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ArribaAbajoMeditación XII

Para recibir al Señor con la humildad del Publicano



Punto 1.º

Considera cómo se dispone este gran pecador para poder parecer ante el Divino acatamiento; previénese de humildad, todo lo que le falta de virtud; ahonda en el propio conocimiento, para poder llegar a la infinita Alteza; no halla en sí sino culpas y en Dios misericordias. «¿Quién soy yo», diría, «que me atrevo a entrar en la casa del Señor? ¡Yo tan malo, y Él tan bueno! ¡Yo abominable pecador, y Él tan amable Señor! Yo soy un vil gusano, y así iré rastrando por el suelo a su templo. ¿Todo lo habrá de poner el Señor de su casa, cuando yo nada tengo y nada puedo? Un monstruo he sido en el pecar, mas el Señor es un prodigio en el perdonar; confiado, pues, en su bondad, lo que confundido de mi malicia, aunque sea un polvo enfadoso, un lodo inmundo, tengo de entrarme hoy por las puertas de su casa». Encuentra al subir con un fariseo y confúndese más viéndose pecador, a vista de aquel que tiene por espejo de su virtud que de todo saca materia de humillación.

Pondera, ¡oh, tú que has de subir hoy al templo, no sólo a hablar con el Señor, sino a recibirle; no sólo a ponerte en su presencia, sino a ponerle dentro de tu pecho, siendo un tan gran pecador, con qué confusión debes llegar! No subas como fariseo, sino como humilde Publicano; no te muevas con el pie de la soberbia, sino ahondando en tu propia bajeza, confesando tu indignidad e invocando la infinita misericordia.




Punto 2.º

Entra en el templo temeroso el Publicano, que ya poco fuera reverente. Pero ¿qué mucho si ve temblar las mismas columnas del Cielo? Quédase lejos por humildad el que se alejó por el pecado, escoge para sí el ínfimo lugar, teniéndose por el mayor pecador; aun al Fariseo no se osa acercar, cuanto menos a Dios; busca un rincón del templo el que no osa parecer en el mundo, y aun ése le parece favorable favor; no se atreve a mirar al Cielo porque sabe pecó contra él; hiere el pecho con repetidos golpes, ya para castigarle culpado, ya para despertarle adormecido; llamando está a su corazón, y al Cielo, para ablandarles a entrambos. «Señor -dice-, sed propicio para mí, pecador, así como lo sois para todos», que fue decir: «Señor, yo soy el pecador, Vos el perdonador; grande es mi miseria, mayor es vuestra misericordia. Señor, gran perdón, según vuestra bondad, y según la multitud de vuestras conmiseraciones; borrad la multitud de mis pecados».

Contempla, alma mía, este ejemplar de penitencia: si este Publicano, aun de hablar con Dios desde lejos se juzga indigno, ¿cómo te has de llegar tú a recibirle? Él se queda en un rincón, ¿cómo te atreves tú a acercar al Altar? Él no osa abrir los ojos para ver a Dios, ¿y tú abres la boca para comulgar? Él hiere su pecho ante el Señor, ¿y tú le metes dentro de tu pecho? Él se aniquila pecador, ¿y tú, tanto mayor, no te confundes? ¿Qué haces que no das voces diciendo al Señor: «Sed propicio para mí también, aunque soy el mayor de los pecadores. Señor, grande es mi confusión, sea grande vuestro perdón. Señor, en mí está la miseria; pero en Vos la misericordia»?




Punto 3.º

¡Oh, poderosa humildad! Contempla cuán agradable es a Dios: no parecía tener cosa buena el Publicano sino la humildad, ni otra mala el Fariseo sino la soberbia, y aquélla agradó tanto al Señor que le atrajo a donde estaba, y ésta le ofendió de suerte que de todo punto le ausentó. Echó la altivez al Fariseo del más alto lugar, y la humillación realzó al Publicano del más bajo; que no es nuevo en la soberbia hacer de ángeles demonios, así como en la humildad hacer de pecadores ángeles. Ya mira el Señor al que no le osaba mirar, y aparta sus ojos del que se complace en sí mismo; ocupa la divina gracia aquel pecho que ocupó la confusión, y es admitido de los ángeles el que es desechado del Fariseo. Hállase el Publicano con su Dios y Señor dentro de sí por la gracia, ya le hospeda en su corazón. ¡Qué contento le adora, qué afectuoso le abraza, qué dichoso le goza!

Alma, llega con tu humildad al Altar, que así quiere el Señor ser recibido; no hay mayor agasajo para tanta alteza que el conocimiento de tu bajeza; asístele con encogimiento y gozarás con más dicha; aniquílate tú para engrandecerle a Él; desprecia tu nada y lograrás el todo.




Punto 4.º

¡Qué contento bajaría el Publicano como tan bien despachado! Subió lleno de dolor, y baja lleno de consuelo. Poco habló al pedir; mucho, sí, al agradecer. Si antes confesara sus culpas, pregona ya las misericordias del Señor. Dábale saltos de contento el corazón que recibió tantos golpes de penitencia, no cabiéndole en el pecho ahora de gozo, ni antes de sentimiento, y es sin duda que no volvería por el mismo camino, sino por el de la virtud, a la inmortal corona.

¡Oh, tú que has comulgado!, da gracias al Señor, como el Publicano, y no con el Fariseo, de las culpas perdonadas, no de las virtudes presumidas; no blasones merecimientos; agradece, sí, misericordias; vuelve de la Sagrada Comunión muy otro, y por diferente camino; no sea por el mismo, porque no te vuelvan a emprender tus pasiones que te aguardan, ni los vicios pasados, que están a la espera; y si el venir fue llorando, el volver sea cantando, con el manojo del Pan del Cielo; da gracias, pues recibiste perdones, y ensalza a un Señor que pone sus ojos en los humildes.






ArribaAbajoMeditación XIII

De la magnificencia con que edificó Salomón el templo, y el aparato con que le dedicó, aplicado a la Comunión



Punto 1.º

Considera la majestuosa grandeza del templo de Salomón. No quiso el Señor se lo erigiese el belicoso padre, sino el hijo pacífico y sabio, que es de sabios amar la paz. Siete años tardó en construirle, empleando su sabiduría, que fue la mayor, y su poder, que fue igual; y toda esta magnificencia, riqueza, artificio, ornato y majestad, fue para colocar una Arca que no era más que sombra, una figura, una representación de este Divinísimo Sacramento.

Pondera tú hoy, que has de colocar en tu pecho, no la sombra, sino la misma luz; no la figura, sino la misma realidad; no el Arca del Testamento, sino al mismo Dios y Señor Sacramentado: ¿Qué templo de devoción deberías tú construir? ¿Qué Sancta Sanctorum de perfección y santidad en medio de tu corazón? Si Salomón gastó siete años en edificar el Templo material, emplea tú siete horas siquiera en preparar tu alma, cuando fuera poco toda una eternidad. Compitan con las piedras finas las virtudes; suceda al oro brillante la encendida caridad; truéquense las maderas olorosas en fragantes oraciones, los aromas en suspiros, y campee, no ya la sutileza del arte, sino la hermosura de la gracia.




Punto 2.º

Llegó el festivo día, tan venerado como deseado, de la dedicación del Templo; concurrió toda Israel a hospedar y a cortejar su gran Dios: venían todos vestidos de gala y revestidos de devoción; ardían las víctimas a par de los inflamados corazones; como era fiesta común de todos, participaron todos, grandes y pequeños, pobres y ricos, del universal consuelo. Pero entre todos se señaló el religioso príncipe, dando a todos ánimo y ejemplo. Hincó en tierra ambas rodillas, y fijó ambos ojos en el cielo, lastrando con humildad el vuelo de su oración, y fue tan eficaz que atrajo al Señor con sus plegarias. Llenose el Templo en una oscura niebla, decente velo a la inaccesible majestad increada. Sintiéronse todos bañados de consuelo y reconocieron presente la gloria de su Dios y Señor.

Alma, ¿qué festivo aparato previenes tú el día que comulgas? Advierte que se consagra en templo tu pecho, y en morada del mismo Dios. Acudan todas tus potencias a la gran solemnidad; sea tu corazón el Sancta Sanctorum animado donde estén aleando el Entendimiento, querubín admirado, y la Voluntad, serafín encendido. Jubile tu interior a su santo nombre y cante la lengua sus alabanzas; alerta, que desciende el Señor cubierto de la niebla de los accidentes, a lo íntimo de tus entrañas.




Punto 3.º

Entre gozoso y atónito el sabio rey, exclamó con aquellas memorables palabras, dignas de ser repetidas de todos los que comulgan: «¿Qué, es posible -dice- que esté en la tierra el Señor? Aun el imaginario espanta. ¿Dios en el suelo cuando no cabe en el Cielo? El Cielo es corto, ¿qué será esta casa?»

¡Oh, con cuánta mayor razón podrías tú dar voces el día de hoy, que has hospedado al gran Dios de Israel en tu mismo pecho, y decir: «¿Qué, es posible que mi gran Dios se digne venir a mí, y que el Inmenso quepa en mi pecho? Vere, de verdad, que le encierre yo en mis entrañas. ¡Super terram! ¿Dios, y en la tierra? ¿Dios, y en un corazón tan terreno como el mío, amasado de lodo?» Saca una humilde confusión, un religioso pasmo y un reconocido agradecimiento.




Punto 4.º

Cuando parecía haberse desempeñado el sabio rey con tan relevantes obsequios, se reconoció más obligado con tan especiales favores del Señor, que, en competencias de dar, siempre salió vencedor. Vio logrado Salomón su trabajo, pues tan honrado con la especial asistencia de Dios era sabio, y así sería reconocido; tantas voces como tantas veces resonaron en aquel Templo, fueron otros tantos agradecimientos. No se hablaba de otro en toda la Idumea, ni aun en toda la redondez del universo, siendo tan ensalzado cuan conocido el nombre del gran Dios de Israel.

Pondera tú, que hoy has recibido tantos favores del Señor, y al mismo Señor de los favores, cuán empeñado quedas en celebrarle y servirle: sé agradecido, si eres sabio; resuenen los ecos de tu corazón en las alabanzas de tu lengua; no se te oiga hablar sino de Dios el día que le consagraste el templo de tu pecho, y sobre todo guarda de profanarle, ni con pensamientos, ni con palabras, ni con obras: sea un Sancta Sanctorum de perfecciones donde arda siempre el fuego del amor.






ArribaAbajoMeditación XIV

De la fuente de aguas vivas que abrió el Señor en el corazón de la Samaritana, aplicada a la Sagrada Comunión



Punto 1.º

¡Oh mi buen Jesús, Dios mío y Señor mío, qué sediento que camináis en busca de una mujer tan satisfecha de sus delitos! Vil, sí; desdichada, no, pues topa con el manantial de las dichas. ¡Oh, cómo se os conoce, Señor, lo que estimáis las almas, y que por una sola lo hubiérades hecho lo que por todas! ¿Qué mucho vengáis a buscarla desde lejos, si descendisteis ya del sumo Cielo? No me admiro de veros sudar hilo a hilo, pues algún día sudaréis sangre, y correrán arroyos de ella de vuestras llagas, pero ¡qué olvidada la Samaritana de Vos, y cuán en la memoria la tenéis, y aun en el corazón! Ignorante ella de los eternos bienes, hidrópica de sus gustos perecederos, solicita los aljibes rotos, y deja la fuente de aguas vivas. ¡Qué poco se pensaba hallar la verdadera dicha, que no piensa sino en hallarla a ella! Venía en busca del agua, símbolo de los fugitivos contentos, y halló la vena perdurable de la gracia.

¡Oh alma mía, y cómo que te sucede hoy lo mismo! Tú andas perdida en busca de los deleznables contentos, y el Señor te está esperando, si no en la fuente de Jacob, en la del Altar, verdadero y perenne manantial de su sangre y de su gracia. Ea, llégate sedienta a aquellas cinco fuentes de salud; déjate hallar de quien te busca, logra la ocasión, y apagarás la sed de tus deseos. Saca un verdadero conocimiento de su misericordia y tu miseria, de tu olvido y su cuidado.




Punto 2.º

Comienza a disponerla Cristo para hacerla capaz de sus infinitas misericordias; entra pidiendo para dar, y pídela una gota de agua, Él, que ha de verter toda su sangre por ella, empéñase en pedir poco para dar mucho. ¡Oh, qué sed tiene de dar! ¡Qué deseo de comunicar sus celestiales dones! Con deseo he deseado, dice el mismo Señor, hambriento de nuestra hartura; agua pide, mas es de lágrimas que limpien el alma, que blanqueen la conciencia, donde se ha de hospedar; sed tiene de que apaguemos la nuestra.

Advierte, alma, que el mismo Señor, real y verdaderamente en este Divinísimo Sacramento, te está diciendo a ti: «Alma, dame de beber, lágrimas te pido; compadécete de mi sed que me duró toda la vida; no me des la hiel de tu ingratitud ni el vinagre de tu tibieza; venga una lágrima siquiera derramada por tantas culpas; ábranse esas fuentes de tus ojos, cuando en diluvios se te comunican las de mi sangre». Bríndale a tu Redentor con lágrimas de amargura, para que Él te anegue a ti en abismos de dulzura; saca un gran desprecio de los mundanos deleites y una gran sed de los divinos contentos, para gozar eternamente de esta perenne fuente de la gracia.




Punto 3.º

Niega la vil criatura, no menos que a su Criador, una gota de agua que la pide. ¡Hay tal ingratitud! Pero está tan lejos el Señor de desampararla, que antes toma de aquí ocasión para favorecerla; juzga la Samaritana que tiene bastante fundamento para negarle un poco de agua, así como todos los que se excusan de servirle. Replica Jesús, olvidado de sus deservicios, instando en nuestros bienes. «¡Oh, mujer, si conocieses el don de Dios, y para ti, y en esta sazón! ¡Si supieses con quién hablas! Conmigo, fuente perenne de todos los bienes, mina de los tesoros, manantial de los verdaderos consuelos; como tú me pedirías a Mí, y Yo a ti te franquearía, no una gota de agua, sino una fuente entera de dichas y misericordias, que da saltos hacia el Cielo y llega hasta la vida eterna».

Oye, hija; inclina, alma, tu oreja, que el mismo Señor desde el Altar te dice a ti lo mismo. ¡Oh si supieses, oh si conocieses este don de dones, esta merced de mercedes que hoy recibes cuando comulgas! ¡Si supieses quién es este gran Señor que encierras en tu pecho! Tu único bien, todo tu remedio, tu consuelo, tu felicidad, tu vida y tu centro; el que sólo puede llenar tu corazón y satisfacer tus deseos, ¡cómo que le pedirías este pan de vida, cómo frecuentarías con más fervor la fuente de las gracias, la mesa del Altar! Aviva tu fe, alienta tu amor y échate de pechos sedienta en esta copiosa fuente de su sangre, bebe hidrópica de sus llagas y llénate, alma, de Dios.




Punto 4.º

En habiendo conocido la Samaritana a su Criador y Redentor, ¡qué gozosa parte, hecha de pecadora predicadora! No vuelve las espaldas a la fuente ingrata, sino que parte para volver otra y muchas veces agradecida; va a comunicar su bien comunicado, a pagar en alabanzas sus misericordias, a congratularse de su dicha. Entra por su pueblo pregonando a voces el hallado Mesías; no la cabe el contento en el pecho, y así rebosa en los prójimos primicias de su caridad; convoca, no ya siete solos para la ofensa, sino todos para el obsequio.

Pondera, alma, cuánto más agradecida te debes tú mostrar a este Señor, que no ya una fuente de agua, sino todas las cinco de su preciosa sangre te ha franqueado hoy, quedando tú bañada en el abismo de sus misericordias; sele reconocida, y serás agradecida; hazte pregonera de sus dones, comunicando a todos y con todos esta dicha, que por esto se llama Comunión.






ArribaAbajoMeditación XV

Para comulgar con la reverencia de los serafines del trono de Dios



Punto 1.º

Contempla aquella inmensa majestad del infinito y eterno Dios, que si no cabe en los cielos de los cielos, cuánto menos en la tierra de la tierra; atiéndele rodeado de las aladas jerarquías, asistido de los cortesanos espíritus, amándole unos, contemplándole otros, y todos alabándole y engrandeciéndole. Aquí sí pudiera desfallecer tu alma con más razón que la otra reina del Austro en el palacio del Salomón terreno; vuelve luego los ojos de la fe a este Divinísimo Sacramento, y repara que el mismo Señor, real y verdaderamente que allí ocupa aquel majestuoso trono de su infinita grandeza, aquí se cifra en esta Hostia con amorosa llaneza; allí inmenso, aquí abreviado; allí conciliándole reverencia su majestad, aquí solicitándole finezas su amor.

Considera si hubieras de llegar por medio de los coros angélicos, rompiendo por aladas jerarquías, haciéndote calle a un lado y otro los querubines y serafines, ¡con qué temor procedieras, con qué encogimiento llegaras! Pues advierte que al mismo Dios y Señor vas a recibir hoy, por medio de las invisibles jerarquías. Repara con qué preparación vienes, con qué alas de virtudes te acercas, y sea émula tu preparación, de los querubines en el conocer, y de los serafines en el amar.




Punto 2.º

Estaban los abrasados espíritus tan cercanos a la infinita grandeza, que la asistían en el mismo trono, aunque aleando siempre, por acercarse más, que quien más conoce a Dios, más le desea; abrasándose están en el divino amor, y por eso los más allegados, que el amor no sólo permite, pero une; mucho aman y mucho más desean.

Pondera aquí, ¡oh, alma mía!, tu tibieza; carea con aquel fuego tu frialdad, y di, ¿cómo te atreves a llegar a un Dios, que es fuego consumidor, tan poco fervorosa? Aleen tus potencias el entendimiento por conocerle, tu voluntad por amarle, y después de mucho, más y más, que lo que no consiguen los espíritus alados con su grandeza, consigues tú con tu vileza, pues no sólo se te permite asistir al Señor, batiendo las alas, sino tocándole con los labios, paladeándole en tu boca, hasta meterle dentro de tu pecho. Si a los serafines se les concede el asistir en el trono de Dios, a ti que el mismo Dios asista dentro de tus entrañas; poco te queda que envidiarles: el conocimiento, no la dicha; la estimación, que no el favor.




Punto 3.º

Velaban sus rostros los amantes espíritus, corridos de no amar a su Dios y Señor tanto como debían, tanto como quisieran, de que no llegase su posibilidad donde su afecto; hacían rebozo con las alas a su empacho, si ya era velo a su reverencia; asistían avergonzados de su cortedad, cuando confundidos de tan inmediata asistencia; cubren también los pies, acusándolos de tardos, en cotejo de sus alas, y en ellos sus detenidos afectos.

¡Oh, alma perezosa! Pondera que si los serafines se recatan indignos de parecer ante la inmensa grandeza de Dios, y la recelan cara a cara, tú, tan llena de imperfecciones, ya que no de culpas, tan helada en su divino amor, tan tibia en su divino servicio, ¿cómo no te confundes hoy de llegar a recibirle, sirviéndole de trono tu corazón? Los serafines acusan sus pies hechos a pisar estrellas, y tú, con pies llenos del cieno del mundo, cubiertos del polvo de tu nada, ¿cómo osas acercarte? Avergüénzate de tu vileza, y sola la benignidad de este Señor Sacramentado baste a alentar tu indignidad; suple con humillaciones lo que te falta de posibilidades, para poder lograr tan grandes favores.




Punto 4.º

Reconociendo los serafines su dicha, no cesaban de alabar la divina grandeza: noche y día repetían el Santo, Santo, que es el blasón divino; a coros le entonaban, provocándose unos a otros a los aplausos eternos; libraban en proseguidos cánticos, debidos agradecimientos, y eternizaban en continuas voces los favores del Señor.

Aprende, ¡oh, alma mía!, de tan grandes maestros del amar, el saber agradecer; sean émulos de sus incendios tus fervores; corresponda a su asistencia tu atención, y si tu incapacidad te detuviere, tu dicha te adelante; compitan a finezas de amor, extremos de humildad; a la alteza de tu vuelo, el retiro de tu bajeza, recambiando en gracias los favores, y las misericordias infinitas en alabanzas eternas por todos los siglos de los siglos. Amén.






ArribaAbajoMeditación XVI

Para comulgar en un convite descubierto



Punto 1.º

Considera el que está convidado a la mesa de un gran príncipe, cómo se previene, de modo que pueda lograr la ocasión; no se sacia primero de viles y groseros manjares el que los espera exquisitos y preciosos; consérvase ayuno dando filos al apetito, y hace algún ejercicio para hacer ganas; llega con saliva virgen guardando el hambre, y aun llamándola para su sazón, come a deseo, y éntrale en provecho.

¡Oh, tú que estás hoy convidado al mayor banquete del mayor Monarca, pondera cómo aquí todo deja de ser grande y pasa a infinito: el Señor que convida y el convite; sólo el convidado es un gusano, y para ti se prepara toda la infinidad de Dios en comida, toda la grandeza del Cielo en regalo, que si el Pan es de los ángeles, la vianda es el mismo Señor! Llega con el interior vacío de todo a recibir un Dios que todo lo llena, no te sientas ahíto de las cebollas del mundo, a comer el Pan del Cielo, que en vez de darte vida te causará la muerte; ven ajeno de toda culpa al convite que tiene por renombre buena gracia. No comas del manjar con frialdad, que es sobresustancial, y no te entraría en provecho; sazonado, sí, al fuego de una fervorosa oración, y advierte que la devoción es el azúcar de este sabroso manjar blanco.




Punto 2.º

Acostúmbrase en los convites ir descubriendo los platos para que los convidados vayan eligiendo conforme a su gusto y comiendo al sabor de su paladar; pero cuando es un suntuoso banquete en que se sirven muchas y exquisitas viandas, dásela a cada uno de los convidados una memoria de todos, para que sepan lo que han de comer y guarden el apetito para el plato que llaman suyo, del que gustan más, para que vayan repartiendo las ganas y se logre todo con sazón.

¡Oh, tú que te sientas hoy al infinito regalado banquete que celebra el poder del Padre, que traza la sabiduría del Hijo, que sazona el fuego del Espíritu Santo! Advierte que están cubiertos los preciosos manjares entre accidentes de pan; llegue tu fe y váyalos descubriendo y tú registrando, para que sabiendo lo que has de comer lo sepas mejor lograr. Un memorial se te dará de las milagrosas viandas: Memoriam fecit mirabilium suorum. Léelo con atención, y hallarás que dice: Aquí se sirve un cordero de leche virginal sazonado al fuego de su amor. ¡Oh, qué regalado plato! Aquí un corazón enamorado de las almas. ¡Oh, qué comida tan gustosa! Una lengua, que aunque de sí mana leche y miel, pero fue aheleada con hiel y con vinagre. Mira que la comas de buen gusto, pues unas manos y unos pies traspasados con los clavos, no son de dejar; ve de esta suerte ponderando lo que comas y repartiendo la devoción.




Punto 3.º

De gustos, ni hay admiración ni disputa; unos apetecen un plato y otros otro; cuál apetece lo dulce de la niñez de Jesús, y cuál lo amargo de su pasión; éste busca lo picante de sus desprecios, aquél lo salado de sus finezas; cada uno según su espíritu y aquello le parece lo mejor; y de la manera que los que comen el manjar material se van deteniendo en aquello que van gustando, «no vamos aprisa -dicen-; rumiemos a espacio, masquemos bien y nos entrará en provecho»; así acontece en este banquete Sacramental: unos se van con el amado discípulo al pecho de su Maestro, y como águilas se ceban en el amoroso corazón; otros con la Magdalena buscan los pies, donde hallan el pasto de su humildad; cuál, con el dulcísimo Bernardo, al costado abierto, y cuál, con Santa Catalina, a la cabeza espinada; ni falta quien le hurta a Judas el carrillo indignamente empleado, y que no le entró en provecho, porque llegó ahíto de maldad.

Llega tú al banquete, ¡oh, alma mía! y cébate en lo que más gustares, aunque todo es bueno y todo bien sazonado, así tú lo comieses con bien dispuesto paladar; come como ángel el pan de los ángeles; come como persona, considerando, y no como bruto, no agradeciendo; mira que donde está el Cuerpo del Señor, allí se congregan las águilas reales.




Punto 4.º

Quedan sobre mesa los gustosos convidados, conversando con el Señor del convite, y celebrándole los manjares, que no es la mejor paga el agradecimiento; éste alaba un plato y aquél otro, cada uno según el gusto que percibió; ponderan la abundancia, alaban la sazón, admiran el regalo, agradeciendo éste, y obligando al Señor del convite para otro.

Alma, mucho tienes tú aquí que celebrar: alaba a Dios, pues comiste a Dios, ríndele eternas gracias por un manjar infinito; quédate en oración, que esto es quedar conversando con el Señor del convite sobre mesa; muestra el buen gusto que tuviste en comerle, en el saber celebrarle. Has de llegar cada vez a esta mesa con una de estas consideraciones: hoy me como el sabroso corazón del Corderito de Dios, otro día sus pies y manos llagadas, que aunque lo comes todo, pero hoy con especial apetito aquella cabeza espinada, y mañana aquel costado abierto, aquella lengua aheleada, que cada plato de estos merece todo un día y aun toda una eternidad.






ArribaAbajoMeditación XVII

Para recibir al Señor con el deseo y gozo del santo viejo Simeón



Punto 1.º

Represéntate como si vieras aquel agradable espectáculo del Templo: mira con qué gracia entra en él la Fénix de la pureza y trae dos palomillas sin hiel; sale a recibirle un cisne que, a par de las corrientes de sus dos ojos, canta dulcemente su muerte; ni falta una viuda tortolilla, que ya no gime su soledad, sino que profetiza su consuelo; todas estas aves unas cantan, otras arrullan al salir el alado Sol Divino que trae la salud en sus plumas, llenando de luz y de alegría todo el universo. Considera cómo se preparó el santo Simeón para recibir al Señor en sus brazos este día; no se dice que era anciano, sino justo, y temeroso del Señor, que en su Santo servicio no se cuenta por años, sino por méritos; con razón temeroso que quien ha de recibirle, ha de temerle; no tiemblan sus brazos tanto de vejez cuanto de recato, regidos de su delicada conciencia. ¡Oh gran disposición! Hospedar antes en su alma al Divino Espíritu, para recibir después en sus brazos el Encarnado Verbo; oyó las respuestas de la una persona divina, para lograr los favores de la otra.

Pondera tú, alma, que has de recibir hoy al mismo Niño Dios, no fajado entre pañales, cubierto sí de accidentes, cómo te has de preparar toda la vida, si el santo Simeón, para llegársele cuando mucho a su regazo, así se ejercita en virtudes tantos años; cómo tú, ni aun oras para meterle dentro de tu pecho. Él para sólo un día se prepara tantos, ¿y tú para recibirle tantos, no te preparas un día?




Punto 2.º

Iba marchitándose su vida y reverdeciendo su esperanza; cumpliole el Cielo su palabra mejor que el mundo las suyas; llegó al templo al punto que rayaba la aurora, y abriendo los ojos cansados de llorar, reconoció el Sol Divino entre los arreboles de su humanidad; no se contentaría con mirarle una vez, quien le había deseado tantas; miraba aquella tierna humanidad y admiraba la divinidad; veía un niño chiquito y adoraba un Dios infinito; veneraba un infante de pocos días, el Príncipe de las eternidades.

Conoce, alma, que al mismo Niño Dios vas tú a buscar hoy al templo; mira si te guía el Divino Espíritu o si te lleva la costumbre; abre bien los ojos a la fe y verás un encuentro de maravillas en una pequeña Hostia, un Dios inmenso, cubierta de accidentes una sustancia infinita; recibirás en un bocado todo el Cielo, y hecho pan cotidiano el Dios Eterno.




Punto 3.º

No se contenta ya con verle el santo viejo; va adelantando con el favor la licencia, trueca el temor en finezas, alea el blanco cisne con santa candidez, por acercársele más; contentábase antes con verle, ya pasa de abrazarle. Pide a la Virgen se le permita un rato, quien desea toda una eternidad; concédesele liberal la que ruega con Dios a todos. Tomole entre los brazos, que fue abarcar todo el Cielo; con que no se celebre ya el enigma de ver dos varas de Cielo, sí el ver hoy todo el Cielo en dos varas; accepit eum in ulnas suas. Transformose al punto de cisne en serafín, alternando lágrimas con incendios. ¡Qué abrazos le daría! ¡Qué ternuras le diría! Y pareciéndole no tenía más que ver, trata de cerrar los ojos; no teniendo más que desear, pide licencia de morir, pues el dejarlo de sus brazos ha de ser dejar la vida.

Alma, reconoce aquí tu dicha, y sábela lograr; el mismo Cristo del Señor tienes contigo, no sólo entre tus brazos, sino dentro de tus entrañas; no apretado al seno, sino dentro de tu pecho; no sólo se te permite adorarle y besarle como a Simeón, sino comerle, y tragarle, y sustentarte con Él; ésta es tu dicha, cuál debe ser tu consuelo; éste es el favor de tu Dios, veamos cuál es tu amor. ¿Qué puedes ya desear en esta vida, habiendo llegado a comulgar? Pide el morir al mundo y vivir a Dios; no a la carne, sino al espíritu, y sea de hoy más tu conversación en el Cielo.




Punto 4.º

Viose el santo Simeón muy obligado con el favor divino, pero con poca vida para el agradecimiento, y faltándole las fuerzas para rendir las debidas gracias, escoge rendir la vida. No pudo contenerse que no pregonase las divinas misericordias, y cantolas dulcemente como divino cisne, despidiéndose de todo lo que no es Cielo, de todo lo que no es Dios, y no quedándose con él contento a solas, propónele a todos los pueblos, comunícale a todas las gentes, por lumbre de los ojos todos y gloria del pueblo de Israel.

Imítale tú, que hoy has comulgado, en lo agradecido, ya que le excedes en lo dichoso, que él sólo llegó a tener una vez al Niño Dios en sus brazos, y tú tantas veces en tu pecho; no estimas, si no agradeces; no sientes, si no exclamas prorrumpiendo en nuevos cánticos, émulos de este dulcísimo cantor, que al cerrar sus ojos a todos los bienes terrenos, abre sus labios a las divinas glorias; cierra el corazón al mundo, y ábrele de par en par a sólo Dios, confesándole con todo él, en el concilio de los justos, en la congregación de los buenos.






ArribaAbajoMeditación XVIII

Para recibir al Señor en las tres salas del alma



Punto 1.º

Reconoce la majestuosa grandeza del Inmenso Huésped que hoy esperas, y sabrás cómo le has de recibir y de qué suerte le debes cortejar; sea en emulación de aquellas tres ricas salas del otro celebrado Monarca, que dicen se van excediendo al paso que en el número en la preciosidad, siendo la primera de acendrada plata, la segunda de refulgente oro y la tercera de brillantes piedras preciosas; mas con ser tan relevantes los quilates de su materia, los deja muy atrás los primores de su artificio, y porque se compitan el saber con el poder, según la calidad de los huéspedes, así son recibidos en diferentes salas: los nobles en la de plata, los grandes en la de oro, y los príncipes, en la de piedras preciosas.

Pondera tú, ahora, alma mía, en cuál de estas salas has de recibir un Señor para quien son poco las alas de los querubines, corto el trono de los serafines y estrecho el Cielo de los Cielos. ¿Por ventura, en un entendimiento ilustrado, en una voluntad inflamada, en una memoria agradecida? Poco es esto. ¿En un pecho fervoroso, en unas entrañas enternecidas, en un corazón enamorado? Todo es nada. ¿En un grado de perfección mucho mayor que el otro, subiendo de virtud en virtud? Todo no basta. Pues ¿qué harás? Revístete, como dice el Apóstol, del mismo Señor, transfórmate en Él, y sea la una la Comunión aparejo para la otra.




Punto 2.º

Comulgan algunos fieles recibiendo al Señor en la primera sala, en la de plata, pero no pasan de allí; conténtanse con estar en gracia, no aspiran a mayor perfección: mucho es de estimar esta limpieza de conciencia, esta pureza de alma, que un corazón contrito y martillado a golpes de penitencia nunca fue despreciable al Señor.

Procura tú, ¡oh alma mía!, en primer lugar esta blancura de la gracia, esta pureza de la justificación; lava las manchas de las culpas con el agua fuerte de las lágrimas; no quede borrón alguno que pueda ofender los ojos purísimos de un huésped que tiene por renombre el Santo. Pero tú, alma, no te contentes con esta anchura, más de conciencia que de espíritu; más cortejo es menester, así de devoción como de perfección.




Punto 3.º

Más atentas y más puras otras almas, se disponen para recibir este gran Rey Sacramentado en la sala de oro de una encendida caridad: sea fragua el corazón para un Dios que viene a pegar fuego, y pues lo es consumidor, consuma imperfecciones y abrase corazones. Esté el alma que comulga hecha un cielo y en competencia del mismo infierno, diga: Más y más arder, más y más amar. Sea fuerte como la muerte la dilección, y la emulación del amor, dura como el infierno; más y más gozar, más y más arder.

Pondera si has recibido hasta hoy este Inmenso Huésped en esta sala de oro del amor perfecto; derrítase ya helado de tu corazón; a vista de este amoroso fuego conviértanse en ascuas de oro tus tibiezas, inflámese la voluntad, arda el afecto y resplandezca una intensa afición a Jesús Sacramentado.




Punto 4.º

Aún no basta esto, más adelante ha de llegar un alma a hospedar el Señor en la sala de las piedras preciosas, y si es posible, de estrellas, esmaltando el oro de la caridad con todas las demás virtudes. Reciben al Señor algunas almas entre resplandecientes diamantes de fortaleza, con propósito eficaz de antes morir que cometer la menor imperfección advertidamente; entre esmeraldas de esperanza y paciencia, no sólo sufriendo las adversidades con resignación, pero con gozo y consuelo; entre topacios de mortificación en todas las cosas y en todo tiempo; entre perlas netas de angélica pureza; entre resplandecientes carbunclos de la mayor gloria de Dios; entre encendidos rubíes de hacer siempre lo más perfecto; entre lucientes piropos hechos llama a fuer de serafines, nunca cesando de aspirar a más amor, a más conocimiento.

¡Oh, si tú le recibieses, alma mía, en esta sala y con esta perfección, colmada de virtudes, rebutida de finezas, toda endiosada y transformada en el Señor! Amén.






ArribaAbajoMeditación XIX

Del convite de los cinco panes, aplicado a la Sagrada Comunión



Punto 1.º

Meditarás cómo siguen al Señor, no sólo los hombres robustos, sino las mujeres delicadas y los niños tiernos, que de todos es el servir a Dios y el reinar con Él; gustan tanto de oír su celestial doctrina, que no se acuerdan de la material comida; preceden tres días de ayuno, para que logren con más gusto el milagroso manjar; sea el hambre su sazón, entre en estómagos puros desembarazados de las terrenas viandas; en un desierto les para la mesa el Señor, que no en el bullicio de las plazas.

Advierte, alma, que si toda esta preparación fue menester para aquel milagroso pan, ¿cuál será bastante para haber de llegar a comer el pan que bajó del Cielo, el pan sobresustancial? Preceda la abstinencia de los viles mundanos manjares para llegar con el paladar virgen, con el estómago desembarazado; abra el apetito el ejercicio de las virtudes, la fatiga de la mortificación; haya mucho retiro de los hombres para gustar el pan de los ángeles; trate con Dios quien ha de comer a Dios. Toda esta preparación debes traer para lograr el divino pan, con gran gozo de tu espíritu, con provecho de tu alma.




Punto 2.º

Cuida el Señor de los que de sí descuidan, prueba su fe y corona su confianza; después de haberles dado en primer lugar el sustento del alma en doctrina, acude al del cuerpo en comida, y el que así provee los más viles gusanillos de la tierra, no olvidará los hijos de sus entrañas; consulta con los Apóstoles, ministros de la mesa, dispensadores de su gracia. Hallose un niño que traía cinco panes y dos pescados; niño había de ser, porque es tan novicia la tentación de la gula, cuan veterana la de la vanidad; sería prevención de algún discípulo para el celestial Maestro, que no admite otro regalo sino un pan de cebada, el que con tanta largueza provee a todas sus criaturas.

Pondera, ¡oh alma!, que no te cueste a ti tanto como a éstos el maná celestial; no el salir a los desiertos, no el cansarse y sudar, que en todas partes le tienes; mas si este pan se hubiera de comprar, díganos San Felipe lo que costaría; pero no se compra a precio de ducados, sino de afectos y deseos; de balde se da; conoce y estima tu dicha, pues te regala el Señor, no con sólo pan, sino con su mismo Cuerpo y Sangre, que son las delicias de los reyes.




Punto 3.º

Estaba el Señor en medio de aquellas campañas, coronado de la infinita multitud de gentes, hecho centro de su confianza y blanco de su mira. Manda a sus Apóstoles les hagan sentar para que coman con concierto y con sosiego, y que sea sobre el heno, no tanto para la comodidad, cuanto por el desengaño de la fragilidad humana; toma un pan en sus manos y fija los ojos en el cielo, enseñándonos a reconocer todo nuestro bien de allá; échale su bendición, pártele, y vase multiplicando en millares; parecían sus dos manos dos perennes manantiales de pan, que no se daban manos los Apóstoles a repartir tantos como de ellas salían. El pan era milagroso, sería sazonado. Aquellos convidados hambrientos, ¡con qué gusto lo comerían, tan admirados del prodigio cuan gustosos del regalo!

Imagínate hoy convidado del mismo Señor, en medio de las campañas de la Iglesia, y que entre la infinita muchedumbre de los fieles llegas a participar del milagroso pan. Pondera cuánto más delicioso y más sabroso es el que tú comes, que si aquello fue por salir de las manos de Cristo, en éste están contenidas sus milagrosas manos; comían ellos el pan del Señor, tú te comes al Señor del pan; comían el pan de aquellas manos, y tú te comes las manos de aquel pan; cómele con gana, pues se te da con fineza; recíbele con frecuencia, pues se comunica con abundancia, y si un bocado de aquel pan milagroso lo comieras con indecible gusto, logra éste, tanto más sabroso, cuanto sabe todo a Dios.




Punto 4.º

Quedaron tan agradecidos los bien satisfechos convidados que trataron de levantar a Cristo por su rey, que a obras tan de príncipe corresponden agradecimientos muy vasallos; experimentáronles ya médico, ahora le reconocen padre, con la casa llena de pan; parecioles que era nacido para su príncipe, y no se engañan, que no se hallará otro, ni de más largas manos ni de corazón más grande.

Alma, ¿qué agradecimiento muestras tú a un Señor que así te ha proveído de comida, no para un día solo, sino para toda la vida? ¿Qué veces le has experimentado médico? ¿Qué de veces le has hallado padre? Júrale hoy por tu Rey y tu Señor, ofrécele eterno vasallaje, renuncia las tiranías de Satanás, muera el pecado y viva la gracia, rindiéndolas a la infinita Majestad, por todos los siglos de los siglos. Amén.






ArribaAbajoMeditación XX

Del panal de Sansón aplicado al Sacramento



Punto 1.º

Atiende cómo precedió el desquijarar primero un león, para hallarle en su boca, después, el sabroso panal; que es menester vencer las dificultades antes, para lograr después el fruto de las victorias; convirtiose lo áspero de la mortificación en lo suave del premio, que así acontece cada día en el ejercicio de las virtudes; truécase la paciencia en sosiego, el llanto en risa, la aflicción en consuelo, el ayuno en salud del cuerpo y el alma, y todas las demás virtudes que parecían leones, llegadas a gustarse, fueron sabrosos panales. Pero ¡qué bien se dispuso Sansón para conseguir el premio! ¡Qué animoso en la pelea! ¡Qué callado en la hazaña! ¡Qué liberal del bien hallado! Merece con razón lograr dulzuras.

Entiende, alma, que si has de gozar hoy de aquel divino panal, tanto más sabroso cuanto más prodigioso, pan de los Ángeles y panal que las abejas del Cielo han sazonado, guardado en la cera virgen, escogido entre millares, entresacado de las flores de las virtudes, que debes primero disponerte para pelear no menos que con leones; que has de desquijarar el vicio rey, el que en ti prevalece, el que tantas veces te ha ultrajado.




Punto 2.º

Saltéale la coronada fiera en el camino donde suelen temer los cobardes y volver atrás en lo comenzado, pero animoso el Nazareno, como tan mortificado, acostumbrado ya a vencer dificultades, apechuga con él, que importa mucho la valiente resolución de coger por las gargantas el león, y por las gañas el pez; desquijárale en castigo de su intento, que tiraba a tragarle.

Advierte, ¡oh tú que tratas de seguir el camino de la virtud, de frecuentar la Sagrada Comunión!, que se te han de ofrecer espantosas dificultades: intentará tragarte el león infernal por la culpa, antes que llegues tú a comer aquel panal, lleno de la dulce miel de la divinidad, y ya que no te pueda impedir tu buen intento, te procurará distraer para quitarte la dulzura de la devoción, para resfriar el fervoroso apetito. Serás más tentado el día de la Comunión; procura no ser vencido, y con valiente resolución trata de atropellar todas las dificultades.




Punto 3.º

Repite Sansón aquel camino y va en busca del león para revocar el gozo de su victoria; solicitaba lo fuerte y halló lo dulce; creyó topar con un león y se encontró con un panal de miel; aquí gozoso, depuesto lo admirado, no le extraña con horror, ni hace desprecio con reparo, antes bien, sacándolo de las mismas gargantas de la fiera, lo traslada a su paladar; percibió luego la dulzura y comenzó a saborearse con él gozando del fruto de su trabajo; convidó a su madre y a los que le acompañaban, no tanto por hacer alarde de su valor, cuanto por comunicar el bien hallado.

Llega hoy, alma mía, al bravo león de la dificultad vencida en la virtud, de la tentación desquijarada, y si más misteriosamente lo consideras, acércate al muerto león de Judá, y sácale el panal dulcísimo Sacramentado de su boca aheleada, de su pecho rasgado; gusta cuán suave es el Señor, cómele con devoción y percibirás su dulzura; saboréate con él, gozarás de la leche y de la miel que manan bajo la lengua del Divino Esposo.




Punto 4.º

Quedó tan ufano el valiente Nazareno de su dicha, tan gustoso del prodigioso panal, que hizo blasón de su dulzura y para más celebrarle le propuso en misterioso enigma. Ofreció premios a los entendidos, como a comida de entendimiento.

Sea ya tu timbre y tu blasón, ¡oh, alma dichosa!, este panal sacramentado; celébrale por tu mayor gloria; da gracias al Señor en alabanzas; sea tu agradecimiento señal de que te quedas saboreando en él, y conózcase cuán meliflua queda tu lengua en lo suave de sus cánticos; cante las glorias del Señor, boca que fue tan endulzada con su cuerpo y con su sangre; suban al cielo los aplausos de un pan que bajó de allá.






ArribaAbajoMeditación XXI

Del convite de Simón leproso y penitencia de la Magdalena, aplicado a la Sagrada Comunión



Punto 1.º

Contempla cuán a lo galante hoy el Señor acepta el convite de un leproso, para sanar una bizarra pecadora; no va atraído de los sabrosos manjares, sediento sí de sus amargas lágrimas; Él es el convidado y Magdalena su convidada; luego que conoció al Señor, se conoció a sí misma, su grandeza y su bajeza, su amor y su frialdad; careó la bondad divina con su ingratitud humana, y ella, que gustaba de ser querida, en conociendo el infinito amor, se le rinde. Informose dónde estaba aquel divino imán de sus yerros; no repara en el qué dirán los hombres, sólo no diga Dios; despójase de sus profanas galas, para vestirse de la librea del Cielo, que es la estola inmortal; de esta suerte, herida del amor y llagada de dolor, vuela en busca de su amante amado y abate sus altaneras plumas a las divinas plantas.

Pondera cuán bien se supo disponer esta discípula novicia, qué preparación tan propia para convidarse, no a las delicias del banquete, sino a los suspiros de su corazón. Considérate, alma, cubierta de culpas, despojada de la gracia; aprende cómo te has de disponer para entrarte por el convite, no ya del leproso Simón, sino del agradable Jesús Sacramentado. Saca una resolución gallarda, renunciando al mundo y a sus pompas, y en traje de penitencia, llega a echarte a los pies de aquel Señor que tan misericordioso te espera en el convite.




Punto 2.º

Comiendo estaba Cristo cuando llegó hambriento de él la pecadora: llegó la sedienta cierva, fatigada del veneno de sus culpas, a brindar al Señor con sus lágrimas; éntrase sin llamar, pero llamada a impulsos de la gracia; y aunque cualquier ocasión es buena para acercarse a Dios, pareciola más cómoda la de un convite para conseguir, entre sazones, mercedes. No se atreve a llegar cara a cara, que siente muy ofendida la divina, y la suya tan corrida cuan culpada; llega, pues, por las espaldas, que habían atado sus culpas, y cae herida del amor la bella altanera garza a los pies del cazador divino.

Alma, pues a ti te sobran culpas, no te falten arrepentimientos; sigue a la Magdalena en el llanto, pues la excediste en la ofensa; entremétete en el convite del Altar, harto más abundante y regalado que el del Fariseo, donde no serás zaherida, sino bien admitida; no barrerás el suelo, sino que pisarás el Cielo; pide a la Magdalena te deje uno de los pies de Cristo para regarle, mientras ella baña el otro con su llanto; aprende de la discípula del Señor lecciones de penitencia; acompáñala ahora en el dolor, para que después en el consuelo te ayude.




Punto 3.º

Llora un mar de lágrimas la Magdalena para poder salir del abismo de las culpas, regando los pies de Cristo; con sus amargas lágrimas lava su alma de la inmundicia de sus deleites, enjúgalas con sus cabellos, trocando en lazos de Dios los que habían enredado las almas; no cesa de besarlos, haciendo paces otras tantas veces como los había ofendido; toda se emplea ya en su amado, la que toda se le había negado; toda está puesta en él con sus potencias y sentidos, cuanto más con el corazón; báñale los pies con las dos fuentes de sus ojos, y chúpalos con sus dos labios; con sus blancas manos los aprieta y con sus rubios cabellos los enjuga, porque toda se consagre a Dios la que toda se había profanado.

Pondera, ¡oh, tú que has comulgado!, tu mayor dicha, con menos merecimiento; que si la Magdalena llega a lograr los pies de Cristo, tú a gozarle todo entero; si ella a besarle, tú a comerle; no sólo le aprietas los pies con tus manos, sino entrañas con entrañas; ella le ofrece sus lágrimas, el Señor te brinda con su sangre; ella le enjuga con sus cabellos, tú con las telas de tu corazón; si ella le tiene asido, tú encerrado: emplea, pues, toda tu alma y tus potencias en servirle y adorarle el día que le recibes.




Punto 4.º

Censura el Fariseo lo que la Magdalena hacía, y no lo que había hecho, que es el mundo fiscal de la virtud y abogado del vicio. Con otros ojos la mira el Señor, bien diferentes de los hombres: comienza a relatar los servicios de la Magdalena, haciendo los cargos de las omisiones de Simón. «Tú -dice-, no te dignaste de besar mi rostro, y ésta no ha cesado en todo este rato de adorar mis plantas; no me diste aguamanos, y ésta de ojos me la ha servido; no gastaste una gota de aceite en mi cabeza, y ésta ha derramado en mis pies el más precioso bálsamo; no desplegaste una toalla con que me enjugase las manos, y ésta me ha enjugado los pies con la preciosa madeja de sus rubios cabellos».

Oye, alma, que te dice a ti otro tanto el mismo Señor, hoy que le has hospedado, no sólo en tu casa, sino en tu pecho. «Alma, no me diste un beso de paz, cuando tantos de guerra con tus pecados; no derramaste una lágrima de ternura, cuando te estoy bañando en mi sangre. ¡Qué poca fragancia despides de virtudes, y qué fría, qué corta y qué grosera has andado!» Recambia tus cortedades en agradecimientos, y pues ganas a Magdalena en el favor, procura igualarla en el amor. Oye lo que te dice Cristo: «Ve en paz, pues, en mi desgracia, estimándola como antes perdida»; y respóndele tú: «Mi Dios y mi Señor, antes perder mil vidas que volver a ofenderos».






ArribaAbajoMeditación XXII

De la oveja perdida y hallada, regalada con el pan del cielo



Punto 1.º

Contempla cómo la simple ovejuela, engañada de su antojo y llevada de su gusto, se aparta del rebaño, se aleja de su pastor, perdida cuando más entretenida, apacentando sus apetitos en los verdes prados de sus deleites. «No haya prado -dice-, «que no lo pase y lo repase mi gusto». ¡Oh, cómo trueca las seguridades de la gracia en los evidentes riesgos de la culpa, y olvidando los cariños de un buen pastor que la defiende, se expone a las gargantas de un lobo que la trague!

Pondera, ¡oh alma mía!, cuántas veces has hecho tú otro tanto: en ti se verifica la parábola, y el lobo infernal está en ella; tú eres la ovejuela tan simple como errada; dejaste los amenos prados de la gracia, y habitas sombras de la muerte; dejaste tu buen Pastor que te compró con su vida, que te señaló con su sangre, y sigues un león cruel que te rodea para tragarte; acaba ya de conocer tu yerro y reconocer tu peligro, baja para que te oiga tu Pastor, llámale con balidos de suspiros, a golpes de tu pecho y al murmullo de tu llanto.




Punto 2.º

Luego que echa menos el cuidadoso mayoral su descuidada ovejuela, trueca el descanso de su cabaña en afanes de buscarla: he aquí que viene saltando por los montes y pasando los collados, y ella se está en los valles de su culpa. ¡Qué de penas le cuestan los gustos de ella, qué de amarguras sus dulzuras, qué de hieles sus panales! Él anda entre espinas, ella entre flores; él sin comer, ella repastándose; rásganle las zarzas el pellico, y llegan a ensangrentarle; va pereciendo de sed cuanto más sudando; no para hasta subir a un monte para mejor atalayarla; despójase del pellico, y desnudo trepa un árbol arriba, donde, puesto en lo más alto, alarga sus dos brazos a dos ramas, de ellas pende, y con gran pena se sustenta; comienza a llamarla con valientes clamores, y aun con lágrimas; el Cielo le oye por su reverencia, y la ovejuela se hace sorda en su obstinación, mas, ¡ay!, que ya inclina su cabeza, viendo que no puede hablar, para hacerle señas, que primero dejará de vivir que de llamarla, y no contento con esto, déjase abrir el pecho, y muéstrala sus amorosas entrañas.

Alma, oveja perdida, ¿hasta cuándo ha de durar la dureza de tu corazón? Reconoce tu Divino Pastor, y estima lo que le cuesta; por ti dejó su cielo y bajó al mundo, sudó sangre, rasgáronle los azotes las espaldas y las espinas las sienes; cargó y cayó con la cruz, subió al Calvario, sorteáronle los vestidos, desnudo trepó al árbol de tu remedio, allí extendió sus brazos. ¿No le oyes cómo te silba con suspiros y con lágrimas? Mira que inclina su cabeza perseverando en llamarte; abre su costado y te franquea sus entrañas: acaba y deja los viles deleites de la villana tierra y gozarás de los regalados pastos del Altar, que es el paraíso de la Iglesia.




Punto 3.º

Hallada la ovejuela, vuelve su buen Pastor de muerte a vida. ¡Con qué agrado la recibe entre sus brazos, siempre abiertos para ella! No la riñe enojado, antes la acaricia compasivo, y sacando el sabroso pan de su seno, con su mano la convida y con su diestra la regala; trasládala de sus brazos a sus hombros, si antes agobiados con el peso de las culpas, ahora aliviados con la dulce carga, condúcela a sus seguros rediles, júntala con las otras noventa y nueve. ¡Qué gozoso va Él con ella, y qué dichosa ella con Él, balando y diciendo: «Mi amado para mí, y yo para Él toda entera, y con corazón entero!»

Considera hoy, alma mía, favorecida del Divino Pastor, vestido del pellico y regalada de su mano con el Pan del Cielo, que Él es tu Pastor, y tu pasto; toma el pan de su mano, y cómete la mano también; con su sangre te redimió, con sangre te alimenta; Él te lleva en sus hombros, llévale en tu pecho; Él rasga su costado, métele tú aun en tus entrañas; come con gusto este pan que bajó del seno del Padre, repástate en él, conocerás la diferencia que hay de este manjar de los ángeles a una comida de bestias.




Punto 4.º

Balando va la hallada ovejuela, y dando gracias a su buen Pastor pregona con balidos sus favores: «¡Oh amado Pastor mío», va diciendo, «y lo que os debo, y quién pudiera pagarlo! Otros pastores se comen sus ovejas, y yo me como a mi Pastor; ellos las trasquilan para vestirse, y Vos os desnudáis para vestirme; ellos las desuellan, y Vos quedáis todo lastimado por curarme; ellos las tiran el cayado, y Vos me ponéis sobre los hombros; ellos las encojan y Vos me sanáis; ellos las despeñan, y Vos me lleváis a cuestas».

¿Qué gracias os daré yo, Señor, por tantas misericordias? Correspondan mis favores a vuestros favores, cantaré eternamente un cantar nuevo, juntando mis balidos con los de aquellos rebaños celestiales que os están alabando y ensalzando por todos los siglos de los siglos. Amén.






ArribaAbajoMeditación XXIII

De la mala preparación del que fue echado del convite



Punto 1.º

Considera el cuidado de aquellos convidados en prevenirse de gala para poder parecer ante la real presencia; saben que es un rey que los convida, y así no se contentan con cualquier atavío; procuran el mayor de la vida, cual suele ser el del día de la boda. Muestra estimación de la persona que se visita, el ornato que se trae y la composición exterior es indicio y aun empeño de la interior; no cualquier adorno es bastante para un día tan solemne como ser convidado de un rey; requiere ser precioso, porque los ojos reales están hechos a gran riqueza. Llegan, pues, estos convidados con galán aliño, para ser admitidos con agasajo honroso.

Alma, hoy estás obligada del mayor Rey al mayor convite; según esto, pondera la obligación de adornarte; poco es ya el no venir con desaliño, pase a ser rica gala; no basta el no venir oliendo a culpas, sí arrojando fragancia de virtudes; no basta cualquier atavío, que están hechos los divinos ojos al aliño de los ángeles. Sal, pues, con arreo de santidad, para sentarte a la mesa real con majestuosa decencia.




Punto 2.º

Estando todos dispuestos por su orden y compuestos por su aliño, se atrevió otro, y muy otro, a meterse entre ellos sin el vestido de la boda, tan sin empacho cuan sin adorno, que es el atrevimiento arrojo de la vileza, con la cara deslavada y las manos sin lavar, oliendo a la inmundicia villana; entra en el salón que remeda un Cielo, con tanta insensibilidad suya, como sentimiento de los demás; introdúcese el cuervo entre los nevados cisnes; nada le dicen ellos como cándidos; demás de que en la ajena casa, dejan el reñir a su dueño. Pensó a lo necio que no le vería el rey por estar bajo cortina, o ya que misericordioso disimularía como otras veces, pero engañose, que agravios tan cara a cara, ofensas tan cuerpo a cuerpo no se pasan sin castigo, siquiera por el escarmiento.

Pondera tú, con temor, tan feo desacato, y no ya en otro, sino en ti mismo; imagina en tu garganta el afilado cuchillo; cuando te sentares a la mesa de este príncipe, no llegues revestido de tus pasiones, no te acerques oliendo a culpas; mírate primero al espejo de los otros, al cristal de un fiel examen; pruébate a ti mismo que eres hombre; no te confíes en que está el rey bajo la cortina de los accidentes, que está celando como esposo entre los canceles de su disimulo, tras las celosías de su reparo.




Punto 3.º

Estaban ya todos muy de asiento, con deseo de cebarse en las regaladas viandas de la mesa real, cuando entró el mismo rey en persona, que no fía a otros que a sus ojos el registro de esta mesa. Reconocidos todos los convidados, uno por uno, reparó luego en aquél, que por lo desigual sobresalía; ofendiole lo asqueroso, y mucho más lo atrevido, pero templando su indignación con su bondad: «Amigo -le dice-; ¿cómo entraste acá? ¿Tú? ¿Y acá? ¿Y sin aliño nupcial?» Tratole de amigo, careándole con el primer traidor que profanó esta mesa. No tuvo que responder el desdichado, tan a la clara convencido, que se come el juicio el que sin él come en esta mesa, que está aquí el juez y el juicio; no son menester más pruebas; fulmínase al punto la sentencia de que sea echado fuera, que es la privación de su divino rostro el más sensible castigo; échanle por lo mal mirado en las tinieblas exteriores.

¡Oh, tú que estás sentado a la mesa del Altar, mira, guarda, no te suceda tal desdicha! Oye lo que dice el Rey divino, que contigo habla: «Amigo, ¿cómo te atreviste a entrar acá? ¿Tú, pecador indigno? ¿Tú, y acá, en la sala de la misma pureza? ¿En el centro de la santidad? ¿Qué es el ornato de las virtudes? ¿Dónde dejaste la vestidura de la gracia? ¿Qué dices? ¿Qué respondes? ¿Tú también enmudeces?» ¡Oh, qué confuso se hallaría con dos azares, deshonra y hambre! Saca, pues, un bien prevenido escarmiento y un temor reverencial; procura gran disposición de gracia, para no caer en su mayor desgracia.




Punto 4.º

¡Qué gozosos quedarían los otros de su bien, a vista del mal ajeno! ¡Cómo levantarían las manos al Cielo viendo atadas las de aquel desdichado! Rendirían dobladas gracias al rey, del convite satisfechos y dichosos. ¡Cómo le alabarían ellos viendo al otro enmudecer! Desplegaron sus labios al aplauso, los que antes al regalo.

Atiende tú a dar gracias al Señor que así te tiene de su mano; mira que en las de Dios están tus suertes; no enmudezcas culpado, alaba a Dios perdonado; si estimas tus dichas agradece sus misericordias; corona su mesa, como renuevo de paz; no haya en cenizas del fulminado castigo; canta como bien comido; alaba como satisfecho a un Señor que te concedió acabar la fiesta en paz y te sació la flor de la harina.





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