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El «Endimión» de García de la Huerta, poema olvidado

Jesús Cañas Murillo


Universidad de Extremadura



La fama actual de Vicente García de la Huerta se sustenta en dos pilares básicos: su intervención en las abundantes polémicas que en el siglo XVIII se desencadenaron y su labor como dramaturgo. De su producción literaria tan sólo una pieza suele ser hoy especialmente resaltada, Raquel, considerada, con justicia, una de las máximas cumbres de la tragedia neoclásica española. De su obra poética apenas se ha ocupado la crítica, pese a que en su época, como recoge Juan Sempere y Guarinos1 en su Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reynado de Carlos III: «El señor Huerta se habia grangeado bastante crédito en la poesía, y sus composiciones se leian con gusto». Incluso su nombre no suele figurar en las antologías de líricos dieciochescos más difundidas en nuestros días. No obstante, sus textos encuadrables en este género ofrecen un considerable interés. De ellos queremos hoy destacar uno, rescatándolo, un tanto, del olvido en el que se halla sumergido: su Endimión.

No debió de ser este «poema heroico», como su propio creador lo denomina, una de las composiciones menos celebradas por los contemporáneos de Huerta, Prueba de ello es que fue estampado en las dos colecciones de sus escritos impresas en el siglo XVIII: la realizada en Madrid, por Antonio de Sancha, en dos volúmenes aparecidos, respectivamente, en los años 1778 y 1779, con el título de Obras Poéticas; y aquella que, en un tomo, Poesías, vio la luz en el mismo lugar, en el año 1786. La pieza mereció posteriormente la atención de Leopoldo Augusto de Cueto, quien la inserta en el tomo LXI de la Biblioteca de Autores Españoles2.

Recoge el poema uno de los mitos más bellos y líricos de la antigüedad clásica: aquel que relata cómo la Luna se llegó a enamorar de un hermoso pastor del Latmio, llamado Endimión, famoso por su desinterés por los asuntos amorosos, y cómo la diosa bajó una noche de los cielos para, aprovechando el sueño de su amado, besar sus labios y yacer junto a él. El tema fue transmitido por diversos autores grecolatinos3 (Apolodoro, Apolonio de Rodas, Pausanias, Platón, Teócrito, Cicerón...), si bien posiblemente fuera más conocido en la Edad Media española a través de las Fábulas de Higino o de las Heroidas de Ovidio (aunque el celebrado escritor de las Metamorfosis tan sólo alude a él de pasada al abordar la historia de Hero y Leandro), En nuestro Siglo de Oro perdura su memoria. De él se hacen citas, como la incluida en La Arcadia de Lope de Vega4. A él se le dedican interpretaciones alegóricas, como la recogida por Juan Pérez de Moya en su Filosofía secreta5.

El número de autores que recrean en la literatura española el mito de Endimión, tomándolo como base para elaborar alguno de sus poemas, no es en absoluto elevado. Únicamente cuatro son mencionados por José M.ª de Cossío6 en sus Fábulas mitológicas en España: Gaspar Aguilar (Fábula de Endimión y la Luna), Marcelo Díaz Callecerrada (Endimión), Carlos de Praves (Fábula de Endimión y Diana), y el propio Vicente García de la Huerta7,

La versión que García de la Huerta ofrece de esta historia difiere un tanto de la presentada en los textos de sus inmediatos predecesores. La obra parte de una introducción, en la que se inserta, siguiendo las huellas de los clásicos, una invocación a Apolo y una declaración de intenciones; continúa con un encuadramiento en el espacio que desemboca en una descripción física y psíquica de Endimión; se agota con el relato de las relaciones entabladas entre el pastor y dos mujeres, Hipperina y la propia Luna. Su argumento ha sido formado mediante la fusión de cuatro motivos diferentes, tres de los cuales -los iniciales- son externos al mito mismo en sí. El primero se incluye en la introducción. Consiste en la petición de ayuda al dios de las artes para llevar a buen término la tarea que el autor se ha impuesto, idea directamente tomada de la tradición grecolatina. El segundo, ubicado en la localización espacial de la acción, recoge el mito de la Arcadia, entroncado con el bucolismo clásico y renacentista, que se halla en perfecta consonancia con el carácter parcialmente pastoril que posee el tema base. El tercero, los amores de Hipperina y el protagonista, constituye una narración inventada por nuestro escritor para proporcionar un mayor desarrollo y comunicar más dramatismo al asunto principal. El cuarto reproduce, con variantes, la historia de las relaciones entre Endimión y Diana.

En la composición de su poema Huerta utiliza principalmente el recurso de la amplificatio, procedente de la retórica y de uso totalmente generalizado en la literatura de todos los tiempos. Se enfrenta con un mito extremadamente lírico y, a la vez, relativamente corto. Por eso lo alarga, mediante la adición a él de los motivos que hemos mencionado, hasta dar cuerpo a un texto que consta de sesenta octavas.

En la ordenación de la materia el autor se muestra absolutamente racionalista. Va de lo general a lo particular. Comienza con una solicitud de auxilio, Describe progresivamente el lugar en el que se ubican los hechos, el entorno físico del personaje principal, su situación entre sus convecinos, su forma de ser interior y sus problemas amorosos.

El centro del relato no es, como sucedía en el poema de Díaz Callecerrada, la Luna, sino Endimión. Él es el personaje mejor y más detalladamente caracterizado de todos cuantos intervienen en la pieza. En ello Huerta coincide con la Fábula de Gaspar Aguilar. De Endimión se resaltan sus cualidades más notorias: su belleza física, su dureza ante el amor, su compasión por Hipperina... El es el único que a lo largo de la narración evoluciona. En la plasmación concreta de tal cambio de actitud nuestro escritor vuelve a mostrarse como un hombre racionalista. Él da una explicación lógica a esa mutación. Convierte a su protagonista en astrólogo que, al observar los movimientos de los cuerpos celestes durante la noche, llega a fijarse en la hermosura de Diana hasta quedar perdidamente enamorado de ella y suplicarle con ardor que corresponda a sus sentimientos (como puede comprobarse, la versión tradicional del mito no queda aquí reflejada). La transformación de Endimión en astrólogo no es una invención de García de la Huerta, Se encontraba ya en las interpretaciones alegóricas de esta historia que se habían realizado en el Siglo de Oro (tal sucede con la incluida en la Filosofía secreta de Pérez de Moya8), las cuales, a su vez, se basaban en un breve dato insertado en la Historia Natural de Plinio9 (libro II, capítulo VI, 9), quien, tras describir los movimientos de la luna y los eclipses, afirma: «Quae singula in ea deprehendit hominum primus Endymion; ob id amor eius fama traditur» (el primero de entre los hombres que captó cada una de estas particularidades fue Endimión; de ahí proviene la leyenda de su amor por la luna). Nuestro compositor se limita a recoger la noticia y recrearla literariamente.

Hipperina es el segundo personaje que hace acto de presencia en el relato. De ella tan sólo se destaca una cualidad: su amor por el protagonista. Con su presencia en el texto se crea un triángulo amoroso, no excesivamente desarrollado, a través del cual se proporciona un mayor dramatismo a la narración, hecho más patente en el desenlace, en el cual la enamorada pastora, al ver yacer a su amado en los brazos de la Luna, muere fulminantemente transida por el dolor.

La diosa de la noche, hermana de Febo e hija de Letona, es la tercera persona que interviene en la historia. Su actuación es breve y relativamente pasiva. Se limita a compadecerse de la situación en la que Endimión se encontraba y dar satisfacción a los deseos que le expone su enamorado.

En la recreación concreta que García de la Huerta hace del mito, el autor se manifiesta más en la línea seguida por Gaspar Aguilar que en la propia de Marcelo Díaz Callecerrada. En su versión el racionalismo es la nota más predominante. Su preocupación por la verosimilitud resulta absolutamente evidente (es observable, además de en los detalles que ya hemos destacado -no es Diana quien se enamora del pastor, sino éste, convertido en astrólogo, de aquella...-, en el final de la obra, en el cual Endimión, al no poder soportar vivir apartado de su amada, solicita a Júpiter el sueño eterno, merced que le es concedida por el padre de los dioses). Su poema tiene un corte clasicista, no relacionado totalmente con la ilustración española. Al relato se le confiere un valor en sí, no se le añade ningún tipo de interpretaciones filosóficas, pedagógicas o morales. Su clasicismo se entronca más directamente con el Renacimiento hispánico, hecho que está en perfecta consonancia con la defensa de la tradición autóctona peninsular realizada por él, en contra de los «galoclásicos», en múltiples ocasiones a lo largo de su vida10.





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