Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


 

101

Esta idea se encuentra en otros poetas de los Siglos de Oro. Cf., por ejemplo, Aldana, «Reconocimiento de la vanidad del mundo», ed. de Rivers, n°. 34, vv. 465-70, p. 25: «... ser muerto en la memoria/ del mundo es lo mejor que en él se asconde, / pues es la paga dél muerte y olvido, / y en un rincón vivir con la vitoria / de sí, puesto el querer tan sólo adonde / es premio el mismo Dios de lo servido». Aldana hace hincapié en el recogimiento espacial que parece aludir también a una interioridad. El tema se presenta aquí desde otra perspectiva: la del vencimiento de sí mismo, (de raíz ignaciana).

 

102

La influencia claramente aquí perceptible de Horacio, Carmina, III, 29, 57-61, la señaló ya O. Macrí, ed. de La poesía de fray Luis de León (Salamanca, Anaya, 1970), p. 307. Cf. también nuestro trabajo «Notas horacianas para dos poemas del Brocense», Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, 69 (1993), 45-51 (cf. pp. 48-51, donde relacionamos el tema con el propempticon).

 

103

Trad.: «Ni el pino navegante transportará mercancías: la tierra entera todo lo producirá».

 

104

Quevedo también condena la navegación desde una mentalidad estoica: «No solicito el mar con remo y vela, / ni temo al turco la ambición armada; / [...] ni a ultraje de mis leños apercibe / el mar su inobediencia peligrosa: / vivo como hombre que viviendo muero, / por desembarazar el día postrero» («El escarmiento», vv. 81-92, Blecua, n°. 12, p. 14). Cf., además, Juan de Moncayo, en el soneto «Al primero navegante», Rimas, ed. cit., p. 81. Los ejemplos se podrían multiplicar: véanse, por fin, el soneto de Juan de Jáuregui, «A un navío destrozado en la ribera del mar», y la buena nota que pone en la ed. de la Poesía de este poeta Juan Matas Caballero (Madrid, Cátedra, 1993), p. 154.

 

105

Con razón, Alcina, ed. cit., p. 74, anota un texto de Tibulo, el poema proemial (al que ya nos hemos referido), en el que aparece la misma palabra, propia de lo eglógico: «Adsitis, divi, neu vos e paupere mensa / dona nec e puris spernite fictilibus...» (I, I, 37-38).

 

106

Para esta cuestión platónica, cf. el buen comentario de R. Hacsforth, en su trad. de Fedro (Cambridge, Univ. Press, 1972), pp. 60-62. Sobre la dicotomía ars-ingenium en general y en particular en tiempos posteriores a fray Luis, cf. J. Matas, ed. cit. de la poesía de Jáuregui, pp. 77 ss.

 

107

Trad.: «El poeta coge fuerzas de su propia naturaleza y se estimula por las fuerzas de su misma mente y se inflama por un espíritu que podríamos considerar divino. Por lo que con razón nuestro Ennio llama 'sagrados' a los poetas, porque parece que nos han sido confiados por algún don o regalo de los dioses». En Tusculanae, I, 15, Cicerón disertará sobre el general deseo de la inmortalidad, en particular el de los poetas (de nuevo citando a Ennio).

 

108

Cf. D. Norberg, L' Olympionique..., p. 23. Según este autor, Horacio sigue en este tema a Píndaro (cf. p. 22). Para la admiración hacia el poeta griego por parte de Horacio, nada mejor que leer su oda segunda del lib. IV («Pindarum quisquis studet aemulari»).

 

109

Cf. la ed. de Manfred Lantzen, Reden Cristóforo Landinos (Munich, Wilhelm Fink, 1974). pp. 22-35.

 

110

Lib. I, «Monte», ed. de Zamarreño, p. 159.

Indice