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El comulgatorio

Baltasar Gracián



[Nota preliminar: presentamos una edición modernizada de El comulgatorio de Baltasar Gracián, Zaragoza, Juan de Ybar, 1655, basándonos en la edición de Evaristo Correa Calderón (Gracián, Baltasar, El comulgatorio, Madrid, Espasa-Calpe, 1977), cuya consulta recomendamos. Con el objetivo de facilitar la lectura del texto al público no especializado se opta por ofrecer una edición modernizada y eliminar las marcas de editor, asumiendo, cuando lo creemos oportuno, las correcciones, reconstrucciones y enmiendas propuestas por Correa Calderón.]




ArribaAbajoAl lector

Entre varios libros que se me han prohijado, éste sólo reconozco por mío, digo legítimo, sirviendo esta vez al afecto más que al ingenio. Hice voto en un peligro de la vida de servir al Autor de ella con este átomo, y lo cumplo delante todo su pueblo, pues se estampa brindando a las devotas almas con el cáliz de la salud eterna. LIámole El Comulgatorio, empeñándole en que te acompañe siempre que vayas a comulgar, y tan manual, que le pueda llevar cualquiera o en el seno o en la manga. Van alternadas las consideraciones sacadas del Testamento Viejo con las del Nuevo, para la variedad y la autoridad; y en cada una el primer punto sirve a la preparación; el segundo, a la Comunión; el tercero, para sacar los frutos, y el cuarto, para dar gracias. El estilo es el que pide el tiempo. No cito los lugares de la Sagrada Escritura, porque para los doctos fuera superfluo y para los demás prolijo. Si este te acertare el gusto, te ofrezco otro de oro, pues de la preciosa muerte del justo, con afectuosos coloquios, provechosas consideraciones y devotas oraciones para aquel trance.






ArribaAbajoEl Comulgatorio

Meditaciones varias para antes y después de la Sagrada Comunión



ArribaAbajoMeditación I

De la plenitud de gracia con que la Madre de Dios fue prevenida para hospedar al Verbo Eterno. Primer ejemplar de una perfecta Comunión



Punto 1.º

Para antes de comulgar


Considera el majestuoso aparato de santidad, el colmo de virtudes con que la Madre de Dios se preparó para haber de hospedar en sus purísimas entrañas el Verbo Eterno: disposición debida a tan alta ejecución. Fue lo primero concebida y confirmada en gracia, porque ni un solo instante embarazase la culpa el animado sagrario del Señor. Llámase su padre Joaquín, que significa preparación de Dios, y su madre Ana, que es gracia, porque todo diga prevenciones de ella. Nace y mora en la Ciudad Florida, como la flor de la pureza; nómbrase María, que quiere decir Señora, con propiedad, pues hasta el mismo Príncipe de las Eternidades le está previniendo obediencias. Críase en el templo, gran maravilla del mundo, para serlo ella del Cielo. Hace voto de virginidad, reservándose puerta sellada para sólo el Príncipe, previénese su alma de la plenitud de la gracia, y alhájase su corazón de todas las virtudes, para hospedar un Señor por antonomasia Santo.

¡Pondera ahora tú, que has de llegar a recibir el mismo Verbo Encarnado en tu pecho, que María concibió en su vientre, si ella, con tanta preparación de gracias, como tú tan vacío de ellas! Mira que el que comulga, el mismo Señor recibe que María concibe, allí encarnado, aquí sacramentado; si la Madre de Dios, con tanto aparato de santidad se turba al concebirle, ¿cómo tú tan indigno no te confundes al recibirle? ¿La Virgen, llena de virtudes, teme, y tú, lleno de culpas, no tiemblas? Procura hacer concepto de una acción tan superior, y si la Virgen para concebir una vez al Verbo Eterno se dispone tantas, tú para recibirle tantas, procura prepararte esta.




Punto 2.º

Para comulgar


A esta prevención de toda la vida correspondió bien la de la ocasión. Negada estaba esta Señora al bullicio humano, entregada toda al trato divino, que retirada de la tierra, que introducida en el cielo, menester fue que entrase el Ángel a buscarla en su escondido retrete, y que llamase al retiro de su corazón; tres veces la saludó para que le atendiese una; tan dentro de sí estaba, tan engolfada en su devoción. Era velo a su belleza su virginal modestia, y el recatado encogimiento, muro de su honestidad. Admirado la saluda el Ángel, turbada le oye María, que puede enseñar a los mismos espíritus pureza. Convídala el sagrado Paraninfo con la maternidad divina y ella atiende al resguardo de su virginidad; encógese al dar el sí de la mayor grandeza, y concede, no el ser reina, sino esclava, que en cada palabra cita un prodigio, y en cada acción un extremo.

Llega, alma, y aprende virtudes, estudia perfecciones, copia este verdadero original de recibir a tu Dios; advierte con qué humildad debes llegar, con qué reverencia asistir. ¡Qué amor tan detenido! ¡Qué temor tan confiado! Si la Virgen, tan colmada de perfecciones, duda, si llena de gracias, teme, y es menester que el que es fortaleza de Dios la conforte, tú, tan vacío de virtudes, oliendo a culpas, ¿cómo te atreves a hospedar en tu pecho al infinito e inmenso Dios? ¡Pondera qué disposición será bastante, qué pureza igual! Prepara, pues, tu corazón, si no con la perfección que debes, con la gracia que alcanzares.




Punto 3.º

Para después de haber comulgado


En este purísimo Sagrario de la Gracia, en este sublime trono de todas las virtudes, toma carne el Verbo Eterno; aquí se abrevia aquel gran Dios que no cabe en los Cielos de los Cielos, y, la que ya estaba llena de gracia, quedó llena de devoción; luego que reconocería en sus purísimas entrañas su Dios Hijo, sin duda que su alma asistida de todas sus potencias se le postraría, adorándole y dedicándose toda a su cortejo y afecto; el entendimiento embelesado, contemplando aquella grandeza inmensa, reducida a la estrechez de un cuerpecito; la voluntad, inflamándose al amor de aquella infinita bondad comunicada; la memoria, repasando siempre sus misericordias; la imaginación, representándole humano y gozándole divino; los demás sentidos exteriores, hurtándose al cariño de los foranos empleos, estarían como absortos en el ya sensible Dios; los ojos provocándose a verle, los oídos ensayándose a escucharle, coronándole los brazos y sellándose los labios en su tierna humanidad.

A esta imitación sea tu empleo, ¡oh alma mía!, después de haber comulgado, cuando tienes dentro de tu pecho, real y verdaderamente, al mismo Dios y Señor; estréchate con él, asístele en atenciones de cortejo, convóquense todas tus fuerzas a servirle y todas tus potencias a adorarle. Logra en fervorosa contemplación aquellos dulcísimos coloquios, aquellas ternísimas finezas que repetía la Virgen con su Dios Hijo encerrado.




Punto 4.º

Para dar gracias


Cantó las gracias a Dios esta Señora orillas de este abismo de misericordias, más gloriosamente que la otra María, hermana de Moisés, orillas del mar Bermejo. Comenzaría luego a manifestar sus maravillas, que lo que le abrevió su vientre le engrandeció su mente. Convida a las generaciones todas la ayuden a agradecer las universales misericordias, engrandecer el santo nombre del Señor. Pasa a eternizar de progenie en progenies los divinos favores, con agradecidos encomios, y luego, volviendo atrás, porque los pasados, los presentes y venideros magnifiquen al Señor, despierta a Abraham y a su semilla, para que reconozcan y alaben la gran palabra de Dios, desempeñada cuando ya encarnada; de este modo da gracias la Virgen Madre por haber concebido al infinito Dios.

Al resonar, pues, de tan agradecidos cánticos, no estés muda tú, alma mía; y pues recibiste al mismo Señor, aplaude con voz de exultación y de exaltación, que es el sonido de tales convidados; empléense esa boca y esa lengua saboreadas con tan divino pasto, en sus dulces alabanzas. Cántale hoy al Señor un nuevo cantar por tan nuevos favores, y todo tu interior en su real divina presencia se dedique a la perseverancia de ensalzarle, por todos los siglos de los siglos. Amén.






ArribaAbajoMeditación II

Del convite del hijo pródigo, aplicado a la Comunión



Punto 1.º

Considera al inconsiderado Pródigo, caído de la mayor felicidad en la mayor desdicha, para que sienta más sus extremos; de la casa de su padre al servicio de un tirano, metido en una vil choza, consumido de la hambre, arrinconado de la desnudez, apurado de su tristeza, envidiando un vil manjar a los brutos más inmundos, y aun ese no se le permite. Aquí acordándose de la regalada mesa de su padre, y cariñoso de aquel sabroso pan que aun a los jornaleros les sobra. Viéndose hambriento de él, hártase de lágrimas, principio de su remedio, pues hacen reverdecer sus esperanzas; confiado del amor paterno, que nunca de raíz se arranca, resuélvese en volver allá y entrarse por las puertas siempre abiertas de su cielo.

Contémplate otro Pródigo, y aun más mísero, pues dejando la casa de tu Dios, y la mesa de tu padre, te trajo tu desdicha a servir tus apetitos, duros y crueles tiranos. Pondera cuán poco satisfacen los deleites, cuán poco llenan las vanidades, aunque mucho hinchan. Lamenta tu infelicidad de haber trocado los favores de hijo de Dios en desprecios de esclavo de Satanás. Saca un verdadero desengaño despreciando todo lo que es mundo, apreciando todo lo que es Cielo, y con valiente resolución vuelve, antes hoy que mañana, a la casa de tu Dios y a la mesa de tu buen Padre.




Punto 2.º

Resuelto el desengañado hijo de volver al paterno centro, dispónese con dolor para llegar al consuelo. Vuelve lo primero en sí, que aun de sí mismo estaba tan extraño. Entra reconociendo su vileza ante la mayor grandeza, y revístese de una segura confianza, que aunque él es mal hijo, tiene buen padre, y asistido de dolorosa vergüenza, llega confesando su flaqueza y su ignorancia; comienza por aquella tierna palabra: «Padre»; prosigue: «Pequé contra el Cielo y contra ti». ¡Qué presto le oye el padre de las misericordias y salta a recibirle, antes en sus entrañas que en sus brazos! No le asquea andrajoso ni le zahiere errado; escóndele, sí, entre sus brazos, porque ni aun los criados sean registros de su desventura; y aunque la necesidad del comer era más urgente, atendiendo a la decencia manda le traigan vestido nuevo, en fe de una vida nueva; ajústale el anillo de oro en el dedo, en restitución de su nobleza profanada, y viéndole de suerte que no desdice de hijo suyo, siéntale a su mesa y, vestido de gala, le regala.

Pondera tú, con qué resolución deberías levantarte de ese abismo de miserias en que te anegaron tus culpas; cómo te debes disponer con verdadera humildad para subir a la casa de tu gran Padre, con qué adorno te has de asentar a la mesa de los ángeles, no arrastrando los yerros de tus pecados, desatado, sí, por una buena confesión; vestido de la preciosa gala de la gracia, anillo en el dedo de la noble caridad, y con las ricas joyas de las virtudes, llega a lograr tan divinos favores.




Punto 3.º

Viéndole ya el padre de las misericordias aseado, dígnase de sentarle a su mesa, y para satisfacer su gran hambre, dispone sea muerto el más lucido ternerillo de sus manadas, y que todo entero, sazonado al fuego del amor, se lo presenten delante. Comenzó a cebarse con tanto gusto como traía apetito: el plato era sabroso, su necesidad grande. ¡Con qué gusto comería! ¡Oh, cómo se iría saboreando! Mirándoselo estaría su buen padre, y diría: «Dejadle comer, que lo que bien sabe, bien alimenta; trinchadle más, hacedle plato, coma a satisfacción y hágale buen provecho». Ahora sí conocería la diferencia que va de mesa a mesa, de manjar a manjares, y el que llegó a mendigar la más vil comida de los brutos, ¡cómo estimaría ahora el noble regalo de los ángeles! Que si una gota de agua de esta mesa basta a endulzar el mismo infierno, ¿qué será todo aquel pan sobresustancial?

Pondera tú, cuánto mayor es tu dicha, pues tanto más espléndida tu mesa, cuando en vez del sabroso ternerillo te comes el mismo Hijo del Eterno Padre Sacramentado; aviva la fe y despertarás el hambre; cómelo con gusto y te entrará en provecho; desmenúzale bien y te sabrá mejor; advierte lo que comes por la contemplación y lograrás vida eterna.




Punto 4.º

Quedaría el pródigo tan agradecido a tan buen padre cuan agasajado; estimador de su gran bien, al paso que desengañado. ¡Qué propósitos sacaría, tan eficaces cuan verdaderos, de nunca más perder ni su casa ni su mesa, y en medio de esta fruición, qué horror concebiría al miserable estado en que se vio! ¡Cómo atendería a no disgustarle en cosa, ya por amor de hijo, ya por recelo de desgraciado! Iríase congratulando con todos los de casa, desde el favorecido al mercenario. ¡Cómo ponderaría el favor paterno y celebraría el regalo!

¡Cuántas mayores gracias debes tú rendir habiendo comulgado, cuando te hallas tan favorecido! Corresponda al favor tu fervor, levántense tus ojos de la mesa al Cielo, y pase la lengua del gusto de Dios a sus divinas alabanzas.






ArribaAbajoMeditación III

Para comulgar con la intención del Centurión



Punto 1.º

Meditarás hoy las excelentes virtudes con que se armó este Centurión para ir a conquistar la misericordia infinita, aquella ferviente caridad con que sale en persona a buscar la salud, no ya para un hijo único, sino para un criado sobrado, y quien así se humilla con su criatura primero, ¿qué no hará después con su Criador? Conoció cuán poco valen los humanos medios sin los divinos, y así solicita estos con estimación y desengaño; no fía la diligencia al descuido de otro siervo, ni el hablar con Dios lo remite a otro tercero.

Pondera que hoy sales tú en busca del mismo Señor, no ya para solicitar la salud de un siervo, sino de tu alma; al mismo Jesús has de hablar; procura, pues, prevenirte de virtudes para conquistar sus misericordias; y llega con humildad a postrarte ante su divina presencia; saca un gran fervor de espíritu, una encendida caridad y una diligencia solícita.




Punto 2.º

Llega caritativo el Centurión, y recibe el Señor benignísimo; confía que tiene en su mano el poder, y muy a mano el quererle remediar. «Señor -dice-, un criado tengo en mi casa paralítico, tan impedido, que no ha sido posible llegar acá con el cuerpo, sí con el afecto». Respóndele el Señor: «Si él no puede venir, Yo iré allá a curarle». Repara en la infinita bondad del Salvador. No sólo le escucha, pero se digna ir a su casa a curar al siervo; remunera una gran caridad con otra mayor, no permitiendo ser en esta vencido de alguno.

Y entiende tú que, en mostrando deseo del Señor, Él mismo se convidará a entrarse por las puertas de tu pecho; ensancha los senos de tu alma para los favores de su diestra; dilata tu boca para que la llene de tan regalado manjar. Corresponda tu estimación a la infinita bondad; aviva el deseo de que venga a ti el Señor, que entre en tu pecho y sane tu alma.




Punto 3.º

Admirado el Centurión de tan divina humanidad, careando su nada con la infinita grandeza, espantado y aun confundido, exclama: «Señor, yo no soy digno de que Vos entréis en mi pobre morada. Vos, Dios infinito; yo, un vil gusano; el Cielo os viene estrecho, ¿qué será mi pobre casa? Vos, hecho a pisar alas de querubines; yo, una hormiguilla vil; yo, un pecador menos que nada». Repara que, cuando los fariseos hinchados multiplican desprecios del Señor, un soldado hace alarde de veneraciones; aquellos no se dignan de venir a Él, y el Centurión se espanta de que el Señor se digne ir a su casa.

Pondera que si el Centurión así se confunde de que el Señor quiera pisar sus umbrales, cuánto más tú de que se digne entrar, no ya en tu techo, sino en tu pecho. «Sola una palabra vuestra -dice-, es bastante a dar salud a mi criado y llenar de felicidades mi casa». Con sola una palabra se contenta, y a ti la misma palabra infinita, hecha carne, se entraña en tus entrañas. Carea la grandeza de este Señor con tu vileza, y cuando llegues a comulgar, aniquílate, pues eres nada; pondera que si para la omnipotencia bastaba una palabra, pero no para su infinita misericordia.




Punto 4.º

En qué acción de gracias prorrumpiría el Centurión a tantas misericordias; cuán agradecido quedaría después de tan favorecido: si humilde le veneró, agradecido le bendice, publicando a voces sus grandezas. Celebra también el Señor su fe, y propónenosla la Iglesia Santa por ejemplo al recibirle.

Pondera cuánto mayores gracias debes tú rendir a este Señor, cuantos mayores han sido los favores; mira que no vuelvas luego las espaldas a esta fuente de misericordia, desagradecido, sino alábale eternamente obligado, diciendo: «Cantaré las misericordias del Señor eternamente». Corresponda a este pan cotidiano un hacinamiento de gracias de cada día, practicando con el ejercicio una tan grande enseñanza de virtudes.






ArribaAbajoMeditación IV

Para comulgar con la fe de la Cananea



Punto 1.º

Considera cómo la Cananea deja su casa y su patria, comodidades y culpas, y sale tan diligente cuan afligida a pedir misericordia a la fuente de ellas; multiplicáronse sus trabajos, y así se aumentó su diligencia. Llegaron a ella los ecos de los milagrosos hechos de Cristo, y no se hizo sorda; al punto vino clamando diligente: gran disposición para parecer delante de un Señor tan amigo de comunicar el consuelo y el remedio.

Pondera cómo la Cananea viene pidiendo misericordia, y a ti te ruegan con ella; no te cuesta tanto hallar todo el pan del cielo como a esta una migaja; no el salir de tu reino ni de tu patria; no el ir al cabo del mundo a comulgar, pues en cada iglesia tienes al Señor Sacramentado, y que te está convidando. Estima una felicidad tan grande y tan a mano, y procura salir de ti mismo, de tu amor propio, de los fines errados de una intención torcida, para que entre sin embarazo este divino bien en tu pecho; saca una gran disposición de heroica fe, firme esperanza, oración perseverante y diligencia fervorosa.




Punto 2.º

Persevera en rogar la Cananea, y hace el Señor del que no la oye, cuando más la atiende; suspende sus misericordias, porque ella más conozca y repita sus miserias, que le es música sonora lo que enfado a los apóstoles.

Pondera lo que importa no desmayar en los ejercicios de virtud, y aunque el ministro del Señor tal vez se enfade, y otros te murmuren, de que frecuentes confesiones y comuniones, tú no desmayes ni te retires; persiste como Ana, aunque censurada de Helí, que no se cansa ni se enfada aquel Señor, que tiene por sus delicias los ruegos, y por descanso el estar en el pecho del que comulga; aprende perseverancia de esta fervorosa mujer, a no acobardarte con pusilanimidades, y coronarás las obras.




Punto 3.º

Prosigue el Señor en ensayar su virtud en el crisol de la prueba, para que salga más luciente el oro de su fe, campee su paciencia y se realce más su humildad; y cuando gusta de tenerla cerca, entonces la dice: «Apártate, que no es bien arrojar a los perros el pan de los hijos». Desmayara cualquiera viendo tales amagos de disfavor, mas la Cananea está tan lejos de agraviarse, que se humilla más; no la espantan rigores de Dios a la que sabe bien lo que son vejaciones del demonio; no siente los desprecios la que conoce sus deméritos. Retuerce ella el argumento, y no sólo a hombres, sino a Dios. «Sí, Señor -dice-, que las migajuelas que caen de las mesas de los señores, gajes son de los perrillos; yo me conozco, que soy delante de Vos, como decía el Santo rey, una bestezuela más inútil que un perrillo, pero también sé que Vos sois mi buen dueño, y que pues sustentáis los pajarillos del aire, no me dejaréis a mí perecer».

Pondera la excelente humildad de esta mujer, nota la lealtad de su fe, la fidelidad de su confianza, la fineza de su caridad, y si ella con una migajuela se contenta, y juzga que le sobra la dicha, tú, que no sólo alcanzas una migaja, sino que recibes todo el pan del Cielo, ¡cuánto más debes estimar y lograr su suerte! Aprende aquí la humildad y practícala en humillaciones; saca estimación del favor y adoración de la grandeza del Señor, a quien recibas.




Punto 4.º

Exclamó el Señor, oyendo tanta fineza: « ¡Oh mujer!, grande es tu fe, sea grande tu dicha; Yo te otorgo lo que pides, pues así mereces». Hizo el Señor esta demostración de admirado para que nos admirásemos nosotros y la imitásemos también.

Pondera qué gracias rendiría después la que con tal humildad llegó antes, y la que tan fiel vino pidiendo, ¡qué agradecida volvería alcanzando, cómo levantaría la voz al agradecimiento la que así el grito al ruego! ¡Oh, tú, que has conseguido tanto mayor merced, no migajuelas del favor, sino colmos de gracia! Sea también cumplido tu agradecimiento; si a gran boca, gran grito; resuenen eternamente en tu boca las divinas alabanzas.






ArribaAbajoMeditación V

Del maná, representación de este Sacramento: pondéranse las diligencias en cogerle, sus delicias en comerle y las circunstancias del guardarle



Punto 1.º

Meditarás la maravillosa disposición que precedió en aquel pueblo para recibir el milagroso manjar. Salen de Egipto y de sus tinieblas en busca de la luz, para la visión de paz; pasan un mar, abismo de miserias, dejando anegados sus enemigos mortales; caminan por un desierto, sin comunicar con las gentes, tratando con solo Dios; beben las aguas de maná, juntando la oración con la mortificación; fáltales la comida de la tierra para que apetezcan la del Cielo, que toda esta gran preparación es menester, y vivir una vida de ángeles para comer el pan de ellos.

Pondera tú, si para la figura sola, para una sombra de esta comida, precedió tanta disposición, cuál será bastante para llegar a comer el pan sobresustancial, el Cuerpo y Sangre del Señor, en verdadera y no figurada comida; cómo has de haber salido de la esclavitud del pecado, qué lejos has de estar de la ignorancia de sus tinieblas; cómo has de hermanar la oración con la mortificación; qué trato con Dios; qué retiro de los hombres; qué abstinencia de los viles manjares para lograr el maná verdadero.




Punto 2.º

Estando tan bien dispuestos, merecieron ser consolados del Señor. Envíales aquel exquisito manjar, con que quedan admirados y satisfechos; no les envía comida de la tierra, sino del Cielo, para que vivan vida de allá; no sabe a un solo manjar, sino a todos, al que cada uno desea, para que adviertan que todo el bien lo que pueden desear, allí le hallarán cifrado, y así, atónitos, decían: «¿Qué manjar es éste tan raro, venido del Cielo, enviado de la mano de Dios?»

Con cuánta más razón puedes tú hoy decir: «¿Qué comida es ésta tan preciosa?» Respóndete la fe diciendo: «Éste es un Verbo hecho Carne, y ésta una Carne hecha por un Verbo. Éste es el pan de los ángeles que los hombres se le comen; éste es aquel pan que es regalo de los reyes; éste es el maná verdadero que da vida, y, en una palabra, esto es comerse el hombre a su Dios, que como es bien infinito encierra cuantos sabores hay; gústale, mira qué suave es, y cómo sabe a todas las virtudes y gracias».




Punto 3.º

Para un manjar tan misterioso, misteriosas circunstancias se requieren: salían al alba a recogerle en aquella virgen hora, sea éste el primer cuidado del día; menester es madrugar, cueste solicitud y desvelo, antes que salga el sol, que como es tan puro y delicado, con cualquier calor del mundo se deshace. Recoge cada uno lo que basta, que no tolera humanas codicias, no se guarda para otro día, porque quiere ser pan reciente y cotidiano, avisando de su frecuencia. Conviértese luego en gusanos, roedores de la delincuente conciencia.

Pondera cuánto más puntuales y misteriosas circunstancias requiere este Maná Sacramentado. Sea éste tu primer blanco, no te distraigas a otro empleo, no seas perezoso en buscarle, que te quedarás vacío; trátale con pureza, no sea que en vez de darte vida, engendre los gusanos de tu muerte.




Punto 4.º

Quedaron favorecidas aquellas gentes, mas no agradecidas, que de ordinario las mayores misericordias de Dios se pagan con ingratitudes del hombre. Asquearon luego el sabroso manjar, que como materiales no perciben los regalos del espíritu; despreciaron el pan del Cielo y apetecieron las cebollas gitanas.

Temo, alma, no seas tú aún más desagradecida que éstos, que cuanto mayor es el favor que has recibido, tanto más culpable será la ingratitud. Celebra este verdadero maná y repite su fruición más veces que el Real Profeta en sus cánticos de alabanzas del que sólo fue representación. Préciate de buen gusto, y conózcase en no apetecer más los viles contentos de la tierra.






ArribaAbajoMeditación VI

Para comulgar con la devoción de Zaqueo



Punto 1.º

¡Oh mi Dios y mi Señor! Cuando los hinchados fariseos no se dignan de miraros, un príncipe de los publicanos solicita el veros. No llega a pedir remedio de sus males, como otros, y no porque no sean los suyos mayores, pues del alma, sino porque no los conoce. Tráele la curiosidad de conoceros milagroso, no el deseo de seguiros santo. Vase entremetiendo y no llega, que los ricos con dificultad se pueden acercar a Vos, pobre y trabajado desde nacido; nadie hace caso de él porque había hecho caso de ellos. Viéndose tan poco dispuesto, determina subir a un árbol, a lo de hombre común, y sin reparar en el decir de los hombres, atropella por ver a Dios.

Pondera hoy, alma mía, cuando sales a comulgar, que vas en busca del mismo Señor, a conocerle sales, y a contemplarle; impedirte han el verle los accidentes de pan que le rodean, y mucho más las imperfecciones que te cercan; viéndote, pues, de tan corto espíritu, como Zaqueo de cuerpo, levántate sobre ti misma, sube en el árbol de la devota contemplación o en el de la cruz de una mortificación perfecta, arraigado con la viva fe, verde con la esperanza, lleno de frutos de caridad, y con los ojos del espíritu logra el verle, solicita el contemplarle.




Punto 2.º

Estaba Zaqueo viéndoos, Señor, muy a su gozo, desde el árbol, con tanto gusto cuanto había sido su deseo; hacíase ojos por veros, y Vos, corazones porque os viese; gozaba de vuestra divina presencia, experimentaba en su alma maravillosos efectos, y cuando llegasteis a emparejar con él, mirasteis al que os miraba, levantasteis vuestros divinos ojos, que mirados o mirando, siempre fueron bienhechores. Fuéseos la palabra tras ellos, y aun el afecto, y nombrándole por su nombre, porque entienda que le atendéis y que a él se encamina un tan grande favor: «Zaqueo, le decís, desciende diligente, que hoy me quiero hospedar en tu casa muy de espacio». ¡Oh, qué gozosa admiración correspondería a una dicha tan impensada! ¡Oh, lo que valen las diligencias del hombre para con Dios, pues el que antes tenía por gran felicidad poder llegar a veros desde lejos, ya baja del árbol, ya se os acerca, se os pone al lado y se asienta a la mesa con Vos!

Imagínome subido en el árbol de la contemplación, apoyo de mi pequeñez, deseoso de ver y conocer al Señor, y que llamándome por mi nombre, me dice: «A ti digo, desciende, acércate a mí, sacramentado, llega a comulgar, que hoy me importa hospedarme en tu pecho». Hoy dice, no lo remitas a mañana. ¿Qué sabes si tendrás más tiempo? Y si el Señor dice que le importa a su misericordia cuanto más a mi miseria. Acude, ¡oh alma mía!, con diligencia fervorosa a recibirle, de modo que no lo diga a un sordo de ignorancia, a un perezoso de ingratitud.




Punto 3.º

¡Con qué presteza obedecería Zaqueo! Lo primero sería postrarse y adorar aquellos pies que se dignaban hollar los umbrales de su casa; bien quisiera fuera en esta ocasión un gran palacio, para hospedar un huésped tan magnífico. Cómo le franquearía cuanto tenía, poniéndolo a sus pies, quien así lo repartía en manos de los pobres. «La mitad -dice-, de mis rentas, doy, Señor, de limosna», y sin duda de aquí le nació la dicha, porque del hospedar al pobre se pasa a recibir al Señor; de dar de comer al mendigo, se llega a comer a Dios. Pero cuando se viese sentado a la mesa con el Señor, tan apegado con Él, a quien aun verle desde lejos no se le permitía, ¡qué gozo experimentaría su alma! No cabría en sí de contento, viendo cabía en su casa el infinito Dios.

Pondera tú, cuando te ves sentado a la mesa del altar, mucho más allegado a Cristo, pues no sólo a su mismo lado te sientas, sino que dentro de tu mismo pecho le sientes, guardado allá en tu seno. ¡Qué contento debería ser el tuyo! No haya otro en el mundo para ti; corresponda la estimación al favor, despertándose en ti un continuo afecto de volverle a lograr, desquitando el sentimiento de haber perdido tantas Comuniones en lo pasado, con la frecuencia en lo venidero.




Punto 4.º

Quedó Zaqueo tan agradecido cuan gozoso, que los humildes son muy agradecidos; todo les parece sobrado, cuanto más un favor tan poco merecido; congratulábase con sus amigos, ganándolos todos para Dios. ¡Qué gracias haría al Señor, ofreciéndole cuanto tenía, y en primer lugar su corazón! «Desde hoy, Señor, que os he conocido, os comenzaré a servir; mudanza ha sido de vuestra diestra». Levantole el Señor para echarle la bendición, colmando su casa de bienes y su alma de perfecciones.

Pondera cuánto más agradecido debes tú mostrarte, pues si allí el Señor se dignó entrar dentro de la casa de aquel publicano, aquí, dentro de tu pecho; allí convidó Zaqueo al Señor, aquí el Señor te regala; allí le ofreció Zaqueo toda su casa, aquí has de ofrecer toda tu alma y tu entendimiento para conocerle, tu voluntad para amarle, suplicándole te eche la bendición, no ya de hijo de Abraham, sino de aquel gran Padre que vive y reina por todos los siglos. Amén.






ArribaAbajoMeditación VII

Para comulgar con la confianza de la mujer que tocó la orla de la vestidura de Cristo



Punto 1.º

Considera cómo habiendo padecido esta mujer tantos años una gran pensión del vivir, achaque de la culpa, y viendo cuán poco le habían valido los médicos de la tierra, hoy acude al del Cielo; previénese en vez de paga, de una rica confianza en el poder y querer de este Señor; sabe que con este Médico Divino, el dar ha de ser pedir, y así viene diciendo: «Yo sé que si llego a tocar, aunque no sea sino un solo hilo de su ropa, tendré seguro el de mi vida, aunque delgado». ¡Oh grande mujer! ¡Oh gran misericordia del Señor! Otros médicos tocan al enfermo para curarle, aquí el enfermo toca al Médico para sanar. «Yo conozco», decía, «su infinita virtud; grande es su poder, igual es su bondad; tan misericordioso es como poderoso; tóquele yo, que Él me curará».

Reconoce tú los graves achaques que en imperfecciones afligen tu alma, ese flujo de pasiones, reflujo de pecados; concibe un gran deseo de sanar, que es la primera disposición para la salud. Entiende que aquí tienes el mismo Médico divino que sana a tantos enfermos; acude con viva fe, con heroica confianza de que todo tu remedio consiste en tocarle y recibirle.




Punto 2.º

Ceñía por todas partes el tropel de la gente al Salvador, rodeado iba de corazones, asistido de afectos, y así no la daban lugar a esta mujer para poder llegar a pedirle la salud cara a cara, que siempre se les ponen delante grandes estorbos a los que tratan de acercarse a Dios. Viendo esto, diría: «No merezco yo tanta dicha de poder hablar a mi Dios y mi Señor, siendo polvo y ceniza; mas yo sé que es tanta su virtud, que con sólo que yo toque la fimbria de su manto, quedaré sana». Ella creyó, y el Señor obró; tocó la ropa, y al mismo punto quedó buena. Otros muchos apretaron al Señor y no sanaron; ésta sí, que llegó con viva fe, con eterna confianza; no le tocó con sola la mano, acompañola con el fervoroso espíritu y tocole al Señor en lo más vivo, que es la grandeza de su misericordia.

Pondera ahora tú que llegas a comulgar, cuánto mayor es tu dicha, pues no sólo tocas el ruedo de su vestidura, sino a todo el Señor; tú le abrazas, tú le aprietas, en tu pecho le encierras, todo entero te le comes; aviva, pues, tu fe, enciende tu caridad, reconoce tu dicha, estima la ocasión, y pues tocas la orla de las especies Sacramentales, concibe una gran confianza de que has de cobrar entera salud de todos tus vicios y pasiones.




Punto 3.º

«¿Quién me ha tocado?», dijo al punto Cristo, y San Pedro: «¡Oh, Señor!», respondió, «están os apretando tantos y por todas partes, y decís ¿quién me ha tocado?» Sí, que aunque muchos se llegan a Jesús, pero no le tocan vivamente, no le adoran con espíritu: ésta sí que le tocó en lo más sensible de su infinita bondad; ella, con fervor; ellos, con frialdad, y así, ni el Señor los siente ni ellos sienten su divina virtud.

Oye cómo te pregunta a ti el mismo Cristo hoy: «¿Hasme tocado, alma, con fe viva? ¿Has comulgado con fervor, o no más de por costumbre? ¿Quién es el que me ha tocado vivamente?» ¡Oh, cuántos llegan a comulgar que no le tocan al Señor, ni aun en el más mínimo hilo de la ropa! ¡Cuántos le reciben sin la debida preparación! Y así, sin fruto, no sanan de sus llagas, porque no le tocan con sus corazones; no curan, porque no se curan. Saca de aquí un gran espíritu para acercarte a este Señor Sacramentado, de modo que Él sienta tu fervor y tú experimentes su favor.




Punto 4.º

Admira la mujer de lo que siente y lo que oye, de ver una maravilla tras otra, llena de temor y de amor, no menos de verse descubierta que sana, confiesa a la par su indignidad y su dicha, rinde gracias a sus misericordias. Llamola hija del Señor, que fue confirmar su bendición, y volviola a encargar la confianza, pues tan bien le fue con ella.

Pondera qué gracias debes tú dar a un Señor que no ya un hilo de su ropa, sino todo su cuerpo y su sangre te ha franqueado; que no sólo te concede que le toques, sino que le comas. Sea comenzar el hilo de sus alabanzas, sin romperle eternamente. ¡Oh con cuánta más razón podrá llamarse hijo de Dios el que comulga dignamente! Pues así como el hijo vive por el padre, así el que comulga vive por Cristo, porque se alimenta de su cuerpo, vive en Cristo porque permanece en Él. Saca un amor reverencial cuando llegas a tocar con tus labios, con tu lengua y con tus entrañas este Sacramentado Señor, y sea de modo que quedes tan agradecido cuan curado.






ArribaAbajoMeditación VIII

De la entrada del arca del testamento en casa de Obededón y cómo la llenó de bendiciones



Punto 1.º

¡Contempla la castigada temeridad de Oza, qué temor causaría en los presentes! Temblaron todos los legos, viendo muerto el sacerdote, y dirían: «Si éste, porque sólo alargó la mano a detener el Arca en el temido riesgo, así lo paga, ¡qué no merecerá el que la hospedare indignamente!» Él levantó la mano y todos la metieron en su pecho; todos temieron y todos se retiraron; hasta el mismo Santo Rey receló indigno su real palacio para tan gran huésped, y le juzgó insuficiente a tan divino cortejo.

Ponderarás tú, ahora, si una arca, que no fue más de sombra de este Divino Sacramento, así la cela el Señor, tal respeto la concilia, con tanta majestad quiere sea tratada, ¿qué reverencia, qué recato, qué pureza será bastante para haber de recibir al mismo inmenso e infinito Dios, contenido en esta Hostia? Si los ángeles asisten con temor, ¿cómo tú te llegas sin recelo? Si la pureza de los solares rayos no basta para viril, ¿cómo será decente centro la vileza de tu corazón, la inmundicia de tu conciencia? Saca una reverencia temerosa y un respetuoso temor, para llegar a encerrar toda la incomprensible Majestad del cielo en la corta morada de tu pecho.




Punto 2.º

Dispone el rey sea llevada el Arca a casa, no de un príncipe, sino de un hombre virtuoso, que es la verdadera nobleza: era grande en los ojos del Señor, porque humilde en los suyos. Confirmó el Cielo la elección con multiplicados beneficios; eran muchas sus virtudes, pero mayor su humildad, grande su mérito, igual su encogimiento. Llamábase Obededón, que significa siervo del Señor, que es gran atractivo de la viva grandeza hacerse esclavo el que le ha de recibir; es la humildad la tablilla que nos muestra la posada de Dios. Teníase por más indigno que todos de hospedar el Arca en su casa, pero ejecutolo por obediencia, y así pudo cantar las conseguidas victorias, aunque no contar las recibidas mercedes. ¡Con qué diligencia la dispondría, adornándola más de virtudes que de preciosidades! No faltaría el temor de Dios afectuoso, ni el amor muy recatado.

Pondera que has de hospedar hoy, no la sombra, sino el Sol mismo, aunque dentro de la nube de los accidentes; no ya la figura, sino la realidad de un Dios real y verdaderamente encerrado en esta Hostia; no en tu casa, sino en tu pecho. ¡Cómo te debes disponer, cómo debes adornar el templo de tu alma de riqueza en virtudes, de alhajas en méritos! Mira que hoy dispone el Rey del Cielo que entre el Arca de su Cuerpo Sacramentado bajo tu techo, en tus mismas entrañas; advierte, pues, con qué confusión la debes recibir, con qué reverencia cortejar.




Punto 3.º

Entró el Arca del Señor en casa de Obededón, favorecida primero en recibirla, y dichosa después en recibir bendiciones: no fue casa vacía, sino llena de devoción; tampoco lo fue el Arca, llena sí de los tesoros del Cielo, colmándola de felicidades. ¡Qué gozoso se hallaría Obededón al ver que cuando él temía rigores, experimentaba favores! ¡Tanto se premian servicios de obediencia, obsequios de humildad! Pagole bien el hospedaje el Señor, que como tan gran rey, donde una vez entra, nunca más se conoce miseria.

Pondera tú, qué mercedes no te puedes prometer el día que esta Arca verdadera, no vacía, sino llena del divino Maná del Cuerpo y Sangre de Cristo, verdadero Dios y Señor, entra en tu pecho. Aquélla fue la caja, ésta la joya; aquélla llenó de bienes la casa de Obededón, porque fue figura de ésta. ¡Cuánto más colmará ésta de favores tu corazón! Logra la ocasión que tienes; advierte que aquí están todos los tesoros de Dios, la mira rica de la Gracia; sabe pedir, que el mismo rey en persona tienes hospedado en tus entrañas.




Punto 4.º

No fue la menor de las recibidas mercedes el agradecimiento de Obededón y de todos los de su casa, y fue tan grande que llegó a ser fama: no se hablaba de otro en toda Israel, celebrando todas las felicidades de su casa; emulábanle la dicha y pudieran la virtud. Hasta el santo rey David, ya animado, trató de llevar el Arca a su real palacio, deseando emplearse en los obsequios y participar de los beneficios.

¡Oh, tú que hoy has comulgado!, mira que no enmudezcas a las divinas alabanzas; parte es de merced el agradecimiento, y pues te reconoces tanto más favorecido que Obededón, muéstrate otro tanto más agradecido: serán estas gracias empeño de nuevos favores, y pues todos los de tu casa han participado de las divinas mercedes, todas tus fuerzas y todas tus potencias se empleen en alabar al Señor; convida a las generaciones de las generaciones; con el santo Rey Profeta te ayuden a cantar las misericordias del Señor por todas las eternidades de las eternidades. Amén.






ArribaAbajoMeditación IX

Para llegar a comulgar con el encogimiento de san Pedro



Punto 1.º

Considera que si Juan mereció recibir tantos favores de su Divino Maestro por lo virgen, Pedro los consiguió por lo humilde. Juan fue el discípulo amado, Pedro el humillado: había de ser cabeza de la Iglesia y superior a todos por su dignidad, pero él se hacía pies de todos por su humildad. Lo que le arrebataba el fervor en las ocasiones, le detenía su encogimiento; no osaba preguntar al Señor, y así el Señor le pregunta a él; cuando los otros pretendían las primeras filas, él no se tenía por digno de estar delante de su Maestro. Agradado el Señor de este encogimiento, dejando las otras barcas, entra la suya, desde ella predica y en ella descansa; llevaba Pedro las reprehensiones, pero gozaba de los especiales favores.

Pondera qué buena disposición esta de la humildad para llegar a recibir a un Señor que se agrada tanto de los humildes; y para haber de comulgar procura prevenirte de este santo encogimiento; retírate reconociendo tu bajeza, para que el Señor te adelante a gozar de su grandeza; siéntate en el último lugar en este divino convite, que el Señor te subirá más arriba; humíllate cuanto más quisieres agradar a un Señor que se le van los ojos tras los mansos y pequeños.




Punto 2.º

Desvelados los Apóstoles, trabajaron toda una noche y nada cogieron, porque no les asistía su Divino Maestro; estaban a oscuras sin su vista, y de balde sin su asistencia, que donde Él falta nada sale con felicidad. Pasó ya la noche de su ausencia, amaneció aquel Sol Divino, y todo se llenó de sus alegres influencias. Abrió San Pedro los ojos de su fe, y conociose a sí mismo y a su Divino Maestro, reconoció su propia flaqueza y el poder del Señor, su vileza y su grandeza; en sí halló nada y en Dios todo, y así, dijo: «Divino Maestro, toda la noche hemos remado y nada conseguido, que sin Vos nada somos y nada valemos; mas ahora, en vuestro nombre calaré las redes». Ejecutolo con esta confianza y logró el lance con doblada dicha, pues pudieron llenar ambas barcas de la abundante pesca.

¡Oh alma mía!, tú que andas toda la noche de esta tenebrosa vida zozobrando en el inconstante mar del mundo, donde no hay hallar seguridad ni sosiego, oye lo que el Señor desde aquel viril te está diciendo: «Echa el lance de tus deseos a la mano derecha de las verdaderas felicidades, y llenarás tu seno de los eternos bienes; cala la red hacia el seno de esta Hostia, y te apacentarás, no ya de los sabrosos pescados, sino de mi mismo cuerpo». Mírale con los ojos de la fe de Pedro, ve careando tu pobreza con su riqueza; tu cortedad con su infinidad; tu flaqueza con su omnipotencia; tu nada con el todo, y dile: «Señor, sin Vos nada soy, nada valgo y nada puedo».




Punto 3.º

Confúndese San Pedro, considerándose pecador, ante aquella inmensa bondad, aniquílase flaco ante el infinito poder, y lleno de humilde encogimiento, viéndose en presencia del Señor, exclama temeroso y dice reverente: «Señor, apartaos de mí, que soy un gran pecador; retiraos ya que no puedo huir de Vos», que fue decir: «¿Quién soy yo? ¿Quién sois Vos, Señor? Yo, una vil criatura; Vos, el Omnipotente Criador; yo, la misma ignorancia; Vos, sabiduría infinita; yo, frágil, que hoy soy y mañana desaparezco; Vos, indefectible y eterno; yo, un vil gusano de la tierra; Vos, el Soberano Monarca de los Cielos; yo, flaco; Vos, todopoderoso; yo, corto; Vos, inmenso; yo, pobre mendigo; Vos, la riqueza del Padre; yo, necesitado; Vos, independiente; yo, al fin nada, y Vos, todo. Señor mío y Dios mío, ¿cómo me sufrís en vuestra presencia?»

¡Oh alma mía, con cuánta más razón podrías tú exclamar y decir lo que San Pedro! Que si él, por sólo estar delante del Señor así se confunde y se aniquila, tú, que no sólo estás en su divina presencia, sino que le tocas con impuros labios, que le recibes en inmunda boca, que le metes en tan villano pecho, que le encierras real y verdaderamente en tus viles entrañas, ¿cómo no das voces, diciendo: «Señor, retiraos de mí, que soy el mayor de los pecadores? ¿Cómo me podéis sufrir ante Vos, Dios mío, y todas mis cosas? Yo nada, y todas las nadas». ¡Con qué reverencia, con qué pasmo, con qué confusión habías de llegarte a comulgar, a vista de tan inmensa grandeza!




Punto 4.º

No le echa de su presencia el Señor a Pedro, antes le une más estrechamente consigo; está tan lejos de apartar los ojos de su humildad, que se le van tras ella; no le niega el rostro, franquéale, sí, el corazón y agradece de su recatado encogimiento, trata de encomendarle sus tesoros, las margaritas más preciosas y que más le cuestan, sus corderillos y ovejas. Quedó Pedro tan agradecido cuanto antes retirado, dos veces confundido de la repetida benignidad de su Señor, y si antes se negaba a su presencia, ya se adelanta a su alabanza, desempeñando humildades de su desconfianza, en animosos agradecimientos de su dicha.

¡Oh Señor mío y todo mi bien! ¡Cuánto más obligado me reconozco yo hoy, cuando llego a recibiros, pues no sólo me permitís estar ante vuestra infinita grandeza, sino que os dignáis de estar Vos mismo, real y verdaderamente, dentro de mi pecho! Vos en mí y yo en Vos, que sois mi centro y todo mi bien; sea yo tan puntual en los obsequios como Vos generoso en los favores; no se muestre villano un pecho tan privilegiado y favorecido, y sea la confesión de mi vileza pregón repetido de vuestras inmensas glorias. Amén.






ArribaAbajoMeditación X

Para recibir al Señor con las diligencias de Marta y las finezas de María



Punto 1.º

Contempla cuando las dos hermanas en sangre, y mucho más en el espíritu, entendieron que el Señor iba a honrarles su casa, ¡qué estimación concebirían!, ¡qué gozo recibirían de un tan grande favor! ¡Con qué deseo esperaría Magdalena a aquel Señor que algún día con tanta ansia había ido a buscar! Y si tuvo entonces por gran dicha el ser bien recibida, hoy estimaría por singular favor el poderle recibir. ¡Qué preparación harían tan grande, las que tan bien conocían la majestad y grandeza del huésped que esperaban! Grande sería el adorno de las salas, mayor el de sus corazones, y las ricas alhajas simbolizarían sus preciosas virtudes.

Pondera tú, que el mismo Señor, real y verdaderamente viene hoy en persona a hospedarse en el castillo de tu corazón, trata de entregarle las llaves que son tus potencias y sentidos; hermánense tu voluntad y entendimiento para asistirle con estimaciones y fineza; preceda una grande preparación de alhajas en virtudes, con mucha limpieza de conciencia, oliendo todo a gracia y santidad.




Punto 2.º

Vase llegando el Divino Maestro a las puertas del castillo, ostentando en su divino rostro un celestial agrado; saldríanle a recibir las dos hermanas con afectuosa reverencia, seguidas de toda su familia, porque todos se empleasen en servir al Señor. ¡Qué gozosas le reciben! ¡Qué agradecidas le saludan! ¡Qué corteses le agasajan! ¡Paréceme que estoy viendo a Marta muy solícita y a María afectuosa! Pero ¡con qué soberana apacibilidad correspondería el Señor a sus afectos! Llevaríanle en medio, en emulación de ambos serafines, aleando entrambos, la una amando y la otra sirviendo. Conduciríanle a la más aliñada pieza, digo al centro de su corazón, y allí no perderían punto de oír su celestial conversación, de gozar de su divina presencia.

¡Oh, tú que recibes hoy al mismo Divino Huésped, mira que llega ya a las puertas de tus labios, al castillo de tu pecho, salte el alma de contento a recibirle, acompañada de todas sus potencias y sentidos, sin que ninguno se divierta! Salga la solicitud de Marta y la devoción de María; avívese tu fe, esfuércese tu esperanza, enciéndase tu caridad, y condúcele al adornado centro de tu corazón.




Punto 3.º

Divídense las dos hermanas los dos diferentes empleos, aunque ambos dirigidos al divino servicio. Acude Marta a prevenir el regalo material, quédase María gozando del espiritual; Marta prepara la comida, María goza del pasto de la celestial doctrina, y como acostumbraba a los pies de su Maestro, donde halló el perdón, ahora solicita el consuelo; prosigue amante la que ya penitente. ¡Con qué fruición asistiría a la real divina presencia! ¡Qué absorta oyendo platicar a Cristo! ¡Qué altamente guardaría aquellas palabras de vida eterna! ¡Oh, qué consuelo siente un alma puesta a los pies de este Señor, después de haberle recibido! ¡Qué oración tan provechosa! ¡Qué comunicación tan agradable! Da quejas Marta al Señor de que su hermana la haya dejado sola, confesando la desigualdad de su empleo, y ponderola el Señor con aquellas tan magistrales palabras, diciendo: «Marta, Marta, toda tu solicitud de la comida del cuerpo es turbación, y sosiego la del espíritu. De verdad que sólo un manjar es necesario, y ése da vida eterna: bien supo escoger María».

Oye, alma, cómo te dice el mismo Señor a ti otro tanto: que te distraes en los bienes perecederos, que cuidas de los manjares de la tierra. No hay regalo como el Divino Sacramento: llégate a Mí y goza de mi dulce presencia, recíbeme en tu pecho y estate aquí conmigo, que ésta es la bienaventuranza de la tierra; no pierdas este buen rato de una santa y fervorosa Comunión.




Punto 4.º

¡Qué agradecida quedaría María al duplicado favor, qué desengañada Marta de que no hay otro comer como gustar del Señor, apacentarse de su celestial doctrina y gozar de su divina presencia! No respondió palabra María, que estaba toda puesta en amar y agradecer, y quien así recibe favores de su Dios, no repara en agravios de su prójimo; habla con el corazón quien bien ama, remitiendo las palabras a los hechos.

Aprende tú, ¡oh alma mía!, a estimar y a agradecer: sean alabanzas los suspiros, y una Comunión agradecida obsequio de la otra; habla con el corazón si amas, y sea tu único cuidado asistir y cortejar al Señor que has recibido. Saca un hastío grande a todos los contentos humanos, y apetece sólo el manjar divino; más cercano tienes al Señor que María, pues no sólo te concede estar a sus pies, sino estar Él dentro de tu pecho; reconoce doblado el favor y rinde doblado el agradecimiento.






ArribaAbajoMeditación XI

Del banquete de Josef a sus hermanos



Punto 1.º

Carea la benignidad de Josef con la crueldad de sus hermanos; todos conspiran en vender. ¿Quién? A un hermano, por su ternura amable y por su inocencia apacible. ¿Por qué? Sin culpas propias, antes por las ajenas. ¿A quiénes? A unos tan enemigos como infieles, tan bárbaros como gitanos. ¿Por cuánto? Por el precio y la inocencia de un cordero. ¿Con qué palabras? Cargándole de injurias, llamándole príncipe fingido y hartándole de oprobios como a sol soñado. ¿De qué modo? Despojándole de la túnica, si no inconsútil, talar. ¿Adónde le echan? Al desierto de un Egipto, al olvido de una cárcel.

Alma, ¿quién es este verdadero José, vendido, injuriado y maltratado? El benignísimo Jesús, amable por lo hermano y venerable por lo Señor. ¿Quién le vendió? Tú, vil e ingrata criatura. ¿Por cuánto? Por un vil interés, por un sucio deleite. ¿De qué modo? Pecando tan sin temor, ofendiéndole tan sin vergüenza. ¿Cuántas veces? Cada día, cada hora y cada instante. Confúndete, pues, hoy que llegas a su divina presencia, con más causa que los hermanos de Josef, que aquí le tienes, no virrey de Egipto, sino Rey del Cielo; si aquél disimulado, éste encubierto; si aquél les daba trigo, este Señor se te da en pan. Entra reconociendo tus traiciones, antes de recibir sus favores; pídele que te perdone, antes que te convide; échate a sus pies, antes que te sientes a su lado; mezcla tus lágrimas con la bebida y come la ceniza de tu penitencia con el pan de tu regalo.




Punto 2.º

Considera el mansísimo Josef, con qué amor corresponde al odio de sus hermanos; no se contenta con hospedarlos en su casa, sino que los mete dentro de sus entrañas; trueca las venganzas de ofendido en finezas de amoroso, reconociendo a los que le desconocieron y honrando a los que le injuriaron; enlaza con cariñosos abrazos a los que le ataron con inhumanos cordeles, y en vez de lazo al cuello retorna afectuosos abrazos; trata de enriquecer a los que le desnudaron, y llena de dones a los que de baldones; despierta con esto los que le tuvieron por dormido, y adoran verdadero al que despreciaron soñado; no sólo les da el trigo que vienen a buscar, sino que los sienta a su mesa y los festeja con espléndido banquete.

¡Oh bondad divina! ¡Oh benignidad incomprensible del dulcísimo cordero Jesús! En la misma noche en que era entregado a sus enemigos en venganza, se entrega Él a sus amigos en comida, recambia las amarguras en dulzuras, brinda con su sangre a los hombres, que andan trazando bebérsela; y cuando ellos aspiran a comérsele a bocados por rencor, Él se les da en banquete por amor; brinda con la dulzura de su Cáliz a los que le preparan la hiel y vinagre; trata de metérseles en el pecho a los que le han de abrir el costado; toma el pan en las manos liberales que han de ser barrenadas con los clavos; alárgalas con liberalidad, cuando han de ser estiradas con crueldad; endulza con leche y miel aquellas bocas que han de escupir su rostro. Dime, ahora, pecador, ¿puédese imaginar mayor ingratitud que la tuya, ni mayor bondad que la del Señor? Coteja estos dos extremos y échate, a los pies de un tan buen hermano, reconociendo tu culpa, solicitando el perdón que no es posible te le niegue el que se te da todo en comida.




Punto 3.º

Olvidando antiguos agravios Josef, inventa nuevos favores, y cuando todo el mundo está pereciendo de hambre, dispone hacerles un banquete: «Comed -les dice-, que yo soy Josef, no enemigo, sino muy hermano vuestro; no enojado, sino misericordioso». Comían como hambrientos y Él les hacía plato, y cuando con sólo pan se contentaran para satisfacer su hambre, logran sazonados manjares para su regalo; no envidian el manojo superior, sino que gozan de sus frutos, y el Benjamín, sin culpa, como era lobo rapaz, tragaba al doble que todos.

¡Oh, tú que estás sentado a la mesa del Altar, reconoce tu buen hermano Jesús, que no sólo se convida, sino que se te da en comida; fíase de ti, pues se entra dentro de tu pecho y se mete en tus entrañas! Mira que no vuelvas a hacer traición, cometiendo nuevas culpas; come como hambriento y lograrás el regalo; que cuando los demás perecen de hambre, a ti te sobran las delicias; come con desahogo y confianza, que esa casa y esa mesa, siendo de Jesús tu hermano, tuya es, y te está diciendo: «Yo soy Jesús, a quien tú vendiste y perseguiste, no enojado, sino perdonador; acércate a Mí sin recelo y colócame en tus entrañas con amor».




Punto 4.º

Volverían los hermanos tan agradecidos cuan satisfechos, ya de los beneficios recibidos, ya de las injurias olvidadas. ¡Cómo irían por el camino celebrando su dicha, pues cuando temieron castigos experimentaron honras y favores! ¡Con qué diligencia caminarían a llevar las buenas nuevas a su padre, del hijo de Josef vivo, los que se las llevaron tan tristes algún día, de despedazado! ¡Cómo se congratularían con su buen padre de la recíproca dicha del hermano! ¡Y cómo alternarían con él las gracias y alabanzas al Cielo! Haríanse lenguas en repetir una y muchas veces el suceso, y no se contentarían con que lo relatase uno, sino que todos lo volverían a repetir.

Alma, más debe a quien más se le perdona. ¡Qué gracias debes tú rendir a un Señor que tantas veces te ha perdonado y sentado a su mesa! Lleva las buenas nuevas al Padre Celestial; lleguen hasta el Cielo los nuevos cánticos de tu agradecimiento, volviendo una y muchas veces a repetir tu dicha y a frecuentar la Mesa del Altar.





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