paso, fue tanta la fisga que allí hicieron del tal Libro, que casi no le dejaron hueso sano. Oyeron aquello de que S. Francisco estaba en la llaga del costado, y decían: bueno, bravo [291] ¿pues dónde estará S. Juan Bautista el mayor de todos los Santos? ¿Y dónde estará la Virgen Sacratísima, Madre del mismo Dios? Pues no es menos chistosa la prueba de que S. Agustín está todavía disputando en el Cielo sobre la Santísima Trinidad: Pobre Santo, que hasta en el Cielo ha de vivir entre disputas. ¿Si estarán allá Donato, Pelagio y Ario, sus competidores? Si es constante, que S. Francisco mereció singularísimos favores del Cielo, que obró mil prodigios en vida y muerte, como consta auténticamente de la Bula de su Canonización, ¿a qué viene afear una historia tan sincera, y de tanta edificación para los fieles, con milagros y cuentos; que no tienen más apoyo que el falso celo de algún Autor poco instruido, y muy apasionado? Y si a cualquiera se le debe creer, sin más examen ¿por qué la Iglesia y el Santo Oficio han condenado mil veces varios Libros de milagros supuestos, e indulgencias apócrifas? ¿No estaban estampados muchos de ellos, por Autores graves, al parecer? ¿Son falsos estos milagros porque los condena la Iglesia, o los condena porque son falso? ¿Y que importa que un milagro le refieran cien Autores, copiándose unos a otros, si ninguno merece más fe que el primero que lo dijo? [292] Esa degollación del Obispo, de donde salió primero, sino del Sacristán que se dice haber visto el trueque que de sus insignias hicieron S. Pablo y S. Francisco? ¿Y no les parece a Vms. que un Sacristán es la persona más abonada del mundo, para cosa de milagros? ¡Ah, a cuantos Religiosos, verdaderamente doctos, así de esta como de otras Sagradas Órdenes, he oído lamentarse amargamente del descuido, de la ignorancia, y de la falta de crítica con que estaban escritas las vidas de los Santos, y de los perjuicios que de aquí resultan!

     Lo más gracioso está en que este mismo buen P. supone (pág. 15.) que no todo lo que hay escrito de los Santos es cierto y verdadero, aun hablando de S. Francisco, como puede verse en los Bolandos. ¿Y por qué no llama impíos, malos Cristianos, y más que blasfemos a los que han escrito eso, que no es cierto y verdadero? ¿por qué no dice que éstos hacen burla de la vida de S. Francisco, porque han escrito de él lo que no es cierto? ¿Y no es esto, o una malicia refinada, o una ignorancia la más crasa? Y luego nos dice Dios por un Profeta, que busquemos la ciencia y la Doctrina, en los labios del Sacerdote; pues en verdad, que si fueran todos como el P. Fr. Fr. A. ya podíamos echar por [293] la otra hacera.

     En fin Señor Apologista, yo no sé como tuve paciencia para oír tanto disparate, como dijeron del dichoso cordonazo, de su Autor y del que lo había aprobado. Ah, si yo hubiera estado presente, no se reirían ellos de la fiesta. Pues ahora que me acuerdo, también salió Vm. a colación. Decía el tal Clérigo que Vm. no debía hacer la Apología del cordonazo, porque todo hombre de dos dedos de frente, le despreciaba desde la primera página, y nadie haría caso de la defensa que Vm. hiciese. ¿Eso dijeron? ¡Que bobitos! Teólogos he visto yo que tienen, no dos, sino doce dedos de frente y dicen que el tal cordonazo convence, demuestra, y que echa por tierra cuanto se pueda decir contra él. Vea Vm. si hay Sabios (de los míos) que le estiman y le aplauden. ¡Sí que me pondría yo a defender una Obra como esta por solo mi capricho! Pero Vm. en todo caso, desprecie solemnemente las bachillerías de esos critiquillos, y en especial de ese Clérigo, pues ya sabe Vm. que S. Buenaventura, pone cinco causas, porque los Clérigos aborrecen a los Frailes, y así es recusable su dicho. Esos hombrecillos respiran aires del Norte, habrán leído esas obrillas de [294] Thiers, Amort, Benedict. XIV que acá cuando menos se estarán arrinconadas en casa de Copin, o de Alverá, y querrán que todos nos inficionemos con ellas. Esas Obras son secas, áridas, estériles, infructuosas; y un cordonazo es un grano de trigo selectísimo, que bien sembrado da ciento por uno, ya ve Vm. que la utilidad es el móvil principal de los Autores. No entiendo yo eso. Pues yo sí. Fuera de que ¿quién duda que ese libro encierra cosas verdaderamente prodigiosas y ciertísimas? Aquella revelación, por ejemplo hecha a S. Francisco, de que si sólo hubiese un pan en el mundo, sería la mitad para sus hijos, ¿no es un milagro tan cierto como verificado ya mil veces? Y si Vm. no me cree, óigaselo a S. Buenaventura en el Apologético de su Religión, en la cuestión VIII, donde da los motivos de no permitir a otros, que a los Religiosos vestir el hábito de S. Francisco, y uno de ellos es Item cum putarent nobis dedisse, quod aliis nobis similibus dederunt, qui inter habitus nescirent discernere, recusarent nobis iterum dare eleemosynam & sic nihil acquirere possemus & periremus. ¿Lo ve Vm. ahora clarito, como recurre el Santo a este milagro? ¿Y no es evidente que «todo el mundo sabe, confiesa, [295] y publica con admiración y pasmo, que éste es el milagro mayor y más visible que tenemos en la Iglesia» como lo dice mi cliente? Que se nos venga ahora Santo Tomás a llamar al Augusto Sacramento: Miraculorum ab ipso factorum maximum, que yo apuesto, será capaz de desmentirle en sus barbas, y a fe que tendrá razón, porque este milagro no es más que para los hombres, y el otro se extiende hasta los burros y los cuervos, como allá in illo tempore le decía David a Dios, Qui dat jumentis escam ipsorum, & pullis corvorum invocantibus eum.

     Pues mire Vm.: yo hasta ahora no he querido publicarlo, pero sepa Vm. que me ha sucedido una cosa maravillosa con el dichoso cordonazo. Salí a caza de gorriones una de estas tardes al alto de S. Bernardino, y cuando estaba yo muy hueco por haber muerto más de treinta, cate Vm. que veo que se me han acabado los tacos: echo mano al bolsillo de la casaca, y no hallo más papel que mi cordonazo, y aun éste no era mío; que le había comprado para enviarle a París. Ello es que yo me resolví a encajar por tacos las dos primeras hojas: habíanse juntado más de cien gorriones, disparo, y no sale el tiro: no hice caso [296] por entonces; vuelvo a disparar, y me sucede lo mismo: repito hasta seis veces, pico la piedra y hago bien la puntería; nada. Entonces conocí que debía ser milagro del cordonazo; fui a contárselo al P. Fr. Fr. de A. y al instante me le canonizó también sobre mi palabra; bien que yo iba muy grave. El caso es particular por vida mía; pero dígame Vm. ¿está Vm. cierto de haber cargado con pólvora? Toma... pues tiene Vm. razón que no eché pólvora, y ahora me acuerdo de ello. Pues ve hay el milagro. Vaya, vaya, y estaba yo tan aturdido, porque me leyó el P. aquello que le dice a Philoteo porque diz que quemó el Epitome de Bozal: «Oiga el Cielo y la tierra la cosa más horrenda y espantosa que se ha visto entre Católicos.» Ya contaba yo con huirme de España, luego que el P. publicase mi milagro. Buen disparate: antes bien Vm. debía publicarlo y repartirlo por ahí a las devotas; que en todo caso aquí estaba yo para defender a Vm., y en verdad que si Vm. se iba a Francia o a Italia, allí se lo examinarían muy por menor; porque no dejan pasar un ápice de cuanto pueda oler a vana credulidad o tenga visos de superstición. ¡Ola! ¿Y en qué consiste [297] eso? En que allá no hay siquiera un Apologista que pueda defender tan buenas causas; y lo mismo sucede en todo lo que huela a libertinaje, materialismo, impiedad &c. Por eso sin duda es que he oído hablar mal de Boltayre, Roseau y Montesquiu, que nombra su cliente de Vm. Y ¿quién tiene la culpa? Hubiéranse venido ellos a escribir a Madrid, y con mi auxilio serían hoy hombres grandes, y nadie se metería con ellos; pero ya se ve, escribían en París, en Ginebra &c. y cualquiera cosita, se la censuraban agriamente. Y que ¿no se censura así entre nosotros?

     Mire Vm. al pobre Loke, y a Voltayre, les están continuamente royendo los zancajos, porque llegaron a dudar, sobre si podía Dios dar pensamiento o facultad de pensar, a la materia. Rousseau dijo abiertamente, que esto era metafísicamente repugnante. El Autor del Sistema de la Naturaleza está tenido por impío, temerario, materialista, ateísta, y aun por loco, porque también dijo que la sensación era un puro efecto de la combinación de las partes, de la materia, y que ésta no era un ser inerte, pasivo, e incapaz de producir algo por sí mismo. Y ha sido tanto lo que han escrito por allá contra estas cosas, y las han refutado de tal [298] suerte, que se han visto confundidos y aun castigados los Autores; y los libros han entrado en la jurisdicción del ejecutor de la justicia. Pero acá, aunque hubieran querido escribir, que Dios ha concedido a los cuerpos organizados de cierto modo la facultad de sentir, percibir y apetecer; que el defender que el hombre obra generalmente por un solo principio, es dar un grande asidero a los Materialistas; que todo la industria y sagacidad que muestran los hombres en la ejecución y práctica de lar artes, mecánicas, las mixtas, arquitectura música, han debido su origen a la efección genérica sensitiva, que reside en nosotros como en los brutos; que la religión natural no es en sustancia otra cosa que el modo de abandonarse a las ficciones o sueños de una fantasía desenfrenada, y otras mil cosas semejantes hubieran hallado Teólogos que las aprobasen, las hubieran publicado solemnemente, y no habría quien chistase contra ellos. Y si no vea Vm. cómo las ha estampado mi cliente favorito, sin que nadie le diga palabra: Verdad es que están en un tomo grande de Discursos filosóficos, y no en libritos en 8 como los Franceses. ¿Querrá Vm. creer Señor Apologista que me dijo un manchego el otro día, que esa era obra de un zoquetismo nato, o de una [299] ignorancia infusa? Pero vea Vm. que ahora llego yo a entender una cosa, de que me había quedado en ayunas, cuando me sucedió;

                       Estuve la otra noche
en un fandango,
dónde había un potaje
de dos mil diablos.

     Era éste en el barrio del Abapiés, y de aquellos de ya Vm. me entiende: en fin de los que pintan las seguidillas sobredichas. Pusiéronse a lo mejor de la fiesta dos contradanzas, que yo, con ser bailarín a teneris unguiculis, no las he visto más saladas. Hasta sus nombres eran nuevos para mí: una era, La Sensible, y otra La Apetitosa, el rigodón, el sarsé, la alemanda, el paseo &c. eran tan vivos que déjelo Vm. por Dios, las cadenas y medias cadenas, no es ponderación, pero podían servir de molde a nuestros Poetas de Estrechos. Ello es que una buena vieja que parecía Ama de la casa, decía de cuando en cuando a las majas: Niñas mirad lo que hacéis, que eso puede ser pecado. Y entonces fue cuando extrañé la respuesta de dos de ellas que dijeron: Calle Vm. abuela, no sea Vm. impertinente: esto lo apetece el cuerpo, y nada más, y el cuerpo ni peca ni merece, y sobre todo, así nos han dicho que lo enseña [300] F. Advertí también, que uno requebraba a su pareja diciéndola: Sobre que cuerpecito, más bien organizado no se pasea por la Corte. Y crea Vm. que entonces me quedé en ayunas como digo, y ahora ya lo comprendo.

     Pues ahí verá Vm. como se propaga la sana doctrina de mis clientes. Yo apuesto a que en Francia, en Italia, y aun en Londres dirían los críticos, si vieran este libro, que enseñaba los mismos errores que quería combatir; allá hubieran pensado que tenía los principios del más fino materialismo, pero sin maldita la finura, y en fin me parece que hubieran llovido críticas y censuras contra él como granizos en verano; pero aca vea Vm. como, aunque se resientan ocultamente algunos critiquillos, y esto por envidia, no hay uno siquiera que salga contra él a la palestra. ¿Y esto por qué? Porque aunque yo lo diga, me tienen miedo, y saben que los pondría a pelar si intentasen impugnar al menor de mis clientes. Bien que si he de decir la verdad, yo no sé qué atención ni qué política pueden tener estos críticos. Aunque no mirarán sino que las Obras de mis clientes deben estar aprobadas por Teólogos consumados, y tan de carrera como el corzo más corrido, debieran callar y someter [301] su juicio a la aprobación de varones tan eminentes, creyendo que sería más fácil engañarse ellos, aunque viesen, supiesen, o se les demostrase lo contrario, que el que cupiese la menor equivocación o ignorancia en los tales aprobantes.

     Ah, pues ahora que habla Vm. de aprobantes, sepa Vm. que he oído, no ha mucho tiempo, que se pensaba en darle a Vm. un golpe mortal. ¿A mí? ¿cómo? ¿quién? ¿y por qué? Dijéronme que querían se estableciese un cierto Tribunal o mesa censoria, compuesta de solos críticos, cuya obligación fuese examinar con toda diligencia cuanto se hubiese de dar al público: y ya ve Vm. que si esto se pusiera en planta, era forzoso que Vm. se quedase prontamente sin clientes, porque los tales críticos dicen que están a rabiar con todos ellos y con todas sus producciones; de manera que sería lo mismo presentarse un cliente a solicitar licencia para imprimir, que llevar sus corrientes calabazas. Vea Vm. si puede llegar a más el desacato. ¡Jesús, Jesús, que disparate tan horrendo! Eso nos faltaba ahora, para que nos volviésemos todos Cafres u Hotentotes. Eso quisieran los critiquillos para campar ellos solos y deslucir las Obras inmortales de mis clientes; [302] Obras que electrizan a los Lectores, mejor que las barbas del Turco a nuestras Damas. ¡Pobre España, que sería de ti si te faltase la ilustración de mis clientes! Si te faltase, vg. el cordonazo, talismán tan poderoso, que hace todo género de milagros, mucho mejor que la esencia de rosa tan común entre los Moros! Pero no: por vida mía, que no ha de llegar el caso, de que se verifique ese proyecto diabólico. Me sobran clientes, armas, pertrechos y municiones para estorbar por la fuerza una novedad tan escandalosa. Cualquiera de ellos es invulnerable a todo un ejército de críticos: en cada una de sus plumas tengo pronto un cañón de 24 bombas, las tengo excelentes y fabricadas en el Parnaso: de metralla podré surtir a cien ejércitos en otros tantos años, en sólo el cordonazo tengo mecha, pólvora y salitre para volar 1000. críticos de un golpe. Sólo me faltan Ingenieros, a causa del odio mortal que a esta vil profesión la tienen mis clientes; pero tengo en su defecto un surtido de máquinas que no le tendrá igual ningún Monarca. Con que vea Vm. si podré temer que se establezca ese proyecto. Me hago cargo de todas esas ventajas, y también de que sus clientes de Vm. primero rendirán la vida, que las armas; [303] pero advierto, que para un ataque repentino le falta a Vm. la Caballería. Tampoco la necesito: ¿pues qué? ¿se podrá comparar toda la agilidad de los Caballos, con la ligereza de mis clientes? Deje Vm. que llegue el caso, y entonces se verá claramente lo que son. Pues yo mis recelos tengo de que puede ser que llegue a establecerse la mesa Censoria: ya ve Vm. la nueva providencia que ha salido para la más exacta corrección de los libros del rezo; y principio quieren las cosas. ¿Y qué? ¿quiere Vm. también aplaudir esa providencia, cuando nos despoja de un privilegio tan singular, como es tener un Santo Doctor hereje, impugnador de herejes, y muy favorecido de la Virgen? ¡Jesús que locura! ¿quién es ese Santo? Nada menos que un S. Ildefonso, Arzobispo de Toledo: vealo Vm. en el Oficio de la Descensión de la Virgen, a 24 de este mes en la primera lección del 2 Nocturno, y sabrá que tengo razón. Quede Vm. con Dios, que voy a ver eso si es así, para que no nos quiten ese honor con la nueva Orden a las Imprentas. Pues abur y mandar hasta la primera.

     Con esto se fue el buen Caballero y yo me despedí del Señor Castillo, que me dijo: Arrópese Vm. bien, que está [304] la noche muy fría, y puede constiparse con el mucho hielo. Agradezco el favor de Vm.; pero no tengo el menor miedo a los hielos, porque gracias a Dios con estar ya a más de mediados de Enero, todavía no se ha sentido el menor asomo de hielo, y yo no dudo que Madrid de poco tiempo a esta parte se ha convertido en Manila, Quito, o cosa semejante. ¿Pues cómo es eso Señor, si yo estas noches he tiritado de frío? Vm. se engaña Señor mío: y si(98) eso fuera cierto, ya los Termómetros públicos y diarios nos hubieran anunciado ese fenómeno, pero hasta ahora aunque Vm. sienta mucho frío, crea Vm. que todavía faltan muchos grados para llegar al hielo en Madrid; y lo mejor es que a otras muchas gentes he oído quejarse de lo mismo; pero no tienen razón, porque el Termómetro es la medida infalible del calor y frío de la atmósfera, aunque le metan en un horno encendido. Pues Señor mío: eso será: yo, por mí no lo entiendo, aunque lo siento. Pues mande Vm. hasta la vista.

Arriba