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El delirio de Managua

Sergio Ramírez





Las rotondas que tratan de aliviar el tráfico enloquecido de vehículos se han vuelto en Managua un símbolo de modernidad que como tantos otros mal encubren la miseria y el desorden urbano. Monumentos extravagantes, como la catedral que parece una mezquita trasplantada desde el desierto africano con todo y palmeras, hoteles y centros comerciales que igual se reproducen en San Pedro Sula o San Salvador, porque la globalización es en el trópico centroamericano homogeneidad de segunda categoría, y así cargamos en común con los mismos decorados de los restaurantes de pizzas y hamburguesas, y se sube al cielo de los deseos por las escaleras eléctricas de los malls recorridos por trencitos atestados de niños que pasan allí sus tardes como en un parque de diversiones que también encanta a los adultos.

Managua, hija pródiga de dos terremotos, parida cada vez entre escombros. Hace años escribió Ernesto Cardenal en un epigrama que un día las gasolineras serían ruinas románticas, pero lo que es hoy más bien se multiplican al lado de las rotondas con sus múltiples surtidores y sus tiendas de ocasión bajo el fulgor de las lámparas de luz blanca que les dan en la calurosa noche tropical un ambiente de escenario de fiesta que apenas empieza.

Pero los esplendores falsos del progreso, en la plenitud de su monotonía, se repiten también en el enjambre de carteles publicitarios que se alzan por doquier, de todo color y tamaño, y con los que uno se enfrenta desde cualquier ángulo de visión a una fantasmagoría sin medida ni control, una explosión de anuncios de bancos, ferreterías, rones, cervezas, repuestos automotrices, camas y refrigeradores, que como manada de ovejas descarriadas han encontrado ahora su amo y señor en otros de mayor dimensión y altura que logran dominarlo todo: las efigies de Daniel Ortega erigidas a tramos calculados en calles y avenidas y alrededor de las rotondas, el mismo rostro envejecido de factura orwelliana que esboza apenas una sonrisa como si lo forzaran a ello, la camisa remangada del hombre de acción, el brazo alzado señalando al futuro. En el fondo rosa mexicano, que en Nicaragua se llama rosa chicha, y que es el obsesivo color esotérico de la primera dama, Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía y Coordinadora Nacional de los Consejos del Poder Ciudadano, destacan los lemas de propia invención de ella, realzados en su también obsesiva tipografía courier; hay unos de inspiración religiosa: cumplirle al pueblo es cumplir a Dios, y otros de anciana inspiración marxista: arriba los pobres del mundo. (Alguien ha hecho célebre, a propósito, una frase que ronda como un alegre abejón todos los oídos: si no puede con los pobres de aquí, ¿cómo va a poder con los del mundo?).

Las rotondas empezaron a construirse cuando Arnoldo Alemán fue alcalde de Managua a comienzos de la década de los noventa, tras la caída del Frente Sandinista del poder, y ayudaron a darle fuerza y prestigio como candidato presidencial, porque la gente advirtió que se trataba de un audaz emprendedor capaz de derribar árboles e invadir baldíos para abrir paso al progreso. Construyó la primera de ellas en uno de los cruces claves de la ciudad, y al centro hizo instalar una fuente luminosa que al alzar sus chorros cambia de colores, con lo que derramó el vaso de las expectativas de los ciudadanos, que lo premiaron con un dictum popular que le valió por años: es cierto que roba, pero hace. Ergo, te absolvo.

El sucesor de Alemán, colocado en la silla edilicia por mano de aquel, en lugar de fuentes luminosas puso en dos de sus rotondas toscas estatuas de cemento, de alta envergadura, en una la Virgen María, en otra Cristo Rey de pie sobre la esfera del mundo. Este alcalde desapareció, sin embargo, entre las sombras, y sus sucesores sandinistas, Herty Lewites, muerto de pronto en plena campaña en 2006 cuando disputaba a Ortega la presidencia como candidato disidente, y Dionisio Marenco, que acaba de concluir su mandato, se ganaron el odio y el rechazo del matrimonio Ortega, precisamente porque se habían vuelto demasiado populares, no sólo construyendo rotondas. Hallarse a la cabeza de las encuestas siendo alcaldes, fue para ambos el pecado capital imperdonable, y cayeron en desgracia.

Llegó el tiempo reciente en que las rotondas pasaron a cumplir una nueva función, y fue la de servir como centro de las demostraciones políticas en contra del matrimonio Ortega, desde luego que todo el mundo podía ver al pasar a los manifestantes, sus mantas y pancartas, y podía escuchar sus mensajes transmitidos por los altavoces; por tanto, dentro de la concepción de que al enemigo deben vedárseles todos los espacios posibles, y que las calles, y por tanto las rotondas, pertenecen al pueblo revolucionario, la primera dama, y Coordinadora Nacional de los Consejos del Poder Ciudadano, decidió tomárselas para siempre, y convertirlas en una trinchera que es a la vez política y religiosa, bajo un plan de campaña que se denomina oración contra el odio.

De esta manera, las rotondas han pasado a ser ocupadas por contingentes de gente humilde de los barrios marginales de Managua, bautizados popularmente como «los rezadores», reclutados bajo sueldo, organizados en turnos rotatorios con cumplido servicio de alimentación, y debidamente uniformados con gorras y camisetas blancas inscritas en el sempiterno color rosa chicha con el lema escogido por la primera dama, y Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, para esta guerra suya contra los espíritus del mal: el amor es mas fuerte que el odio. Al pie de la estatuas de cemento de Cristo Rey y de la Virgen María, han sido instaladas letrinas portátiles para el uso de los rezadores, y también han sido entronizadas en todas las rotondas bajo ocupación, imágenes más pequeñas de la Inmaculada Concepción, y de la Virgen de Guadalupe, pues la pareja presidencial se ha proclamado guadalupana fiel, tanto que con motivo de su único viaje oficial a México en junio de 2007, fue directamente del aeropuerto a la basílica del Tepeyac para agradecer a la Virgen «esta oportunidad que le está dando al pueblo nicaragüense para que luchemos para erradicar la pobreza», según declaró Ortega.

«Los rezadores» deben cumplir por turnos en las rotondas las tareas de cantar himnos religiosos, o gritar consignas acerca del amor y el odio, agitar banderas, y desplegar mantas, una presencia disciplinada que se ha vuelto ya rutinaria y forma parte del paisaje atribulado de la ciudad, igual que los vendedores ambulantes que aguardan a que los semáforos enciendan la luz roja en las esquinas más traficadas, para desplazarse entre los vehículos ofreciendo toda clase de mercancías, desde loros y ardillas a toallas estampadas y enchufes eléctricos.

En una de las mantas se lee: «cantemos al amor de los amores». Son las primeras líneas del himno que se entona en las iglesias los días jueves, dedicados a la exposición del Santísimo Sacramento del Altar, y que yo recuerdo de mi infancia de acólito en Masatepe:


Cantemos al Amor de los amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid, adoradores;
adoremos a Cristo Redentor.



¿De dónde nace esta obsesión por el uso, y el abuso, de los símbolos religiosos para alguien que como Daniel Ortega hizo del marxismo ateo, y por tanto del materialismo dialéctico, la mejor prueba de su militancia revolucionaria en los lejanos años ochenta? Parece ser una manera en que la pareja busca encarnarse en los símbolos externos de la divinidad, porque la gente de los estratos más humildes cree ciegamente en ellos. El analista Andrés Pérez Baltodano explica que el FSLN que controlan Ortega y Murillo intenta apoderarse del capital simbólico de la iglesia Católica y de las otras iglesias cristianas; es decir, intenta desarrollar la capacidad de manipular las creencias cristianas para consolidarse en el poder.

Es un plan ambicioso, como el de todo poder que busca abarcar la totalidad -estado, sociedad, corporaciones, religión, y que procuró hallar su piedra angular en la alianza personal de la pareja con el Cardenal Miguel Obando y Bravo, cultivada en secreto y con el esmero de una operación de inteligencia entrado el nuevo siglo. Obando había sido el más frontal de los enemigos ideológicos de la revolución en los años ochenta, erigido por el Vaticano en símbolo de la resistencia en Nicaragua contra el proyecto alternativo de la iglesia popular encabezado por los sacerdotes que, con el apoyo del sandinismo, alentaban la teología de la liberación, eco ya moribundos del Concilio Vaticano II y del Congreso Eucarístico de Medellín, que Juan Pablo II vino a borrar en pleno recrudecimiento de la guerra fría.

El anti sandinismo feroz del cardenal no cejaba, aún ya Ortega fuera del poder, y cuando en las elecciones de 1996 buscaba recuperarlo, enfrentado a Arnoldo Alemán, fue Obando quien le dio el golpe de gracia. Ya cerrada la campaña electoral convocó a una misa solemne en la catedral de Managua, y en su homilía, transmitida por la televisión, contó una parábola que no figura en las sagradas escrituras, pero la hizo pasar como tal: un caminante se encuentra a una víbora muerta de frío, y contra la advertencia de su acompañante le da calor, metiéndola debajo de sus vestiduras, bajo la promesa de la propia víbora de que no va a usar la ponzoña contra su protector. La víbora muerde, por supuesto, al caminante, y lo mata. Simple moraleja: la víbora siempre será traicionera, y no había que creer por tanto en las promesas de arrepentimiento de Ortega, que había recorrido el país vestido de blanco como estrategia de campaña de su esposa, proclamando paz, amor y reconciliación. Es lo que desde entonces se conoció en Nicaragua como el viborazo.

Pero tras otra campaña presidencial, en la que Ortega resultó de nuevo derrotado por el candidato liberal Enrique Bolaños, siempre con el apoyo de Obando, todo vino a cambiar de repente. El 3 de septiembre del 2005, la pareja contrajo matrimonio religioso en la catedral de Managua, y fue el propio Obando quien compareció con mitra y báculo a impartir la bendición nupcial a los contrayentes, ofreciéndoles, además, la comunión, frente a las cámaras. En adelante, y fiel al nuevo pacto, Obando habrá de celebrar cada 19 de julio, en el aniversario de la revolución, una misa solemne en la catedral, con la concurrencia de la pareja y de la plena mayor del FSLN, todos los militantes de hueso rojo en fila para recibir la hostia consagrada.

El 26 de octubre del 2006, poco antes de que se realizaran las elecciones presidenciales en las que, por fin, Ortega resultaría ganador, ya el cardenal enganchado a su carro electoral, la bancada del FSLN votó en la Asamblea Nacional la ley que convierte en un crimen penado con cárcel el aborto terapéutico, y que hace reos del mismo delito a la madre que lo consiente, no importa que su vida se halle en peligro, y a los médicos y enfermeras que lo practiquen, un retroceso de más de un siglo en la legislación nicaragüense. La señora Murillo declaró en esa ocasión: somos enfáticos: no al aborto, sí a la vida. Sí a las creencias religiosas; sí a la fe; sí a la búsqueda de Dios, que es lo que nos fortalece todos los días para reemprender el camino. Un pacto que vino a ser un premio de lotería, pero tardío. Obando perdía ya la singular imagen que lo acompañó por décadas como mediador de los conflictos que afligieron al país, al mostrarse, primero, demasiado partidario de Arnoldo Alemán, y ahora demasiado partidario de Ortega, pues su autoridad había sido antes que nada moral, basada en el prestigio de su independencia. Y su papel a la cabeza de la iglesia, acabaría siendo debilitado de manera dramática por el mismo Vaticano.

Al cumplir 75 años de edad había sometido su renuncia al cargo de Arzobispo de Managua, según costumbre, y como el Vaticano callaba, pensó que no le sería aceptada tan pronto, siendo como es, un hombre enérgico y de buena salud. Pero en un extraño incidente, que él nunca deja de resentir, y del que culpa al entonces Nuncio Apostólico en Managua, monseñor Jean Paul Goebel, el nombramiento de su sucesor fue anunciado en Roma en abril de 2005, la última noche de agonía de Juan Pablo II, tal como si el papa hubiera firmado el decreto in articulo mortis o cuando entraba en la casa del padre, como el mismo Obando recuerda con amargura.

Se le apartaba así del poder temporal de la iglesia, de modo que cuando casó con pompa a la pareja ya no era arzobispo, cargo que había asumido monseñor Leopoldo Brenes, un hombre sencillo y de pocas ganas de figuración, que, sin embargo, sustituyó con diligencia a todo el estado mayor de Obando en la curia de Managua colocando a sacerdotes jóvenes, y empezó a tejer en silencio una alianza firme con los demás miembros de la conferencia episcopal para enfrentar a Ortega y a su esposa.

El apoyo de Obando no le ganó votos a Ortega en las elecciones de noviembre de 2006, pues su triunfo se debió al pacto suscrito con Arnoldo Alemán, caudillo del Partido Liberal, con el que acordó en 2005, entre otras reformas a la Constitución Política y a las leyes electorales, una reducción de los sufragios necesarios para ganar en primera vuelta al 35%, convencido de que jamás obtendría más del 50% ni en una primera, ni en una segunda vuelta, como lo había comprobado en las tres elecciones anteriores; más bien, en términos numéricos obtuvo menos votos que nunca. A cambio de esas reformas, Ortega, que controlaba desde entonces el poder judicial, garantizó a Alemán que se quedaría con el país por cárcel, y no iría a la penitenciaría a cumplir la condena de veinte años por lavado de dinero que le había sido impuesta tras un proceso penal en que se probó el traslado de fondos del estado a cuentas bancarias suyas en Panamá y Estados Unidos.

Uno de los primeros actos de Ortega al asumir la presidencia fue nombrar a Obando a la cabeza de una comisión de reconciliación, un cargo de gobierno como el que tuvieron en la década de la revolución los sacerdotes a los que él mismo suspendió ad divinis en castigo por negarse a renunciar. La pareja sigue visitándolo cada vez que cree que necesita aparecer en una foto a su lado, y sigue concurriendo a sus misas, para recibir la comunión; pero el pacto, concebido como una pieza maestra del proyecto de fusión de imágenes entre la religión católica y ellos dos, se ha vuelto más bien contraproducente.

Los obispos no respaldaron el nombramiento de Obando en el cargo de gobierno, se han pronunciado de manera reiterada en contra de la manipulación de los símbolos religiosos, han exigido el retiro de las imágenes de la Virgen instaladas por los rezadores en las rotondas, y en términos políticos han ido aún más allá en su rechazo a la pareja, sobre todo a raíz del fraude en las elecciones municipales del 9 de noviembre del 2008, que denunciaron con energía, exigiendo el recuento de los votos delante de observadores imparciales. Ortega respondió, a través del canciller Samuel Santos, que los obispos habían caído en pecado al hablar de fraude; para un gobierno confesional, la repuesta no dejaba de ser adecuada.

La graciosa concesión de la penalización del aborto terapéutico nunca llegó a servirle de nada a la pareja frente a los obispos, que señalan constantemente el fariseísmo de aquellos que se muestran católicos sólo cuando les conviene, un mensaje que los sacerdotes repiten en los púlpitos. Motivos de desconfianza les sobran. No sólo las intenciones de apropiarse de los símbolos religiosos, himnos, rezos, imágenes, sino la extraña mezcolanza con otros símbolos de carácter esotérico, de los que el color rosa chicha solo es uno.

En el salón de la Secretaría General del FSLN, donde el presidente de la república, que no quiere que se olvide que también es cabeza del partido en el poder, recibe en audiencia a los visitantes, y celebra sesiones con su gabinete, figura en la pared a sus espaldas, y siempre visible por tanto ante las cámaras, la pintura de la palma de una mano que tiene al centro un ojo, rodeada por una corona de serpientes de cascabel enroscadas, el disco de cascabeles, un fetiche ancestral de tribus indígenas de Alabama. Por el lugar que ocupa, el ojo en la mano sustituye al escudo oficial de la república.

«El símbolo del ojo en la mano», explica la periodista Sofía Montenegro, es un icono muy antiguo que se encuentra en muchas culturas del planeta. Representa el ver y el hacer y la aspiración humana a la omnisciencia y la omnipotencia. Originaria del Medio Oriente, representa la mano divina y el ojo en su centro se supone que protege a su poseedor de la maldición del mal de ojo y le trae felicidad, riquezas y salud. Pero también la pareja realiza sus comparecencias públicas, vaya donde vaya, teniendo por delante montañas de flores, como si se tratara de un prolífico altar, bajo la creencia de que también las flores son un antídoto contra todo mal.

«El gran ojo que todo lo ve», es en todo caso un ojo orwelliano, y su disco de cascabeles una muestra de poder guerrero. Y el acero de guerra, y el olivo de paz, como suele repetir Ortega citando un poema de Rubén Darío, pueden usarse a discreción. Quienes intentaron salir a las calles a protestar contra el fraude electoral de noviembre, fueron agredidos a garrotazos, pedradas y morterazos por turbas alquiladas en los barrios marginales entre las pandillas juveniles, que vestían las mismas gorras y camisetas de los rezadores, con el mismo lema el amor es más fuerte que el odio, mientras se cubrían el rostro con sus propias camisas, toallas y pasamontañas.

Y para que no queden dudas de que el amor y el odio dependen de la voluntad presidencial, el Procurador General de Justicia, Hernán Estrada, declaró, tomando como una nimiedad la violencia desatada por las turbas en las calles: si el comandante Daniel Ortega dispusiera de verdad llamar a las calles a sus seguidores, no quedaría piedra sobre piedra sobre este país y sobre ninguna emisora y sobre ningún medio de comunicación que lo adversa. Gracias a Dios no lo ha hecho.

El proyecto de poder de Ortega no tiene plazo, y no piensa despedirse de la presidencia al final del presente mandato, que termina a comienzos del año 2012, ya sea que logre reformar la Constitución Política para reelegirse de manera indefinida, o que pueda colocar a su esposa como su sucesora. Según un dictamen oficioso, y también esotérico, que ha dado sobre el tema el vice-presidente de la Corte Suprema de Justicia, Rafael Solís, las prohibiciones que la Constitución Política establece en cuanto a la sucesión presidencial por razones de parentesco por afinidad, no la tocan a ella como cónyuge: «no existe ningún vínculo entre ellos, ya que ambos son una sola carne, y eso no le impide a la compañera Rosario aspirar a cualquier cargo de elección popular en el futuro».

Una sola carne, un solo ojo, una sola mano, una sola corona de serpientes. Un solo poder para siempre. Venid, adoradores.

Managua, enero de 2009.





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