El Camino de Perfección: génesis y aspectos lingüísticos
María Jesús Mancho Duque
El Camino de Perfección forma parte de la trilogía mística teresiana junto con el Libro de la Vida y Las Moradas y cronológicamente se sitúa en el centro de ambas. Escrito en plena madurez espiritual de la Santa, después de diez años de intensa vida interior durante los cuales ha gozado de exquisitas gracias místicas, pone en evidencia también un claro dominio en el manejo de la herramienta lingüística y de los recursos literarios por parte de la escritora abulense.
Considerado como
la Carta Magna de las Comunidades Carmelitanas Descalzas, el CAMINO
es un fruto sazonado de la obediencia. Surge a requerimientos
insistentes de las hijas, hermanas y amigas espirituales de santa
Teresa, las doce que convivían con ella en el recién
fundado convento de San José de Ávila, en
búsqueda infatigable de una espiritualidad más
exigente y refinada. La acuciante solicitud de las monjas -«me han tanto importunado»
, confiesa la
propia Santa en el prólogo del Camino- va a ser atendida
porque apela a algunas de sus fibras más íntimas:
aquellas que atañen a la responsabilidad de su liderazgo y
magisterio espirituales. Y es que por estas fechas, la
Vida, aunque retenida por los censores inquisitoriales,
había obtenido un grandísimo eco. Es, justamente, por
la imposibilidad de su consulta y por la necesidad -que se
manifestaba urgente- de doctrina que oriente y dirija las ansias
espirituales de las monjas del Carmelo Reformado, por lo que santa
Teresa, después de pedir licencia al «padre Presentado, fray Domingo Bañes, de
la orden del glorioso Santo Domingo, que al presente es mi
confesor»
1,
y sometiéndose totalmente a su censura, se
«determina» a obedecer.
La «determinación» teresiana, estrechamente vinculada a la virtud de la fortaleza, designa una actitud inquebrantable, una decisión férrea de la voluntad, que recuerda la de otro espiritual coetáneo suyo, Ignacio de Loyola2, cuando, después de examinar los provechos y los inconvenientes inherentes a los miembros de una opción binaria, se decide o «determina» por uno de ellos. Las dudas podrán existir antes, pero, una vez «determinados», nada les detendrá. Porque, en la personalidad activa de la Santa -como en la del santo vasco-, la determinación empuja a la acción3.
¡Y
qué actividad!: «Mas
¡qué de cosas se ofrecen en comenzando a tratar de
este camino! ¡Ojalá pudiera yo escribir con muchas
manos, para que unas por otras no se
olvidaran!»
4.
Teresa de Jesús se vuelca a una redacción
frenética, pero con quiebras -como diría San Juan de
la Cruz-, esto es, discontinua, aunque las pausas no son muy
dilatadas en el tiempo. Tampoco se atiene a una estructura
prefijada de antemano, ni coherentemente articulada ni
sistematizada. Estas características las resume y engloba en
el calificativo desconcertado, que aplica a su modo de
escribir. El desconcierto, como veremos más
adelante, es un rasgo fundamental de su estilo y revela,
además, facetas trascendentales de su personalidad.
Gracias a la concentración que la paz espiritual del convento de San José propiciaba, la Santa puede dar remate al Camino a los pocos meses de su inicio. El padre Tomás de la Cruz ha precisado la fecha, matizando algunas que se habían propuesto con anterioridad, en 15665. En el epílogo, la Fundadora reitera su sumisión a la censura del padre Báñez. Sin embargo, no fue éste el encargado de hacerla -por declaraciones suyas ni siquiera llegó a leer el libro-, sino el padre García de Toledo, quien ejerció su cometido concienzudamente: tachó párrafos polémicos, incisivos e irónicos, como la apología de las mujeres y la reprehensión a los Inquisidores; párrafos teológicamente conflictivos, como la interpretación del Salmo 8, o moralmente dudosos, como el concepto que de los agravios personales tenía Santa Teresa6.
El sometimiento a la censura por parte de ésta fue radical, hasta el punto de transcribir de nuevo el manuscrito (lo que afortunadamente permite hoy contar con las dos redacciones). La primera fue tenida en cuenta para la edición de las obras de la Santa preparada por fray Luis de León en 15887. Y cuando éstas sean famosas, Felipe II las reclamará para su biblioteca, y se le enviará el autógrafo correspondiente a la primera redacción, conocido como Códice de El Escorial.
Así pues,
Teresa de Jesús, obediente sobre todo en la renuncia,
acepta, y aún amplía, las correcciones impuestas,
como se desprende, por ejemplo, del tratamiento reductor infligido
a algunas de las comparaciones más audaces, como la de los
entendimientos como caballos desbocados; o la polémica entre
contemplativos y no contemplativos, similar a una corrida de toros
en la que los primeros «están en
el cadahalso8
mirando el toro»
y los segundos «andan poniéndosele en los
cuernos»
9
; o la del alma pretendidamente virtuosa, semejante a un caminante
a quien se jarretan10
las piernas en un hoyo11;
la de Marta y María, para iluminar la vida activa y la
contemplativa; la vida espiritual asimilada a la milicia (los
contemplativos son equiparados a los alféreces),
etcétera12.
No obstante, tal
vez la modificación más importante, en cuanto que
repercute globalmente en todo el texto, sea la de conferir un nuevo
molde para su obra. Ésta ya no va a ser considerada como un
cuaderno íntimo donde poder verter desahogos personales a
sus hermanas más cercanas, sino como un libro mucho
más abierto, destinado a un público más
amplio. En consecuencia, la espontaneidad se atenuará; se
velarán las confidencias; se suavizarán o
cercenarán, según los casos, las alusiones
irónicas, se recortarán las comparaciones para
hacerlas menos vivaces (así, el Niño Jesús
ante el anciano Simeón, deja de ser «romerito, hijo de padres
pobres»
13y
el tono se adecuará más a las pautas del magisterio
espiritual, haciéndose más general y
didáctico, pero también menos intenso y expresivo
(dentro, con todo, de los cauces de la fuerte impronta de la
Santa). Formalmente, reformará la caligrafía,
haciéndola más clara y cuidada, y articulará
cuidadosamente el texto reajustando una capitulación
demasiado breve: los 84 capítulos originales serán
condensados en cuarenta y cuatro, número que, después
de las nuevas remodelaciones y amputaciones que esta segunda
redacción volverá a sufrir, quedará reducido a
los cuarenta y dos definitivos. Desde esta perspectiva de
enseñanza o docencia espiritual, se comprende la
ampliación y desarrollo otorgados a diferentes temas
doctrinales, como los conceptos de oración de recogimiento y
quietud, la necesidad de libertad de conciencia y de acceso a
distintos confesores, la exigencia de formación profunda y
de pruebas para las candidatas al ingreso en la Orden Reformada,
etc.
Todos estos retoques y modificaciones serán llevados a cabo en un plazo no muy largo, pues el nuevo autógrafo será concluido en el mismo año que el primero, de acuerdo con datos de crítica interna aducidos por el padre Tomás de la Cruz14. Es éste el manuscrito que se conserva en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Valladolid y que se conoce como el Códice de Valladolid.
Y, con todo, la segunda redacción tampoco se vio libre de enmiendas, que los escrúpulos de la Santa la impulsaron a corregir y nuevamente de modo drástico en algunas ocasiones. Así, la bellísima alegoría del juego del ajedrez, que ocupaba poco más de un folio en el códice de El Escorial y que fue ampliado a cinco en la nueva redacción, fue amputada por la autora, ante el temor de un cierta liviandad, ya que el juego del ajedrez había sido declarado inmoral entre los religiosos por aquellas mismas fechas. Censuras de confesores y letrados y autocensura propia se agolpan y entrecruzan en el Autógrafo de Valladolid15. Este y el de El Escorial son los dos únicos escritos de mano de la propia Teresa. A ellos hay que añadir copias o apógrafos, realizados por monjas de la Orden, algunos de los cuales fueron revisados y firmados por la Fundadora, como el de Salamanca, el de Madrid o el de Toledo, destinado este último a servir de base a la edición príncipe, auspiciada por el arzobispo Teutonio de Braganza y que vio la luz en Évora, en 1583. La de fray Luis de León, que apareció en 1588, como señalamos más arriba, se basó en esta primera impresión, además de cotejarla con varias copias y apógrafos y con el autógrafo de El Escorial, pues el ilustre catedrático de la Universidad salmantina, comisionado por el Consejo Real, logró reunir materiales preciosos proporcionados por una querida discípula de la Santa, la madre Ana de Jesús.
2. Hilos temáticos del «Camino de Perfección»16
Teresa de
Jesús proclama su escribir «desconcertado», esto
es, sin un plan o esquema previos: «Mas
¡qué desconcertado escribo!, bien como quien no sabe
qué hace. Vosotras tenéis la culpa, hermanas, pues me
lo mandáis. Leedlo como pudiereis, que así lo escribo
yo como puedo; y si no, quemadlo por mal que va. Se quiere asiento,
y yo tengo tan poco lugar, como veis, que se pasan ocho días
que no escribo, y así se me olvida lo que he dicho, y aun lo
que voy a decir»
(C. E. 22. 1.).
Por eso reconoce algunas veces que se «ha divertido», en sentido etimológico; es decir, que se ha alejado de los cauces doctrinales excavados por ella misma. Su obra no sigue las pautas rígidas establecidas por los libros de espiritualidad al uso, de los cuales había bebido ella misma y a los cuales no se acoplaba su personalidad. Tampoco encajaban en sus moldes las pretensiones que se había fijado, mucho más modestas -pero también más libres y, por tanto, más eficaces-, como simples «avisos» o «advertencias», enfocados siempre a un destinatario más cercano y afectivo: sus hermanas de orden.
En estos «avisos», sin embargo, se encierra la Carta Magna del Carmelo Reformado. En ellos es posible detectar un hilo básico argumental y expositivo, inmerso en las coordenadas didácticas del nuevo humanismo renacentista, que pretende desarrollar para sus hijas espirituales17. El objetivo primordial se centra en la oración, específicamente orientada hacia su modalidad mental18. El tema era peligroso pues estaba en el punto de mira de la Inquisición, a causa de ciertos movimientos heterodoxos que habían surgido, como el alumbradismo, etc., y que habían suscitado fuerte recelo, hasta el punto de provocar la retirada de libros de oración en romance (índice de Valdés de 1559), con la finalidad de preservar al vulgo de su contagio19.
Si la
oración mental estaba destinada a espíritus
ilustrados, de ella se desterraba, del primer intento, a las
mujeres, pues, por los condicionamientos de la época,
carecían de preparación cultural. La osadía de
la Santa era, por consiguiente, decididamente arriesgada, tanto
más cuanto se contaba con renombrados precedentes femeninos
en los tribunales inquisitoriales y ella misma no se había
visto libre de sospecha20.
Y, no obstante, Teresa de Jesús se manifestará
ardiente defensora de la oración mental, como
caracterizadora del espíritu de la Reforma de la Orden del
Carmelo, y, además, en sus manifestaciones más
depuradas: oración de recogimiento, oración de
quietud, contemplación. De ahí esa vehemencia en
suprimir reticencias y francos temores en sus hijas, ante tales
palabras, que amedrentaban -ya desde su misma cara fónica-
las conciencias, para impulsarlas a proseguir en esa vía,
«venga lo que viniere, suceda lo que
sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien
murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el
camino»
(C. 21. 1.). Y la franqueza y valentía de
su ánimo se muestra en las expresiones en que se
transparenta fuerte carga irónica: «No os quitarán el Paternóster y el
Avemaría»
(C. 36, 4.), «que rezar vocalmente no os lo puede quitar
nadie»
(C. 73.4.), o en la lucidez con que rebate
argumentos en contra de la oración mental: «Si hablando estoy enteramente entendiendo y
viendo que hablo con Dios con más advertencia que en las
palabras que digo, junto está oración mental y vocal.
Salvo si no os dicen que estéis hablando con Dios rezando el
Paternóster y pensando en el mundo; aquí
callo»
(C. 22. 1.). Del convencimiento dimanan la
crítica a la opinión vulgar generalizada, por un
lado: «¿Qué es esto,
cristianos, los que decís no es menester oración
mental, os entendéis? Cierto que pienso que no os
entendéis, y, así, queréis desatinemos
todos»
(C. 22. 1.), y el ruego confiado a Dios, por otro:
«Nunca Vos, Señor,
permitáis se tenga por bueno que quien fuere a hablar con
Vos, sea sólo con la boca»
(C. 22. 1.).
El ideal de vida que encarna Teresa de Jesús y que pretende transmitir a sus hijas es un ideal contemplativo. El Camino, como obra didáctica que revela un magisterio espiritual enmarcado en nuevas corrientes humanísticas, pretende preparar las almas para la contemplación, teniendo en cuenta que ésta es otorgada por Dios y, por tanto, no puede exigirse. Por ello, la Santa insistirá en que la perfección -que constituye la meta de este itinerario espiritual- consiste en adaptarse cada alma al nivel en que la haya dispuesto el Señor y cumplir su cometido con total entrega. De este modo se reivindica la figura de Marta, prototipo de alma activa, al lado de la de María, símbolo del alma contemplativa. Ambas deben ir hermanadas en los palomarcicos teresianos. Subsidiariamente, van desprendiéndose los rasgos caracterizadores de la nueva espiritualidad y las normas prácticas que los encauzan, así como una serie de temas tangenciales, muy vinculados a la sociedad de su tiempo, como la defensa de las mujeres, el desprecio de la honra social, la crítica, más o menos soterrada, a ciertas posiciones antifeministas de los inquisidores, la apología de la pobreza, etc.21
Precisamente por conjuntar los dos tipos de oración, polémicamente planteados de modo antagónico, la Santa se dedica a glosar el Paternóster en la segunda parte del Camino, insertándose en una tradición que contaba con precedentes ilustres desde la vertiente franciscana, como Bernabé de Palma, Bernardino de Laredo y Francisco de Osuna, y con otros peligrosamente incluidos en el índice inquisitorial (Erasmo, Savonarola, Evía). En esta línea destaca Santa Teresa por su originalidad en la interpretación personal, ofrecida con espontánea sinceridad y efusivo ardor, como en el caso del «pan eucarístico» y los ultrajes infligidos por los «luteranos», o en la ardiente manifestación de las ansias por abandonar un mundo, que no es sino una escala breve para la patria definitiva.
Santa Teresa de Jesús posee una fuerte personalidad, no sólo espiritual y mística, sino lingüística y literaria.
Escritora por
obediencia a sus confesores, por mandato de letrados amigos o por
ruegos de hijas espirituales, se ve abocada a enfrentarse a la
escritura, al hecho literario. Su preparación para este
menester se apoya en la formación recibida22,
especialmente a través de los libros familiares,
típicos de una familia burguesa castellana con inclinaciones
piadosas23,
y de sus lecturas espirituales en las primeras etapas de la
Encarnación -con las limitaciones que el desconocimiento del
latín, por un lado, y la prohibición de obras en
romance, más tarde, a consecuencia del índice de
Valdés, le impusieron-. A esta base escrita -y es un hecho
reconocido que era una voraz lectora24-
se superpuso25
la influencia de los predicadores y de las frecuentes
conversaciones con confesores y letrados amigos -su
admiración por las letras corre paralela a la queja por su
carencia: «no tenemos letras las
mujeres»
-. Finalmente, cabe reseñar el influjo
decisivo y fundamental de la propia experiencia personal y el de la
observación reflexiva de la naturaleza y de las costumbres
habituales en la sociedad en que le tocó vivir.
En concreto, por lo que se refiere al CAMINO, se han rastreado huellas26 directas, en cuanto que hay citas explícitas, de la Sagrada Escritura, de las que destacan las referentes al Paternóster, cuyo comentario se convierte en hilo conductor de la última parte del CAMINO, por compendiar en él todo un tratado completo de espiritualidad; además, hay alusiones a la Regla y a las Constituciones Carmelitanas -aunque tangenciales y esporádicas-, a las Colaciones de Casiano, a las Flos Sanctorum y a los Legendarios. Señales claramente perceptibles son las marcadas por los franciscanos reformados, particularmente Bernardino de Laredo, con su Subida del Monte Sión27, Francisco de Osuna, especialmente con su Tercer Abecedario28, Bernabé de Palma, con su Via spiritus, o Francisco de Evía, con su Itinerario de la oración, en el que glosa el Paternóster. Esta influencia se percibe tanto en el contenido de determinados aspectos de la doctrina teresiana -sirva de ejemplo el de la oración de recogimiento29- como en la propia expresión: entrar el alma en sí, subir el alma sobre sí, encerramiento de las potencias en el alma, recoger los sentidos, el silencio de las potencias, etc., son formulaciones específicas de esta vía espiritual que propugna una mística de interiorización, siguiendo el principio agustiniano de que Dios se halla en el interior de uno mismo30. Del mismo modo, puede detectarse este influjo franciscano en el origen de determinadas figuras, especialmente comparaciones, empleadas por la Santa, y alas que confiere modulaciones y alcances personales, como, por ejemplo, la del niño amamantado por la madre, reflejo de una comparación hallada en Palma y Laredo, la de los entendimientos como caballos desbocados, procedente de Palma, etc. Más diluida es la influencia de fray Luis de Granada, Pedro de Alcántara o Juan de Ávila.
Estas fuentes, sin
embargo, explican algunos aspectos concretos para los que
señalan una neta ascendencia genealógica. No
obstante, la Santa «transportará
los temas a un plano de originalidad, densidad y sencillez
inconfundibles»
31.
Si la temática ha sido asumida, adaptada y trastornada o
transformada por la fuerte personalidad de la Mística
Doctora, veremos que su sello también quedará
plasmado en la expresión formal utilizada para revestir
estos contenidos.
Teresa de
Jesús, como escritora, encarna el ideal valdesiano del
«escribir como
hablo»
32,
esto es, la adaptación lingüística del principio
renacentista de la naturalidad. Naturalidad, sencillez y
espontaneidad son rasgos básicos de su lengua y estilo.
Menéndez
Pidal fue todavía más allá al afirmar que
«Santa Teresa propiamente ya no escribe,
sino que habla por escrito»
33.
Característica extrema de esta actitud sería la
adopción de un descuidado «estilo
ermitaño»
, en el que predominaría la
improvisación, la imprecisión léxica y el uso
de términos propios de un habla arrusticada y «grosera»
, por motivos de humildad y
mortificación, para apartarse del estilo utilizado por los
escritores espirituales cultos de su tiempo. Este último
rasgo implicaría el adaptar la fonética de sus
vocablos a la norma de los estratos vulgares castellano-viejos.
Estas afirmaciones
fueron conformando34
la figura de «una escritora artista
“a pesar suyo”, la cual, decidida a apartarse del
mundo, desclasa su lenguaje y adopta un habla
rústica, un “estilo ermitaño”, que
resulta enormemente atractivo sin
pretenderlo»
35.
Atractivo que radica, en palabras de fray Luis «en la forma del decir, y en la pureza y
facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las
palabras, y en una elegancia desafeitada, que deleita en
extremo»
36.
Posteriormente se
produjeron matizaciones. Así, Fernando Lázaro
Carreter37
interpretó las declaraciones de torpeza de Teresa de
Ávila por la confluencia de tres factores: la dificultad del
lenguaje para traducir con palabras la experiencia mística,
la radical humildad de la autora, propiciada por razones de
estrategia debidas a su ascendencia judeoconversa38
y a su propia condición de mujer en la sociedad del siglo
XVI39,
y el tópico retórico de la rusticitas. «Nuestra autora, que es humilde,
utiliza la fórmula de la rusticidad legada por la
tradición»
40.
Tradición literaria, «de abolengo
paulino y medieval»
41,
que «sugiere y recomienda la propia
humillación»
42.
Pero tradición literaria, al fin. Es decir, en
Santa Teresa, a la que se reconoce una notable preparación
intelectual, se puede detectar una voluntad de estilo, en el que,
al lado de conocimientos sintácticos, retóricos, etc.
ostensibles43,
se subraya en el léxico la presencia de rasgos
fónicos considerados vulgares, en formas como
añidir, colesio, etc.
Víctor
García de la Concha, en un artículo
posterior44,
advierte que «nos forjaríamos una idea falsa si...
imagináramos unos conventos de monjas de expresión
hirsuta; se excluye, sí, la afectación y el
rebuscamiento, pero con igual rigor se proscribe cualquier
artificioso fingimiento, como supondría el ir buscando
palabras arrusticadas para crear un convencional «código de
ermitaños»
45.
Destaca la propia vivencia interior junto al ideal
apostólico como motores de la escritura de Teresa de
Jesús y, al mismo tiempo, subraya la literariedad de su
estilo: «Una cosa es que ella no busque
-que desde luego no busca- hacer literatura, y otra muy distinta
que no recurra, espontáneamente, a su técnica, y,
diré más todavía, que no precie el valor de la
técnica literaria»
46.
Este especialista
ahonda en encuadrar el estilo teresiano en las coordenadas del
«sermo
humilis»
, precisando que éste no
equivale... a «estilo bajo»
sino a relativización y flexibilización de la
Retórica; lo que Teresa de Jesús calificó
genialmente como «trastornar la
retórica»
(Vida, 15, 9)47.
Si el sermo
humilis potencia una apertura hacia el estilo coloquial,
atendiendo a su eficacia como medio de comunicación
familiar, no debe, sin embargo, reducirse a éste, pues esta
tendencia se alinea en una corriente retórica renacentista
de libertad lingüística que fomenta la pluralidad y
convergencia de estilos. «La genialidad
de Teresa de Jesús consiste en bordar, con tan complejos
materiales, un discurso espontáneo y fluido, eso que con
todo derecho calificamos, en sentido lato, de estilo
teresiano»
48.
Últimamente se ha avanzado en el conocimiento del problema del vulgarismo coloquial de la Santa, específicamente centrado en la fonética, al analizar sus elecciones léxicas comparando sus variantes con las de autores cultos, en concreto con las preferidas por fray Luis de León en su edición del Camino de Perfección49.
La
conclusión a que se ha llegado es que las formas elegidas
por la Santa no pueden ser consideradas vulgarismos, sino
términos característicos de un registro normal en
Castilla la Vieja50.
Todo lo más se podrían interpretar algunas de ellas
como casos de palabras tradicionales o castizas. Pero «el conservadurismo o, mejor, el casticismo
teresiano no puede ser igualado a vulgarismo, pues con sus usos
lingüísticos lo que demuestra Santa Teresa es su
adscripción a la mejor tradición de Castilla la
Vieja»
51.
Tradición que no concordaba con la preconizada por
Valdés en el Diálogo de la lengua y que se
estaba imponiendo en la corte52.
Esto encajaría con su voluntad de escribir como se hablaba
comúnmente: «Todas estas
consideraciones nos van situando a Santa Teresa como la escritora
que logró realizar mejor el intento, con respecto al que un
poeta contemporáneo ha mostrado su perplejidad: escribir
como se habla. Para lograrlo hubo de ceñirse a la
pronunciación común como un rasgo buscado de estilo
[...], hundiendo las raíces de su lengua -también en
la pronunciación- en la que era la manera común de
hablar en Castilla la Vieja durante el siglo
XVI»
53.
Del mismo modo, se
ha hecho hincapié en que54
lo que pretendía evitar la Santa, más bien, era un
uso del lenguaje que hiciera posible la distinción de clases
o castas sociales dentro de los conventos de su Orden, o la
incorporación de «melindres»
, afectaciones, agudezas o
modas en la expresión. Pero sí deseaba que sus monjas
supieran hablar bien con Dios y no negaba los valores
lingüísticos y literarios que fueran encaminados a esta
finalidad, siempre que fueran con «simplicidad, llaneza y
rrelisión»
.
Por último,
conviene matizar el concepto de espontaneidad, ya que éste
no está reñido con la elaboración, ni con la
preocupación por el sentido estético
formal55.
Justamente las dos redacciones del CAMINO muestran con claridad un
afán de precisión tanto en lo lingüístico
como en lo doctrinal. En la segunda versión se corrige y
lima caligrafía, léxico, sintaxis, imágenes,
etc. «En todos los niveles
lingüísticos se advierten por doquier signos del doble
propósito que constituye la cara y cruz de la moneda del
estilo teresiano: expresar de manera directa y eficaz la vivencia
interior, sin mediatizaciones convencionales de fórmulas
estereotipadas; expresarla, a la vez, con
fidelidad»
56.
Este estilo
personal se «irisa en pluralidades de
forma según el género y el contexto
concretos»
57:
así, son perceptibles las variaciones entre el adoptado
básicamente en la trilogía mística, donde lo
tratadístico se funde con lo biográfico, y el de las
Fundaciones, cercano al cronístico, o el de las
cartas, de carácter epistolar, etc.; por otra parte, se
encuentran rasgos de escritura que prolongan el coloquio conventual
junto a efusiones místicas y vibrantes apologías;
alusiones punzantes de ironía al lado de otras en que el
recurso está más velado; desahogos líricos
junto a exhortaciones y apostrofes que recuerdan modalidades de la
predicación, género al que la Santa fue siempre muy
aficionada. Todo ello deja traslucir el dominio del utillaje
literario y retórico que Teresa de Jesús pone al
servicio de la devoción: para comunicar sus vivencias
-subrayando las grandezas del que se las provoca- y arrastrar a sus
interlocutores a seguir su ideal de vida.
Para pasar a la descripción, de ningún modo exhaustiva, sino más bien sintomática, de la lengua del CAMINO DE PERFECCIÓN, creemos preferible agrupar una serie de hechos caracterizadores del lenguaje y estilo teresianos y distribuirlos en distintos apartados, para no recargar con las sucesivas explicaciones la anotación del texto. Unos rasgos son propios del español del XVI y muy generalizados en los escritores castellanos; otros son específicos de la Santa, por lo que su revisión será más detallada.
En cuanto al nivel fónico, al hablar de la lengua y estilo de Teresa de Jesús, ya hemos hecho referencia a los análisis que de estos aspectos y concretamente en esta obra se han realizado y los resultados a que han conducido. Como muestra de vocablos típicos teresianos, que en esta edición han sido adaptados a la grafía y fonética actuales, pueden citarse: asconder, piadad, enjemplo, milaglo, disvarate, rrelisiosas, tojico, ylesia, ulana, yproquitas, primitir, enrriedos, mijor, espirimentado, mormuren y dispusición. La lista podría alargarse fácilmente, pero creemos que los ejemplos seleccionados son suficientes para testimoniar la llaneza y casticismo -así como la adscripción a la norma castellana del norte- que presiden el ideario de la Santa abulense en este plano lingüístico.
1. Es habitual el
leísmo, muy extendido entre escritores castellanos de esta
época, tales como Guevara, fray Luis de León o san
Juan de la Cruz58:
«Este libro trata de avisos y consejos
que da Teresa de Jesús... En especial le dirige a
las hermanas del monasterio de San José de
Ávila»
(Introducción).
Del mismo modo
está presente el laísmo, uso igualmente muy
generalizado en autores castellanos59:
«Os pido yo, hermanas mías, por
amor del Señor, encomendéis a Su Majestad esta
pobrecilla y le supliquéis la dé
humildad»
(C. 3. 10.). En plural es menos frecuente,
aunque también se dan algunos casos: «que el que las sustenta los cuerpos
despertará y pondrá voluntad a quien con ella
dé luz a sus almas»
(C. 5. 5.).
Más
restringido es el loísmo, del que hemos hallado algún
ejemplo, especialmente en plural: «Ahora
yo me espanto quien los muestra la
perfección»
(C. 3. 4.); «Digo detenerse de manera que por estas
cosas los tengan amor»
(C. 6. 4.).
2. La colocación de los pronombres personales átonos en la lengua del siglo XVI difería de la actual60. La norma general propugnaba la enclisis, o posposición de las formas pronominales al verbo. Santa Teresa sigue regularmente estas pautas:
La enclisis
está generalizada cuando el verbo encabeza la frase, esto
es, tras pausa: «Pídoos yo,
hermanas mías, por amor del Señor, encomendéis
a Su Majestad esta pobrecilla»
(C, 3. 10.). «Llamase don Álvaro de Mendoza»
(C. 5. 7.) «Heles mucha
lástima, porque me parecen como unas personas que han mucha
sed»
(C. 19. 2.).
La
posposición es normal en oraciones coordinadas: «sino pónela de presto junto cabe
sí y muéstrale en un punto más
verdades y dala más claro conocimiento de lo que es
todo, que acá pudiéramos tener en muchos
años»
(C. 19. 7.); «Entiende claro por dónde va a dar el
golpe el demonio y húrtale el cuerpo y
quiébrale la cabeza»
(C. 21. 9.).
También se
produce insistentemente en las yuxtapuestas: «mas estotros son hijos regalados, no los
querría quitar cabe de sí, ni los quita, porque ya
ellos no se quieren quitar; siéntalos a su mesa,
dales de lo que come hasta quitar el bocado de la boca
para dársele»
(C. 16. 5.); «Acábeseles el esfuerzo,
faltóles el ánimo»
(C. 19.
2.).
Lo mismo sucede en
los comienzos de las apódosis del período
condicional: «Un buen entendimiento, si
se comienza a aficionar al bien, ásese a él
con fortaleza»
(C. 14. 2.); «y
si no rezaba, íbasele el entendimiento tan perdido
que no lo podía sufrir»
(C. 30. 7.).
Con frecuencia,
los pronombres se posponen al verbo auxiliar en las formas
compuestas: «Yo, como ruin, heme sabido
mal defender»
(Prólogo, 4), caso en que la
enclisis va favorecida por la anteposición del pronombre
sujeto fuertemente tónico; «¿Por ventura hémosles
hecho mejores obras para que nos guarden amistad?»
(C. 1.
4.). «Pues nunca, hijas, quita vuestro
Esposo los ojos de vosotras; haos sufrido mil cosas feas y
abominaciones contra Él y no ha bastado para que os deje de
mirar»
(C. 26. 3.).
Más
raramente se posponen al participio61:
«cuando una persona ha
llegádola Dios a claro conocimiento de lo que es el
mundo»
(C. 6. 3.).
La enclisis tiene
también lugar tras un adverbio o locución adverbial
tónicos62:
«Acá llévanos el
Señor al fin de la jornada»
(C. 19. 7.); enclisis
favorecida por la anteposición de pronombres tónicos:
«al menos a mí
hízome en serlo gran misericordia»
(C.
10. 6.).
La
posposición pronominal está propiciada por el
enfrentamiento contextual de términos opuestos63:
«y esto de hacer una lo que ve
resplandecer de virtud en otra pégase
mucho»
(C. 7. 7.); «Que
por una parte enflaquece la humildad, por otra
descuidamos nos de adquirir aquella virtud»
(C. 38.
5.).
La proclisis o anteposición de los pronombres es, por el contrario, aconsejada, en determinadas circunstancias:
Ante el
infinitivo, cuando éste va detrás de
preposiciones64,
específicamente detrás de a: «Me han tanto importunado les diga algo de ella,
que me he determinado a las obedecer»
(Prólogo, 1); «si el
entendimiento o pensamiento, por más me
declarar»
(C. 31. 10.).
Cuando el
infinitivo va precedido de adverbios de
negación65:
«no puedo decirlo con concierto y creo
es lo mejor no le llevar»
(Prólogo, 2);
«En fin, traer cuenta que puede, si
quiere, nunca se apartar de tan buena
compañía»
(C. 29. 7.).
Detrás de
pronombres interrogativos66:
«Así tendrá qué
os agradecer»
(C. 23. 3); «¡Oh, válgame Dios, y que hay
aquí en qué os consolar!»
(C. 27.
7.).
Ante el gerundio
precedido de negación67:
«abrazándonos con solo el Criador
y no se nos dando nada por todo lo criado...»
(C. 8. 1.).
Con las formas de
imperativo68,
cuando éstas van precedidas de un elemento tónico
anterior: «Siempre os acordad
se ha de caer todo el día del juicio ¿qué
sabemos si será presto?»
(C. 2. 9.); «no por eso penséis está segura,
antes la ayudad con más oración»
(C. 40. 7.).
3. La Santa muestra cierta predilección por determinadas formas gramaticales:
Uso de
adonde en situaciones en que hoy se requeriría
únicamente donde: «me
mandaron escribiese cierta relación de mi vida,
adonde también traté algunas cosas de
oración»
(Prólogo, 4); «parece le querrían tornar ahora a la
cruz estos traidores y que no tubiese adonde reclinar la
cabeza»
(C. 1. 2.).
Utilización
de quien, tanto para el singular como para el plural, como
era normal entonces: «aunque me he visto
en trabajos, mis deudos han sido y quien menos ha ayudado
en ellos; los siervos de Dios, sí»
(C. 9. 3.);
«Quien de veras aman a Dios,
todo lo bueno aman»
(C. 40. 3.).
Empleo de
tanto en algunas ocasiones como un demostrativo de
cantidad69:
«si el demonio -por hacer mejor su
negocio- ha hecho caer a algunos que tenían oración,
ha hecho poner tanto temor a algunos para las cosas de
virtud»
(C. 21. 8.).
Del mismo modo,
qué tanto, tiene el valor de
«cuánto»70:
«¿Sabéis qué
tanto limpia esta agua viva?»
(C. 19. 6.) y
análogamente qué mucho: «¡Qué mucho merece esta
humildad!»
(C. 33. 5.).
Repetición
de la negación, tras adverbios negativos, de acuerdo con las
normas de la época: «no tiene a
quien temer, porque nada no se le da de perderlo todo ni
lo tiene por pérdida»
(C. 10. 3.)71;
«Tampoco no veía el
justo Simeón más del glorioso Niño
pobrecito»
(C. 31. 2.).
Utilización
de pronombres contractos, habituales en aquel período:
«son juros perpetuos y no censos de al
quitar (que estotro se quita y se pone)»
(C.
18.7.); «daros ha mucha
consolación saber qué es, y creo muchas veces hace
Dios esta merced junto con estotra»
(C. 31.
4.).
4. Es bastante
frecuente en santa Teresa el uso de tiempos verbales arcaizantes,
que van disminuyendo en la lengua española a lo largo del
siglo XVI72:
«si él deja la bandera,
perderse ha la batalla»
(C. 18. 5.). En ellos
era posible la enclisis del pronombre detrás del
infinitivo73;
«parecerles hía que aman
cosa sin tomo y que se ponen a querer sombra; correrse
hían de sí mismos»
(C. 6. 4.);
«ayudaros ha en todos vuestros
trabajos; tenerle heis en todas partes»
(C. 26.
1.); «porque, hecha Dios esta merced,
descuidarnos hemos de las cosas del mundo»
(C.
31. 11.).
Incluso en alguna
ocasión excepcional aparece la forma del pretérito
perfecto arcaica: «Pensado he
yo cómo no se había Su Majestad declarado más
en cosas tan subidas»
(C. 37. 2.).
5. Un rasgo
considerado como característico de la lengua de santa
Teresa, al menos desde Pidal, es el uso de diminutivos: «determiné a hacer eso poquito
que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos
con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas
poquitas que están aquí hiciesen lo
mismo»
(C. 1. 2.).
G. Mancini hizo un
recuento de los diminutivos que salen en las páginas del
Camino y encontró solamente 3274.
Este empleo, que no rebasa los índices de frecuencia de
otros textos de la época, impregna de valoraciones
subjetivas y de afectividad los contextos en que se hallan:
«Para que entendáis, hermanas
mías, que lo que hemos de pedir a Dios es que en este
castillito que hay ya de buenos cristianos no se nos vaya
ya ninguno con los contrarios»
(C. 3. 2.). Entre los
diminutivos preferidos de la Santa destacan poquito y
poquitas, gusanillo, etc. Estos morfemas,
utilizados algunas veces con intención despectiva,
atenúan, sin embargo, afectivamente la gravedad del juicio
moral: «Mas mirad, Señor, que ya
sois Dios de misericordia; habedla de esta pecadorcilla,
gusanillo que así se os atreve»
(C. 3.
9.).
En el
Códice de El Escorial escribe la Santa: «no hagan caso de unos
agravuelos»
(C. 36.3.), formación muy
castiza y correcta que luego eliminó en el de Valladolid.
Como ya puntualizara M. Pidal, «estos
sustantivos acabados en dos vocales tomaban el sufijo
-uelo (latín -olus) desde los mismos
orígenes del idioma, como lo muestran abuela, del
latín avia; plazuela, del latín
platea, plaza... Tan ingénita y
profundamente poseía Santa Teresa la morfología
patrimonial del idioma»
75.
Con este mismo sufijo se encuentra el sustantivo corpezuelos
(C. 11.4.).
La gama de sufijos diminutivos es variada: -ito: poquito; -illo: gusanillo; -uelo, agravuelos76.
6. Aunque no es
amiga de cultismos, la Santa utiliza el superlativo en
-ísimo, tanto en adjetivos, como en algunas
ocasiones, más bien escasas, incluso en adverbios. El uso de
-ísimo, se inscribe en una línea -culta- de
potenciar los valores expresivos y afectivos: «¿Ya no había pagado
bastantísimamente por el pecado de Adán?
¿Siempre que tornamos a pecar lo ha de pagar este
amantísimo Cordero?»
(C. 3. 8.).
7. La
utilización rara y esporádica, por parte de la Santa,
del artículo definido con adjetivos posesivos, que en la
segunda mitad del XVI había decaído mucho, confiere
un valor arcaizante a los contextos en que se inserta: «nosotras pidamos al Padre Eterno merezcamos
recibir el nuestro pan celestial»
(C. 34.
5.).
8. Se advierte la
presencia de ciertos morfemas de carácter culto, que
favorecen la creación de tecnicismos en el campo de la
espiritualidad, como el sufijo -al, para formar adjetivos
derivados -natural, espiritual,
pestilencial (C. 1. 4.), etc. Algunos de ellos ponen de
manifiesto virtualidades morfológicas propias de estadios
medievales, que luego no han prosperado, como es el caso de
evangelical, empleado reiteradamente para calificar al
Paternóster: «Es cosa
para alabar mucho al Señor cuan subida perfección es
esta oración evangelical»
(C. 37. 1.),
que revela una formación análoga a la de otros, como
angelical, mundanal, humanal,
divinal, etcétera77,
que, sin embargo, no están presentes en el Camino.
Es claramente
perceptible en la Santa la predilección por el sufijo
-dor, para crear adjetivos deverbales. Así,
derivados de verbos de la 1.a conjugación:
amador
(C. 12. Título);
acompañador
(C. 29. 4.);
aceptador
(C. 16. 8.); orador
(C. 12. 2.) (no como
«especialista en la oratoria», sino como «persona
que ora»; etc.; procedentes de la segunda: hacedor
(C. 16. 2.); conocedor
(C. 18. 6.); defendedor
(C. 1. 2.); etc.
1. En el siglo XVI muchos verbos se utilizaban en construcciones sintácticas transitivas, que no son las actuales78:
En ocasiones falta
la preposición a: «Ni
aborrecisteis, Señor, cuado andabais en el mundo, las
mujeres»
(C. 3. 7.); «no
turben estas poquitas que aquí Su Majestad ha
juntado»
(C. 8. 14.).
En otros pasajes
la estructura actual sería pronominal, como, por ejemplo,
con el verbo acordar: «Y,
porque importa tanto, os lo acuerdo tantas
veces»
(C. 28. 12.). Otro caso es el proporcionado por el
verbo quejar: «Mas unas
flaquezas y maléenlos de mujeres, olvidaos de
quejarlas»
(C. 11. 2.)79.
El verbo huir también funciona como
«rehuir», «evitar», en un uso muy extendido
y que aparece en autores de gran solera, como, por ejemplo, fray
Luis de León: «Casi sin
entendernos, nos hallamos metidos en cosas que amamos de él;
y deseándolas huir...»
(C. 19. 7.).
Verbos que hoy
suelen integrarse en estructuras intransitivas, funcionan como
transitivos; así, por ejemplo, ir: «Que es cosa dañosa ir con miedo
este camino»
(C. 22. 3.); «Porque andamos en mar y vamos este
camino»
(C. 30. 6.).
2. Determinados
verbos exigían ciertas preposiciones que no corresponden al
uso contemporáneo. Así, hablar en, en lugar
de hablar de: «ni sé
cómo me pongo a hablar en ello»
(C.
6.2.); tratar en, usado en el sentido de «tratar
de»: «Podrá ser, hermanas,
que os parezca tratar en esto impertinente»
(C.
7.3.); escribir en, en vez de «escribir de» o
«escribir acerca de»: «y
porque otros, que saben lo que dicen mejor, han escrito en
esto, baste lo dicho»
(C. 9. 4.), etc.
3. En cuanto a la concordancia verbal, se detectan algunas peculiaridades con respecto a las normas actuales. Por ejemplo, el verbo aparece en singular cuando el sujeto de la oración es múltiple: «sé que no falta el amor y deseo en mí para ayudar en lo que yo pudiere» (Introducción, 3). Esta característica es general en la lengua de la época80.
4. El verbo
ser en el siglo XVI tenía valores que hoy se
adscriben a estar: «Así
que es muy bien las unas se apiaden de las necesidades de
las otras»
(C. 7. 7.); «determiné a hacer eso poquito que
era en mí, que es seguir los consejos
evangélicos»
(C. 1. 2.); es decir, «lo que estaba o cabía dentro de mis
posibilidades»
81.
Es muy frecuente
en la Santa la concordancia del verbo ser con el atributo,
en lugar de con el sujeto82:
«Podrá ser en otras personas sean
[esotras devociones] de Dios, y en vos permitirá Su Majestad
sea ilusión del demonio»
(C. 18. 9.).
A veces los giros
son bastante peculiares: «Es vuestro
de mirar, Señor mío, ya que a vuestro Hijo no se
le pone cosa delante»
(C. 33. 4.), donde el sujeto es
de mirar, infinitivo precedido de preposición, y el
sentido equivale a «os corresponde a Vos
mirar»
. Otro caso parecido: «Y
para los desventurados que se condenan, que no le gozarán en
la otra, no es a su culpa»
(C. 43.2.); es decir,
«no es culpa suya»
.
5. La Santa es muy
aficionada a la repetición de conjunciones, o
polisíndeton, fundamentalmente por motivos expresivos. La
polisíndesis puede ser léxica: «y cuando vuestras oraciones y
deseos y disciplinas y ayunos no se emplearen por
esto que he dicho»
(C. 3. 10.), u oracional: «Yo sé de una persona que la ponía
el Señor aquí muchas veces, y no se
sabía entender; y lo preguntó a un gran
contemplativo, y dijo que era muy posible, que a él
le acaecía»
(C. 31. 5.); incluso, a veces, van
unidos ambos tipos: «y aunque
estén en mal estado y faltas de virtudes, le da
gustos y regalos y ternura que la comienza a mover los deseos,
y aun la pone en contemplación algunas veces,
pocas, y dura poco»
(C. 16. 4.).
Cabría
afirmarse una tendencia al predominio de la coordinación en
el CAMINO, rasgo ya señalado para la lengua de la
Santa83.
Entre las locuciones conjuntivas merece citarse sino que,
con un valor adversativo, próximo al de «pero» o
«sin embargo»84:
«En él está gran
perfección... y se quitan muchas ocasiones a las que no
están muy fuertes; sino que, si la voluntad se
inclinare más a una que a otra... que nos vayamos mucho a
las manos a no nos dejar enseñorear de aquella
afección»
(C. 4. 7.); «Esto es claro, sino que este
adversario, enemigo nuestro, por dondequiera que puede procura
dañar»
(C. 19. 13.).
6. El caso
contrario, la ausencia de conjunciones, o asíndeton, es
también muy característica de la Santa, y proporciona
mayor rapidez y viveza en el texto, al eliminarse nexos tanto
coordinantes como subordinantes: «mas
estotros son hijos regalados, no los querría quitar cabe de
sí, ni los quita, porque ya ellos no se quieren quitar; los
sienta a su mesa, les da de lo que come hasta quitar el bocado de
la boca para dársele»
(C. 16.5.). Este tipo de
construcciones abunda en pasajes teñidos de emotividad.
7. La repetición de la conjunción que es un rasgo tipificador del lenguaje teresiano, pero también se da con bastante frecuencia en el Siglo de Oro85.
En muchas
ocasiones este que introductorio es innecesario desde el
punto de vista de la corrección de la frase: «Tengo para mí que honras y dineros casi
siempre andan juntos, y que quien quiere honra, no aborrece
dineros, y que quien los aborrece, que se le da poco de
honra»
(C. 2. 6.). Lo mismo en este otro caso en el que
que introduce la apódosis de un período
condicional: «Mas si habéis de
estar, como es razón se esté, hablando con tan gran
Señor, que es bien estéis mirando con
quién habláis y quién sois vos»
(C.
22. 1.).
Es
característico de la lengua de santa Teresa el uso reiterado
de la conjunción que, con valor
consecutivo86:
«me han tanto importunado les diga algo
de ella, que me he determinado a obedecerlas»
(Prólogo 1).
8. Por lo que
respecta a la subordinación y a los nexos que introducen
estas oraciones, destaca el uso de conque, locución
conjuntiva que tiene un valor concesivo, próximo al de
aunque87:
«viendo tan grandes males, que fuerzas
humanas no bastan a atajar este fuego de estos herejes (con
que se ha pretendido hacer gente, para si pudieran, a fuerza
de armas, remediar tan gran mal»
(C. 3. 1.).
Del mismo modo,
cuando funciona en determinados contextos con parecido
valor88:
«No digo que quien no tuviere la
determinación que aquí diré le deje de
comenzar, porque el Señor le irá perfeccionando; y
cuando no hiciese más de dar un paso, tiene en
sí tanta virtud, que no haya miedo lo pierda ni le deje de
ser muy bien pagado»
(C. 20. 3.).
Igualmente, ya
que presenta en muchas ocasiones matices concesivos cercanos a
los de aunque89.
«Hay almas que entiende Dios que por
este medio las puede granjear para Sí; ya que las
ve del todo perdidas, quiere Su Majestad que no quede por
Él»
(C. 16. 4.); «Es
como uno que está en una batalla, que sabe, si le vencen, no
le perdonarán la vida y que, ya que no muere en la
batalla, ha de morir después»
(C. 23. 5.).
En las oraciones
temporales hay que subrayar el uso de de que, en sentido
de «tan pronto como»: «De que Dios, hermanas, os traiga a
beber de esta agua y las que ahora lo bebéis,
gustaréis de esto»
(C. 19. 4.)90.
De que
tiene, en algunos contextos en que aparece en indicativo, un valor
entre temporal y condicional, como «cuando» y
«si»91:
«Mas no todas veces nos llevan con rigor
los prelados, de que nos ven flacos»
(C. 32.
5.).
En el XVI,
como reúne valores explicativos causales y
temporales92:
«Porque no va libre la vista,
ciéganos el polvo, como vamos caminando»
(C. 19. 7.).
9. Es bastante
frecuente en el XVI y, desde luego, en el Camino la
«concordancia ad
sensum», esto es la concordancia por el
sentido: «Pocos días ha, me
mandaron escribiese cierta relación de mi vida, adonde
también traté algunas cosas de oración.
Podrá ser no quiera mi confesor le
veáis»
(Prólogo, 4). Le parece
referirse a «libro», «tratado», etc.
Formalmente no concuerda con relación, ni menos
aún con cosas.
La
«concordancia ad
sensum» se produce insistentemente en el Camino
con sustantivos empleados en sentido colectivo o generalizador:
«Me parece ahora a mí que cuando
una persona la ha llegado Dios a claro conocimiento de lo
que es el mundo, y qué cosa es mundo, y que hay otro mundo,
y la diferencia que hay de lo uno a lo otro, y que lo uno es eterno
y lo otro soñado, o qué cosa es amar al Criador o a
la criatura... que aman muy diferentemente de los que no
hemos llegado aquí»
(C. 6. 3.).
10. La
construcción en + gerundio conlleva frecuentemente
valores temporales de anterioridad inmediata. Por ello, resulta
equivalente a tan pronto como y el verbo
correspondiente93:
«Es verdad que se entiende luego en
llegando»
(C. 22.4.). A veces, las acciones son
simultáneas, como en el pasaje siguiente: «En comenzando, nos henchís las
manos»
(C. 27. 1.).
11. En ciertas
ocasiones santa Teresa coloca el verbo en la parte final de la
oración, a la manera latina: «Más siente él esto, que cuantos
placeres otros le hacen le contentan»
(C. 21. 9.). Especialmente sucede en contextos fuertemente
retóricos: «Quien de veras aman a
Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren,
todo lo bueno favorecen, todo lo bueno
loan»
(C. 40. 3.).
1. La elipsis es
un recurso típico del lenguaje teresiano que aporta
vivacidad y concisión, pero también un cierto tipo de
oscuridad conceptista94:
«Así que, hermanas,
oración mental»
(C. 18. 1.), donde hay que suplir
haced; «y si es de veras esta
humildad, bienaventurada tal sierva de vida activa»
(C.
18. 5.), donde hay que suplir sea; en el siguiente hay que
suplir oración: «Conozco
una persona que nunca pudo tener sino oración vocal y, asida
a ésta, lo tenía todo; y si no rezaba, se le iba el
entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir. Mas
¡tal tengamos todas la mental!»
(C. 30. 7.).
La viveza que
aporta la elipsis se aprecia bien en ciertos pasajes: «Cosas buenas, muchas se les pasarán por
alto, y aun por ventura no las tendrán por tales; mas mala o
imperfecta, no hayan miedo»
(C. 3.4.), donde hay que
suplir de que se les pase por alto; «Cuando os pidiéremos honras, no nos
oigáis, o rentas, o dineros, o cosa que sepa a mundo; mas
para honra de vuestro Hijo, ¿por qué no nos
habéis de oír?»
(C. 3.7.), donde hay que
suplir cuando os pidiéremos; «pocas y mal avenidas; no lo permita
Dios»
(C. 7. 9.), donde hay que suplir ser y
estar, respectivamente, etc.
En algunas
ocasiones se llegan a constituir zeugmas, como ocurre en el caso
siguiente en que hay que suplir el verbo entenderá:
«porque ni ella se entenderá
cómo entra, ni después a las que la quisieren poner
en lo mejor»
(C. 14. 1.). La elipsis del sujeto -su
embebimiento del verbo final hace difícil la
comprensión del último contexto que hemos
seleccionado: «Y las que fueren llevadas
por la vida activa no murmuren a las que mucho se embebieren en la
contemplación, pues saben ha de tornar el Señor de
ellas, aunque callen, que -por la mayor parte- hace descuidar de
sí y de todo»
(C. 17.5.). En definitiva, se
evidencia en algunos casos una elaboración un tanto
conceptista por parte de la Santa, de gran expresividad y
eficacia.
2. Es
característico en el lenguaje teresiano el
hipérbaton, es decir, la alteración del orden
sintáctico normal de la frase. Esta particular
disposición de los elementos oracionales deja de manifiesto
el personal relieve e importancia dados por el autor a alguno de
ellos, por motivos afectivos en muchas ocasiones. En cualquier
caso, el hipérbaton es un recurso tipificador de la lengua y
estilo teresianos95:
«A mí me acaeció tratar
con uno cosas de conciencia, que había oído todo el
curso de Teología»
(C. 5. 3.); en lugar de:
«A mí me acaeció tratar
cosas de conciencia con uno que había oído todo el
curso de Teología»
; «Querría preguntar a los que por temor no
los piden de que luego se los han de dar lo que dicen, cuando
suplican al Señor cumpla su voluntad en ellos»
(C.
32. 3.); en vez de: «Querría
preguntar a los que, por temor de que luego
[«inmediatamente»] se los [les] han de dar, no los
[trabajos] piden»
. A continuación se establece una
concordancia ad
sensum: «los trabajos» = «lo que dicen, cuando suplican al Señor
cumpla su voluntad en ellos»
. Del mismo modo en el
siguiente caso: «porque
aparejándonos a recibir, jamás por muchas maneras
deja de dar que no entendemos»
(C. 35. 1.), la secuencia
esperable sería: «jamás
deja de dar por muchas maneras que no entendemos»
.
3. Otro rasgo
caracterizador de la lengua de la Santa es la presencia de
anacolutos, construcciones en las que determinados elementos de la
frase, o bien quedan sin función sintáctica,
olvidados, con lo que la estructura gramatical no es correcta:
«Ahora noten que, como el amor,
cuando de alguna persona le queremos, siempre se pretende
algún interés de provecho o contento nuestro, y estas
personas perfectas ya todos los tienen debajo de los
pies»
(C. 6. 6.), o bien se les asigna otra para la que
sintácticamente no están preparados: «si no es algunas personas, a quien
-como he dicho- el Señor hace grandes mercedes, que
en breve tiempo las hace ricas de virtudes»
(C. 41. 1.).
Lo correcto hubiera sido escribir: «si
no es a algunas personas [...], a las que en breve
tiempo...»
; «Porque no son las
lágrimas, aunque son buenas, todas perfectas; y la
humildad y mortificación y desasimiento y otras
virtudes, siempre hay más seguridad»
(C.
17.4.), donde la corrección sintáctica habría
exigido «en la humildad,
etc.»
. Aunque se resiente la coherencia gramatical, lo
cierto es que el contenido es más vivaz y expresivo.
4. Las
exclamaciones son muy abundantes, como corresponde a un estilo en
el que la afectividad impregna la expresión: «¡Ay, dolor, Señor, y quién
se ha atrevido a hacer esta petición en nombre de todas!
¡Qué mala tercera, hijas mías, para ser
oídas y que echase por vosotras la petición! ¡
Si ha de indignar más a este soberano Juez verme tan
atrevida, y con razón y justicia!»
(C. 3. 9.);
«Mas ¡qué dulce será
la muerte de quien de todos sus pecados la tiene hecha y no ha de
ir al purgatorio! ¡Cómo desde acá aun
podrá ser comience a gozar de la gloria!»
(C. 40.
9.), etc.
5. Son numerosas
las interrogaciones, algunas de marcado carácter
retórico: «¿Qué es
esto, cristianos, los que decís no es menester
oración mental, os entendéis? Cierto que pienso que
no os entendéis y, así, queréis desatinemos
todos»
(C. 22. 2.); «Pues
¿os parece, hijas, que es buen maestro éste, pues,
para aficionarnos a que deprendamos lo que nos enseña,
comienza haciéndonos tan gran merced? Pues ¿os parece
ahora que será razón que, aunque digamos vocalmente
esta palabra, dejemos de entender con el entendimiento, para que se
haga pedazos nuestro corazón con ver tal amor?»
(C. 27. 5.).
6. Se suceden
intermitentemente casos de repeticiones anafóricas de
palabras: «cuando una persona la ha
llegado Dios a claro conocimiento de lo que es el mundo, y
qué cosa es mundo, y que hay otro
mundo»
(C. 6. 3.). A veces, la
utilización de este recurso aproxima a la Santa a la
retórica de la oratoria sagrada, a la predicación:
«¿Sabéis qué tanto
limpia esta agua viva, esta agua celestial,
esta agua clara, cuando no está turbia,
cuando no tiene lodo, sino que cae del cielo?»
(C. 19. 6.); «Quien de veras aman a
Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren,
todo lo bueno favorecen, todo lo bueno
loan»
(C. 40. 3.).
7. De modo
esporádico se encuentran ejemplos de paronomasia, o
utilización en un mismo contexto de palabras emparentadas
fonéticamente: «porque nada no se
le da de perderlo todo ni lo tiene por
pérdida; sólo teme descontentar a su Dios y
suplicarle las sustente en ellas, porque no las pierda por
su culpa»
(C. 10.3.); «hay
algunos ingenios tan ingeniosos que nada les
contenta»
(C. 21.3.).
En cuanto al
léxico, en primer lugar conviene destacar la
utilización de términos con un significado propio de
la lengua del siglo XVI y no de la actual. Por ejemplo,
luego con el sentido de «enseguida»,
«inmediatamente»: «Si piden
otro, luego les parece va perdido el concierto de la
religión»
(C. 5.1.); llegarse a,
«acercarse a», «aproximarse a»96:
«Sí, llegaos a pensar y
entender, en llegando, con quién vais a hablar o con
quién estáis hablando»
(C. 22. 7.), etc. En
notas a pie de página hemos ido aclarando el significado de
bastantes de ellos.
Un rasgo caracterizador del lenguaje teresiano es el empleo de participios-adjetivos para calificar diferentes estados del alma, o del espiritual que avanza por este interior, «camino real». Así «entendimientos derramados», divertidos; «almas distraídas»; «almas engolfadas», embobadas, embebidas, etc.
Dentro del
vocabulario personal de la Santa, que comentamos en notas a pie de
página, destacamos, determinación,
determinarse, concierto, desconcertado,
desasimiento, bullir, etc. Para los juicios de
valor negativos, la Santa prefiere, en el grado extremo, el
sustantivo pestilencia o el adjetivo
pestilencial. Así, por ejemplo, crea el sintagma
profundamente expresivo «roña
pestilencial»
(C. 1. 3.).
De vez en cuando
se encuentran ejemplos de antítesis, o enfrentamiento
contextual de términos opuestos. Rara vez los
antónimos suelen ser gramaticales: «Entender lo mucho que va en tenerlo todo debajo
de los pies y estar desasidos de las cosas que se acaban y
asidos a las cosas eternas»
(C. 3. 4.);
más comúnmente son léxicos: «ver y probar qué se gana con lo
uno y se pierde con lo otro, y qué cosa es
Criador y qué cosa es criatura»
(C. 6. 3.).
Son abundantes las
expresiones hechas de carácter coloquial, como irse a la
mano, «detenerse»: «cuando el demonio tentase al confesor en
engañarle en alguna doctrina, como sepa trata con otros,
se irá a la mano y mirará mejor en todo lo
que hace»
(C. 5. 5.). De igual modo, tornar de o
tornar por se usa en el sentido de «defender»,
«proteger»: «alguien ha de
haber -como dije al principio97-
que hable por vuestro Hijo, pues Él nunca tornó
de Sí»
(C. 35. 3.). También en notas a
pie de páginas aclaramos el sentido de aquellas expresiones
que pueden no ser bien interpretadas por el lector de hoy.
Aparecen voces
empleadas con significado etimológico, como
divertirse, «salirse del propósito que
llevaba»: «Harto me he
divertido, mas importa tanto lo que queda dicho, que quien lo
entendiere no me culpará»
(C. 6. 1.); lo mismo
ocurre con proceder, utilizado en el sentido de
«avanzar»: «Así que
caminan por mar; y pues tanto nos va no ir tan despacio, hablemos
un poco de cómo nos acostumbraremos a tan buen modo de
proceder»
(C. 28. 8.). Ello revela la existencia
de cultismos semánticos en una prosa calificada de
coloquial. Sin embargo, es preciso reconocer que los cultismos son
francamente raros: natural, sobrenatural,
mundo, espiritual, etc. Los escasísimos
hallados pertenecen a un registro religioso-eclesiástico, y
es esta característica, y no la de su adscripción
docta, la que explica su presencia en las páginas del
Camino.
Emplea la Santa, a
pesar de sus reparos, tecnicismos místicos, sobre todo de la
línea del Recogimiento franciscano, de raigambre
agustiniana, como la propia palabra
recogimiento98:
«Se llama recogimiento, porque
recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí
con su Dios, y viene con más brevedad a enseñarla su
divino Maestro y a darla oración de quietud, que de ninguna
otra manera»
(C. 28.4.) Igualmente sucede con las
expresiones entrar el alma en sí y subir sobre
sí: «¡Oh, con
cuánta razón se entraría el alma en
sí; para poder mejor subir sobre sí
misma»
(C. 27. 1.). El silencio de las potencias
es otra fórmula técnica de este movimiento
místico, que implica un proceso de interiorización y
la renuncia a la actividad de sentidos y potencias para unirse en
lo íntimo con Dios99:
«Porque esto no es silencio de las
potencias; es encerramiento de ellas en sí misma el
alma»
(C. 29.4.). A veces, los tecnicismos son propios,
por el alcance particular y personalísimo que les confiere
la Santa, como es el caso de la oración de
quietud100:
«Pues todavía quiero, hijas,
declarar -como lo he oído platicar o el Señor ha
querido dármelo a entender, por ventura para que os lo diga-
esta oración de quietud»
(C. 31. 1.).
La Santa domina el uso del lenguaje figurado en sus diferentes manifestaciones.
Las comparaciones
son abundantísimas101;
destaca por su insistente reiteración la de la vida
espiritual asimilada a la milicia (C. 3. 1.; 18. 3.; etc.), en la
que los contemplativos son equiparados a los alféreces (C.
18.5.), los letrados a los capitanes, etc.; por su espontaneidad y
belleza sobresale la del niño amamantado por la madre:
«Y advertid mucho a esta
comparación, que me parece cuadra mucho: está el alma
como un niño que aún mama cuando está a los
pechos de su madre, y ella, sin que él paladee,
échale la leche en la boca por regalarle»
(C. 31.
9.).
Las
alegorías son menos numerosas; pueden subrayarse, la del
agua, con sus propiedades -enfría y limpia- y sus
modalidades, -charquito, fuente, mar-, y la del juego del ajedrez
(Códice de El Escorial, 24, 1): «Y no os parezca mucho todo esto, que voy
entablando el juego, como dicen. Me pedisteis os dijese el
principio de oración; yo, hijas, aunque no me llevó
Dios por este principio, porque aún no le debo tener de
estas virtudes, no sé otro. Pues creed que quien no sabe
concertar las piezas en el juego del ajedrez, que sabrá mal
jugar; y si no sabe dar jaque, no sabrá dar mate. Así
me habéis de reprender porque hablo en cosa de juego no
habiéndole en esta casa ni habiéndole de haber.
Aquí veréis la madre que os dio Dios, que hasta esta
vanidad sabía; mas dicen que es lícito algunas veces.
¡Y cuan lícito será para nosotras esta manera
de jugar, y cuan presto, si mucho lo usamos, daremos mate a este
Rey divino, que no se nos podrá ir de las manos ni
querrá!»
.
En el empleo
metafórico resaltan los cuatro elementos102
cosmogónicos, de los que emerge el agua, «símbolo
dell'essere vítale di Dio e metafora dell'operare
dell'uomo per mutuazione»
103:
«De que Dios, hermanas, os traiga a
beber de esta agua y las que ahora lo bebéis,
gustaréis de esto y entenderéis cómo el
verdadero amor de Dios -si está en su fuerza, ya libre de
cosas de tierra del todo y que vuela sobre ellas- cómo es
señor de todos los elementos del mundo»
(C. 19.
4.).
También su
opuesto, el fuego, es de gran trascendencia: «Así que -como digo- el agua que nace en
la tierra no tiene poder [contra el fuego]; sus llamas son muy
altas y su nacimiento no comienza en cosa tan baja. Otros fuegos
hay de pequeño amor de Dios, que cualquier suceso los
matará; mas a éste no, no. Aunque toda la mar de
tentaciones venga, no le harán que deje de arder de manera
que no se enseñoree de ellas»
(C. 19. 4.).
Otros
símbolos dinámicos, son el propio camino y
la puerta (C. 29. 4.), símbolo de lo entrabierto,
que en la Santa sirve para cerrar tras sí todo el
tráfago mundano. Por otro lado, se encuentran algunos
símbolos meramente esbozados, como, por ejemplo, el del
palacio o castillo que desarrollará ampliamente en las
Moradas: «Pues hagamos cuenta
que dentro de nosotras está un palacio de grandísima
riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas, en fin, como
para tal Señor; y que sois vos parte para que este edificio
sea tal, como a la verdad es así -que no hay edificio de
tanta hermosura como una alma limpia y llena de virtudes, y
mientras mayores, más resplandecen las piedras-; y que en
este palacio está este gran Rey, que ha tenido por bien ser
vuestro Padre; y que está en un trono de grandísimo
precio, que es vuestro corazón»
(C. 28, 9.).
La
superación de los contrarios, característica de las
imágenes simbólicas se comprueba en C. 19. 5:
«¡Oh, válgame Dios,
qué cosa tan hermosa y de tanta maravilla, que el fuego
enfría! Sí, y aun hiela todas las afecciones del
mundo, cuando se junta con el agua viva del cielo, que es la fuente
de donde proceden las lágrimas que quedan dichas, que son
dadas y no adquiridas por nuestra industria. Así que, a buen
seguro que no deja calor en ninguna cosa del mundo para que se
detenga en ellas, si no es para si puede pegar este fuego, que es
natural suyo no se contentar con poco, sino que, si pudiese,
abrasaría todo el mundo»
.
El resultado es el
surgimiento de expresiones paradójicas, tipificadoras del
lenguaje místico, muy frecuentemente relacionadas con los
símbolos, como en este caso el agua: «Extraña cosa es que si nos falta, nos
mata, y si nos sobra, nos acaba la vida»
(C. 19.8.).
«¡Mas, con qué sed se desea
tener esta sed! Porque entiende el alma su gran valor y, [aunque]
es sed penosísima que fatiga, trae consigo la misma
satisfacción con que se mata aquella sed, de manera que es
una sed que no ahoga sino a las cosas terrenas, antes da
hartura»
(C. 19. 2.).
Todos estos rasgos -sintéticamente reseñados en una rápida visión de conjunto- hacen de Teresa de Jesús uno de los máximos exponentes de la Lengua Española, a la que ha llevado a extremos de concentración, dilatación y expresividad, propios de las manifestaciones más puras de nuestra tradición lingüística.