Escena
primera
|
|
IGNACIA,
EULALIA al
balcón.
|
IGNACIA.- ¡Eulalia! ¡Eulalia!
¡Ay, qué chica!
(Corriendo.) No sé cómo
puede estar todo el día en el balcón.
(Llamando.) ¡Eulalia!
|
EULALIA.-
¿Qué quiere usted? ¡Pero que
manera de llamar!
|
IGNACIA.- ¿Qué haces
ahí?
|
EULALIA.-
¿Qué quiere usted que haga? Ver la
gente que pasa.
|
IGNACIA.- ¿Acabas de venir de paseo y ya
tienes necesidad de asomarte al balcón?
|
—4→
|
EULALIA.-
¿Qué, no puedo distraerme? ¿Me
negará usted también el derecho de tomar el
fresco?
|
IGNACIA.- No, mujer, no. No es, que te quite ese
derecho; es que me disgusta verte todo el día asomada a la
ventana. Te levantas, te arreglas, y ya estás de
exposición; almuerzas, y al balcón otra vez; vuelves
de paseo, y al balcón; comes, y al balcón. ¿Te
parece eso bien? Si deben conocerte ya todos los vecinos de la
calle. ¡Qué los de la calle, los de todo Madrid! Ve
que eso está muy feo, que las mismas deben trabajar, hacer
algo.
|
EULALIA.-
Ya trabajo.
|
IGNACIA.- No te lo niego; pero cuando te
propones hacer alguna labor, en el balcón la comienzas y en
el balcón la concluyes. Piensa en que todo el que te vea te
tomará por una coquetuela y sentirá hacia ti el
desprecio más profundo.
|
EULALIA.-
¿Cuándo callará usted?
¡Cuidado que es usted gruñona! ¿Qué
tendrá de particular ni qué le importará a
nadie que yo me asome o no al balcón? ¿Cree usted que
hay alguien que se ocupe de lo que yo hago?
|
IGNACIA.- No, ya sé que no; pero pasa
uno, mira involuntariamente y te ve asomada, —5→
vuelve a pasar y vuelve a verte; a otro le sucede lo mismo,
y ya son dos, que se lo cuentan a ciento, esos ciento pasan y te
ven, y se lo cuentan a doscientos, y así, en poco tiempo,
todo Madrid sabe que en la calle de Preciados hay una joven
constantemente asomada al balcón. Esos sujetos que te han
visto comienzan luego a discurrir sobre cuál será la
causa que te obliga a exponerte de tal manera. «Debe ser el
novio», dicen unos cuantos. Otros propalan otra idea, y
así, en poquísimo tiempo, logras, sin saberlo, ser
objeto de todas las hablillas, y logras además que muchos te
miren por mera curiosidad, y por mera curiosidad traten de entablar
contigo amistades, haciéndote acaso concebir ilusiones que
han de costarte muy caras.
|
EULALIA.-
Entendido, doña Ignacia. Es usted una gran
predicadora. Yo me río de los escrúpulos de usted y
sigo tomando el fresco. (Se vuelve de espaldas y
sigue en el balcón.)
|
IGNACIA.- Ríete, ríete.
¡Lástima de muchacha! Su afición al
balcón va a perderla si no se corrige a tiempo. No
será la primera a quien ha perdido ese amor a exhibirse.
Aquí viene doña Inés.
|
Escena II
|
|
Dichas, DOÑA
INÉS
|
INÉS.- ¿Y Eulalia?
|
IGNACIA.- En el balcón.
|
INÉS.- ¿Y qué hace en
él?
|
IGNACIA.- Lo de siempre.
|
INÉS.- Me tiene muy disgustada.
|
IGNACIA.- Le creo.
|
INÉS.- ¿Por qué no la
riñes?
|
IGNACIA.- Ya la he reñido; pero no basta
a contenerla.
|
INÉS.- ¡Ah! ¡pobre Eulalia
mía! Siento su defecto; pero no la riñas, no la
riñas. Si goza con eso, déjala que goce. Le quedan
tan pocos instantes de libertad y de dicha...
|
IGNACIA.- Cálmese usted, doña
Inés.
|
INÉS.- ¿Cómo quieres que me
calme? La desgracia llama a mi puerta cuando más motivos
tengo para ser feliz. Cicatrizadas ya las heridas que produjo en mi
pecho la muerte de seres queridos, con unas rentas que creía
seguras, con una hija que podía ser el apoyo de mi vejez y
el consuelo de las amarguras que aún han de acibarar los
últimos —7→
días de mi existencia, podía ser la más
envidiada de las mujeres. Cuando menos lo esperaba, la fortuna me
da la espalda. Quiebra el banquero en cuya casa tema mis bienes
impuestos, y me veo obligada a separarme de ese pedazo de mi
corazón, de esa hija única, a quien adoro con toda mi
alma.
|
IGNACIA.- ¿Va usted a separarse de
ella?
|
INÉS.- ¿Y que remedio? Sin medios,
bastantes para atender a las más imprescindibles necesidades
de mi existencia, he de buscar algo que me produzca dinero; si no,
me condeno y condeno a Eulalia a la miseria y al hambre. Ya no
tengo yo fuerzas para trabajar. Eulalia ha de hacerlo por
mí.
|
IGNACIA.- Harto ha hecho usted por ella, que la
ha criado y educado.
|
INÉS.- Y seguiría
haciéndolo de buena gana.
|
IGNACIA.- Se comprende.
|
INÉS.- Hoy he recibido carta de una
señora que, enterada de mi situación lastimosa,
quiere socorrerla. Necesita una señorita de
compañía para su hija, y sabiendo que la mía
es ilustrada y formal, me propone que se la entregue. Ella la
mantendrá y vestirá, y además le dará
un pequeño sueldo con que —8→
pueda ayudar a mis necesidades. ¿Qué crees que
debo hacer?
|
IGNACIA.- Aceptar sin demora.
|
INÉS.- Eso pienso; pero he de prevenir
antes a Eulalia. Hoy mismo vendrá esa señora a
conocer a mi hija. Hoy acaso habrá de llevársela.
(Llora.)
|
IGNACIA.- No llore usted. Yo seré su
acompañante. Lo que siento es que no podamos vivir siempre
juntas las tres.
|
INÉS.- Ya ves. Vendiendo todos los
muebles podemos pasar algunos meses. Luego, con lo que Eulalia me
dé y lo que yo pueda trabajar, lo iremos pasando. Eulalia
debe aceptar.
|
IGNACIA.- Y aceptará.
|
INÉS.- ¿Lo crees?
|
IGNACIA.- Sí, lo creo, porque Eulalia es
buena. Ya ve usted, en todo el tiempo que hace que la conozco,
jamás le he notado más defecto que su afición
a estar siempre en el balcón.
|
INÉS.- Eso no es nada.
|
IGNACIA.- Es más: a pesar de este
defecto, jamás le he conocido un novio.
|
INÉS.- Es muy joven.
|
IGNACIA.- Otras tan jóvenes los
tienen.
|
—9→
|
INÉS.- Aceptará. Yo creo que
aceptará; pero es preciso proceder con tiento. Mi
salvación está en ella. Esa señora es mi
Providencia.
|
IGNACIA.- Comience usted su obra.
|
INÉS.- Sí. Voy en seguida a
hablarle. Déjanos solas.
|
IGNACIA.- Obedezco, y sepa usted, señora,
que Ignacia, su antigua criada, será su compañera de
desgracia y estará a su lado siempre.
|
INÉS.- Gracias, Ignacia.
|
IGNACIA.- Adiós, y valor,
señora.
|
INÉS.- Adiós.
|
|
(Vase IGNACIA.)
|
Escena III
|
|
Dichas, menos IGNACIA
|
INÉS.- Me falta valor para
decírselo. ¡Qué hermosa es! El sol se oculta
tras lejanas nubes. Las sombras de la noche van
adelantándose y cubriéndolo todo. Ella, en medio de
tanta obscuridad, parece un rayo de luz. ¡Qué hermosa
es! Valor. Es preciso concluir de una vez. Un esfuerzo.
(Llamando.) ¡Eulalia!
¡Eulalia!
|
—10→
|
EULALIA.-
(Entrando.)
¿Qué quieres, mamá?
|
INÉS.-
(Aparte.) No puedo, no puedo
decírselo.
|
EULALIA.-
¿Qué te pasa, madre mía?
¿Por qué mirándome callas y resbala por tus
ojos el llanto? ¿Qué tienes? ¿Estás
mala? ¿Viene alguna nueva desgracia a turbar nuestra paz y
envolvernos en sus negruras? Ten confianza en mí.
Desahógate; cálmate. Explícame lo que
así te entristece.
|
INÉS.- ¡Hija mía!
¡Pobre hija mía!
|
EULALIA.-
Me tienes con cuidado. ¿Qué te
pasa?
|
INÉS.- ¡Hija de mi alma, la miseria
nos rodea! Nuestro banquero ha quebrado y somos pobres, muy
pobres.
|
EULALIA.-
¡Cómo! ¿Es lo que dices
verdad?
|
INÉS.- Sí, es verdad.
|
EULALIA.-
Pues bien, madre mía, no te apures. Yo soy
joven, y aunque no estoy acostumbrada a las amarguras y a las
fatigas de un trabajo pesado y continuo, trabajaré;
trabajaré, sí, y atenderé a nuestro sustento.
Enjuga tus lágrimas. Un corazón grande no debe
apurarse jamás.
|
—11→
|
INÉS.- ¿Y qué puedes
tú hacer, hija mía? Tú no puedes hacer
nada.
|
EULALIA.-
Mis labores...
|
INÉS.- Eres joven, y por eso no sabes lo
que es la lucha por la existencia. Si contara sólo con tu
esfuerzo, mandaría abrir nuestra fosa.
|
EULALIA.-
¡Madre!...
|
INÉS.- Sí. Es verdad lo que te
digo. Las verdades de la vida son harto amargas. Pero no te
desesperes. Tenemos un medio de salvación, uno solo, el
único que puede hacer tu porvenir y asegurar mi vida.
|
EULALIA.-
¿Cuál? Dímelo, dímelo en
seguida y lo haré.
|
INÉS.- Una señora necesita para su
hija una señora de compañía. La
ilustración de que tú gozas te hace útil para
este ejercicio. Esa señora te pretende. Con ella
estarás bien, y podrás además atenderme con
algo y asegurar la vida de tu madre.
|
EULALIA.-
¡Separarme de ti!
|
INÉS.- Podrás verme a menudo,
acaso todos los días. Por lo demás, Ignacia queda
conmigo.
|
EULALIA.-
Pues, madre, cuenta conmigo. Puedes comprometerte con
esa señora desde —12→
luego y en mi nombre. Yo accedo a todo. ¡Qué no
haría yo por ti, adorada madre mía!
|
INÉS.- Gracias, hija mía.
|
EULALIA.-
Y esa señora ¿tardará mucho?
¿Cuándo va a venir?
|
Escena IV
|
|
Dichas, DOÑA
CRUZ
|
CRUZ.- (Desde fuera y sin
entrar.) ¿Se puede?
|
|
(INÉS y
EULALIA quedan
suspensas.)
|
INÉS.- No conozco esa voz. Esa debe de
ser la que aguardamos. Ve pronto. Seca esas lágrimas y
vuelve cuando te llame.
|
EULALIA.-
Madre, voy en seguida. (Se
besan.) Adiós.
(Vase.)
|
CRUZ.- (Lo mismo que
antes.) ¿Se puede?
|
INÉS.- Adelante.
|
|
(Entra DOÑA
CRUZ. INÉS
se levanta al verla y sale a su encuentro.)
|
INÉS.- Señora, creo que por dos
veces ha pedido usted permiso para pasar. Disculpe usted mi
tardanza. Estoy tan aturdida con las desgracias que nos abruman,
que apenas me doy cuenta de nada.
|
CRUZ.- Está usted disculpada,
señora. ¿Sabe usted ya a lo que vengo?
|
—13→
|
INÉS.- Supongo a usted la autora de la
carta que he recibido esta mañana.
|
CRUZ.- La misma soy. ¿Acepta usted lo que
le propongo?
|
INÉS.- Desde luego, señora. En
estos momentos de aflicción usted es el ángel que
aparece a socorrernos y consolarnos, rasgando las brumas de nuestra
desventura.
|
CRUZ.- ¿Puedo ver a la niña?
|
INÉS.- Ahora mismo.
(Llamando.) ¡Eulalia!
¡Eulalia!
|
Escena V
|
|
Dichas, EULALIA
|
EULALIA.-
¡Mamá!
(Saluda.)
|
INÉS.- Esta es la señora de que te
he hablado.
|
CRUZ.- (Saluda.
Aparte.) ¡Cielos! ¿Qué veo? La
niña más traída y llevada en Madrid.
(Alto a INÉS.) Señora,
usted dispense. Me he equivocado. Esta niña no es la que me
conviene.
|
EULALIA.-
¿Lo dice usted en son de reproche?
¿Qué ha notado usted en mí? Señora,
explíquese usted.
|
—14→
|
CRUZ.- ¿Para qué? No es a usted a
quien buscaba. Yo buscaba a una joven...
|
INÉS.- Concluya usted...
|
CRUZ.- Me Voy.
|
EULALIA.-
No. No saldrá usted de aquí sin
explicarme su conducta. No acepto reticencias que no merezco. Hable
usted con franqueza. Se lo pido a usted por lo que más ame
en el mundo.
|
CRUZ.- ¿Quiere usted claridad? Pues
seré clara. Esta niña no es la que yo deseo, porque
yo quiero para que acompañe a mi hija una niña, si
instruida, inocente; si elegante, modesta; si sentimental y tierna,
pura; no coqueta y veleidosa. Usted dispense mi franqueza,
niña, pues que la ha solicitado; usted no reúne estas
condiciones. ¡Ah! No. La conoce todo, Madrid. Todo Madrid
habla de la niña que está siempre al balcón en
la calle de Preciados. Todos los jóvenes reconocen a usted
bonita, y todos refieren aventuras y lances que con usted les han
pasado. Según lo que se dice, todos la han pretendido y
todos la han despreciado por coqueta. Y yo misma la conozco a
usted. Yo misma la he visto a usted al balcón tantas veces
cuantas he pasado por esta calle.
|
—15→
|
EULALIA.-
¡Calumnia, calumnia! (Con
dignidad.) Yo jamás he aceptado una carta;
jamás he lanzado una mirada indiscreta. Que he estado
siempre al balcón, no he de negarlo, porque es cierto, pero
de eso a lo que usted sostiene va mucha diferencia, señora.
Que venga, que venga uno sólo de los que ofenden y diga en
mi presencia lo que a mis espaldas divulga.
|
CRUZ.- La actitud de usted harto me demuestra la
falsedad de cuanto de usted se dice; pero sepa usted que no basta
ser buena, es preciso parecerlo. Hemos de vivir en medio de la
sociedad y hemos de rendirle el tributo de las apariencias Yo
devuelvo a usted su fama. Reconozco su virtud, pero desisto de mi
pretensión.
|
INÉS.- Piense usted, señora, que
usted es nuestra única salvación.
|
CRUZ.- Imposible.
|
Escena VI
|
|
Dichas e IGNACIA.
|
IGNACIA.- ¿Qué es eso? ¿Mi
señorita rogando?
|
EULALIA.-
Calla.
|
—16→
|
INÉS.- Señora...
|
CRUZ.- No puede ser. Lo siento, pero no puede
ser.
|
EULALIA.-
No ruegues. No nos toca, después de lo
sucedido, más que resignarnos. ¿Valgo tan poco que,
una vez reivindicada a los ojos del mundo, no encuentre a cientos
colocaciones?
|
IGNACIA.- Tiene razón la
señorita.
|
CRUZ.- Señorita, no he hecho más
que repetir lo que el mundo, dice. En descargo de mi conciencia,
ruego a usted que aguarde unos días, pasados los cuales, y
reivindicada por mí misma, pondré a usted, con mucho
gusto, en condiciones de mejorar su porvenir. Adiós.
(Vase.)
|
IGNACIA.- ¿Recuerdas ahora, Eulalia, mis
regaños?
|
EULALIA.-
Sí, los recuerdo.
|
INÉS.- Corrígete, hija mía.
Ve el disgusto gravísimo que tu falta nos ha
proporcionado.
|
EULALIA |
|
|
Prometo mi corrección, |
|
|
|
pues que mi bien ha de ser; |
|
|
|
ya nunca más me han de
ver |
|
|
|
asomada en el balcón. |
|
|
|
|