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Como comentario a este sintagma, cf. las anotaciones de Alcina, ed. cit., p. 146, nota 6.

 

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Esta oposición vuelve a encontrarse en el «Sermón estoico de censura moral» (n°. 145, Blecua, pp. 130-40), pero ahora el yo del poeta se traslada a otro personaje, Clito. Cf. vv. 80-86: «Clito, desde la orilla / navega con la vista el Océano: / óyele ronco, atiéndele tirano, / y no dejes la choza por la quilla; / pues son las almas que respira Traciá / y las iras del Noto, / muerte en el Ponto, música en el soto». González Sala (cf. ed. cit., p. 132) anota: «Impellunt animae linteae Traciae», etc. Horatius, lib. 4, od. 12. En este mismo «Sermón estoico...», encontramos, al final, otra vez, la huella horaciana: «El bajel que navega / orilla, ni peligra ni se anega» (vv. 375-76, Blecua, p. 140).

 

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Extraordinaria fortuna ha tenido tal oda horaciana en nuestras letras. Ya había proporcionado una versión Francisco de Medrano, Ode XXIV (en la que conserva la priamel del original, ed. de D. Alonso, pp. 291-93). Cf. una alusión a ella en el soneto de L. Carrillo de Sotomayor, «A la suerte de los celos de su amor», vv. 9-11 (Poesías completas, ed. de A. Costa, Madrid, Cátedra, 1984, n°. 16, p. 73): «Envidia - cuando, fuerte y espantosa, / la mar la rota nave ya presenta / ya al cielo, ya a la arena de su seno - / al rústico el piloto vida exenta». Puede haber aquí, además, un eco virgiliano en la descripción, resumidísima, de la tempestad. También tal influjo parece notarse en el salmo XX del Heráclito cristiano de Quevedo.

 

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La diversidad de oficios es recogida en la «Cantiga» de Gil Vicente, en Auto de la Sibila Casandra, en la que también el poeta establece una preferencia, a la manera de alii ... ego, pero aquí encontramos una composición de raigambre popular (¿pudo mezclarse en ella la senda culta?). Véanse sólo los verso que nos interesan: «Muy graciosa es la doncella, / ¡cómo es bella y hermosa! / Digas tú, el marinero [...] / si la nave o la vela o la estrella / es tan bella. / Digas tú, el caballero. / [...] Digas tú, el pastorcico / [...]» (Lírica, ed. de A. López Castro, Madrid, Cátedra, 1993, p. 95). Esta diversidad de ocupaciones y deseos entre los hombres constituye un verdadero tópico, de raigambre clásica, según hemos visto (para testimonios en las literaturas griegas y latinas, cf. todavía el recuento de V. Cristóbal, en su ed., junto con M. Fernández-Galiano, de Horacio, Odas y Epodos, Madrid, Cátedra, 1990, p. 84). Cf. Pedro Liñán de Riaza, «La condición humana», soneto, vv. 5-7, Blecua, Poesía de la Edad de Oro II Barroco, p. 27: «Todos viven penando si se advierte: / éste por no perder lo que ha ganado, / aquél porque jamás se vio premiado [...]». Cf. Lupercio Leonardo de Argensola, «Canción a la esperanza» [Rimas, ed. de J. M. Blecua, Clás. Castellanos, 173, Madrid, 1973, pp. 37-39): todos esperan (el labrador, el soldado, el marinero, el cazador). Cf. también Andrés Cebrián en una silva publicada en el Aula de Dios. Cartuxa Real de Zaragoza, de Miguel de Dicastillo, ed. cit. de A. Egido, p. 71: «Este sigue la paz, aquél la guerra, / éste trasiega el mar, aquél la tierra, / éste desde su estudio mide el suelo, / y inmoble aquél se espacia por el cielo. / Este quiere el rüido de la caza, / y aquél más el bullicio de la plaza; / éste procura el ocio, / aquél sigue la causa y el negocio [...]» (cf. p. 373). La huella horaciana es evidente.

Pero el esquema de la priamel no es exclusivo de los siglos áureos. Se encuentra, desde luego, en el siglo XVIII. Dejemos aquí unas pocas muestras. José Ma. Vaca de Guzmán y Manrique (1744-c. 1816-1829): «Al invierno. Canción festiva»: «Ya a las cumbres del alto Somosierra [...] / llega [...] / el caballero Invierno, tiritando; / los montes coronando / va ya de niebla opaca [...]» (vv. 1-8). El poeta habla de los afanes de diversas gentes. Y termina como sigue: «Canción, deja tu curso; / no más garapiñarme, / y trata de llevarme / al brasero, que arrastra a mi albedrío. / Con Lisi, dueño mío, / tostaré las castañas; verás cómo / nos burlamos del frío / con frasquillos de anís y cinamomo» (vv. 85-92). Poesía del siglo XVIII, ed. de John H. R. Polt (Madrid, Castalia, 1975), pp. 198-200 (claro eco del horaciano «Vides ut alta stet nive candidum / Soracte...», Carm. I, 9, que no anota el editor). Cf. Leandro Fernández de Moratín: «A don Simón Rodríguez Laso [epístola], Rector del Colegio de San Clemente de Bologna»: «¿Ves afanarse en modos mil, buscando / riquezas, fama, autoridad y honores, / la humana multitud ciega y perdida? / Oye el lamento universal. Ninguno / verás que a la Deidad con atrevidos / votos no canse y otra suerte envidie. / [...] ¡Oh tú, del Arlas vagaroso y humilde / orilla, rica de las mies de Ceres, / de pámpanos y olivos! ¡Verde prado / que pasta mudo el ganadillo errante, / áspero monte, opaca selva y fría! / ¿Cuándo será que habitador dichoso [cf. Fray Luis] / de cómodo, rural, pequeño albergue, / templo de la Amistad y de las Musas, / al cielo grato y a los hombres, vea / en deliciosa paz los años míos / volar fugaces? [...]». (Poesía del siglo XVIII, pp. 289-92). Es claro recuerdo del horaciano Otium divos rogat (Carm. II, 16).

 

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F. de Rioja, Poesía, ed. de B. López Bueno (Madrid, Cátedra, 1984), pp. 183-85.

 

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Este final de fray Luis está claramente inspirado en el final de Carmina I, I. Hay en este poema unos versos, 29-32 («Me doctarum hederae praemia...»), que debieron de ser muy conocidos y acaso citados para reconocer las condiciones poéticas de una persona. Así, Juan Orencio de Lastanosa los aplica, en la censura, a Juan de Moncayo, Rimas, ed. de A. Egido, Clás. Castellanos, 209 (Madrid, 1976), p. 4.

 

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Como acuñación de este sintagma horaciano, cf. el vulgo vil, v. 14 de la Oda a Salinas; la errada muchedumbre de la oda XIV, v. 18, y el ciego error (ibid., v. 65). Con mayor claridad utiliza la priamel fray Luis en la oda XIV, «Al apartamiento», tan afín temáticamente a la que nos ocupa. Cf. vv. 39 ss.: «...contemplaré el aprieto / del miserable bando, / que las saladas ondas va cortando: / el uno, que surgía / alegre ya en el puerto, salteado / del bravo soplo, guía, / apenas el navio desarmado; / el otro en la encubierta / peña rompe la nave [...] / ¡Ay, otra vez y ciento / otras seguro puerto deseado! / no me falte tu asiento, / y falte cuanto amado, / cuanto del ciego error es cudiciado» (Alcina, pp. 147-148).

 

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Novedad representaba la defensa de Horacio, dice A. Setaioli, op. cit. pp. 58-59, de dedicarse a la poesía por entero, algo poco en consonancia con la tradición romana. Pero, añadamos, la novedad reside también en el tipo de poesía escrita por el poeta, quien es consciente de que él es el creador del lirismo en Roma, lirismo, por cierto, dador también de la inmortalidad (cf. Carm. IV, 9, 1-4). No se olvide que Cicerón en el Pro Archia había considerado sólo a la poesía épica como portadora de tal eficacia.

 

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Damos el original griego para estos dos primeros versos, los más importantes para nosotros: Exqai/rw to\ poih/ma to\ knkliko\n ou)de\ keleu/qw| xai/rw, ti/s pollou\s w(=de ka\i w(=de fe/rei. Cf. la ed. de R. Pfeiffer, Callimachus (Oxford, e Typogr. Clarendoniano, 1949-1953), 2 vols. (cf. vol. II, p. 88).

 

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Epigramas, XXVIII, en Himnos, epigramas y fragmentos, trad. de L. Alberto de Cuenca y M. Brioso, Clásic. Gredos, 33 (Madrid, 1980), p. 105. Obviamente, nos encontramos aquí con un tópico de hondo calado. Cf. también el Secretum de Petrarca, en el que S. Agustín dice al poeta: «Calcatum pubblice callera fugias oportet et ad altiora suspirans paucissimorum signatum vestigiis iter arripias, ut poeticum illud audire merearis: 'macte nova virtute puer: sic itur ad astra'» (se refiere a Eneida, 9, 641, según anota ya el editor, apud Prose, cit., p. 34). Trad.: «Te conviene evitar la senda hollada por el vulgo y, suspirando por metas más altas, aferrarte al camino marcado por las huellas de una exigua minoría, para que merezcas oír aquel dicho poético: 'buen ánimo, joven; así se sube hasta los astros'». Y no hemos penetrado en el cauce religioso, presente ya en Mateo, 7, 13-15 (bien estudiado por Senabre, en su op. cit., passim). LLegando a nuestras letras, ya hemos visto en Garcilaso el uso del sintagma estrecha senda. Cf., además, Aldana, en su carta a Arias Montano, «sobre la contemplación de Dios»: «... pienso torcer de la común carrera / que sigue el vulgo...» (vv. 415-16, p. 59 de la ed. de Rivers); y «en la estrecha, de Dios, cierta carrera» (v. 804, p. 73).

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