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Escena I

 

REYNAL y ARNALDO

 
ARNALDO.
¿Será verdad, señor, la triste nueva
que acabo de escuchar?... Decidme: es cierto
que el duro brazo de la injusta Parca
osó tronchar el inocente cuello
de Reynal infeliz?
REYNAL.
Sí; la noticia
yo traje a tu señor.
ARNALDO.
¡Oh santo Cielo!
¡Desventurado joven!... ¡Cuántas veces,
en estos brazos, en sus años tiernos,
le condujo mi amor! ¡Cuánto anhelaban
mis tristes ojos el volver a verlo!...
De mi edad moribunda los trabajos
me eran leves tal vez, porque mi pecho
esperanza de verle conservaba,
y de estrecharle en mi marchito seno.
REYNAL.
¿Conque tanto le amabas?
ARNALDO.
¿Si le amaba?
¡Ah!... Yo le vi nacer, que ya escudero
entonces era de su heroico padre;
pero ¡cuántas desgracias!... ¡Oh recuerdos!...
Perdonad mi dolor. ¡Ay!, me parece
que al infeliz Reynal ora estoy viendo,
cuando armado salió para el combate,
donde fuer cautivado... Un dulce beso
di a su frente al ceñirle el rico casco,
que ornaba un blanco airón. ¡Qué noble fuego
en sus ojos ardía!... ¡Desdichado!
No le he vuelto a ver más... Aquel perverso
de Clariñar se lo entregó a los persas,
con otros veinte jóvenes guerreros.
¡Cuál fuer la pena de su amante padre!...
Pero ¿os estremecéis? ¡Ah, si vos mismo
le hubierais conocido!... ¡Cuán gallardo!
Del quinto lustro ya no andaba lejos...
La edad vuestra, a mi ver... ¡Oh triste joven!
¡Hijo infeliz del infelice Alberto!...
¿Por qué la horrible muerte no ha segado
de este inútil anciano el débil cuello,
en vez del hilo de tu amada vida?...
¡Ay, cuánto luto y lágrimas y duelo
causarás a Aquitania, que, anhelosa,
ansiaba quebrantar tus duros hierros!
REYNAL.
¿Que con Eudón, decís, no está contenta?
ARNALDO.
¡Eudón!... De estos estados el gobierno
tomó, a falta del joven sin ventura,
que allá en Jerusalén, ¡oh Dios!, ha muerto.
Y hoy su dominio afirma para siempre,
pues le une con Elisa el himeneo.
REYNAL.
¿Con Elisa...?
ARNALDO.
Señor, es una hermana
del infeliz Reynal.
REYNAL.
¡Qué escucho!... ¡Cielos!
¿Y ella accede gustosa...?
ARNALDO.
Ayer el duque,
a este fin, la sacó del monasterio
donde educada está; pero imagino
que su inocente y virtuoso pecho
resiste el duro enlace... Mas ¿qué puede
su repugnancia, ¡ay Dios! contra el supremo
querer de Eudón?... ¿Acaso hay quien se atreva
a contrariar en algo sus deseos?...
REYNAL.
Qué, ¿tanto el pueblo le respeta y ama,
o tanto teme...?
ARNALDO.
Todos con respeto
lo miramos, señor; siempre leales
los aquitanos y sumisos fueron.
Pero en Reynal su amor cifrado estaba,
y el cobrar a Reynal era su anhelo.
Él era la esperanza del estado;
nadie más que él reinaba en nuestros pechos.
REYNAL.
¿Y cómo si en edad tan tierna el triste
dejó estos muros y el hogar paterno
os acordabais de él?... ¿Y qué esperanzas
de él pudo concebir, decid, el pueblo?
ARNALDO.
¡Ay señor! De su padre malhadado
latía la sangre en su inocente pecho.
Y el hijo de aquel padre no podía
sino ser héroe, justo, amable y bueno.
¡Oh mundo miserable!... El virtuoso,
¡el que puede a los hombres dar consuelo!,
desaparece de tu faz, y en tanto,
el malo triunfa, y bárbaro y soberbio,
oprime entronizado a los mortales
y dilata sus años largo tiempo,
colmado de ventura y de delitos...
¡Gran Dios! Humilde, adoro los decretos
de tu alta inescrutable providencia.
Si al opresor toleras y al protervo,
el brazo de tu ira les prepara
un castigo sin fin, sin fin tormentos.
Mas ¿dó me arrastra mi aflicción?... ¿Adónde
mi afanoso penar? ¡Oh, caballero,
perdonad estas lágrimas copiosas
a la lealtad de un angustiado viejo!
De amargura cubiertas estas canas,
de amargura se ven desde el momento,
desde la hora fatal, que entre mis brazos
murió el heroico y malhadado Alberto.
¡Sí, en mis brazos murió!... Los asesinos...
REYNAL.
Basta, basta, no más. ¡Fatal recuerdo!
¡Padre, adorado padre! Aún hay leales...
Aún quien venere tu memoria encuentro.
Aún respira tu hijo... Sí: ¡venganza!
¿Venganza quieres?... La tendrás.
ARNALDO.
¡Oh cielos!
¿Qué dice vuestro labio? Un sudor frío
inunda en torno mis cansados miembros.
Un pálido temblor... ¿Quién sois? ¿Por dicha...?
REYNAL.
Arnaldo, Arnaldo fiel, llega a mi seno.
No más fingir: yo soy Reynal.
ARNALDO.
¿Qué escucho?
REYNAL.
Mira esta cicatriz, que tu desvelo
me curó de la flecha silbadora
que en Jope recibí. Mira en mi seno
la cruz pendiente que me dio mi padre
al salir al combate, y que consuelo
fuer allá en mi esclavitud. ¿Me reconoces?
ARNALDO.
Dad que ciñan mis brazos vuestro cuello.
¿No os he de conocer? Vos sois, no hay duda.
Bese yo vuestros pies y muera luego.
¡Señor!... ¡Señor!... ¡Oh día el más felice
de cuantos respiré...! Sépalo el pueblo;
sepa que su Reynal, libre y gallardo,
en Aquitania está... Ya no te temo,
¡oh muerte!, llévame, que ya descanso,
pues cobré a mi señor, será tu sueño.
Yo corro a publicar...
REYNAL.
Arnaldo amigo,
¿adónde tu lealtad te arrastra? ¡Oh cielos!
¿Sabes acaso, anciano venerable,
el peligro inminente en que me encuentro?
Todo lo ignoras, ¡ay de ti! Mi labio
te hará patente tan fatal secreto,
y temblarás.
ARNALDO.
Señor...
REYNAL.
Si me conoces
por sucesor del desdichado Alberto,
por tu duque y señor...
ARNALDO.
A vuestras plantas
pleito homenaje...
REYNAL.
Arnaldo, satisfecho
estoy de tu lealtad. Jura en mis manos
sepultar en hondísimo silencio
que yo estoy vivo y libre, hasta que llegue
la ocasión anhelada...
ARNALDO.
El alto Cielo
en la mansión del báratro profundo
me hunda si tu mandato no obedezco.
Soy fiel, soy sigiloso...
REYNAL.
De tus prendas
tendrás, Arnaldo, el merecido premio.
Mas dime: ¿viven Boemundo y Mouti?
ARNALDO.
Cuando volví a la Francia con los restos
de los nobles valientes aquitanos
que a Palestina con tu padre fueron,
estos estados míseros ardían
de la discordia en el horrible fuego
y al furor de los bandos y facciones,
Boemundo y Mouti víctimas cayeron
de su noble lealtad, también Ricardo
y el denodado Enrico y otros ciento.
Que todo fuer matanza, horror y sangre,
hasta que al fin Eudón consiguió el cetro.
REYNAL.
¡Oh Dios!... ¿Y Linel?...
ARNALDO.
Vive retirado
en el antiguo y santo monasterio
contiguo a este palacio. Allí, sumido
en el descanso y paz, goza sereno
el aura dulce de la santa vida.
REYNAL.
Y dime, amigo Arnaldo... Mas ¿qué veo?
¿Quién llega a este lugar?...
ARNALDO.
Es vuestra hermana
REYNAL.
Aléjate de aquí. Luego podremos
con mayor detención...
ARNALDO.
Señor, acaso...
REYNAL.
Auséntate, ¡oh mi amigo!
ARNALDO.
Os obedezco.


Escena II

 

REYNAL, solo

 
REYNAL.
¿Aun más fingir?... ¡Oh Dios!... ¡Mi dulce hermana!
¿Y no la he de estrechar contra mi pecho?...
Es harto joven... De sus tiernos años...
No es prudencia arriesgar tanto secreto.
Ya llega. Sí; disimular me cumple.


Escena III

 

REYNAL y ELISA

 
ELISA.
¿Sois vos?... Señor... ¿Sois vos?...
REYNAL.
¿Quién?... ¡Dios eterno!
Yo soy... Mas ¿preguntáis...? ¡Ah!... ¿Por ventura...?
ELISA.
Qué, señor, ¿no sois vos, el caballero
que a este palacio trajo la noticia,
desde Chipre, del fin triste y funesto
del infeliz Reynal?...
REYNAL.
Yo... Sí, señora.
ELISA.
¿Conque no hay que dudarlo?... ¡Santo Cielo!
Ya todo lo perdí..., todo... ¡Infelice!
Sólo me resta llanto y luto eterno.
REYNAL.
¿Llanto y luto, señora...? ¿Llanto y luto,
cuando van los placeres de himeneo
a coronar tu plácida existencia,
dando a tus manos de Aquitania el cetro?
ELISA.
¿Qué pronunciáis, señor?... Antes la muerte.
¿Placeres para mí? Ya concluyeron.
La esperanza de verme entre los brazos
de mi hermano, ¡oh dolor!, lo fuer algún tiempo.
Mas ya, ¡desventurada!, suerte adversa.
¿En dónde mi aflicción tendrá consuelo?...
Vuelva por siempre el claustro retirado
a ocultar mi afanoso abatimiento.
REYNAL.
¿Y así el cariño desecháis, esquiva,
de Eudón?... Decid... ¿Y así...?
ELISA.
Yo le respeto,
mas nunca le amaré, ni a sus propuestas
puede acceder jamás mi triste pecho.
REYNAL.
¿Conque jamás concederéis la mano...?
ELISA.
Jamás, jamás. Lo juro; el alto Cielo
conoce la verdad de mis palabras.
REYNAL.
Y yo también.
ELISA.
¡Señor!... Pero ¿qué advierto...?
¿Os demudáis?...
REYNAL.
¡Elisa!...
ELISA.
¿Qué?...
REYNAL.
¡Ay Elisa!
¿Dó el cariño me arrastra?

 (Aparte.) 

El lazo estrecho
de la dulce amistad me unió a tu hermano.
Y...
ELISA.
¿Erais su amigo vos?... ¿Dónde?...
REYNAL.
Secreto
prometedme, señora. En Aquitania
ocultar mi amistad con Reynal debo,
y la causa sabréis y tales nuevas,
que harto os importarán.
ELISA.
Mas ¿qué misterio,
que no me es dado penetrar...? ¡Oh amigo
de mi hermano infeliz! Decidme, os ruego...
REYNAL.
¡Tierna Elisa!... Reynal... ¡Oh Dios! ¿Quién llega?
ELISA.
¡Ay!... Linser, el amigo y consejero
del duque Eudón.
REYNAL.
Disimulad, Elisa.
Ved que si no por siempre nos perdemos.


Escena IV

 

REYNAL, ELISA y LINSER

 
LINSER.
Señora, ¿en este sitio...?
REYNAL.
De mi labio
quiso escuchar el trágico suceso
de su hermano infeliz...
ELISA.
Sí; ¡dura suerte!,
Linser, ya no me resta ni el consuelo
de poderlo dudar... ¡Desventurada!
A la nueva cruel cumplido asenso
negué, porque en mi mente no cabía
este golpe fatal... Mas, ¡ay!, es cierto
y no lo dudo ya... Murió mi hermano.
Le perdí para siempre... ¡Dios eterno!
LINSER.
Y ¿qué lográis con vuestro inútil llanto?...
Templadlo un poco, hermosa Elisa, os ruego,
y escuchadme tranquila. A vuestra estancia
os fuí a buscar; al ver que no os encuentro
corro todo palacio, y mi ventura
me os depara, por fin. ¡Oh caballero!
Si os place, retiraos.
REYNAL.

 (Aparte, menos el último verso.) 

¿Aún éste oprobio?
¿Aún hay más tolerar?... Bien, ya me ausento.


Escena V

 

ELISA y LINSER

 
ELISA.
¿Qué pretendéis, Linser, de esta infelice,
que con tal aparato y tal secreto
la venís a buscar?
LINSER.
La negra suerte
que os persigue sin fin piadoso veo,
y hacer en cuanto alcance vuestra dicha
es, Elisa divina, lo que anhelo.
ELISA.
¿Vos mi dicha, Linser?...
LINSER.
Señora, oídme.

 (Reconoce las avenidas.) 

Esperad. Sin temor hablaros puedo.
¿Enlazaros pensáis a vuestro tío?
ELISA.
Sólo al claustro tornar es lo que pienso.
LINSER.
¿Al claustro?
ELISA.
Sí, Linser.
LINSER.
Qué, bella Elisa:
¿el ancho campo que tenéis abierto
de gloria y de poder...?
ELISA.
¡Dios!... ¿Qué pronuncia
vuestro labio?... De llanto y luto eterno
es el campo que sólo me presentan
mi estrella infausta y mi destino adverso.
LINSER.
¡Inocente!... Educada en el retiro
de la pura virtud, del mundo lejos,
ignoráis que heredera de Aquitania
sois solamente vos... El brillo excelso,
el poder que circunda a vuestro tío,
todo, divina Elisa, todo es vuestro...
¿Y lo habéis de perder?...
ELISA.
Y ¿cómo puede
una débil mujer regir el cetro?
Bien en manos de Eudón está. Gustosa
a su presencia y su valor lo cedo.
Y vuelva yo a llorar mis infortunios...
LINSER.
¿Qué es ceder?... ¿Qué es ceder?
ELISA.
En este pecho
no mora la ambición.
LINSER.
¡Y ambición fuera!...
ELISA.
Eudón gobierne, pues.
LINSER.
¿Juzgáis que el pueblo
admitirá vuestra cesión...?
ELISA.
¿Y acaso
qué ventajas lograra si el gobierno
viera en poder de una infelice joven,
perseguida sin fin del hado acerbo,
hija infelice de infelice padre?
¿O qué ventajas esperar yo puedo,
sino tal vez mayores infortunios,
cargos y funestísimos recuerdos?
¡Ay! No, jamás, jamás; anhele el solio
otra más venturosa.
LINSER.
El alto Cielo
a vos os designó para ocuparlo,
y contrariar no es dado sus decretos.
Si vuestros tiernos años juveniles
de experiencia carecen y de esfuerzo,
aún hay en Aquitania, ¡oh bella Elisa!,
prudentes y esforzados caballeros
que os servirán leales con sus armas
y con su autoridad y sus consejos.
En ellos elegir debéis esposo,
que afirme vuestra herencia... Y algún pecho,
que arde por vos en insaciable llama
pronto está, hermosa Elisa...
ELISA.
¡Ah! No pretendo
más que volver al plácido retiro...
LINSER.
No; no debéis volver. El trono excelso
os llama en alta voz. Harto conozco
que hay que vencer estorbos, hollar riesgos
para llegar a él... Pero ¿qué importa?
Nada... Aquí me tenéis... Estoy resuelto
a hacer todo por vos... Vuestra inocencia,
vuestro candor, los infortunios mesmos
que os acosan, ¡oh Elisa!, desde el punto
que abristeis a la luz los ojos bellos,
me interesan por vos. Y por serviros
diera mi sangre y vida... ¡Ah!... ¡Si por premio
lograra yo...! Mas..., ¡ay!, divina Elisa,
que perdonéis mi agitación espero...
Educada en el claustro silencioso,
ignoráis la vehemencia, los efectos
de una ardiente pasión... ¡Cielos!... ¿Qué digo?
Este brazo, señora, y este acero
en vuestro auxilio son. Amor los rige
inflamando a la par aqueste pecho:
no seáis ingrata. ¡Oh Dios!, subid, subid al punto
al trono augusto, al venerando imperio.
ELISA.
No os entiendo, Linser... ¡Ay!, si ocuparlo
quisiera yo, decid: ¿no era más cierto
ceder a las instancias de mi tío?...
LINSER.
¿Qué decís?... ¡Inocente!... ¡Dios eterno!...
¿Uniros con Eudón?... ¿Con vuestro tío?...
Si consintierais tal..., ¡sagrado Cielo!,
llegara día de terror, de espanto
en que, rasgado un tenebroso velo,
que no os es dado penetrar, la muerte,
la muerte demandareis por remedio
de involuntario error... Todos los males
del orbe, los más hórridos tormentos,
las penas que os circundan y os agobian
y los mismos suplicios del infierno,
nada fueran, ¡oh Elisa!, comparados
a los que desgarraran vuestro pecho.
Temblad, temblad...
ELISA.

 (Muy turbada.) 

¿Qué pronunciáis?... No alcanzo...
De terror me llenáis... ¡Ah!... Me estremezco...
¿Qué agitación os turba?... Me retiro...
Estáis fuera de vos...
LINSER.

 (Con extrema agitación.) 

Sí; sorprenderos
puede tal vez Eudón en este sitio.
Guardad en profundísimo secreto
cuanto habéis escuchado de mi labio,
y sabed que en amor arde mi pecho,
y sabed que yo solo libertaros,
yo solo, y nadie más, ¡oh Elisa!, puedo
del horrible y oculto precipicio
que ante vos, infeliz, se encuentra abierto.