Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

El balcón

Capricho dramático en un acto y en prosa

Francisco Pi y Arsuaga



Portada



  —2→  
PERSONAJES
 

 
DOÑA INÉS,   madre de Eulalia.
EULALIA.
IGNACIA,   antigua sirvienta de doña Inés.
DOÑA CRUZ.


 

Época actual.

 



  —3→  

ArribaActo único

 

Decoración: Sala decentemente amueblada. En el fondo, y a la izquierda, un balcón abierto. Puertas laterales y al foro.

 

Escena primera

 

IGNACIA, EULALIA al balcón.

 

IGNACIA.-  ¡Eulalia! ¡Eulalia! ¡Ay, qué chica!  (Corriendo.)  No sé cómo puede estar todo el día en el balcón.  (Llamando.)  ¡Eulalia!

EULALIA.-   ¿Qué quiere usted? ¡Pero que manera de llamar!

IGNACIA.-  ¿Qué haces ahí?

EULALIA.-   ¿Qué quiere usted que haga? Ver la gente que pasa.

IGNACIA.-  ¿Acabas de venir de paseo y ya tienes necesidad de asomarte al balcón?

  —4→  

EULALIA.-   ¿Qué, no puedo distraerme? ¿Me negará usted también el derecho de tomar el fresco?

IGNACIA.-  No, mujer, no. No es, que te quite ese derecho; es que me disgusta verte todo el día asomada a la ventana. Te levantas, te arreglas, y ya estás de exposición; almuerzas, y al balcón otra vez; vuelves de paseo, y al balcón; comes, y al balcón. ¿Te parece eso bien? Si deben conocerte ya todos los vecinos de la calle. ¡Qué los de la calle, los de todo Madrid! Ve que eso está muy feo, que las mismas deben trabajar, hacer algo.

EULALIA.-   Ya trabajo.

IGNACIA.-  No te lo niego; pero cuando te propones hacer alguna labor, en el balcón la comienzas y en el balcón la concluyes. Piensa en que todo el que te vea te tomará por una coquetuela y sentirá hacia ti el desprecio más profundo.

EULALIA.-   ¿Cuándo callará usted? ¡Cuidado que es usted gruñona! ¿Qué tendrá de particular ni qué le importará a nadie que yo me asome o no al balcón? ¿Cree usted que hay alguien que se ocupe de lo que yo hago?

IGNACIA.-  No, ya sé que no; pero pasa uno, mira involuntariamente y te ve asomada,   —5→   vuelve a pasar y vuelve a verte; a otro le sucede lo mismo, y ya son dos, que se lo cuentan a ciento, esos ciento pasan y te ven, y se lo cuentan a doscientos, y así, en poco tiempo, todo Madrid sabe que en la calle de Preciados hay una joven constantemente asomada al balcón. Esos sujetos que te han visto comienzan luego a discurrir sobre cuál será la causa que te obliga a exponerte de tal manera. «Debe ser el novio», dicen unos cuantos. Otros propalan otra idea, y así, en poquísimo tiempo, logras, sin saberlo, ser objeto de todas las hablillas, y logras además que muchos te miren por mera curiosidad, y por mera curiosidad traten de entablar contigo amistades, haciéndote acaso concebir ilusiones que han de costarte muy caras.

EULALIA.-   Entendido, doña Ignacia. Es usted una gran predicadora. Yo me río de los escrúpulos de usted y sigo tomando el fresco.  (Se vuelve de espaldas y sigue en el balcón.) 

IGNACIA.-  Ríete, ríete. ¡Lástima de muchacha! Su afición al balcón va a perderla si no se corrige a tiempo. No será la primera a quien ha perdido ese amor a exhibirse. Aquí viene doña Inés.


  —6→  

Escena II

 

Dichas, DOÑA INÉS

 

INÉS.-  ¿Y Eulalia?

IGNACIA.-  En el balcón.

INÉS.-  ¿Y qué hace en él?

IGNACIA.-  Lo de siempre.

INÉS.-  Me tiene muy disgustada.

IGNACIA.-  Le creo.

INÉS.-  ¿Por qué no la riñes?

IGNACIA.-  Ya la he reñido; pero no basta a contenerla.

INÉS.-  ¡Ah! ¡pobre Eulalia mía! Siento su defecto; pero no la riñas, no la riñas. Si goza con eso, déjala que goce. Le quedan tan pocos instantes de libertad y de dicha...

IGNACIA.-  Cálmese usted, doña Inés.

INÉS.-  ¿Cómo quieres que me calme? La desgracia llama a mi puerta cuando más motivos tengo para ser feliz. Cicatrizadas ya las heridas que produjo en mi pecho la muerte de seres queridos, con unas rentas que creía seguras, con una hija que podía ser el apoyo de mi vejez y el consuelo de las amarguras que aún han de acibarar los últimos   —7→   días de mi existencia, podía ser la más envidiada de las mujeres. Cuando menos lo esperaba, la fortuna me da la espalda. Quiebra el banquero en cuya casa tema mis bienes impuestos, y me veo obligada a separarme de ese pedazo de mi corazón, de esa hija única, a quien adoro con toda mi alma.

IGNACIA.-  ¿Va usted a separarse de ella?

INÉS.-  ¿Y que remedio? Sin medios, bastantes para atender a las más imprescindibles necesidades de mi existencia, he de buscar algo que me produzca dinero; si no, me condeno y condeno a Eulalia a la miseria y al hambre. Ya no tengo yo fuerzas para trabajar. Eulalia ha de hacerlo por mí.

IGNACIA.-  Harto ha hecho usted por ella, que la ha criado y educado.

INÉS.-  Y seguiría haciéndolo de buena gana.

IGNACIA.-  Se comprende.

INÉS.-  Hoy he recibido carta de una señora que, enterada de mi situación lastimosa, quiere socorrerla. Necesita una señorita de compañía para su hija, y sabiendo que la mía es ilustrada y formal, me propone que se la entregue. Ella la mantendrá y vestirá, y además le dará un pequeño sueldo con que   —8→   pueda ayudar a mis necesidades. ¿Qué crees que debo hacer?

IGNACIA.-  Aceptar sin demora.

INÉS.-  Eso pienso; pero he de prevenir antes a Eulalia. Hoy mismo vendrá esa señora a conocer a mi hija. Hoy acaso habrá de llevársela.  (Llora.) 

IGNACIA.-  No llore usted. Yo seré su acompañante. Lo que siento es que no podamos vivir siempre juntas las tres.

INÉS.-  Ya ves. Vendiendo todos los muebles podemos pasar algunos meses. Luego, con lo que Eulalia me dé y lo que yo pueda trabajar, lo iremos pasando. Eulalia debe aceptar.

IGNACIA.-  Y aceptará.

INÉS.-  ¿Lo crees?

IGNACIA.-  Sí, lo creo, porque Eulalia es buena. Ya ve usted, en todo el tiempo que hace que la conozco, jamás le he notado más defecto que su afición a estar siempre en el balcón.

INÉS.-  Eso no es nada.

IGNACIA.-  Es más: a pesar de este defecto, jamás le he conocido un novio.

INÉS.-  Es muy joven.

IGNACIA.-  Otras tan jóvenes los tienen.

  —9→  

INÉS.-  Aceptará. Yo creo que aceptará; pero es preciso proceder con tiento. Mi salvación está en ella. Esa señora es mi Providencia.

IGNACIA.-  Comience usted su obra.

INÉS.-  Sí. Voy en seguida a hablarle. Déjanos solas.

IGNACIA.-  Obedezco, y sepa usted, señora, que Ignacia, su antigua criada, será su compañera de desgracia y estará a su lado siempre.

INÉS.-  Gracias, Ignacia.

IGNACIA.-  Adiós, y valor, señora.

INÉS.-  Adiós.

 

(Vase IGNACIA.)

 


Escena III

 

Dichas, menos IGNACIA

 

INÉS.-  Me falta valor para decírselo. ¡Qué hermosa es! El sol se oculta tras lejanas nubes. Las sombras de la noche van adelantándose y cubriéndolo todo. Ella, en medio de tanta obscuridad, parece un rayo de luz. ¡Qué hermosa es! Valor. Es preciso concluir de una vez. Un esfuerzo.  (Llamando.)  ¡Eulalia! ¡Eulalia!

  —10→  

EULALIA.-    (Entrando.)  ¿Qué quieres, mamá?

INÉS.-   (Aparte.)  No puedo, no puedo decírselo.

EULALIA.-   ¿Qué te pasa, madre mía? ¿Por qué mirándome callas y resbala por tus ojos el llanto? ¿Qué tienes? ¿Estás mala? ¿Viene alguna nueva desgracia a turbar nuestra paz y envolvernos en sus negruras? Ten confianza en mí. Desahógate; cálmate. Explícame lo que así te entristece.

INÉS.-  ¡Hija mía! ¡Pobre hija mía!

EULALIA.-   Me tienes con cuidado. ¿Qué te pasa?

INÉS.-  ¡Hija de mi alma, la miseria nos rodea! Nuestro banquero ha quebrado y somos pobres, muy pobres.

EULALIA.-   ¡Cómo! ¿Es lo que dices verdad?

INÉS.-  Sí, es verdad.

EULALIA.-   Pues bien, madre mía, no te apures. Yo soy joven, y aunque no estoy acostumbrada a las amarguras y a las fatigas de un trabajo pesado y continuo, trabajaré; trabajaré, sí, y atenderé a nuestro sustento. Enjuga tus lágrimas. Un corazón grande no debe apurarse jamás.

  —11→  

INÉS.-  ¿Y qué puedes tú hacer, hija mía? Tú no puedes hacer nada.

EULALIA.-   Mis labores...

INÉS.-  Eres joven, y por eso no sabes lo que es la lucha por la existencia. Si contara sólo con tu esfuerzo, mandaría abrir nuestra fosa.

EULALIA.-   ¡Madre!...

INÉS.-  Sí. Es verdad lo que te digo. Las verdades de la vida son harto amargas. Pero no te desesperes. Tenemos un medio de salvación, uno solo, el único que puede hacer tu porvenir y asegurar mi vida.

EULALIA.-   ¿Cuál? Dímelo, dímelo en seguida y lo haré.

INÉS.-  Una señora necesita para su hija una señora de compañía. La ilustración de que tú gozas te hace útil para este ejercicio. Esa señora te pretende. Con ella estarás bien, y podrás además atenderme con algo y asegurar la vida de tu madre.

EULALIA.-   ¡Separarme de ti!

INÉS.-  Podrás verme a menudo, acaso todos los días. Por lo demás, Ignacia queda conmigo.

EULALIA.-   Pues, madre, cuenta conmigo. Puedes comprometerte con esa señora desde   —12→   luego y en mi nombre. Yo accedo a todo. ¡Qué no haría yo por ti, adorada madre mía!

INÉS.-  Gracias, hija mía.

EULALIA.-   Y esa señora ¿tardará mucho? ¿Cuándo va a venir?



Escena IV

 

Dichas, DOÑA CRUZ

 

CRUZ.-   (Desde fuera y sin entrar.)  ¿Se puede?

 

(INÉS y EULALIA quedan suspensas.)

 

INÉS.-  No conozco esa voz. Esa debe de ser la que aguardamos. Ve pronto. Seca esas lágrimas y vuelve cuando te llame.

EULALIA.-   Madre, voy en seguida.  (Se besan.)  Adiós.  (Vase.) 

CRUZ.-   (Lo mismo que antes.)  ¿Se puede?

INÉS.-  Adelante.

 

(Entra DOÑA CRUZ. INÉS se levanta al verla y sale a su encuentro.)

 

INÉS.-  Señora, creo que por dos veces ha pedido usted permiso para pasar. Disculpe usted mi tardanza. Estoy tan aturdida con las desgracias que nos abruman, que apenas me doy cuenta de nada.

CRUZ.-  Está usted disculpada, señora. ¿Sabe usted ya a lo que vengo?

  —13→  

INÉS.-  Supongo a usted la autora de la carta que he recibido esta mañana.

CRUZ.-  La misma soy. ¿Acepta usted lo que le propongo?

INÉS.-  Desde luego, señora. En estos momentos de aflicción usted es el ángel que aparece a socorrernos y consolarnos, rasgando las brumas de nuestra desventura.

CRUZ.-  ¿Puedo ver a la niña?

INÉS.-  Ahora mismo.  (Llamando.)  ¡Eulalia! ¡Eulalia!



Escena V

 

Dichas, EULALIA

 

EULALIA.-   ¡Mamá!  (Saluda.) 

INÉS.-  Esta es la señora de que te he hablado.

CRUZ.-   (Saluda. Aparte.)  ¡Cielos! ¿Qué veo? La niña más traída y llevada en Madrid.  (Alto a INÉS.)  Señora, usted dispense. Me he equivocado. Esta niña no es la que me conviene.

EULALIA.-   ¿Lo dice usted en son de reproche? ¿Qué ha notado usted en mí? Señora, explíquese usted.

  —14→  

CRUZ.-  ¿Para qué? No es a usted a quien buscaba. Yo buscaba a una joven...

INÉS.-  Concluya usted...

CRUZ.-  Me Voy.

EULALIA.-   No. No saldrá usted de aquí sin explicarme su conducta. No acepto reticencias que no merezco. Hable usted con franqueza. Se lo pido a usted por lo que más ame en el mundo.

CRUZ.-  ¿Quiere usted claridad? Pues seré clara. Esta niña no es la que yo deseo, porque yo quiero para que acompañe a mi hija una niña, si instruida, inocente; si elegante, modesta; si sentimental y tierna, pura; no coqueta y veleidosa. Usted dispense mi franqueza, niña, pues que la ha solicitado; usted no reúne estas condiciones. ¡Ah! No. La conoce todo, Madrid. Todo Madrid habla de la niña que está siempre al balcón en la calle de Preciados. Todos los jóvenes reconocen a usted bonita, y todos refieren aventuras y lances que con usted les han pasado. Según lo que se dice, todos la han pretendido y todos la han despreciado por coqueta. Y yo misma la conozco a usted. Yo misma la he visto a usted al balcón tantas veces cuantas he pasado por esta calle.

  —15→  

EULALIA.-   ¡Calumnia, calumnia!  (Con dignidad.)  Yo jamás he aceptado una carta; jamás he lanzado una mirada indiscreta. Que he estado siempre al balcón, no he de negarlo, porque es cierto, pero de eso a lo que usted sostiene va mucha diferencia, señora. Que venga, que venga uno sólo de los que ofenden y diga en mi presencia lo que a mis espaldas divulga.

CRUZ.-  La actitud de usted harto me demuestra la falsedad de cuanto de usted se dice; pero sepa usted que no basta ser buena, es preciso parecerlo. Hemos de vivir en medio de la sociedad y hemos de rendirle el tributo de las apariencias Yo devuelvo a usted su fama. Reconozco su virtud, pero desisto de mi pretensión.

INÉS.-  Piense usted, señora, que usted es nuestra única salvación.

CRUZ.-  Imposible.



Escena VI

 

Dichas e IGNACIA.

 

IGNACIA.-  ¿Qué es eso? ¿Mi señorita rogando?

EULALIA.-   Calla.

  —16→  

INÉS.-  Señora...

CRUZ.-  No puede ser. Lo siento, pero no puede ser.

EULALIA.-   No ruegues. No nos toca, después de lo sucedido, más que resignarnos. ¿Valgo tan poco que, una vez reivindicada a los ojos del mundo, no encuentre a cientos colocaciones?

IGNACIA.-  Tiene razón la señorita.

CRUZ.-  Señorita, no he hecho más que repetir lo que el mundo, dice. En descargo de mi conciencia, ruego a usted que aguarde unos días, pasados los cuales, y reivindicada por mí misma, pondré a usted, con mucho gusto, en condiciones de mejorar su porvenir. Adiós.

 (Vase.) 

IGNACIA.-  ¿Recuerdas ahora, Eulalia, mis regaños?

EULALIA.-   Sí, los recuerdo.

INÉS.-  Corrígete, hija mía. Ve el disgusto gravísimo que tu falta nos ha proporcionado.

EULALIA
Prometo mi corrección,
pues que mi bien ha de ser;
ya nunca más me han de ver
asomada en el balcón.



 
 
(Telón.)
 
 




Indice