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Argumento del deçimocuarto canto del gallo

     En el déçimo cuarto canto que se sigue el auctor concluye con la subida del çielo y propone tratar la bajada del infierno [declarando muchas cosas que açerca dél tuvieron los gentiles historiadores y poetas antiguos].

     MIÇILO. Ya estoy esperando, o graçioso gallo y celestial Menipo, que con tu dulçe y elocuente canto satisfagas mi spírito tan deseoso de saber las cosas del çielo como de estar allá, por lo cual te ruego no te sea pesadumbre haber de satisfazer mi alma que tanto cuelga de lo que la has hoy de dezir.

     GALLO. No puedo, Miçilo, negar hoy tu petiçción, y ansí digo que si bien me acuerdo me pediste ayer te dixesse el asiento y orden que los ángeles y bienaventurados tienen en el çielo, y en qué se conoçe allá entre ellos la ventaja de su bienaventurança, para lo cual debes entender que todo aquel lugar en que están ángeles y santos ante Dios está relumbrado de oro muy maravilloso, que excede sin comparaçión al de acá, juntamente con el resplandor inestimable que de su cogeta da el çielo en que está, como te dixe en el canto passado; y este lugar está todo adornado de muy preciosas margaritas convenientes a semejante estancia. Están, pues, todos aquellos moradores ocupados en ver a Dios, del cual como de una fuente perenal proçede y emana sumo goço y alegría la cual nunca los da hastío, pero mientra más della gozan más la desean. En esto está su bienaventurança, y la ventaja conóçela en sí cada cual en la más o menos comunicaçión en que se les da Dios: cada uno está contento con ver a Dios, y ninguno tiene cuenta con la ventaja que otro le puede tener, porque allí ni hay delantera, ni lugar en que la preeminençia se pueda conoçer: no hay asientos ni sillas, porque el spíritu no reçibe cansançio sentado ni en pie, ni ocupa lugar, y do quiera que el bienaventurado está tiene delante y a su lado y junto a sí a Dios, y ninguno está tan çerca de sí mesmo como está Dios dél. De manera que sillas y lugares y orden y preeminençia del çielo no está en otra cosa sino en el pecho de Dios, cuanto a su mayor o menor comunicaçión. Y todo lo demás que vosotros en este caso por acá dezís es por vía de metáphora, o manera de dezir, porque lo podáis mejor entender en vuestra manera de hablar. En esta presençia universal de Dios que te he dado a entender están en coros los santos ante su magestad, a los cuales todos mi ángel me guió por los ver: estaba en lo más çercano (a lo que me pareçió) al trono y acatamiento de Dios la madre benditíssima del Salvador, rodeada de aquella compañía de los viejos padres de la religión cristiana, doze apóstoles y disçípulos de Cristo y evangelistas, rodeados de ángeles que con gran música y melodía de diversos instrumentos y admirables vozes, continúan sin nunca çesar gloria a Dios; siguen a éstos grandes compañas de mártires con palmas en las manos y unas guirnaldas de roble çelestial en las cabeças, que denotaba su fortaleza con que sufrieron los martirios por Cristo; por el semejante éstos estaban acompañados de la mesma abundançia de música, y embelesados y arrebatados en la visión divina; estaba luego una inumerable multitud de confessores, pontífices, perlados, saçerdotes y religiosos que en vidas honestas y recogidas acabaron y se fueron a gozar de Dios. En un muy florido y ameno prado de flores muy graçiosas y de toda hermosura y deleite estaba una gran compaña de damas, de las cuales, demás de su beldad, echaban de sí un admirable resplandor que privara todo juizio humano si de beatitud no comunicara; éstas, sentadas en torno en aquella çelestial verdura, hazían gran cuenta de una prinçipal guía que las entonaba y ponía en una música que con altíssimo orden loaba a Dios; tenían todas muy graçiosas guirnaldas en sus cabeças, entretexidas rosas, violetas, jazmines, alhelíes y de otro infinito género de flores naçidas allá que no se podían marchitar ni corromper. Dellas tañían órganos, dellas clavicordios, monacordios, claviçimbanos [y otras diversas sonaxas] acompañadas con vozes de gran suavidad; éstas, me dixo mi ángel, que era la bienaventurada Santa Úrsula con su compañía de vírgenes, porque demás de sus onze mil había allí otro inumerable cuento dellas. Aquí conoçí las almas de mis padres y parientes y de otras muchas personas señaladas que yo acá conoçí, que dexo [yo] agora de nombrar por no te ser importuno, a las cuales conoçí por una çierta manera de alumbramiento que por su bondad Dios me comunicó; la cual es una manera de conoçerse los bienaventurados entre sí para su mayor gozo y gloriosa comuniçación. En esta alta y soberana conversaçión que tengo contado estuve ocho días por previllegio y don soberano de Dios.

     MIÇILO. Por çierto, gallo, mucho me has dicho, y tanto que humano pensamiento nunca tal conçibió; bien pareçe que has estado allá, por lo cual bien te podremos llamar çelestial. Dime agora que deseo saber, ¿allá en el cielo hay noches y días differentes entre sí?

     GALLO. No, pero después venido acá me saludaban mis amigos como ausente tanto tiempo, y por la cuenta que hallé que contaban en el mes, que allá todo es luz, claridad, alegría y plazer; no hay tinieblas, obscuridad ni noche donde está Dios que es luz y lumbre eterna a los que viven allá. En estos ocho días vi, hablé y comuniqué con todos mis parientes, amigos y conocidos, y a todos los abraçé con mucho plazer y alegría; y me preguntaron por los parientes y amigos que tenían acá, y yo les dezía todo el bien dellos con que más los podía complazer y deleitar, y no era en mi mano dezirles cosas que los pudiesse entristecer, aunque de ninguna cosa reçibieran ellos turbaçión ya que se la dixera, porque allá están tan conformes con la voluntad de Dios que ninguna cosa que acá suçeda los puede turbar, porque tienen entendido que proçede todo de Dios, porque en Dios y ellos sola hay una voluntad y querer.

     MIÇILO. Dime agora, gallo, ¿qué manera de habla y lenguaje usan allá?

     GALLO. Mira, Miçilo, que los bienaventurados que no tienen sus cuerpos allá no hablan lenguaje ni por voz esterior, porque ésta sólo se puede hazer y formar por miembros que como instrumentos dio naturaleza al cuerpo para se dar a entender como lengua, dientes y paladar. Pero las almas que no tienen cuerpo, cada cual queriendo puede comunicar y manifestar sus conçibimientos sin lengua a quien le plaze, tan claros como cada uno se puede a sí mesmo entender; y ansí Cristo y la Virgen María y San Juan Evangelista que tienen sus cuerpos allá, hablan con vozes como nosotros hablamos aquí, y ansí será después del juizio universal de todos los buenos que tiene consigo Dios, que hablarán como agora nosotros cuando después del juizio tuvieren sus cuerpos allá. Pero en el entretanto con sola su alma se pueden entender.

     MIÇILO. Dime más, que deseo saber si esas almas desos bienaventurados, si algún tiempo vienen acá.

     GALLO. Cuando yo subí allá muchas almas de buenos subieron a gozar en cuya compañía entramos en el çielo, pero al volver ninguna vi que volviese acá, porque creo que no sería cordura que siendo el alma del defunto libertada de tan cruel cárçel y mazmorra como es la del mundo, poseyendo tanto deleite y libertad allá, desee ni quiera volver acá. Bien es de presumir que el demonio muchas vezes viene al mundo y haze ilusiones y apariçiones diziendo que es algún defunto por infamarle, o por engañar a sus parientes.

     MIÇILO. Pues dime, gallo: ¿qué dezían allá en el çielo de las bulas y indulgençias?, que casi quieren dezir los theólogos deste tiempo que el Papa puede robar el purgatorio absolutamente.

     GALLO. Dexemos esas cosas, Miçilo, que no conviene que se diga todo a ti; y sabe que otro lenguaje es el que se trata acá differente del que passa allá, que muchas cosas tiene en el çielo Dios y haze cuya verdad y fin reserva para sí, porque quiere él, y porque debe ansí de convenir para el suçeso, orden y dispusiçión del mundo y a la grandeza de su magestad, y nuestra salvaçión; por lo cual no deben los hombres escudriñar en las cosas la causa, fin y voluntad de Dios, pero débense en todo remitir a su infinito y eterno saber; y prinçipalmente en las cosas que determina y tiene la iglesia y ley que profesas, no inquieras más porque es ocasión de errar. Y volviendo al proçeso de mi peregrinaçión, sabrás que como hubimos andado todas las estançias y choros de ángeles y sanctos, me tomó el ángel de mi guía por la mano y me dixo: «Un gran don te otorga Dios como señalado amigo suyo, el cual debes < > estimar con las gracias que te ha hecho hasta aquí; y es que te quiere comunicar una visión de grandes y admirables cosas que están por venir.» Y diziendo esto llegamos a un templo de admirable magestad, el cual sobre la puerta prinçipal tenía una letra que a cuantos la leían mostraba dezir: «Este es el templo de propheçía y divinaçión.» Era por defuera adornado de toda hermosura, edificado de jaspes muy claros, < > de ámbar y beril transparente más que vidrio muy preçioso; era tan admirable su resplandor que turbaba la vista. Y como entramos dentro y vi tanta magestad no me pude contener sin me derrocar a los pies de mi ángel queriéndole adorar, y él me levantó diziéndome: «No hagas tal cosa, que soy criatura como tú. Levántate y adora al Criador y Hazedor de todo esto, que tan gran merçed te conçedió». Era fundado y adornado por dentro este divino templo de muchas piedras preçiosas: de zafires, calçedonias, esmeraldas, jaçintos, rubíes, carbuncos, topacios, perlas, crisotoles, diamantes, sardo y beril. Y luego se me representó en divina visión todo el poder de la tierra cuanto del oriente al poniente, medio día y septentrión se puede imaginar; y estando ansí atento por ver lo que se me mostraba, vi deçendir de lo alto de los montes Ripheos a las llanuras de Traçia una grande y disforme bestia llena de cuernos y cabeças, con cuyo silvo y veneno tenía corrompida y contaminada la mayor parte del mundo: árabes, egipçios, siros y persas, hasta Trasilvania y Bohemia, teutónicos, anglos y gálicos pueblos; ésta trae cabalgando sobre sí un monstruoso serpiente que la guía y ampara, adornado de mil colores y nombres de gran soberbia, y éstos juntos son criados para examen, prueba y toque de los verdaderos fieles y secaçes de Dios; y será el estado y señorío desta fiera más estendido por causa de las cobdiçias y disensiones y intereses de los prínçipes de la tierra, porque ocupados en ellos, tiene más lugar sin haber quien le haya de resistir. Llevaba este serpiente en su cabeça una gran corona adornada de muchas piedras preçiosas, y vestido de púrpura y de muy ricos jaezes, y en la mano un çeptro imperial con el cual amenaça subjetar todo el universo; llevaba en una divisa y estandarte una letra de gran soberbia que dize: «Ego regno a Gange et Indo usque in omnes fines terre», que quiere dezir «Yo reino de los ríos Ganges y Indus hasta los fines de la tierra»; llevaba las manos y ropas teñidas de sangre de fieles, y dábale a beber en vasos de oro y de plata a sus gentes por más las encrueleçer. Entonçes sonaron truenos, grandes terremotos y relámpagos que ponían gran temor y espanto, que pareçía desolarse el trono y templo y venir todo al suelo, y tan grande que nunca los hombres vieron cosas de tan grande admiraçión, y fue tanta que yo caí atónito y espantado a los pies de mi ángel, el cual levantándome por la mano me dixo: «¿De qué te espantas y te maravillas?, pues mira con gran atención, que aunque este monstruo y bestia tiene agora gran soberbia [agora], muy presto caerá»; y no lo acabó de dezir cuando mirando vi salir de las montañas hespéricas un gran león coronado y de gran magestad, que con su bramido juntó gran muchedumbre de fieras generosas y bravas que están sobre la tierra, las cuales juntas vinieron contra el fiero serpiente resistiendo su furia; y a otro bramido que el fuerte león dio, juntó en los valles teutónicos todos los viejos fieles que había en la tierra; por cuya sentençia (aunque con alguna dilaçión) fue condenada la bestia y sus secaçes a muerte cruel; y ansí vi que a deshora dio un terrible trueno que toda la tierra tembló, y deçendiendo de la gran montaña un espantoso y admirable fuego los abrasa todos convirtiéndolos en zeniza y pavesa, en tanta manera que en breve tiempo ni pareçió bestia ni secaz, ni aun rastro de haber sido allí; y ansí todo cumplido vi deçendir de la alta montaña gran compaña de ángeles que cantando con gran melodía subieron a los çielos al león, donde le coronó Dios, y le asentó para siempre jamás junto a sí. Y acabada la visión me mandó Dios llamar ante su tribunal y que propussiese la causa porque había subido allá, porque cualquiera cosa que yo pidiesse se me haría la razonable satisfazión.

     MIÇILO. Querría que antes que pasasses adelante me declarasses esa tu visión o propheçía: ¿quién se entiende por la bestia que deçendió de aquellas montañas, monstruo y león?

     GALLO. La interpretaçión deste enigma no es para ti, a los que toca se les dará. Vamos adelante que me queda mucho por dezir. Como ante Dios fue puesto me humillé de rodillas ante su tribunal y luego propuse ansí: «Sacra y divina magestad, omnipotente Dios, porque no hay quien no enmudezca viendo vuestra incomparable çelsitud, querría, señor, demandaros de merçed, que de alguno de vuestros cortesanos más acostumbrados a hablar ante vuestra grandeza mandássedes leer esta petiçión; la cual estendiendo la mano mostré; y luego salió allí delante el Evangelista San Juan, que creo que lo tenía por offiçio, y ansí en alta voz començó:

     «Sacra y divina magestad, omnipotente Dios. Vuestro Icaromenipo, griego de naçión, la más humilde criatura que en el mundo tenéis, besso vuestro sacro tribunal, y suplico a vuestra divina magestad tenga por bien de saber en cómo el vuestro mundo está en necesidad que le remedies, mientra no tuviéredes por bien de le destruir llegado el Juizio Universal; el tiempo del cual está según nuestra fe reservado a vuestro divino saber. Soy venido de parte de todos aquellos que en el mundo tenemos deseo de alcanzar la vuestra alta sabiduría y especular con nuestro miserable injenio los secretos incumbrados de nuestra naturaleza, para lo cual sabrá Vuestra Magestad, que aunque de noche y de día por grandes cuentos de años no hagamos sino trabajar estudiando, no se puede por ningún injenio, cuanto quiera que sea perspicacíssimo, alcançar alguna parte por pequeña que sea en estas buenas letras, artes y sçiençias, porque han salido agora en el mundo un género de hombres somnoliento, dormilón, imaginativo, rixoso, vanaglorioso, lleno de ambiçión y soberbia, y éstos con gran presunçión de sí mesmos hanse dotado de grandes títulos de maestros philósophos y theólogos, diziendo que ellos solos saben y entienden en todas las sçiençias y artes la suma verdad; riéndose a la contina de todo cuanto hablan, dizen, comunican, tratan, visten la otra gente del común, diziendo que todos devanean y están locos, sino ellos sólos que tienen y alcançan la regla y verdad del vivir < >; y venidos al enseñar de sus sçiençias muestran antes nos trabajan confundir que enseñar, porque han inventado unos no sé qué géneros de setas y opiniones que nos lançan en toda confusión. Unos se llaman reales y otros nominales, que dexado aparte las niñerías y arguçias de sophismas, actos sinchategoremáticos, reglas de instar < >, absolutamente debéis, señor, mandar destruir, y que ellos y sus auctores no salgan más a luz. En la philosophía es vergüença de dezir la diversidad de prinçipios naturales que ponen: insecables átomos, inumerables formas, diversidad de materias, ideas, tantas cuestiones de vacuo y infinito que no están debajo de número con que se puedan contar. En la theología ya no hay sino relaçiones, segundas intinçiones, entia rationis, verdaderas imaginaçiones, en fin, cosas que no tienen ser. Es venido el negoçio a tal estado que ya se glosan y declaran vuestra Escriptura y Ley según dos opiniones nominal y real y según pareçe esta multiplicaçión de cosas todo redunda en confusión de los injenios que a estas buenas sçiençias se dan. En lo cual creo que entiende Sathanás por la perdiçión y daño del común. En esto pues suplicamos a vuestra Sagrada Magestad proveáis que Luçifer mande a Sathanás que sobresea y no se entremeta en causar tan gran mal, y los auctores destas setas se prendan, y se les mande tener perpetuo silençio, y que sus libros y scripturas en que están sus bárbaras opiniones las mandéis quemar y destruir, que no parezcan más; y pedimos en todo se nos sea hecha entera justiçia, para la cual imploramos el soberano poder de vuestra Divina Magestad.»

     Luego como la petiçión fue leída proveyó Dios que yo y el mi ángel fuéssemos por el infierno y notificássemos a Luzifer lo hiziesse ansí como se pedía por mí, y mandó que se llevasse luego de allí al mundo al consejo de la Inquisiçión y que lo cumpliessen y hiziessen cumplir conforme como yo lo demandé; el cual aucto luego escribió San Juan en las espaldas de la petición, y la refrendó y rubricó de su mano como por Dios omnipotente fue proveído. Y luego abraçando a todos nuestros amigos, parientes y conocidos, despidiéndome de todos ellos nos salimos del çielo para nos bajar; y cuando nos fueron abiertas las puertas de los çielos para salir, hallamos junto a ellas infinita multitud de almas que con grandes fuerças y importunidad nos estorbaban, que ellas por entrar no nos dexaban salir; hasta que un ángel con gran poder, furia y magestad las apartó de allí; y yo pregunté a mi ángel qué gente era aquella < > que con tanto deseo y importunidad hazían por entrar y no las abrían; y él me respondió que eran las almas de los que en el mundo tienen toda la vida buenos deseos de hazer bien, hazer obras de virtud, hazer penitençia y recogerse en lugares santos y buenos con deseo de se salvar, y en toda su vida no passan de allí, ni hazen más que prometer y mostrar que desean hazer mucho bien sin nunca començar, ni aun se aparejar a padeçer. A éstos tales danles la gloria en la mesma forma, porque los ponen a la puerta del paraíso con el mesmo deseo de entrar, y aquí tienen la mayor pena que se puede imaginar, porque tanto cuanto mucho desearon hazer bien sin nunca lo començar, tanto mucho más en infinito sin comparaçión les atormenta el deseo de entrar sin nunca los querer abrir; y en el tormento deste deseo provee Dios de su gran justiçia y poder, porque en esta manera los quiere castigar para siempre jamás abrasándoles con el fuego de la justiçia divina. Pues como del çielo salimos llevóme mi ángel y guía por un camino sin huella ni sendero, y aun sin señal de haber pisado ni caminado por él alguno, de que me maravillé, y preguntéle cuál fuesse la causa de aquella esterilidad, y repondióme que no se continuaba mucho después que Cristo passó por allí cuando resuçitó, y la compaña de los santos padres que entonçes sacó del limbo, aunque también le passan los ángeles que se vuelven al çielo dexando después de la muerte sus çliéntulos [y encomendados] allá. Repliquéle yo: «¿dime, ángel, el purgatorio no está a esta parte?» Respondióme: «Sí está, pero aún los que de ahí passan son tan pocos que no le bastan trillar ni asenderar.» Por çierto, mucho deseo he tenido, Miçilo, de llegar hasta aquí.

     MIÇILO. En verdad yo lo deseaba mucho más, porque espero que con tu ingeniosa elocuençia me has de hazer presente a cosas espantosas y de grande admiraçión que deseamos acá los hombres saber. Espero de ti que harás verdadera narraçión como de çierta esperiençia, y no de cosas fabulosas y mentirosas que los poetas y hombres prestigiosos acostumbran fingir por nos lo [más] encareçer.

     GALLO. Mucho me obligas, o Miçilo, a te complazer cuando veo en ti la confianza que tienes dezirte yo verdad; y ansí protesto por la deidad angélica que en esta xornada me acompañó de no te contar cosa que salga de lo que realmente vi y mi guía me mostró, porque no me atreveré a hazer tan alto spíritu testigo de falsedad y fiçión. Contarte he el sitio y dispusiçión del lugar, penas, tormentos, furias, cárçeles, mazmorras, fuego y atormentadores que a la contina atormentan allí. En conclusión, describirte he la suma y puesto del estado infernal, con aquellas mesmas sombras, espantos, miedos, tristezas, gritos, lloros, llantos y miserias que los condenados padeçen allí, y trabajaré por te lo pintar y proponer con tanta esaxeraçión y orden de palabras que te haré las cosas tan presentes aquí como las tuve yo estando allá. Pero primero quiero que sepas que no hay allá aquel Plutón, Proserpina, Aeaco y Cançerbero, ni Minos, ni Rhodamante, juezes infernales; ni las lagunas ni ríos que los poetas antiguos fingieron con su infidelidad: Flegeton, Coçiton, Sthigie y Letheo; no los campos Elíseos de deleite differentes de los de miseria, ni la barca de Acheron que passa las almas a la otra ribera. Ni hay para qué vestir los muertos acá porque no parezcan allá las almas desnudas ante los juezes, como lo hazían aquellos antiguos, pues siempre que fueran a los sepulcros hallaran sus defuntos vestidos como los enterraron; ni tampoco es menester poner a los muertos en la boca aquella moneda que otros usaban poner porque luego los passasse Acheron en su barca, pues era mejor que no llevando moneda no los passara en ningún tiempo y se volvieran para siempre acá, o que si las monedas que algunos defuntos llevaban no corrían ni las conoçían allá por ser de lexos provinçias, como aconteçe las monedas de unos reinos no valer en otros, neçesario sería entonçes no los passar, lo cual sería aventajado partido a muchas que allí en el infierno vi. Todo esto, Miçilo, cree que es mentira y fiçión de fabulosos poetas y historiadores de la falsa gentilidad, los cuales con sus dulçes y apazibles versos han hecho creer a sus vanos secaçes y lectores; aunque quiero que sepas que esto que estos poetas fingieron no careçe del todo de misterio algo dello, porque aunque todo fue fiçión, dieron debajo de aquellas fábulas y poesías a entender gran parte de la verdad, grandes y muy admirables secretos y misterios que en el meollo y en interior querían sentir. Con esto procuraban introduçir las virtudes y desterrar los viçios encareçiendo y pintando los tormentos, penas, temores, espantos que los malos y perversos padeçen en el infierno por su maldad; y ansí dixeron ser el infierno en aquellas partes de Siçilia, por causa de aquel monte ardiente que está allí llamado Ethena, que por ser el fuego tan espantoso y la sima tan horrenda les dio ocasión a fingir que fuesse aquélla una puerta del infierno, y también porque junto a este monte y sima dizen los historiadores que Plutón, rey de aquella tierra, hurtó a Proserpina hija de Çeres, que siendo niña donzella andaba por aquellos deleitosos prados a coxer flores. Ansí con estos sus nombres y vocablos de lugares, < > ríos y lagunas que fingían haber en el infierno, significaban y daban a entender las penas, dolores y tormentos que se dan a las almas por su culpas allá. Ansí fingían que Acheron (que significa privaçión de gozo) passa las almas por aquella laguna llamada Stigie, que significa tristeza perpetua; en esto dan a entender que desde el punto que las almas de los condenados entran en el infierno son privadas de gozo y consolaçión spiritual y puestos en tristeza perpetua, [éste es el primero y prinçipal atormentador de aquel lugar, en contrario del estado felicíssimo de la gloria que es contina alegría y plazer]. También fingen que está adelante el río Flegeton que significa ardor y fuego, dando a entender el fuego perpetuo con que entrando en el infierno son atormentadas las almas por instrumento y execuçión de la justiçia divina. Fingen más, que adelante está el río Letheo, que significa olvido, al cual llegan a beber todas las almas que entran allá, diziendo que luego son privadas de la memoria de todas las cosas que le pueda dar consolaçión. Y dizen que todos estos ríos van a parar en la gran laguna Coçiton, que significa derribamiento perpetuo, dando a entender la suma de la miseria de los malaventurados que son perpetuamente derribados y atormentados, aunque prinçipalmente significa el derribamiento de los soberbios. También dizen que este barquero Acheron hubo tres hijas en su muger la noche obscura y çiega, las cuales se llaman Aletho, que significa inquietud, y Thesifone, que significa vengadora de muerte, y Megera, que significa odio cruel; las cuales tres hijas dizen que son tres furias, o demonios infernales, atormentadores de los condenados. En esto quisieron [dezir y] dar a entender < > la guerra que cada alma consigo tiene entrando allí, y en estas tres hermanas se describen los males que trae consigo la guerra que son odio, vengança de muerte y inquietud; que son tres cosas que a la contina residen en el alma que está en el infierno, y aun acá en el mundo es la cosa de más daño y mal, porque demás de aquellos trabajos y miserias que consigo trae la guerra, que por ser todos los hombres que la siguen y en ella entienden el más perverso y bajo género de hombres que en el mundo hay, por tanto a la contina la siguen robos, inçendios, latroçinios, adulterios, inçestos, sacrilegios, juegos y continuas blasfemias; y demás del espanto que causa en el soltar de las lombardas y artillería, el relinchar de los caballos, la fiereza con que se acometen los hombres con enemiga sed y deseo de se matar, de manera que si en aquel encuentro mueren van perdidos con Luzifer. Demás de todos estos males que siguen la guerra hay otro mayor que es anexo a su natural, que es el desasosiego común, que toda aquella provinçia, donde al presente está la guerra, tiene alterado los spíritus: que ni se usan los ofiçios, ni se exerçitan los sacrifiçios, çesan las labranças del campo, y los tratos de la república, piérdese la honestidad y vergüença, acométense infinitas injurias y desafueros y no es tiempo de hazer a ninguno justiçia. En conclusión, es la guerra una furia infernal que se lança en los coraçones humanos, que los priva de razón, porque con razón y sin furia no se puede pelear. Esto quisieron entender y significar algunos de aquellos antiguos en aquellas sus fiçiones, y todo lo demás es poético y fabuloso, [y fingido] para cumplir sus metros y poesías. Y otros ritos gentílicos como vestir los muertos y ponerles monedas en la boca y ofreçerles viandas diziendo que las comen allá en el infierno, todo esto es mentira y vanidad de gentiles [errados por el demonio que los engañaba]; y ansí todo tiene [lo] reprobado la cristiana religión conforme a la verdad que te contaré y oirás cómo yo lo vi, si me tienes atençión; y porque el día es venido dexémoslo para el canto que se seguirá.

Fin del déçimo cuarto canto del gallo.



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Argumento del déçimo quinto canto del gallo

     En el déçimo quinto canto que se sigue el auctor, imitando a Luçiano en el libro que intituló Necromançia, finge deçendir al infierno donde describe las estançias y lugares y penas de los condenados.

     GALLO. Despierta, Miçilo, y tenme atençión, y contarte he hoy cosas que a toda oreja pongan espanto. No cosas que oí fingidas por hombres que con arte lo acostumbran hazer, pero dezirte he aquellas que vi, comuniqué y con mis pies hollé, y vi a hombres padeçer con grave dolor.

     MIÇILO. Di gallo, que atento me ternás.

     GALLO. Favorézcame hoy Dios la memoria que no me falte, para dezir lo mucho que su magestad tiene allí para muestra de su justiçia y gran poder, porque siquiera los malos por temor çesen de ofender. Pues viniendo al principio, por no dexar cosa por dezir, sabrás que desde lo alto del çielo ya deçendiendo a la tierra vimos unas bravas y espantosas montañas en muy grandes y ásperos desiertos que, según tuve cuenta con las dispusiçiones del sol, çielo y tierra, era la seca Libia en tierra de los garamantas, donde estaba aquel antiguo oráculo de Júpiter Amón, la mesa del sol y fuente de Tántalo; donde viven los sátiros, aegipanes, himatopodes, y psillos, monstruosas figuras de hombres y animales. Pues como aquí llegamos sin se nos abrir puerta ni ver abertura, sin que sierra ni montaña nos hiziesse estorbo, nos fuemos lançando por aquellas alturas y aspereças, lugares obscuros y sombríos. Como aconteçe si alguna vez vamos por una montuosa deesa çerrada de altos y espesos castaños, robles y ençinas, si aconteçe caminar al puesto de una nublosa luna, cuando la obscura noche quita los colores a las cosas, en este tiempo que a cada passo y sonido de los mesmos pies resuena y retumba el solitario monte y se espeluzan y eneriçan los cabellos, començé a caminar en seguimiento de mi guía. Estaban por aquí a las entradas gran multitud de estançias y aposentos de furias y miserias, y porque el mi ángel se me iba muy adelante sin parar, a gran corrida le rogué se parase y me mostrasse en particular todas aquellas moradas. Luego entramos en unos palaçios hechos en la concavidad de aquella áspera peña, lúgubres y de gran obscuridad. En lo más hondo y retraído desta casa habiendo pasado por muchas y muy desbaratadas cámaras y aposentos, asomamos la cabeça a un retrete, y a la parte de un rincón, a la muy quebrada y casi no visible luz, como a claridad de una candela que desde que començó a arder no se despabiló, y se quería ya apagar, aquí vimos estar sentada a un rincón una muy rota y desarrapada muger. Ésta era el lloro y tristeza miserable, estaba sentada en el suelo puesto el cobdo sobre sus rodillas, la mano debajo de la barba y mexilla. Vímosla muy pensativa y miserable por gran pieza sin se menear, y como al meneo de nuestros pies miró, alcançé a la ver un rostro amarillo, flaco y desgraçiado: los ojos hundidos y mexillas que hazían más larga la nariz, y de rato en rato daba un sospiro de lo hondo del coraçón, con tanta fuerça y afliçión que pareçía ser hecho artificial para sólo atormentar almas con las entristeçer. Es este gemido de tanta efficaçia que traspasa y hiere el alma entrando allí, y con tanta fuerça que le trae cada momento a punto de desesperación; y ésta es la primera miseria que atormenta y hiere las almas de los condenados y es tan gran mal que sin otro alguno bastaba vengar la justiçia de Dios. Tiene tanta fuerça esta miserable muger en los que entran allí que aun contra nuestro previllegio començaba con nosotros a obrar y empeçer. Pero el mi ángel lo remedió con su deidad, y pasando adelante vimos en otro retrete donde estaban los miserables cuidados crueles verdugos de sus dueños, que nunca hazen sino comer del alma donde están hasta la consumir, como gusano que roe al madero el coraçón. Aquí moran las tristes enfermedades y la miserable y trabajosa vejez toda arrugada, flaca, fea y de todos aborreçida. Aquí habita el miedo enemigo de la sangre vital, que luego la acorrala y de su presençia la haze huir. Aquí reside la hambre que fuerça los hombres al mal, y la torpe pobreza, de crueles y espantosos aspectos ambas a dos. Aquí se nos mostró el trabajo quebrantado molido sin poderse tener. Vimos luego aquí al sueño, primo hermano de Atropos, aquella cruel dueña; y la muerte mesma se nos mostró luego allí con una guadaña en la mano, cobdiçiosa de segar. Estaban luego adelante las dos hermanas del desasosiego: guerra y mortal discordia. Por aquí nos salieron a reçebir infinitos monstruos y chimeras; gorgones, harpías, sombras y lernas. Y estando ansí mirando todas estas miserables furias < >, que eran ciertamente cosa espantosa de ver sus puestos y figuras monstruosas, sentimos venir un gran tropel y ruido como que se había soltado una gran presa que estuviesse hecha de muchos días de algún caudaloso braço de mar; sonaba una gran huella de pies, murmuraçión de lenguas de diversas naçiones, y como más se nos iban çercando < > entendíamos grandes blasfemias de españoles, alemanes, françeses, ingleses y italianos; y como sentimos que se nos iban más llegando y que començaban ya a entrar por donde nosotros estábamos, me apañó mi ángel por el braço y me apartó a un rincón por darles lugar a passar, que venía tan gran multitud de almas que no se podían contar, y cuanto topaban lo llevaban de tropel; y preguntando qué gente era aquella nos dixeron que el Emperador Carlos había dado una batalla campal al Duque de Güeldres, en la cual le había desvaratado el exérçito y preso al Duque, y que en ella había muerto de ambas las partes toda aquella gente que iba allí.

     MIÇILO. Pues, ¿cómo, gallo, todos fueron al infierno cuantos murieron en aquella batalla? Pues líçita era aquella guerra, a lo menos de parte del Emperador.

     GALLO. Mira, Miçilo, que ya esa guerra no fuesse líçita según ley evangélica, basta serlo de auctoridad eclesiástica para que se pueda entre prínçipes cristianos proseguir; porque con este título ayuda para ellas con indulgençias su sanctidad. Pero mira que no todos los que mueren en la guerra van al infierno < > por causa de ser injusta la guerra, porque saber la verdad de su justiçia no está a cuenta de los soldados, sino de los prínçipes que la mueven; los unos por la dar y los otros por se defender, y prinçipalmente si la mueve el supremo prínçipe siempre se presume ser justa. Pero sabe que los soldados que mueren en la guerra van prinçipalmente al infierno porque en universal los toma la muerte en pecados que los llevan allá: en juegos, blasfemias, hurtos, ninguna guarda en los preçeptos de la iglesia, ni religión, enemistades, iras, enojos, pasiones, luxurias, robos, sacrilegios y adulterios. Y ansí duró este tropel de gente más de seis meses continos que no hazían a toda furia sino entrar porque dezían que entonçes el Emperador prosiguió la guerra entrando por Françia con gran mortandad y rigor hasta llegar a una çiudad que llaman Troya muy prinçipal en aquel reino; y por otra parte entraba el rey de Ingalaterra con grande exército desolando a Françia sin haber piedad de ninguna criatura que en su poder pudiesse haber. Maravillado estaba yo pensando dónde podía caber tanta gente, y entrando adelante vimos una entrada a manera de puerta que pareçía differençiar el lugar. Oíamos dentro gran ruido de cadenas, vozes, lágrimas, sospiros y sollozcos, que mostraban gran miseria. Pregunté a mi ángel qué lugar era aquél, respondióme ser el purgatorio, donde se acaban de purgar los buenos para subir después a gozar de Dios; y también yo alçé la cabeça y leí ser aquello verdad en una letra que estaba sobre la puerta; y por no nos detener determinamos pasar adelante, y < > en esto suçedió que llegaron donde estábamos un demonio y un ángel que traían un alma, que según pareçe el ángel era su guarda y el demonio era su acusador, como cada uno de vosotros tiene en este mundo mientras vivís; y como llegaron donde estábamos paróse un poco el su ángel con el mío como a preguntarle dónde venía, el cual nos respondió que a traer este su cliéntulo al purgatorio, que había sesenta años que le guardaba en el mundo; y en el entretanto arrebató el demonio de aquella ánima y corriendo por un campo adelante la llevaba camino del infierno, y como el alma conoçió por la letra que la passaba del purgatorio començó a dar vozes a su ángel que la defendiesse; y ansí fue presto su ángel y alcançándolos tuvo reçio della, y convenieron ante nosotros como en juizio. Dezía el demonio que la había de llevar al infierno porque no había razón para la dexar en el purgatorio, < > prinçipalmente porque la probó que la mayor parte de la vida había sido viçiosa, comedor glotón y disipador de hazienda y tiempo, y distraído de la ley de Dios; y a esto la convençió a consentir. Pero por el contrario alegaron el alma y su ángel por su parte que, aunque todo esto fuesse verdad, pero que a la contina tuvo cuenta con Dios y con su conçiençia, confessando a los tiempos debidos sus pecados y haziendo penitençia dellos, y [que] ansí lo había hecho en el diçeso y salida de la vida, reçibiendo todos los sacramentos de la Iglesia, teniendo gran confiança en la passión de Cristo con gran arrepentimiento de sus culpas; y ansí fue concluido por mi ángel serle perdonadas por Dios, y que sólo quedaba obligada a alguna pena temporal del purgatorio; y ansí la dexó allí, y [nosotros] luego començamos a caminar por unos campos llanos muy grandes cuanto nuestros ojos y vista se podía estender.

     MIÇILO. Pues dime, gallo, ¿no dizes que estaba todo obscuro y en tinieblas?, ¿de dónde teníades luz para ver?

     GALLO. Obscuro es todo aquel lugar a solos los condenados por la justiçia de Dios, pero para los otros todos provee Dios allí de luz, porque do quiera que esté el justo tiene bastante claridad para perspicaçíssimamente ver; y desde lexos començamos a oír la grita y miseria de las almas, el ruido de los hierros y cadenas, los golpes y furia de los atormentadores, el sonido y tascar del fuego, humo y çentellas que de aquellos lugares de miseria salían. Era tan grande y tan temerosa la desventura de aquel lugar que mil vezes me arrepentí de venir allí, y quisiera dexar de presentar la petiçión, sino que el ángel me esforçó y no me quiso volver. Ya se desparcían por aquellos campos ([aunque] aún [estábamos] lexos del lugar de las penas) tantas cuadrillas de demonios, tan feos y de tanto espanto que aun del previllegio que llevábamos no me osaba fiar, temiendo si había yo de quedar allí; y una vez se llegó un demonio a me travar, ¡o Dios inmortal en cuánta confusión me vi que casi perdí el ser! < >Es tan suçia, tan contagiosa, tan hidionda su conversaçión, y alança de si tanta confusión y mal, que me pareçe que una de las prinçipales penas y males de aquel lugar es su compañía y conversaçión. Porque ansí como en el çielo aquellas almas benditas de su naturaleza hasta el mesmo suelo que hollamos, y el aire que corre por allí consuela, alegra, aplaze, y os anima y esfuerça para vivir en toda suavidad, ansí por el contrario en el infierno los demonios de su natural, el lugar, y el todo lo que allí veis tiene toda tristeza y desconsolaçión, y tanta que no la podéis sufrir, porque todo está allí criado, endereçado y puesto para tormento y castigo, para satisfazer la justiçia de Dios después que passó el pecador su ley.

     MIÇILO. ¿No hay puerta que guarde estas almas aquí?

     GALLO. No tiene neçesidad de puerta porque para cada alma hay veinte mil demonios que no se les puede ir, ni nunca momento están sin las atormentar: el uno las dexa y el otro las toma, de manera que nunca çesan para siempre jamás, ni ellos se pueden cansar, ni ellas < > morir, sino siempre padesçer. Ansí llegamos a un río admirable, espantoso y de gran caudal, que corría con gran furia un licor negro que a parecer y juizio nuestro era pez y çufre, y éste ardía un fuego el más fuerte y efficaz que nunca se vio, o que Dios crió. Calentaba a gran distançia y aun a infinita a los condenados a él sin le poder resistir ni sufrir sin mortal passión. Corría de oriente a poniente sin çesar, en éste había inumerable cuento de almas que nunca faltan allí; y pregunté al mi ángel qué río era aquél tan espantoso, y él me respondió que era el que los antiguos llamaron Flegeton, en el cual entran todas las almas que entran en el infierno, porque éste es el fuego que tiene fuerça en las almas, por ser instrumento de la justiçia de Dios. Este fuego las abrasa y quema do quiera que están para siempre jamás. Ninguna alma puede passar adelante sin entrar por él, porque no tiene puente ni barca, y si el alma quisiesse volar la quemaría aquel fuego las alas y caería en él. Por las riberas deste río están infinitos coxixos, sierpes, culebras, cocodrilos, áspides, escorpiones, alacranes, hemorrhois, chersidros, chelidros, cencris, amodites, çerastas, scithalas, y la seca dipsas, amphisebena sierpe de dos cabeças y natrix, y jaculos que con las alas volan gran distançia; están aquí las sierpes phareas, porphiro, pester, seps y el basilisco. También están aquí dragones y otros ponçoñosos animales, porque si acaso aconteçe salirse alguna alma del río pensando respirar por la ribera con algún alivio y consolaçión, luego son heridas destas venenosas serpientes y coxixos que las hazen padeçer doblado tormento y mal; y ansí de algunos que salieron te quiero contar su arrepentimiento. Aconteçió salir a la ribera delante de nosotros un viejo capitán español que conoçimos tú y yo, el cual acertó a pisar una dipsas, [sierpe cruel], y ella vuelta la cabeça le picó, y luego en un momento se estendió por todo él la ponçoña de un fuego que le roía los tuétanos y un calor que le corrompía las entrañas, y aquella pestelençia le chupaba el rededor del coraçón y partes vitales, y le quemaba el paladar y lengua con un sed imensa y sin comparaçión, que todo su ser no había dexado punto de humor que sudar, ni lágrima con que llorasse, que todo se lo había ya la ponçoña resolvido; y ansí como furioso corría por los campos a buscar las lagunas que en las entrañas le pedía el ardiente veneno. Pero aunque se fuera al río Tanais, < > Ródano, y al Po, y al Nilo, Indus, Eúfrates, Danubio y Xordán no le mataran todos estos ríos un punto insensible de su ardiente sed; y ansí desesperado de hallar aguas se volvió a zapuzar en su río de donde salió. Pregunté qué pecado había causado tal género de tormento y respondióme mi ángel que éste había sido en el mundo el más insaçiable y viçioso bebedor de vino que nunca en el universo se vio, y que por tanto se atormentaba ansí. Dende a poco açertó a salir a la ribera otra alma, y una sierpe pequeña llamada seps le picó en la pantorrilla, y aunque en picando saltó afuera, luego se < >abrió en torno de la picadura una boca que mostraba el hueso por donde había sido la mordedura, todo nadando en podre, y ansí se le resolvió y derritió la pantorrilla, morçillos y muslos destilando del vientre una podre negra, y reventóle la tela en que el vientre y entestinos están y cayeron con las entrañas. En fin, las ataduras de los nervios y contextura de los huesos y el arca del pecho, y todo lo que está ascondido en derredor de las vitales partes, y toda la compostura del hombre fue abierta de aquella peste; y todo lo que hay natural en el hombre se dexaba bien ver, que no pareçía sino una muerte pintada, sino que miramos que con estar todo deshecho y convertido en podre nunca acabó de morir, pero ansí fue tomado ante nosotros por un demonio y fue arroxado por los aires en Flegeton. Ésta me dixo mi ángel que era el alma de una dueña muy delicada y regalada que con unturas curiosas y odoríferas curaba su cuerpo y adelgaçaba sus cueros, y que con semejantes tormentos son fatigados los que en tales exerçiçios se ocupan en el mundo para satisfazer la laçivia de su carne. Desde ahí a poco salió del río otra alma que como escapada de una prisión o tormento muy bravo iba por el campo huyendo pensando poderse librar, y acaso le picó una sierpe llamada pester y al momento paró, y se le ençendió el rostro como fuego, y se començó toda a hinchar que en breve tiempo vino a estar tan redonda que ningún miembro mostraba su forma ni façión, sino toda ella se hizo redonda como una pelota y mucho mayor de estatura que ella vino allí, y por cima desta hinchaçón por todos partes le salían unas gotas de sudor de una espuma dañada que la ponzoña le hacía votar, y ella estaba allá dentro zabullida en su cuerpo que le tenía dentro del pellejo abscondida como a caracol, y estaba dentro en sí herviendo como una olla de agua puesta a un gran fuego; ansí la hervía aquella ençendida ponçoña dentro en las entrañas, hasta que subiendo en demasía la creçiente de la hinchaçón, dando un gran sonido a manera de trueno, reventó, saliéndole aquella pestelençial podre por muchas partes con tan fuerte hidiondez que por ninguna vía se podía sufrir; y luego llegó un demonio atormentador que la cogió por una pierna y la volvió por el aire arrojar en el medio del río. Ésta nos dixo aquel demonio ser el alma de un muy hinchado y soberbio juez que con tiranía trabajaba tropellar a todos en el mundo sin hazer justizia, pero a todos atropellaba haziéndoles agravio y sinrazón. A otra alma que iba huyendo del fuego y prisión mordió una serpiente llamada hemorrois en un braço y luego súbitamente saltó dél al suelo y quedó toda el alma acrebillada de agujeros pequeños y muy juntos, por los cuales la ponçoña les salía envuelta en sangre, de manera que por todos los poros le manaba con gran continuaçión, y las lágrimas que por los ojos le salía era de aquella emponçoñada de sangre; y por las narizes y boca le salía un grande arroyo sin nunca çesar; todas las venas se < > abrieron y súbitamente se desangró, y con gemidos muy doloridos pareçía morir sin poder acabar; y ansí tomándola un demonio sobre sus espaldas se lançó al fuego con él. Ésta era un alma de un médico que en el mundo con gran descuido sin estudio ni consideraçión usaba de la mediçina por sólo adquirir honra y riquezas, principalmente usaba de la sangría con peligro de los paçientes sin miramiento alguno. Luego fue mordida por una serpiente llamada áspide una alma de un solíçito cambiador despierto y vivo para atesorar, la cual en siendo mordida se adormeçió de un sueño < > y luego cayó en el suelo; aún le pareçía a la desventurada alma haber açertado en alguna suerte que la pudiesse dar algún momento de descanso, pues el punto que dormiesse podría no sentir, y ansí no padeçer, y aún juzgamos que le era buen trueque, pues no habiendo dormido con sosiego en el mundo por adquirir riquezas venía a dormir aquí, pero engañóse, porque llegó a ella un demonio atormentador que a su pesar la despertó, porque tanto cuanto más el veneno del áspide la adormeçía el demonio la despertaba con un cruel aguijón [de tres puntas de azero]; en esto padeçió la desventurada alma por gran pieza el más cruel y desgraciado tormento que con ninguna lengua humana se puede encareçer; porque con ningún género de muerte ni tormento se puede comparar. Estando pues mirando esta tragedia cruel, llegó al río una gran multitud de almas que querían pasar, las cuales todas venían hermosas, agraçiadas y bien dispuestas al pareçer, y miré que cada una dellas llevaba un ramillete en la mano, cuál de enzina, cuál de castaño, roble y çiprés; yo pregunté a mi ángel qué compañía era aquélla de almas que estaban allí, porque me pareçió ser para el infierno de demasiado solaz. Él me respondió, que todas eran almas de mançebas de clérigos, yo le pregunté: «Pues, ¿qué significan aquellos ramilletes que llevan en las manos, pues en ellas no denotan la virginidad?»; y él me respondió que desde la primitiva Iglesia habían sido las mançebas de los abbades mulas del diablo para acarrear leña para atizar el fuego del infierno, y que por ser entonçes pocas, aunque traían grandes cargas, no lo podían abastar, y agora les mandaban que llevasse cada una un solo ramillete con el cual por ser tantas bastaban proveer con gran ventaja lo que antes no se podía con mucho basteçer; y ansí las arrebataron sus demonios atormentadores y las metieron en el río Flegeton. En fin, mi ángel me tomó por un braço y fáçilmente me pasó de la otra parte de la ribera, y plugo a Dios que, aunque era gran distançia, fue sin alguna lisión; y çierto el mi ángel acertó a me passar sin me lo dezir, porque presumo de mí que no quisiera passar allá, porque según lo que vimos antes que passássemos pareçióme que no me atreviera a passar; pero el mi ángel lo hizo bien. Púsome en un gran campo. ¡O Dios inmortal!, ¿qué te diré?, ¿por dónde començaré?, ¿qué vi?, ¿qué sentí?, mi ángel, ¿qué me mostró? ¿Duermes acaso, Miçilo? Agora te ruego me prestes [tu] atençión.

     MIÇILO. O gallo, cuán engañado estás conmigo, pues me preguntas si duermo. Cosas me cuentas que aun con ser picado del áspide un puro flemático no podría dormir. Despierto estoy y con gran atençión, porque es tan grande el espanto y miedo que me han metido en el cuerpo esas visiones, sierpes, demonios, penas, tormentos que viste allí, que si me viesses habrías de mí piedad: eneriçados los cabellos, fría la sangre, sin pulso y sin pestañear. En fin, estoy tal que de temor he cesado del trabajo, por tanto di, que ansí te quiero oír.

     GALLO. Porque ya casi viene la mañana oye, que sólo proporne lo que adelante oirás. Pareçióme como en aquel gran campo me apeé un poderoso y estendido real, cual me acuerdo haberle visto por Xerxes, rey de persas, en la segunda expediçión que hizo contra atenienses después de muerto su padre Darío; en el cual exérçito juntó un millón y çien mil hombres. En aquel día que Xerxes se subió en una alta montaña por ver su exérçito que estaba por un gran llano tendido por chozas, ramadas, tiendas y pabellones, que a una parte había fuegos, a otra humos, a otra comían y bebían los hombres, y a otra se mataban; en fin, espantado el mesmo Xerxes de ver tanta multitud lloró considerando que dentro de çien años ninguno había de quedar de aquella multitud. Ansí me pareçió, Miçilo, ser aquel campo del infierno, donde había una inimaginable distançia, en la cual vagaba inumerable cantidad de demonios y almas. Había un ruido, una grita, una confusión que no sé a qué te la pueda comparar, porque en el mundo nunca tal se vio. Había llamas, fuegos, humos, golpes de espada, de segures y hachas; sonido de grillos y cadenas, lágrimas, lloros y vozes, ¡O Dios inmortal!, cuando aquí me vi no sé con qué palabras te lo pueda encareçer, ¡tanta era la confusión y espanto!; en fin, no me osaba soltar un momento de la mano del mi ángel, porque del mesmo suelo que hollaba tenía temor. Había horcas de diversas maneras en que estaban almas, unas colgadas por los pies, otras por la cabeça, otras por medio del cuerpo, otras por los cabellos. Había hoyas muy hondas llenas de culebras, sierpes, lagartos, sapos, alacranes, áspides y otros animales ponzoñosos, donde los demonios echaban grandes cantidades de almas. Otros nadaban por ríos y lagunas de pez, azufre y resina, ardiendo sin se hundir ni nunca poder llegar a la orilla; y en otras lagunas de fuego eran echadas otras que en cayendo se hundían sin más las poder ver, lo cual provenía de la gravedad de los pecados de parte de sus çircunstançias. En otros lugares se daban tormentos muy crueles de agua de toca, de garrote y de cordel, y a otras atormentaban levantándolas atadas por las muñecas atrás y subidas con fuertes cordeles por carrillos y poleas en lo alto, colgadas unas grandes pessas de hierro de los pies, y soltándolas con furia venían a caer sin llegar al suelo. De manera que aquel gran pesso las descoyuntaba todos los miembros con grandíssimo dolor. A otras hazían cabalgar en caballos de arambre, que en lo huero del cuerpo estaban llenos de fuego que los abrasaba hasta las entrañas, que los hazían renegar de sus padres maldiçiéndolos juntamente con el día en que fueron engendrados y naçidos. Estaban infinitas almas de mugeres vagabundas luxuriosas y viçiosas, atadas a unos palos y troços de árboles y açotadas por demonios [con pulpos, anguillas y culebras], hasta abrirles las entrañas, gimiendo miserablemente. Almas de rufianes, ladrones y soldados atados por los pies a fieros caballos, potros y yeguas sin rienda ninguna eran llevadas arrastrando con gran furia por montañas y sierras de grandes pedregales y aspereças. A las almas de los blasfemos renegadores sacaban < > las lenguas por el colodrillo, y luego allí delante dellos se las picaban en unos taxones con unas agudas segures, y ansí se las hazían comer y que las maxcassen, < > moliéndolas entre sus dientes con grave dolor. Las almas de los vanos lisonjeros de prínçipes y señores, y de truhanes y chocarreros las traían los demonios gran pieza por el aire jugando con ellos a la pelota sin dexarlas sosegar un momento, y después las arrojaban en lo más hondo de aquellas ardientes lagunas. Estaba tan admirado de ver tan espantosa tragedia y miseria infernal que casi andaba fuera de mí, y ansí con un descuido notable, que de mí mesmo no tenía acuerdo ni atençión, me senté en un trozo de un árbol seco y chamuscado que estaba allí; y ansí como descargué mis miembros como hombre algo cansado, gimió el madero mostrando que por mi causa había recebido afliçión y dixo: «Tente sobre ti, que harta miseria tengo yo». Y como lo oí espeluzáronseme los cabellos quedando robado del calor natural, temiendo que algún demonio súbitamente me quería sorber; y ansí apartándome afuera por me purgar de alguna culpa si en mí hubiesse le dixe: «Diosa, o deidad infernal, quien quiera que tú seas perdona mi ignorançia, que por poco aviso he faltado a tu debida veneraçión. Dime, yo te suplico, quien seas, que con digna penitençia te satisfaré, y si eres alma miserable háblame con seguridad, que yo no soy furia que a tu miseria deseo añadir.» Y ella dando un gemido de lo íntimo del coraçón dixo: «Yo soy el alma de Rosicler de Siria, la más infeliz y malhadada donzella que nunca en el mundo fue, pues por amor a quien me engendró me fue a mí mesma tan cruel que peno aquí con açérrimo dolor para siempre jamás.» Mi ángel la importunó nos dixesse la pena que padeçía allí, y ella con gran fatiga prosiguió. Y porque el día es ya venido, en el canto y mañana que se sigue oirás lo demás.

Fin del deçimoquinto canto del gallo.



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Argumento del deçimosexto canto del gallo

     En el deçimosexto canto que se sigue el auctor, en Rosicler hija del rey de Siria, describe la feroçidad con que una muger acomete cualquiera cosa que le venga al pensamiento si es lisiada de un lasçivo interés, y concluye con el desçendimiento del infierno imitando a Luçiano en los libros que de Varios diálogos intituló.

     GALLO. ¿Qué has, Miçilo, que tales voces das? Despierta y sosiega tu coraçón que pareçe que estás alterado.

     MIÇILO. O gallo, en cuánta congoja y afliçión me vi, y de cuánta miseria has usado comigo en me despertar, porque soñaba que era llevado por todos esos lugares espantosos de penas y tormentos que propusiste en el canto de ayer, y soñaba que por la gran actividad y fuerça que tiene aquel açérrimo y espantoso calor con que abrasa el fuego infernal era imposible entrar allí alguno sin se contaminar, ahumar, chamuscar o quemar; y ansí en sueño me vi en un gran campo tan rodeado de llama que el resuelgo me faltaba, que por un momento que tardaras se me acabara el vivir.

     GALLO. Pues oye agora y verás cuánta differençia hay de verlo a soñarlo, como de lo fingido, < > sombra a lo verdadero y real; verás con cuanta façilidad se ofende Dios mientra viven los malos aquí, y con cuánto rigor se satisfaze la suma justiçia después; verás la maliçia humana cuán en el estremo se colocó en el sexo femenil, y los homiçianos y inçestuosos en el rigor que van a pagar. Y venidos, pues, donde dexamos el canto de ayer, si bien me acuerdo, te dixe que por importunidad de mi ángel proponía Rosicler la pena que padeçía allí, y ansí la desdichada nos dixo: «Sabréis que éste es el lugar donde son atormentadas las almas miserables de los avarientos usureros, cambiadores, renoveros, negoçiadores, que a tuerto y a derecho no hazen sino llegar gran suma de dineros para satisfazer su insaçiable cobdiçia; y cada día son traídas aquí éstas y otras muchas almas de otros diversos géneros de pecadores, las cuales con gran tormento son aquí picadas tan menudas como sal con unas hachas y segures sobre mi cuerpo, como sobre un taxón. Bien podéis pensar el dolor que me hazen cada vez que hieren sobre mí.» «Dinos agora la causa de tanto mal», dixe yo, «porque según he oído dezir descansan los afligidos dando parte a otros de su passión, prinçipalmente si presumen que en alguna manera los que se le oyeren sienten su mal.» Respondióme la desventurada alma: «¡Ay! que a las infernales almas es al revés, porque después que entramos aquí, cada momento se nos ofreçe a la memoria la culpa y causa de nuestra infeliçidad con que nos atormenta más Dios. Pero por os complazer yo os lo quiero dezir aunque augmenta las llagas y renuévasse el dolor recontando la causa del mal; pero el mal no se puede augmentar a quien tiene el supremo que se puede padeçer, como yo. Pues sabed que yo fue hija de Narçiso, rey de Damasco y de toda la Siria, prinçipalmente de aquella próspera y deleitosa provinçia decapolitana, que ansí se llama por las diez ricas çiudades y antiquíssimas que en ella hay: Damasco, Philadelphea, Scitoplis, Gadara, Hipodron, Pella, Galasa, Gamala y Jope; yo era por maravilla en el estremo hermosa donzella y deseada de todos los poderosos prínçipes del mundo y a todos los menospreçié porque mis tristes hados lo permitiendo y mi infeliz suerte lo ayudando fue presa de amores de Narçiso mi padre, que en hermosura y dispusiçión no había en el mundo varón de su par, y por serle yo única hija y heredera me amaba más que a sí de amor paterno. Pero por mi desventurada suerte todos cuantos plazeres y regalos me hazía era para en daño y miseria mía, porque todos redundaban en augmento de mi maliçia. Agora os quiero contar hasta dónde llegó mi desventura. Sabréis que por tener yo fama de tan graçiosa donzella vino a la corte de mi padre un graçioso y valiente caballero, hijo del rey de Scoçia, con voluntad de se casar comigo si lo tuviesse yo por bien, y trabajar por su esfuerço y buenos hechos mereçerme la voluntad; el cual como me vio fue de < > fuertes cadenas preso, y ençendido de nuevo amor de mí, por lo cual procuró con todas sus fuerças por me servir y agradar exerçitándose en señalados hechos en las armas; y ansí mi padre por ennoblecer su corte y exerçitar su caballería, a la contina tenía justas y torneos echando bando por todas las tierras del mundo que viniessen los caballeros andantes y de nombradía, a verse en las armas lo que valía cada cual, y como Dares (que ansí se llamaba el prínçipe de Scoçia) me servía, y pretendía ganarme por sus señalados hechos, a la contina se aventaja a todos cuantos a la corte y fiestas venían, dando mucha honra a mi padre y enobleçiéndole y afamándole su casa por el mucho valor de su persona. De manera que demás de estar contento mi padre de Dares, demás de ser hijo del rey de Scoçia, por sus grandes hechos y ardid en las armas deseaba que yo le quisiesse por marido y que fuesse comigo su suçesor. Pero como yo tenía puesto mi coraçón tan asentado en Narçiso [mi padre], los hechos de Dares y su gentileza, ni ser hijo de rey no me movía la voluntad a le estimar, antes me era ocasión de aborreçerle con coraje, deseando que en las justas y torneos le suçediesse peor; y ansí muchas vezes le eché cuadrillas de caballeros y puestos doblados que le acometiessen con furia para le haber de matar, y < > buenaventurada, ardid y esfuerço hazía sobrepujar a todos en armas y valentía, de manera que a la contina salía de la contienda [vitorioso y] vençedor; y en todo esto reçebía mi padre infinito pessar por verme tan desgraçiada y tan desabrida con Dares, trabajando con palabras de me le encomendar cada y cuando se ofreçía la oportunidad, en sala ante caballeros cuando se razonaba del suçeso del torneo, o justa de aquel día; y yo tenía tan situado mi amor en mi padre en tanta manera que cuando me persuadía con palabras que favoreçiesse a Dares me atormentaba cruelmente con mortal rabia, pensando que procuraba echarme a otro por aborreçerme él, y teníame por desdichada y indigna de su amor, pues a quien tanto le amaba mostraba tan cruel estremo de ingratitud; y ansí un día entre otros muchos conçebí en mi pecho tanta desesperaçión que sospirando con gran ansia de lo profundo del ama me salí de la sala de la presençia de mi padre determinada de me matar, y çiertamente lo hiziera sino que mi padre sintiéndome alterada se fue tras mí a mi aposento, y mostrando de mi gran pessar me mandó echar en una cama donde con bessos muy dulçes por entonçes me dexó algo sosegado el coraçón. Y Dares con liçencia de mi padre y favor suyo mostraba cuanto podía amarme y tenerme en lo íntimo de sus entrañas soliçitándome a la contina con los ojos, sospiros, alma y muestras que él más podía; y con sus cartas y criados manifestaba lo que dentro el alma sentía; y cuanto más él lo publicaba tanto yo más le daba a entender el aborreçimiento y odio que le tenía; y él por me convençer trabajaba a la contina mucho más, haziendo a mi padre muchos serviçios de gran afrenta y peligro, porque con el exérçito de mi padre dentro de un año ganó a Siliçia y a Caria y a Pamphilia, Tarso y Comagena, y me lo dio todo [a mí] añadiendo [lo] al estado y señorío de mi padre. Pero todo esto le aprovechó poco, porque pidiéndome a mi padre que me diesse por su muger, le respondió que sabría mi voluntad, y como mi padre me hablasse le respondía con muchas lágrimas que no me quería casar, y que si él me forçaba como padre le asseguraba que otro día vería el fin de mi vida; y como mi padre le declaró mi voluntad a Dares se le encaxó en el pensamiento que mi padre no tenía voluntad de dármele por su muger, porque tenía por çierto serle yo tan obediente hija que si él me lo mandasse lo haría; y ansí sin más esperar, se despidió jurando con gran solenidad de se satisfazer con gran pessar y vergüença de mi padre; y ansí se fue en Scoçia y dentro de breve tiempo truxo gran exérçito sobre la çiudad de Damasco y región decapolitana, y en tanta manera nos conquistó que dexándole todo el reino nos fue forçado recogernos en la çiudad de Jope que sola nos había de todo el señorío dexado. Aquí nos puso en tanto aprieto y neçesidad que no teníamos ya qué comer, ni esperança de salud, y yo siempre pertinaz en el odio y aborreçimiento que dél había conçebido, y mi padre llorando a la contina mi obstinaçión y mal destino; como el amor paterno le constreñía padeçía por no me contradezir, y por verle tan amargamente llorar su miseria y abatimiento me derroqué en una perversa y obstinada determinaçión, asegurar a Dares en su real y cortarle la cabeça. Y ansí trabajé sosegar a mi padre con palabras diziendo que yo le quería hazer plazer y salir a Dares al real y dármele por muger, y si me menospreçiasse ofreçérmele por su sierva, o mançeba < >. Y ansí venida la noche adorné mi cuerpo y rostro de los más preçiosos paños y joyas que tenía, y con una sola criada de quien me confié, me fue al real de Dares y como llegué a las guardas y me conoçieron me reçibieron con gran reverençia, y con presteça lo hizieron saber a su señor teniendo por muy çierto que sería muy alegre con tales nuevas, porque desta conquista no pretendía alcançar otra empresa ni interés más que [haberme por muger] a mí; < > y como Dares supo que yo estaba en su real se levantó muy presto de una silla donde estaba razonando con sus capitanes y prinçipales de su exérçito, y me salió a reçebir a la puerta de su tienda y pabellón, acompañado de todos aquellos varones que estaban con él, y como a mí llegó me dixo: «¿De manera señora que forçada has de tener piedad?, ya yo no te la debo», y yo le respondí: «Pues yo te la vengo a demandar contra la dureça y obstinaçión de mi padre, porque sabiendo que ya no tenemos en quién esperar, ya que él por ser viejo tiene aborreçida la vida quiérola gozar yo, que esto por mi voluntad ya fuera muchos días ha hecho, sino que las donzellas tenemos obligaçión de obedeçer.» Entonçes todos aquellos caballeros y prínçipes que allí estaban como me vieron se espantaron de mi hermosura, juzgando por dichoso a Dares si de tal donzella era poseedor, y dezían entre sí que a cualquiera peligro se podían los hombres arriscar por me haber, y con esto se volvían a mí diziendo: «Cuerdamente has hecho, señora, pues ansí has comprado la vida con tu venida, porque agora no te puede negar su favor el nuestro prínçipe»; y con esto rendido Dares de mi beldad me lançó en sus retretes y [secretas] estancias donde se confirmó en su fe con palabras que descubrían su afiçión. Pues con esperança que tenía que esta noche tomara posessión y gozo de su tan deseado bien, mandó aparejar sus preçiados estrados y mandó disponer con mucha abundançia el comer y beber, y hizo un sumptuoso convite aquella noche a todos aquellos sus prínçipes y capitanes; de manera que con aquel regoçijo que todos tenían bebieron demasiado, y también por çierta confeçión que yo llevaba, que con la bebida mezclé se desbarató, que se dormía en tanta manera que de sueño no se podía contener; y ansí mandó que se fuessen todos a su sosiego y nos dexassen solos sin pensamiento de más guerra, pues ya se le había rendido la fuerça y homenaje; y ansí como yo le sentí tan dormido [y tan vencido] y fuera de juizio [por el effecto del vino], y tan confiado de mí, ayudada de mi donçella [(que solas habíamos quedado con él)] le tomé su espada [de la çinta] y le corté [con ella] la cabeça; y como era el primer sueño en todos los del real, todas las guardas estaban dormidas y sin cuidado por haber todos comunicado aquella noche el vino en abundançia. Ansí lançando la cabeça de Dares en una caxa que allí hallamos, dexando el vaso que dentro tenía, que era el en que agoraba Dares, nos salimos por medio del real sin que de ninguno fuéssemos sentidas y nos fuemos para la nuestra çiudad de Jope, donde siendo reçebida de mi padre y haziéndole saber mi atrevimiento le pessó, y por ser ya hecho se proveyó a lo que se debía hazer, que luego se mandó poner a punto toda la gente de la çiudad, y fue puesta al muro la cabeça de Dares en una lança; y luego como amaneçió se dio con furia en el real, que todos dormían sin cuidado pensando que por mí estaban hechas pazes perpetuas; y ansí en breve tiempo fueron todos los capitanes y prinçipales del exérçito puestos a cuchillo, y a la otra gente que despertó procuró con huida ponerse en salvo. Pues como mi padre tuvo destruidos sus enemigos y cobrado su reino quiso se aconsejar comigo qué debría de hazer; y como yo desdichada tenía determinada mi maliçia, [y] a la contina creçía en mi perversa obstinaçión sacábale de cualquiera determinaçión que conçibiese de me casar, teniendo esperança de effectuar con él mi inçestuosa voluntad, y ya no dando lugar a más dilaçión me determiné una noche en el mayor silençio, estando mi padre en su lecho sosegado y dormido, aseguradas las guardas de su persona que le entraba a visitar como hija, entré a su lecho pensando lançarme en él, confiada que cuando despertando me hallasse con él abraçada holgaría con mi conversaçión; y ansí como junto a su cama me despojé de todos mis paños, como començé a andar con la ropa de la cama para me lançar, despertó con furia y sospechando estar en poder de sus enemigos tomó su espada, y antes que yo tuviesse lugar de manifestármele me hirió tan fieramente que me sacó la vida; y ansí en pena del effectuado homiçidio y del deseado inçesto fue traída aquí donde padezco la pena que habéis oído para siempre jamás.» Cuando acabó Rosicler su tragedia yo quedé maravillado de ver tan hazañosos acometimientos en pecho feminil; y luego vimos llegar gran compaña de demonios que traían muchas almas atormentar en aquel taxón, y preguntando qué almas eran respondieron ser Luthero, Zuinglio, Osiander, Regio, Butzero, Rotenacker, Oecolampadio, Phelipe Melampto, heresiarcas en Alemania, con otra gran compaña de sus secaçes; los cuales fueron tomados por los demonios y puestos sobre Rosicler, y con unas hachas y segures los picaron allí tan menudos como sal, y ellos siempre doliéndose y gimiento entre sí; y después de muy picados y molidos los echaban en unas gran calderas de pez, azufre y resina que con gran furia hervían en grandes fuegos, y allí se tornaban a juntar con aquel coçimiento y asomaban por çima las cabeças con gran dolor forçando a salir, y los demonios tenían en las manos unas ballestas de garrucho, y asestando a los herir al soltar se zapuzaban en la pez [ferviente], y algunos heridos con grave dolor se quexaban y tornaban a salir con las saetas lançadas por el rostro, y los demonios los tornaban otra vez y otra vez a herir, y algunos salían que de nuevo volvían al tormento en diversas otras maneras; y ansí se procedía con ellos para siempre sin fin.

     MIÇILO. Agora, gallo, muy maravillado estoy de ver cómo se despedaçaban estas almas, pues los cuerpos que podían ser despedaçados estaban sepultados en Alemaña y las almas solas allí.

     GALLO. Pues ese es mayor género de tormento, que el alma en el infierno padezca sola los mesmos tormentos que el cuerpo pueda padeçer, lo cual ordena y haze la justiçia de Dios para su mayor puniçión. Pasando adelante por estos espantosos y sombríos campos vimos infinitas estançias de diversos tormentos de pontífiçes, cardenales, patriarcas, arçobispos, obispos, perlados, curas y rectores eclesiásticos que habían passado en el mundo las vidas en error y deleite. En otros miserables y apartados lugares había gemidos y lloros de reyes, prínçipes y señores [injustos y tiranos]: unos asados en parrillas, otros en asadores y otros cruelmente despedaçados. Aquí vimos [a] aquel desasosegado Francisco françés, enemigo de la paz en contina guerra y contienda, y lleguéme a él y díxele (por que allá en el infierno no se tiene respecto a ninguno), «O cristianíssimo, ¿acá estás?». Él me respondió [con un gran sospiro]: «Como lo ves, Menipo». «Yo me maravillo, porque cristiano quiere dezir el que sigue a Cristo, y cristianíssimo el que más le sigue de todos, pues si el que más sigue a Cristo está acá, ¿cuánto más el que no le siguiere?» Y < > él me respondió: «O Menipo, que allá en el mundo cómpranse los títulos, buenos nombres por dinero, y después poséense con gran falsedad; plugiera a Dios que yo fuera el más pobre hombre del mundo, y que por algún infortunio yo perdiera todo mi reino, y forçado viniera a mendigar, antes que venir aquí.» Luego adelante vi aquel mi grande amigo Calidemes griego, al cual como llegué le dixe: «¿Acá está tú también, Calidemes?», y él me respondió: «Sí, Menipo, como ves.» Yo le dixe: «Dime, por mi amor, cuál fue la causa de tu muerte»; y él luego me començó a dezir: «Ya sabes, Menipo, que yo tenía gran amistad y conversación con aquel gran rico Theodoro natural de Corintho, al cual serví y obedeçí porque como él era viejo y rico, y sin heredero, había prometido dexarme por suçesor, y como en una enfermedad hizo testamento deseaba que se muriesse; pero vino a convaleçer, de lo que me pessó, y así conçertéme con el paje que nos daba a beber que le echasse en el vaso de su bebida un veneno que le di, y [mandéle] que se le diesse a beber cuando lo demandasse, prometiéndole hazerle heredero juntamente comigo; y un día que comimos de banquete y festividad como demandó a beber Theodoro y dixo que me diessen luego a mí, suçedió que tomó el paje por yerro el vaso mío con que yo había de beber y diósele al viejo, y a mí diome que bebiesse el que estaba aparejado con veneno para el viejo; y luego como yo le bebí, porque con la sed bebí las hezes del suelo no pensando que el moço se podía engañar, y yo luego caí en el suelo muerto, y el viejo vive agora muy alegre.» Y como yo le oía este aconteçimiento reíme del suçeso como hazes agora tú, de lo cual Calidemes se afrontó y me dixo: «¿Ansí ríes y burlas del amigo, Menipo?»; yo le respondí: «O Calidemes, ¿y ese aconteçimiento es para no reír?, ¿púdose nunca a hombre dar pago tan justo como se dio a ti? Pero dime, el viejo Theodoro, ¿qué dixo cuanto te vio caer?» Él me respondió: «Maravillóse cuando ansí súbito me vio morir, pero cuando del paje supo el caso del yerro del vaso, también él se rió.» Yo le dixe: «Por çierto bien hizo, porque si aguardaras un poco, ello se viniera a hazer conforme a tu deseo, y ansí pensando aventajarte atajaste el vivir y heredar.» Y estando en esto luego llegó a hablarme Chyron, mi grande amigo, aquel que fue tenido por medio dios por su gran saber, al cual en llegando le abraçé maravillándome, porque pensé que le dexaba vivo acá, y él me dixo: «¿De qué te maravillas, Menipo?»; yo le dixe: «De verte tan presto acá, que no pensé que eras muerto. Dime Chiron, cómo fue tan súbita tu muerte»; y él me respondió: «Yo me maté porque tenía aborreçida la vida.» Díxele: «Mucho deseo tengo de saber qué mal hallaste en la vida, pues sólo tú aborreçes lo que todos aman y grangean»; y él me respondió: «Pues esto has de saber, Menipo, que aunque todo el popular vulgo tenga la vida del mundo por muy buena yo no la tengo simplemente por tal, mas antes la tengo por variable y de mucha miseria, porque como yo tanto viviesse en el mundo usando tanto tiempo de las mesmas cosas, del sol, de la noche, del comer, del beber, del dormir, del desnudar, del vestir, oír cada día las mesmas horas del relox por orden reçíproco, importunaban mis orejas en tanta manera que ya la aborreçía, y enhastiado de tanta frecuençia, por hallarme cansado me quise acabar pensando venirme acá a descansar de tan incomportable trabajo, porque en la verdad yo hallo que el deleite ni descanso no consiste en gozar perpetuamente de las mesmas cosas, pero conveniente en tiempos usar de la diversidad y mudança dellas»; yo le respondí: «Pues dime, o sabio Chiron, ¿sientes te mejorado en esta vida que tienes en el infierno?» Él me respondió: «Aunque no mejorado, no me tengo por muy agraviado, Menipo, porque si acá reçibe tomento y pena el alma no me era menor tormento la importunidad que me daba el cuerpo por la neçesidad que tenía de regalarle y sobrellevarle allá, y esta ventaja hay acá, la igualdad en que vivimos todos, porque no hay pena a que se iguale la obligaçión que se tiene en el mundo a tenerse respecto entre sí los hombres: a los parientes, a los amigos, a los vezinos, a los perlados, a los prínçipes, reyes y señores; en conclusión, universalmente unos a otros; acá siempre estamos en un ser, libertados de aquellas pesadumbres de allá.» Y yo le dixe: «Mira, Chiron, pues eres sabio no te contradigas en lo que una vez dixeres, porque es gran descuido; porque si tú dizes que dexaste el mundo porque te daba hastío usar a la contina de las mesmas cosas, mucho más te enhastiarás aquí, pues en las mesmas has de estar para siempre [jamás].» Respondióme: «Ansí lo veo yo agora por experiençia que me engañé, Menipo, pero ya, ¿qué quieres que haga?» Y como le vi vençido por no le dar más miseria con mi importunidad le dixe: «Sólo esto quiero, Chyron, que vivas contento con la suerte que posees, y en aquello prestes paçiençia que sin mayor mal evitar no se puede.» Y ansí desapareçió de ante mí aquella alma. Estaban por allí religiosos apóstatas, falsos prophetas y divinadores, zarlos, cuestores, y otra gran trulla de gente perdida. Estaban letrados, abogados, juezes, escribanos y offiçiales de audiençias y chançellerías. Vimos tanto que no hay juizio que te lo baste descrebir en particular, basta que cuanto yo puedo te sé dezir que va tanta differençia de lo oír a lo ver, como de la apariençia a la existençia, como de lo vivo a lo pintado, como de la sombra a lo real. En fin, quiero dezir, que con todas las fuerças humanas no se puede pintar con la lengua, ni encaresçer tanto el dolor y miseria que padeçen allí los condenados que en cantidad de una muy pequeña hormiga, o grano de mixo se pueda sentir por ningún entendimiento cuanto quiera que tenga la posible atençión. Se dezir que cuando me hubiere mucho fatigado por dezir más, no habré dicho una mínima parte de lo infinito que allí hay. Y ansí vimos a deshora en una alta roca un alto y muy fuerte castillo de doblado muro que con gran continaçión ahumaba, donde nos dixeron habitar Luzifer; y ansí guiamos para allá. Frecuentaban mucho los demonios entrar y salir, que no pareçía sino casa de una chançillería, o de universal contrataçión, porque era tanta la multitud y concurso de demonios y almas que con gran dificultad podimos romper. Entramos unas puertas de fino diamante a un gran patio, donde en el fin de una gran distançia estaba un gran trono que me pareçió ser edificado del fuerte y inviolable mármol, donde estaba sentado Luzifer. Era un gran demonio que en cantidad era muy mayor, más terrible, más feo y más espantoso que todos los otros sin comparaçión; tenía un gran ceptro de oro en la mano, y en la cabeça una poderosa corona imperial, y todos le tenían gran obediençia. Pero tenía muy gruesas cadenas que con muy fuertes candados le ataban y amarraban en la fuerça de aquel mármol del teatro donde estaba sentado, que mostraba en ningún tiempo se poder mover de allí. Dizen que estos candados le echó Cristo cuando entró allí por los sanctos padres al tiempo de su resurreçión, y que entonçes le limitó el poder, porque antes de la muerte de Cristo todo el universo tenía usurpado Luzifer, y a todos los hombres llevaba al infierno para siempre jamás. Puestos allí ante el juez infernal había tanta grita, tantas quexas, tantas demandas que no sabía cuál oír, porque es aquel lugar natural vivienda de la confusión. Pero el Luzifer los mandó callar y dixeron unos demonios ançianos: «Señor, ya sabéis cómo está este vuestro infierno muy cargado de presos que ya en él no pueden caber, y la mayor fatiga que tenemos es con la gran muchedumbre de ricos cambiadores, usureros, mercaderes, merchanes y renoveros, trapazeros que acá están, que cada día hemos de atormentar tanto que ya no lo podemos cumplir; porque no hay género de pecadores de que más vengan acá después que crio Dios el mundo, que ya sabéis que éstos no se pueden salvar como Cristo lo auctorizó diziendo ser tan posible su salvaçión como es posible entrar un camello por el ojo de un aguja, que es harta imposibilidad. De manera que por esta sentençia desde que Dios crió el mundo hasta ahora no viene otra gente más común acá, y principalmente como en este caso de los ricos el mundo va de peor en peor, de cada día vernán más, porque agora vernos por experiençia que la cobdiçia de los hombres es en el mundo de cada día mayor y mayor sed por enriquezer; porque agora se casa un [mançebo] çiudadano con mil ducados de dote, y viste y adorna a su muger con todos ellos, y luego toma las mejores casas que hay en su pueblo con la meitad de çenso por se acreditar, y haziendo entender que es rico con aquellas casas y familia, moços y mulas luego se haze cambiador de ferias, y con esto come y juega mejor, y luego no se ha de hallar la mercadería sino en su casa, porque fiado, o mohatrado, o cohechado, o relançado, él lo ha de tener por tener con todos que entender, dar y tomar. El ruán, la holanda, el angeo, la tapizería y otras cosas cuantas de mercadería son, todas las ha de tener como quiera que a su casa puedan venir. En fin, por negoçiar, por trapazar, por trampear todo lo ha de tener con cobdiçia que tiene de ser rico y ser estimado ante todos los otros; de manera que hallaréis un hombre solo que no hay mercadería que no trate con esta sola intinçión, y ansí ninguno se escapa que no venga acá, y por ir el negoçio en esta manera puede venir tiempo que no podamos caber en el infierno, ni haya demonios que los basten atormentar, porque cada cual cuanto quiera que sea < > vilíssimo xornalero < > se presume adelantarse a otros enobleçiéndose con negoçios, porque de cada día se augmentan las usuras, los cambios, las merchanerías, trampas, y engaños, trapazando ferias y alargándolas. En fin, señor, es grande su cobdiçia, en tanta manera que han hallado y inventado maneras para se condenar que nosotros no las podemos entender. Por lo cual, señor, debéis suplicar a Dios os ensanche el infierno, o enviadlos al mundo a purgar.» Como Luzifer hobo bien oído este caso açerca del negoçio de los desventurados ricos, considerando bien el hecho como convenía, publicó una sentençia por la cual, en effecto, mandó que todas las almas de los ricos que de cuatro mil años a esta parte estaban en el infierno fuessen lançadas en cuerpos de asnos y saliessen al mundo a servir a hombres pobres; y luego por esta sentençia fueron tomadas por los demonios infinito número de almas y llevadas por diversas provinçias del mundo: en la Asia a los indos, hybernios, hyrcanos, batrianos, parthos, carmanios, persas, medos, babilones, armenios, sauromatas, masagetas, capadoçes, frigios, lydos, syros y árabes; en África fueron llevadas a los egipçios, trogloditas, garamantas, ethíopes, carthaginenses, numidas y masilienses; y después en toda Europa fueron llevadas a los scithas, traçes, getas, maçedones, corinthos, albanos, sclavones, rosios, daçes, húngaros, tudescos, germanos, anglos, italos, galos y hispanos. Y todas aquellas almas fueron lançadas en cuerpos de asnos y dadas en possessión de pauperríssimos aguaderos, azacares, recueros, tragineros y xornaleros miserables, los cuales todos con muchos palos y poco mantenimiento los atormentaban con grave carga, miseria y dolor. Y luego como Luzifer hubo despachado este negoçio mirando por nosotros nos quiso proveer en nuestra petiçión; la cual leída la bessó y puso sobre su cabeça, y mandó a Sathanás ansí la obedeçiesse como le era mandado por Dios; y como hubimos negoçiado despedímonos del Luzifer, y él mandó a Asmodel, que era un demonio ançiano y muy gran su privado y familiar, que nos sacasse del infierno sin rodeo alguno y nos pusiesse en el mundo donde residía entonçes el Consejo real, lo cual hizo con gran diligençia, que al presente residía en Valladolid. Y un día de mañana procuramos presentar la petiçión en el Consejo de la Inquisiçión de su magestad, y vista por los del Consejo nos respondieron que se vería y proveería lo neçesario y que conveniesse; y andando por alguno de aquellos señores, por hablarlos en sus casas, nos dezían que era escusado esperar provisión, porque hallaban que si quitassen estas superfluidades de las sçiençias no se podría el mundo conservar, porque los sabios y maestros no ternían que enseñar, y por el consiguiente no podrían ganar de comer.

     MIÇILO. Espantado estoy de ver quánto mejor obedeçen los diablos que los hombres.

     GALLO. Pues como vimos que iba la cosa tan a la larga lo dexamos de seguir, y el mi ángel como me hubo guiado en toda esta xornada me dixo: «Mira, Menipo, yo he hecho este camino por tu contemplación, por quitarte de pena, que bien sabía yo en lo que había de parar. Agora te quiero dezir la suma de mi intinçión: sabe que el mejor y más seguro estado de los hombres en el mundo es de los idiotas, simples populares que passan la vida con prudençia; por lo cual déxate de hoy más de gastar tiempo en la vana consideración de las cosas altas y que suben de tu entendimiento, y dexa de inquirir con especulaçión los fines y prinçipios y causas de las cosas. Menospreçia y aborreçe estos vanos y cautelosos silogismos que no son otra cosa sino burla y vanidad sin provecho alguno, como lo has visto por esperiençia en esta xornada y peregrinaje, y de aquí adelante solamente sigue aquel género de vida que te tenga en las cosas que de presente posees lo mejor ordenado que a las leyes de virtud puedas, y como sin demasiada curiosidad ni soliçitud en alegría y plazer puedas vivir más sosegado y contento». Y ansí el mi ángel me dexó, y yo desperté como de un grave sueño muy profundo, espantado de lo mucho que había visto como te lo he narrado por el orden que has oído y yo mejor he podido.

     MIÇILO. O gallo, Dios te agradezca el plazer y honra que me has hecho con tu feliçíssima narraçión. De hoy más no quiero otro maestro, otro philósopho, ni más sabio consejero que a ti, para passar el discurso de la vida que me queda, y ruégote que no me dexes, que juntos passaremos aquí nuestra vida; que según tengo entendido por tu esperimentada narraçión es la mejor y más segura.

     GALLO. Ya te he contado, Miçilo, hasta agora mi dichosa y admirable peregrinaçión, en la cual por su espanto y terribilidad te he tenido suspenso y algo desasosegado, según me ha parecido, por lo cual de hoy más te quiero contar cosas graçiosas y suaves, con que en donaire y plazer passes mejor el trabajo del día. Ofréçesseme, quiero te contar, agora un suave y graçioso convite, una opulenta y admirable copiosidad de una missa nueva, en que siendo clérigo en un tiempo me hallé. Dezirte he tanto regocijo de aquellos clérigos, tanto canto, tanto baile, tanta alegría que no se puede encareçer más; y después dezirte he una fragosa y arriscada tragedia que calentando el vino las orejas de los abbades suçedió. Confío que con esto saldarás el espanto en que te he puesto hasta aquí. Agora abre la tienda, que en el canto que se sigue lo proseguiré.

Fin del déçimo sexto canto del gallo.



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Argumento del déçimo séptimo canto < >

     En el déçimo séptimo canto que se sigue el auctor < > sueña haberse hallado en una misa nueva en la cual describe grandes aconteçimientos que comúnmente en semejantes lugares suelen passar.

     MIÇILO. Despierta, gallo, que pareçe ser hora para que con tu promesa me restituyas en mi prístina alegría, porque el peregrino y nuevo proçeso y manera de dezir de tu prodigiosa narraçión infernal me tiene tan espantado que por ninguna contraria manera de dezir pienso volver en mí para oír y hablar con mi primera libertad; y es ansí que, aunque por su admiraçión el cuento mueve a atençión contina, házesse más estimar cuando se considera el crédito que se debe a tu ser por haber sido çelestial, porque no pareçe ni se puede dezir que sólo me le has contado por darme deletaçión, como hazen los fabulosos inventores de mentiras en las monstruosas y prodigiosas narraçiones que escriben sólo por agradar y dar a los lectores [oçiosos] con que puedan entretener el tiempo [aunque sea con vana ocupaçión]; porque me dizen que han sido muchos philósophos auctores [de semejantes obras], como Cthesias y Jamblico, de los cuales el uno ha escrito cosas admirables de las Indias, y el otro del mar oçéano, sin que ninguno dellos hubiesse visto, ni en algún auctor leído cosa de las que cada cual dellos escribió, pero fue tan grande su elocuençia y admirable manera de dezir que cuanto quiera que manifiestamente escriban fiçión, por escrebir en aquel estilo hizieron graçiosa y estimada su obra. Dizen que ha habido otros que con ingenio espantoso han contado de sí grandes viajes y peregrinaciones, fiereza de bestias y diversidad de tierras y costumbres de hombres, [sin haber ninguna cosa de las que describen en el mundo], y por la dulçura del dezir los han tenido en veneraçión; como aquel ingenioso poeta Homero escribió de su Ulixes haber visto animales, y monstruosos gigantes Poliphemos con solo un ojo [en la frente], que se tragaban los hombres enteros y vivos, [y esto sin los haber engendrado hasta hoy naturaleza]. Desto estoy bien seguro < >, que [tu] no imitas a éstos en tu passada historia, porque no es de presumir que infames los çelícolas como tú con mentirosa narraçión, por tanto despierta y prosigue que yo te oiré. Cuéntame aquella sangrienta batalla, aquel suçeso campal que ayer me prometiste dezir, pues de tu promesa no te puedes excusar.

     GALLO. Por çierto, Miçilo, mucho estoy arrepentido en haberte propuesto esa sacrílega tragedia, pues en ella hago ser público el desorden y poca templança con que esta gente consagrada toma semejantes ayuntamientos; los cuales les habían de ser vedados por sus perlados y juezes, y a éstos querría yo ser destos relactor, porque lo podrían remediar, antes que no a ti; porque en contártelo sólo doy ocasión con mi lengua a que habiendo tú plazer, te rías y mofes de aquella consagrada caterva que está en la tierra en lugar de la divina magestad. De manera que si yo me hubiere flaca y fríamente en el persuadir y demostrar este aconteçimiento, corro peligro en mi persona de tibio orador; y cuando por el contrario en el encareçer y esaxerar me mostrare elocuente será para < > augmentar tu risa y mofa, haziendo en < > infamia de aquella religiosa gente. Por tanto, mira Miçilo si es más conveniente a hombre bien acostumbrado como tú < > importunarme que te cuente semejantes aconteçimientos; porque a mí me pareçe ser obligado a los callar.

     MIÇILO. O gallo, quiero que sepas que cuanto más niegas mi petiçión tanto más augmentas en [mí] el deseo de te lo oír, por lo cual proçediendo en la costumbre de nuestra buena conversaçión y tu graçioso dezir, podrás començando luego ganar el tiempo que se podría con la dilaçión perder.

     GALLO. Agora, pues ansí quieres y tanto me importunas, yo te quiero obedeçer; pero con una condiçión que jures de no lo publicar fuera de aquí.

     MIÇILO. Agora comiença, que yo lo prometo, que no será más público por mí, ni seré causa que otro lo sepa. Dime por orden todas las cosas: qué fue el fundamento de la fiesta, y qué personas fueron allí en el convite, y qué passó en el suçeso.

     GALLO. Pues començando por el prinçipio sabrás que la causa fue una misa nueva; porque Aristeneto cambiador, hombre rico, tenía un hijo que se llamaba Zenón, hombre estudioso y sabio, que no sé si lo conoçiste. Este mancebo por tener ya edad conveniente para elegir estado vino a cantar misa y para esto el padre de su parte convidó todos sus parientes, vezinos y amigos, juntamente con sus mugeres, y el misacantano, de su parte, llamó a todos sus preceptores que habían sido de las sçiençias, gramática, lógica, philosophía y theología, y después [con éstos] convidó a todos los curas y benefficiados [casi] desta çiudad que eran muchos, y con éstos había dos religiosos de cada orden.

     MIÇILO. Yo nunca vi compañía de tanta santidad.

     GALLO. Pues viniendo al proçeso de la historia sabrás que el día señalado, que fue un domingo primero de mayo, que es el más apacible y graçioso del año, convenimos luego por la mañana todos los convidados a casa de Aristeneto para acompañar a Zenón hasta el templo; fuemos con gran solenidad de cançión de clérigos, y gran música de instrumentos, rabel, vihuela, < > salterio, y otras agraçiadas sonajas que tañían hombres que para semejantes autos se suelen alquilar. Cuando fue acabada aquella divina celebraçión [de la missa], con el orador que [con ingenio] discantó el mérito y grandeça de la dignidad, ofreçimos todos al misacantano, volvímonos juntos [con la mesma música] a casa de Aristeneto, donde despedidos aquellos que sólo fueron convidados para el acompañamiento, se llegó Aristeneto a la oreja y me dixo que me quedasse a comer allí con él. Dios sabe cuánto me holgué, porque çierto no sobraba en mi casa la raçión, prinçipalmente porque después que en el templo ofreçí no fue mucho lo que en la bolsa me quedó. Fuemos lançados todos a un gran palaçio muy adornado y dispuesto para el convite, en el cual había dos mesas a la larga de la sala: la una que iba a la una pared, y otra por otra; en la frontera de la sala había otra messa como cabeçera de las otras dos, en la cual se sentó en el medio el misacantano tomando a su mano derecha a su padre Aristeneto, y a la otra mano estaba su padrino que era aquel Cleodemo, antiguo y honrado varón que fue cura de San Julián.

     MIÇILO. ¡O qué monarcha y prínçipe de saçerdotes me has contado!

     GALLO. A los lados ocupaban esta mesa de la cabeçera, a la una mano el guardián de San Francisco y su compañero, y a la otra el prior de Sancto Domingo con su compañero de gran auctoridad. En la mesa de la mano derecha se sentaron por orden los maestros < > y clereçía, que fueron muchos en número; y a la otra mano se sentaron los casados, cada cual con su muger; [y cuando fuemos todos sentados] luego se començaron las mesas a servir [con grande abundançia de frutas del tiempo].

     MIÇILO. ¿Pues entre los dos perlados de San Françisco y Sancto Domingo no hubo differençia sobre la mano a que cada cual se había de sentar?

     GALLO. Mucho antes con ellos se consultó y diffinió. Entre los dos curas de Sanctesidro y San Miguel hubo un poco de contienda, porque preferiendo Aristeneto en el asiento el de Sanctesidro al de San Miguel por ser más viejo, se levantó en pie el de San Miguel porque < > presumía de philósopho y dixo: «si [a ti], Aristeneto, te pareçe que el cura de Sanctesidro se ha de preferir a mí, engáñaste; y por no lo consentir me voy y os dexo libre el convite, porque aunque él sea viejo, por dos razones se me debe a mí la ventaja, pues dize Salomón que la sçiençia son canas en el hombre cuanto quiera que sea moco».

     Y ansí tomó por la mano su mochacho y començó a fingir querer caminar y luego el cura de Sanctesidro dixo: «Nunca plega a Dios que por mí dexes de te holgar»; y apartándose afuera le hizo lugar en la delantera y él se asentó atrás.

     [MIÇILO. Presto convenieron [esos dos] por gozar.

     GALLO. Y luego dixo Zenothemo como maestro de gramática ser aquello exemplo de la figura histeron proteron, de lo cual tomaron ocasión para reír.

     MIÇILO. Pues entre los casados, ¿no se ofreçió cosa que pudiesses notar?

     GALLO. [Los casados] solamente tenían ojo y atençión en aquellos hombres sabios y religiosos notándolos de ambiçiosos, glotones y de poco sosiego, fingiéndose todos tener cuenta con el plato, pero más la tenían con lo que entre los clérigos pasaba, porque como todos al prinçipio començamos a comer de aquellos sabrosos y bien aparejados manjares, todos mirábamos al cura de San Miguel que todo cuanto delante le servían lo daba al mochacho que tenía tras sí, pensando que ninguno lo vía, y el mochacho lo echaba en una talega. Él comía con insaçiable agonía y lançaba en los pechos y fatriguera medias limas y naranjas, y algunas guindas que rodaban por la messa. Daba a mochacho piernas de perdiz y de pato, pedaços de vaca y de carnero, y algunos suelos de pastel y pedaços de pan y torta; diole el pañizuelo, la copa en que bebía, hasta el cuchillo y [el] salero [le dio]. Desto reían todos los casados y sus mugeres, que les era muy gran pasatiempo. Estando, pues, todos ocupados en esto con gran solaz y deleite, porque ya había llegado de mano en mano hasta la mesa de Aristeneto [y missacantano] que mucho se reían dello, suçedió que entró por la puerta de la sala Alçidamas, cura de San Nicolás, sin ser llamado, y puesto en medio de la sala el rostro a Zenón y a Aristeneto < > dixo: «Señores, perdonadme que no vengo más temprano a vuestro plazer porque agora como salí a ofreçer en mi iglesia me dixo un feligrés mío que hazíades esta fiesta, y ansí luego me apresuré por acabar presto la misa, que aun no me sufría a desnudarme la casulia por venir a honraros por ser tan vuestro amigo, que los tales no hemos de aguardar a ser convidados, pero < > sin ser llamados ser de los primeros.»

     MIÇILO. Por çierto, cosa digna de risa me cuentas.

     GALLO. Cada cual le començó a dezir su donaire dando a entender su desvergüença, pero él lo disimuló por gozar del convite, porque luego acudió Aristeneto encareçiendo su buena amistad y acusando su descuido y el de su hijo, pues de convidarle se habían olvidado; y ansí le mandó dar una silla y que se sentasse en aquellas mesas entre aquellos hombres reverendos y honrados. Alçidamas era un mançebo grande, membrudo, robusto y de grandes fuerças, y ansí como le pusieron delante la silla la arrojó lexos de sí que casi la quebró, y diera con ella al cura de Santispíritus, [y] dixo que las dueñas y hombres regalados se habían de sentar a comer en silla y no un hombre moço y robusto como él, que por allí quería comer passeándose, y que si acaso se cansasse, que él se sentaría en aquella tierra sobre su capa < >. Respondióle Aristeneto: «Ansí sea pues te plaze.» [Todo esto hazía Alçidamas mostrando querer regoçijar la fiesta y dar plazer a los convidados pensando él de sí mesmo ser graçioso fingiéndose loco y beodo]; y ansí rodeaba en pie [por] todas las mesas mirando por los mejores manjares, como lo hazen los músicos chocarreros en los convites de fiesta; ansí comía Alçidamas donde más le plazía si vía cosa que bien le pareçiesse mezclándose con aquellos que servían las copas y manjares, y como a las vezes se aprovechasse de las copas que estaban llenas en la messa, y las vezes de las que passaban < >, hallábase beber doblado; y ansí con el vino demasiado començó a [más] salir de sí, dezía maliçias y atrevimientos en todos los que en el convite estaban, < > mofaba de aquellas copas de plata, mesas, sillas, tapiçes y grande aparato llamando a Aristeneto el grande usurero, engrandeçía con maliçia su grande injenio y industria, pues por su buena soliçitud prestando y cambiando, había adquerido tan grande hazienda. Y Aristeneto ya mohíno y afrontado [que lastimaban los donaires] mandó a dos criados suyos que le tomassen y echassen fuera de casa y çerrassen las puertas porque no los afrontasse más. Pero como Alçidamas lo sintió apartóse a un lado, y con un banco que estaba vaçío juró que le quebraría en la cabeça del que llegasse; y ansí de consejo de todos fue que agora le dexassen, esperando tiempo más oportuno para hazer la pressa neçesaria. Pero de cada momento se fue empeorando, diziendo injurias a los frailes, y después passando a los casados [los afrontaba y] vituperaba en sus mugeres < >. Y ansí pensándolo remediar Aristeneto dándole muy bien a beber y que con esto le haría su amigo, ansí mandó a un criado suyo que tomasse una gran copa de vino añejo y muy puro y se la diesse, no pensando que fuera ocasión de mayor mal, como fue. Pero tomando Alçidamas el vaso con ambas manos, porque era grande, se volvió con él a la mesa de los casados y en alta voz, que todos en silençio le oyeron, hablando con la muger de Aristeneto, madre de misacantano: «Señora Magençia (que ansí se llamaba) yo bebo a ti, y mira que has de beber otro tanto del vaso como yo bebiere, so pena que no lo bebiendo se arroxe lo que quedare sobre ti»; y alçando la copa bebió della casi un azumbre y luego [la mandó tornar a enchir, y] estendiendo el braço la dio a Magençia, diziéndola que si no bebía incurrería en la pena puesta y que la habrá de executar; y Magençia encogiéndose con gran vergüença, [diziendo que no acostumbraba beber], reusó el vaso con < > miedo que Alçidamas no la afontasse; y temiendo lo mesmo los convidados trabajaron por le apartar fuera, pero él juró por sus órdenes que si no daba un fiador que bebiesse por ella que se lo había de derramar acuestas; y el cura de San Miguel, que alcançaba buena parte deste menester se levantó, y dando a entender que lo hazía por defender a la señora huéspeda y empedir que no la afrontasse Alçidamas, pues éste se levantó de su lugar y saliendo en el medio de la sala dixo a Alçidamas: «Dame acá la copa que yo quiero cumplir por la señora Magençia», y ansí tomando el vaso en sus manos bebió un terrible golpe, que a juizio de todos igualó. Pero Alçidamas que estaba ya sentado en el suelo, recostada la cabeça sobre el braço derecho dixo a grandes vozes: «Mostradme el vaso, que quiero ver si cumplió conforme a su obligaçión.» Y levantándose en pies todos los pechos < > desabrochados, y perdido el bonete de la cabeça, tomó el vaso en sus manos, y afirmando con juramento que no había cumplido el fiador amagó determinado de arrojar sobre Magençia lo que en el vaso quedó, pero el cura de San Miguel pareçiéndole que estaba obligado a responder saltó por çima las mesas, dexadas las lobas y pantufos, y tomó por los cabellos a Alçidamas y hízole por fuerça volver para sí, y Alçidamas hirió de un tan fiero golpe con el vaso al cura de San Miguel que, dándole en la frente, hizo un arroyo de sangre y de vino [mezclado] que todos nos pensamos anegar. Luego viérades las hazes de ambas partes revueltas, [porque los unos favoreçiendo a Alçidamas, y los otros al cura de San Miguel que no había quien los pudiesse apartar,] porque contra Alçidamas se levantaron Hermón, cura de Sancto Thomé, y Eucrito, cura de San Dionisio < >, y Eustochio, cura de San Martín, porque a todos había injuriado con sus donaires; y por el contrario, en favor de Alçidamas, [por ser sus vezinos y amigos viejos] se levantaron el sacristán de San Miguel y el cura de San Juan y el cura de San Pedro y el cura de Santa Marina.

     MIÇILO. ¿Que allí vino el cura de San Pedro?, no faltarían gargajos y importunidad con su vejez.

     GALLO. Allí vino con asco y desgraçia de todos; que en una silla le truxieron porque estava [muy] enfermo. Revolviéronse todos trabados por los cabellos que no pareçía sino la pelea de los Andabatas, digo que aquellos que entran en el palenque a se matar sin poderse unos a otros ver. Andaban los xarros, los saleros, las sillas y bancos arroxadas de la una parte a la otra tan espesos como graniço. En fin, se levantaron Aristeneto y el padrino Cleodemo, y el prior y < > guardián, y en conclusión todos aquellos maestros y sabios, y de la otra parte los casados, aunque estaban confusos de ver lo que passaba; los cuales todos metiéndose en el medio los apartaron y pusieron en paz, y llevaron luego a curar al cura de San Miguel, [porque Alçidamas le descalabró mal cuando con la copa le dio]. Luego Alçidamas se tendió en el suelo que pareçía a Hércules como le pintan los antiguos en el monte Pholo acabando de pelear con aquella bravosa hydria, sierpe famosa; y muy sosegados, igualadas las mesas se tornaron todos a sentar, y luego Zenotemo, maestro de la gramática, comenzó a cantar una ensalada en romançe y < > latín que neçesitaba a que las damas cerrassen las orejas y aun los ojos por no ver pervertida la gravedad de tanto maestro. Pero como es costumbre en los tales lugares en el proçeso de la comida cantar los clérigos semejantes donaires a su misacantano, no pareçe que les hazía asco aquel lenguaje a sus paladares; y ansí a este tono si uno [lo] començaba suçio, el otro lo ensuçiaba más, y ansí acabando Zenothemo su cançión prosiguió el cura de Sanctisidro, con toda su vejez, un cantar que no hay lengua tan desvergonçada que fuera de allí le pueda referir.

     [MIÇILO. Maldita sea costumbre tan mala y tan corrupta y deshonesta, y tan indigna de bocas y lenguas de hombres que han de mostrar la regla del bien hablar y vivir. No se debrían en esto los perlados descuidar.

     GALLO]. En este tiempo había en la sala mucha paz, porque ya Alçidamas se començó a dormir, y por las partes inferiores y superiores començó a roncar con gran furor. Entonçes dixo el prior: «salva res est», y de consejo de todos fue que le atassen pies y manos por poder passar su fiesta más en paz; y ansí se levantó Dionico, maestro de capilla de la iglesia mayor, con otros seis cantores que estaban allí, los cuales todos puestos en calças y jubón le ataron [con una cuerda] fuertemente las manos y pies < >.

     MIÇILO. Nunca de cantores se pudo tan buen consejo esperar.

     GALLO. Ni por esto Alçidamas despertó. Dionico con sus seis compañeros quedando ansí en medio de la sala començaron a cantar y bailar: cantaban cantares del mesmo jaez y peor, y después çelebraron la fiesta < > de los matachines, hazían puestos y visajes tan desvergonçados y suçios que aun acordándome [agora] estoy por vomitar, porque < > vinieron los compañeros a poner sus bocas, rostros y manos en partes y lugares que por reverençia del saçerdoçio de que eran todos señalados no lo quiero dezir, y aun no me querría acordar. Pues como éstos acabaron su suçia y desautorizada fiesta se fueron a sentar cada cual en su lugar, y procedió el comer y beber, [que aun no se había dado fin].

     MIÇILO. Dime por tu amor, gallo, desto todo que estos clérigos hazían, ¿qué sentían y hazían los casados?

     GALLO. Todos dexaban de comer y miraban en los clérigos con gran atençión. Las dueñas con sus pañizuelos fingiendo limpiarse el sudor cubrían sus rostros no queriendo de empacho ver aquellas suçias maneras de festejar, porque aun viles joglares se desdeñarían tratarlas, por no perder crédito con el auditorio. Estando en esto que todos < > callaban, entró un mochacho en medio de la sala, y saludando con el bonete en la mano a Aristeneto en alta voz le dixo: «Señor Aristeneto, mi amo Etemocles, cura de Sancto Eugenio, me mandó que delante de todos cuantos están en este convite te leyesse este carta que te envía; por tanto, mira si me das liçençia.» Aunque Aristineto, pensó si sería bueno tomar la carta al mochacho y después leerla, en fin de consejo de todos aquellos varones graves que estaban a los lados se le dio liçençia para la leer, [y prinçipalmente porque todos la deseábamos oír]; y ansí el mochacho en alta voz, callando todos, començó:

«Muy noble Aristeneto. Este tu Etemocles, antiguo capellán y padre de confessión, como a hijo muy querido te envía a saludar, y no quiero que tengas presunçión que por esto que te escribo, y a tal tiempo, sea yo muy cobdiçioso de convites, porque < > mi vida pasada, y de otras vezes que ya me has convidado ternás entendida mi templada condiçión, y también lo tienen mucho antes bien conoçido de mí otros muy más ricos que tú, que de cada día me convidan a sus çenas y comidas, y las rehúso porque sé bien los desmanes y desbarates que en semejantes congregaçiones y lugares se suelen ofreçer. Pero agora muévome a te escrebir porque como la afrenta me has hecho pública y en ese lugar donde estás, es mucha razón que públicamente y en ese lugar [donde estás] me hayas de satisfazer. A todos es notorio, señor Aristeneto, ser yo tu confesor desde que agora diez años te quisiste morir, que público fue en esta çiudad que yo solo hallándote usurero público cambiador, porque no te negassen la sepoltura sagrada como a tal, te hize prestar cauçión, y pregonar públicamente que porque estabas en el artículo de morir viniessen a tu casa todos cuantos a tu hazienda por cambios, o intereses usurarios, tuviessen hazión [y derecho], que tú se lo querías restituir; y como éste fuesse tan famoso consejo y único para tu salud fue por todos devulgado por consejo mío, que era tu confessor; y después que tú tornaste a convaleçer fue infamado con peligro y jatura de mi honra por verte todos a volver a cambiar, diziendo que tenía la culpa yo; y todo esto sufrí y passé por conservar tu buena amistad, y es público que yo solo contra todo el común sustenté, que en nombre y como criado de otro, podías usurar no usurando por ti; y agora sobre todas estas mis injurias y pública amistad has procurado en tu convite nuevos amigos, de hombres que aunque mil vezes los des de comer no aventurarán por ti sus conçiençias como yo, si no pregunta al prior y guardián y a los otros letrados y curas que tienes ahí cómo te sabrán sustentar, [cómo se puede sufrir], sin ser < > usurero ser [en ferias, ni aun en la çiudad] cambiador. Pues bien, sabes que esto yo lo he defendido al perlado por ti, pues acuérdate que tienes tú publicado en esta çiudad que tienes veinte mil ducados por mí; [diziendo tu a todos] que confessándome tú que los habías ganado con çincuenta mil maravedís que tu suegro en dote te dio, los poseías tú por sólo no te los mandar yo restituir, [lo cual todo era injuriarme a mí]; pues, ¿paréçete que en todas estas cosas me das buen pago de nuestra pública amistad? Paréçeme a mí que no, porque, en fin, no han de pensar sino que en mí hay méritos de tu ingratitud, y por tanto te pido que pues públicamente me afrentas sin darte yo a ello causa, públicamente me hagas la satisfaçión, y ante [todos] cuantos ahí están en tu convite me vuelvas en mi honra; si no de aquí protesto que ni ante Dios ni ante los hombres en mi vida te lo perdonaré. Al mochacho mandé que aunque le des torta, o xarro de vino, o capón, o perdiz, o pernil de tozino no lo tome, so pena que le daré de cozes y se lo haré volver, porque no pienses satisfazer con tan pocas cosas tan grande injuria como me has hecho. Ni tampoco te puedes escusar diziendo que te olvidaste por haber hecho tiempo que no me viste, pues ayer te hablé dos vezes, una a tu puerta pasando yo, y otra en el templo de Sanctiago donde yo dixe misa y tú la oíste. No alargo más por no ser molesto con larga carta a los que procuras ser graçioso con tu convite, del cual salgas tan próspero como yo satisfecho de mi injuria.-Vale.»

     Como el mochacho hobo leído la carta se la demandó Aristeneto, y díxole: «Anda y di a tu señor Etemocles que ansí lo haré como me lo envía a mandar.» Y ansí se fue el mochacho quedando la carta en Aristeneto, la cual le demandé, que la deseaba ver porque a mi pareçer es la más donosa que yo nunca vi. Comenzaron todos a murmurar sobre la carta cada cual según su ingenio, los unos dezían que era muy aguda, a lo menos los amigos de Etemocles, y dezían que era muy sabiamente escripta, que bien pareçía ser de letrado; los contrarios dezían que no era muy cuerda y que era maliçiosa y acusaban a Etemocles de hombre glotón, y dezían que la había escripto como afrontado por no le haber convidado a la fiesta y comida. Estando todos ocupados en esta diversidad de juizios < > entró en la sala uno de aquellos chocarreros que para semejantes cenas y convites se suelen alquilar, disfraçado de xoglar, y con un laúd en la mano entró con un puesto tan graçioso que a todos hizo reír, y con graçiosa industria començó a dar a todos plazer. Representó ingeniosamente la proçesión que hacen los portugueses el día de Corpus Cristi, y predicó el sermón que ellos suelen predicar el día que celebran la batalla del Aljubarrota. Después, tañendo con su laúd, començó en copla de repente a motejar a todos cuantos estaban en la mesa, sin perjudicar ni afrontar a ninguno. Y reyendo < > donaires se començaron entre sí a alborotar en tanta manera que dieron ocasión a que despertase Alçidamas de su profundo sueño, y como despertó y él se echó de ver atado, y vio que el xoglar se reía con todos y todos con él, dixo con una voz muy horrenda lo que dixo aquel Syleno: «Solvite me», y ansí el xoglar dexando < > el laúd procuró por le desatar; y como Alçidamas se vio desatado tomó del laúd antes que el xoglar le pudiese tomar y dale tan gran golpe con él sobre la cabeça que volándole en infinitas pieças dio con el xoglar en el suelo sin juizio ni acuerdo de sí, y con el mástil y trastes que le quedó en la mano, como vio que sus tres enemigos se reían < >, Hermón, Eucrito y Eustochio, curas antiguos y muy honrados, dio a cada uno su palo que a todos descalabró mal, y de aquí partió para la mesa principal y hirió al guardián y prior, y ya eran levantados los amigos de los tres heridos que se venían para Alçidamas a se vengar; y de la otra parte el xoglar que, volviendo en sí, tomó un palo que halló a un rincón y haziendo campo por entre todos viene rostro a rostro con Alçidamas tirándose muy fuertes golpes ambos a dos. Vieras un consagrado saçerdote cura dar y reçibir palos de un xoglar, cosa por çierto dina de lágrimas; y porque todos estaban injuriados < >, no había quien entre ellos se quisiesse meter, ni aun osasse, tanta era la furia con que se herían y andaban trabados. Vieras una batalla tan sangrienta y cruel como de la Pharsálica puedes imaginar: las mugeres y niños dando gritos echaron a huir a la calle, por lo cual alterado todo el pueblo acudió a los socorrer. Departidos todos hallamos que estando trabados Alçidamas con el xoglar le había rompido la boca y descalabrado con el laúd, y que el xoglar había dado a Alçidamas con el palo un gran golpe que le descalabró mal. De manera que todos aquellos curas fueron por el semejante heridos, cual en la cabeça, cual en el rostro; por lo cual fue neçesario que todos los llevassen a sus posadas a los curar. Pues echada toda aquella gente arriscada fuera de la sala, se alçaron las mesas y se tornaron los que quedaron a sosegar. Pero como el diablo nunca sosiega de meter mal y de dar ocasión a que suçeda siempre peor, suçedió que Cleodemo, padrino, volviendo a la carta de Etemocles, porque sintió afrontado a Aristeneto y aun a aquellos religiosos que junto a sí tenía, dixo: «¿Qué os pareçe, señores, de las elegantes razones de Etemocles < >?, piensa que no entendemos su intinçión y dónde va a parar su elocuençia; por çierto, si Aristeneto le enviasse agora una torta y un xarro de vino con que le matasse la hambre yo le asegurasse la amistad.» En esto Zenothemides, [que era] cura de San Leandro, que tenía la perrocha junto a la de Santo Eugenio, respondió por su vezino Etemocles, y dixo: «Por çierto, Cleodemo, mal miras lo que dizes, pues sabes bien que a Etemocles no le falta muy bien de comer y beber, y que no tiene neçesidad de la raçión de Aristeneto como tú.» Dixo Aristeneto: [«Señores no riñáis, ni toméis passión], que la carta venía elegante y muy cuerdamente escripta y como de letrado, y yo me conozco culpado por lo cual protesto purgar mi pecado satisfaziendo a mi acreedor.» Dixo Cleodemo: «Por çierto, poca obligación tiene Zenothemides de responder < > por Etimoclides, principalmente porque en lo que yo he dicho ninguna injuria le hize, pues de todos es conoçido Etimoclides bien de cuantos aquí están, y no me maravillo que responda < > por él, pues ambos tienen hecho liga y monipodio en el trato de sus feligreses, y ansí han jurado ambos a dos de no enterrar a ninguno en su feligresía sin que primero le envíen prenda por el tañer y sacar la cruz.» Respondió Zenothemides: «Por çierto, peor es lo que tú hazes, Cleodemo, que los tienes en la cárcel hasta que te hayan de pagar [quexándote al juez]»; y diziendo esto se levantó de < > donde estaba sentado y se vino para él, [y] Cleodemo tenía la copa en la mano que quería beber, y díxole Zenothemides: «En esa arte es más çierto, Cleodemo, que morirás [tú] que no piloto en el mar < >.» Y como Cleodemo tuvo a Zenothemides junto a sí le dio con la copa de vino en el rostro, que le envistió todo dél, y luego Zenothemides tomó a Cleodemo por la sobrepelliz y le truxo al suelo y hízole dar con el rostro y cabeça en un banco, de que mal le descalabró. En fin, los frailes y misacantano y los demás los apartaron, y fue neçesario que Cleodemo se fuesse luego a su casa a curar, y también Zenothemides se fue. Pues purgada la casa de todos aquellos arriscados y belicosos capitanes, porque todos fueron de tres recuentos heridos y sacados del campo, como te he contado...

     [MIÇILO. ¿No supiste si el perlado los castigó? Porque çierto en un tan desbaratado aconteçimiento había con grandes penas de proveer.

     GALLO. Supe que ese otro día los había el vicario llevado a la cárçel a todos y que se sentençió que ninguno había incurrido en irregularidad, porque se averiguó ninguno estar en su juizio y libre poder. Pero, en fin, a cada uno dellos condenó cual en seis ducados, y a otros a diez para la cámara del obispo que la tenía necesidad de se trastejar.

     MIÇILO. ¡O qué cosa tan justa fue!

     GALLO]. Pues quedando la otra gente < > ansí muy confusos y embobados de ver en gente de tanto exemplo tanto desmán, todos los seglares se salieron cada cual con su muger sin saludar al huésped ni ser sentidos de alguno. Luego Dionico, maestro de capilla, y todos sus compañeros pensaron qué hazer por volver la fiesta a su debido lugar, y como fue echada la bendiçión y oraçión de la messa, llegósse Dionico al misacantano con la mano llena de tizne de una sartén y entiznóle todo el rostro <> que no le quedó cosa blanca; y como no tenía padrino le tomaron por fuerça y lleváronle fuera de la casa, a la puerta donde estaba el medio pueblo, < > y vistiéronle un costal abierto por el suelo que se acababa de vaçiar del harina, y salió Dionico a la calle en alta voz diziendo: «Ecce homo.» < >

     MIÇILO. Propriamente lo pudo dezir.

     GALLO. Pues ansí le subieron en un asno y le llevaron con gran denuesto por todo el lugar.

     MIÇILO. Dime, gallo, en el entretanto que estas cosas pasaban, ¿qué pensabas tú?

     GALLO. En el entretanto que estas cosas se celebraban pensaba yo otras muchas: lo primero que consideraba era que aquel nuevo ungido por saçerdote representaba al verdadero Cristo, saçerdote eterno según el orden de Melchisedech, y allí en aquel mal tratamiento se me representó todo el que [Cristo] padeçió por mí en sus vituperios, injurias y tormentos, en tanta manera que no me pude contener sin llorar, y dolíame mucho porque era tanta la çeguedad de aquellos vanos saçerdotes que sin templança alguna proseguían en aquella vanidad con tanta disoluçión, perdida la magestad y reverençia debida a tan alta dignidad y representaçión de nuestro Dios; y para alguna consolaçión mía pensé ser aquello como vexamen de doctor, porque aquel nuevo saçerdote no se ensoberbezca por ser de nuevo admitido a tan alta dignidad; y después desto consideraba en todo lo que en la comida había preçedido entre aquellos que tenían el título y preeminençia en la auctoridad y letras, pensando que no hay cosa más preçiosa en ellas que procurar el que las estudia componer la vida con ellas < >.

     MIÇILO. Por çierto que me has admirado, gallo, con tu tan horrenda historia, o por mejor dezir, atroz tragedia. ¡Cuán común cosa es faltar los hombres de su mayor obligaçión! Supliquemos a nuestro Señor los haga tan buenos que no erremos en los imitar, [y merezçan con su ofiçio impetrar graçia de nuestro Señor para sí, y para nos, y avivemos de hoy más a todos los perlados que, pues, en la iglesia son pastores deste ganado no permitan que en los tales auctos y çelebridades de misas nuevas haya estos ayuntamientos, porque no vengan a tanto desmán].

     GALLO. Ya, Miçilo, quiero dexar guerras y contiendas, y heridas y muertes de hombres, con las cuales te he escandalizado hasta aquí, y quiero que [agora] oyas la más alta y más feliçíssima navegaçión que nunca a hombres aconteçió < >. Oirás una admirable ventura que te quiero contar, la cual juntamente con el próspero suçeso te dará tanto deleite que holgarás de lo oír < >. Y pues es ya venido el día abre la tienda, que en el canto que se sigue lo oirás.

Fin del déçimo séptimo canto < >.

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