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ArribaAbajoMeditación XXXVI

Del convite de las bodas de Caná, aplicado a la Comunión



Punto 1.º

Considera que si en otras bodas todo huele a profanidades de mundo, en éstas todo a puntualidades de Cielo: atenta devoción de desposados, convidar al Salvador para que principios de virtud afiancen progresos de felicidad; ni se olvidaron de su Santísima Madre, que fue asegurar Estrella. Asistieron también los Apóstoles en gran argumento de la generosa caridad de estos desposados, pues faltándoles su caudal para lo posible, les sobra el ánimo para lo generoso. Gran disposición ésta para haber de hospedar a Jesús y sentarle a su mesa, para merecer sus misericordias; reálzase más el mérito cuando tenían menos experiencia de las maravillas de Cristo: no le habían visto aún obrar milagro alguno, pero merecieron que comenzase.

Advierte que si has de hospedar hoy en tu casa y en tu pecho al mismo Jesús, tu Señor y todo tu remedio, Esposo y convidado a las bodas de tu alma, que es preciso disponerte con otras tantas virtudes como éstas, y sea la primera una viva fe, sígala una ardiente caridad, con una segura confianza que le convide a obrar iguales maravillas.




Punto 2.º

Pero es mucho considerar cómo falta el vino a lo mejor del convite, y en él la significada alegría, ordinario azar de los mundanos placeres; desaparecer en un momento dejando con la miel en los labios y con la hiel en el corazón, y no hacen más que brindar con el vino para llenar de veneno; acuden desengañados éstos de Caná a procurar los gustos del Cielo, que son verdaderos y duraderos; ponen por medianera a la Madre, gran arbitrio para asegurar las misericordias de su Hijo; no se dice gastasen tiempo ni palabras en representar su necesidad a esta Señora, que como tan piadosa bástala el conocerla; acudieron ellos a María, y María a Jesús, que es el orden del divino despacho.

Hoy, alma, con el mismo desengaño y no menor experiencia, acude en busca del celestial consuelo, que la fuente de él aquí mana, en el Altar, y sobre ser el mejor vino, tiene la excelencia de perenne, y aunque parece nuevo, es eterno. Deja los falsos contentos de la tierra, antes que ellos te hayan de dejar; mira que a lo mejor desaparecen y sólo Dios permanece; ellos no hartan; este divino manjar es el que satisface.




Punto 3.º

Compasivo el Señor siempre, y ahora obligado de la súplica de su Madre, da tan presto principio a sus divinas maravillas, como a los humanos remedios; convierte el agua en vino, esto es, los sinsabores de la tierra en consuelos del Cielo; fue generoso el licor, como símbolo de este Divino Sacramento y don de tan generosa mano, que dádivas de Dios siempre fueron cumplidas; comienzan unos y otros a lograrle y juntamente a celebrarle, sin que se desperdicie una gota; todos le gustan y todos se maravillan, quedando muy satisfechos del convite con tan buen dejo.

Pondera cuánto más milagroso favor obra hoy el Señor con los convidados a su mesa, y cuánto es más precioso su sabor; gusta y verás cuánto más regalado es este vino con que hoy te brinda; aquél fue obra de su omnipotencia, éste de su infinito amor; allí, para sacar aquel vino, abrió el Señor su mano poderosa, pero aquí rasgó su pecho; allí llenaron primero las hidrias de agua, aquí has de llenar de lágrimas tu lecho. Si tanto estimó la esposa el haberla introducido el Rey en la oficina de sus vinos, que son los divinos consuelos, ¿cuánto más debes tú hoy reconocer el favor de haberte franqueado los perennes manantiales de su sangre? Llegad, almas carísimas, con sed, y bebed hasta embriagaros del divino amor, y di tú con el architriclino: «¡Oh, quién hubiera logrado mucho antes esta mesa! ¡Oh, quién hubiera frecuentado desde el principio de su vida y muchas veces este Divinísimo Sacramento!»




Punto 4.º

Fueron efectos de tan excelente vino, agradecidos afectos a su Autor. Luego que supieron el prodigio, lo publicaron; mas los desposados, viéndose tan imposibilitados al desempeño como obligados del favor, correspondieron con repetidos agradecimientos a Cristo, y a los demás con aplausos y con razón, que un tan generoso vino, que produce lirios castos, debía ser pregonado en la tierra y en el Cielo. Entre todos, la inventora de la pureza dio las gracias por todos, recambiando los rayos de leche purísima, que ministró a su hijo, en la preciosidad de tan puros raudales que hoy recibió.

Almas, suplicad a esta Señora os ayude al desempeño de tan aventajados favores en adelantados agradecimientos; que al mayor de los prodigios en gracia y en fineza no se cumple sino con singulares alabanzas. ¡Oh, si correspondiesen las gracias a la gracia! Que si aquél fue el primero de las señales de Cristo, éste fue el sello de sus finezas y el triunfo de su amor.






ArribaAbajoMeditación XXXVII

Para recibir al Niño Jesús perdido y hallado en el templo



Punto 1.º

Meditarás qué afligida se hallaría hoy tal Madre sin tal Hijo, tan desconsolada cuan sola; la misma soledad duplica el sentimiento, pues falta quien ha de ser el consuelo de todas las demás pérdidas; no puede reposar, que sin Jesús no hay centro; no admite consuelo, que no hay con qué suplir faltas de Dios; dicen que ojos que no ven no quebrantan el corazón; aquí sí, porque no ven; fuentes son de agua sus ojos, porque les falta su lumbre; arroja tiernos suspiros, reclamos del ausente Dios; conoce bien lo mucho que ha perdido y así pone tanta diligencia en buscarlo.

Pondera tú, alma mía, que si el perder a Jesús sólo de vista causa tal sentimiento en su Madre, ¿qué dolor será bastante al perderle de gracia? Y cuando no sea tanta tu desdicha, llora el habérsete ausentado por tibieza; parte luego a buscarle con alas de deseos, llámale con suspiros, cuéstete siquiera una lágrima el hallarle, y si no comió la Virgen ni durmió hasta hallarle, cómetele tú en hallándole, y duerme en santa contemplación.




Punto 2.º

Sale la Virgen en busca de su Hijo Dios, tan deseado cuan amado; no le busca como la esposa en el lecho de su descanso, sino entre la mirra primera; gimiendo va la solitaria tortolilla en busca de su bien ausente; su voz se ha oído en nuestra tierra, que llegó el tiempo de la mortificación; balando va la cándida cordera, preguntando por el Corderito de Dios, que ya otra vez quiso tragarle Herodes, lobo carnicero; pregunta a los parientes y conocidos, que ellos deberían saber de él; acude al templo y lo acierta, que es seguro haber de hallar un buen Hijo en casa de su buen Padre.

Aprende, alma, esta disciplina, y el modo de hallar a Dios; no le toparás en el ruido de las calles, menos en el bullicio de las plazas; no entre mundanos amigos ni parientes, sino en el templo, que es casa de oración; sea la iglesia tu centro, búscale en los sagrarios, que allí le tiene encarcelado el amor; cuéstente lágrimas los gozos y penas los consuelos; llámale con suspiros y lograrás sus favores.




Punto 3.º

Entra la Virgen en el templo y descubre en medio de los doctores la sabiduría del Padre; fue su contento desquite de su dolor. ¡Bienaventurados los que lloran, pues son tan consolados después! Enjugó lágrimas de la aurora el amanecido Sol; serenose aquel diluvio de llanto al aparecer aquel arco de paz, que es grande el gozo de hallar a Dios en quien le desea, al paso que le conoce. ¡Qué abrazos le daría, cómo le apretaría en su seno, diciendo con la esposa: «Hacecito de mirra fue mi amado, cuando perdido: ya es manojito de flores hallado; entre mis pechos permanecerá!» Tres días le costó de hallar y en ellos tres mil suspiros, lágrimas y diligencias, oraciones y dolores, para que estimase más el hallado tesoro.

Advierte, alma, que no te cuesta a ti tanto el hallar este Señor, pues siempre que quieres le tienes en el Altar; mira qué a mano y qué a boca, pero no querría que esa misma facilidad en hallarle fuese ocasión de no estimarle, no digo ya perderle; recíbele hoy con los afectos y ternuras que su Santísima Madre; sella en él tus labios, que no sólo se te permite que le adores, sino que le comas; no sólo que le abraces, sino que le tragues; guárdale en tu pecho y enciérrale dentro de él; repite con la esposa: «Manojito de mirra es mi amado para mí, entre mis pechos morará, ya del entendimiento, ya de la voluntad, aquél contemplándole e inflamándose ésta».




Punto 4.º

Fue siempre la Virgen Madre tan agradecida cuan graciosa; volvería a entonar a Dios otro cántico nuevo, por haberle vuelto de nuevo su amado Jesús; vino en alas de un corazón afectuoso, volvería en pasos de una garganta agradecida, celebrando las misericordias del Señor; congratularseía ya con los ángeles de dichosa, por haber hallado la gracia de las gracias, y la fuente de todas ellas. ¡Cómo guardaría su Niño Dios en adelante, nunca perdiéndole de vista, previniendo con agradecimientos los riesgos de volverle a perder!

¡Oh, alma mía!, tú que has hallado hoy en el Altar este mismo Señor, asistido de almas puras, alternadas con los ángeles, rodeada de sabios querubines, en vez de los doctores; tú que te hallas con el Niño Dios dentro de tu pecho, ¿qué cántico deberías entonar? ¿Qué gracias rendir? Conózcase en tu agradecimiento la estimación del hallazgo; no seas desagradecida si no quieres ser desgraciada; mira no le pierdas otra vez, con riesgo de perderle para siempre; guárdale dentro de tu corazón, pues es todo tu tesoro; mira no abras puerta a las culpas, que te le robarán.






ArribaAbajoMeditación XXXVIII

Del convite en que sirvieron los ángeles al Señor en el desierto, aplicado al Sacramento



Punto 1.º

Considera cómo se retira Cristo nuestro bien del bullicio del mundo, para vacar a su Eterno Padre; ayuna cuarenta días, enseñándonos a hermanar la mortificación con la oración, las dos alas para volar al reino de Dios; lo que carece el cuerpo de comida, se sacia el espíritu de los divinos consuelos. Pero ¡qué buena preparación toda ésta, de oración y de ayuno, desierto y cielo, aspereza y contemplación, para merecer el regalo que le envía su Eterno Padre! Los ángeles le traen a los que como ángeles viven.

Aprende, alma, lo que tu Divino Maestro, obrando, te enseña; menester es disponerte, con esta prevención de virtudes, para sentarte a la mesa de tus delicias; huye de los hombres, para que te favorezcan los ángeles; sea tu conversación en el Cielo, pues te alimentas del pan de allá; prívate de los manjares terrenos, y así gustarás más del celestial. Saca un gran cariño al retiro, a la oración, a la mortificación, a la aspereza de vida, y lograrás con gusto este divino banquete.




Punto 2.º

Pero no sólo precedió el ayuno de tantos días al regalo del Cielo, sino el haber conseguido tres ilustres victorias de los tres mayores enemigos, enseñándonos a vencer antes de comulgar; preceda la victoria al triunfo, quede vencida la carne en sus comidas, el mundo en sus riquezas y el demonio en sus soberbias; triunfe toda nuestra vida del deleite, del interés y de la soberbia. No admitió el Señor el falso convite del demonio, y por eso logró el que le sirvieron los ángeles; aquél le ofrecía piedras por pan, y éstos le prestan pan por piedras. Siéntese a la mesa del Rey, el que venció reyes.

Considérate hoy convidado en el desierto de este mundo al pan del Cielo; a la mesa del Rey te has de sentar, mira si has vencido reyes, los vicios que en ti reinaban; no llegues con los hierros de cautivo a la mesa de la libertad del Hijo de Dios. Quien ha de comer con Dios, y al mismo Dios, no ha de llegar ahíto de las comidas del mundo, que no gustarás del pan de los ángeles si llegas empachado de las piedras de Satanás.




Punto 3.º

Sintió hambre como hombre el Hijo de Dios, pero el Eterno Padre, que envió a su profeta un pan con un cuervo, hoy envía a su Hijo muy amado la comida con sus alados ministros; qué manjar fuese éste, no se dice, quédese a tu contemplación; lo cierto es que no faltaría pan donde intervenían ángeles, y que con un Hijo hambriento y tan amado, mucho se aventajaría este Divino Padre al del Pródigo. Pero por regalada que fuese aquella comida de los ángeles, no llegaría a la que hoy te ofrece a ti el mismo Señor de ellos; convidado te tiene, y Él mismo se te da en manjar.

Pondera con qué gozo te sentarás al lado del Señor en el desierto, con qué gusto comieras de aquel pan venido del Cielo; pues aviva la fe, y entiende que aquí tienes el mismo Señor, con Él comes, y le comes; Él es el que te convida, y el convite. ¡Oh, si le comieses tan hambriento como lo está el Señor de tu corazón! Mira que es regalo del Cielo; cómele con apetito de allá; come como ángel, pues los ángeles te sirven y te envidian.




Punto 4.º

Dio el Señor gracias de hijo al que se le había mostrado tan buen Padre, eternas como a eterno, y cumplidas como a tan liberal; levantaría los ojos, como otras veces, al Cielo, y realzando los del alma, los fijaría en aquellas liberales manos de su Padre; celebrando el querer con el poder, reconocería el entendimiento estimaciones, y lograría la voluntad continuos afectos. Entonaría himnos, que proseguirían los coros angélicos, empleando todas sus fuerzas y potencias en agradecer el bien que todos habían participado.

Imita, ¡oh, alma mía!, a este Señor, en dar gracias, pues en recibir favores agradece al Eterno Padre el haberte tratado como a hijo. ¿Qué mucho resuenen cánticos de alabanza en una boca de quien el Verbo Eterno fue manjar? Regüelde tu corazón una buena palabra, y hablen tus labios de la abundancia de tu corazón; conózcase en todas tus potencias el vigor que han cobrado con este divino manjar.






ArribaAbajoMeditación XXXIX

Para recibir al Señor con el triunfo de las palmas



Punto 1.º

Atiende cómo salen los humildes a recibir el humilde Jesús; los pobres al pobre, los niños al pequeño y los mansos al cordero. Salen con ramos de olivo pronosticando la paz, y con palmas la victoria. No salen los ricos detenidos con grillos de oro; no los soberbios, que adoran al ídolo de su vanidad; ni los regalados, cuyo dios es su vientre; así que los humildes son los que se llevan la palma, y aun el Cielo: tienden las capas por el suelo para que pase el Señor, que de ordinario más dan a Dios en el pobre los que menos tienen, y al mundo los que más. Colma el Señor su alabanza de las voces de los niños, que con la leche en los labios dicen la verdad, muy lejos de la lisonja; de suerte que todo este triunfo de Cristo se compone de humildad, pobreza, inocencia, candidez y verdad.

¡Oh, tú, alma, que has de recibir al mismo Señor en tu pecho, mira que sea con triunfo de virtudes! Que no hay disposición más conveniente que la humildad de los Apóstoles, la llaneza de una plebe, la mansedumbre de un bruto, la inocencia de unos niños, la pobreza de unos pescadores, para la llaneza de un humanado Dios.




Punto 2.º

«¿Quién es éste que entra con tan ruidoso séquito?», preguntan los soberbios, y responden los humildes, que le conocen mejor: «Éste es Jesús de Nazaret». Harto responden con decir salvador y florido. Pero responda el Real Profeta, y diga: «Éste que viene sentado en un jumentillo es el entronizado sobre las plumas de los querubines». Responda la Esposa: «Éste, blanco con su inocencia y colorado con su caridad, es el escogido entre millares». Diga Pablo: «Éste que cortejan los pueblos es el adorado de los coros angélicos». Hable Isaías: «Éste que va rodeado de infantes es el Dios de los Ejércitos».

Mas, ¡oh, tú, alma!, pregunta: «¿Quién es este Señor que hoy se entra por los senos de mi pecho, triunfando de mi corazón?» Oye cómo te responde la fe: «Éste que viene encerrado en una Hostia es aquel inmenso Dios que no cabe en el universo; éste que viene bajo los velos de los accidentes es el espejo en quien se mira el Padre; éste que adoran tus potencias es el que cortejan las aladas jerarquías». Si los pueblos sin conocerle así le cortejan, si los niños le aclaman, tú que le conoces, ¿con qué aparato le debes recibir? ¿Con qué pompa colocar en el trono de tu corazón?




Punto 3.º

Conmuévese toda la ciudad, admirando unos el triunfo y festejándole otros; conmuévase todo tu interior, el entendimiento admire y la voluntad arda; llénese tu corazón de gozo y tus entrañas de ternura; dé voces la lengua y aplaudan las manos; si allí arrojan las capas por el suelo, tiéndanse aquí las telas del corazón; aquellos tremolan palmas coronadas, levanta tú palmas victoriosas de tus rendidas pasiones, ramos de la paz interior; dejan los infantes tiernos los pechos de sus madres, y con lenguas balbucientes festejan a su Criador; renuncia tú los pechos de tu madrastra la tierra y emplea tus labios en cantar, diciendo: «Bendito seáis, Rey mío y Señor mío, que venís triunfando en nombre del Señor; seáis tan bien llegado a mis entrañas, cuan deseado de mi corazón; triunfad de mi alma y todas sus potencias, consagrándolas de hoy más a vuestro aplauso y obsequio».




Punto 4.º

Mas, ¡ay!, que después de tan aclamado Cristo de todos, de ninguno fue recibido. No se halló quien le ofreciese ni un rincón de su casa, ni un bocado de su mesa; todo el aplauso paró en voces, no llegó a las obras. Desamparándole en la necesidad los que le asistieron en el triunfo; en un instante no pareció ni un solo niño, que así desaparecen, en un punto, los humanos favores. Solo está el Señor en la casa de su Padre, que siempre está patente a sus hijos.

¡Oh, qué buena ocasión ésta, alma mía, para llegar tú y ofrecerle tu pobre morada! Recibístele con aplauso; cortéjale con perseverancia, ofrécele tu casa, que como tan gran Rey él pondrá la comida y te sentará a su lado, y en vez de la leche de niño que dejaste, te brindará con el vino de los varones fuertes; la boca que se cerró a los deleites profanos, ábrase a las alabanzas divinas; prosiga la lengua que le come en ensalzarle, y corresponda al gusto el justo agradecimiento; no seas tú de aquellos que hoy le reciben con triunfo y mañana le sacan a crucificar.






ArribaAbajoMeditación XL

Caréase la buena disposición de Juan y la mala de Judas en la cena del Señor



Punto 1.º

Meditarás cuán mal dispuesto llega Judas a la Sagrada Comunión y cuán bien preparado Juan; infiel aquél y traidor, revolviole las entrañas la comida; amado Juan y fiel discípulo, sosiégala en el pecho de su maestro. Ciego aquél de su codicia, trata vender el pan de los ángeles a los demonios; atento Juan, y con ojos de águila, le guarda contemplándole en el mejor seno; trueca Judas la comida, recambiando el más divino favor en el más inhumano desagradecimiento; reposa Juan recostado en el pecho de su Maestro.

Pondera cuantas veces has llegado tú la Sagrada Comunión como Judas, cuán pocas como Juan. ¡Qué aficionado a los bienes terrenos, qué perdido por los viles deleites! Con la traición en el cuerpo, de trocar por un vil interés, por una infame venganza, por un sucio deleite, la riqueza de los Cielos, el Cordero de Dios, la alegría de los ángeles. Escarmienta en adelante y procura llegar no como Judas alevoso, sino como Juan, estimador de los divinos favores, logrando dichas y gozando premios.




Punto 2.º

Salió Judas la puerta afuera, en habiendo encerrado el Cordero de Dios en sus desapiadadas entrañas; trueca un cielo por un infierno; no reposa como Juan, que no hay descanso en las culpas. Hecho, pues, de discípulo regalado del Señor, adalid de sus contrarios, sale de entre los mayores amigos y vase a los enemigos; tan a los extremos llega el que cae de un gran alto puesto. «¿Qué me queréis dar por aquel hombre -les dice-, que por bien poco os lo venderé? Dadme lo que quisiérades y será vuestro». Y responderíanle los enemigos: «Para lo que él vale, por cualquier precio es caro».

Pondera ahora el increíble desprecio que hacen los pecadores de Dios; qué poco estiman lo que más vale; prefieren un vil deleite, que ya es mucho un Barrabás, y esto sucede cada día. Imagina tú, alma, que acercándote a Judas, le dices: «Véndemele a mí, traidor, que yo te le pagaré con el alma y con la vida, yo te daré cuanto hay y cuanto soy, porque es mi Dios y todas mis cosas, y yo conozco lo que vale y cuánto me importa». Cómprale, alma, por cualquier precio, y cómele como pan comprado, que es más sabroso, o como hurtado, que es más dulce; mas, ¡ay!, que no tienes que comprarle, que de balde se te da. Venid y comprad sin plata el manjar que no tiene precio; pero mira que no le vendas tú a precio de tus gustos; no vuelvas al vómito de tus pecados.




Punto 3.º

Carea ahora la infinita bondad del Salvador con la mayor iniquidad de Judas, su benignidad con la ingratitud, su mansedumbre con la fiereza. Llega Judas al huerto, si antes de flores ya de espinas, hecho adalid de los verdugos, y entre los malos el peor; vase acercando a Cristo con el cuerpo cuando apartándose más con el espíritu, y muy descarado, sella en el divino rostro sus inmundos labios. ¡Oh, mal empleada mejilla que desean mirar los ángeles! No le huye el rostro quien se le entregó ya en comida; no le asquea la boca quien depositó en sus entrañas; antes, con el agrado de un cordero, le llama amigo; bastara a enternecer un diamante y había para humanar un tigre, mas ¡oh dureza de un pecador obstinado! «Amigo -dice-, ¿a qué viniste?» No supo ni tuvo qué responderle Judas.

Respóndele tú cuando llegas a comulgar, advierte cómo te pregunta: «Amigo, ¿a qué vienes, a recibirme o a venderme? ¿Vienes como el querido Juan o como el traidor Judas?» ¿Qué le respondes tú? ¿Qué te dice la conciencia? Considera que el mismo Señor tienes aquí en la Hostia que allí en el huerto, y no sólo llegas a besarle, sino a recibirle y a comértele. Mira no llegues enemigo, sino afectuoso; no a prenderle, sino a aprisionarle en tu corazón; no a echarle la soga al cuello y a las manos, sino las vendas del amor. Saca llegar con una reverencia amorosa y con un gozo fiel a recibir y llevarte este mansísimo Cordero.




Punto 4.º

No dio gracias después de la Santa Cena el que comió sacrílegamente. ¿Cómo había de ser agradecido un fingido? Vendió el pan de los amigos a los mayores enemigos, que fue echarlo a los perros rabiosos; la margarita más preciosa a los más inmundos brutos. Pero es de ponderar en qué paró. Él mismo se dio el castigo, siendo verdugo de su cuerpo el que lo fue de su alma. Sacó la muerte del pan de vida. Echó aquellas impuras entrañas en castigo de su sacrílega Comunión.

Considera el primero que comulgó indignamente cómo fue castigado. Pagolo con ambas vidas. Sea, pues, su castigo tu escarmiento. Procura ser agradecido para ser perdonado; desanúdese tu garganta a las alabanzas debidas, no sea lazo de suspensión; labios que se sellaron en el carrillo de Cristo, con verdaderas señas de paz, despliéguense en cánticos de agradecida devoción en el día que comulgas; no des luego la puerta afuera con el Señor en el pecho, como Judas; sosiégate en la contemplación, como el discípulo amado.






ArribaAbajoMeditación XLI

Para comulgar en algún paso de la Sagrada Pasión



Punto 1.º

Considera cómo Cristo Nuestro Señor, en aquella memorable noche de su partida, cariñoso de quedarse con los hombres y deseoso de perpetuar la memoria de su Pasión, halló modo para cumplir con su memoria y con su afecto; eternizó, pues, su amor y su dolor en este maravilloso Sacramento, para que fuese centro de su Pasión. Encarga, pues, a todos los que le reciben que renueven la memoria de lo que nos amó y juntamente de lo que padeció.

Llega, pues, ¡oh tú, que has de comulgar!, y recibe a tu Dios y Señor Sacramentado entre finezas y dolores; gústale sazonado entre sus sinsabores para tu mayor sabor, dulcísimo entre amarguras, entre penas más gustoso, y cuanto por ti más envilecido, tanto de ti más amado. Contémplale en algún paso de su Sagrada Pasión, y recíbele, ya regando el huerto con su sangre y tu alma con su gracia; ya preso, maniatado con las sogas crueles del odio, sobre los estrechos lazos del amor; ya como flor del campo ajada, sonroseado a bofetadas su divino rostro, porque campeen más las rosas de sus mejillas a par de las espinas de su cabeza. Contémplale tal vez amarrado a una columna, hecho un non plus ultra del amar y padecer, ya abierto a azotes su cuerpo y que mana un tal diluvio de sangre de la cruda tempestad de tus culpas; ya escarnecido de los hombres, el deseado de los ángeles, empañado con sucias salivas el espejo sin mancilla, en quien se mira y se complace su Eterno Padre; ya llevando sobre sus hombros el leño, cual otro Isaac la leña al sacrificio; finalmente, levantado en una cruz, con los brazos siempre abiertos para el perdón y clavados para el castigo; fijos los pies para esperarte a pie quedo e inclinando la cabeza para llamarte continuamente. De este modo, cuando comulgares harás conmemoración tierna de su Pasión acerba con tu compasión afectuosa.




Punto 2.º

Aviva, pues, tu fe, y levanta tu contemplación, que el mismo Dios y Señor, real y verdaderamente que estaba allí padeciendo en aquel paso que meditas, Él mismo en persona está aquí en el Sacramento que recibes; el mismo Jesús, tu bien, que estaba en el Calvario, le encierras en tu pecho. Considera, pues, si te hallaras allí presente con la fe que ahora tienes, con el conocimiento que alcanzas, en la ocasión que meditas, en el paso que contemplas, ¡con qué afecto te llegaras a tu Señor, aunque fuera rompiendo por medio de aquellos inhumanos verdugos! ¡Con qué ternura le hablaras! ¡Qué razones le dijeras! ¡Cómo le abrazaras! ¡Cómo te compadecieras de lo que padecía Él, y por ti! Acogiérasle en tu regazo y te le llevaras hurtándole a la fiereza de los tormentos, y restituyéndole al descanso de tus entrañas.

¡Oh alma!, pues sabes, como lo crees, que este Señor es el mismo que aquél, haz aquí lo mismo que allí hicieras: mira que aun llegas a tiempo. Imagina cuando comulgas que llegas al Huerto y que le enjugas el copioso sudor sangriento con las telas de tu corazón, que te acercas a la columna y le desatas para enlazarle en tus brazos y curarle las heridas, poniendo en cada una un pedazo de tu corazón; haz cuenta que le aprietas en tu seno coronado, aunque te espines, y que le sientas en el trono de tu pecho, que le trasladas de los brazos de la Cruz, donde con tanto afán pende, a tus entrañas, donde descanse. Comulga una vez en el Huerto y otra en la Columna; hoy en la calle de la Amargura y mañana en el Calvario, avivando con la fe tu devoción.




Punto 3.º

¡Oh, cuánto hubieras apreciado el haber asistido a todos aquellos lastimeros trances de tu redención! ¡Oh, cómo hubieras logrado tu dicha, aunque penosa, de haberte hallado presente en todas aquellas ocasiones en que padecía el Señor! ¡Oh, quién se hubiera hallado, repites muchas veces, con el afecto que ahora tengo en aquellos doloridos pasos de la Pasión! Pues advierte que no llegas tarde, aun vienes a sazón; aquí tienes al mismo Señor que allí sufría, y si no padeciendo los dolores, representándose para que tú te compadezcas. Y si allí cuando le vieras con la vestidura blanca, llamándole todos el amente, tú dijeras: «No es sino mi amante». Y cuando al pie de la columna caído, revolcándose en la balsa de su sangre, alargaras tus dos manos para ayudarle a levantar, cuando los demás a caer; si oyeras decir al presidente en un balcón: «He aquí el Hombre», gritaras tú, diciendo: «Mi bien es, mi Esposo, mi Amado, mi Criador y Señor». Y cuando nadie le quería y todos le trocaban por Barrabás, tú exclamaras y dijeras: «Yo le quiero, yo le deseo, dádmele a mí, que mío es, mi Dios y todas mis cosas».

Pondera que si esto hicieras entonces, y así estimaras tu suerte, logra y agradece hoy haber llegado a la Sagrada Comunión; que si entonces dieras gracias por haberle recibido lastimado entre tus brazos, ríndelas mayores de haberle metido dentro de tu pecho, sacramentado; si tuvieras a gran favor llegar fervoroso a adorar aquellas llagas, reconócelo aventajado en haber llegado a comértelas; estima, ya que no haber acogido en tus brazos aquel hacecito de mirra, sí de medio a medio en tus entrañas, no sólo apegado al pecho, sino dentro de él y muy unido con tu corazón. De este modo puedes llegar a comulgar, recibiendo al Señor, un día en un paso de la Pasión, y otro día en el otro; ya preso, ya azotado, escupido, coronado, escarnecido, clavado, aheleado, muerto y sepultado en el sepulcro nuevo de tu pecho.






ArribaAbajoMeditación XLII

Para comulgar con la licencia de santo Tomás, de tocar el costado de Cristo



Punto 1.º

Advierte cómo este Apóstol, por su singularidad, perdió el favor divino hecho a toda la comunidad, que quien se aparta de la compañía de los buenos, suele quedarse muy a solas. Entibiose en la fe y resfriose en la caridad; pasó luego de tibio a incrédulo, que quien no sube en virtud va luego rodando de culpa en culpa. Cegó Tomás en el alma, porque no vio el Sol resucitado entre los arreboles de sus vistosas llagas. Negolas en su Maestro y abriolas en sí mismo; buscaba consuelo a su corta dicha, en su corta fe de no haber gozado de la visita del Señor, en la obstinación de negarle resucitado. ¡Qué mala disposición ésta para obligar a Cristo repita sus favores! Poco lisonjea las llagas quien así renueva los dolores, no advirtiendo que más las abre cuanto más las niega.

¡Oh, alma mía, cómo compite con la de Tomás tu tibieza, y ojalá no la excediese! ¡Qué mala preparación la tuya para merecer hoy la visita del Señor, si allí resucitado, aquí Sacramentado! Cuando los demás gozan de los frutos de la paz, tú te quedas en la guerra del espíritu. Aviva tu fe, alienta tu esperanza, enciende la caridad en la fervorosa oración.




Punto 2.º

Compasivo el Señor, si incrédulo Tomás, al cabo de ocho días de prueba, para purificar sus deseos, dígnase favorecerle en compañía ya de sus hermanos, que poco importa estén cerradas las puertas del cenáculo cuando las de sus llagas están tan abiertas y su costado de par en par. Métese en medio de los Apóstoles, como centro donde han de ir a parar sus corazones; fijó los ojos en Tomás, que fue abrirle los del alma; mándale que se acerque, pues por estar tan lejos de su divino calor tenía tan helado su espíritu; dícele alargue su mano, señal que no le había dejado del todo de la suya. «Mete el dedo -le insta- en este costado y haz la prueba, hasta llegar al corazón, que él con su fuego deshará el yelo de tu tibieza». Pondera la gran misericordia del Redentor, que por salvar un alma recibiera de nuevo las heridas, y hoy, por curar un Apóstol, las renueva; a Tomás, helado, las franquea, cuando a la Magdalena, fervorosa, las retira; que son para los flacos las blanduras cuando para los fuertes las pruebas.

Advierte, alma, que al mismo Cristo gloriosamente llagado tienes dentro de esta Hostia; oye lo que te dice: «Acércate a mí, recíbeme y tócame, no ya con los dedos, sino con tus labios; no con la mano grosera, sino con tu lengua cortés, con tu corazón amartelado; pruebe tu paladar a qué saben estas llagas; pega esos labios sedientos a la fuente de este costado abierto; apáguese la sed de tus deseos en este manantial de consuelos». Aviva tu fe y estima tu dicha, que si Tomás llegó a meter el dedo en el costado del Señor, aquí todo Cristo se mete dentro de tu pecho; no pierdas ocasión, tócale todas sus llagas, estimando tan aventajados favores.




Punto 3.º

En tocando Tomás la piedra, Cristo, con el hierro de su incredulidad, saltó fuego al corazón y luz a los ojos: abrió los del cuerpo para ver las llagas y los del alma para confesar la divinidad. Viendo a Cristo hecho llagas por su remedio, él se hace bocas en su confesión, y exclamando, dice: «Señor mío y Dios mío, yo me rindo; conquistado me habéis el corazón con vuestras heridas, y digo que Vos sois mi Señor, mi Dios, mi Rey, mi bien y todo mi contento: Dios mío y todas mis cosas, que en Vos se encierra todo».

Pondera ahora que si Tomás con sólo tocar la llaga del costado del Señor quedó contento, mudado y fervoroso, tú, que le has tocado todo cuanto le has recibido, ¿qué fervoroso y cuán trocado habrías de quedar, todo metido en Dios, pues todo Dios metido en ti?; confiésale por tu Señor, tu Dios, tu Criador, tu Redentor, tu principio, medio y fin; todo tu bien y único centro de tus deseos.




Punto 4.º

¡Qué de buen gusto y qué de veces volviera Tomás a gozar de aquellas vistosas llagas, si le fuera concedido! ¡Qué sediento repitiera aquellas perennes fuentes del consuelo y del amor!

Alma, este singular favor para ti se guarda; frecuenta esta Sagrada Comunión hoy y mañana, y cada día te está esperando el Señor: así quieras ser dichosa como puedes. Quedó Tomás singularmente agradecido a tan singular misericordia; ya el que contradecía a todos, incrédulo, confiesa con todos, fiel; pídeles le ayuden a agradecer, como antes a creer; propone de confesar hasta morir, aunque sea con tantas heridas como ha adorado llagas. Procura tú ser agradecido con Tomás, y tú más, cuanto más obligado; hazte bocas en alabarle, así como en recibirle, y a un Señor que te ha abierto su costado y sus entrañas de par en par, despliega tú esos labios, salga tu corazón deshecho, ya por la boca en aplausos, ya por los ojos en ternuras.






ArribaAbajoMeditación XLIII

Del convite de los dos discípulos de Emaús, para recibir al Señor como peregrino



Punto 1.º

Contemplarás cómo estos dos discípulos, aunque dudosamente congregados en el nombre del Señor, luego se tienen en medio, que la conversación de Dios es el reclamo que les atrae. Iban hablando de su Pasión, y así luego le tiraron a su conversación, la música más suave que le pueden dar las cítaras del Cielo. ¡Qué mal dispuestos los halla para comunicarles sus favores, muy alejados de Sí! Pero el Señor, compadecido, se les acerca; ellos huyen y Él los busca; míralos resfriados en la fe, descaecidos en la esperanza, tibios en la caridad, pero con sus palabras de vida les va calentando los corazones, alentándoles su desconfianza o infundiéndoles nueva vida.

Advierte, alma, que el mismo Señor encuentras hoy en el camino de tu muerta vida; si allí peregrino, aquí milagroso; si allí con el disfraz de una esclavina, aquí de los accidentes de pan; sí allí de paso, aquí de asiento. ¡Qué desalentada procedes en el camino de la virtud, qué tibia en el servicio de Dios! Llégate, pues, a este Señor en la oración, para que a los golpes de sus inspiraciones se encienda en tu pecho el fuego de la devoción; habla de Dios el día que con Dios; boca que ha de hospedar a Jesús no ha de tomar en sí otra cosa; no hable palabra que no sea de Dios la que ha de recibir la palabra divina, y con saliva virgen llegue a gustar el pan y vino que engendran vírgenes.




Punto 2.º

Vanse acercando al castillo de Emaús, término de su fuga: hace el Señor amago de pasar adelante, cuando más gusta quedar; quiere que a deseos le detengan y con ruegos le obliguen; el que se introdujo a los principios voluntario, quiere ser rogado en los progresos de la virtud, como la madre que empeña el niño en el andar, dejándole solo, para que pierda el miedo; viéndole ellos tan humano, cuando más divino, pídenle se detenga; no le convidan, al uso del mundo, por cumplir, sino con instancias para alcanzar; respóndeles que ha de ir lejos, que en apartándose de un alma mucho se aleja: la distancia que hay de la culpa a Dios.

Alerta, alma, que pasa el Divino Esposo a otras más dichosas, porque más fervorosas: menester es rogarle, lo que importa el detenerle. Si estos discípulos, sin conocerle, así le estiman, tú, que sabes quién es por la fe, procura agasajarle; ellos le imaginan extraño, tú le conoces propio; ruégale que entre no sólo contigo bajo un techo, sino dentro de tu mismo pecho; convídale, que al cabo será todo a costa suya, pues él pondrá la comida, y tú las ganas, logrando la vida eterna.




Punto 3.º

Fácilmente condescendió el Señor, que tiene sus delicias en estar con los hijos de los hombres; siéntanse a la mesa y Cristo en medio, igualándolos en el gozo y en el favor; pónenle el pan en las manos, con grande acierto, pues siempre se logró en ellas; levantarían los ojos al cielo, para que fuese pan con ojos y divinos, y al partir de Él, ellos abrieron los suyos y le conocieron Maestro, mas al mismo punto desapareció, que es en esta vida relámpago el que en la eterna Sol de luz y de consuelo; dejolos con la dulzura en los labios, quedando el milagroso pan por substituto en su ausencia; dejolos envidiosos de la dicha de haberle conocido antes y deseoso de haberle gozado y adorádole sus gloriosas llagas, apretádole aquellos pies. ¡Oh, qué abrazos se prometían haberle dado si le hubieran conocido!

Advierte que el mismo Señor, real y verdaderamente, tienes tú aquí en la mesa del Altar; partiendo está y repartiendo el pan del cielo; no tardes en reconocer tu dicha, que cuando recuerdes será tarde y quedarás apesarado de no haberla logrado antes: llégate al Señor, que no se te irá como a los discípulos, porque le tiene el amor aprisionado. Goza de su divina y corporal presencia, adora aquellos traspasados pies, besa aquellas gloriosamente hermosas llagas; a ti te espera, por ti se detiene, tiempo y lugar te da, para que le contemples, le ames y le comas.




Punto 4.º

Quedaron ambos discípulos entre penados y gozosos, alternando su dicha de haber visto a su Maestro con el sentimiento de haberle tan presto perdido; antes ido, decían, que conocido; ponderaban con estimación el favor que les había hecho y repetían las lecciones que les había enseñado; ardieron sus corazones en amor al ir y las lenguas en el agradecimiento al volver; volverían a referir con formales palabras lo que les había dicho, y ponderaban su eficacia y sus acciones; sobre todo el celestial agrado de su semblante; dábanse el uno al otro las norabuenas de su dicha, y al Señor las gracias de su misericordia; no acertarían a hablar de otro por muchos días, y aun por el mismo camino irían reconociendo las huellas de su Maestro, siguiendo las de su Santa Ley. Volvieron a donde estaban los Apóstoles, diciéndoles parte de su dicha, y renovaron su fruición.

Aprende, alma, a dar gracias a tu Divino Maestro el día que te sientas a su mesa; abre tus labios a las alabanzas, así como los ojos al conocimiento; mira que no le debas a tu tibieza la dicha de haberle conocido antes; no habrías de hablar de otro en muchos días, yendo y viniendo tu lengua al sabor de tu muela, el gusto de tu paladar.






ArribaAbajoMeditación XLIV

Para recibir al Señor con la Magdalena, como al hortelano de tu alma



Punto 1.º

Meditarás qué ansiosa madruga la Magdalena en busca de un Sol eclipsado. Apoderose de ella el amor, y así no la deja reposar; fuera está de sí, toda en su Jesús amado, que no está donde anima, sino donde ama. Deja presto el lecho la más diligente esposa; pero, ¿qué mucho se le impida el dormir a quien no se le permite el vivir? No se quieta en ninguna criatura fuera del centro de su Criador, mas, ¡ay!, que no vive quien tiene muerta su vida, que no se dijo por ella: «A muertos y a idos no hay amor»; y finezas de quien bien ama, más allá pasan de la muerte; herida del divino amor y muerta del dolor, se va ella misma a enterrar en el sepulcro de su Amado.

Pondera qué buena preparación ésta de oraciones y vigilias, de lágrimas y suspiros, para hallar un Señor que murió de amores y vive de finezas. Madruga hoy, alma diligente, en busca del mismo Señor, que allí ensayó sus finezas para amarte y favorecerte a ti; no le busques cubierto de una losa, sino de una Hostia; no entre sudarios de muerte, sino entre accidentes de vida. Llora tus errores y suspira por sus favores, y conseguirás el premio de tus deseos.




Punto 2.º

Atraído el Señor, no ya de los yerros de una pecadora, sino del oro de un amante, se le franquea, pagando en favores tan extremadas finezas; muéstrasele en traje de hortelano, por lo que tiene de Jesús florido; pretende coger los frutos en virtudes de aquellas flores en deseos: pregúntala por qué llora y a quién busca, quien tan bien sabe que Él es la causa, pero tiene gloria en oírla relatar su pena. Responde ella, como de cosa sabida, que todos cree piensan en lo que ella, y no se engaña, porque ¿en qué otra cosa se puede pensar que en Dios, ni hablar de otro que de Dios? No dice que busca un muerto, que aun pensarlo es morir: «Restitúyemele -dice- y no te espantes de que no tema, que si me faltan las fuerzas el ánimo me sobra; no hay horror donde hay amor»; dilata el Señor el descubrirse por oírla multiplicar deseos.

Alma, advierte que aquí tienes el mismo Señor, Hortelano de las almas, que las riega con su sangre; aquí asiste disfrazado entre accidentes de pan, escuchando tus amorosas finezas; pero si el amor le disimula, descúbrale tu fe, y si la Magdalena intentó llevársele amortajado, llévatele tú sacramentado.




Punto 3.º

Gozoso el divino hortelano Nazareno de haberla visto regar con las fuentes de sus ojos segunda vez sus plantas, viendo aljofaradas las rosas de sus llagas con las perlas de tan copioso llanto, manifiéstasele nombrándola por su nombre: «María», dice, y ella al punto, como oveja no ya perdida, reconoce la voz de su bien hallado Pastor; nombrola con tal agrado que pudo conocer su gran misericordia; arrojosele afectuosa a sus pies, sabido centro de su propensión, y si ya otra vez cayó en el peso de sus culpas, ésta con el de su amor; calose como solícita abejuela a la fragancia que despedían sus floridas llagas, pero detúvola el Señor, diciendo: «No te acerques, no me toques, que aún no he subido a mi Padre; quédense para ti las penas, resérvense para mi Padre las glorias; para ti las espinas, para Él las fragrantes rosas».

¡Oh, alma mía!, reconoce aquí tu dicha, y procúrala estimar, pues no sólo no te manda este Señor que te retires recatada, sino que te acerques afectuosa; cuando a la Magdalena recata sus llagas, a ti te convida con ellas, no sólo para que las toques, sino para que te las comas; oye que te llama por tu nombre, con tales demostraciones de agrado que le atraiga su bondad; si te retira su grandeza no pierdas la sazón de comulgar, que envidiarás toda la eternidad; arrójate a aquellos pies, aprieta aquellas floridas llagas y brotarán, en vez de sangre, miel dulcísima que comas, néctar celestial que chupes y con que te apacientes.




Punto 4.º

Pasó de favorecida a agradecida la Magdalena, y no cabiéndole el contento en el pecho, parte a comunicárseles a los Apóstoles, deseando la ayuden a dar gracias y a gozar de los favores; congratúlase con ellos no de una sola dracma hallada, sino de cinco, y tan preciosas que vale cada una un Cielo; ni se contentaría con esto, sino que convidaría los coros celestiales para que con sus aventajadas lenguas le ayudasen a adelantar las divinas alabanzas mereciendo oír toda la vida sus agradecidos cantares.

Pondera que si la Magdalena por una vez que llegó a ver, que aun a no tocar, aquellas gloriosas llagas; a mirarlas, que no a besarlas, todos los años de su vida, día por día entre los alados coros, celebra esta dicha, tú, alma mía, que no una sola vez, sino tantas y en tantos años, día por día, prosigues en recibir todo el Señor, no sólo en besar sus llagas, sino comértelas, cómo debes repetir a cada hora y a cada instante las debidas gracias. Empléense a coros todas tus potencias en engrandecer y agradecer tan singulares favores; rebosen tus labios en alabanza de estas llagas la dulzura que chupó tu corazón.






ArribaAbajoMeditación XLV

Para recibir al Señor como Rey, Esposo, Médico, Capitán, Juez, Pastor y Maestro


Estas siete meditaciones, que aquí van juntas, solía repetir el V. P. Francisco de Borja, cuando sacerdote, por los siete días de la semana, cada día una, y así las podrás tú platicar también; y cuando no era aún sacerdote, comulgaba los domingos, tomando los tres días antes para prepararse, y los tres días después para dar gracias y sacar frutos.


Punto 1.º

Meditarás cuando recibieres al Señor como a Rey, cuán gran aparato previnieras si hubieras de hospedar en tu casa al Rey del suelo; pues ¿cuánta mayor preparación debes hacer para recibir el del cielo, no ya en tu casa, sino dentro de tu pecho? Y si como a Esposo divino, trata de engalanar tu alma con la bizarría de la gracia y con las preciosas joyas de las virtudes. Si como a Médico, deseándole con tanta ansia como tienes necesidad, despierten tus dolores el deseo que ya Él padeció por ti y bebió la purga amarga de la hiel y vinagre, para sanarte de los graves males que te causaron tus deleites. Si Capitán, cuando toda tu vida es milicia, alístate bajo sus banderas, llámale en tu socorro, viéndote sitiado de tan crueles enemigos. Si como Juez, aparta de tu corazón toda culpa, que pueda causar ofensión a la rectitud de sus divinos ojos. Si Pastor, llámale con balidos de suspiros, ya para que te saque de las gargantas del lobo infernal, ya para que te apaciente en los amenos pastos que regó con su misma sangre. Si Maestro, reconociendo primero tus ignorancias y suplicándole que, pues es sabiduría infinita, te enseñe aquella gran lección de conocerle, amarle y servirle. Ésta sea la preparación en cada una de estas siete meditaciones.




Punto 2.º

Advierte que se va acercando este soberano Rey a las puertas de tu pecho, que son tus labios; viene con benignidad: sálgale a recibir tu alma con grandeza; pídele mercedes, que quien se da a sí mismo nada querrá negarte; ya llega el único amante de tu alma: salga, pues, a recibirle en sus entrañas entre afectos y finezas. Ya sube el Médico divino, que es la salud y la medicina, la alegría de los enfermos, y Él padeció primero los dolores: represéntaselos uno por uno, y pídele el remedio de todos. Arrímase ya el valiente Capitán a tu pecho: entrégale el castillo de tu alma, no te hagas fuerte en tus flaquezas. Ya te toma residencia el riguroso Juez: échate a sus pies, confesando con humildad tus graves culpas y conseguirás el perdón de ellas. Ya te viene buscando el Buen Pastor: oye sus misericordiosos silbos, síguele con cariño y toma de su mano el pan del cielo. Ya se sienta en la cátedra de tu corazón el Divino Maestro: escúchale con atención y apasiónate por su verdadera doctrina.




Punto 3.º

Logra el favor que te hace este gran Monarca; mira que es tan dadivoso como poderoso; sábele pedir a quien te desea dar, que Él puede darte y quiere. Estréchate, alma, con tu enamorado Esposo, y pues él te abrió sus entrañas, recíbele en las tuyas; muchas heridas le cuestas, sacarás por sus llagas sus finezas; llámale tu vida, pues la perdió por quererte. Aplica los remedios que te trae este gran Médico, cuando hace de su propia carne y sangre medicina; Él se sangró por tu salud y murió por darte a ti la vida. Sigue tu Capitán, que Él va delante en todas las peleas; ni te faltará el pan, pues Él se te da en comida; pelea con valor, que Él recibirá por ti las heridas; no desampares su estandarte hasta conseguir la victoria. Escucha, alma, e inclina tu oreja a tan sabio Maestro, que es la sabiduría del Padre; en comida se te da para que aprendas mejor, como al niño que le dan las letras de azúcar para que con gusto las aprenda; entrarán con sangre, pero no tuya, sino del mismo Maestro, que Él llevó los azotes por la lección que tú no supiste. ¿Qué descargos le das a un tan misericordioso Juez que quiso ser sentenciado por tus culpas? Y el que no hizo pecado ni se halló engañado en su boca, satisfizo por tu malicia; pídele misericordia y propón una gran enmienda; no te confiscará los bienes, antes, para que tengas que comer. Él se te da en comida. Júntate al rebaño de tu buen Pastor, que es juntamente tu pasto regalado: Él se expuso por ti a los lobos carniceros, que se cebaron en su sangre hasta no dejarle una gota, señal que no es mercenario; en sus mismas entrañas te apacienta y en sus hombros te conduce al aprisco de su Cielo.




Punto 4.º

Corresponde agradecido a un Rey tan generoso, y queden vinculadas las mercedes en eternas obligaciones de servirle. Logra en agrados los favores de tu Esposo, y procura guardarle lealtad, que te va no menos que la vida, y ésta eterna. Paga en agradecimientos tan costosos remedios, y guarda la boca de tus gustos para emplearla en sus loores. Oiga el Mayoral del Cielo los balidos de tu contento en alabanzas, y tu Capitán los aplausos de su triunfo. Resuenen los vítores a tu sabio Maestro, y sea la mayor recomendación de su doctrina el platicarla en tu provecho. Preséntale al benigno Juez tu alado corazón, tan agradecido a su misericordia cuan contrito de tu miseria; reconoce que vives por Él, y que de favor suyo no estás ardiendo hecho tizón eterno del infierno.






ArribaAbajoMeditación XLVI

Para recibir al Señor como a tu criador, redentor y glorificador y único bienhechor tuyo



Punto 1.º

Considera el que recibió todo su bien de otros, con qué agasajo le recibe cuando se le entra por su casa; pone a sus pies cuanto tiene, porque sabe le vino de su mano; todo le parece poco, respecto de lo mucho que le debe; no le pesa de que no sea más lo recibido, sino porque no le puede servir con más; confiésale por su bienhechor, porque lo hizo persona, y pone sobre su cabeza al que le levantó del polvo de la tierra.

¡Oh, tú, que comulgas! ¿Quién es este Señor que hoy hospedas en tu pecho? Mira si le debes cuanto eres. Él te sacó de la nada para ser mucho, pues te hizo; no le recibes en casa ajena, que Él la edificó con sus manos; Él te da la vida, empléala en servirle; Él te da el alma, empléala en amarle; recíbele como a tu único bienhechor, abre los ojos de la fe, y verás en esta Hostia el Señor que te ha criado; métele en tu pecho por mil títulos debido; ponle en tus entrañas, pues son suyas; conozca tu entendimiento cuyo es, y ame la voluntad un fin que es su principio. Sobre todo, confúndase tu corazón de haber convertido en instrumentos de su ofensa los que ya fueron dones de su liberalidad, favores de su infinita beneficencia.




Punto 2.º

Poco es ya dar la vida a uno; mucho, sí, darla por él, morir para que él viva, y aun esto es poco; el extremo de un bienhechor llega a morir por el mismo que le mata, redimir a quien le vende y rescatar a quien le compra. ¿Viose tal extremo de amor? Sólo pudo caber en un Dios enamorado.

Hombre, por ti murió, que tanto le has ofendido; el Señor, por un vil esclavo de Satanás. Mira qué extremos estos: Dios y morir, vida y muerte, ¡y por ti, un despreciable gusano! Permitió ser injuriado por honrarte, fue escupido para tú lavado, fue reputado por ladrón el que da el Paraíso a los ladrones, y se te da a sí mismo en el Sacramento; todo lo quiso perder por ganarte a ti: hacienda, vida, honra, hasta morir desnudo en un palo. Bien pudiera este divino Amante de tu alma haber buscado otro remedio para tu remedio, pero escogió el más costoso para mostrar su mayor amor: no quiso se dijese de su firmeza que podía haber sido mayor, que pudo haber hecho más. Viose desamparado de su Padre, por no desamparar una agradecida villana, de quien se había enamorado. Recíbele, pues, en esta Comunión de hoy, como a Redentor de tu alma, como a Salvador de tu vida; ofrécele cuanto tienes, hacienda, honra y vida, a quien la dio primero por ti; hospeda en tu pecho al que abrió su costado para meterte en él; llene tu boca de su preciosa sangre, el que no alcanzó una gota de agua en su gran sed; endulce tus labios con su cuerpo el que sintió aheleada su boca con hiel, y pues no omitió el Señor cosa alguna que pudiera haber hecho por ti, no dejes tú cosa que puedas hacer en su santo servicio.




Punto 3.º

Recíbele ya como a tu eterno glorificador, que será echar el sello a todas sus misericordias y coronarte de miseraciones. Gran favor fue el criarte de la nada, mayor el redimirte con cuanto tenía; haberte hecho católico cristiano, cuando puso a otros entre infieles que le hubieran servido harto mejor si le hubieran conocido; el haberte sufrido tan pecador cuando otros con menos culpa están hechos tizones de las eternas llamas; haberte justificado y alimentado con su cuerpo y sangre: grandes son todos estos favores, dignos de todo agradecimiento y conocimiento, pero el que los corona todos es el haberte predestinado para su gloria, como la crees, y que te ha de glorificar, como lo esperas; recíbele, pues, como a tu último fin, que Él es tu alfa y omega; Él es paradero de tus peregrinaciones, descanso de tus trabajos, puerto de tu salvación y centro de tu felicidad. Aviva tu fe, que el mismo que has de ver y gozar en el cielo, este mismo Señor, real y verdaderamente tienes encerrado en tu pecho como prenda de la gloria.




Punto 4.º

Llámese este Divinísimo Sacramento Eucaristía, que quiere decir buena gracia, porque siendo gracia infinita que el Señor nos hace, solicita el perpetuo agradecimiento en el que comulga; no hay otro retorno al recibirle una vez, sino volverle a recibir otra: ésta es la mayor acción de gracias; ni hay otro desempeño de tantas mercedes, como dignamente recibirle y comulgar, Cáliz por Cáliz, y pagar los votos al Señor, en públicos aplausos, delante todo su pueblo, y no queda ya sino una preciosa muerte en el Señor después de haberle recibido, que es gran modo de agradecer un gran don de Dios recibiendo otro. Anegado te hallas en beneficios; anégate, pues, en su sangre; agradecerás como debes si amas como conoces. De esta suerte podrás comulgar varias veces, recibiendo un día al Señor como a tu Criador, y otro como a tu Redentor; si hoy como justificador, mañana como tu glorificador.






ArribaAbajoMeditación XLVII

Para comulgar en todas las festividades del Señor



Punto 1.º

Pondera cuán gran dicha hubiera sido la tuya si te hubieras hallado presente con la fe que alcanzas al misterio que meditas. ¡Con qué devoción te preparas y con qué gozo asistirás! Porque si te despertara el ángel aquella noche alegre del nacimiento, ¡con qué diligencia te levantarías, con qué afecto acudieras a gozar del Niño Dios nacido! ¡Cómo lograrás la ocasión de verle y contemplarle fajado entre pañales al que no cabe en los cielos; recostado entre pajas, al que entre plumas de querubines, llorando la alegría de los ángeles! Y en el día de la Circuncisión, ¡cómo acompañarás con tus lágrimas las gotas de su sangre; con qué consuelo gozarás de aquel rato de Cielo en el Tabor, cómo madrugaras la mañana de la Resurrección en compañía de la virginal aljofarada aurora, a ver salir aquel glorioso sol entre los alegres arreboles de sus llagas! ¡Con cuán devota pureza te previnieras para subir al monte el día de la triunfante Ascensión del Señor, y cómo se te llevaría el corazón tras sí al centro celestial; con qué fruición lograras todas estas ocasiones; con qué fervor asistieras a todos estos misterios! Pues aviva tu fe y entiende que el mismo Señor, real y verdaderamente que allí vieras y gozaras, Él mismo en persona le tienes aquí, en este Divinísimo Sacramento, y si allí en un pesebre, aquí en el Altar; si allí fajado entre pañales, aquí entre accidentes; allí grano entre pajas, aquí Sacramentado te le comes; si en el Tabor le vieras vestido de nieve, aquí revestido de blancura; si en la Ascensión te le encubriera una nube, aquí te le esconde una Hostia. Procura disponerte con la misma devoción, pues la realidad es la misma; avívese tu fe y se despertará tu afecto; crezca, pues, en ti el fervor, al paso que tu dicha.




Punto 2.º

Pondera con qué gozosa ternura fueras entrando por aquel Portal de Belén, tan vacío de alhajas cuan lleno de consuelos. ¡Con cuán cariñosa reverencia te fueras acercando al pesebre y enterneciéndote con el humanado Dios; con qué atenciones le asistieras; con qué afectos le lograras! Y no contentándote de mirarle, llegaras a tocarle y abrazarle, niño tierno y tú enternecido. Aviva, pues, tu fe, alienta tu tibia confianza y llega hoy, si no al pesebre, al Altar. No te contentes con besarle y abrazarle, sino con comértele. Abrígale con las telas de tu corazón y apriétale dentro de tu mismo pecho; si en la Circuncisión le vieras derramar perlas en lágrimas y rubíes en sangre, precioso rescate de tu alma, ¡cómo te compadecieras! Sin duda que ese corazón, exceso de los diamantes en la dureza, con la sangre de aquel herido Corderito se ablandara, hasta destilarse a pedazos por los ojos. Recoge hoy, no algunas gotas de su sangre, como entonces, sino toda ella dentro de tu corazón, y si allí procuras acallarle, allegándole a tu pecho, métele hoy dentro de él. Si en el Tabor desmayaras al verle Sol de la belleza, y cuando mucho le miraras de lejos, contémplale hoy desde cerca; sea tu pecho un Tabor, y tu corazón el Tabernáculo, exclamando con San Pedro: «Señor, bien estamos aquí, Vos en mí y yo en Vos». Aquí le tienes resucitado; llega, en compañía de la Virgen Madre, a gozar de aquellas fragrantes rosas de sus llagas, a reconocer entre aquellas cuchilladas de la carne las entretelas brillantes de la divinidad, y no sólo te permite que le toques y le adores, sino que le metas dentro de tu pecho. Detenle aquí tan glorioso como subía al Cielo, y condúcele a tu corazón, que no se te sentará como allí, sino que entrará triunfante en tus entrañas; sea un cielo tu pecho; despierta la fe y renovarás la fruición de todos estos misterios, que el mismo Señor, real y verdaderamente, tienes aquí, cuando comulgas, que vieras y gozaras en todas aquellas ocasiones.




Punto 3.º

Procura sacar en esta Comunión todos los provechos que sacaras si te hallaras presente al misterio que se celebra, y pues tienes al mismo Señor, real y verdaderamente, que allí tuvieras, pídele las mismas mercedes; sabe pedir a quien tan bien sabe dar. ¡Con qué memoria quedaras de haber visto y gozado de tu Dios y Señor en cualquier misterio de éstos! Sea, pues, hoy igual tu gozo, pues lo es tu dicha. ¿Qué hicieras de contarla entonces? Agradécela ahora, que no intiman silencio como a los Apóstoles en el Tabor, antes solicitan tu devoción a las divinas alabanzas. «¿Qué daré yo al Señor -decía el Profeta rey- en retorno de tantas mercedes?» Cáliz por Cáliz, sea esta Comunión gracias de la pasada, así como aquélla fue disposición para ésta. ¿Quién bastara a sacarte del portal, una vez dentro con los pastores? ¿Quién bajarte del monte con los discípulos? ¿Quién moverte del sepulcro con las Marías? Aquí tienes todo eso en el Altar, y aun más cerca, pues en tu pecho; sosiega en la meditación y permanece en alabar y glorificar al Señor. Amén.






ArribaAbajoMeditación XLVIII

Para comulgar en la Festividad de los Santos


Fácil fuera, pero prolijo, disponer su especial meditación, por comulgar en la festividad de cada Santo; podrá, pues, cada uno escoger algunas de las propuestas, la que viniera más ajustada al día y a la vida del Santo; pero si a alguno le pareciere que comulgaría con más devoción con alguna consideración más propia de la fiesta, elegirá algún paso o circunstancia de la vida que diga con la Comunión disponiéndola en forma de meditación, de esta suerte:


Punto 1.º

Considera algún favor especial que hizo el Señor a este Santo; como si has de comulgar el día de Santiago el Mayor, pondera el llevarle Cristo consigo al Tabor y comunicarle su gloria; vuelve luego y considera cuánto mayor favor obra el Señor contigo, pues no sólo te permite a su lado, sino que se entra en tu pecho; procura, pues, disponerte, a imitación del Santo, con singulares virtudes para conseguir tan especiales favores. A San Mateo le llamó, fuese con él a su casa, y se dejó convidar de él; a ti te llama hoy el mismo Señor, éntrase por tu pecho y te convida con su precioso cuerpo. A San Felipe le preguntó de dónde sacarían el pan para los cinco mil convidados; a ti no te dificulta, sino que te franquea el pan del Cielo. ¡Qué gozoso se halló San Andrés cuando vio al Señor y oyó decir al Bautista: «He allí el Corderito de Dios!» Fuese luego tras él y le preguntó dónde moraba; oye cómo te dice a ti lo mismo el sacerdote cuando llegas y te comes el mismo Cordero de Dios. Alégrate con tu buena suerte el día de San Matías, y prepárate como vaso de elección el día del Apóstol San Pablo, pues has de llevar en tu pecho, no sólo el nombre, sino el cuerpo del Señor; procura, pues, disponerte como estos justos, que si ellos para recibir los favores del Señor, tú al mismo Señor, fuente de todas las misericordias.




Punto 2.º

Pondera cómo estos Santos estimaron las mercedes del Señor y las supieron lograr; conoce tú el favor que te hace hoy tan singular, sábelo gozar y agradecer; abrásate, pues, en el fuego del amor, como Lorenzo, que si él sazonó su cuerpo para la mesa de Dios, hoy el Señor sazona al fuego del amor su cuerpo para tu comida. Si Ignacio se consideraba trigo molido entre los dientes de las fieras, para ser pan blanco y puro, el mismo Señor se te da en pan molido en su Pasión y sazonado en amor. Si San Bartolomé sirvió su cuerpo desollado en el convite eterno, el Señor te presenta en comida su cuerpo, todo acardenalado y herido; si Santiago era consanguíneo de Cristo, y muy parecido a él, también eres tú consanguíneo del Señor, pues te alimentas de su carne y sangre; procura parecerle en todo y aun ser una misma cosa con Él. Si San José fue el aumentado en los favores, el crecido en las dichas, porque llevó al Niño Dios en sus brazos tantas veces, tú, que le tomas en tu boca, le guardas en tu pecho, cree en la perfección así como en el favor. A San Lucas se le permitió sacar una copia, a ti el mismo original; imprímele en las telas de tu corazón.




Punto 3.º

Rindieron singulares gracias todos estos Santos al Señor por tan singulares mercedes; exclamó Esteban cuando vio a Cristo asomado a los balcones del Cielo en pie; prorrumpe tú en alabanzas al verle dentro de tu pecho; alábale con Santa Teresa, porque se desposó con tu alma y la ha engalanado con preciosas joyas de virtudes. Si a Santa Catalina la dio el anillo de oro, a ti la prenda de la gloria. Admírate con San Agustín, de que aquel inmenso mar de Dios quepa dentro del pequeño hoyo de tu pecho. Ensálzale con San Ignacio, de que no sólo en Roma, sino en todas partes, te sea favorable y propicio; el que a San Francisco le imprimió sus llagas y a San Bernardo franqueó su costado, hoy se te entrega todo y se imprime en tu corazón: sabe reconocer tu favor, y sabrás estimarle, procurando lograrle y agradecerle por todos los siglos. Amén.






ArribaAbajoMeditación XLIX

Recopilación de otras muchas Meditaciones


Conforme a las Meditaciones que aquí se han propuesto, puedes tú sacar otras que, por ser hijas de la propia consideración y haberte costado trabajo, suelen despertar mayor devoción. De esta suerte:


Punto 1.º

Considera el afecto con que un niño desea el pecho materno, con qué conato se abalanza a él, apriétale el hambre, oblígale el cariño, y así llora y se deshace hasta que le consigue. Con este mismo afecto has de desear tú llegar a comulgar: llora, suspira, gime, ora y pide el pecho de Cristo, gran consideración del Boca de Oro. Pía, como el polluelo del pelícano, por el pecho abierto del Autor de tu vida. Clama, como el hijuelo del cuervo, viéndose desamparado por el rocío celestial. Apetece, carleando como el sediento caminante, la fuente de aguas vivas; busca el sazonado grano, como la solícita hormiguilla, y como el perrillo las migajas de pan de la mesa de su señor: de esta suerte te debes preparar, con lágrimas y suspiros, con afectos y diligencias, con oraciones y mortificaciones, para la Sagrada Comunión; que cuantos más intensos fueren los deseos con que llegares, más colmados serán los frutos que sacarás.




Punto 2.º

Pondera el conato con que el tierno corderillo corre a tomar el pecho de su madre, con qué cariño le tira, con igual ahínco a tu necesidad, con tanto gusto cuanto con igual ahínco a tu necesidad, con tanto gusto cuanto el conocimiento; acude con la presteza que el polluelo a coger el grano del pico de la amorosa madre que le llama, recogiéndote después bajo las alas de los brazos de Cristo, extendidos en la Cruz. Abalánzate con el gusto que el sediento enfermo al vaso de la fresca bebida. Acércate con el consuelo que el helado caminante al fuego que le fomenta. Goza, gusta, come y saboréate con este pan del cielo, juntando el gozo con el logro, experimentando los celestiales gustos y sacando los multiplicados provechos.




Punto 3.º

Dale gracias a este Señor que te ha alimentado con su cuerpo y con su sangre, como el niño que, después de haberse repastado en el sabroso pecho de su madre, se la ríe, la abraza y la hace fiestas. Saluda muchas veces, como el derrotado navegante, la tierra donde llegó a tomar puerto; recibe con hacimiento de gracias y como el pobre mendigo el pedazo de pan que se le da cada día a la puerta del rico, echándole bendiciones. Póstrate como rescatado cautivo a los pies de tu único Redentor. Recibe este Señor como padre, hermano, amigo, abogado, fiador, padrino, protector, amparo, sol que te alumbra, puerto que te recibe, asilo que te acoge, centro donde descansas, principio de todos tus bienes, medio de tus felicidades y fin de tus deseos por toda la eternidad. Amén.






ArribaMeditación L

Para recibir el Santísimo Sacramento por viático



Punto 1.º

Considérate ya, hermano mío, de partida de esta vida mortal para la eterna, y advierte que, para un tan largo viaje, gran prevención es menester de todas las cosas, especialmente de este pan de vida para el paso de tu cercana muerte. Vas de este mundo al otro, desde esa cama al tribunal de Dios: mira, pues, cómo te debes prevenir con una buena y entera Confesión y con una fervorosa y santa Comunión. «Levántate y come -le dijo el ángel al profeta Elías-, porque te queda gran jornada que hacer». Oye cómo te dice a ti lo mismo el ángel de un buen confesor, que te desengaña de tu peligro: «Hermano mío, levanta tu corazón a Dios, de las criaturas al Criador, del suelo al Cielo, de las cosas terrenas a las eternas, que no sabes si te levantarás más de esa cama, come bien que se te espera largo y peligroso camino; mira que has de andar sendas nunca andadas, por regiones de ti nunca vistas, procura hacer esta Comunión con circunstancias de última, con las perfecciones de postrera, echando el resto de la devoción. Mira que te despides del comulgar; conózcase tu cariño a este Divinísimo Sacramento en la ternura con que le recibes esta última vez; fija en este blanco esos ojos que tan presto se han de cerrar para nunca más ver en esta mortal vida; sean perennes fuentes de llanto hoy las que mañana se han de secar; esa boca, que tan presto se ha de cerrar para nunca más abrirse, ábrela hoy y dilátala bien, para que te la llene de dulzura este sabroso manjar; advierte que es maná escondido, y te endulzará el amargo trago de la muerte que por puntos te amenaza. Dé voces esa lengua, pidiendo perdón, antes que de todo punto se pegue al paladar; ese pecho que se va enronqueciendo, arroje suspiros de dolor ese corazón que tan presto ha de parar en manjar de gusanos, apaciéntese del verdadero Cuerpo de Cristo, que se llamó gusano de la tierra; esas entrañas, que por instantes van perdiendo el aliento de la vida, confórtense con esta confección de la inmortalidad, y todo tú, hermano mío, que tan en breve has de resolverte en polvo y en ceniza, procura transformarte en este Señor Sacramentado, para que de esa suerte Él permanezca en ti y tú en Él por toda una eternidad de gloria».




Punto 2.º

Aviva tu fe, hermano mío, y considera que recibes en esta Hostia a aquel Señor, que dentro de pocas horas Él mismo te ha de juzgar; Él viene ahora a ti, y tú irás luego a Él; este es el Señor que te ha de tomar estrecha cuenta de toda tu vida; desde esa cama has de ser llevado ante su rigoroso tribunal; mira, pues, que ahora te convida con el perdón; si entonces te aterrará con el temido castigo, aquí se deja sobornar con dádivas; preséntale tu corazón contrito y lleno de pesar de haberle ofendido; aquí se vence con lágrimas, allí no valdrán ruegos; arrójate ante este tribunal de su misericordia, no aguardes al de su justicia. Eucaristía se llama, que quiere decir gracia y perdón; no dilates al del rigor; aquí está hecho un Cordero tan manso, que te le comes, allá un león tan bravo, que te despedazará si te hallare culpado, aquí calla y disimula culpas, allí vocea y fulmina rigores. «Échate a sus pies con tiempo, que mientras tenemos éste -dice el Apóstol-, habemos de obrar bien y negociar nuestra salud eterna». Clama con el penitente rey: «Señor, perdón grande, según vuestra gran misericordia y según la gran multitud de mis pecados» (Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam). Hiere tu pecho con el publicano, diciendo: «Señor mío y Dios mío, sed propicio y favorable con este miserable pecador» (Domine propitius esto mihi peccatori). Grita con el ciego de Jericó: «Señor mío, vea yo ese vuestro agradable rostro que desean ver los ángeles» (Domine ut videam). Confiesa tus errores con el pródigo: «Padre mío, que no me podéis negar de hijo, pequé, yo lo confieso, contra el cielo y contra Vos (Pater peccavi incoelum et coram te); recibidme en vuestra casa, haya para mí un rincón en vuestro cielo». Da voces con la Cananea: «Jesús, Hijo de David», aunque mejor dirás: «Jesús, Hijo de María la misericordiosa, apiadaos de esta mi alma, que me la quiere maltratar el demonio» (Jesu Fili Mariae, miserere mei, quia anima mea male a daemonio vexatur). «¡Ay, Señor, favor, que me la quiere tragar!» Pide y ruega con el Ladrón: «Señor, acordaos de mí, ladrón también de vuestras misericordias, ahora que estáis en vuestros reinos» (Domine memento mei cum veneris in Regnum tuum). Alégrame, Señor, con aquella dulcísima respuesta: Hodie (hoy mismo) mecum (conmigo) eris (tú mismo estarás) in Paradiso (en mi gloria). Amén.




Punto 3.º

Ya que has recibido este divino Señor Sacramentado, y metídole dentro de tu pecho, exclama, hermano mío, con el santo viejo Simeón: Nunc dimittis servum tuum Domine, secundum Verbum tuum in pace («Ahora sí, Señor mío, que moriré con consuelo, pues en paz con Vos»). Di con el Profeta rey: In pace in idipsum dormiam, et requiescam («Ahora, sí, Señor, que dormiré y descansaré en paz, y en Vos mismo»). De Vos, Sacramento, iré a Vos glorioso; de un Dios que recibido en mi pecho, a un Dios que me reciba en su Cielo, y pues aquí he llegado a unirme con Vos por la Comunión, allá espero unirme con Vos por la bienaventuranza. Repite con San Pablo: Mihi vivere Christus est, et mori lucrum («Mi muerte es mi ganancia, porque muriendo en Cristo, viviré a Cristo»). Ofrécele tu alma con San Esteban: Domine Jesu accipe spiritum meum («Dulcísimo Jesús, y más en esta hora, Jesús y Salvador mío, recibid mi espíritu»). Di también con el mismo Jesús: Pater, in manus tuas commendo sepiritum meum («Padre mío amantísimo, en vuestras manos encomiendo mi espíritu»); de ellas salió, a ellas ha de volver. Oye que te responde: Noli timere, ego protector tuus sum, et merces tua magnanimis («No temas, que aquí estoy Yo, tu protector y tu amparo, y la merced que recibirás de mi mano será grande de todas maneras»); no desconfíes por tus culpas, pues son tantas mis misericordias; pide y te darán, esto es, perdón, gracia y eterna gloria.




Punto 4.º

Después de tantos favores recibidos, bien puedes rendir las debidas gracias; canta como el cisne cuando muere con mayor ternura, y sea un cantar nuevo, comenzándole aquí y continuándole eternamente allá, en el Cielo: Misecordias Domini in aeternum cantabo. Eternamente alabaré y bendeciré a un tan buen Señor, y si no puedes ya con la lengua, habla con el corazón; si no pueden moverse tus labios, muévanse sus alas, y conmuévanse tus entrañas; estima la merced que te ha hecho el Rey del Cielo, que Él te ha venido a ver a ti, para que tú le vayas a ver allá; prenda es ésta de la gloria, empeñado se ha el Señor; vínose a despedir de ti sacramentado en señal de lo que te ama y que te recibirá glorioso; vino a tu casa para que tú vayas a su Cielo. Exclama con el Santo Rey: Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi, in domun domini ibimus («¡Oh, qué buenas nuevas me han dado, que he de ir hoy a la casa de mi Señor!»). Acaba con aquellas gozosas palabras con que expiró el humilde San Francisco: Me expectant justi donec retribuas mihi («¡Ay, que me están esperando los cortesanos del cielo para admitirme en su dulce compañía!»); no iré solo, sino que iremos; irá acompañada mi alma de la Virgen Santísima, mi Madre y mi Señora, del santo de mi nombre, del Ángel de mi Guarda, de los santos mis patrones y abogados. Y si aun estás agonizando, caréate con Cristo Crucificado y consuélate con Él. Considera que a tu Señor le dieron hiel y vinagre en su mayor agonía, y a ti te ha dado el mismo Señor su carne y sangre en la tuya; Él murió en brazos de una cruda Cruz, y tú mueres en los brazos del mismo Señor, siempre abiertos para ti; a Cristo le abrieron el costado con la dura lanza, y Él ha sellado tu corazón con esta sacratísima Hostia; inclina su cabeza y te muestra la llaga de su costado, diciéndote entres por esa puerta, siempre patente, al Paraíso, donde alabes, contemples, veas, ames y goces tu Dios y Señor, por todos los siglos de los siglos, Amén. Jesús, Jesús, Jesús, y María sean en mi compañía. Amén».









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