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Este punto parece haber sido pasado por alto o no tenido en consideración por Cesáreo Bandera en su importante libro Mimesis conflictiva. Ficción literaria y violencia en Cervantes y Calderón, Gredos, Madrid, 1975. En esas páginas Bandera analiza muy bien el significado del relato interrumpido por Cardenio (pp. 85 y ss.) y da asimismo una brillante interpretación del cuento de Sancho (pp. 113 y ss.), en la que, sin embargo, echo de menos la referencia al viejo cuento (presente ya en la Disciplina clericalista) del que, muy transformado, procede el de Lope Ruiz y las cabras.

 

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Vid. Bandera, ob. cit., pp. 120-121.

 

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T. Todorov ha señalado en su Poétique de la Prose, Bd. du Seuil, París, 1971, pág. 85, cómo esta estructura se da en Las mil y una noches, incluso en la forma de duplicación de relatos: «On dit souvent que le folklore se caractérise par la répetition d'une même histoire; et en effet il n'est pas rare, dans un des contes arabes, que la même aventure soit rapportée deux fois, sinon plus».

 

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Capítulo aparte lo supondría el de las modernas variaciones literarias a que ha dado lugar el cuento sin desenlace. Parece obvio que cuando, por ejemplo, en Vidas sombrías de Baroja encontramos presentado como cuento una estampa lírica a la manera de Mari-Belcha, resulta inútil buscar desenlace alguno, precisamente por su condición de inmóvil poema en prosa. Distinto es el caso del desenlace silenciado, tal y como ocurre en el breve cuento de Azorín, El paraguas: la vieja duquesa de Brandilanes habla con su nieta: «No, hija mía: no gastes paraguas; el paraguas es un artefacto fatídico. Por el paraguas me ocurrió a mí lo que te cuento». Y lo que sucede es que realmente no nos enteramos de lo que ocurrió, pues el final de la historia es contado por la duquesa al oído de la nieta. Se trata, pues, de unas brevísima humorada, cuya gracia reside en lo que no se dice. La proverbial voz baja azoriniana desciende aquí, festivamente, a un nivel inaudible para el lector.

También, y sin salir de los cuentos de Azorín, cabría recordar algún otro relato con desenlace abrupto, ambiguo o casi escamoteado, a la manera de Una carta de España (incluido en Españoles en París). (Sobre esto y otros aspectos de los cuentos de Azorín vid. las páginas que a ellos he dedicado en mi libro Temas, formas y tonos literarios, Prensa Española, Madrid, 1972, pp. 241 y ss.)

Finalmente cabría aludir a esa otra modalidad de cuento sin desenlace, dada por aquellos relatos que, en cierto modo, se muerden la cola, ya que su final enlaza con el principio, como si el cuento se dispusiera a rodar de nuevo. Recuérdese, por ejemplo, la estructura circular de un relato como el significativamente titulado Las ruinas circulares de Borges.