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FF

«Más maligno que Arcalaus».



Los nombres terminados en us, como Arcalaus, Artús y otros que se leen en los libros de caballerías, son contrarios a la naturaleza del idioma castellano.

Éste, al tomar vocablos latinos acabados en us y en um, no los conservaba en el nominativo sino que los trasladaba a sí en el ablativo o dativo. Así, de tetricus sacó tétrico; de templum, templo.

Solamente conservó la terminación en us en la voz Nicodemus; y corrompida en os, en las palabras siguientes: Carolus, Carlos; Marcus, Marcos; Longinus, Longinos; y tal vez en otras.

Y no sólo en los nombres en us y en um se sirvió de la terminación en o, sino también en algunas voces compuestas. De cumsecum, sacó consigo: de cumtecum, contigo; y así de otras. Solamente conservó en las universidades la palabra vademecum.

Modernamente, por algunos escritores se han querido introducir otras, como álbum, considerandum, ultimatum y desideratum con las terminaciones latinas, bárbaras para el idioma castellano.




GG

«Y más hereje que Constantino».



Parece que en estas palabras alude Cervantes a un famoso luterano español, muy nombrado en las historias y llamado Constantino Ponce de la Fuente, de cuya vida voy a dar a los lectores peregrinas noticias.

En el siglo XVI fueron tantos y tales los protestantes españoles, «que si dos o tres meses se tardara en remediar este daño, se abrasara toda España». Esto dice Gonzalo de Illescas en su Historia pontifical.

Los jesuitas trabajaron porfiadamente en las principales ciudades de España para descubrir a los protestantes ocultos, y dar así ocasión de ser bienquistos de la plebe, y de que la clerecía los tuviese en el predicamento de hombres cuyo celo y buena diligencia bastaba a la eterna conservación de la Religión Católica en estos reinos. En Sevilla habían sido muy recibidas de la gente más noble y sabia las doctrinas de Lutero, y quien más pugnaba porque echasen hondísimas raíces era el doctor Constantino Ponce de la Fuente, natural de la ciudad de S. Clemente de la Mancha, en el obispado de Cuenca. Este famoso hereje estudió en la Universidad de Alcalá de Henares con el doctor Juan Gil de Egidio, de cuyas doctrinas y persecuciones hablaré en una obra que tengo ya preparada para la imprenta. Juntos luego uno y otro en Sevilla comenzaron a derramar por la ciudad con el secreto que el caso imperiosamente pedía, las opiniones de Lutero, Calvino y otros heresiarcas, aunque en público pasaban plaza de buenos católicos, a que se llegaba la opinión justísima que tenían de hombres muy dados a ejercer todo linaje de virtudes. A la fama de las letras y excelentes costumbres de Constantino de la Fuente, moviéronse algunos prelados a intentar el traerlo a sus diócesis. El de Cuenca quiso elegirlo para canónigo magistral de su iglesia, sin concurso de opositores, para lo cual le envió cartas incitándole a aceptar una dignidad que le estaría bien; pero Constantino se excusó, fundándose en razones más o menos verosímiles, pues que su amor a las doctrinas luteranas le vedaba salir de Sevilla. Por la misma causa rehusó igual oferta que le hizo el cabildo de Toledo. El César Carlos V le dio título de su capellán de honor y luego de su predicador; con los cuales le fue forzoso caminar a Alemania, donde estuvo mucho tiempo. Luego que volvió a Sevilla, como era tan grande la fama de sus virtudes y letras, el cabildo eclesiástico quiso elegirlo canónigo magistral sin concurso de opositores, pero por las instancias de otros que pretendían este cargo y por un decreto que se había hecho cuando el suceso del doctor Juan Gil Egidio, prohibiendo la elección sin que antes hubiese oposiciones, quedaron sin efecto estos propósitos. Y así se hizo el concurso, al cual asistió un presbítero malagueño, pues los demás que intentaban oponerse, viendo que iban a habérselas con un hombre tan versado en las lenguas hebrea y griega, y en la lectura de las sagradas letras, no quisieron aventurarse a salir desairados, con pérdida de reputación; y de este modo venció facilísimamente Constantino en una competencia, de la cual hubiera salido con la misma honra, aunque con mayor trabajo.

Ya electo Constantino canónigo magistral de la iglesia de Sevilla, comenzó a predicar en ella, atrayendo para ser oído la flor de la nobleza y demás gente principal que vivía en aquella ciudad y lugares vecinos, pero nunca en sus oraciones hablaba con toda libertad, sino mezclando con algunas proposiciones católicas un número considerable de luteranas. Cuando el P. Francisco de Borja, antes Duque de Gandía, entonces jesuita y hoy santo, pasó por Sevilla y acudió a la catedral para oír de los labios de Constantino aquellas predicaciones que tan famoso lo hacían por toda España, suspendióse al escuchar algunas proposiciones que en su opinión nada tenían de católicas, y comenzó a decir a los que junto a él estaban aquel verso «aut aliquis latet error, equo ne credite Teucri».

Viendo Borja el fruto que iba sacando por Sevilla Constantino, aconsejó luego al P. Juan Suárez (que era rector en Salamanca) que tomase el camino de aquella ciudad con la diligencia que el caso requería, para fundar en ella casa de la Compañía de Jesús, y atajar en cuanto fuera posible el vuelo que iban tomando las opiniones luteranas.

En la Historia de la Compañía de Jesús en esta provincia de Andalucía del P. Santibáñez, que para ms. en mi biblioteca, se lee lo siguiente sobre las predicaciones del famoso canónigo protestante:

Sucedió un día entre otros, que acabando de predicar Constantino, Pedro Mejía, hombre por sus buenas letras y escritos conocido, saliendo de la iglesia, dijo:

-¡Vive el Señor, que no es esta doctrina buena, ni esto lo que nos enseñaron nuestros padres!

Causó no poco alboroto esta razón dicha de un hombre tan grave y tan estimado, y dio atrevimiento para que algunos se resolviesen a manifestar las sospechas que tenían en su pecho de que Constantino era hereje. Comenzaron a faltarle los amigos y a dar parte a la Inquisición de lo que pasaba. Llamáronle algunas veces aquellos señores, y los que le veían tantas veces ir y venir del castillo (de Triana), preguntáronle a Constantino «¿qué le querían?»; respondióles:

-Queríanme quemar estos señores, sino que me hallan muy verde.



Después de esto parece que los frailes dominicos, incitados por las persuasiones de los jesuitas, acudían a la catedral siempre que predicaba Constantino, con propósito de guardar en la memoria aquellas palabras que tuviesen sentido herético y dar con ellas en el Santo Oficio. Conocióles Constantino el humor; y así, en una de sus oraciones se excusó de hablar más largamente en cierta materia diciendo: Que le robaban voz aquellas capillas, señalando las de la iglesia, para que así lo creyesen los católicos; pero aludiendo a las de los frailes dominicos que se hallaban presentes, para dar a entender a sus parciales que convenía andar con recato.

Bien porque conociera Constantino que su ruina era inevitable, si no la atajaba con tiempo, bien porque intentase convertir a los jesuitas al protestantismo, hizo grandes y apretadas diligencias para ser admitido en el colegio que éstos tenían en Sevilla. Esta rarísima noticia he hallado papeleando entre varios manuscritos, en la citada Historia de la Compañía de Jesús del P. Santibáñez. De esta suerte discurre el autor sobre tal suceso:

Vínose (Constantino) al colegio, y visitando al P. Bartolomé de Bustamante que a la sazón era Provincial, comenzó a referirle los desengaños, que nunca tuvo, del mundo y su vanidad, de que fingía menosprecio para acreditarse y asegurar sus intentos. Díjole que estaba resuelto a retirarse del siglo a la religión para hacer penitencia de sus pecados y corregir la lozanía y verdura de sus sermones, con que se temía haber ganado más aplauso para sí, que almas para Dios... Pasaron pocos días, en los cuales los padres no tomaban acuerdo, aunque lo trataron diversas veces. Apretábalos Constantino con frecuentes visitas e importunaciones, de manera que se hubo de traslucir en público lo que en secreto se concertaba... Aunque en medio de tantas dificultades halló camino el inquisidor Carpio para reparar el daño que nos amenazaba sin agravio del secreto de su oficio. Mandó llamar al P. Juan Suárez con quien él solía tratar familiarmente, y habiéndolo convidado a comer, sobre mesa metió plática de cosas de la Compañía, y de unas en otras llegaron a tratar de los recibos que tenían. Diole cuenta de algunos de ellos el P. Juan Suárez, sin tocar en Constantino, o ya porque él le hubiese encomendado el secreto, o ya por no habérsele ofrecido entonces a la memoria.

-También -replicó el inquisidor-, he oído decir que el doctor Constantino trata de entrar en la Compañía: ¿qué hay en esto, señor?.

Respondió el padre:

-Mas aunque está en buenos términos su negocio, no está concluido.

-Persona de consideración es -replicó el inquisidor-, y de gran autoridad por sus letras: mas yo dudo aun mucho que un hombre de su edad y tan hecho a su voluntad y regalo se haya de acomodar a las niñeces de un noviciado, y a la perfección y estrechura de un instituto tan en los principios de su observancia, si ya no es que a título de ser quien es, él pretenda y se le concedan dispensaciones tan odiosas en comunidades; las cuales con ninguna cosa conservan más su punto que con la igualdad en las obligaciones y privilegios. Una vez entrado, mucho daría que decir el despedille o salirse. Quedarse dentro con excempciones, sería remitir el rigor de la disciplina religiosa que tan inviolable guarda la Compañía, por donde las leyes pierden su fuerza y muchas congregaciones la entereza de sus principios. Créanme, padres, y mírenlo bien, que a mí dificultad me hacen estas razones; y aun si fuera negocio mío me convencerían a no hacerlo.

Hicieron estas palabras reparar mucho al padre Juan Suárez, el cual disimulando por entonces las sospechas que en su corazón engendraron, respondió:

-Razón tiene vuestra merced: el negocio pide consejo y deliberación; y tendráse en él como a vuestra merced le parece. Mudaron luego de plática, y acabada, despidióse el padre Juan Suárez y vuelto a casa, refirió al padre Provincial lo que pasaba.

Prosiguió Constantino sus visitas, importunando por el sí de su recibo; mas recibióle a la primera el padre Bustamante con alguna sequedad, negándole precisamente lo que pedía, y rogóle que por excusar lo que podrían decir los que habían entendido o conjeturado su pretensión, si no salía con ella, viniese lo menos que pudiese a nuestra casa. Con esta respuesta se despidió Constantino pensativo y melancólico, recelando el fin que poco después tuvo, porque fue preso por la Inquisición».



No creo yo que sean ciertas las causas que apunta el padre Santibáñez, de las diligencias de Constantino para entrar en la Compañía de Jesús. Quién sabe si su propósito era en este caso hacer amiga a la más cruel perseguidora de los luteranos, y quién sabe si él, conociendo que estaba perdido, quiso poner a la Compañía con su entrada en ella, en descrédito de los inquisidores como madre ya de protestantes. La verdad del caso no puede descubrirse, en tanto que no vengan a ilustrar nuestro entendimiento otras más amplias noticias.

Mientras que andaba Constantino en estos pasos, vino a ser descubierto claramente por luterano con la ocasión siguiente:

Una viuda llamada Isabel Martínez, fue presa por hereje, y la Inquisición ordenó, según costumbre, secuestrarle los bienes; pero por la delación de un criado envilecido se supo que la mayor parte de ellos estaban encerrados en unos cofres y en poder de Francisco Beltrán, hijo suyo. Dieron los inquisidores comisión a Luis Sotelo, alguacil del Santo Oficio, para tratar con Beltrán sobre la manifestación de los bienes escondidos. El cual no bien llegó a su casa el alguacil, cuando le dijo, sin permitirle la más pequeña razón:

-Señor, ¿vuestra merced en casa? Me parece que adivino venir vuestra merced por cosas ocultas de en la de mi madre. Si vuestra merced me promete que a mí no se me incomodará por no haberlo revelado, diré a vuestra merced lo que hay oculto.

Sin perder momento, llevó Beltrán a Sotelo a casa de su madre Isabel Martínez, y tomando un martillo, derribó parte de un tabique que había en un sótano, y el cual escondía multitud de libros impresos y manuscritos: aquéllos obra de Lutero y Calvino y otros reformadores, y éstos del puño y letra de Constantino Ponce de la Fuente. Este sabio varón, previendo que las muchas delaciones que había contra él en el Santo Oficio acabarían en llevarlo a sus cárceles secretas, quiso evitar que sus libros y papeles fuesen hallados por sus perseguidores, y así los dio en guarda a Isabel Martínez, mujer de notable virtud, grande amiga suya y luterana. Pero la indiscreción de su hijo fue causa de la ruina de entrambos. Admiróse Sotelo de ver los libros, y los aceptó de manos de Francisco Beltrán; pero le dijo que la visita no tenía por objeto buscar semejantes escritos, sino las joyas y el dinero de su madre que estaban escondidos. Alborotóse con esta nueva Beltrán, y conoció, aunque tarde, lo mal y ligero que había obrado en este caso; y así, temiendo ser castigado por el Santo Oficio, si ocultaba por más tiempo los bienes de su madre, entregó a Sotelo cuanto tenía.

Lleváronse los libros de Constantino a la Inquisición, y examinados, hallaron que los escritos de su puño y letra no contenían más que doctrinas luteranas, tratando de la verdadera iglesia, y de cual era ésta, y persuadiendo que de ningún modo era la de los papistas. En ellos también se hablaba sobre el sacramento de la Eucaristía y el sacrificio de la misa; sobre la justificación; sobre las bulas y decretos pontificios; sobre las indulgencias; sobre los méritos del hombre para la gracia y la gloria; sobre la confesión auricular; y sobre otros artículos en cuya interpretación caminan muy separados de los católicos los luteranos; llamaba por fin Constantino al Purgatorio «cabeza de lobo inventada por los frailes para tener que comer».



Ya con el descubrimiento de tales papeles, determinaron los inquisidores proceder a la prisión de Constantino, la cual causó notable admiración en toda España. Cuando llegó la nueva de este suceso al monasterio de Yuste, donde vivía retraído del mundo el Emperador Carlos V, es fama que dijo: «Si Constantino es hereje, es grande hereje». Y cuando supo que había sido también preso por el Santo Oficio de Sevilla, un tal fray Domingo de Guzmán exclamó: «A ése por bobo lo pueden prender».

Luego que Constantino fue recluso en las cárceles secretas de la Inquisición, presentáronle sus papeles manuscritos, los cuales reconoció por suyos, añadiendo que en ellos estaba encerrado todo cuanto creía. Apretáronle los inquisidores para que declarase quiénes habían sido sus discípulos y cómplices en derramar por Sevilla semejantes doctrinas; pero fueron vanas cuantas diligencias se hicieron para el caso, porque nada declaró que pudiese perjudicar a sus compañeros los demás protestantes. Encerráronlo en un calabozo subterráneo, húmedo, oscuro y pestífero, y cuyas malas calidades se acrecentaban con el propio excremento del infeliz Constantino. En él enfermó de disentería, y en él exclamaba de esta suerte contra sus inicuos opresores: «Dios mío, ¿no había escitas, caníbales u otros más crueles e inhumanos, en cuyo poder me pusierais antes que en el de estos bárbaros?». Al fin murió en las cárceles secretas oprimido por semejante enfermedad, de quien fueron ocasión tan duros y tan bestiales tratamientos. Luego derramaron por el pueblo la voz los inquisidores, que Constantino temeroso del castigo, había cortado el hilo de su propia vida.




HH

«Vuestra merced mire y advierta y considere con toda la dotrina que en sí pueda encerrar un señor bachiller en leyes».



Éste es uno de los más lindos donaires que puso Cervantes en el Buscapié. Los abogados de aquellos tiempos eran unos hombres necios, pedantes, insensatos y de mal gusto.

Para muestra de la pesadez de sus escritos, traslado aquí una relación, hecha en forma de pedimento, la cual se lee en la comedia intitulada El letrado del cielo, y es una cifra de cuanto pudo inventar el mal gusto. Fue compuesta por don Juan de Matos Fragoso, hinchado poeta hispano portugués, y don Sebastián de Villaviciosa. La relación está dirigida a Dios por el letrado don Diego de Tude, a pocos instantes de haber muerto su esposa en la ruina de un edificio. Dice, pues, así:


    Muy poderoso señor:
Diego de Tude en el pleito
que tres fiscales del crimen
y mi conciencia me han puesto,
ante Vuestra Alteza en grado
de suplicación parezco,
como en tribunal piadoso
desde tribunal severo.
Y digo que Vuestra Alteza
me ha de absolver, deponiendo
de mi infelice destino
el perjudicial decreto.
Así lo pido, señor,
por lo general primero,
y lo demás favorable
que tengo aquí por expreso.
LO OTRO: porque penitente
y arrepentido protesto,
si hubo cuerpo de delito,
el daros deshecho el cuerpo.
LO OTRO, porque digo a voces
mi culpa, y así no puedo
condenarme en tribunal
donde absuelven al confeso.
LO OTRO, porque ya en las hojas
de ese fructífero leño
se escribieron favorables
los méritos del proceso.
LO OTRO, porque si salido
deudor soy al fisco vuestro,
bien pienso que os satisfago
si pago con lo que os debo.
Y porque por mí moristeis
y fuera inútil remedio
padecer el inocente
si no se librara el reo.
LO OTRO, porque el desengaño
para el recurso que intento,
en una enmienda ha ganado
la mejora del consejo.
LO OTRO, porque por mi parte
aseguro, si estoy preso,
facilitando solturas
no romper los mandamientos.
LO OTRO, porque si de gracia
perdí los autos, aún tengo
de una Fe que me entregasteis
muy vivo el conocimiento.
Y porque sobre esta Fe
catorce artículos previos
que formasteis han tenido
debido pronunciamiento.
LO OTRO, porque en el juicio
general al lado vuestro
me he de poner en la forma
que haya lugar de derecho.
LO OTRO, porque en vuestra madre
tan buena abogada tengo,
que en su piedad me aseguro
que no quedaré indefenso.
Por lo cual pido y suplico
a este tribunal supremo
que determine, según
y como pedido llevo.
Y que esta causa reciba
a prueba de mis afectos
por término de mi vida.
Pido justicia y para ello.






II

«Que a todos dio su consentimiento el emperador y el príncipe don Felipe, y que estuvieron en ellas muy regocijados».



Juan Calvete de Estrella, al referir en su libro del viaje de Felipe II, siendo Príncipe, a los estados de Alemania en compañía del Emperador su padre, refiere las fiestas con que fueron agasajados en Bins: vivas representaciones de muchos pasos de los que se leen en libros de caballerías. Además de los que cuenta Cervantes en el Buscapié, que por ser harto largos en la relación no van aquí copiados, el mismo Juan Calvete da noticias también de otro paso caballeresco acaecido en un sarao con que solemnizaban la venida del Emperador y del Príncipe los caballeros de aquella tierra. Dice así este autor:

Todo el deseo de la magnánima reina de Ungría era de festejar y dar todo placer y recreación al Emperador y Príncipe; y así por todas las maneras exquisitas que podía lo procuraba y hacía con continuos saraos y regocijos que cada noche se tenían en la real sala de palacio; lo cual daba ocasión a que de muchas partes viniesen a verlos, por ver obrar las grandezas de la reina María. Y así, estando las damas danzando, después de haber altísimamente cenado miércoles a veinte y ocho de agosto, entraron por una puerta d'el un testero de la sala cuatro caballeros muy bien armados, con cueros y manteos por encima muy largos de brocado pelo, aforrados en tela de oro con capillas grandes y redondas, guarnecidas de felpa blanca y negra. Traían las celadas cubiertas de grandes penachos de colores que casi no se parecían, y las vistas alzadas, y debajo sus máscaras con barbas muy crecidas. Cada uno d'ellos traía una dama por la mano, las cuales también traían máscaras y tocados muy extraños y antiguos de brocado pelo muy altos en punta, cubiertos de una toquilla blanca, listada de plata que hacía detrás un trenzado largo, lleno de oro y pedrería; venían vestidas de unas cotas o faldillas a la antigua de raso encarnado con tiras anchas de brocado pelo, sobre ropas de brocado pelo con unos pliegues en torno. Tenían las mangas muy angostas hasta el codo, y de allí abajo muy anchas. Eran cortas por delante y por detrás largas con falda, y guarnecidas de felpa blanca y negra. Traíanlas ceñidas con unos tafetanes blancos. La hechura de las cuales era muy diferente de la que agora se usa, y así lo eran los zapatos conforme al vestido de terciopelo blanco atados con cordones de oro. Venían detrás d'ellas dos mujeres como las otras cuatro vestidas, y dos caballeros por guardas, con máscaras de viejos, y ellos desarmados con ropas muy largas, de tela de oro azul ceñidas y sombreros de lo mismo: todos en muy buen orden, y danzando una danza alemana con tanto acierto y compás que era hermosa cosa verlos. Y antes que acabasen, entraron por la puerta d'el otro testero con dos atambores delante cuatro caballeros armados, cubiertos con cueras y mucetas de telas de oro con calzones de lo mismo. Los cuales, sobre quitarles las damas para danzar a los otros cuatro se resolvieron, dándose muy fieros golpes de las espadas; y estándose combatiendo, entraron por la puerta de la sala ocho salvajes muy bien armados, cubiertas todas las armas de tela de oro verde y amarillo a escamas. Traían sus celadas con penachos de plumas muy menudas; y visto por ellos cuán embebecidos estaban los caballeros en su batalla, tomaron las damas, queriéndolas llevar consigo. Grande fue la ira de los ocho caballeros por ver tal atrevimiento; y todos conformes volvieron a la demanda de las damas, y fuéronse a los salvajes, a los cuales no hallaron cobardes, que luego comenzaron a herirse todos de las espadas de muy esquivos golpes: los unos por cobrar sus damas, los otros por no perderlas, y con esto herían con tanta furia, que era cosa de maravilla, mas que les prestó a los caballeros su esfuerzo, que allende de estar cansados los salvajes, eran tales que no se dejaron vencer. Ya había rato que se combatían, cuando los salvajes se retiraron muy a su salvo, habiendo ya puesto los escuderos que traían a las damas, sin que nadie se lo estorbase, sobre un rico carro, cubierto de tafetán verde, hecho como cuadriga antigua con cuatro ruedas. Lleváronle cuatro caballos blancos que ya lo tenían todo en orden a la puerta de palacio; y aunque era media noche, se fueron con ellas a un fuerte castillo, que estaba una legua de Bins. Muy espantados quedaron todos de tan extraño hecho, y d'el atrevimiento y gran esfuerzo de los salvajes; y los dos caballeros viejos juntamente con los ocho con gran angustia de sus corazones y muchas lágrimas se pusieron de rodillas delante del emperador, reinas y príncipe, quejándose d'el agravio que habían recibido, y suplicándole los mandase castigar, o les diesen licencia para que ellos con sus parientes y amigos hiciesen y se vengasen de tan gran injuria y afrenta como se les había hecho, y derribasen el castillo que ya sabían donde los salvajes lo tenían, d'el cual salían por toda la comarca a hacer semejantes robos y insultos. Y el emperador, visto cuán justo era lo que pedían, no sólo les dio la licencia que pedían, mas aun les dijo que quería ir a ver cómo lo combatían.



La afición a imitar los sucesos más extraños y ridículos que se fingían por los autores de los libros de caballerías, fue muy común en el siglo XV. El poeta Juan de Rodríguez del Padrón, ofendido con los desdenes o con los celos que le daba la señora de sus pensamientos, escribió una composición fingiéndose perro rabioso. Tan extravagante parto del ingenio es como sigue:


    ¡Ham! ¡ham! huid que rabio
con rabia de vos no trabe
por trabar de quien agravio
me fizo tal y tan grave.
   Si yo rabio por amar,
esto no sabrán de mí,
que del todo enmudecí
que no sé sino ladrar.
   ¡Ham! ¡ham! huid que rabio:
¡oh, quién pudiese trabar
de quien me hace el agravio
y tantos males pasar!
   Ladrando con mis cuidados,
mil veces me viene a mientes
de lanzar en mí los dientes
y me comer a bocados.
   ¡Ham! ¡ham! huid que rabio,
aullad, pobres sentidos;
pues os hacen tal agravio
dad más fuertes alaridos.
   No cesando de rabiar,
no digo si por amores,
no valen saludadores
ni las ondas de la mar.
   ¡Ham! ¡ham! huid que rabio,
pues no cumple declarar
la causa de tal agravio
el remedio es el callar.



Léese esta extrañísima composición en el «Cancionero general, que contiene muchas obras de diversos autores antiguos con algunas cosas nuevas de modernos, de nuevo corregido y impreso. En Anvers, en casa de Philippo Nucio. -Año MDLXXIII».

Las acciones paladinescas fueron también muy imitadas en el siglo XVI. El célebre Paulo Jovio, obispo de Nucera, en su Diálogo de las empresas militares y amorosas que compuso en su lengua italiana, da razón de muchas locuras propias de caballeros andantes, y hechas por ciertos principales señores en aquella edad; pero no vituperándolas, sino poniéndolas sobre las nubes. El libro de Paulo Jovio fue puesto en la lengua castellana por Alonso de Ulloa, juntamente con el razonamiento de Ludovico Domeniqui, escrito con el mismo propósito. Ambas obras salieron a luz en noviembre del año de 1558.

Domeniqui refiere lo siguiente:

Asimismo he visto la empresa del señor don Diego Hurtado de Mendoza, que era gobernador de Sena, cuando aquella ciudad se rebeló a S. M. y se dio a franceses, la cual es una sola estrella con un mote en lengua castellana que dice Buena guía, aludiendo quizá a la estrella que guió a los tres Reyes Magos, o queriendo decir que todas las obras y hechuras humanas tienen buen fin, siempre que toman por guía el consentimiento y querer divino... Acuérdome haber visto no ha muchos días, una harto gentil y hermosa empresa que Alonso de Ulloa, varón nobilísimo y grande amigo mío, me mostró de Francisco de Ulloa, su amado padre. Fue que habiendo aquel sabio y esforzado caballero seguido siempre al Emperador en todas las guerras que S. M. tuvo, poniendo la vida al tablero por servicio de su Rey y que tenía pensamiento de ponerse a cualquier peligro y trabajo por él, por grande y dificultoso que fuese, juzgando que todo era bien empleado por el servicio real, trajo por empresa un caballero armado de armas blancas, con una bandera en la mano derecha con las armas de Castilla que subía por la asperidad de una altísima sierra, con ánimo de plantar aquella bandera sobre las almenas de un fuerte castillo que en la cumbre de la dicha sierra se veía. El mote era de Ovidio, que decía: In via virtutis nulla est via. Es a saber que no hay cosa, por dificultosa que sea, a la cual no sea obligado el buen vasallo por el servicio de su príncipe; porque todo es muy bien empleado. Y esta empresa llevó consigo cuando fue con el Emperador a la jornada de Argel, donde la Fortuna se le mostró adversa a S. M. La invención no se dijo de quién fue por algunos respetos, mas baste que sepáis que la halló un gentil espíritu de su nobilísima sangre. Y cierto fue empresa noble y muy mirada de todos los caballeros y príncipes que allí fueron y digna de su magnánimo y generoso corazón. No es tampoco razón que pase en silencio la empresa de Lorenzo Suárez de Figueroa, caballero nobilísimo de la valerosa nación española, a quien S. M., por sus merecimientos, ha dado la tenencia del castillo de Novara, haciéndolo alcaide de aquella fuerza como merecedor de todo bien y honor. Este caballero, pues, viéndose apretado y perseguido de un señor principal su émulo, que por cosas livianas lo fatigaba y molestaba por todas las vías a él posibles, y resistiéndole a todo con firme y constante corazón, acordó para significar al mundo, y quizá a aquel señor, su puridad y virtud, de tomar por empresa la templanza que estando de pies sobre la rueda de la Fortuna en figura humana, tiene un vaso en la mano izquierda con vino dentro, y en la derecha otro con agua con la cual tiempla la fortaleza de aquel suavísimo licor. El mote muy a propósito decía: Non desis, ne timeas, como si más claro dijera: «Advierte, claro varón, lo que haces, y no te desmayes por cosa ninguna que te acontezca; porque mientras no faltare en ti la templanza que debes como caballero moderado, sepas cierto que la adversa fortuna no te podrá enojar ni molestar».



Para convencerse de cuán aficionados eran los españoles en el siglo XVI a imitar las acciones de los caballeros andantes, basta leer cualquiera de las obras históricas compuestas entonces. Véase cómo refiere Diego de Fuentes, en su libro intitulado Conquista de África (Anvers, 1570), la hazaña de un soldado español: «Aconteció que una vez, saliendo de un tropel de la ciudad muchos ciudadanos para combatir con los nuestros, fueron de nuestros soldados desbaratados y muertos muchos dellos, los cuales viendo su pérdida y muerte de los suyos, siendo socorridos de algunos otros moros, quisieron volver por los nuestros, lo cual viendo un soldado arcabucero no poco esforzado, pareciéndole mal lo que los enemigos hacían, enojado desto, dejando su arcabuz de la mano, como rabioso león, tomó una espuerta de aquéllas con que acarreaban la tierra a su fuerte, y con aquélla en cuenta de rodela, y su tajante espada en su poderosa mano, echando centellas vivas por los ojos, se metió por entre los enemigos, del modo que suele el halcón entre las mansas palomas o simples jilgueritos; y tanto hizo el valeroso soldado, que en poco rato, sin ser de nadie favorecido, hizo rendir y volver atrás los moros, dejando mal heridos muchos dellos. Hecho esto sin herida, el animoso mozo pudiera volverse a su redil, si quisiera, sino que sujeto a la cólera, no pudiendo resistir su furia, quiso seguir sus enemigos. A cuya causa, tirando los de la muralla una flecha, quedó herido en una pierna, puesto que livianamente; y así herido como estaba, se fue ante Juan de Vega, el cual informado del caso le había mandado llamar; y visto su merecimiento, le dio por entonces por entretenimiento dos pagas, que cierto para tal hazaña era harto corta merced.»

De la propia suerte que muchos españoles querían imitar las cosas que se leían en los libros de caballerías y convertirse en otros andantes caballeros, algunos bribones con el conocimiento de las acciones milagrosas que se encuentran en las vidas de los santos, procuraban remedarlas para engañar al mundo y ostentar con las apariencias la virtud y santidad que no tenían.

Muchos de éstos andaban en 1616 por Sevilla, pero fueron descubiertos y castigados por el Santo Oficio de la Inquisición, merced a la burla que de ellos hacía un gran literato español, conocido solamente por pocos eruditos. Hablo de don Juan de la Sal, obispo de Bona, el cual nació, vivió y murió en Sevilla. Fue muy escudriñador de antiguallas y vejeces, noticioso y hábil papelista, de agudo ingenio, y hombre en fin que sabía engalanar sus escritos con todas las más delicadas flores del gracejo español. Casi nada sé de su vida. En las poesías manuscritas del doctor Juan Salinas de Castro, administrador que fue del hospital de S. Cosme y S. Damián, donde en Sevilla se curaban las bubas, se halla una décima, cuyo epígrafe y primeros versos decían así:

A el doctor don Juan de la Sal, obispo de Bona, de donde lo fue San Agustín. No quiso acetar el obispado de Málaga que le ofrecieron.


   Doctor de ingenio divino,
sal y luz por excelencia,
en la iglesia y la eminencia
gran sucesor de Agustino,
rehusar un puesto tan dino
pregunto, ¿es luz superior?
   Etc.



Este sabio varón, viendo que por Sevilla andaban ciertos bribones cubiertos con la capa de santidad, y entre ellos un tal Francisco Méndez, clérigo seglar, el cual profetizaba que para tal día y tal hora había de morir, escribió varias y muy donosas cartas al duque de Medina Sidonia, que vivía en su ciudad de Sanlúcar de Barrameda, siendo al propio tiempo capitán general de Andalucía y costas del mar Océano.

Estas cartas son preciosísimas y de lo mejor que en el género burlesco se ha escrito en España. Un traslado de ellas va a continuación:

Carta primera

Excmo. Sr.:

Ha mucho tiempo que en Sevilla hace notable ruido la santidad aparente y lucida en extremo de un sacerdote seglar llamado el padre Méndez.

Su hábito, su rostro, sus ejercicios y empresas de virtud siempre han tenido de peregrino, y aun de extravagante, en cuanto pone la mano, y lo que muestra la corteza debe ser sin duda lo interior, y aun por ventura mucho más; pues tiene fuerza para escupir afuera tal sarta de pensamientos piadosos, guiados siempre por sendas exquisitas por donde nunca fue otro.

Ha finalmente querido, como me acaba de informar ahora persona fidedigna, rematar su carrera con la extrañeza siguiente.

Publica desde el primero día de julio (y somos hoy a los cuatro, siendo este día el postrero de su vida) que a los veinte pasará de este mundo al Padre Eterno, y está Sevilla llena de esta profecía.

Quisiera yo ser tan bueno que la creyera, y estaría aguardando con devoción su cumplimiento, como harán otros muchos de mejor alma que la mía. Pero fui algún día (que no debiera) testigo de otra semejante, cuyo vanísimo suceso me está a las manos, y me obliga a no expresarlo muy en otra coyuntura.

Un fraile santo (cuyo hábito era como reliquia; pues que, besándolo todos, tocaban en él sus rosarios, como pudieran tocarlos a la capa que partió con el pobre San Martín), cayendo enfermo, dijo a algunos de innumerables devotos que tenía dentro de su convento y fuera de él, que el domingo siguiente moriría al punto de la una, después de medio día.

Fuese esta profecía resonando, y cuando dieron las doce del domingo, ya estaba la iglesia llena de beatas, y de señoras devotas que las beatas habían convidado: todas con velas encendidas como en la fiesta de la Ascensión. Era el convento un campanario con el mormullo de frailes que a la mía sobre la tuya tomaban puesto en la celda para ver con sus ojos aquella maravilla.

Estaba el siervo de Dios tendido de largo a largo en su cama boca arriba con los brazos en cruz, y con los ojos cerrados, puesto en contemplación. Dio la una el reloj, sin que el bendito hiciese movimiento. Apelaron a otro los oyentes. Finalmente dieron todos, y entonces, en lugar de expirar, dio un gran suspiro el enfermo, diciendo con voz muy flauteada: "¡Dios mío de mi alma! Abismos son tus juicios. Ya te entiendo. Quieres que trabaje más en tu viña: cúmplase tu santa voluntad. Padres y señores míos, perdóneselo Dios; que con sus oraciones le han obligado a que me alargue la vida. Pero ¿qué se ha de hacer? El esposo lo quiere, el esposo lo manda, sea el esposo bendito para siempre".

El auditorio con esto fuese saliendo poco a poco: los frailes con la cara caída de vergüenza y los seglares mirándose los unos a los otros. Y las beatas del orden estaban desojadas, con las orejas de un palmo, esperando para saltar de placer, que les viniesen a decir que había expirado; pero, cuando supieron el suceso, quisieran no haber nacido, y con los mantos echados sobre los ojos, soplaron sus velas, y una en pos de otra desocuparon la iglesia.

El fraile se retiró a otro convento menos tenido por santo, y con menos estorbo para serlo. Hoy creo que es vivo para cumplir más de espacio la voluntad del esposo.

Nunca yo hubiera sabido esta desgracia; que su noticia me hace incrédulo hasta ver a los veinte de este mes en lo que para esta preñez.

Una ventana he alquilado. Veré desde ella la fiesta, y avisaré del suceso: si no es que Dios, como podría suceder, diese en llamarme de aquí allá, sin habérmelo antes revelado.

Nuestro profeta SANTO, muera o no muera a los veinte, por lo menos se gana de antemano que está su casa hecha una aduana, o por mejor decir una probática piscina: tal es el concurso de preñadas, de ciegos, cojos, y de enfermos de toda suerte de achaques que corren desalados a que siquiera los toque la sombra de este Eliseo, antes que sea cumplida la profecía en el día dichoso de su tránsito.

Nuestro Señor guarde a V. E. muchos años.

De Sevilla, 4 de julio de 1616.

Su más rendido y humilde capellán. Juan de la Sal.

Carta segunda

Prosigo en dar aviso a V. E. de nuestro clérigo DIFUNTO. Hase retirado al convento del Valle de frailes franciscos; que a este solo nombre comienzan ya a recoger muy buena ganancia de concurso y ruido de cuantos hay en Sevilla que van a informarse y tratar de esta maravilla. Piense V. E. lo que será si de este parto sale algún ratón que nos provoque a risa, como lo temo grandemente.

Él pone pies en pared, y dice a cuantos quieren oírle (y óyenlo hartos por quien se deja visitar; y entre otros estuvo con él hoy dos horas el conde de Palma), que ha de morir a los veinte de este mes por revelación particular con que Dios se lo ha certificado.

Dicen que, entrando en más honduras, ha dicho en puridad a algunos que certifican haberlo oído, que sabe ya la silla que le está apercibida en el cielo, y que más de una vez le ha hecho merced Ntro. Sr. de haberle dejado estar en ella largos ratos, gozando de su visión beatífica.

Yo, señor, si he de decir lo que siento, pienso que este buen hombre no lo ha de los carcañales, como dicen, y que se le ha desengastado en la cabeza alguna rueda de reloj con que dispara a diestro y a siniestro. Y en sentir esto de él pienso también que le hago honra, pues por lo menos estando fuera de sí, no puede desmerecer en este frenesí, ni atribuírsele a pecado; y si estuviese en su seso, sería muy culpable en ojos de Dios y de los hombres por esta su profecía, si se resuelve en humo, al cabo y a la postre.

Yo hago este discurso. Para afirmar lo que afirma, ha de haber precedido revelación de Dios particular que le haya certificado; y dice que es así y que la ha tenido. Extra de esto, el mismo que le revela este suceso, le ha de haber dado licencia y aun mandado que lo publique por las calles, como lo va haciendo; porque sin este precepto sería muy grande ofensa suya que este hombre se atreviese a pregonar este milagro con riesgo manifiesto de ensoberbecerse con él. Pues pregunto yo, ¿qué fines razonables puede tener Dios, que es la misma sabiduría, para obrar juntas todas estas maravillas? ¿Qué misterios de nuestra Santa Fe? ¿Qué conversión o beneficio de las almas? ¿Qué reformación de costumbre...? Más tiene Dios en que entender que estarse regodeando con una beata o con un clérigo para venirles con chismes y avisos impertinentes de cuando se han de morir, en tiempos en que ya su Iglesia no tiene necesidad de estos reparos. Despacio estaba Dios si había de llamar a que gozasen en vida de su esencia, y lo mirasen cara a cara tantos como han publicado que lo han visto y gozado de pocos años acá, no resolviéndose los SANTOS en si la Virgen Santísima o si San Pablo los vio.

Crea V. E. que, como hay hombres tentados de la carne, los hay también del espíritu, que se saborean y relamen en que los tengan por santos, en que les pida una enferma un evangelio, y otra que está para parir que se esté en oración junto a su cama, hasta que Dios la haya alumbrado; y cuando se imaginan que una canilla o mano de las suyas podrá estar algún día con unas andas dentro de un relicario, se les cae la baba de contento, y no hay enamorado que salte paredes con más ánimo que estos tales atrancan dificultades y barrancos por conseguir su estimación.

Díjome hoy el guardián que está nuestro DIFUNTO de noche y día en continua contemplación todas las horas que lo dejan, y que a la noche sólo come un poquito de pescado con cuatro bocados de ensalada, y bebe una vez agua. Tanto podría no comer ni dormir que con estas calores se le enjugase el celebro, de manera que tuviese antes de morirse otras nuevas revelaciones; y aun se muriese antes de lo que el Señor le tiene prometido. Comienza todas las mañanas a las cinco la misa, y acaba siempre entre la una y las dos, estando sin sentarse: cosa que las devotas comienzan a celebrar por uno de los muchos milagros que aguardan de aqueste cuerpo santo.

Confieso a V. E. que, por no ver la mofa y el escándalo que, si no se muere, es fuerza que se siga, deseo de que se muera. De un fraile del Valle me han contado que dice: "Él trate de morirse cuando nos ha prometido, porque si no nos cumple la palabra, lo hemos de achocar, so pena de que nos silben por las calles".

El caso es que el año no ha sido tan estéril de trigo, cuanto va siendo fértil de estos revelanderos. Uno anda ahora corriendo por las calles que dice en todo su seso que ha estado en el infierno, y ha visto en él a muchos de los que hoy viven y encuentra cada día. Y es lo peor que señala personas conocidas: a tal canónigo, a tal prelado, a tal sastre, a tal mercader. Cuentan que dijo el otro día a un oficial de barbero: "Yo os vi a vos en el infierno en una cama de fuego con vuestra amada, dándoos entrambos de azotazos", y que al día siguiente el barbero se quedó muerto estando en la cama con su amiga. Esta patraña (que yo la tengo por tal) lo ha acreditado en el vulgo, de manera que hombres con barbas y mujercillas a docenas lo buscan de secreto y le piden con lágrimas en los ojos que les diga por las entrañas de Dios si los ha visto en el infierno. Y no sólo el vulgo, que ayer me dijo la señora condesa de Palma que salía, por verlo y conocerlo, con la señora marquesa de Tarifa. Otro avechucho o tagarote de éstos se anda arrobando por las casas; y las señoras a mía sobre tuya, lo llevan a la suya y lo convidan a comer, y sobremesa anda la fiesta. Ellas son de ordinario... créame V. E.... las que fomentan estas sabandijas. Ven que los creen y que los honran, y sin trabajar ganan con esto de comer: tráenlas con las bocas abiertas, ¿qué más quieren? Y supuesto que ellos en estas ficciones y embelecos ofenden a Dios mortalmente sin género de duda, no sé cómo se pueden excusar de grande ofensa de Dios lo que cooperan a esta vanidad, y dan color para ella con acoger y acariciar a esos tales, y con traer en palmas beatas mostrencas que han hecho suerte de comer con esta mónita de vida.

De lo que fuere inquiriendo de nuestro clérigo, iré avisando a V. E.: ya he comenzado a hacerme cronista de esta historia.

Dios guarde a V. E. muchos años.

De Sevilla, 6 de julio de 1616.

Carta tercera

Excmo. Señor:

Prosigue nuestro DIFUNTO con su resolución de morir a los veinte de este mes. He mirado qué santo ocupa aquel día, temiendo de que no fuese embarazo para el nuestro; y ¡gloria a Dios! no es más que Santa Margarita, cuyo rezado es de simple, y así dará lugar al doble y semidoble de nuestro JUSTO.

A los poetas se les ha caído la sopa en la miel, porque con achaque de que hay margarita o perla en aquel día, será rubí nuestro SANTO, y no quedará diamante, topacio ni esmeralda, de que no hagan sartas en sus versos y se las echen al cuello.

Dijo ayer Francisco González de Méndez que esta revelación de su muerte del día en que ha de ser, no es merced fresca que le haya hecho Ntro. Sr. de poco acá, sino muy añeja: no menos que de veinticuatro años a esta parte. Con todo eso se queja de que el enemigo en este último trance le hace cruda guerra, y andar a la melena muchos ratos; pero Ntro. Sr. tiene a su cargo el reparar este daño con nuevos favores que lo alientan y le redoblan las fuerzas.

Un fraile grave del Valle (que es otra alma bendita, y que casi camina por las mismas pisadas) dicen que afirma que lo ha visto un día de éstos levantado del suelo estando en oración. Yo dudo de que lo diga, y otros de que, aunque lo diga, sea ello así; porque el compañero del DIFUNTO (que es un religioso del Tardón que de día y noche no lo pierde de vista, observando sus dichos y sus hechos para irlos refiriendo y dando ripio a la mano del licenciado Castillo, médico muy conocido por devoto, que va escribiendo con puntualidad la vida de este santo) dijo hoy, preguntado por cierta persona, que él no ha visto jamás que se haya el padre levantado del suelo, si bien lo ha visto, en la misa, entre otros ademanes y movimientos que hace con la fuerza del espíritu, mientras está en contemplación, irse estirando poco a poco hasta ponerse sobre la punta de los pies, pero que luego ha ido volviéndose a bajar sin levantarse del suelo.

Ya he dicho a V. E. que ocupa en misa toda la mañana. Desde las dos de la tarde hasta la noche da audiencia, y la dará hasta el sábado que viene, porque de allí adelante todo será vocar a sí y apercibirse al tránsito glorioso que lo aguarda.

Los más que libran con él, y que le ocupan las tardes en la iglesia, son beatas que a enjambres como abejitas de Cristo le cogen el rocío de su boca; y es tal su devoción que, arrimándose a él bonicamente sin que él lo eche de ver (¡guárdenos Dios..., ni por imaginación!) con tijericas o de la suerte que pueden, van arrancando reliquias hasta dejarle cortada la sotana por vergonzoso lugar: tal que, recogiéndose el SANTO esotra noche, dijo, viéndose tal, con mucha sencillez, sin advertir de dónde venía aquel destrozo: "Necesidad tengo de que me remienden esta sotana".

No anda el conde de Palma tras hilachas, que un muy gentil bonete viejo tiene cogido ya a lo que hoy me han afirmado. Y otros, a mía sobre tuya, van recogiendo preseas; y de mí se ha dicho que tengo un cordón en mi poder; y no ha seis horas que me han enviado ciertas señoras devotas a conjurar, si es así, para que parta con ellas. Y dirá después V. E. que no doy crédito a esta revelación.

Volviendo a nuestras beatas, díjome hoy un hombre honrado que ayer tarde andaba en la iglesia el compañero del Tardón dándoles a besar un lienzo reborujado que traía en las manos, y que a su parecer tenía por cierto que eran calzoncillos blancos, pañetes del SANTO; y que ellas, no contentándose con besarlos, se los ponían encima de los ojos, y se los refregaban por la cara. Hízome venir a la memoria un donosísimo caso que me contó fray Luis de Rebolledo (téngalo Dios en su gloria), que, diciendo misa, sintió que los pañetes se le iban escurriendo por las piernas, habiéndosele quebrado o desatado la cinta. Llamó con disimulo al padre compañero, que le ayudaba a misa, y díjole: "Pasito, como que llega a componerme el alba, coja mis paños menores, que hallará entre mis pies y métaselos bonicamente en la manga".

Hízolo todo con muy buena gracia el compañero y cuando vio que la misa llegaba al consumir, díjole al padre si quería dar la comunión a una señora. Respondió: "Sí hermano, póngale el paño y diga la confesión". Sacó la custodia del Sagrario, y cuando se volvió con la hostia en la mano, vio a la buena señora con sus paños menores alrededor del pescuezo, que se los puso el compañero, creyendo que le había dicho "póngale el paño que le mandé recoger". Certificóme Rebolledo que estuvo dos o tres veces para volverse con la forma al altar, no pudiendo resistir la risa viendo aquel espectáculo.

Guarde Dios a V. E. muchos años, etc.

De Sevilla, 8 de julio de 1616.

Carta cuarta

Excmo. Señor:

Acuérdome que en Salamanca me contó, ya ha muchos años, el señor don Sancho de Ávila, obispo que es de Sigüenza, de una monja franciscana melindrosa que, entre otras palabras que truncaba a menudo, llamaba paños melonis a los paños menores de sus perniles. Pues, señor, ha de saber V. E. que lo que le escribí el otro día en duda de los paños melonis de nuestro bienaventurado es cosa cierta; porque a vista de algunos que me lo han certificado, salió el compañero del Tardón con los pañetes del padre, y los fue refregando por las barbas a una multitud de beatas y mujeres que no se hartaban de besarlos, con no estar nada limpios, para que fuese mayor el mérito; pero a la devoción no hay cosa sucia, ni que haga asco a un verdadero devoto.

En prueba de esta verdad, un día después, no sé qué tantos caballeros, habiendo habido a las manos estos pañetes de mi clérigo, los repartieron entre sí como reliquia sacrosanta. Bien es verdad que uno de ellos, no menos sencillo que piadoso, habiéndole cabido en esta partición el cuadradillo de abajo, que era lo más embalsamado, si bien lo veneraba con el mismo respeto que si lo hubieran rociado con la sangre de las llagas del bienaventurado San Francisco, su devoción con todo eso no bastaba a vencer la repugnancia que naturalmente sentía de llegar a la boca aquella joya preciosa; y así repetía muchas veces: "Señores, denme reliquia de mejor parte. Tome ésa quien la quisiere, que yo la quiero de mejor parte". Uno por uno re[s]pon[d]ía que era reliquia aprobada: sólo le hacía dificultad no verla con el aseo y olor de mosquetas que quisiera.

Ya ha puesto coto a las audiencias desde el domingo de mañana, y despedídose con lágrimas y sentimientos notables de todas sus ovejitas, y hase retirado a bien morir en una celda. Dejólas consoladas con otra profecía de que también debe tener revelación, de que en pos de él debe venir otro más santo y más perfecto que ha de obrar mayores maravillas y consolarlas mucho más. Con esto se han alentado y aguardan ahora boquiabiertas la muerte de su pastor con poco menos ahínco que aguardaban las tres Marías la resurrección de su Maestro.

Díjome un fraile del Valle que estas noches pasadas se había alargado el padre en las cenas, y había brindado con nieve, diciendo que no quería que maliciasen algunos que había muerto de hambre. ¡Tanta es la gana que tiene de que se vea, para mayor gloria de Dios, que es milagrosa su muerte!

Vale revelando Dios, a vueltas de su tránsito el de otros. A una señora, muy dama, que tiene buenas ganas de vivir, le dijo el otro día que irá tras de él muy en breve; y está para echarse en un pozo de tristeza.

Más alegre está otra, a quien ha descubierto que en el cielo le está aparejado un trono de gloria espaciosísimo.

Con esto se han andado mil almas embebecidas tras él, echándole manojos enteros de rosarios al cuello, por parecerles que no iban tan benditos, si solamente tocaban a la ropa; y es tanta su caridad que se los dejaba poner, y andaba cargado de ellos un gran rato, como si fuera buhonero.

Ahora desde el encierro duerme en su celda el provincial del Tardón, que es como si dijéramos el padre de la novia, y ya comienza a decirse que él y el guardián del convento se han de arañar las caras a carreras el día de la muerte sobre quién ha de llevar el cuerpo del SANTO a la iglesia. El guardián alegará que era tercero y que murió dentro de su casa. El provincial, que lo ha criado a sus pechos, y que era el archivo de sus más íntimos secretos; y en prueba de que es así, refiere en puridad que el padre le ha descubierto que morirá a las cuatro en punto de la tarde, y habrá aquel día una espantosísima señal para castigo de Sevilla, habiendo dicho misa aquella misma mañana. Y en las que ahora dice, después de su retiramiento, es todo risa a borbollones y júbilos suavísimos de gloria.

Nuestro Señor guarde a V. E. muchos años.

De Sevilla, julio, 12 de 1616.

Carta quinta

Mande V. E. a su paje que le vaya contando mis cartas por los dedos, y hallará que son cinco con ésta desde cuatro de este mes, en que voy prosiguiendo por servir a V. E. la historia de nuestro clérigo SANTO. Es bien verdad que en estos días, por su retiramiento desde el domingo pasado, hay menos materia de que echar mano y son menos las cosas que se saben; que allá dentro deben pasar maravillas. Con todo eso, la luz por los resquicios se ha de comunicar, por más que la tengan encerrada.

Antes de ayer, poniéndose en el altar a las cuatro de la mañana, y comenzando a decir: In nomine Patris, etc., se quedó aquí sin otra palabra hasta que dieron las ocho.

Mientras le duran estos raptos o suspensiones del alma, suelen leerle de ordinario algún libro espiritual, que ese como hacerle el son para que dormite, o como llevarle el canto llano para que él eche el contrapunto, si no es que arrebatado de las bajezas de acá, es su conversación allá en los cielos y se pasea por ellos, y los mide, como suele decirse, a pulgadas.

No aguarde V. E. que le escriba las cosas como suceden, porque las voy escribiendo como me vienen a las manos, y unos me cuentan las que están corriendo sangre de frescas, y otros las rancias de muchos días atrás. Hoy me han certificado que el día que se hubo de retirar al convento del Valle, llamó como buen pastor a su ganado, y estando todos juntos, devotos y devotas, se puso enmedio de ellos, y comenzó con muy gran fervor a hacerles muy larga exhortación, diciéndoles primero que, como al Apóstol San Pablo le fue lícito dar cuenta a los fieles que estaban a su cargo, de las persecuciones que había padecido, y de los muchos favores que merecía por honra de Ntro. Sr. para poderlas llevar, así él había querido contar a los que bien lo querían y oían su doctrina, los grandes trabajos y aflicciones con que el Señor lo había ejercitado, y los inmensos regalos con que lo había alentado y lo iba alentando cada hora. Aquí hizo un gran discurso de los sucesos de su vida, y refirió extraordinarias aventuras, de que la divina providencia lo había sacado siempre con ganancia, dándole los consuelos de espíritu a dos manos, si lo afligía con una.

Dijo tras esto cómo dejaba escritos dos tratados: uno del amor de Dios y otro de las mercedes y favores con que el Señor lo había enriquecido. Concluyó al fin con anunciarles su tránsito a los veinte y despedirse de todos con mil ternuras y arrullos que enternecían las peñas.

Aquí fue el llanto y suspiros de todo el auditorio, y el arrojársele al cuello como los de Éfeso al Apóstol. Enternecióse con esto de manera que, arrebatado su espíritu, profetizó, para consuelo de las beatas que allí estaban deshaciéndose en lágrimas, la muerte de cuatro de ellas, señalándolas una por una con el dedo, y afirmando que lo acompañarían.

Dicen que en esta coyuntura fue el consolarlas con que vendría otro en pos de él, como escribí el otro día, a quien no merecía desatar las correas del zapato.

En el segundo tratado, de los dos que nos deja, me aseguran que se da larga noticia de los milagros que ha obrado en el discurso de su vida, con que se ahorrará de historiadores que no todas veces aciertan con la verdad puntual de lo que escriben.

Ntro. Sr. guarde a V. E. muchos años, etc.

De Sevilla, 14 de julio de 1616.

Carta sexta

Con ocasión de haber sido huésped antes de ayer, día de San Buenaventura, en el colegio de los padres franciscos de Sevilla, recogí muy gran cosecha de novedades nuevas de nuestro clérigo SANTO, que es estos días el único argumento de las conversaciones, y más cuando se va acercando el plazo de su muerte. Los originales fueron ciertos, porque comimos juntos aquel día el padre guardián de San Francisco, el del Valle, Rector del Colegio de la Compañía, con otros muchos padres de los más graves de ambas órdenes; y antes de mesa y sobremesa se refirieron las cosas que se siguen.

De una señora que ha pocos días que murió, dijo muy mesurado: "Penando está en el purgatorio, y estará allí hasta que yo muera y la saque". A otra que le contaba sus duelos, la consoló diciéndole: "Mire, aunque yo me muera, llámeme cuando se viere afligida, que yo la visitaré". Y, porque ella parece que mostró algún temor de ver un difunto por su casa, añadió luego: "No tenga miedo, que yo vendré de manera que antes se alegre de verme".

Encareciéndole a otra los favores del cielo que sobre él llovían cada hora, le dijo que el Señor por privilegio especial le había dado licencia para poder repartir gracias y virtudes a las que de corazón se las viniesen a pedir.

Entre otros discursos que tuvo un día con el conde de Palma, vino a decirle, entre otras cosas: "Si V. S. arranca de raíz algunas mocedades, será su salvación tan cierta como la mía.

Ya dije a V. E. en otra carta que tiene amenazada a Sevilla con un gran castigo que después de su muerte ha de enviar Dios sobre ella. Pues, señor, del pan y del palo, como dicen, no ha de ser todo castigo; que a vueltas de él ha prometido que se han de ver prodigios espantosos de conversión de almas, nunca vistos.

Hacíale la barba esotro día un barbero, y dos o tres que se hallaban presentes iban con gran reverencia cogiendo los pelos para guardarlos o para repartirlos por reliquia; y el SANTO varón no se hartaba de reír de puro gusto de ver la devoción de aquellas almas. De pocos santos se sabe que hayan en vida disfrutado tan abundantemente la cosecha de sus merecimientos, antes de ser canonizados.

Desde el retiramiento en que se halla, ya que no deja comunicarse de todos como de antes, desfoga a ratos, llevado de su gran caridad, con escribir varios billetes a diversas señoras y devotas, y el Provincial del Tardón los cierra, y les pone los sobrescritos de su mano.

Ha hecho ya su testamento, y debe ser memorable, pues que lo tiene en su poder su cronista, el doctor Castillo, con otros muchos papeles y tratados para sacarlo todo a luz. No ha faltado un malicioso que haya dicho que si no ha hecho el testamento en la uña, lo hizo al menos con uñas; porque, tratando de hacerlo con un hombre rico, su devoto, en deudas sueltas le declaró que debía hasta 500 ducados, y el mercader tomó a su cargo la paga, y ha comenzado ya a pagarlos. No manda en su testamento ni una misa; porque supone, y aun hay quien diga, que no las ha menester.

Una persona principal me ha contado, a propósito de este testamento, que un día de éstos, hablando con el padre en su aposento, presente el Provincial del Tardón, le dijo el siervo de Dios estas palabras: "Viéndome cerca el día de mi muerte, le dije a Dios: 'Señor, bendito seáis vos, que no tengo sobre la haz de la tierra de qué testar sino es sólo de mi cuerpo'. Y respondióme el Señor: 'Sí tienes de qué testar. Testa de mis dones, que yo cumpliré las mandas que tú hicieres de ellos'. Conforme a esto, vea Vmd. qué don de Ntro. Sr. quiere que le mande en mi testamento".

Esta persona dijo que le mandase el don de la sabiduría, y así han quedado de acuerdo: con que al punto que el testador haya expirado, se cumplirá un pie a la francesa aquesta manda, de que es fiador no menos que el mismo Dios que le infundirá cien mil habilidades, y lo hará otro Salomón. Según está hecho el testamento, no hay más que hacer sino morirse.

Pero, a la fe, señor, que como se va acortando el plazo en que se ha de probar su profecía, afirman hombres muy cuerdos que no las tiene todas consigo, y que comienza a blandear en lo que antes hablaba con denuedo, y al plazo de los veinte: duda si llegará a los veinticinco, día de Santiago, o si se acortará a los diez y siete, que es mañana, día de Domingo. Este plazo primero de mañana tiene por infalible el médico historiador, y afirma que morirá sin accidente ninguno y sin entrar en la cama; y esto muestra decirlo con cierta resolución en fe de lo que el justo le ha dicho.

También comienza a dudar, habiéndolo mil veces afirmado, si ha sido revelación de lo alto que le ha descubierto sobrenaturalmente el día de su muerte, o si ha sido impulso o movimiento interior que, ha muchos años, le dice que ha de morirse en este tiempo; y le ha salido cierto en otros casos dudosos como en lo de Venecia. Y en la otra señora que ha poco que falleció, a quien los médicos todos aseguraban la vida; y él, por lo que acá dentro sentía, dijo siempre que había de morirse. Son estos tres los ejemplos que él mismo alega, en prueba de la esperanza que tiene de que le salen ciertos estos impulsos que siente interiormente.

Un religioso grave, viendo que andaba vacilando, le dio poco ha una fraterna muy pesada, encareciéndole, entre otras buenas razones, el escándalo y mofa que haría en los herejes extranjeros que en Sevilla están ahora a la mira, cuando oyeren que sale vana aquesta su profecía, publicada con atabales y trompetas por toda esta ciudad. Púsose con esto pensativo, y dijo con muestras de haberse enternecido: "Padre, en ese caso esconderéme en un monte, en donde nadie me vea". No me parece mal remedio, pero mejor hubiera sido no haberse hecho las cosas alborotando todo el mundo.

Otra persona principal, para animarlo en su trabajo por lo que pueda suceder, se resolvió cuerdamente en sacar un clavo con otro, como dicen. Afirmóle que, habiendo encomendado este negocio a un gran siervo de Dios, le había al fin respondido que Ntro. Sr. le había revelado que, para mayor servicio suyo, no moriría el padre de esta vez, sino que, durándole la vida algunos años, la emplearía como antes y mejor con muy mayor amor y estimación de todo este lugar. Dice esta persona que, cuando le oyó decir esto, se le alegró visiblemente, y respiró como si le quitaran de acuestas un gran peso.

Al fin él quiere, señor, como preñada, tomar entero su mes, y parir el día que quisiere; mas yo no vengo en aquesto. Desde el principio profetizó que a los veinte; y un día solo que se muera antes o después, es manifiesta engañifa.

Nuestro Señor guarde a V. E., etc.

De Sevilla, 16 de julio de 1616.

Carta sétima

Póngase V. E. a adivinar si se ha cumplido la profecía de nuestro clérigo SANTO, de morirse a los 20 de este mes, que se cumplieron ayer, y era el plazo infalible que señaló cuando se fue a retirar al convento del Valle, como muchos lo oyeron de su boca.

Pues, señor mío, pídole a V. E. las albricias de que vive y vivirá, placiendo a Dios, muchos años para volver en ellos a recibir muchas veces de su divina mano el mismo favor que ahora ha recibido de revelarle el día de su muerte. Pasó puntualmente el caso de la manera que se sigue.

Él tuvo, a su parecer sin género de duda, esta semana pasada nueva revelación de que el Señor le abreviaba el término de su muerte por tres o cuatro días; porque el viernes en la noche, a los quince de julio, le dijo al padre guardián que le diese licencia para ir a decir la última misa a casa de sus hijas (que es un retiramiento de doncellas pobres que él tiene recogidas) y que le hiciese merced en su entierro de honrarlo con sus frailes. Recibida la bendición del guardián, y despedídose de él para morirse, salió del convento buen rato después de anochecido, y de camino quiso antes consolar a una señora principal, su hija de confesión, de las que más firmes estaban en la creencia de su muerte. Hallóla que estaba acostada; mas levantóse en los aires oyendo decir que estaba allí el maestro; y después de los últimos abrazos, le pidió ahincadamente que por la despedida, le dejase santificada su cama con acostarse un rato en ella. Él, como es un cordero sin mancilla y una paloma sin hiel, no tuvo corazón para negarle su cuerpo. Acostóse en la cama como un ángel, y en habiéndola santificado, volvióse a levantar y prosiguió su camino, acompañándole siempre el Provincial y tres religiosos del Tardón, el médico historiador y no sé qué tantos hijos suyos de los del corazón, que fueron los escogidos por él para testigos de su tránsito.

Púsose en el altar a las cuatro de la mañana del sábado, entreteniéndose en la misa tan despacio que vino a alzar después de anochecido, y acabó el domingo a más de las tres de la mañana. Reconcilióse dos o tres veces en la misa, y juzgan todos que también rezó las horas canónicas del sábado. Hacia la media noche, viendo que se iba acercando la hora de su muerte, se despidió en el altar del Provincial del Tardón, su confesor y padre de espíritu, con estas terminantes palabras: "A Dios, padre mío". El médico devoto le tomaba el pulso de cuando en cuando, por ver cuándo acababa; y con razón, porque de un hombre tan extenuado, naturalmente se debía aguardar que acabaría en aquel acto, estando 24 horas en el altar sin comer, y con ansias continuas de esfuerzos y visajes que le deberían consumir los espíritus vitales. Y así en mis ojos el verdadero milagro no hubiera sido el morirse cumpliendo su profecía, sino el no haberse muerto, haciendo lo que hizo. Pero Dios quiso hacer antes este milagro que permitir que se le atribuyese el cumplimiento de la profecía vanísima de Méndez.

Y es señal evidente de que les había asegurado de nuevo a los devotos del alma que se hallaban presentes, de que sería su tránsito en la misa, y en la misma hora que Ntro. Sr. Jesucristo resucitó, como uno de ellos es cierto que lo dijo tres días antes a un grande amigo suyo en puridad.

Pues cuando vieron que era pasada la hora y no se moría, todos, uno en pos de otro, se fueron cabizbajos a sus casas, dejándole en el altar, donde acabada la misa se halló solo en su cabo; y sin decir palabra ni despedirse de sus hijas, se fue a esconder a otro retiramiento de mujeres ruines, que llaman La Galera; de donde nunca saliera de corrido si el padre guardián, de compasión, sabiendo lo que pasaba, no hubiera ido a buscarlo aquella tarde, animándolo y consolándolo tanto, que al fin el buen hombre le vino a preguntar: "Pues padre, ¿qué he de hacer?". "¿Qué?", le respondió el guardián, "salirse como antes por Sevilla pidiendo su limosna para estas buenas obras. La carne lo sentirá a los principios, pero al cabo de ocho días se habrá olvidado todo". Tomó este santo consejo, y anda por ahí, y a cuanto le preguntan por las calles, burlándose de él: "¿Cómo no se ha muerto, padre Méndez? ¿No decía que ayer había de morir?"; responde con la boca llena de risa fingida o verdadera: "El demonio esta vez me ha dado un mal golpecito. Como esas locuras diré yo: soy un mentecato". Y aunque él por humildad debe ponerse este nombre, no falta quien muchos días ha, conociéndolo de trato, dice de él que es "un tonto bien inclinado". Y así, no habrá persona cuerda que no juzgue de él que ha pretendido engañar con estas vanidades; pero ellas mismas pregonan que el pobre ha sido engañado; y desde el día primero se las habían de atajar, si hubiera habido quien se doliese de él, y de lo mucho que pierde la virtud en estas ocasiones, escandalizándose los simples y dando ocasión a los ruines que piensen y publiquen que todo lo bueno que ven es de esta casta; pero en Sevilla no ha habido quien le haya ido a la mano, ni dicho una palabra, con haber tribunales a quien tocaba de derecho impedir o examinar por lo menos las causas de tanta revolución como en este lugar se ha padecido en este mes.

Sus devotas ahora andan corridas más que él, aunque de tantos afirman que nunca puso el plazo señalado; y si lo puso o dijo alguna vez que había de morir a los 20, fue sólo de pura humildad por desacreditarse, porque viendo que todo el mundo lo traía en palmas como a Santo, quiso atajar este aplauso, dando ocasión a que lo tengan con esto por un engañador.

Paréceme que a éstas y aun a él se les podría decir lo que Morales, un loco agraciadísimo que andaba predicando por Sevilla; dijo en las honras de un caballero principal, a quien el predicador, entre otras muchas virtudes que le faltaban al muerto, lo alabó de muy gran limosnero con los pobres. Estábale oyendo aqueste loco, y en su opinión era el difunto diferentísimo de lo que el predicador había dicho; y al punto que había acabado el sermón, se subió encima de un banco y comenzó a decir a voces a cuanta gente honrada hay en Sevilla, que se hallaba en la iglesia: "Bellacos, de hoy más vivid como queráis, que no faltará otro mayor bellaco que vosotros que diga, cuando os muráis, que fuisteis unos santos". La aplicación es fácil.

Pero volviendo a nuestra historia, no hubo argumento para mí que me hiciera más fuerza para estar desde el primer día siempre firme en que esto era vanidad, como en mirar a ojos vistas, que siendo Dios el que ponía la costa y el trabajo de toda esta sementera, no le tocaba un grano de honra ni de provecho en la cosecha, sino que sólo Méndez se lo llevaba todo, y era el que hacía su agosto a manos llenas, y henchía sus trojes de estimación y regalos, con que a mía sobre tuya le traían todos envuelto en algodones. Unas señoras le enviaban la comida guisada de sus manos; otras las camisas, porque les diese la sucia; y todas besaban sus pañetes, y se tenían por dichosas en alcanzar una hilacha de su ropa. Tarde había que se mudaba cuatro o cinco camisas por irlas dando tocadas en sus carnes a diversas señoras que las pedían por reliquia, y no se daban lugar las unas a las otras para alcanzar la suya cada una. Y llegó a tal la devoción de una de ellas, que una camisa que ella había traído puesta muchas veces, quiso que en todo caso se la vistiese el SANTO y la trajese vestida algunas horas. Y él fue tan caritativo que echó, como el Apóstol San Pablo, todas las cosas a todos para ganarlos a Cristo. Se echó a cuestas aquel camisón, como una capa de asperges, y anduvo con él gran parte de una tarde.

Dicen por cierto (mentira debe de ser) que pidiéndole o enviándole a pedir mi señora la marquesa de Tarifa alguna cosa suya, había respondido: "No tengo, cierto, qué enviarle a V. E. sino esta camisa, pero sudada la tengo".

Otra señora trajo muchos días en la boca del estómago una servilleta sucia con que él se había limpiado.

La mujer de don Guillén de Casaus dicen que es sorda, y en especial de un oído; y que por devoción, para sanar de su mal, ha traído todos estos días encasquetado un sombrero del bendito; pero dice un escudero de su casa que, desde que se lo puso, está de ambos oídos mucho más sorda que solía.

Podría decirle esta señora a su santo lo que don Tello a Nuestra Señora de Consolación, que habiendo ido a su casa el día de su fiesta, y untádose los dos ojos con cantidad de aceite de su lámpara, con deseo de ver con uno de ellos que tenía SECO enteramente, probando abrirlos y viendo que no veía con ninguno, comenzó a dar gritos: "¡Reina del Cielo, no quiero más que el que me traje. Con el que veía me contento, Virgen de Consolación!".

En fin, lo más de Sevilla y lo mejor ha andado estos días de revuelta en pos del SANTO con tan extraño concurso, que hubo mañana que se contaron veintiocho coches delante de la puerta del convento, y se ha salido con todo. No lo hubiera con nuestro Padre Santo Paulo V, que apenas hubo sabido que en Roma hacía ruido un ermitaño que se arrobaba y era tenido por santo, cuando llamó al gobernador, y le ordenó que le mandase de su parte que al punto se retirara a la ermita, donde decía que había vivido muchos años haciendo penitencia, y que no saliese de allí sin su licencia expresa; porque, si eran verdaderos los regalos que le hacía el Señor, allí los gozaría más despacio; y si eran fingidos, allí se curaría de ellos, como con la mano, faltándole el aplauso de los que lo traían desvanecido.

Y el mismo Papa al mismo padre Méndez lo mosqueó de Roma, debe de haber seis años o siete, ofendido de sus extravagancias. Y el cardenal de Guevara poco antes, por cosas mucho menores que las que ahora pasan, lo aventó de Sevilla; y si él hoy fuera vivo, no volvería a poner los pies acá. Santidad con pretales de cascabeles nunca duró ni fue segura, sino la que a la sorda busca Dios. Declaraba esto una persona discreta con una comparación. Decía que hay en el fuego dos suertes de brasas: unas que con poquito calor saltan luego, y convertidas en chispas, sólo sirven de pegar fuego a la casa, o de quemar las ropas y las cosas a los que están alrededor: otras que, estándose quedas, se van poco a poco encendiendo; y mientras más se encienden, se cubren más de cenizas hasta que al fin se consumen dentro de ellas.

Tales son y han sido siempre los verdaderos santos, que han puesto su verdadero estudio en encubrirse a los ojos de los hombres. Los que no siguen estos pasos sólo son chispas alharaquientas que sólo sirven de escándalo a los simples que se les acercan y los creen; y el paradero que tienen, descubren bien lo que son. Y si quiere V. E. conocerlos, oiga dos casos sucedidos de pocos días acá, que son el verdadero retrato de éste.

En Castro del Río, lugar del estado de Priego, del obispado de Córdoba, una beata moza carmelita fue, en pocos días de hábito, entrando con Dios Ntro. Sr. en tanta familiaridad, que no había entre ellos cosa partida, como dicen. Conversaba con él, como un amigo con otro; y, como buena hija, daba cuenta de todo su interior al fraile su confesor, hasta que de lance en lance, vino a certificarle en gran secreto de que había tenido expresa revelación de que a los 10 días de marzo que pasó, en que la iglesia de Córdoba celebra la fiesta del Santo Ángel de la Guarda, la llevaría el esposo para sí; y que siete días antes puntualmente, le daría un dolor de costado, de que al sexto, desahuciada de los médicos, la olearían, y al punto del amanecer de la mañana siguiente, que sería el seteno de su mal, y el último de su vida, le saldrían a los pies, y manos y costado visibles las llagas de Cristo crucificado; y no les saldrían antes por excusar que se viesen al tiempo de darle el santo óleo. Y que serían tantos y tales los milagros que Dios obraría por medio de las reliquias de su cuerpo, desde el momento que expirase; que no la enterrarían con el oficio ordinario de difuntos, y antes que el año se cumpliese, la beatificaría el Padre Santo. Finalmente, que le decía el Señor que hiciese tres retratos suyos: el uno para enviar a Su Santidad, el otro para S. M., y el tercero para poner en el altar de la iglesia donde estuviese su cuerpo.

El confesor, oyendo estas maravillas, entró en deseo de acompañar a la SANTA, y pidióle encarecidamente que alcanzase de Dios que lo llevase consigo. Pidiólo, y tuvo revelación de que su padre espiritual la seguiría, cinco días después de su muerte.

Él, lleno de alegría ron esta buena nueva, repartió liberalísimamente cuanto tenía en su celda. Comenzó a predicar aquellos días con increíble fervor, y hacía extraordinarias penitencias por disponerse mejor.

Todo esto estuvo secreto entre los dos, hasta que, llegado el día señalado, en que el dolor de costado había de darle a la beata, y dándole con efecto, le pareció al confesor que era bien, siendo negocio ya seguro, dar parte a su provincial y a alguno de los más autorizados religiosos de su orden, y aun de otras que estaban en la comarca, para que todos viniesen como vinieron a ser testigos de aquesta maravilla. Dio también cuenta a los marqueses de Priego, que, por su devoción, pagaron luego al pintor para que hiciese los tres retratos; y la marquesa madre fue en persona a Castro del Río, desde Montilla, llevando al nietecito, heredero de su casa, que es también mudo como el padre, con esperanza de que haría la SANTA algún milagro.

No debió el padre confesor de dormir mucho aquella noche, y antes que Dios amaneciera, fue en busca de las llagas, que era la señal que había dado la SANTA. Pero no quiso Dios que las hallase, de que quedó medio atónito.

Juntó luego a los padres, y dióles la negra nueva, de que no había rastro, ni pensamiento de llagas; con que comenzaron a entrar en sospecha de que podría todo no ser agua limpia.

Juntóse a esto que una persona grave, a quien la enferma había entregado gran cantidad de papeles cerrados y sellados, escritos de su mano, con orden de que en ninguna manera los abriese hasta después de su muerte, porque era esta la voluntad del Señor, entró en curiosidad de que por dicha estos papeles le darían luz de la verdad o vanidad del negocio; y así, se encerró a solas, y abriéndolos, halló por cabeza de proceso que en tal día y a tal hora le había mandado el Señor que abriese aquellos papeles en manos de fulano, que era gran siervo suyo, por su mucha virtud muy agradable a su divina Majestad. No hubo leído estas palabras, cuando volvió como un rayo adonde estaban los demás, y habiéndoselas leído, les dijo lleno de celo: "Padres míos, todo es vanidad; porque para mayor confusión mía, el día que dice ella que Dios le dijo que yo le era agradable, fue cierto que estaba en su desgracia, y lo había estado, y lo estuve algunos días antes y después".

Acabaron con esto de persuadirse a que era ilusión o fingimiento cuanto decía la beata, y así que acordaron prudentemente que luego se le dijese, por el riesgo en que estaba de morirse, que si había engañado, fingiendo todo lo dicho, pidiese perdón a Dios y se confesase de todo con arrepentimiento; y si había sido engañada del demonio, también reconociese y confesase su culpa de haber sido frágil en creerlo.

La mujer se compungió grandemente: hizo una buena confesión, y quiso Dios darle la vida para que no quedase duda de la verdad del engaño. También vivió el confesor, y la marquesa y su nieto dieron la vuelta a sus casas, haciéndose cruces con asombro.

El otro caso es muy breve y más donoso. Iba cada mañana aquí en Sevilla una señora devota a encomendarse a Dios, y a oír misa a un convento de monjas descalzas, sus vecinas. Encontrábase de ordinario en la iglesia con una beata muy espiritual, muy devota, y tenida por santa. Pidióle algunas veces que la encomendase a Dios, y le suplicase de su parte que le enseñase su santa voluntad, para acertarle a servir. No lo dijo a sorda; que la buena beata una mañana le dijo en gran puridad que ella había alcanzado de Dios lo que tantas veces le había encargado que le pidiese de su parte; porque al fin su Divina Magestad aquella misma mañana en la oración le había dicho que era su voluntad determinada que se entrase a servir en aquel conventico con las demás religiosas. Oyóla y respondióle muy luego la señora: "Pues, madre, si el Señor le dijo eso, ¿por qué también no le dijo que tengo marido y soy casada?". Quedóse corrida la beata, y la señora riendo de ella.

Lo mismo con mucha más razón podemos hacer ahora de nuestro Méndez: reírnos como de un loco. Y es infalible; porque, si no es Dios, ni aun el diablo, quién le dice a la oreja tan grandes desatinos; y si él no tiene malicia ni habilidad para fingirlos, queda sólo que se los representa su misma imaginación, que se apodera de él con tanta violencia que le da a entender que es Dios quien le revela este secreto y esotro, con otros mil trampantojos, al modo que vemos cada día en la casa de los Orates a uno que dice que es Dios Padre, y a otro que es el Gran Turco.

¿Qué duda hay en que este buen hombre es no menos loco que éstos? Si a las personas principales que hoy lo certifican les dijo en todo su seso estas palabras formales: "los días pasados me retiré a una soledad, y después de muchos ayunos y oraciones, probé a resucitar a un hombre; y al fin, por más que hice no pude resucitarlo"; bien se le puede agradecer que no haya dicho que lo había resucitado; pues con el mismo frenesí con que aprehendió el intentarlo, pudiera aprehender que había salido con ello. Quédese, pues, para loco, y guárdenos Dios nuestro juicio por su misericordia. Y saque V. E., oyendo estos ejemplos, muy firmes propósitos de no creer en revelaciones semejantes, como temo que debe sacar de no mostrarme otra vez gusto de que se las refiera, por el cansancio que le cuesta con siete cartas mías, escritas a este propósito en pocos días, no siendo poco el provecho que V. E. habrá sacado de esta historia.

Nuestro Señor guarde a V. E. muchos años.

De Sevilla, 21 de Julio de 1616».

El ms. que ha servido de original para sacar este traslado tiene al fin la nota que sigue:

Esta copia está sacada de la que por los años de 1624 hizo el canónigo de Sevilla don Juan de Loaysa, a quien Ortiz de Zúñiga en sus Anales de Sevilla (Año de 1648) celebra de noticioso y hábil papelista.

El mismo copia también una octava carta que se dice del mismo La-Sal, y que no llegó a enviar al duque, donde se cuenta la muerte llana y natural del padre Méndez, a resultas de la enfermedad que le ocasionaron estas barahúndas, el 30 de octubre del mismo año de 1616.



Muchos días estuve puesto en confusión y en deseo de saber el fin que tuvo el padre Méndez. Pero a fuerza de varias investigaciones, sólo hallé las noticias siguientes en la relación del Auto de Fe celebrado en Sevilla en 30 de noviembre de 1624, dirigido a Miguel Álvarez Salvador, familiar del Santo Oficio y regidor perpetuo de la villa de Alcalá de Guadaira por Alonso Ginete, familiar del Santo Oficio de la misma villa. -(En este año de 1625, impreso en la villa de Montilla por Manuel Paiva, en 4º).

La primera de las seis estatuas que acompañaban a los reos vivos era la del padre Francisco Méndez, de nación portugués, difunto, sacerdote. Salió en hábito de clérigo, como andaba por Sevilla, ceñida una soga en lugar de cíngulo. Fue condenado que era de la secta de los Alumbrados, y tenía este modo de orar: Dios, mi corazón, mi buena cara. Tenía casa de recogimiento de mujeres, donde decía misa y las comulgaba todos los días, y a las más allegadas con muchas formas. Acabada la misa, desnudándose las vestiduras sacerdotales, en lugar de dar gracias a Dios, las mujeres cantaban, y él bailaba descompuestamente. Fingíase santo y tenía arrobos y éxtasis. Diciendo misa, se ponía en cruz y daba bramidos y se reía. Dijo una misa de 26 horas. Tuvo muchas hipocresías y decía muchos desatinos, todo a fin de ganar opinión de Santo y que lo habían de canonizar muy presto. Dióse su doctrina por mala y mandaron recoger sus reliquias.






JJ

«Aquella preciosísima joya que había alquilado en el mesón de Colmenares».



En fines del siglo XVI y principios del XVII, existía en Burgos un tabernero llamado Colmenares, muy rico.... de lindo humor, y dichos agudos, de los cuales se leen muchos en una obrita intitulada Diálogos de apacible entretenimiento que contienen unas carnestolendas de Castilla, compuestos por Gaspar Lucas Hidalgo, vecino de la villa de Madrid. Barcelona, 1606. Bruselas, 1610. Madrid, 1618.

Sin duda, el mesón de Colmenares que había en Madrid sería del tabernero de Burgos, tan famoso por sus chistes, o de alguno de sus parientes.




KK

«Ni más ni menos que si fuérades cédula de excomunión».



Entre los muchos mss. españoles que poseo, se encuentra una copia de la carta de excomunión fulminada en 1497 contra el ayuntamiento de Sevilla por resistirse a pagar el diezmo, la cual va copiada en este lugar para divertimiento de los curiosos, ya que es un documento tan raro por su antigüedad y por la causa que lo hizo escribir. Dice de esta manera:

Don fray Diego de Deza, por la gracia de Dios obispo de Salamanca, confesor del Rey e de la Reina, nuestros señores e del su Consejo, Colector e juez Apostólico principal de la Dézima e subsidio impuesto por nuestro muy Sancto Padre Alejandro Sexto, moderno en todos los reinos e señoríos de sus Altezas en los años pasados de noventa e cinco e noventa e seis, e deste presente año de noventa y siete. A los venerables Deán e Cabildo, Abades, Priores, Prepósitos, Deanes, Arcedianos, Chantres, Maestre-scuelas, Tesoreros, Canónigos, Arciprestes, Vicarios, Clérigos, Curas, Capellanes, Provinciales, Ministros, Guardianes e personas eclesiásticas e religiosas, exemptas e no exemptas de la santa iglesia de Sevilla, e de todas las otras iglesias, monesterios e capillas de la cibdat de Sevilla e su arzobispado e de otras partes cualesquier e cada uno de vos, salud en Dios e a los nuestros mandamientos que más verdaderamente son Apostólicos firmemente obedecer e cumplir. Sepades que el Asistente, Alcaldes, Alguacil, Veintecuatros Caballeros Regidores e Jurados de la dicha cibdat de Sevilla e cada uno de ellos están descomulgados por otra nuestra carta contra ellos dada, por no haber querido dar, ni pagar a los receptores del dicho subsidio los mrs. que les cupieron a pagar a la dicha cibdat de Sevilla de las dos tercias partes del Diezmo del aceite de la villa de Alcalá de Guadaira de los años pasados de noventa e cinco e los años de noventa y seis e noventa y siete por el repartimiento que fue fecho por los contadores de la dicha iglesia de Sevilla del dicho subsidio; e los susodichos con corazones endurecidos menosprecian la dicha sentencia de excomunión en ellos puesta e fulminada, e no curan ni procuran de salir, ni se absolver de ella. Por ende, nos por la dicha abtoridad apostólica de que en esta parte usamos, los denunciamos por públicos descomulgados en estos escriptos e por ellos, e mandamos, requerimos e amonestamos en virtud de santa obidiencia e so pena de excomunión a vos los dichos Abades, Priores e personas susodichas e a cada uno de vos que los denunciedes e fagades denunciar por tales públicos descomulgados en vuestras iglesias, monesterios e capillas todos los domingos e días festivos en presencia del pueblo, e no los hayades por absueltos ni cesedes de lo ansí facer e cumplir, fasta que veades nuestra carta de absolución en la dicha razón. E si por ventura, lo que Dios no quiera, seis días pasados después de la letura e publicación desta dicha nuestra carta de denunciación, los dichos descomulgados e denunciados menospreciaren la dicha sentencia de excomunión e censuras, en ellos puestas e fulminadas, e no curaren ni procuraren salir ni se absolver dellas, queriendo semejar a la dureza de Pharaón e a la sierpe sorda que cierra las orejas por no oír la voz del encantador; e porque creciente la contumacia e inobidiencia de los tales, crecer debe de derecho contra ellos la pena, porque la ligereza de la pena no les dé osadía para pecar. Por ende, requerimos nos, agravando contra ellos las dichas nuestras censuras, mandamos, e amonestamos en virtud de sancta obidiencia e so la dicha pena de excomunión a vos los susodichos e cada uno de vos que lo denunciedes e fagades denunciar por públicos descomulgados, denunciados e agravados en vuestras iglesias, monesterios e capillas cada día en las horas, repicando las campanas e matando las candelas en el agua, e faciendo las otras solemnidades que el Derecho manda, anatematizándolos e maldiciéndolos de las maldiciones acostumbradas con la cruz alzada e de religión vestida, cantando el psalmo que dice Deus laudem meam ne tacueris, y la antíphona media vita in morte famos, e el responso que dice Revelabunt caeli iniquitatem inde; e llegaredes con vuestros parrochianos e pueblos a la puerta de vuestras iglesias, e lanzaredes tres piedras contra las casas de sus moradas en señal de maldición eterna que echó Dios sobre Coré, Datán e Abirón, que los sorbió la tierra vivos; porque vivientes descendiesen en los infiernos, derramando del agua bendita para fuyentar los diablos que los tienen encadenados y enlazados, rogando al nuestro Señor Jesucristo que tenga por bien de los tornar e reducir a la Santa Fe Católica e gremio de la Sancta Madre Iglesia, y no les deje acabar sus días en tanta dureza e perversidad; e esto faredes después de las misas e vísperas dichas e después de los sermones e predicaciones acabados; e no los hayades por absueltos ni los dejedes de ansí facer e cumplir fasta que veades nuestra carta de absolución en la dicha razón. E si por ventura, lo que Dios no quiera, otros seis días después de la letura e notificación desta dicha nuestra carta de anatema, los dichos descomulgados y denunciados e agravados con corazones endurecidos e miembros del Diablo que están fechos e tomados por sus culpas e pecados menospreciaren las dichas sentencias de excomunión e censura en ellos puestas e fulminadas, e no curaren ni procuraren salir dellas, porque la participación de los tales es peligrosa a los fieles e obedientes, e que a sus superiores dieren obediencia. -Nos, reagravando más contra ellos dichas sentencias de excomunión y censuras; Nos por la dicha abtoridad apostólica, mandamos, requerimos e amonestamos en virtud de santa obidiencia e so pena de excomunión a vos los susodichos e a cada uno de vos que reiterando contra ellos las dichas sentencias de excomunión e censuras amonestedes de nuestra parte la primera e segunda e tercera vegada. Ca todos los otros vecinos e moradores de la dicha cibdat de Sevilla que Nos ansí los amonestamos primero, secundo, tercio peremptorie que del día que les esta nuestra carta fuere leída e notificada e della parte supieren en cualquier manera fasta seis días primeros siguientes que les damos e asignamos por tres canónicas moniciones, dándoles dos días por cada monición, y los últimos dos días por plazo y término peremptorio se aparten y quiten del trato e conversación de los dichos descomulgados, denunciados, agravados y reagravados, y no los fallen ni salven, ni les den pan, ni vino, ni carne, ni pescado, ni agua, ni aceite, ni sal, ni lumbre, ni otra vianda ni mantenimiento alguno, ni les paguen sus debdas, ni les fagan sus favores por dinero, ni sin él, ni les fagan otra buena vecindad alguna ni se asienten con ellos ni con ninguno dellos, en público ni secreto, mas que los echen e eviten, e aparten de entre sí como miembros pútridos. En otra manera el dicho término pasado en adelante si lo así non fizieren e cumplieren como dicho es, fechas e repetidas las dichas canónicas moniciones, que el Derecho manda, ponemos en ellos e en cada uno dellos sentencia de excomunión mayor, e los descomulgamos en estos scriptos e por ellos y no los hayades ni hayan por absueltos, ni cesedes ni cesen de lo ansí facer y cumplir fasta que veades o vean nuestra carta de absolución en la dicha razón. E si por ventura, lo que Dios no quiera, otros seis días pasados después de la letura e publicación de la dicha nuestra carta de participantes los dichos descomulgados, denunciados, agravados e reagravados con corazones endurezidos como miembros del diablo que serán fechos e tornados por sus culpas y pecados menospraciaren las dichas sentencias de descomunión e censura en ellos puestas y fulminadas e no curaren ni procuraren de salir ni se absolver dellas; e porque los que el temor de Dios no quita e aparta del mal son castigados por mayores penas. Nos, por la dicha abtoridad apostólica de que en esta parte usamos, reagravando más contra ellos nuestros procesos interdezimos y ponemos eclesiástico entredicho en la dicha cibdat de Sevilla e sus arrabales e en otras cualesquier cibdades e villas e lugares donde los susodichos o cualquier dellos estoviere e declinare en tal manera, que durante el dicho entredicho cesedes e fagades cesar de los oficios divinos a alta voz en presencia del pueblo e ninguna eclesiástica sepultura sea dada a persona alguna que ende falleciere, e el matrimonio sea contraído sin solemnidad eclesiástica, e el Corpus Christi sea dado e administrado solamente a los enfermos, e mandamos, requerimos e amonestamos en virtud de santa obidiencia y so la dicha pena de excomunión a vos los dichos abades, priores e personas susodichas e cada uno de vos que en vuestras iglesias, monesterios y capillas fagades la dicha cesación de los divinos oficios y guardedes e fagades guardar el dicho eclesiástico entredicho por Nos, puesto e fulminado en la manera que dicho es; e faciendo las otras solemnidades que en tal caso se requieren e no lo hayades por absueltos ni cesedes de lo ansí facer e cumplir fasta que veades nuestra carta de absolución e relajación del dicho entredicho. E mandamos so pena de excomunión a cualquier notario, clérigo o sacristán que con esta nuestra carta fuere requerido, que notifique o ponga al fija donde le requirieren e dé de ello testimonio con días, mes e año, e lugar en manera que faga fee, e ninguno lo detenga ni ocupe, so la dicha pena. En testimonio de lo cual, mandamos dar e dimos esta nuestra carta firmada de nuestro nombre y sellada con nuestro sello y firmada otrosí del notario infrascripto.

Dada en la villa de Alcalá de Henares, de la diócesi de Toledo, a siete días del mes de deciembre, año del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo de mil e cuatrocientos e noventa e siete años. Didacus Episcopus Salmaticense. Por mandado del Obispo mi señor, Diego de Varongas, su secretario. Está sellada.






LL

Mateo Alemán fue natural de Sevilla y contador de resultas en la contaduría mayor de cuentas. Escribió la ingeniosa novela intitulada El Pícaro Guzmán de Alfarache, la cual fue traducida en muchas de las lenguas europeas.

En 1608 pasó a Méjico, donde publicó su Ortografía castellana (1609). En la dedicatoria de esta obra a la ciudad de Méjico, dice:

En esta consideración y de la negligencia de algunos que se descuidaban en Castilla de mirar por su propia ortografía, de que se pudiera seguir (corriendo el tiempo) daño notable, me determiné a escribir este discurso. No se lo pude imprimir por no tenerlo acabado, cuando me dispuse a pasar a estas partes; y porque como el que viene de otras extrañas, tuve por justa cosa traer conmigo alguna con que (cuando acá llegase) manifestar las prendas de mi voluntad; y entre otras elegí sola ésta que me pareció a propósito en tal ocasión; porque por ella se publicase al mundo que de tierra nueva, de ayer conquistada, sale nueva y verdadera manera de bien escrebir para todas las naciones... Recibe, pues, agora, ¡oh ilustre ciudad generosa!, este alegre y venturoso peregrino, a quien su buena fortuna trujo a manos de tu clemencia.


Sin duda debió morir Mateo Alemán en Méjico, puesto que entonces era viejísimo y estaba lleno de achaques y de dolencias. En una nota que puso a las erratas de la ortografía, dice: «En el corregir deste libro, hice lo que pude: algunos acentos van trocados y letras por otras, aunque no alteran la significación del vocablo. Súplalo el prudente y enmiéndelo el sabio, que no es posible corregir bien sus obras el autor dellas; de más que la corta vista y larga enfermedad me disculpan».

La carta inédita de Alemán, dirigida a Cervantes, la cual sale a luz en pos del Buscapié, está llena de frases y refranes antiguos que necesitan ser declarados.

Las cartas de Urías.- Decíase antiguamente para mostrar aquellas cosas que por culpa propia tenían resultas desdichadas contra uno mismo.

Vivir en Bamba.- Frase para notar a alguno de bobo.

Agrillas eran.- Refrán con que se quería manifestar desprecio a aquellas cosas que no se podían conseguir por más que eran deseadas. Tomóse sin duda de la tan sabida fábula de la zorra, cuando no pudiendo alcanzar las uvas, dijo que estaban verdes.

Vive en casa lóbrega de Lazarillo de Tormes.- Esto se decía antiguamente para notar a uno de triste y melancólico.

Manjaferro.- Hombre desvergonzado y muy blasonador de valiente.

Un pan y ensalada.- Esto se decía para motejar a alguno que, según era de mezquino, no se atrevía a cenar más que ensalada y pan.

Trafalnejas (hoy trafalmejas).- Hombre entremetido y bullicioso.

Lebrón.- Hombre temeroso y cobarde.

Grajo.- Hombre muy parlanchín.

Saturno.- Hombre tristísimo.

Cuesco matrero.- Hombre muy doblado y redomado.

Nonadie.- Hombre que no sirve para cosa alguna.

Pedro de Ordimalas (Urdemalas).- Hombre muy cauteloso e invencionero para robar.

Borceguí sin soleta.- Hombre glotonsísimo.

Tragamalla.- Gran comedor y bebedor.

Carteta.- Juego de naipes inventado en el siglo XVI y llamado también el parar. Joaquín de Cepeda, en su Conserva espiritual (Medina del Campo, 1583), dice:


   Algún ingenio malvado
de habilidad indiscreta
ha nuevamente inventado
el juego de la carteta,
que es de los dados traslado.


Maldiciones de Salaya.- Esto se decía cuando se intentaba encarecer algunas maldiciones.

La justicia de Peralvillo.- Refrán con que se solía castigar a los que hacían al fin lo que ordinariamente debe hacerse al principio.

Zúñenme los oídos.- Frase que se decía antiguamente para demostrar cuando se andaba con sospecha de alguna cosa.

A la llana de Carrasa.- Lo mismo que a la pata llana.

El perejil de Juan de Mena.- Frase muy usada en el siglo XVI, para demostrar aquellas cosas de ningún valor. Dónde tuvo origen es hasta ahora para mí inaveriguable.

A Tuta, que es tierra de limosna.- Refrán muy usado en Salamanca para dar a entender en los trabajos presentes el modo de terminarlos.

En salvo está el que repica.- Con estas palabras se significaba la libertad que algunos habían conseguido de los peligros en que otros están.

Volverse el juicio.-

CARLOS
¿Qué...; se le volvió el juicio?
TURRÓN
Antes se le fue, y no ha vuelto.

(Don Sebastián de Villaviciosa.- La sortija de Florencia).                


Deslenguado.-


   ¿Por qué llaman deslenguado
al que tiene mucha lengua?
[...]
O es retórica ironía,
como habrás visto llamar
Juan blanco al negro, o mostrar
que un maldiciente debía
estar sin lengua.


(Montalván. -Ser prudente y ser sufrido).                


Al facer ni can.- Decíase este refrán en Salamanca significando que algunos para cosas de gusto corporal son diligentísimos, y para cosas de importancia los más negligentes.

Traer a la melena.- Decíase de quien se sujetaba o rendía al parecer o voluntad de otro.

Con el agua a la gola.- Palabras muy usadas en el siglo XVI para significar el aprieto en que uno se hallaba, como si estuviera vadeando un río y le llegase el agua hasta el pescuezo.

Buscar la gandaya y hallarla.-


   La gandaya es una flor
a modo de la del berro;
pero pienso que lo yerro:
yo te lo diré mejor.
   Buscar la gandaya es ir
quien no tiene ocupación,
ni oficio ni pretensión,
ni modo con qué vivir
   a buscar con qué comer,
y todo el lugar andado,
anochece este cuitado
como suele amanecer.
   Y el que, cuando le desmaya
el hambre, se va a acostar
sin comer y sin cenar,
es quien halla la gandaya.


(Moreto. -El mejor par de los doce).                


Linterna flamenca.- Linterna sorda. Tirso de Molina en Los cigarrales de Toledo dice: «Guié a mi casa con una linterna flamenca que le pedí: déstas que no dan luz sino cuando su dueño quiere y le abre una puertecilla de bronce que encubre la de vidrio».

Buen aire.-


    Dos mozas que llamamos de buen garbo,
que ya caduco está lo de buen aire.


(Obras de D. Antonio de Mendoza, siglo XVII).                


Perigallos.-


   Pero la buena alegría
del rostro y el estirallos,
cubre ciertos perigallos
que la edad antigua cría.
-¿Qué tenemos en romance
por perigallos? -Las quiebras
que hace el rostro.


(Lope de Vega. Las flores de D. Juan).                


La mayor parte de los refranes españoles no pueden ser fielmente traducidos a los idiomas extraños, porque en ellos nada significarían. Uno de los traductores que en Italia tuvo la tragicomedia de Celestina, leyendo en ella que uno había tomado las calzas de Villadiego, que en castellano significa huir, interpretó del modo siguiente: «Piglio le calce di Villa Jacobo», entendiendo que uno de los interlocutores había hurtado las calzas a un hombre que se llamaba Villa-Diego.




 
 
FIN DE LAS NOTAS AL BUSCAPIÉ DE CERVANTES
 
 


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