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ArribaCanto VI


   Era noche de danza y de verbena,
cuando alegra las calles el gentío,
y en grupos mil estrepitosos suena
música alegre y sordo vocerío.
   Sonó pausada en el reló la una,  5
la paz reinaba en el sereno azul;
bañaba en tanto la dormida luna
las altas casas con su blanca luz.
    Y en un palacio, alcázar opulento
de soberbia fachada, en un balcón  10
penetraba su rayo macilento
entreabierto el cristal por el calor.
   Lámparas de oro, espejos venecianos,
áureos sofás de blanco terciopelo,
sillas de nácar y marfil indianos,  15
los pabellones del color del cielo.
   Caprichos raros de la industria humana,
relieve y elegantes colgaduras,
jarrones de alabastro y porcelana,
magníficas estatuas y pinturas  20
   ornan confusas la soberbia estancia
y se pierden en mágica crujía,
salones tras salones, y a distancia
se abre de mármol ancha gradería.
   Y allá a un jardín mansión encantadora  25
de las fadas, conduce, y mil olores
esparce en los salones voladora
la brisa que los roba de las flores.
    ¿Quién la deidad, el ídolo dichoso
de aquel templo magnífico será?  30
¡Templo soberbio, alcázar grandioso
que con oro amasó la vanidad!
   Bella como la luz de la serena
tarde que a la ilusión de amor convida,
el alma acaso de amarguras llena,  35
hermosa en el verano de la vida,
   una mujer dormida sobre un lecho
riquísimo allí está, los brazos fuera;
palpítale desnudo el blanco pecho,
vaga suelta su negra cabellera;  40
   la almohada a un lado, la cabeza hermosa
en un escorzo lánguida caída,
turbios ensueños a su frente ansiosa
vuelan tal vez desde su alma herida.
   Una velada lámpara destella  45
su tibia luz en rayos adormidos.
En desorden brillando en torno de ella
mil lujosos adornos esparcidos,
    aquí un vestido de francesa blonda,
la piocha allí de espléndidos brillantes,  50
la diadema de piedras de Golconda,
sobre el sofá los aromados guantes;
   de flores ya marchita la guirlanda,
allí sortijas de oro y pedrería,
arrojada en la alfombra rica banda  55
bordada de vistosa argentería.
   Bandas, sortijas, trajes, guantes, flores,
no os quejéis si os arroja con desdén.
¡El placer, la esperanza y los amores
ella arrojó del corazón también!  60
   ¡Ay!, que los años de la edad primera
pasaron luego y la ilusión voló,
y al partirse dejó la primavera
al sol de julio que agostó la flor.
   Y al alma sólo le quedó un deseo  65
y un sueño le quedó a su fantasía,
loco afán y engañoso devaneo
que en vano en este mundo hallar porfía.
    Y el corazón que palpitaba ufano
henchido de esperanza y de ventura,  70
donde placer halló lo busca en vano,
perdida para siempre su frescura.
   Y en vano en lechos de plumón mullidos,
en rica estancia de dorado techo,
se reclinan sus miembros adormidos  75
mientras despierto le palpita el pecho.
   Y en él inquieto el corazón se agita,
y un tropel de deseos y memorias
su mente a trastornar se precipita
volando ansiosa tras mentidas glorias.  80
   Y en vano busca con avaro empeño
paz para el corazón en sus rigores;
sus ojos cerrará piadoso el sueño,
pero no el corazón a sus dolores.
   Despierta, cuenta con mortal hastío  85
las horas en su espléndida mansión,
lánzase al mundo y con afán sombrío
huye otra vez de su enojoso ardor.
    Todo le cansa, en su delirio inventa
cuanto el capricho forja a su placer;  90
y ya cumplido, su fastidio aumenta
y arroja hoy lo que anhelaba ayer.
   ¡Oh!, que no hay artífice en el mundo
que sepa fabricar un corazón.
¡Ni sabio hay, ni químico profundo  95
que encuentre medicina a su dolor!
   Los trajes, bandas y aromosas flores,
aquellos oros por allí esparcidos,
extranjeros riquísimos primores
a que eligiese a su placer traídos,  100
   violes apenas y arrojóles luego
acá y allá lanzados con desdén;
que harta su alma y el sentido ciego
todo le cansa cuanto en torno ve.
   Y duerme ahora, y su entreabierta boca  105
donde entre rosas que entrevé el marfil,
respira del afán que la sofoca
fuego que el corazón lanza al latir.
    Sus labios mueve, y en su hermosa frente
rasgos inquietos crúzanse en montón;  110
cual detrás de la nube trasparente
sus rayos lanza moribundo el sol;
   y acaso entre una lánguida sonrisa
resbalar una lágrima se ve,
cual suele al movimiento de la brisa  115
diáfana gota por la flor correr.
   ¿Por qué esa angustia y respirar violento?
¿Por qué soñando con dolor suspira?
Tan hermosa y con tanto sentimiento,
¡ay!, ¿por qué al corazón lástima inspira?  120
   Un hombre en tanto de feroz semblante
de repugnante y rústico ademán,
y en la diestra un puñal, con vigilante
faz cuidadosa y temoroso andar.
   Súbito entró en la estancia, y silencioso  125
a la dormida dama se acercó,
contemplóla un momento receloso
y por sus pasos a salir volvió.
    «Duerme como un lirón», dijo en voz baja
a otros que afuera y en aguardo están,  130
y añadió mientras cierra su navaja:
«manos pues a la obra y despachar.»
   Y con destreza y silencioso tino
abren y descerrajan a porfía,
alegre el corazón del buen destino  135
que sus intentos favorece y guía.
   Y aquí amontonan, y acullá recogen,
rompen allí y arrojan con desdén,
y aquí los unos con cuidado escogen,
despedazan los otros cuanto ven.  140
   Y con ansia brutal oro buscando
con insaciables ojos la codicia,
riquezas y tesoros anhelando,
riquezas y tesoros desperdicia.
   Estremécese el alma al menor ruido  145
de temeroso sobresalto llena,
páranse un punto, aplican el oído,
y vuelven otra vez a su faena.
    Y en medio de su azaroso y mudo empeño
rompe el silencio súbito rumor,  150
y vuelven todos con airado ceño
los ojos con afán donde sonó.
   Y lleno de infantil sandia alegría
miran a Adán que escucha embelesado
la estrepitosa súbita armonía  155
que oculta en un reló de pronto hallado.
De gozo el alma y de esperanzas llena
y ávido de sorpresa el corazón,
indiferente actor de aquella escena
registra todo con pueril candor.  160
   Y aquí contempla y palpa los colores
del rico pabellón de oro bordado;
allí admira los nítidos primores
del limpio nácar y el marfil labrado.
   Más allá, en la pared, le maravilla  165
aparecida mágica figura,
en cuyos ojos animados brilla
cándida luz de celestial dulzura.
    Formas aéreas que copió en el cielo
la mente de Murillo y Rafael,  170
virgen divina, celestial consuelo
que trasladó a la tierra su pincel.
   Y un caballero vio que le miraba,
que vivo allí lo trasladó Van Dyck,
que altivo y con desdén le contemplaba  175
de noble aspecto y ademán gentil;
   y el tierno amor que el rostro de hermosura
de la Virgen Purísima le inspira,
trocó luego en orgullo la bravura
del caballero aquel que adusto mira.  180
    Intrépidos en él clavó sus ojos
brillantes de belleza y juventud,
y provocar queriendo sus enojos
llegóse a él y le acercó la luz.
   Tocóle en fin, e imaginóse luego  185
que sombra nada más la imagen era;
y al aire despechado y con despego
lanzó al retrato una mirada fiera.
    Y volviendo la espalda, vio arrogante
un mancebo galán que hacia él venía,  190
de negros ojos y gentil semblante
que al suyo reparó se parecía;
   y sonrióse, y vio con gusto extraño
su figura airosísima allí dentro,
que tan terso cristal de aquel tamaño  195
nunca hasta entonces la copió en su centro.
   Y alegre el corazón miróse al punto.
De sí agradado, y reparó en su traje;
y volviendo al retrato cejijunto
luego lo comparó con su ropaje.  200
   Y parecióle que mejor cayera
aquel vestido en él que el que tenía,
y mejor que su daga considera
aquella larga espada que ceñía.
   Y una ninfa después blanca y desnuda  205
al aire ve que suelta se desprende,
gentil guirnalda que su salto ayuda
en sus manos purísimas suspende;
    suavísima figura y hechicera
en escogido mármol de Carrara,  210
que al aire desprendida va ligera,
el juicio pasma y los sentidos para.
   Todo lo mira Adán: todo lo toca,
todo lo corre con prolijo afán,
y allá en los sueños de su mente loca  215
ser gran señor imaginando está.
   Y carrozas, y triunfos, y contentos,
raudos caballos de indomables bríos,
y raros y magníficos portentos,
brindan a su ansiedad sus desvaríos.  220
   Y esto deja entre tanto, aquello toma,
destapa un pomo de dorada china,
viértese encima su fragante aroma,
allá a otro objeto su atención inclina;
   toca y enciende un rico pebetero,  225
báñase en ámbar súbito la estancia;
y en un sillón sentándose frontero
gózase en su dulcísima fragancia,
    más allá, relumbrante joyería
sobre una mesa derramada está,  230
y se prende una flor de pedrería;
luego al espejo a contemplarse va:
   niño inocente que encantado vaga
en medio del crimen que acompaña ciego,
que cuanto en torno ve todo le halaga  235
ya todo codicioso acude luego;
   que de la cárcel a los dulces lazos
pasó encantado en su primer amor,
y la bella Salada entre sus brazos
enamorada de él le aprisionó;  240
   que luego el mundo apareció a sus ojos
adornado de gala y de alegría,
y su vista creó nuevos antojos,
nuevos ensueños que gozar ansía.
    Y libre allí, cual caprichoso niño,  245
que alegre corre y libre su figura,
si burló acaso el material cariño
y por campo y ciudad va a la ventura,
    así la dulce libertad sentida,
Adán huyó de su infeliz manola;  250
y allí en su gozo embebecido olvida
la que le llora enamorada y sola.
   Y así mirando y revolviendo todo
párase ante un magnífico reló,
y de gozarlo imaginando modo  255
toca, y la oculta música sonó.
   Al impensado estrépito los ojos
volvieron todos, y mirando a Adán
saltaron a sus rostros los enojos
y aun alguien echó mano a su puñal:  260
   -«Clávale ahí; maldita sea la hora
que ese menguado con nosotros vino.»
-«Por poco, señor Curro, se acalora»,
repuso Adán mirando al asesino.
   Y con sereno rostro y con desdeño  265
señalando al puñal se sonrió,
dobló el bandido a su sonrisa el ceño
y colérico a herirle se arrojó.
    Trabárase la lid, si un alarido,
un agudo chillido penetrante  270
parando el movimiento al forajido.

    -«Alto, dijo, volviéndose, hablar quedo,
voy a tapar la boca a esa mujer.
Nadie se mueva, no hay que tener miedo;
hacer el hato vivo y recoger.»  275
   ¡Favor, favor! Con afanoso acento
una mujer, en su desorden bella,
súbito en el salón falta de aliento,
y que en sus propios pasos se atropella,
   preséntase y mirando a los bandidos  280
siente la voz helársele y suspira,
y piedad implorando entre gemidos
los bellos ojos temerosos gira.
    Ojos que vierten lágrimas que velan
su clara luz realzando su ternura,  285
mientras suspiros de sus labios vuelan
con fatiga que aumenta su hermosura;
   y mientras caen los agitados rizos
que la sofocan a su ansiosa faz,
aumenta en su congoja sus hechizos  290
la blanca mano que a apartarlo va.
   Y su voz, que se ahoga entre suspiros
simpática enternece el corazón,
ecos suaves, regalados tiros
que al corazón de Adán lanza el amor.  295
   Sintió piedad mirándola afligida,
que era su hermoso rostro como el cielo,
cuando si llueve en la estación florida
coloca el sol el transparente velo.
   ¿Qué ciegos ojos la beldad no encanta?  300
¿Qué duro corazón no vuelven blando
los ojos lastimeros que levanta
al cielo la mujer que está llorando?
    Los ladrones allí y en torno de ella,
los estúpidos rostros agitados.  305
Y ella, postrada y en extremo bella
los ojos y los brazos levantados.
   -«¡Silencio, juro a Dios!» -con mano ruda
dijo asiéndola un brazo el capataz;
«átale ese pañuelo, atrás lo anuda,  310
y que hable para sí si quiere hablar»,
   díjole a otro, que a la dama hermosa
un pañuelo doblado se acercó.
Mientras el capataz con su callosa
mano, la boca a la infeliz tapó.  315
   Miraba Adán, miraba a la hermosura
de la gentil y dolorida dama.
Miraba luego a la cuadrilla impura
que su belleza con su aliento infama.
   Y cuando al bruto bandolero mira  320
poner su mano rústica en su boca,
arrebatado en generosa ira
que a fiera lid su corazón provoca,
    tira de su cuchillo y se adelanta
saltando en medio el círculo, y cogió  325
del cuello al capataz con fuerza tanta
que en el suelo de espaldas le arrojó.
   Y en la diestra el puñal, la izquierda tiende
describiendo una línea circular.
Y la turba, que al verle se sorprende,  330
dos o tres pasos échase hacia atrás.
   ¡Oh!, ¡cuán hermoso es su gallardo empeño
palpitante la faz, vivos los ojos,
vuelve el bizarro mozo, y cual su ceño
añade gentileza a sus enojos!  335
   Aquellos rizos que en sus hombros flotan,
tirada atrás la juvenil cabeza,
las venas que en su frente se alborotan,
su ademán de bravura y ligereza,
   y aquella dama que postrada llora,  340
yerta a sus pies y la razón perdida,
que azorada y temerosa llora
yace temblando a su rodilla asida;
    y en torno de él las levantadas diestras
de sus contrarios del cuchillo armadas,  345
con ademanes y feroces muestras
su muerte a un tiempo amenazando airadas;
   en medio aquel desorden y el despojo,
cuán grande en ardimiento y gallardía
muestran al mozo, que en su noble arrojo  350
un genio fabuloso parecía.
   Álzase en tanto, la navaja en mano,
los labios comprimidos de la ira,
como pisada víbora, el villano
que cayó al suelo y que rencor respira;  355
   y él y los otros al mancebo saltan,
salta el mancebo que los ve llegar,
y antes que a él lleguen los que así le asaltan
logra la espalda en la pared guardar.
   Quieto allí contra el ángulo resiste  360
ojo avizor el ímpetu primero,
y a veces salta y en la turba embiste
con presto brinco y con puñal certero.
    Y en silencio que sólo algún rugido
sordo rompe, o mascada maldición,  365
sigue la lucha, y al mancebo ardido
la vil canalla acosa en derredor.
   Como traílla de feroces perros
sobre el cerdoso jabalí que espera,
con diente avaro y encrespados cerros  370
se arrojan a cebar su saña fiera;
   y aquí y allá con ávida porfía,
le acosan, y el colérico animal
en cada horrible dentellada envía
la muerte al enemigo más audaz.  375
   Así, pero no así, sino más fieros,
con mayor furia y sin igual rencor
acometen a Adán los bandoleros,
crece la lucha y crece su furor;
   y cual ligero corzo que parece  380
saltando zanjas que en el aire va,
salta si un golpe a su intención se ofrece,
y vuelve a la pared cuando lo da.
    Y entre ellos luchando, en medio de ellos
revuélvese y barájase y desliza  385
su cuerpo, fatigados los resuellos,
pueden apenas sostener la liza,
   y aquí derriba al uno, al otro hiere,
y como terne diestro se repara,
y a todos a uso de la cárcel quiere  390
marcarles las heridas en la cara;
   y unos turbados de manejo tanto,
y otros caídos de vencida van,
cuando los gritos a aumentar su espanto
llegan de gentes que se acercan ya.  395
   «La justicia», dijeron, y el violento
choque suspenden, corren al balcón,
y Adán corre también, y huye al momento
que la palabra de justicia oyó.
   ¡Fatal palabra! La primera ha sido  400
que oyó en su vida pronunciar tal vez;
y ni en sus sueños la olvidó después.
Hospedado en la cárcel la ha aprendido,
    oyó justicia y olvidó a la hermosa
dama que generoso defendió,  405
riquezas, lujo, estancia suntuosa,
y allá a la calle del balcón saltó.
    Y sin pensar, sin calcular la altura
unos tras otros a la calle van
ninguno allí del compañero cura,  410
sálvase como puede cada cual;
   pero hubo alguno que en tamaño aprieto,
más práctico y sereno, haciendo un lío,
de cuanto recoger pudo en secreto
sin curar las palabras tuyo y mío,  415
   saltó a la calle con sagaz donaire
apretada su prenda al corazón,
y desprendido se soltaba al aire
cuando la gente en el salón entró.

   Cuenta la historia que el audaz mancebo,  420
como en Madrid tan nuevo;
corrió dos o tres calles sin destino,
y huyendo acá y allá y a la ventura,
solo se halló y en una calle oscura
al saltar del balcón perdido el tino.  425
Y luego se asegura,
y mira en derredor si alguien le sigue,
y tranquilo prosigue,
mas sin saber adónde, su camino
iba despacio andando...  430
   Súbita hirió su oído
la bulla y bailoteo
de una cercana casa, y al ruido
dirigió nuestro héroe su paseo.
Rumor de gente y música se oía  435
y voces en confusa algarabía,
y al estrépito alegre se juntaba
choque gentil de vasos y botellas,
y al son de la guitarra acompañaba
alguno que cantaba,  440
y con lascivos movimientos ellas.
   Dio la vuelta a la esquina.
Y en la casa del baile y la jarana
vio con sorpresa que a calmar no atina
de par en par abierta una ventana,  445
y en una estancia solitaria y triste
entre dos hachas de amarilla cera,
un fúnebre ataúd; y en él tendida
una joven sin vida,
que aún en la muerte interesante era.  450
Sobre su rostro del dolor la huella
honda grabado había,
doliente el alma al arrancarse de ella
en su congoja y última agonía,
y allí, cual rosa que pisó el villano  455
y de barro manchó su planta impura,
marcada está la mano
que la robó su aroma y su frescura.
    Una mujer la vela,
vieja la pobre, y llora dolorida  460
junto al cadáver, y volverle anhela
con besos a la vida;
y ora llorando olvida
hasta el estruendo y fiesta bulliciosa,
que a alterar de la estancia dolorosa  465
la lúgubre paz viene,
y en darle dulces nombres cariñosa
y en besar a la muerta se entretiene
y a veces abren súbito la puerta
que dentro lleva adonde suena danza,  470
y sin respeto y de tropel se lanza
un escuadrón de mozos, que a la muerta,
con impureza loca contemplando,
búrlanse de la vieja, profanando
con torpes agudezas de la sombría  475
mísera imagen de la muerte fría,
y allí es de ver, la vieja codiciosa
en medio de su amarga
y sincera aflicción, cual la rugosa
mano al dinero alarga,  480
y a los mozos impíos
los llama entre sollozos hijos míos,
y de llorar ya rojos
enjuga, en tanto, sus hinchados ojos.
Y entre suspiros mil echa su cuenta,  485
y luego se lamenta
de nuevo, y a su mísero quebranto
volviendo la infeliz, vuelve a su llanto.
    Y en tanto alegre suena
en la cercana sala el vocerío,  490
la danza, el canto, y bacanal faena.
Regocijo, guitarra y desvarío.
Miraba Adán escena tan extraña
con piadoso interés desde la reja,
y a la cuitada vieja.  495
Que en agradar sus huéspedes se amaña,
a par que en llanto de amargura baña
el cadáver aquél, que parecía
que con toda su alma lo quería.
Y el baile y la alegría  500
de la cercana estancia le admiraba,
y el bullicioso y placentero ruido
que confuso llegaba
a mezclarse a deshora a su gemido.
   Y de saber y averiguar curioso  505
el caso doloroso
que unos celebran tanto,
y aquella mujer llora
con tan amargo llanto,
llamó luego a la puerta, y desfadada  510
una moza le abrió toda escotada,
el traje descompuesto,
con desgarrado modo y deshonesto.
Y entró en un cuarto donde vio una mesa
entre la niebla espesa  515
de humo de los cigarros medio envueltos,
seis hombres asentados
con otras tantas mozas acoplados,
en liviana postura,
que beben y alborotan a porfía;  520
y aquél el vaso apura,
y el otro canta, y inmunda orgía.
Con loco desatino
al aire arrojan vasos y botellas,
ellos gritando, y en desorden ellas,  525
y con semblantes que acalora el vino.
Y aquél perdido el tino
tiéndese allí en el suelo,
y éste bailando con la moza a vuelo
a las vueltas que traen,  530
tropezando en su cuerpo de repente,
ella y él juntamente
sobre él riendo a carcajadas caen.
Bebe tranquilo aquél; disputan otros,
brincan aquéllos como ardientes potros  535
que roto el freno por los campos botan,
y mientras todos juntos alborotan,
alguno, con el juicio ya perdido
murmura en un rincón medio dormido.
   Solícita una moza al forastero  540
llegóse y preguntóle qué quería,
llamándole, buen mozo lo primero,
«quisiera yo, alma mía,
Adán le respondió, si se me deja,
ver a esa pobre vieja  545
que está en ese aposento
velando a la difunta». -«¡Ay, es su hija!
A las seis se murió; buen sentimiento
nos ha dado la pobre; era una rosa.
¡Todas nosotras la queríamos tanto!  550
Dios la tenga consigo; tan hermosa
y ahora muerta, vea usted, ¡pobre Lucía!
Razón tiene en llorar doña María,
entre usted por aquí.» -Y abrió una puerta
y hallóse Adán con la afligida madre,  555
y el cadáver miró, y hablar no acierta.
Reina siempre en redor del cuerpo muerto
una tan honda soledad y olvido,
tan inmensa orfandad, allí tendido
desamparado ya del trato humano,  560
sin voluntad, sin voz, sin movimiento,
que en vano el pensamiento
presume ahondar tan misterioso arcano,
y recogido su ambicioso giro
pliégase al corazón que ahoga un suspiro.  565
   Miraba Adán, miraba los despojos
de aquélla un tiempo que animó la vida,
sobre el cadáver los innobles ojos
y el alma con angustia y dolorida.
Y turbia y embebida  570
la mente, contemplándola allí atento,
embargó sus sentidos
un mudo inexplicable sentimiento
en el vacío del no ser perdidos.
Y olvidó dónde estaba,  575
parado y aturdido el pensamiento,
y miraba y callaba
sin hacer ademán ni movimiento,
mas que de cuando en cuando suspiraba.
   Rompió el silencio la angustiada vieja  580
con lastimada voz, y entre quebrantos.
Que encuentran eco a su doliente queja
y halla un consuelo entre pesares tantos.
Viendo al mancebo aquel desconocido
lloroso como ella y dolorido.  585
-«¡Véala usted, señor, cuando cumplía
apenas quince años!... ¡Hija mía!»
-«Buena mujer, repuso con ternura
volviendo Adán en sí de su letargo,
¿cómo en tanta tristura,  590
en tanto duelo y sentimiento amargo,
permitís ese estrépito a deshora
y danza y bulla tanta,
mientras dolor tan íntimo quebranta
vuestro llagado corazón que llora?»  595
«¡Ay!, respondió la vieja desolada,
vivo de eso, señor; ¡no tienen nada
que hacer esos señores
conmigo y mis dolores!
Vivan ellos allá con sus placeres,  600
y mientras besan el ardiente seno
de esas locas mujeres,
yo con el corazón de angustias lleno,
beso aquí solitaria en mi agonía
la boca de mi hija muda y fría.  605
¡Hija mía, hija mía!
¡Ah, para el mundo demasiado buena!
Dios te llevó consigo;
mas es dura mi pena,
y cruel, aunque justo mi castigo.»  610
Dijo, y rompió con tan amargo llanto
que la voz le robó su sentimiento,
y en su mortal quebranto,
convertido en sollozo su lamento,
en llanto que hilo a hilo le caía,  615
por sus mejillas pálidas le corría.
   -«Yo, buena madre, ignoro,
nuevo en el mundo aún, lo que es la muerte,
Adán le respondió; pero ¿quién pudo
arrebatar sañudo  620
la que fue vuestro encanto de esa suerte?
¿Será imposible ya darla la vida?
La antorcha ahora encendida
si la apaga mi soplo de repente.
Juntándola otra luz, resplandeciente  625
torna al punto a alumbrar. ¿Y aquella llama
no hay otra luz que renovarla pueda?
¿Acaso inmóvil para siempre y fría
con el aliento de la muerte queda?
Vos sois pobre tal vez... ¡Ah!, con dinero  630
quizá se compre; débil y afligida,
los muchos años vuestro ardor primero
gastaron, y el elixir de la vida
se halla lejos de aquí... Decidme dónde,
   decidme do se esconde,  635
y yo allá volaré; sí, yo un tesoro
robaré al mundo, y compraré la vida,
y la apagada luz, luego encendida
veréis brillar, y enjugaré ese lloro
volviendo al mundo la que os fue querida.  640
   ¿Dónde, decidme, encontraré yo fuego
que haga a esos ojos recobrar su ardor,
dónde las aguas cuyo fértil riego
levante fresca la marchita flor?»
   Dijo así Adán con entusiasmo tanto,  645
con tan profunda fe con tanto celo,
que la vieja, a pesar de su quebranto,
alzó a él los ojos con curioso anhelo.
   -«¡Pobre mozo, delira!
Si comprar esta vida se pudiera,  650
esta vieja infeliz que yerta miras,
por una hora siquiera,
por un solo momento
de ver abrir los ojos celestiales,
y otra vez escuchar el dulce acento  655
de la hija querida de su alma,
¿qué puedes figurarte que no haría?
¿Qué crimen, qué castigo
por recobrarla yo no arrostraría,
y otra vez verla palpitar conmigo?  660
¿Sabes tú que una hija es un pedazo
de las entrañas mismas de su madre?
Por un beso no más, por un abrazo.
Y morirme después, el mundo entero
pidiendo una limosna correría,  665
y con los pies desnudos y mi llanto,
piedras enterneciera en mi quebranto
y al mundo mi dolor lastimaría.
¡Oh!, ¡que del alma mía,
pobre Lucía, te arrancó la muerte,  670
y el corazón contigo de mi pecho
arrancó de esa suerte,
a tantos males y aflicciones hecho!
¡Hora fatal, maldita
por siempre la hora aquella  675
que el hombre aquel te contempló tan bella!
¡El señor me la dio y él me la quita!
¡Cómo ha de ser!» -Y el corazón partido,
secos los ojos exhaló un gemido.
   En remolinos mil su pensamiento  680
vagando Adán por su cabeza siente,
que no acierta a explicarse el sentimiento
que a par que el corazón turba su mente.
-¡El Señor me la dio y él me la quita!
Repite luego en su delirio insano,  685
y penetrar tan insondable arcano
su mente embarga y su ansiedad irrita.
El Dios, ése que habita
omnipotente en la región del cielo,
¿quién es, que inunda a veces de alegría,  690
y otras veces cruel con mano impía
llena de angustia y de dolor el suelo?
Nombrar le oye doquiera,
y a todas horas el mortal le invoca,
ora con ruego o queja lastimera,  695
ora también con maldiciente boca.
Tal devanaba Adán su pensamiento
que en vano ansioso comprender desea,
y en medio al rudo afán que le marea
los hombros encogió, dudas sin cuento  700
de su ignorancia y su candor nacidas,
no del alma lloradas y sentidas,
sueños de su confuso entendimiento
su mente asaltan, y por vez primera
adán súbito siente  705
volar queriendo, sin saber adónde
del corazón ardiente
la perpetua ansiedad que en él se esconde.
   -¿Cómo en vuestro dolor, dijo inocente,
madre infeliz, la cana cabellera  710
tendida al aire, y los quemados ojos
con muestra lastimera,
y bañados de lágrimas, de hinojos
no os postráis ante Dios? ¡Ah!, si él os viera
desdichada a sus pies cual yo a los míos,  715
y los ojos de lágrimas dos ríos,
y ese del corazón hondo lamento
de amargura y melancólica querella
oyera, y el profundo sentimiento
que en esa seca faz marcó su huella,  720
y en vuestro corazón fijó su asiento,
contemplara cual yo: ¿por qué a la rosa
que súbito secó ráfaga impura
no renovara su color hermosa,
y volviera su aroma y su frescura?  725
Desdichada mujer, ¡oh!, ven conmigo,
juntos lloremos a sus pies tus penas,
él nos dará su bondadoso abrigo;
a la fuente volemos
eterno manantial de eterna vida,  730
y la rica simiente allí escondida
juntos recogeremos.
Seca, buena mujer, tu inútil llanto,
vuélvate la esperanza tu energía,
y el cuadro de tu mísero quebranto,  735
soledad y agonía,
muestra a ese Dios, y con humilde ruego
que no será, confía,
sordo a tus quejas, ni a tu llanto ciego.»
   La vieja, en tanto, levantó los ojos  740
al techo, y murmuró luego entre dientes
quizá sordas palabras maldicientes,
o quizá una oración; que el más sufrido
suele echar en olvido
a veces la paciencia, y darse al diablo.  745
Y usar por desahogo
refunfuñando como un perro dogo
de algún blasfemador rudo vocablo.
Mas todo se compone
con un «Dios me perdone»,  750
que así mil veces yo salí del paso
si falto de paciencia juré acaso,
y cierto, vive Dios si no jurara
que el diablo me llevara,
que cuando ahoga el pecho un sentimiento  755
y el ánimo se achica, porque crezca,
y el corazón se ensanche y engrandezca
no hay suspiro mejor que un juramento,
y aún es mejor remedio
para aliviar el tedio,  760
mezclarlo con humildes oraciones,
como al son blando de acordada lira
la voz de melancólicas canciones,
confundida suspira.
Y así también se dobla la esperanza,  765
que donde falta Dios, el diablo alcanza.
Yo a cada cual en su costumbre dejo,
que a nadie doy consejo,
y así como el placer y la tristeza
mezclados vagan por el ancho mundo,  770
y en su cauce profundo
a un tiempo arrastran flores y maleza,
así suelen también mezclarse a veces
maldiciones y preces,
y yo tan sólo lo que observo cuento,  775
y a fe no es culpa mía
que la gente sea impía
y mezcle a una oración un juramento.
Testigo aquella vieja
de la antigua conseja  780
que a San Miguel dos velas le ponía,
y dos al diablo que a sus pies estaba,
por si el uno fallaba
que remediase el otro su agonía.
Ya de seguir a un pensamiento atado  785
y referir mi historia de seguida,
sin darme a mis queridas digresiones,
y sabias reflexiones
verter de cuando en cuando, y estoy harto
de tanta gravedad, lisura y tino  790
con que mi historia ensarto.
¡Oh!, cómo cansa el orden; no hay locura
igual a la del lógico severo
y aquí renegar quiero
de la literatura  795
y de aquellos que buscan proporciones
en la humana figura
y miden a compás sus perfecciones.
¿La música no oís y la armonía
del mundo, donde el apacible ruido  800
del viento entre los árboles y flores,
se oye la voz del agua y melodía,
y del grillo y las ramas el chirrido
y al dulce ruiseñor cantando amores;
y las de mil colores,  805
nubes blancas, y azules, y de oro,
que el cielo a trechos pintan;
la blanca luna, el estrellado coro
no veis, y negras sombras a lo lejos,
y entre luz y tinieblas confundidos,  810
el horizonte terminar perdidos
negros velos y espléndidos reflejos?
Y la noche y la aurora...
Pues entonces. Mas basta, que yo ahora
del rezo o juramento  815
que allá entre dientes pronunció la vieja,
así como el que deja
senda escabrosa que acabó su aliento,
al llegar a este punto me prevalgo
y de este canto y de su historia salgo.  820