Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoActo cuarto


Escena I

 

EUDÓN y LINSER

 
EUDÓN.
La violencia; Linser; no hay más partido.
Ni el haber escuchado la noticia
ya cierta de la muerte de su hermano,
ni mi anheloso afán, ni mis caricias,
ni de mis reflexiones y consejos
el grave peso y persuasión continua
la convencen. Y es fuerza que esta noche
jure ante los altares el ser mía.
Ya no hay más dilación. La luz primera
mi esposa la ha de ver, y a la hora misma
que de Reynal la muerte se publique,
publíquese mi enlace.
LINSER.
Pero ¿a Elisa
le has propuesto otra vez...?
EUDÓN.
Esta mañana
le hablé, cual sabes, a tu propia vista,
y notaste también su repugnancia.
Pero no la extrañé; como nacida
de su costumbre al claustro y al retiro,
y esperaba que al cabo lograrían
mis palabras, mi amor y la dulzura
a mi pasión y voluntad rendirla.
Después, dos veces, la busqué, y en ambas
la he encontrado, Linser, tan decidida
y tan diversamente repugnante,
que no sé qué pensar. Cuando creía
que al ver perdido a su infeliz hermano
se decidiera a mis instancias finas,
la encuentro más tenaz. Después que supo
este suceso, que mi cetro afirma,
y que se desahogó su sentimiento,
torné a instarle amoroso. Pero Elisa,
al escuchar de nuevo mis razones,
la grandeza y poder que lograría
con mi mano y el trono, y de este fuego
que arde en mi corazón la llama viva,
en mí clavó los ojos, y agitada
de temor y sorpresa, las mejillas
pálidas inundó de lloro amargo,
sin contestar a las razones mías.
Ahora volví a encontrarla, y cuando apenas
el labio abrí, diciéndole: «¡Oh mi Elisa!,
no tan cruel a la pasión violenta
que arde en mi corazón, dura resistas.»
Feroz clavó sus ojos en los míos;
se estremeció después, turbó la vista,
y luego, no, Linser, ya con dulzura,
con aquella dulzura y voz sumisa
con que hablaba otra vez, sino animosa,
y casi con osada altanería:
«Señor -me dijo-, basta. Esas palabras,
esa expresión de amor, esas caricias
dejad: impropias son en vuestro labio,
e insultan mi dolor y mis desdichas,
mientras más pienso en mi infeliz estado,
más el mundo y los hombres me horrorizan.»
LINSER.
¿Así dijo, señor...? Que tan mudada...
EUDÓN.
Sí, tan mudada está. Ya no es Elisa
aquella joven, inocente y tierna,
que, agradeciendo, humilde, mis caricias,
con respeto amoroso me miraba.
Aquella amable joven que, expresiva,
me rogaba tornarla a su retiro,
orlada en candidez su frente linda.
Ya no... Dura altivez en su semblante
y fiero orgullo en sus miradas brilla.
¡Tal es mi suerte, amigo, que mis gustos
jamás completos son...! Sí, mi sobrina,
indomable, desprecia el amor mío.
Ya perdí la esperanza de rendirla...
¡Oh destino cruel!... Con su esquiveza,
con su altivo desdén, más me cautiva.
Mi pecho es un volcán que me consume.
Sí, Linser; la ambición, aquella activa
pasión que de mi pecho era el tirano,
y que a tanto delito me inducía,
ya cede su lugar al amor solo
en este corazón. Di: ¿lo creerías?...
Lo digo a mi pesar...
LINSER.
¡Señor!... Me pasma.
EUDÓN.
Y el confesarlo a mí me ruboriza.
Lástima ten de mi infeliz estado...
Mi absoluto poder, que hoy se autoriza
con el fin de Reynal; el alto solio,
que tanto un tiempo ansié, y hasta la vida,
gozoso, diera por su amor, gozoso,
por ver más grata a la indomable Elisa.
Mas ¿dó este frenesí me arrastra?... Aun puedo
abrigar la esperanza... Di: ¿imaginas
que aún podrán mis halagos...?
LINSER.
Yo...
EUDÓN.
¿Qué juzgas?
¿En su pecho tal vez...?
LINSER.
Reinar podría
alguna otra afición.
EUDÓN.
¡Eh!... Tus palabras
son veneno, cruel... La tierna Elisa
no conoce el amor... ¿En el retiro
del claustro cómo quieres...?
EUDÓN.
¿Quién se libra
de sus tiros, señor? No hay un asilo
do no penetren sus ardientes viras.
EUDÓN.
¿Y qué, Linser?...
LINSER.
Señor, en este pecho
la lealtad hacia vos siempre se anida.
Y no os debo ocultar lo que mis ojos
han visto.
EUDÓN.
Acaba. ¿Qué?...
LINSER.
Vuestra sobrina
ama a Clonard.
EUDÓN.
Es bárbara impostura.
LINSER.
La he visto en sus brazos.
EUDÓN.
¡Negra ira!
¿De Clonard? ¿De ese joven? ¿Dónde? ¿Cuándo?...
LINSER.
La conmoción que vuestro seno agita
calmad, señor, y oídme. Ha corto tiempo
que en busca vuestra a este lugar venía,
y de ese joven la encontré en los brazos,
prodigándole halagos y caricias.
Percibir quise en vano sus palabras,
pero que eran de amor bien se advertía.
La expresión del semblante, el vivo fuego
de sus ojos, la tez de sus mejillas,
empapadas tal vez de dulce lloro,
de amor pintaban la pasión más viva.
Escucharon mis pasos, y al momento
cobarde huyó Clonard, quedando Elisa
en muda turbación. Yo, aparentando
no haber notado nada, ante su vista
me presento. Pero ella, consternada,
trémula, sin aliento, sorprendida,
sin escucharme y exclamando al Cielo,
se retiró a su estancia.
EUDÓN.
¡Estrella impía!
¿Qué me has dicho, Linser?... Celos, sospechas,
pensamientos horribles me atosigan.
¿Y puede aparentar tanta inocencia
quien alberga en su pecho tal malicia?
Un amante..., ¡oh furor!..., ¡exceso horrible!
Pero ¿a Clonard, acaso, conocía?...
¿O cómo pudo, en el escaso tiempo
que en Aquitania está, tan repentina
pasión formar?
LINSER.
Señor, Clonard, sin duda,
ya ha tiempo que de acuerdo con Elisa
está. Y es falso que de Chipre viene,
ni a Rotolando vio, ni a la noticia
que trajo debes de dar crédito alguno.
EUDÓN.
¿Qué? ¿Vivirá Reynal?... Dime: ¿imaginas...?
LINSER.
Imagino, señor, que ese malvado
astuto la tal nueva fraguaría
para entrar sin peligro en tu palacio
a dar cima su intento. ¿No advertías
su turbación cuando contigo hablaba?...
EUDÓN.
Sí, y aún más advertí... ¡Suerte enemiga!...
Cierto furor brillaba en su semblante;
en su ademán, arrojo y osadía.
En sus palabras... ¡Ah!...
LINSER.
La dulce calma
vuelva a tu corazón. De tu sobrina
detesta, y que del claustro silencioso
torne a la reclusión triste y sombría.
Y que ese joven al momento vea
el premio merecido a su perfidia.
EUDÓN.
Linser, nuevas sospechas me devoran.
¿Ese joven...? ¡Qué horror!... ¡Ah!... Le abomina
mi corazón... ¿Será, tal vez...? Amigo,
mucho importa saber quién es, sus miras
cuáles son... Sí; le temo.
LINSER.
Es un malvado
que supo seducir a tu sobrina;
no es nada más, no temas.
EUDÓN.
Anda al punto.
Venga a mis plantas la traidora Elisa.


Escena II

 

EUDÓN, solo

 
EUDÓN.
¡Oh confusión!... ¡Oh rabia!... ¿Rotolando
descuidarse tal vez...? No... Fiel, vigila
por mi seguridad... ¿Y por ventura
de Reynal partidario, acaso espía
este joven será?... ¡Duras sospechas!...
¡Con qué aspereza habló!... ¡Cuánta osadía
manifiesta su faz!... Más no es posible
un seductor infame, que de Elisa
pervierte el corazón... ¿Y esta infelice
mi amor desecha y otro amor abriga?...
¿Dó mi pasión me arrastra?... Mas ya viene
para aclarar mejor la trama inicua.
Sagacidad y astucia es necesario.


Escena III

 

EUDÓN, ELISA y LINSER

 
EUDÓN.
Llega, llega sin susto; ven, mi Elisa.
¿Goza la calma tu inocente pecho?...
¿Estás más sosegada, más tranquila?...
Sí, tu faz apacible lo demuestra.
¿Se ha convencido ya tu alma sencilla
de que rehusar no debes mi cariño?...
Pero... ¿callas?... ¿Y tiemblas?... ¿Y suspiras?...
¿Qué manifiestas, di?...
ELISA.
¿Por qué pretendes
aumentar mi dolor?... ¿Por qué tu vista
saciar en mi aflicción y amarga pena?
Yo, blanco de pesares y desdichas,
a la par que conozco más el mundo,
mi alma con más vehemencia lo abomina.
¡Oh claustro silencioso..., dulce albergue
de inocencia y virtud!
EUDÓN.
Y bien, Elisa:
mi paternal ternura, mi cariño,
a hacer feliz tu suerte sólo aspiran.
No es extraño que lágrimas copiosas
inunden hoy tus pálidas mejillas.
Que eres hermana al fin. Pero ¿esta pena
eterna en ti ha de ser?... No; la alegría
renacerá en tu alma, pues disgusto
no hay que del tiempo a la impresión resista.
Ya lo conocerás. Por eso extraño
que una joven amable y tierna y linda
clame con tal afán por el retiro,
y en él anhele sepultar sus días.
Tu deudo soy, tu amigo el más sincero;
no quiera el Cielo que jamás te oprima;
mi conato es tu bien. Y así, te pido
que me hables francamente, amada Elisa;
conozco que repugnas mi terneza,
advierto que mi amor con tedio miras.
Pero ¿he de imaginar por tu esquiveza,
que no es capaz de amar tu alma sencilla?
El respeto tal vez que me profesas
en tu inocente pecho lugar quita
a otro afecto más dulce y delicioso.
Mi edad, ya sosegada y aun marchita,
se aleja de tus años juveniles
y a tu tierna beldad fuego no inspira.
Por tanto, no me ofenden tus repulsas.
Nadie manda en su pecho. Y no sería
nuevo que hacia otro objeto más dichoso
el tuyo se inclinase. Dime, Elisa:
¿jamás sentiste el delicioso fuego
del dulce amor?... ¿Jamás halló tu vista
algún objeto que inspirar pudiese
allá en tu corazón...?
ELISA.
¡Señor!
EUDÓN.
Podía
inclinación oculta...
ELISA.
¡Cuál me ofenden
tan injustas sospechas!
EUDÓN.
Ofendida
no puede ser por mí... jamás... Yo sólo
lo pretendo saber, ¡oh tierna Elisa!,
para vencerme, y desistir al punto
de mi importunidad, y accedería
a enlazarte, gozoso, en el instante
al dueño que tú elegirías.
Sí, a enlazarte con él; nunca dudando
que fuera tu elección juiciosa y digna.
Un joven de tu edad, un caballero
como acaso Clonard...
ELISA.
¡Suerte enemiga!
EUDÓN.
Sí..., Clonard...; no te turbes...
ELISA.
¡Dios eterno!...
¿Qué pronunciáis? ¿Dó estoy? ¡Estrella impía!
EUDÓN.
Basta, pérfida, basta; te comprendo.
¿Notas, Linser...? Su rostro patentiza
su funesta pasión.
ELISA.
¡Señor!... ¡Oh cielos!
EUDÓN.
Sí; no hay duda, Linser. En la hora misma
venga Clonard, y mire al vil objeto
de su elevada maldad, de su perfidia.
Tráelo al punto, Linser.


Escena IV

 

EUDÓN y ELISA

 
EUDÓN.
Joven traidora,
que dio a la seducción grata acogida,
tiembla por ti, y a un tiempo por tu amante.
¿Quién es...? Dime: ¿quién es...?
ELISA.
En vano aspiras
a saberlo de mí; pronto tú mismo
temblando lo sabrás.
EUDÓN.
Perversa Elisa,
tu crimen te envanece. ¡Desdichada!...
Allí viene... ¡Infeliz!... ¡Oh negra ira!


Escena V

 

EUDÓN, ELISA, REYNAL y LINSER

 
EUDÓN.
Mira, vil seductor; mira, ahí la tienes.
Miserable infeliz, al joven mira
objeto de tu amor... Ambos el premio
veréis de vuestra infame alevosía.
REYNAL.
Modera ese furor, monstruo inhumano.
Teme mi nombre y la venganza mía.
EUDÓN.
¿Quién eres tú que, altivo, me amenazas?...
Di, infame seductor; dilo: ¿imaginas
que hablas con un tu igual?
REYNAL.
Si conocieras
al que insultas, tirano, temblarías.
EUDÓN.
¿Qué?...
ELISA.
Calla, por piedad... ¡Ay!
EUDÓN.
¡Cómo! ¡Aleve!
¿Al silencio le exhortas, fementida?
ELISA.
¡Ay!...
REYNAL.
Vil usurpador...
EUDÓN.
Guardias, Rugero,
Claremont..., venid todos.
REYNAL.
¿Por qué gritas?...
¿Saber quieres quién soy? Soy quien tu sangre
beber anhela ansioso... ¿Te horrorizas?...
Ya no hay más tolerar..., no, que este acero

 (Saca la espada y se arroja hacia EUDÓN.) 

es un rayo que el Cielo te fulmina.
¡Muere!


Escena VI

 

EUDÓN, REYNAL, ELISA, LINSER. y GUARDIAS

 
EUDÓN.

 (En ademán de huir con gran pavor.) 

¡Linser!
REYNAL.

 (A los guardias, que en cuanto entran le rodean y detienen.) 

¡Traidores!
ELISA.
¡Ay hermano!...
Ved que es vuestro Reynal.
EUDÓN.
Guardias, mentira.
LINSER.
¡Qué escucho!
ELISA.
Reynal es...
REYNAL.
Sí; el tirano
que os oprime es Eudón.
EUDÓN.
Esa arma inicua
no vea yo jamás, nobles soldados;
ved que es un impostor... Hace un momento
que en su labio escuchasteis la noticia
del fin funesto de Reynal, y ahora...
Ved su maldad patente...
ELISA.
¡Suerte impía!
REYNAL.
Aquitanos...
EUDÓN.
¡Eh! Basta; no escuchadle.
A ese infeliz, que tan aleve intriga
osó fraguar, y que la gloria y nombre
de vuestro noble príncipe se aplica,
húndelo tú, Rugero, en el instante
de aqueste alcázar en las hondas minas.
ELISA.
¿Así a vuestro señor...?
REYNAL.
Ceder es fuerza.
EUDÓN.
Claremont, arrebata a mi sobrina
de los impuros brazos de su amante.
Condúcela a su estancia y, fiel, vigila
todos sus pasos... ¿Qué os detiene, amigos?...
Cumplid sin más tardanza la orden mía.
Arrastradlo de aquí, llevadle a donde
sobre él descargue el brazo mi justicia.
ELISA.
¡Cruel!...
REYNAL.
¡Que así profanen los tiranos
tan sacrosanto nombre!... ¡Tierna Elisa!...
No importa; sí, llevadme... El justo Cielo
que, benigno, a los buenos apadrina,
me arrancará de la prisión horrenda
para vengar tu crimen fratricida.
 

(Hace una demostración de horror Eudón, y la mitad de los guardias se llevan por un lado a REYNAL, y la otra mitad a ELISA por otro diferente.)

 


Escena VII

 

EUDÓN y LINSER

 
EUDÓN.
¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Quién me ha vendido?
Traición, traición, Linser. ¡Aciago día!
Sí, Reynal es... Su arrojo, su denuedo,
el furor que en su frente y ojos brilla,
y la sed de venganza que le ahoga,
y el pánico terror que me horroriza
al recordar su tronador acento,
que es Reynal claramente patentiza...
Yo tiemblo..., ¡oh confusión!... Linser..., amigo,
¿qué insano frenesí mi pecho abriga?
Van a quedar patentes mis delitos,
voy a perder el cetro y fama y vida,
y me abrasa el amor..., Linser; me abrasa
en este momento..., en la hora misma
en que el Cielo mi frente amenazando
el rayo vengador airado vibra;
de mi pasión la llama vividora
me turba el alma, el corazón me agita...
¿Mas qué pronuncio?... ¡Oh vil traición! ¡Oh cielos!
¡Ella será tal vez!... Di: ¿será Elisa
la que en premio a mi amor habrá forjado
mi exterminio fatal y mi ruïna?
¡Qué voz..., qué acero, ¡oh Dios!..., ¡qué llama horrenda
arde en su seno atroz!... Y fratricida
me dijo..., sí, Linser; tú lo escachaste...
¿Mas dó mi espanto, adónde me extravía?...
¿Juzgas tú que es Reynal?
LINSER.
Él es, no hay duda.
EUDÓN.
¿Y ha de triunfar de mí?... Jamás..., ¡oh ira!
En mi poder está...; muera al momento.
De su padre infeliz las huellas siga.
LINSER.
¡Señor!
EUDÓN.
No hay otro medio: hierro y sangre
guarden mi cetro y la existencia mía.