El espectáculo cinematográfico en Ávila1
Emilio Carlos García Fernández
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Hablar del paso del mudo al sonoro, desde una óptica claramente local, puede suponer, en un principio, un riesgo por parte del que pretende asumir dicho compromiso, pues la dimensión que siempre se le ha dado a dicho evento atiende más al universo de los centros de producción cinematográficos que a la perspectiva que se obtiene desde un marco definido por su exclusividad receptora.
No obstante, y teniendo presente estas limitaciones, consideramos que ofrecer algunas de las referencias que en muchas ocasiones se escapan a la historiografía más general, puede servir para ir completando las visiones que se vienen ofreciendo del fenómeno cinematográfico, atendiendo más a la dimensión de «espectáculo» que se tiene en ciertas esferas sociales.
Por ello, deseamos ofrecer, en este marco, algunos detalles obtenidos en una investigación que sobre la evolución del espectáculo en Ávila y su provincia hemos finalizado recientemente.
A lo largo de esta década podemos decir que resulta interminable la lista de títulos que programan los empresarios locales, no sólo de films norteamericanos, sino también franceses o alemanes.
Poco a poco, los comentarios de prensa van destacando los nombres de los principales intérpretes de los títulos como elemento fundamental de una difusión más precisa y rentable, publicitariamente hablando. Bien por propia iniciativa, bien a partir de la documentación que les remite el empresario local, los —74→ textos sobre la programación y los estrenos cinematográficos son cada vez más explícitos con el tiempo.
Ahora no llama tanto la atención encontrar referencias al trabajo de William Hart en su película Caballo de Río Jim, a Lillian Gish en Corazones del mundo, Warner Baxter y Colleen Moore en Un alma grande, Norma Talmadge en Secretos, Harold Lloyd en El mimado de la abuela, Casado y con suegra y El hombre mosca, Tom Mix en El monarca de la sierra, Gloria Swanson en Esclava del pasado, y de otros muchos intérpretes como Anna Q. Nilsson, Alice Joyce, Ben Turpin, Frank Mayo, Doris Kenyon y George Lubin, por citar sólo algunos.
En estos años veinte podemos igualmente encontrar títulos un tanto llamativos, como La moderna Dalila (1922), dirigido por Alexander Korda en Austria, los films de Rex Ingram, Los cuatro jinetes del apocalipsis (1921), con Rodolfo Valentino, y El prisionero de Zenda (1922), con Ramón Novarro. Del primero se dijo que «el distinguido público que llenaba la sala quedó complacidísimo de la interesante cinta, cuyos terribles episodios inspirados en la guerra europea culminan en un fin moral». (El Diario de Ávila, 23/III/1927).
Quizá más sorprendentes que estos, sean títulos como el dirigido por Erich Von Stroheim, Esposas frívolas (1922), aunque llamasen más la atención del público las películas de Valentino; inmediatamente se programan El águila negra (1925), dirigida por Clarence Brown, y El hijo del Caíd (1926), por George Fitzmaurice, que sería su último trabajo. También llega El jorobado de Nuestra Señora de París (1923), film en el que Lon Chaney confirma su calidad artística. Se exhibe uno de los títulos más atractivos del cine de aventuras de la época, El capitán Blood (1924), de David Smith, con J. Warren Kerrigan. Tampoco podían faltar algunos de los títulos más espectaculares e interesantes de la época, como Rey de reyes (1926), de Cecil B. DeMille; Alas (1927), de William A. Wellman, y Amanecer (1927), de Friedrich W. Murnau. De este último se dice «que, a juzgar por las referencias que de ella se tienen y por el juicio favorable que de ella unánimemente ha merecido, constituye una maravilla cinematográfica. Se trata del estreno de la producción de la casa Fox, para la cual edificios, accesorios y todo el decorado ha sido construido expresamente. El asunto, sencillo en apariencia, tiene un complicado fondo sicológico, y el interés trágico produce escalofríos. Es una acción fantástica y, al mismo tiempo, real que oscila entre lo dramático y lo cómico, pero que sobre todo es interesante. Interpretan perfectamente George O'Brien, Janet Gaynor y Margaret Livingston» (DA, 1/IV/1929).
Se aprecia en los años finales de la década la llegada, con cierta asiduidad, de títulos recién estrenados en Norteamérica, producciones de los grandes estudios que llegan rápidamente a las salas abulenses, contratadas por los empresarios locales.
—75→Un ejemplo de ello es Camino de Arizona (1927), de John Waters, con un Gary Cooper de veintiséis años, que comenzaba a llamar la atención del público mundial. Otro fue el de Pola Negri, la polaca que abrió el camino a otras grandes actrices europeas en el cine norteamericano de los años veinte y treinta; sus films programados fueron Hotel Imperial y Confesión (ambos de 1927).
El cine italiano continúa enviando sus producciones. Maciste en los infiernos2, es una de ellas, con Bartolomeo Pagano3 al frente del reparto, actor que volverá a repetir en La jaula de los leones4. El cine alemán remite Los Nibelungos (1924), Metrópolis (1927) y Spione (1928), las tres de Fritz Lang, y La montaña sagrada (1926), de Arnold Frank, «hermosa cinta en la que no se sabe qué admirar más: si la intensidad dramática del interesante argumento o la grandiosidad y belleza de los paisajes». (DA, 17/X/1928).
Es un hecho que lo atractivo de los programas hace que el público abulense asista con cierta asiduidad a las salas locales. Los empresarios tienen que colocar en taquilla, muchos días, el cartel «No hay billetes», y la demanda de entradas es elevada al resto de la temporada.
No todo consiste, sin embargo, en la programación masiva de títulos en las salas abulenses. El diario local también recoge otros aspectos del cine que tienen que ver con las aplicaciones técnicas y prácticas del mismo, así como también con un estudio teórico.
Las labores del campo se convierten en objetivo prioritario para las cátedras ambulantes que inauguran en Medina del Campo la correspondiente a la región castellano-leonesa.
En las páginas locales se recogen igualmente las cuestiones que propone solucionar el Primer Congreso Español de Cinematografía.
Las actividades del Cine-club de La Gaceta Literaria también son recogidas por El Diario de Ávila. El texto de Lorenzo G. Iglesias intenta acercar al lector a las nuevas directrices del hecho artístico, y el referente cinematográfico se entiende a partir de esta nueva propuesta que se hace desde el cine-club.
Mientras el lector abulense lee estos textos en su periódico local, como espectador apenas ha podido intuir la transformación que se avecina en el mundo cinematográfico. En Norteamérica se avanza con lentitud y firmeza al mismo tiempo de cara a consolidar el cine sonoro. En Ávila, al igual que en el resto del país, estos cambios apenas no se llegarán a conocer hasta pasados unos años, todo ello debido a la débil estructura industrial sobre la que se sustenta nuestro propio cine.
—77→Mientras en Norteamérica el cine sonoro da sus primeros pasos, a España continúan llegando los films de finales de los años veinte. Así, Gorriones, interpretado por Mary Pickford; El maquinista de La General, de Buster Keaton5 (ambos de 1926); Un caballero de París (1927), interpretado por Adolphe Menjou, y El circo (1928), de Charles Chaplin, son algunos de los títulos exhibidos.
La primera referencia que sobre el cine sonoro aparece en la prensa local se centra en una noticia remitida desde Nueva York y que dice: «El Rey impresiona una película hablada». En el texto citado se lee que «Don Alfonso XIII ha sido el primer soberano que ha impresionado películas habladas. En ésta, que ha causado gran impresión, dice Don Alfonso que España ofrece grandísimos atractivos al turismo y en sus carreteras no hay límites de velocidad». (DA, 14/IX/1928). Queda muy claro, a nuestro entender, que el rey participa como presentador y/o locutor en dicho film realizado sobre España y que no ha sido él quien lo ha realizado.
Si buscamos una referencia concreta sobre la primera exhibición sonora en Ávila, tenemos que esperar algunos meses en el comienzo de la década de los años treinta, aunque, quizá por textos poco precisos, podamos leer tras la exhibición de La copla andaluza (1928), de Ernesto González, que «es una película más, pero algo mejor conseguida que otras [...] muchas canciones, guitarra, flamencos, riñas, pasiones, todo lo típico de la gente cortijera de las cálidas tierras andaluzas, llenas de luz y alegría, aromas y flores.» (DA, 3/I/1930).
Los aparecidos (1927), de José Buchs, y Los claveles de la Virgen (1928), de Florián Rey, son algunos de los títulos españoles que se programan en los primeros meses de 1930. Del segundo, y por quienes lo hicieron se dice:
Los espectadores locales, muestran alguna vez que otra la saturación cinematográfica —78→ en la que se encuentran cuando aceptan de buen grado una actuación de variedades. No obstante, la continua programación no cesa en las salas locales. Cine español y extranjero inundan las pantallas sin descanso. En general, nuestro cine tiene un interesante protagonismo, pues las películas producidas a finales de los años veinte no dejan de proyectarse a los abulenses.
El Teatro Liceo de la calle de Vallespín, el día 12 de junio de 1930, proyecta la «primera película sonora y hablada en español, con arreglo al siguiente reparto: Jotas aragonesas, por Chacón; Viaje a Long Island; Tango «Comparsita», por la orquesta Bohrd; Conchita Piquer, couplés; Elvira de Amaya, couplés; Cuentos, por el popular humorista Ramper. Los precios son módicos (1'50 ptas. y 50 céntimos)». El comentario aparecido al día siguiente de la exhibición dice del film:
El nivel de moralidad que se viene exigiendo para los títulos exhibidos en la capital continúa siendo muy alto; así lo recuerda la polémica suscitada por el redactor de La Voz del Pueblo, que firma como Robespierre, y el presidente de la Juventud Católica Abulense, responsable de la programación del Cinema Juventud.
Las producciones españolas más significativas no dejan de llegar a las pantallas abulenses. Boy (1925), de Benito Perojo, en un nuevo pase, sirve para hacer hincapié en los sacrificios que la empresa del Liceo viene haciendo para traer buenos títulos a la capital. En la misma línea se mantiene con Los aparecidos (1927), de José Buchs, y Los chicos de la escuela (1925), de Florián Rey, entre otros.
Pero a la hora de destacar los esfuerzos particulares que todos los empresarios vienen realizando para incorporar el cine sonoro a sus salas nadie se queda —79→ atrás. El 18 de enero de 1931, la empresa del Teatro Principal inaugura el cine sonoro:
En la misma línea se dice: «El dueño del Liceo, que no repara en sacrificios de ninguna clase, cuando de público se trata, ha concertado un contrato con una importante empresa de Madrid para instalar en su simpático salón el cine sonoro con arreglo a los últimos adelantos. La inauguración se llevará a cabo con la joya universalmente conocida Cuatro de infantería», sonorizada por el sistema «Tobis» (DA, 9 y 20/IV/1931). A este film le seguirán La canción del día (1930), «basada en la obra de Muñoz Seca y Pérez Fernández, con música de Jacinto Guerrero, cuya realización, a cargo de G. B. Samuelson, tiene lugar en estudios londinenses bajo el apoyo financiero tanto de la UFA como de Ulargi Films y en cuyo reparto intervienen, entre otros, Consuelo Valencia, Tino Folgar y Faustino Bretaño», El club de los solteros y la «divertida película hablada y cantada en español que lleva por título Sevilla, en la que se retrata genuinamente el sentir del alma española» (DA, 30/IV/1931).
Son escasas, según van pasando los días, las películas sonoras que se proyectan en la capital. Mientras el equipamiento se va perfeccionando, y por el Principal y el Liceo pasan tres de los títulos premiados por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood con diversos Oscar; se trata de Alas, de William A. Wellman; Amanecer, de Murnau, ambos de 1927, y Trafalgar (1929), de Frank Lloyd, que se proyecta «sincronizada con canciones y efectos sonoros». (DA, 9/V/1931). La empresa del Liceo, no obstante, no deja pasar mucho tiempo antes de «proporcionar al público abulense películas habladas con la corrección precisa y con el grado de sonoridad y fuerza que hoy exige la moderna cinematografía sincronizada» (DA, 23/V/1931).
Y mientras Iván el Terrible fracasa «ruidosamente» en Ávila, «el conocido director cineasta don Diego H. Mangas, representante en la provincia de Ávila de la empresa Star Film, pone en conocimiento de las personas aficionadas al —80→ arte de la pantalla que tienen ocasión de ser contratadas para el extranjero, y una de estas capitales: Londres, París, Berlín, Nueva York, sólo con reunir condiciones fotogénicas. La empresa tiene interés en dar a conocer valores nuevos de esta provincia donde se habla muy bien al castellano». (DA, 24/IX/1931).
Poco a poco la proyección de films sonoros se hace constante; el suministro de las casas distribuidoras es el que marca el ritmo a seguir en este sentido; en los casos que sea obligado el pase de un título mudo, se ameniza la proyección con un concierto de violín y piano. Ávila, no obstante, a finales de 1931 se convierte en ciudad de estreno; según la información de que disponemos, algunos títulos pasan por esta capital antes de ser exhibidos en la Gran Vía Madrileña.
Bajo el título «Una estrella de cine en Ávila», el rotativo local señala que «la Riefenstahl ha venido a Ávila como directora y primera actriz de la compañía alemana cinematográfica que viene a filmar los exteriores de España en colaboración con la gran empresa CEA [...]. La artista quiso examinar sobre el terreno la preparación de los films abulenses. Y oye al Sr. Sánchez Díaz lo que puede proporcionársele en Ávila y en los pueblos de la provincia, y al Sr. Mayoral Fernández las leyendas, las tradiciones, las costumbres típicas que van pasando por conducto de Sabater, intérprete de ambos, como una película». (DA, 10/VII/1934).
En junio de 1934 se inicia una nueva campaña contra la inmoralidad en el cine desde Estados Unidos. La prensa local de estas fechas recoge varias impresiones, tanto a favor de dicha campaña (y calificando precisamente como clave del problema el apoyo que la prensa otorga al cine), como en defensa de los «manifiestos» sobre moral y cine que abundan en este momento.
Es a partir de esta polémica cuando en la prensa local se hace hincapié en los aspectos morales de los films que se exhiben en las salas de la ciudad. Algunos ejemplos pueden ser los que a continuación seleccionamos:
La prensa, independientemente de los consejos que da a sus lectores, no deja de insistir en llamar la atención a las empresas que no actúan correctamente en la difusión del cine que abunde en los temas menos hirientes moralmente. Hay casos en los que se llega a pedir la retirada de cartel del film en cuestión... Incluso se demanda de la autoridad que inicie una campaña contra la pornografía:
En marzo de 1935, la Unión Diocesana de Burgos ofrece un proyecto de ponencia titulado «Sobre la inmoralidad en los espectáculos públicos» al Consejo Central de la Juventud Católica Española. El diario local recoge las conclusiones de esa ponencia, así como algunas de las actuaciones llevadas a cabo en Madrid, para hacer un poco más de fuerza en los ámbitos locales. Todos estos acontecimientos depararán que en todo el país se emprenda una campaña, que se culmina en Semanas contra el cine inmoral.
En Ávila, el acto organizado por la Juventud Femenina de Acción Católica se celebra en el Salón de la Casa Social, e intervienen en el mismo don Aresio González de la Vega, explicando el porqué de la campaña, y don Manuel Herrera Oria, con una conferencia.
Quizá la campaña desatada a lo largo de 1935 se podría sintetizar, para un amplio sector de la sociedad, en las frases que J. Otal destaca en su texto del 26 de abril: «El 'CINE INMORAL' ES ESE ENEMIGO DISFRAZADO, o 'Huid' del cine inmoral (casi todos los 'cines' son inmorales) si sois católicos y estimáis —82→ el alma de vuestros hijos». Un anónimo redactor, en octubre de este mismo año, anima «al católico lector a que, si quiere proceder rectamente y como sus creencias le mandan, nunca debe ir al cine sin estar antes cierto de que la película que va a ser es inofensiva». (DA, 22/X/1935). Sus columnas se presentan como textos de obligada lectura.
Para completar, en cierta medida, la información de carácter social y empresarial ofrecida en las líneas precedentes, deseamos comentar que en este período Manuel Noriega rueda en tierras abulenses Don Quintín el amargao (1925) y Paladium Films Don Quijote de la Mancha (1927), de Lau Lauritzen. Se producen temas de ámbito más provincial, como Santa Teresa de Ávila6 (1926), de los hermanos Beringola, y Ávila y América (1928), de José María Sánchez Bermejo. Las salas de exhibición están en el punto de mira de los abulenses, que obligan a los empresarios a modificar sus costumbres y mejorar las condiciones de los locales. Es una década en la que se abren y cierran salas, existiendo en la capital una media de tres-cuatro a lo largo de la misma.
Quizá se deba entender que tras la anécdota surge, posiblemente, la referencia que confirma algunos pensamientos que se extraen de otros trabajos de investigación. Esta aportación sólo apunta algunos datos que, en su desarrollo, son más completos y explícitos.