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El texto bilingüe de la «orden del día» de Murat se publicó en el Diario del 4 de mayo, en francés y en castellano, y algunos historiadores, entre ellos Modesto Lafuente, desconocen al parecer la versión castellana oficial, traduciendo ellos mismos la francesa, tal vez porque la otra, obviamente, adolecía de bastantes galicismos. J. C. Montón (La revolución armada del dos de mayo en Madrid, M., Istmo, 1983) se limita a copiar la versión de Lafuente; Martí Gilabert (El motín de Aranjuez, Pamplona, 1972, p. 403) reproduce como Pérez de Guzmán el documento oficial (A. H. N., Estado, 2823), en el que está invertido el orden de los artículos IV y V, con alguna que otra leve modernización. Mesonero, en sus Memorias de un setentón, transcribe sólo la versión francesa.

Además de la pequeña modificación de «noche» en «tarde» arriba señalada, Martí, tal vez para suscitar mayor indignación, añade el participio «saqueado» al texto del artículo V: «Todo lugar en donde sea asesinado un francés será saqueado y quemado». Por último, el que parece ser segundo párrafo del artículo VII, que pone fin al bando («Tres soldados se han dexado quitar las armas; ya no merecen estar en el exército francés, y se les ha declarado indignos de servir con vosotros») procede en realidad de la orden del día del 6 de mayo, apartado tercero, publicada en el Suplemento al diario del sábado 7 de mayo de 1808. Lo habrá añadido el dramaturgo porque contribuye a desprestigiar al ejército galo, y éste es otro ejemplo de anacronismo útil. Interesa advertir que, como señala Martí Gilabert siguiendo a Pérez de Guzmán, la palabra «populace» (populacho, chusma) del francés se tradujo por «población», por lo cual se publicó al día siguiente en el mismo Diario una rectificación. El atribuir exclusivamente al «populacho» la rebelión equivalía en efecto a una exhortación indirecta a la solidaridad entre clases «decentes», la española y la francesa (o sus representantes uniformados) contra el peligro común, y menudean por cierto los ejemplos contemporáneos del temor de los burgueses a la manolería. El mismo general Belliard se dirigió el mismo día 2 (publicado en el Diario del 5 de mayo) a los «Caballeros, propietarios, comerciantes, fabricantes», instándoles a que usasen «del influxo que [tenían] para evitar toda especie de sedición», considerándolo «un derecho y una obligación de [su] gerarquía en el orden social».



 

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«El teatro se muda y representa una calle al telón del segundo bastidor»; «El teatro se muda y representa una calle» (III, 9 y 10 respectivamente).



 

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«Otra patrulla sale por la derecha del actor...»; «Mirando a los bastidores de la izquierda, por donde saldrá la patrulla» (8 y 10 respect.).



 

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Ribelles redujo el número de figuras y grupos en su grabado, destacando más esta escena central.

José Molina y Soriano (Pérez de Guzmán, p. 441, y Montón, p. 226), que en una memoria a Fernando VII se presentó como el iniciador del alboroto y uno de sus más destacados caudillos (¡fuera de que ya se puso a la cabeza de unos setecientos «locos» -escribe- el día de San José en Aranjuez!), describe su recorrido durante aquella jornada, y éste coincide prácticamente, incluso en las modalidades, con el que nos propone Martí por medio de sus héroes: quien lanzó el célebre grito de alarma ante Palacio fue él, pasando con sus compañeros después de la refriega al Parque de Artillería, donde presencia el ataque enemigo, la traición de los pañuelos blancos y muerte alevosa dada a Velarde, y escapa luego por lo interior del Parque sin ver matar a Daoíz. Por la tarde se dirige a la Puerta del Sol «pasando por entre la artillería y tropa francesa» que la ocupaba, horas después de concluida la pelea, y cuenta los muertos del patio del Buen Suceso; por último, bajando por la calle de Alcalá hasta la Cibeles (y salvando la vida, de pasada, a un pobre arriero detenido), se encamina «hacia la fuente de Neptuno», presenciando muchas ejecuciones (curiosamente, entre las víctimas conoce a un maestro cerrajero llamado Bernardo Morales, el cual, según tres fuentes citadas por Pérez de Guzmán, pereció en la Montaña del Príncipe Pío en la madrugada del 3...). A diferencia del héroe de Martí, que también anduvo mezclado en los lances más destacados de aquel día, Molina Soriano se salva milagrosamente de todos los peligros.



 

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O. c., I, p. 65.



 

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Errata de mecanografía: «républiques» (se trata de réplicas, no de repúblicas).



 

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Pérez de Guzmán (p. 820) escribe a propósito de las cuatro estampas: «fueron grabadas en Cádiz en 1811 y, en mi concepto, su dibujo lo trazó el arquitecto de Madrid D. Angel Monasterio», pero no aduce ningún documento que acredite esas afirmaciones.



 

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Sic, por «24», según advierte con razón Dérozier; la misma equivocación en el Argumento de la tragedia: «...hicieron los franceses su entrada en Madrid el día 23 del Mismo mes [...] a los tres días de la entrada de los franceses en Madrid, hizo la suya Fernando VII...»



 

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Por ejemplo en la segunda parte de Los patriotas de Aragón, en que se corta la cabeza de un francés y se la clava luego en la punta de una espada, o se abre una zanja «terraplenándola en falso» para que caigan en ella los enemigos, ante lo cual se entabla el siguiente diálogo:

Don Lope y todos acuden con pistolas y les disparan algunos tiros; los niños y las mugeres tierra (sic), peñascos, muebles y quanto encuentran hasta que figuran haber cegado la zanja.

Juan [niño] - A ver si abro la cabeza a aquel de los bigotes,

Antonio [id.] - Más tino tengo yo, que le he sacado un ojo.

D. Facundo - Sólo así fuera yo sepulturero con gusto.

D. Lope - No saldrán ya, a buen seguro...

Al pueblo se le tiene que moderar tanto en esta segunda parte como en la primera, porque está siempre dispuesto a ejecutar a cualquier sospechoso por fiarse demasiado de las apariencias engañosas.



 

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Bosquejillo de su vida, M., Atlas, p. 39.



 
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