71
Como comentario a este sintagma, cf. las anotaciones de Alcina, ed. cit., p. 146, nota 6.
72
Esta
oposición vuelve a encontrarse en el «Sermón
estoico de censura moral» (n°. 145, Blecua, pp. 130-40), pero ahora el yo del
poeta se traslada a otro personaje, Clito. Cf. vv. 80-86:
«Clito, desde la orilla / navega con la
vista el Océano: / óyele ronco, atiéndele
tirano, / y no dejes la choza por la quilla; / pues son las almas
que respira Traciá / y las iras del Noto, / muerte en el
Ponto, música en el soto»
. González Sala
(cf. ed.
cit., p. 132) anota:
«Impellunt animae linteae Traciae
»,
etc. Horatius, lib. 4, od. 12. En este
mismo «Sermón estoico...», encontramos, al
final, otra vez, la huella horaciana: «El bajel que navega / orilla, ni peligra ni se
anega»
(vv. 375-76, Blecua,
p. 140).
73
Extraordinaria
fortuna ha tenido tal oda horaciana en nuestras letras. Ya
había proporcionado una versión Francisco de Medrano,
Ode XXIV (en la que conserva la priamel del original,
ed. de D. Alonso, pp. 291-93). Cf. una
alusión a ella en el soneto de L. Carrillo de Sotomayor,
«A la suerte de los celos de su amor», vv. 9-11 (Poesías completas,
ed. de A. Costa, Madrid,
Cátedra, 1984, n°.
16, p. 73): «Envidia - cuando, fuerte y espantosa, / la mar
la rota nave ya presenta / ya al cielo, ya a la arena de su seno -
/ al rústico el piloto vida exenta».
Puede haber
aquí, además, un eco virgiliano en la
descripción, resumidísima, de la tempestad.
También tal influjo parece notarse en el salmo XX del
Heráclito cristiano de Quevedo.
74
La diversidad de
oficios es recogida en la «Cantiga» de Gil Vicente, en
Auto de la Sibila Casandra, en la que también el
poeta establece una preferencia, a la manera de alii ... ego, pero aquí
encontramos una composición de raigambre popular
(¿pudo mezclarse en ella la senda culta?). Véanse
sólo los verso que nos interesan: «Muy graciosa es la doncella, /
¡cómo es bella y hermosa! / Digas tú, el
marinero [...] / si la nave o la vela o la estrella / es tan bella.
/ Digas tú, el caballero. / [...] Digas tú, el
pastorcico / [...]»
(Lírica, ed. de A. López Castro, Madrid,
Cátedra, 1993, p. 95).
Esta diversidad de ocupaciones y deseos entre los hombres
constituye un verdadero tópico, de raigambre clásica,
según hemos visto (para testimonios en las literaturas
griegas y latinas, cf. todavía el
recuento de V. Cristóbal, en su ed., junto con M. Fernández-Galiano,
de Horacio, Odas y Epodos, Madrid, Cátedra, 1990,
p. 84). Cf. Pedro Liñán de Riaza,
«La condición humana», soneto, vv. 5-7, Blecua, Poesía de la Edad de
Oro II Barroco, p. 27:
«Todos viven penando si se advierte: /
éste por no perder lo que ha ganado, / aquél porque
jamás se vio premiado [...]».
Cf. Lupercio Leonardo de Argensola,
«Canción a la esperanza» [Rimas,
ed. de J. M. Blecua,
Clás. Castellanos, 173,
Madrid, 1973, pp. 37-39): todos
esperan (el labrador, el soldado, el marinero, el cazador).
Cf. también Andrés
Cebrián en una silva publicada en el Aula de Dios.
Cartuxa Real de Zaragoza, de Miguel de Dicastillo,
ed. cit. de A. Egido, p. 71:
«Este sigue la paz, aquél la
guerra, / éste trasiega el mar, aquél la tierra, /
éste desde su estudio mide el suelo, / y inmoble
aquél se espacia por el cielo. / Este quiere el rüido
de la caza, / y aquél más el bullicio de la plaza; /
éste procura el ocio, / aquél sigue la causa y el
negocio [...]»
(cf. p. 373). La huella horaciana es
evidente.
Pero el esquema de
la priamel no es exclusivo de los siglos áureos. Se
encuentra, desde luego, en el siglo XVIII. Dejemos aquí unas
pocas muestras. José Ma. Vaca de
Guzmán y Manrique (1744-c. 1816-1829): «Al invierno.
Canción festiva»: «Ya a las
cumbres del alto Somosierra [...] / llega [...] / el caballero
Invierno, tiritando; / los montes coronando / va ya de niebla opaca
[...]»
(vv. 1-8). El poeta
habla de los afanes de diversas gentes. Y termina como sigue:
«Canción, deja tu curso; / no
más garapiñarme, / y trata de llevarme / al brasero,
que arrastra a mi albedrío. / Con Lisi, dueño
mío, / tostaré las castañas; verás
cómo / nos burlamos del frío / con frasquillos de
anís y cinamomo»
(vv.
85-92). Poesía del siglo XVIII, ed. de John H. R. Polt (Madrid, Castalia,
1975), pp. 198-200 (claro eco
del horaciano «Vides ut
alta stet nive candidum / Soracte...»
,
Carm. I, 9, que no anota el editor).
Cf. Leandro Fernández de
Moratín: «A don Simón Rodríguez Laso
[epístola], Rector del Colegio de San Clemente de
Bologna»: «¿Ves afanarse en
modos mil, buscando / riquezas, fama, autoridad y honores, / la
humana multitud ciega y perdida? / Oye el lamento universal.
Ninguno / verás que a la Deidad con atrevidos / votos no
canse y otra suerte envidie. / [...] ¡Oh tú, del Arlas
vagaroso y humilde / orilla, rica de las mies de Ceres, / de
pámpanos y olivos! ¡Verde prado / que pasta mudo el
ganadillo errante, / áspero monte, opaca selva y
fría! / ¿Cuándo será que habitador
dichoso [cf. Fray Luis] / de cómodo, rural,
pequeño albergue, / templo de la Amistad y de las Musas, /
al cielo grato y a los hombres, vea / en deliciosa paz los
años míos / volar fugaces? [...]».
(Poesía del siglo XVIII, pp. 289-92). Es claro recuerdo del
horaciano Otium divos
rogat (Carm. II, 16).
75
F. de Rioja, Poesía, ed. de B. López Bueno (Madrid, Cátedra, 1984), pp. 183-85.
76
Este final de fray
Luis está claramente inspirado en el final de
Carmina I, I. Hay en este poema unos versos, 29-32
(«Me doctarum
hederae praemia...»
), que debieron de ser
muy conocidos y acaso citados para reconocer las condiciones
poéticas de una persona. Así, Juan Orencio de
Lastanosa los aplica, en la censura, a Juan de Moncayo,
Rimas, ed. de
A. Egido, Clás. Castellanos, 209 (Madrid,
1976), p. 4.
77
Como
acuñación de este sintagma horaciano, cf. el vulgo vil, v. 14 de la Oda a Salinas; la errada
muchedumbre de la oda XIV, v. 18, y
el ciego error (ibid., v. 65). Con mayor claridad utiliza la
priamel fray Luis en la oda XIV, «Al
apartamiento», tan afín temáticamente a la que
nos ocupa. Cf. vv. 39 ss.:
«...contemplaré el aprieto / del
miserable bando, / que las saladas ondas va cortando: / el
uno, que surgía / alegre ya en el puerto, salteado /
del bravo soplo, guía, / apenas el navio desarmado; / el
otro en la encubierta / peña rompe la nave [...] /
¡Ay, otra vez y ciento / otras seguro puerto deseado! / no
me falte tu asiento, / y falte cuanto amado, / cuanto del
ciego error es cudiciado»
(Alcina, pp. 147-148).
78
Novedad representaba la defensa de Horacio, dice A. Setaioli, op. cit. pp. 58-59, de dedicarse a la poesía por entero, algo poco en consonancia con la tradición romana. Pero, añadamos, la novedad reside también en el tipo de poesía escrita por el poeta, quien es consciente de que él es el creador del lirismo en Roma, lirismo, por cierto, dador también de la inmortalidad (cf. Carm. IV, 9, 1-4). No se olvide que Cicerón en el Pro Archia había considerado sólo a la poesía épica como portadora de tal eficacia.
79
Damos el original griego para estos dos primeros versos, los más importantes para nosotros: Exqai/rw to\ poih/ma to\ knkliko\n ou)de\ keleu/qw| xai/rw, ti/s pollou\s w(=de ka\i w(=de fe/rei. Cf. la ed. de R. Pfeiffer, Callimachus (Oxford, e Typogr. Clarendoniano, 1949-1953), 2 vols. (cf. vol. II, p. 88).
80
Epigramas, XXVIII, en Himnos, epigramas y
fragmentos, trad. de L.
Alberto de Cuenca y M. Brioso, Clásic. Gredos, 33 (Madrid, 1980),
p. 105. Obviamente, nos
encontramos aquí con un tópico de hondo calado.
Cf. también el Secretum de Petrarca, en el
que S. Agustín dice al poeta:
«Calcatum pubblice
callera fugias oportet et ad altiora suspirans paucissimorum
signatum vestigiis iter arripias, ut poeticum illud audire
merearis: 'macte nova virtute puer: sic itur ad
astra'»
(se refiere a Eneida, 9,
641, según anota ya el editor, apud
Prose, cit., p. 34). Trad.: «Te conviene evitar la
senda hollada por el vulgo y, suspirando por metas más
altas, aferrarte al camino marcado por las huellas de una exigua
minoría, para que merezcas oír aquel dicho
poético: 'buen ánimo, joven; así se sube hasta
los astros'». Y no hemos penetrado en el cauce religioso,
presente ya en Mateo, 7, 13-15 (bien estudiado por Senabre, en su
op. cit., passim). LLegando a nuestras letras, ya
hemos visto en Garcilaso el uso del sintagma estrecha
senda. Cf., además,
Aldana, en su carta a Arias Montano, «sobre la
contemplación de Dios»: «... pienso torcer de la común
carrera / que sigue el vulgo...»
(vv. 415-16, p.
59 de la ed. de Rivers); y
«en la estrecha, de Dios,
cierta carrera»
(v.
804, p. 73).