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El desenlace del "Amadís" primitivo

María Rosa Lida de Malkiel





A primera vista, cavilar en la estructura del Amadís primitivo parece quimera del mismo jaez que evocar el fantasma conjetural de la Ur-Ilias. En rigor, entre ambos casos media una diferencia infranqueable, ya que el Amadís primitivo no es un estadio hipotético del conocido, sino un hecho atestiguado. Como es harto sabido, en el siglo XIV lo nombran fray Juan García de Castrojeriz y Pero López de Ayala, y Pero Ferruz agrega un para de valiosos detalles (Cancionero de Baena, núm. 305):


Amadýs el muy fermoso
las lluvias e las ventyscas
nunca las falló aryscas
por leal ser e famoso:
sus proesas fallaredes
en tres lybros e dyredes
que le Dyos dé santo poso.



Garcí Rodríguez de Montalvo se presenta en su Prólogo

corrigiendo estos tres libros de Amadís, que por falta de los malos escritores o componedores muy corruptos e viciosos se leían, y trasladando y enmendando el libro cuarto, con las Sergas de Esplandián, su hijo, que hasta aquí no es memoria de ninguno ser visto...



Ahora bien: el mismo Montalvo refuta dos veces un lance de esa versión anterior a la suya. La primera vez al final del libro IV, cuando Urganda la Desconocida deja en poder de Amadís un escrito que acaba así:

los tus grandes fechos de armas por el mundo tan sonados, muertos ante los suyos [de Esplandián] quedarán; así que, por muchos que más no saben será dicho que el hijo al padre mató; mas yo digo que no de aquella muerte natural a que todos obligados somos, salvo de aquella que, pasando sobre los otros mayores peligros mayores angustias, ganando tanta gloria que la de los pasados se olvide; e si alguna parte les deja, no gloria ni fama se puede decir, mas la sombra della.



La referencia a la muerte de Amadís a manos de Esplandián no puede ser invención arbitraria de Montalvo, pues sería inconcebible torpeza que, para encarecer el mérito de su criatura, comenzase por echarle la tacha de parricida. El parricidio debía de existir en la versión conocida «por muchos que más no saben», o sea, en la versión en «estos tres libros» que Montalvo reelaboró. Para empezar, Pero Ferruz, quien concuerda con Montalvo en el número de los libros del Amadís primitivo, concuerda también en dar por muerto al protagonista pues, según ha observado atinadamente C. García de la Riega1, la frase «que le Dyos dé santo poso» no puede decirse sino de un difunto. La actitud de Montalvo en el pasaje transcrito es semejante a la que observa en el famoso capítulo 40 del libro I, cuando consigna las distintas soluciones del episodio de Briolanja; solo que aquí había una solución única y, no atreviéndose a desecharla, se contentó con quitarle su odiosidad mediante una alegoría ingeniosa que redundaba en la mayor gloria de su hijo Esplandián2.

Montalvo vuelve a este curioso punto en los capítulos 28 y 29 de su Esplandián: Amadís no sufre la equiparación con su hijo y, para probarle, se ausenta so pretexto de cacería y le sale al encuentro defendiendo un puente. Esplandián rehúsa el tradicional desafío:

Si en el tiempo de mi padre, que las venturas en esta tierra demandaba, y de los otros famosos caballeros, que sobre tales causas como éstas combatían, acaeciérades, probárades vuestra ventura, como la fortuna os la diera; pero dígoos, caballero y señor, que su honra ni su fama no la querría, ni Dios por tal vía me la dé.



Ante la insistencia de Amadís, acaba por aceptar el desafío; después de horas de recia pugna, cuando va a descargar un fuerte golpe, su contrincante se declara vencido y reclama al Maestro Elisabat: al quitarle el yelmo, reconocen a Amadís. Esplandián llora «muy agramente» y cae sin sentido junto a su padre. En el capítulo siguiente Montalvo glosa lo ocurrido:

Pasó esta cruel y dura batalla, asý como ya habéis oído, entre Amadís y su hijo, por causa de la cual algunos dixeron que en ella Amadís de aquellas heridas muriera, y otros que del primer encuentro de la lanza, que las espaldas le pasó3. Y sabido por Oriana se despeñó de una ventana abajo. Mas no fue así, que aquel gran Maestro Elisabat le sanó de sus llagas; y a poco espacio de tiempo, el rey Lisuarte y la reina su mujer les renunciaron sus reinos, quedando ellos retraídos, como adelante se os contará; y fueron reyes él y Oriana, muy prosperados, de la Gran Bretaña y de Gaula, y hubieron otro hijo que se llamó Perión, y una hija, que no menos que su madre fue hermosa, que casó con un hijo de Arquisil, emperador de Roma. Pero la muerte que de Amadís le sobrevino no fue otra sino que quedando en olvido sus grandes hechos, casi como so la tierra, florecieron los del hijo con tanta fama, con tanta gloria, que a la altura de las nubes parecían tocar.



Conviene tener presente que todas las circunstancias dadas en este párrafo como verdaderas, para desmentir el duelo mortal entre padre e hijo (abdicación de Lisuarte, hijos de Amadís y Oriana), son materia nueva perteneciente al Esplandián, lo que de rechazo confirma la pertenencia del duelo al Amadís primitivo. En éste, la muerte del héroe debía de ocurrir forzosamente al final del libro III. Montalvo separó el episodio de su contexto intercalando las nuevas aventuras que siguen a la victoria de Amadís sobre Roma y la Gran Bretaña, de igual modo que separó esta victoria del asalto a la flota que lleva a Oriana, y este asalto, de la partida de Amadís de la corte de Lisuarte.

Pero además de desplazarse, el episodio cobra nuevo y no accidental sentido. Los trabajos recientes de S. Gili Gaya y del padre F. G. Olmedo4 demuestran que en cierto modo Montalvo anuncia a Cervantes en cuanto acoge la novela caballeresca como género literario y la rechaza como concepción de la vida. A ojos del Regidor de Medina del Campo, combatir por razón o capricho individual es condenable, pues el caballero debe reservar su esfuerzo para la guerra coordinada de toda la cristiandad contra el infiel. El duelo que en el Amadís primitivo oponía en ciego azar el padre al hijo, sirve ahora para oponer el ideal frívolo de la caballería, tipificado en Amadís, quien por pura vanagloria sale mañosamente a provocar a su joven rival, al ideal austero de la caballería como guerra santa, encarnado en Esplandián, quien rechaza la fama ganada por su padre en aventuras particulares y no tiene empacho en tomar otro camino cuando se le veda el paso por el puente5.

Si se separan estos motivos críticos, muy caros a Montalvo, queda en su desnudez trágica el combate entre padre e hijo. Como en el Amadís primitivo el héroe se hallaba en el pináculo de su gloria, sin sombra de rivalidad6, no era él quien se lanzaba al desafío. Por otra parte, si Esplandián combatía con su padre y le mataba, sin duda el autor cuidaba de que el parricidio no fuese voluntario. En otras palabras: Esplandián mataba a su padre sin conocerle. Quizá ya en el Amadís primitivo Esplandián se criaba al amparo de un ermitaño7 y luego iba como el Caballero Fortunado del Cifar «en demanda de su I padre», lo que es un motivo frecuente de la narración popular: así va Teseo en busca de Egeo, Telégono en busca de Ulises, Sir Degare en la de su padre y, en el mismo Amadís, I, 42, don Florestán en la del rey Perión. No conociéndole, Esplandián luchaba a muerte con su padre, motivo también muy frecuente en el folklore, según lo atestiguan Layo y Edipo, Ulises y Telégono en la tradición griega. Sohrab y Rustem en la persa, Hildebrand y Hadubrand en la germánica, Cuchulainn y Conlaoch en la céltica. La vida de Amadís, que se abría con el motivo popular de la exposición del héroe recién nacido, se cerraba así con el motivo popular de la muerte del héroe en armas contra su hijo desconocido.

Por añadidura, este último motivo ya se había incorporado a los libros de caballerías. La Queste del Saint Graal (edición A. Pauphilet, París, 1949, p. 56) presenta una versión atenuada en la que Galaz vence, aunque no mata, a su padre Lanzarote; y La demanda del sancto grial (edición A. Bonilla, NBAE, t. 6) que no incluye este episodio, lo refleja en el encuentro de Galaz con su tío Eliezer, C. 207 y ss. Pero son las narraciones del ciclo de Troya las que dan particular relieve al motivo. Entre los poemas que completaban los homéricos, la Antigüedad conoció la Telegonía de Eugamón de Cirene, que contaba cómo Telégono, hijo de Odiseo y de Circe «navegando en busca de su padre, desembarcaba en Ítaca y talaba la isla; Odiseo la defendía, y su hijo le mataba sin conocerle»8. El tema inspiró una tragedia de Sófocles y -lo que es más importante para la Edad Media- fue a parar al famoso De bello Troiano de Dictis de Creta, Cs. 14 y 15: acosado por fatídicos sueños, Ulises recibe de los adivinos consejo de guardarse de su hijo, y para ello pone en prisiones a Telémaco. Pero Telégono, hijo de Circe, viene en su busca, riñe con los guardias que le cierran el paso y, cuando Ulises acude, le mata con su venablo. El patético lance, destacado por su posición final en el librejo de Dictis, fue minuciosamente vertido por Benoît de Sainte-Maure en su Roman de Troie, vv. 30.035 y ss. (edición de L. Constans, París, 1908, t. 4) y reaparece obligatoriamente en los derivados del Roman: la Historia destructionis Troiae de Guido de Columnis (edición de N. E. Griffin, The Mediaeval Academy of America, 1936, pp. 270 y ss.), «Leomarte», en Sumas de historia troyana, (edición de A. Rey, Madrid, 1932, pp. 282 y ss.), Crónica troyana en castellano (Medina, 1587, fols. 120v. y ss.), Crónica troyana en gallego (edición de A. Martínez Salazar, La Coruña, 1900, t. 2, pp. 262 y ss.). De todas estas compilaciones, la de «Leomarte» es sin duda alguna la que está más cerca del Amadís, pues es la única que, aparte el encuentro fatal entre padre e hijo, consigna, contra la tradición griega, la muerte de Penélope (p. 284 y ss.):

Mas su muger Penélope en todo aquello, con quanto la él podía conortar, ella fazía tantas rauias e pareçía muger fuera de seso, e dezía: «Nueuas batallas fueron éstas que los dioses ordenaron para matar al noble Vlixes, que crueles sangres sacasen bienquerençia de amor. E, sennor Vlixes, pues vos fuystes el primero que en la nuestra tierra las començase, yo, vuestra fiel compannera, vos seguiré». E deziendo esto, tomó la espada de Vlixes e tan aýna non la podieron acorrer que sela non posiese por el cuerpo, e asý se mató9.



Cronológicamente nada se opone a que «Leomarte» inspirase un episodio del Amadís. El manuscrito más antiguo que ha conservado las Sumas de historia troyana pertenece al siglo XIII según Gallardo y a mediados del XIV según su editor moderno, y no es el manuscrito original (A. Rey, edición citada, p. 10). La fecha de composición es difícil de precisar: ni hay datos objetivos ni el lenguaje es índice seguro, ya que en obras de entretenimiento el copista remozaba su texto para hacerlo accesible a sus propios tiempos. Por las fuentes utilizadas (Benoît de Sainte-Maure, Guido de Columnis, la Grande e general estoria, la Primera crónica general: cf. A. Rey, edición citada, pp. 35 y ss.), la obra se enlaza con la empresa alfonsí de verter al castellano los saberes que la clerecía europea leía en latín y en francés, y se sitúa verosímilmente muy a fines del siglo XIII o muy a comienzos del XIV, esto es, algunos años antes de la presumible fecha en que fue redactado el Amadís primitivo.

Lo extraño es que al estudiar las fuentes del Amadís apenas si se ha anotado el influjo del ciclo troyano10, con ser bien patente en los agregados de Montalvo (Prólogo y reflexiones didácticas de I, 3, y III, 5; cf. Esplandián, Cs. 87, 95, 123, 124, 145 y 174) y en las partes sin duda primitivas, pues no solo aparece en la concepción del desenlace sino también en la creación de nombres propios. Muy valioso es en el estudio de Miss Grace S. Williams, «The Amadís Question», RHi, XXI (1909), pp. 58 y ss., el cotejo entre la onomástica del Amadís y la del Tristán y de la Tabla Redonda, pero el cotejo con la del ciclo de Troya lo completa, pues en muchos casos nombres sin precedente artúrico tienen precedente troyano11, y en muchos otros el precedente troyano, distinto del artúrico, pudo contribuir con éste a la formación del nuevo nombre12. No es fácil decidir si todos los nombres con paralelo troyano que leemos hoy en el Amadís son primitivos; a buen seguro algunos se deben a Montalvo (por ejemplo: Antifón en III, 4; Califán en IV, 27; Fileno en IV, 30; Gastiles en III, 12, etc.), pero el hecho de que los nombres del Esplandián no presenten étimon troyano revela que, como en otros aspectos de su reelaboración, Montalvo se adaptó a la modalidad del texto primitivo.

En suma: el Amadís primitivo en tres libros acababa con la muerte del héroe a manos de su desconocido hijo Esplandián y con el suicidio de Oriana, según se desprende del empeño de Montalvo por reinterpretar alegóricamente tan sombrío desenlace. Semejante final, bien arraigado en el folklore, refleja la muerte de Ulises en el ciclo troyano (particularmente en las Sumas de historia troyana de «Leomarte»), cuyo influjo se percibe también en la estructura de los nombres propios del Amadís. Por mucho que predomine la «matière de Bretagne» en la génesis de la famosa novela, sería falsear la perspectiva histórica suponer al autor cerrado a las otras ramas del género caballeresco.