III, 5.
Pp. 439-441. Recuérdese dos Desastres de la Guerra de Goya.
Memorias de un setentón, M., Tebas-Giner, 1975, p. 50.
Memorias, B.A.E., LXXXIII, p. 336.
La guerra de la Independencia en España (1808-1814), M., Siglo XXI, tercera ed., 1986, p. 18.
Así me parece que se explica mejor la «generosidad» y «humanidad» de algunos ciudadanos de la llamada clase media que, según vanos cronistas (Argumosa, Toreno, Alcalá Galiano, Marbot, etc.), salvaron de la muerte a algunos soldados franceses aislados. No consta en cambio que recogiesen en sus casas a ningún manolo herido...
Ya he escrito en otro trabajo que J. C. Montón reactiva indebidamente algunas patrañas como la del viaje nocturno de Goya con su jardinero a la Montaña del Príncipe Pío en la madrugada del día 3 de mayo con el fin de sacar apuntes a partir de los cadáveres de los patriotas fusilados. Una cosa, altamente respetable si la hay, es la emoción patriótica, y otra la objetividad histórica. Quisiera agregar a este respecto unas cuantas observaciones que me sugiere la lectura de su libro sobre La revolución armada del dos de mayo en Madrid, de reciente aparición. Prescindiendo de la tonalidad a menudo apologética que, a partir de unas cuantas páginas, por lo excesiva, llega a restar interés a la documentación consultada por el autor, según mi modo de ver sin la suficiente serenidad, conviene decir que dicha documentación no siempre es tan inédita como se afirma: el Plan de los Servicios... de Molina Soriano (véase Bibliografía, p. 327) no es «Manuscrito inédito», sino abundantemente reproducido por Pérez de Guzmán en su todavía imprescindible libro. Los Libros de Gobierno de la Sala de Alcaldes no se han podido consultar en el «Archivo General Central» (p. 326), por la sencilla razón de que hace tres cuartos de siglo que se han trasladado sus fondos desde Alcalá, donde se le daba esta denominación, a Madrid, mudándose su nombre en Archivo Histórico Nacional; de manera que la referencia a un documento del supuesto Archivo General Central (¡sin signatura!) procede en realidad de una nota correspondiente del libro de Pérez de Guzmán (p. 422) que Montón se olvida de mencionar; tampoco suele éste puntualizar la signatura del documento del Archivo Municipal de Madrid cuando la omite su antecesor (véase el expediente de Cosme Mora, pp. 325-326); etc.
En la Relación alfabética y biográfica de los héroes sepultados en el cementerio de la Moncloa (p. 273) declara Montón que «utilizando como fuentes de información los datos registrados en los documentos conservados en [varios archivos, ha] podido completar una lista de hasta 30 muertos de los 45 enterrados en el antiguo cementerio de la Moncloa. Nueve de ellos -agrega- (señalados con un asterisco cada uno) eran desconocidos hasta hoy...» No estoy seguro de que Montón haya llevado a cabo tantas investigaciones en los archivos que enumera, ya que antes que él las hizo, y muy bien, Pérez de Guzmán: los nombres de los nueve héroes «desconocidos hasta hoy» que reposan en el cementerio de la Moncloa los ha obtenido, como yo ahora mismo, sin dificultad; bastaba en efecto consultar la lista de los muertos establecida por el citado erudito; en ella se menciona la identidad de los ejecutados en la Montaña del Príncipe Pío, incluidos los tres no catalogados alfabéticamente porque se evoca su martirio con el de su compañero Jacinto Candamo (Pérez de G., p. 671) y que son Méndez Villamil, Reyes Magro, y Rubio. Y sabido es que según un documento publicado por Montón en las páginas 271 y 272 (al parecer como inédito, pero también abundantemente citado por Pérez de Guzmán, p. 450, n. 1) consta que se enterró el 12 en el cementerio de la parroquia de S. Antonio de la Florida a los 43 arcabuceados que se hallaron en un hoyo de la Montaña, de los que sólo fueron identificados ocho, y que por otra parte, la lápida de dicho cementerio lleva grabados los nombres de 19 de las víctimas, entre los que figuran los de los ocho antes citados, más los de la heroína Clara del Rey y de Esteban Santirso, sepultados, según Pérez de G., en el camposanto de Na. Sa. de la Buena Dicha, que es el mismo. Una simple resta permitía inferir quiénes eran los nueve «desconocidos», sin recurrir a los archivos, los cuales no dicen nada más, naturalmente, de lo que apuntó ya hace ochenta y tantos años el gran historiador del Dos de Mayo. En cuanto a los Mémoires de Castil-Blaze o la Correspondance de Napoléon, resulta extraña la identidad de las citas que hacen Montón y Pérez de Guzmán de estos documentos...
Pp. 336-337.
O. c., pp. 38-40.
Faltan algunos barrios en la documentación consultada por Pérez de Guzmán. Según el Gruchí de la tragedia de Martí murieron en la refriega, es decir antes de las represalias planificadas, unos quinientos españoles (y... cinco mil franceses).
En primer lugar, no siempre se sabe con seguridad la causa de las muertes o de las heridas (¿accidentales?, ¿en el combate?, ¿ejecución aislada o colectiva?). No pocas muertes se produjeron además días, semanas y meses (¡años alguna que otra vez!) después del dos de mayo, y resulta muy emocionante, a casi dos siglos de distancia, imaginar a través de esos testimonios a menudo escuetos, todas esas lentas e inexorables agonías. Tampoco se conocen los oficios ni las edades de todos, ni a veces el lugar de su residencia, aunque se puede inferir con frecuencia que viven en Madrid (a un natural de Asturias que vive en una determinada calle lo considero naturalmente vecino de la Corte, o al menos no puedo afirmar que vino de fuera exprofeso a sumarse a los patriotas sublevados). Por último, tampoco se libra de la crítica mi clasificación socioprofesional de los muertos y heridos. Fuera de su interés histórico, creo, todo bien mirado, que la otra utilidad de esta larga lista fúnebre de más de quinientas personas humanas sacrificadas es que, rescatándolas una por una del olvido y anonimato, les devuelve la individualidad que les negaron los que trataban de «regenerarlas» disparando al montón.