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Segunda parte

Caracteres distintivos de los principales idiomas

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- VI -

LENGUAS MONOSILÁBICAS

Chino

     Es la lengua más perfecta y más rica de las que componen la primera clase, y su importante literatura la ha hecho objeto de especial estudio para los europeos. En el presente artículo he procurado exponer las bellezas y caracteres de esta lengua singular con claridad y precisión, para lo cual he tenido presentes las principales obras gramaticales de los sinólogos franceses y alemanes. (11)

     En chino pueden distinguirse: a, dialectos vulgares antiguos y modernos; b, lengua culta moderna; c, lengua literal antigua; d, lengua literal moderna; sus diferencias no afectan esencialmente a la gramática, caracterizándoles algunas formas, modismos, giros, etc.

     Ya hemos visto que sus elementos son invariables, como el pueblo que se sirve de ellos; no hay diferencia entre palabra y raíz; pi, significa igual, igualar, comparar, comparación y comparativamente. Al entrar como miembro de la proposición, pierde su carácter de raíz pura, pasando a ser elemento del discurso; mas [102] en su forma exterior permanece idéntica. En los idiomas de flexión llega la raíz a ser palabra sin necesidad de estar en relación o dependencia: hom deja de ser raíz en homo.

     Donde no hay palabra no puede haber sustantivo ni verbo, y faltando éstos no es posible declinación o conjugación.

     Una lengua sin formas gramaticales parece incapaz de determinar el pensamiento; aquí se muestra la admirable estructura del lenguaje; medios los más sencillos producen resultados increíbles. El orden fijo e invariable que llevan las partes componentes de una proposición nos dice con la mayor seguridad el oficio y significación de cada una, a lo que contribuyen de un modo secundario palabras auxiliares, ritmo y uso, etc.

     El indio, griego, latino y alemán colocan sus palabras en la oración según el valor psicológico de las representaciones que en ellos excitan los objetos; es decir, según el interés; ponemos la palabra más importante allí donde nos parece que llamará más la atención. El romano podía decir patrem diligo o diligo patrem; el neo-latino ha perdido en gran parte esta libertad, y no diría bien al padre amo o le père j'aime; pero padre y père conservan su valor gramatical, distinguiendo el neo-latino entre nominativo y acusativo, porque se refiere a pater, patrem. El chino, que no tuvo jamás la idea de casos, debe valerse de otros medios; hemos dicho ser el orden uno de las principales, el cual en toda proposición es invariablemente el siguiente: sujeto, predicado, objeto, determinante antes del determinado, y regente antes del regido (complemento, objeto, etc.).

     Al concebir un pensamiento le expresamos en una forma gramatical correspondiente a aquella en que le hemos concebido; en la frase filius diligit patrem, da el latino a cada palabra el valor que representa de objeto, predicado y sujeto. La lengua china, careciendo de toda forma gramatical, hace que la imaginación se represente lo que ella no ha expresado.

     La palabra del idioma indo-europeo tiene, aun fuera de la proposición, una forma determinada de sustantivo, verbo, etc.; en chino el elemento del discurso no es por sí sujeto ni predicado, ni sustantivo ni verbo, pero encierra todo lo necesario para serlo en cuanto entre en relación gramatical sin sufrir modificación alguna, [103] si bien solamente conserva tal carácter mientras permanece en esa relación; fuera de ella, vuelve a ser una raíz indeterminada y sin forma. Hyau expresa la idea general de piedad; hyau su si. Piedad (y) obediencia (es): sin so-si pu hyau sun hombre si no piadoso (y) obediente (es).

     Según la regla de colocación, la primera palabra podrá ser atributo, sujeto y verbo, de lo que se origina alguna confusión para el principiante; pero ¿no existen indeterminaciones semejantes en nuestros idiomas? El discurso chino consta de raíces agrupadas de una manera fija, a cuya comprensión contribuye además el uso, que, como en todas las lenguas, est jus et norma loquendi. Conocimientos lexicográficos, familiaridad con el espíritu del pueblo y con la forma que da a sus pensamientos, ponen en estado de comprender una obra literaria. Hay además reglas por las que se determina la significación vaga de las partes del discurso, y hoy se emplean ya palabras de significación general, como partículas para designar las relaciones gramaticales, a manera de nuestras preposiciones.

     El chino apenas puede expresar con una de sus raíces un concepto simple, como nosotros lo hacemos con una sola palabra: leer es para él inconcebible sin objeto que se lea. Varias raíces juntas forman una unidad designando un concepto: tsun hyau tsyei, fidelidad, piedad: kyai fan lin se (lit. calles, callejones, vecindad, casas), vecinos; ni ven vo ta (tú preguntar, yo responder), charlar.

     Dos palabras con diferentes significaciones, en una de las cuales concuerdan, se emplean unidas con la significación común; tao, robar, alcanzar, etc., camino; lu, carro, rocío, etc., camino; tao lu, camino. Este medio es muy usado en la lengua vulgar para especificar la significación. Expresiones concretas con valor opuesto pueden formar unidas abstractos; to, mucho; sao, poco; to-sao, cuantidad. Semejantes son otros compuestos que designan una especie de seres animales, etc., como de hiung, hermano mayor; ti, hermano menor; hiung-ti, hermanos; y los nombres de seres pertenecientes al reino mineral, vegetal y animal, que se forman con el genérico y el específico.

     Ambas palabras tienen a veces significación distinta, y de la [104] composición resulta un concepto nuevo: çiang, conducir; kiun, ejército; çiang-kiun, general; chu, encarnado; sa, arena; chu-sa, cinabrio. Confundiéndose nombre y verbo en un solo elemento, no hay distinción de género, número, personas o tiempos, etc. Varios son los medios de suplir esta falta; algunos de ellos son comunes a otros idiomas. El género se designa por medio de palabras que significan hombre o mujer, etc.; nan-tse, varón niño, hijo, nin-tse, mujer niño, hija (cp. ingl. male, female, y alem. bock; hengst, stute, etc.).

     La repetición de una raíz expresa duración, intensidad o repetición de la acción: en sustantivos, distribución; pi-pi-yen, cerrar fuertemente los ojos; sin-sin, cada hombre (cp. hebreo, îsh-îsh).

     Otro medio de obtener claridad y precisión en esta lengua, en la que por sí todo es indeterminado, son las partículas y circunscripciones: de uso frecuente es ti, que puede colocarse entre el sustantivo y atributo, haciendo las veces de pronombre posesivo, relativo, adjetivo, partículas y adverbios; vo ti ma, mi caballo. Las oraciones se enlazan también por medio de partículas, aunque generalmente la colocación, entonación y ritmo indican muy bien el enlace. El ritmo (en prosa) consiste en que las partes del discurso (sujeto, objeto, etc.) consten del mismo número de raíces. Cada una de estas partes tiene su acento, el cual descansa o sobre la segunda raíz, o sobre la más importante: grupos de cuatro y cinco raíces llevan un acento secundario.

     Para un solo concepto existen a menudo varios grupos y como cada grupo puede constar de dos o más raíces (hasta cinco) (?), resulta una riqueza considerable y gran variedad de estilos. Toda palabra china principia por consonante y termina en vocal simple o con nasal: le faltan algunos de nuestros sonidos, como b, d, r, etc.

     La escritura es ideográfica con elementos fonéticos. En su origen se componía de figuras groseramente dibujadas, que representaban el objeto significado: ideas abstractas y metafísicas se representaban también simbólicamente. Después de varias modificaciones, pasaron las figuras a ser signos con el mismo valor que tenía la imagen de que procedieron; y para evitar la confusión [105] que de semejantes signos debía resultar, se combinaron ambos elementos, el fonético e ideográfico. Ya hemos visto que muchos objetos se designan en chino, uniendo al nombre específico el del género: igual procedimiento se empleó en la escritura.

     En la moderna, muchos signos se componen de dos elementos, uno de los cuales tiene valor fonético solamente, o indica la pronunciación del todo, y el otro expresa el objeto. Estos signos determinativos, fonéticos, están a veces ya compuestos de un monograma y otro signo fonético, pero al entrar en la nueva composición conservan sólo este último valor. (V. apénd. 3º)

     Todo signo ideográfico puede emplearse como fonético, hecha abstracción de su significado; de otro modo sería imposible al chino trascribir palabras extranjeras, lo cual puede hacer en virtud de ese principio: ki-li-sse-tang, cristiano; Ki-li-sse-tang, Cristo; ing ki-li, inglés; las sílabas que forman esas palabras han perdido su valor ideográfico. (12)

     Los signos ascienden a 50.000! de los que el Diccionario Imperial contiene 30.000; mas para el estudio de la filología unos 15.000 son suficientes, y para comprender regularmente la lengua 5.000. El chino es amante de la brevedad, y omite todos los que no sean absolutamente necesarios para la inteligencia del contenido. En obras destinadas al pueblo, sin embargo, se vale de todos los medios mencionados para presentar la construcción gramatical clara y precisa. También puede y sabe variar de estilo según la diversidad de materias, no menos que el escritor europeo.

     La literatura china ha alcanzado un desarrollo superior a la de todos los pueblos no comprendidos en las familias indo-europea y semítica. Dignas de estudio son las producciones de Confucio, quien no prestó entre los chinos menos servicios a la humanidad que Zoroastro y Mahoma entre parsis y árabes idólatras. En muchos puntos se elevaron los chinos sobre los egipcios, no obstante la idea desfavorable que se tiene formada de ese pueblo en cuanto a su cultura intelectual, y de su lengua al parecer extravagante. Una lengua que excitó y sirvió de vehículo a tan elevada civilización; que pudo expresar los sentimientos del individuo como de la nación, y adaptarse a investigaciones profundas y [106] sublimes sobre las relaciones de la vida social, el Ser Supremo, origen de las cosas, etc., que muestra dignamente la finura, gracia, humor y chiste del espíritu moderno, es tanto más digna de estudio cuanto que se la cree más impropia e incapaz de obrar tales portentos.

     El fundador de la filología moderna, cuyo ingenio comprendió de una mirada las bellezas de esta lengua, se expresa sobre ella en estos términos: «La langue chinoise gagne par sa manière simple, hardie et concise de présenter les idées. L' effect qu'elle produit ne vient pas des idées seules, ainsi présentées, mais surtout de la manière dont elle agit sur l'esprit par son système grammatical. En lui imposant un travail méditatif beaucoup plus grand qu'aucune autre langue n'en exige de lui; en l'isolant sur les rapports des idées; en la privant presque de tout secours à peu près machinal; en fondant la construction pres qu'exclusivement sur la suite des idées rangées selon leur qualité déterminative, elle reveille et entretient en lui l'activité qui se porte vers la pensée isolée et l'éloigne de tout ce qui pourrait en varier et embellir l'expression». (13, p. 64)

     La literatura china tiene monumentos que se remontan a cuatro mil años, siendo una de las más ricas del mundo. Apenas hay rama del saber humano en que el chino de los tiempos de barbarie no ensayara su genio: historia, cronología, geografía, política, administración, jurisprudencia, matemáticas, ciencia militar, astronomía, pintura, etc., etc., fueron objeto de sus investigaciones y trabajos. La invención de la imprenta, hecha en China por los años 581 de nuestra era, facilitó la propagación de semejantes obras (existe una historia de la escritura, pintura, etc., en 64 vol. 4.º) por todo el imperio, y su adquisición, en otros puntos tan difícil, a los amantes de las letras. (14)

     La civilización china ejerció siempre una gran influencia sobre los países indo-chinos, y notablemente sobre el Japón. Sus obras históricas ofrecen grande interés; único acaso entre los pueblos civilizados del Asia que no posee mitología, admite solamente aquellos hechos de cuya veracidad puede dar testimonio, y deja en blanco los períodos en que le faltan noticias ciertas. Este desprecio de las tradiciones fabulosas puede atribuirse a falta de [107] imaginación, pero con esto gana en verdad narrativa, don que, por ser raro, es más estimable. (15)

     Son de gran importancia también sus trabajos filosóficos. Por la curiosidad me parece oportuno citar parte de un pasaje tomado del libro titulado Tao-te-king, del filósofo Laot-se, según la traducción dada por de Strauss. En este libro vienen los nombres (igual), hi (poco), vêi (fino), y es opinión de muchos sinólogos notables que juntos corresponden en cuanto al sonido, y hasta cierto punto en cuanto a la significación, al hebreo yehovah. El Sr. de Strauss traduce el pasaje: «Se le mira sin ver (le), su nombre es ; se percibe sin oír (le), su nombre es hi; se le concibe sin alcanzar (le), su nombre es vêi; estos tres no pueden ser comprendidos, por eso se unen y son uno

     Algunas de sus novelas contienen una pintura fiel de las costumbres de la China, y son muy apreciables (17, 19).

     Según aparece de las obras que sobre el estudio de la lengua china y su literatura damos al fin de este libro, Alemania y Francia le han cultivado con mejor éxito. Mención especial merece el francés Estanislao Julien, el mejor sinólogo de Europa, y a quien debemos los trabajos más notables. También los tenemos excelentes de los ingleses; últimamente se ha publicado en Asia una Gramática española-china, mas no tengo noticia de otros trabajos nuestros sobre esta importante literatura, si bien estamos en buenas condiciones para ello.

     Las lenguas indo-chinas o transgangéticas participan, como el chino, del carácter monosilábico. El orden de las partes del discurso, por el cual en éste se determinaba claramente el pensamiento, no se observa en estas lenguas con tanta precisión, y para suplir la falta y evitar en parte la vaguedad en el significado, acuden constantemente a palabras auxiliares, que como elementos extraños a la proposición encadenan la actividad del pensamiento. En chino encontramos el germen de la construcción, y sabe producir con escasos medios grandes efectos, aquí hay sólo una distinción material de significado, y las relaciones gramaticales han sido sofocadas por el demasiado empleo de palabras auxiliares; todo es rudo e inculto en estos idiomas, pero su estudio no carece por completo de importancia; es [108] estudiar el lenguaje en el primer escalón de su desarrollo. (20)

     Pocas lenguas extrañas a nuestra familia ofrecen en su estudio motivos de tan grande interés como la china. Algunas de sus composiciones se remontan a una antigüedad de dos mil años antes de Jesucristo, como las odas de Shi-king, o libro de los cánticos, y sus libros históricos o anales. El estado primitivo e invariable en que se ha conservado esta lengua, las artes, ciencias y política de su pueblo, son de los fenómenos más raros en la historia del género humano; no han tenido lugar en él aquellas revoluciones intelectuales que caracterizan la vida moral de los pueblos. Independiente siempre en sus creaciones e inventos, y original en su principio como en su desarrollo, se ha elevado a un grado de cultura que no tiene semejante en la historia de los pueblos primitivos, y su civilización ha ejercido una poderosa y benéfica influencia sobre las naciones comarcanas. Sólo bajo la opresión odiosa de pueblos superiores por su ilustración y fuerzas, se deja sentir el poder de la cultura moderna entre los chinos.

     Confucio, fundador de su sistema religioso, y filósofo más bien que profeta y maestro de una religión, floreció en el siglo VI antes de Jesucristo; sus escritos y los de sus discípulos son la parte más respetada y estimada de su literatura, en cuya continuación y elaboración han trabajado gran número de talentos sobresalientes posteriores al maestro.

     Los idiomas del Nordeste de Asia se hallan como aislados en la etnología de las lenguas, y se ignora si componen parte de una familia, o si solas hacen una. El más importante de este grupo es el japonés, extendido por las islas que constituyen el imperio de su nombre.

     Es lengua polisilábica y de carácter aglutinante, con otras particularidades que caracterizan la familia tatárica. Su estructura fonética es sencilla, y constan la mayor parte de las sílabas, de una consonante con su vocal respectiva, resultando un compuesto de fácil pronunciación.

     Además del dialecto ordinario, hay otro más antiguo y primitivo, usado en cierta clase de composiciones; y llamado yamato. Parte de la literatura japonesa está escrita en lengua china. Su [109] sistema de escritura es silábico, y los signos han sido formados de los ideogramas chinos, razón por la cual presenta grandes inconvenientes en el uso ordinario.

     La lengua de Corea se separa notablemente del japonés, aunque corresponde al mismo grupo. En algunas lenguas del extremo Norte de Asia parece descubrirse analogía con las de América, y si el parentesco se confirmase, quedaría fuera de duda que los habitantes del nuevo continente pasaron del Asia por el estrecho de Bering. Es de todos modos notable que la filología haya confirmado ya esa hipótesis, que acaso pasará a ser una verdad inconcusa cuando se hayan estudiado mejor esos idiomas. [110]



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- VII -

Lenguas de aglutinación

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- A -

Lenguas de la Polinesia

     Entramos en el horizonte de las lenguas polisilábicas, en las cuales, formación y flexión gramaticales han dado un paso, dejando, sin embargo, mucho que hacer hasta llegar a su completo desarrollo. El carácter material, la tiranía de palabras auxiliares, domina, faltando aún la verdadera síntesis del discurso.

     No han sabido distinguir y caracterizar las partes de la proposición, presentándose el verbo, sustantivo, adverbio, etc., bajo una misma forma; por consiguiente, género, número, tiempo, modos, etc., no reciben signo alguno característico, expresándose estas relaciones por medio de adiciones materiales; así el género, por medio de palabras, como varón, hembra; los números con uno, muchos, etc.

     Mas los elementos del discurso no se componen ya de raíces agrupadas, y sí de raíces variadas por prefijos y sufijos. No se las puede considerar como verdaderas palabras, porque carecen de signos determinados que indiquen su relación con el resto de la frase y la categoría a que pertenecen, pero han dejado de ser puras raíces, viniendo a constituir un término medio entre estos elementos y la palabra.

     Extiéndese esta gran familia desde Madagascar hasta las islas de Resurrección, y desde Nueva-Celanda hasta Sandwich, [111] comprendiendo casi todas las lenguas habladas por los naturales de esos inmensos países. (21)

     Como el nombre que llevan es puramente local, se ha intentado buscar en ellas relación con alguna de las familias conocidas; mas los ensayos han sido infructuosos. En la formación de las palabras, es decir, en aquellos medios por los que la raíz se hace una voz significativa y determinada, se diferencia esencialmente de las lenguas anteriores. El polinesio y malayo propiamente dichos son los más pobres en formas gramaticales de esta especie; el malayo parece constituir el último escalón de la familia, mientras que lenguas pertenecientes al primer grupo (polinesio) poseen una facultad de formación muy vasta.

     Entre las modificaciones que sufre la raíz, se cuentan en primer lugar la reduplicación y repetición; en ésta pueden también cambiarse las vocales; mundan-mandin, holgazanear siempre: gulan-galin, girar con violencia (4). La repetición corrobora el significado, y la reduplicación produce el efecto contrario: guila, imprudente; gaguila, algo imprudente. Vemos que dos procedimientos casi idénticos dan resultados opuestos; cosa que tiene lugar entre nosotros en palabras como algo, bastante, solo, etc.; tiene bastante=mucho; pero ¡has hecho bastante! irónico, muy poco. (22)

     Con medios semejantes no se obtiene variedad de formas gramaticales, verificándose más bien una simple modificación de la raíz. Ésta, aunque de más de una sílaba, tiene significación tan indefinida como la monosilábica del chino; así puede considerársela como un sustantivo abstracto, a la manera que nuestros infinitivos, como el correr, el amar, etc.

     El chino determinaba el valor de las palabras en la oración, colocándolas en un orden fijo, por cuyo medio se despertaba en su imaginación la categoría que a cada una correspondía y que la lengua no expresaba; en estos idiomas el orden no es tan fijo, pero en cambio encontramos otros medios que si bien más groseros y materiales, dan mejores resultados; el más notable es el empleo de prefijos y sufijos, indicado arriba. La significación sustantivo [112] abstracta de la raíz pasa a ser adjetiva o verbal si se la anteponen los prefijos ba o ha (en Dayak); tiroh, sueño; batiroh, dormir; handan, estado de rojo, y bahandan, rojo; karon, cuarto; bakaron o hakaron, tener (un) cuarto; ia batiroh bakahovut, él dormir con cubierta; él duerme cubierto (como se ve, indica posesión). El prefijo ma forma transitivos, cuya pasiva se obtiene por i; rabit, rasgón; ma-rabit, rasgar; irabit, ser rasgado; lank, pescado; ma-lank, pescar. Mampa forma causativos; maku, querer; mampa maku, hacer querer; su pasivo es impa.

     Notables son los prefijos tara y naha; el primero denota que la acción se ha hecho por un error o equivocación, o que se ha ejecutado sin resultado; tara pukul, herir a uno sin querer, o tratar de herirle sin alcanzarle; el segundo significa decir que uno posee la cualidad designada por la palabra a que se antepone; ikau naha-tiroh aku, dices, dormir yo; dices que soy dormidor (cp. aku con ego).

     Lo aplicado aquí a la lengua de Borneo tiene lugar en todas las polinésicas; los prefijos modifican la significación de la raíz, como nosotros lo hacemos por medio de la flexión; pero es una modificación externa y grosera, quedando invariable la forma primitiva de la palabra, la cual, después de recibir cualquier prefijo puede decirse que conserva su naturaleza de sustantivo abstracto, participio o adjetivo; sin embargo, se consigue determinar el pensamiento, porque esos prefijos son muy numerosos, y por lo general con significación fija, como hemos visto en los ejemplos expuestos.

     Los pronombres posesivos en Dayak se expresan por sufijos; ku-nku, mi, nuestro; m, tu, vuestro; e, su, vuestro, juntándose también con proposiciones; así, avi-ku, por mi. La posesión puede expresarse, entre otras maneras, por el pron. de tercera persona e; huma e ama-ku, su casa, mi tío; la casa de mi tío.

     Faltando la cópula y toda determinación personal, temporal o modal, la construcción no puede tener otro carácter que el de una yuxtaposición de palabras sin dependencia o relación de unas con otras; he aquí por qué el sustantivo hace en estas lenguas un papel tan importante. En Dayak, el predicado mismo se hace sustantivo, convirtiéndose su sujeto en genit. regido de él; [113] la cópula es debe suplirse: así kutoh ka-lap-e arut-m, muy su belleza de tu bote; mucha es la belleza de tu bote; tu b. es bello; na-rai tenga-e akam, que (es) sudar a ti? ¿qué te ha dado? Igual carácter toma la construcción pasiva, que llega de este modo a ser ridícula; andi-m handak imukul-ku, tu hermano quiere mi ser herido; quiere ser herido por mí = quiero herir a tu hermano. La materia de que un objeto está hecho se yuxtapone sin dependencia alguna; tisin bulau, anillo (de) oro; huma papan, casa (de) tabla. Vemos aquí una expresión semejante a la de los idiomas germánicos.

     Estos y otros procedimientos de este género modifican sólo la significación, quedando intacta la forma gramatical de la palabra; aun adverbios pueden recibir ese carácter exterior de verbo; paham, muy; mampaham o mamaham, hacer muy; ia mamaham pukul anak-e, él hace muy el golpear de su hijo; él golpea mucho a su hijo. Sería inútil prolongar estas observaciones; lo dicho bastará para formar juicio del carácter de estas lenguas. La falta completa de flexión está suplida por los prefijos y sufijos; en chino veíamos que los elementos del discurso tenían una significación indefinida, la cual sólo llegaba a determinarse en la oración; aquí, medios exteriores verifican esa determinación independientemente del lugar que la palabra ocupa. El chino, viendo en los elementos aislados de su lengua una significación vaga, los combina, porque así se le presentan las ideas; la de leer va para él inseparablemente unida a un objeto, y forma de las dos raíces que las expresan un conjunto, una palabra. Las representaciones del espíritu son aquí esclavas unas de otras, como lo son las palabras en el discurso.

     Las islas en que se hablan estos idiomas están habitadas por dos razas distintas: la una, de color oscuro y cabello lanudo, semejante al de los negros africanos, es más numerosa en las islas del N. de Australia, donde se encuentra unida o mezclada con la otra raza; ocupa el interior de las islas, dejando a aquélla en pacífica posesión de las costas. La segunda raza, de color aceitunado y cabello liso, ocupa las islas situadas al E. y N. O. de Australia, principalmente las costas; habita además parte del continente asiático y la isla de Malaca. Llámase ordinariamente a los [114] habitantes de la raza negra, papúas o negritos, y a los otros malayo-polinesios. Es probable que los de esta última raza emigraran del O. en tiempos pre-históricos, es decir, del Sur del continente asiático, y dirigiéndose hacia el Este, se posesionaron de las islas Sumatra, Java, Borneo, Celebes, etc., aniquilando y rechazando al interior a la raza indígena (negra); de aquí se extendieron por el N., Filipinas, Formosa, Marianas, Nueva-Zelanda, etc.

     De las lenguas de Australia se conocen solamente las habladas por pueblos que habitan cerca de los europeos. Su estudio es importante para examinar la relación que los habitadores de este raro, pero riquísimo país, hayan podido tener con Asia, y aun con Europa.

     Todos los idiomas que comprende esta numerosísima familia pueden incluirse en tres grupos, con varias subdivisiones cada uno.

     I. Lenguas malayas:

     A. Forma más perfecta. -Grupo tagálico: 1º, Tagalo, Bisayo, Pampango, Bicol, Iloca, Ibanayo: lengua zabuana; 2.º, lengua de Formosa; 3.º, lengua de las Marianas; 4º, lengua de Madagascar.

     B. Grupo malayo-javeño (en decadencia de la forma anterior): Malayo, Javeño, lengua de Sonda, Batak, Mankâsarico, Bugis, Dayak o lengua de Borneo.

     II. Lenguas polinesias (forma imperfecta): Samoa, Tonga, Rarotonga, de Nueva Celanda (Maori), Tahití, Havai (islas de Sandwich), de las Marquesas, etc.

     III. Grupo melanesio (forma más imperfecta): de las islas Fitchi, Annatom, Erromango, Tana, Mal-likolo, Maré, Lifu, Bauro, Guadalcanar; lenguas de las Hebrides, Nueva Caledonia, etc. (23, 24, 25)

     Muchas de las lenguas de Australia están entre sí próximamente relacionadas, de la mayor parte no podemos juzgar aún, por las escasas noticias que de ellas tenemos; ¡algunas quizá desaparezcan pronto de la superficie de la tierra con los que las hablan! [115]



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- B -

Lenguas ural-altáicas

     En la inmensa extensión comprendida de E. a O., entre los golfos del Japón y el mar Helado, los montes de Altai, el Ural, Volga hasta Finlandia; y de N. a S., entre el país de Manchu, la Mongolia, Turkestan, Bucaria y Tataria hasta Constantinopla; habitan o viven errantes pueblos cuyas lenguas son comprendidas en una gran familia, con el nombre de ural-altáica o tatárica (no tartárica).

     El material de palabras, cambios que en ellas se originan, y medios de formación varían en cada grupo, más el principio seguido para obtener las diferentes relaciones y significaciones es el mismo entre tungusos, osmanes, mogoles, samoyedos, finlandeses y magiares.

     La estructura gramatical de los idiomas aquí pertenecientes presenta una progresión ascendente a partir de E. a O.; el Manchu, dialecto del Tunguso es el último escalón, mientras que la lengua de los finlandeses llega en su perfección al punto de podérsela comparar con las lenguas de flexión, y aun pudiera a veces considerársela como una de ellas; en toda la familia precede la palabra regida a la regente, por lo tanto no hay preposiciones, haciendo sus veces las posposiciones. Son, sin duda, las lenguas más sonoras del globo; en todas existen reglas eufónicas para evitar el concurso de vocales y consonantes desagradables, lo cual consiguen con admirable éxito; pero quien las dio una belleza externa tan encantadora, creyó que ella les bastaba, y no se cuidó de adornarlas con la que por estar menos expuesta a la influencia de agentes exteriores es más duradera y apreciable: la interna. Siendo tan diferente el desarrollo que estos idiomas han alcanzado, haremos breves observaciones sobre algunos, a fin de comprender mejor su naturaleza y estructura. La raíz tiene una significación determinada; todas sus modificaciones y relaciones [116] se expresan por medio de sufijos, que muchas veces se unen a ella mediante notables cambios fonéticos: del mismo modo que en las lenguas indo-europeas, tienen lugar aquí, asimilación e identificación de las consonantes finales de la raíz, con las iniciales del sufijo. Pero caracteriza y domina la estructura de estas lenguas otro principio, que afecta exclusivamente a las vocales, según el cual: -La vocal del sufijo debe estar en armonía con las de la raíz a que va unida.

     Esta ley es general a toda la familia, pero aquí la expondremos tal cual se verifica en el Yakut. Tiene éste ocho vocales, que pueden ser largas o breves: a, ae; o, oe; i, y, u, ü. La y con pronunciación oscura-gutural es propia de las lenguas tatáricas y eslavas. Estas vocales se dividen primero en dos clases, las cuales, a su vez, se subdividen en otras dos, alternando para formar dos grupos: primero, graves, a, ae, o, oe; y ligeras, i, y, u, ü; segundo, fuertes, a, o, i, u; y débiles, ae, oe, y, ü. Pueden presentarse así:

     Si la primera vocal de la raíz es fuerte, lo serán también las vocales siguientes de la misma palabra; si es débil, serán débiles, mas como estas dos clases pueden ser graves o ligeras, para que estén en armonía las cuatro divisiones, se ha establecido, como segunda parte de la ley, que a toda vocal fuerte-grave siga, o la misma vocal, o una fuerte -ligera; y a toda fuerte-ligera seguirá también, o la misma, o alguna de las fuertes-graves. Igual aplicación se hace de las débiles. [117]

     Pero esta ley tiene aún otros límites, que determinan la relación entre graves y ligeras, del modo siguiente:

              después de a sigue y después de u sigue a
     »     »    ae   »    i      »       »   y    »    a
     »     »    o     »    u      »       »   ae   »    ü

     Los sufijos no tienen vocal determinada, sino que la reciben conforme a la de la raíz; la terminación del plur. es 1-r=lar, lir, lor, etc.; ajalar, padres; aesaelaer, osos; ojolor, niños; turco, qapy-lar, puertas; kedi, gato; kediler, gatos; qash, qashym, mi ceja; qol, brazo; qolum, mi brazo; el, mano; elim, mi mano; de la raíz sev inf. sevmeq, amar; de, yaz inf. yaz-mak, escribir.

     No se hace en todas las lenguas de la familia igual división de vocales, ni siempre se observa la regla de armonía con exactitud, pero el principio según el que se emplean es en todas idéntico y donde se sigue la ley es el sufijo, riguroso esclavo de la raíz en cuanto al uso de vocales. Para evitar el concurso de consonantes ásperas, o impropias de las vocales precedentes, tienen lugar en aquéllas algunos cambios eufónicos; en turco se dice sevmeq, pero yaz-mak.

     La flexión se verifica por medio de sufijos, que se añaden a la raíz invariable; no hay fusión entre los dos elementos, que se presentan yuxtapuestos, de modo que al unirlos o separarlos, no cambia la forma exterior de ninguno. Por medio de sufijos colocados de este modo se obtienen numerosos derivados en el verbo, correspondientes a nuestros pasivo, reflexivo, causativo, recíproco, y otros desconocidos en las demás familias, inclusa la indo-europea, como el cooperativo, properativo, incoativo, etc. Del yakut asa, comer; asatim, alimentar; asatala-tim, dar de comer a muchos; asa-bakta, apresurarse a comer, etc. Los casos, en el nombre, modos, personas y tiempos, en el verbo, se expresan de un modo semejante. La forma primitiva o raíz aparece generalmente en la segunda persona del imperativo, aunque no es raro encontrarla en el nombre. El sujeto y atributo se presentan en yakut bajo esta forma, quedando el último comúnmente invariable, [118] como el predicado; dziae ürdük, casa alta = la casa es alta. En esta lengua se hace uso muy frecuente del sustantivo, acaso porque el verbo no tiene aún el carácter que le corresponde, como en los idiomas indo-europeos.

     Éstos no consienten en la oración elemento alguno que no vaya caracterizado con un signo distintivo, y que indique su oficio en ella; aquella, poseyendo ocho casos, emplea la forma fundamental o raíz, como sujeto, atributo, predicado, y aun objeto; u, agua; u is-tim, agua he bebido, o en acus. u-nu-istim. En vakut se busca sólo ser comprendido, omitiendo todo aquello que no sea absolutamente necesario para ese fin; si la pluralidad va expresada por algún numeral, omite el signo del plural; el indo-europeo muestra un sentimiento más fino, al dar a todas las partes del discurso un signo que les caracterice, sin excluir el nominativo.

     En yakut, el adjetivo se acerca más al sustantivo que al verbo, pudiendo muchas veces ser traducido sustantiva o adjetivamente; propiamente hablando, sustantivo y adjetivo son idénticos; anari, sueño o somnoliento; bai, riqueza o rico. Desde luego se comprende la preponderancia del sustantivo en la proposición; porque las cualidades se designarán por medio de sustantivos; sujeto y predicado son dos formas nominales colocadas una al lado de la otra sin cópula y sin relación de ningún género; por la colocación podrase sólo distinguir el predicado del atributo; ütüae kisi, buen hombre; kisi ütuae = el hombre (es) bueno; min adarin buol-lar, yo juventud mía fuese si (si fuese) = si yo fuese joven.

     Además de pronombres personales, hay en las lenguas ural-altáicas posesivos que indican la relación de lo poseído al poseedor, de la parte para con el todo, del continente al contenido, etc., Yak., min akha-m, yo, padre mío, mi padre.

     De estos pronombres deriva el yakut otros, con los cuales forma los tiempos finitos, y se llaman afijos verbales o de predicado. [119]

     Ambas clases de pronombres reconocen el mismo origen, pues su diferencia es muy pequeña; mas con la adición de estos sufijos no recibe la forma primitiva un carácter verdaderamente verbal, quedando esencialmente el mismo sustantivo o adjetivo.

     Esa forma prolongada del pronombre, y algunos cambios de consonantes, son los únicos caracteres distintivos del verbo en yakut. Vemos que esta lengua no caracteriza suficientemente las partes de la proposición, siendo la más importante (verbo) una de las más perjudicadas; el sustantivo ejerce un predominio extraordinario, y a él se añaden o yuxtaponen toda clase de sufijos, con los que se procura designar las relaciones gramaticales. Otros idiomas de la familia han alcanzado un grado más elevado de perfección en su desarrollo gramatical.

     El grupo turco comprende uno de ellos, que es el turco propiamente dicho, u osmanly; divídese este grupo en gran número de dialectos, muy poco diferentes unos de otros. La lengua literal ha tomado muchos elementos árabes y persas, desconocidos en su mayor parte al vulgo; mas por su estructura gramatical y riqueza en formas, ocupa un lugar muy preferente entre toda la familia ural-altáica.

     Careciendo de escritura propia, se valen (turcos y persas) de la árabe; la elección es impropia, porque el escaso número de vocales dificulta la realización de la ley de armonía: para suplir en parte la falta dan a cada signo vocal dos o más valores. Esta ley, [120] por otra parte, no se observa en turco tan escrupulosamente como en yakut y algunos otros dialectos, porque sus vocales no están divididas con la misma regularidad. Con el alfabeto tomaron de la misma lengua los otros signos ortográficos de la escritura.

     Hay en turco una sola declinación y conjugación, cuyas terminaciones son sufijos yuxtapuestos a la raíz invariable, como en yakut; los pequeños cambios eufónicos que en sus consonantes finales tienen lugar al unirse con el sufijo, no hacen variar esencialmente su forma; de manera que después de la unión queda un todo compuesto de partes distintas. qitab, libro; qitab-en, del libro; qitab-dan, en el libro; qitab-lar, los libros; qitab-lar-dan, en los libros; kush, pájaro; kush-un, del pájaro; kush-dan, en el pájaro; dil, lengua; dil-de (loc.), en la lengua; dil-ler-in, de las lenguas, etc.

     El mismo carácter tienen los pronombres personales y posesivos, los cuales siguen la declinación de los sustantivos.

     Aun el turco no hace verdadera distinción entre nombre y verbo; y sin embargo, por yuxtaposición y combinación de sufijos reciben algunos de sus verbos más de treinta formas, y recibieran todos ese número si su significación lo permitiese; algunas de estas formas harán ver claramente lo que es aglutinación. Las vocales del sufijo sabemos que varían en conformidad con las de la raíz; aquí daremos las correspondientes a la raíz sev; el suf. me, forma negativos; eme, imposibles; dir, transitivos; il, pasivos; in, reflexivos; ish, recíprocos; infin. sev-meq, amar.

     A. Negat. Sev-me-meq, no amar.

     Impos. Sev-eme-meq, no poder amar.

     B. Transit. Sev-dir-meq, hacer amar.

     Trans. neg. Sev-dir-me-meq, no hacer amar.

     Trans. impos. Sev-dir-eme-meq, no poder hacer amar.

     Trans. recipr. Sev.dir-ish-meq, hacer amarse mutuamente.

     Trans. recipr. neg. Sev-dir-ish-me-meq, no hacerse amar mutuamente.

     C. Pasivo. Sev-il-meq, ser amado.

     Pas. neg. Sev-il-me-meq, no ser amado, etc., etc.

     Del mismo modo se obtendrían las formas del refl. y recíproco [121] con sus combinaciones en los tiempos y modos correspondientes. Las terminaciones personales son pronombres afijos casi idénticos a los personales absolutos, sev-er-i-m, yo amo, lit. yo estoy amando, (m. pron., primera pers.), sev-er-sen, tú amas (estás amando); (sen, pron., segunda pers., sing., empleado como auxiliar, del mismo modo que el hebreo hu y árabe hua, hum.) sever-ler, ellos aman; (ler, terminación de plur. en el nombre).

     El turco tiene cópula, y esto le distingue notablemente de los idiomas anteriores y de otros tatáricos que, carecen de ese elemento importante de la oración.

     La mayor parte de los dialectos pertenecientes al grupo finlandés han adquirido gramaticalmente un grado de desarrollo, que puede compararse con la estructura gramatical del turco, o la aventajan. El finlandés propiamente dicho, está sobre toda la familia; los elementos de flexión se unen estrechamente para formar uno solo, siguiendo, en general, los procedimientos empleados en los idiomas indo-europeos. Se observa la tendencia a terminar la palabra en vocal; húngaro hal, finl. kala, pescado; ung. kez, finl. kaesi, mano; ung. el, f. elae, vivir.

     Distingue quince casos: el nominativo sin terminación característica (como en todos o la mayor parte de estos idiomas); siete con terminación simple, y los demás, compuesta de una de las anteriores y otra. Esta distinción material de formas no hace la lengua más rica ni más bella.

     Toda la familia puede dividirse en cinco grupos, con gran número de dialectos o lenguas, del modo siguiente:

     I. Tungusos. -Al E. de la Siberia; son conocidos por la tribu manchu, que desde 1644 ocupa el trono de la China; es el grupo más sencillo y menos desarrollado. (26)

     II. Mogoles. -Los mogoles del E., nómadas que habitan el desierto de Gobí; los buryakos, a las orillas del Baikal; kalmukos, o mogoles del O. en las desembocaduras del Wolga y en la Mongolia. Esta lengua se acerca, por su sencillez en la estructura gramatical, al manchú; en la conjugación no distingue personas ni números. (27, 28)

     III. Turcos. -Con numerosas ramificaciones:

     1.º Turco, propiamente dicho, con varios dialectos, de los que [122] el de Constantinopla es la lengua oficial del imperio otomano. (29, 30)

     2.º Chagatai, al que pertenecen: uigurico, osbeco, turco-mano, chagatai propiamente dicho en Turkestan, Jiwa, Bukara, Balk, etc., y tataros rusos (en Kasan).

     3.º Línea tatárica propiamente dicha: nogayo, kirgiso karatchaico, sibérico al O. y S. de la Siberia, y separados del resto los yakutos, a las orillas del Lena y mar helado en el N. de Asia. (31, 32, 33)

     IV. Samoyedos. -Ocupan las orillas del mar helado, desde el mar Blanco o Arcángel, hasta el Lena, y al S. desde el territorio Yenissei hasta el Altai. (34, 35)

     V. Finlandeses. -El tránsito del grupo anterior a éste son los ostyakos, en el Ob, y los vogules, en la cordillera del Ural; los siryaenos, en el gobierno de Arcángel; perinios y votyakos en los que llevan su nombre; varias tribus están separadas de la familia, como los cheremisos, mordvinos, etc. en Kasan, Nowgorod, Saratow, etc. (36, 37, 38)

     Los lapones, que ocupan gran parte de la península Escandinavia hasta Drontheim, pertenecen también a la familia.

     Los finlandeses, de cuya lengua hemos hablado, han dado nombre a un grupo; poseen un poema épico nacional, que puede compararse con los grandes poemas indios, persas, griegos y latinos. Por último, aislados de toda la familia, y formando como una isla lingüística en medio de Europa, se encuentran los magiares o húngaros, cuya lengua ha tomado muchos elementos extraños de los idiomas germánicos y eslavos, consecuencia necesaria de su posición topográfica.

     He aquí las lenguas principales que constituyen esta numerosísima familia, la segunda en extensión de todas las esparcidas por la superficie de la tierra. La importancia de algunas para la historia, filosofía y otros ramos del saber, las ha hecho acreedoras a estudios especiales, habiendo visto la luz pública en Alemania, Rusia y Francia notables trabajos gramaticales y lexicográficos, con textos originales, acompañados de traducciones o comentarios. No encontramos aquí sistemas religiosos tan acabados como el del indio, ni menos filosóficos, producto de las meditaciones [123] profundas de una generación de sabios; pero la sencillez no es inferior a la sublimidad en mérito, y sus diferentes producciones nos mostrarán uno de los caminos que puede seguir la inteligencia en su desarrollo; ¡éste es el estudio más digno del hombre!

     La historia, por otra parte, puede enriquecer sus páginas con los datos sacados de las literaturas de estas lenguas, alguna de las cuales, como el turco, poseen obras históricas muy apreciables.



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- C -

Lenguas de América. -Mejicano

     Los idiomas del nuevo continente siguen, en sus formaciones o flexión, un principio semejante al que hemos observado en la familia anterior. Las particularidades que les caracterizan son, sin embargo, tan notables, que muchos filólogos hacen de ellos una clase especial, con el nombre de lenguas de interpolación o intercalación. Estudiaremos algunos de sus caracteres en el mejicano. En muchas partes de su gramática es más perfecta que las lenguas consideradas hasta ahora. Vemos al chino pobre en formas y medios que indiquen las relaciones gramaticales, o por mejor decir, con falta absoluta de todo esto; pero en cambio puro y preciso en la dicción, debido al orden invariable en que coloca sus palabras. En birmanés y siamés encontramos sufijos que varían la forma exterior de la palabra; pero no hacen en ésta distinción de categorías; nombre y verbo se confunden; y no habiendo establecido un orden fijo, según el que deban colocarse los elementos de la proposición, carecen de la pureza y precisión que constituyen el mejor adorno del chino. Las lenguas de la Polinesia no supieron evitar la indeterminación, porque no distinguieron las categorías de nombre y verbo, las ural-altáicas son ricas en formas, pero no hay en ellas verdadera diferencia entre palabra y raíz; al contrario, en mejicano reciben los sustantivos y muchos adjetivos una terminación fija, que les caracteriza como tales; teo-tl, Dios, de la raíz teo. Al entrar en composición pierden [124] esa terminación, del mismo modo que en semejantes casos tiene lugar en nuestros idiomas.

     No se entiende en mejicano por composición la unión de varios elementos para formar una palabra, que es el fin principal de este procedimiento en nuestros idiomas; para el mejicano es el medio por el que se unen las partes de la proposición para expresar sus relaciones gramaticales. De este modo las partes de la oración se enlazan mutuamente hasta formar un compuesto, cuyos miembros son inseparables. La flexión del verbo se verifica por pronombres personales que se prefijen al tema verbal: ni-nemi, yo vivo-, ti-nemî, nosotros vivimos; ti-nemi, tú vives; an-nemî, vosotros vivis; nemi, él vive; nemî, ellos viven.

     El objeto se coloca entre el prefijo y el tema: naka-tl, carne: kwa, comer; ni-naka-kwa, yo carne como (yo como carne); el sustantivo -objeto- tenía como palabra independiente, una terminación característica -tl- que pierde al entrar a formar parte de la proposición, y lo mismo sucedió al prefijo, porque los pronombres personales absolutos son distintos de dichos prefijos; a saber:

     Ejemplo: nê-o-ni-k-tsiuh, yo he, yo lo hecho, -yo lo he hecho. El adjetivo con el verbo recibe significación adverbial: yektli, bueno; ti-yek-nemi, tú vives bien.

     El mejicano emplea también partículas que determinen más el pensamiento, cuando el objeto va después del verbo; entre éste y el prefijo pronominal se coloca un pronombre que le represente; k, a él, ello; ni-k-miktia se totolin -yo lo mato un gallo, = yo mato un gallo. (Lo mismo tiene lugar en siriaco; se dice -bajó a [125] ella a la ciudad, por bajó a la ciudad; -dijo a ellos- a los discípulos, etc.)

     El mejicano, como el chino, piensa en todo verbo un objeto y si no le tiene expreso, le representa por te, alguno, o tla, algo; te-miktia, matar a alguno; ni-tla-kwa, yo algo como; tla-miktia, mato algo, = un animal.

     Otros sufijos forman nombres y verbos derivados, con significaciones muy variadas; lia indica utilidad o perjuicio, dativus commodi o detrimenti; ni-k-tsiwi-lia in no piltsin se kalli, yo la hago para mi hijo una casa.

     Otro medio de derivación es la reduplicación, que pueden llevar sustantivos, adjetivos y verbos. Por ella reciben éstos significaciones muy variadas, aunque en general denota aumento, sea en cantidad, cualidad, etc.; ni-papaki, estoy muy alegre; kokotona, cortar en muchos pedazos.

     Se emplea también en el plur. del nombre, lo que hace suponer que en algún tiempo fue único signo para indicar ese número, al que posteriormente se añadió un sufijo: pil-li, caballero; plural, pi-pil-tin; teo-tl, Dios; plur. te-teô.

     Los sufijos y prefijos del mejicano tienen un carácter que los distingue de los de las lenguas monosilábicas, polinesias y ural-altáicas; en estos idiomas afectan sólo a la significación material de la palabra, dejando su forma invariable; aquí, por el contrario, el tema lleva siempre un sufijo característico (en el nombre), que se pierde al añadir el del plural; mas los sufijos que forman nombres o verbos derivados se conservan aún con el signo del plural, colocándose éste después: is-tli, rostro, nakas-tli, oído; isé, nakas-ê, -dotado de rostro o de oído, = prudente; pl. isê-ke, nakasè-kê.

     Mas lo que el mejicano ha ganado en la palabra y su determinación, lo pierde en la frase; ésta no es otra cosa que una palabra compuesta, de manera que no merece el nombre de proposición. Ya hemos visto la unión íntima que tiene lugar entre el prefijo y la palabra, y como el objeto se intercala entre el prefijo y el verbo, formando, por consiguiente, una voz compuesta.

     En la flexión de éste observamos semejanza con la de los idiomas polinesios y ural-altáicos; la tercera pers. sing. no lleva signo [126] característico; el plur. se forma como en el nombre, y éste puede recibir los prefijos verbales; todo lo cual prueba que el llamado verbo es más bien un participio: ni-nemi, yo viviente: así como nè ni-tlatlakoani, yo, yo pecador; ni-kwalli, yo bueno (soy bueno); ti-kwalli, tú (eres) bueno; ti-kwaltin, nosotros (somos) buenos; kwaltin (ellos son) buenos.

     Como los prefijos verbales se unen con los objetivos, así pueden preceder a los posesivos: ni-mo-piltsin, yo tu hijo (soy); ni-te-tlakauh, yo (de) alguno esclavo (soy). El prefijo verbal se une al interrogativo tlein, qué; tlein-ti-k-neki, ¿que tú lo quieres? = ¿qué quieres? El mejicano, pues, forma nombres, pero no verdaderos verbos.

     La composición tiene un sentido mucho más lato que entre nosotros, como puede verse por algunos ejemplos: ome-yolloa, dudan, de ome, dos, y yolloa, corazón; naka-tsatsa-tl, sordo, de nakastli, oído; y tsatsi, gritar.

     Los medios de derivación son muy numerosos, y hacen variar la significación extraordinariamente: nombres de verbos, sustantivos de adjetivos, y viceversa; formas verbales, causativo, pasivo, etc., se encuentran en mejicano como en nuestros idiomas, aunque sin perder completamente el carácter de incorporación: mati, saber: con el reflex. ni-no-mati, pienso, = yo me (lo) sé; ni-no-weimati, = yo me sé grande, = me tengo por, etc.

     En estas observaciones sobre el mejicano tenemos un diseño, aunque incompleto, de las lenguas americanas; en la formación y distinción de categorías, como en la construcción, siguen todas el mismo método.

     El material de sonidos es muy diferente, siendo también distinto el uso que hacen de sus elementos para precisar más el pensamiento. De las más perfectas es la lengua de Groenlandia; carece de prefijos, y obtiene sus variadas derivaciones de nombres de acción, agente, instrumento, abstractos, de tiempo y lugar, etc., por medio de sufijos: inaq, echarse a dormir; inaq-poq, se echa a dormir; inaq-fia, tiempo y lugar en que va a la cama; qingmeq, perro; qingmeq-suaq, perro grande. Del mismo modo añade al verbo sufijos, que significan: estar a punto de, sucesivamente, cesación, pasado, apresurarse, querer, no querer, habilidad, [127] maldad (de carácter), bondad, exclusión (solamente, etc.), repetición, duración continua, probabilidad, causa, prohibición o impedimento (op. al causativo), etc., etc. Encontramos de nuevo una distinción material de formas, que, produciendo confusión, no embellecen la lengua. En general tiene el groenlandés algunas ventajas sobre el mejicano en la composición y flexión; pero ni distingue la 3.ª pers. sing. del verbo por signo alguno característico, ni posee cópula; el plural en el verbo se forma del mismo modo que en el nombre, resultando la preponderancia de éste en la oración, como hemos visto en los idiomas anteriores.

     Algunas lenguas del Norte América establecen una marcada diferencia entre seres inanimados y vivientes, como si quisieran distinguir el género; pero como no llegaron a comprender ni su naturaleza ni su importancia, no hicieron la verdadera distinción. Para terminar este artículo damos aquí un cuadro de las principales lenguas del Nuevo Continente.

     I. América del Norte:

     l.º Los esquimales en el Labrador, al O. en Makencia, Atna y en la península Melville, etc.; en Groenlandia, los karalitas. (41)

     2.º En la América rusa, la lengua de los kenai, kachak y koloshos. (43)

     3.º Atapasco, desde el N. de los Estados Unidos hasta el país de los esquimales. (39, 40)

     4.º Las lenguas tahkali, umkva, a las orillas O. de los ríos Fraser y Oregón hasta Nueva-California.

     5.º Las lenguas de los algonquines, desde Terra-Nova hasta el cabo Hatteras (en el mar Atlántico), y desde la bahía de Hudson, Mississippi, hasta el río Cumberland. (42)

     6.º Lenguas de los iroqueses; seis pueblos entre el Ohio y los grandes lagos Erie, Ontario, etc.; los sénecas, mohauks, onondagos, oneidas, cayugas y tuskaroras.

     7.º Dakotah, varias tribus entre el Missouri y el Mississippi.

     8.º Lenguas de la tribu Apalache, al O. del Missouri, en Arkansas, hasta los golfos de Méjico; pertenecen aquí los chiroqueses, chokta, etc. La lengua de los chiroqueses es notable, por ser la única lengua de América que posee escritura propia, inventada por un indio llamado Sequoyah; consta de 85 signos. Desde su invención [128] se desarrolló la civilización europea entre el pueblo, y han aparecido en su lengua varias obras y revistas, publicándose también periódicos (cheroku-messenger, cher. phoenix), etc.

     9.º Lenguas del país del Oregón y de las montañas, en gran número (cerca de 100 !?), de las que muchas no están en relación con las demás.

     II. América central:

     1.º Mejicano o azteco. (44)

     2.º Otomi, en California.

     3.º Mixteca y Zapoteca, en Oajaca.

     4.º Tarasca y Pirinda, en el Michuagan.

     5.º Pima y Tarahumara, en Sonora. (45)

     6.º Totanaca y Tlapaneca, en Veracruz y Puebla.

     7.º Huasteca, en Tamaulipa.

     8.º Matlazinga, en el valle Toluca, etc.

     9.º Maya y Kachiquel, en Yucatán y Guatemala.

     III. América del Sur:

     1.º Lenguas de los guaranos, otomacos y de otros pueblos que habitaban primitivamente las pequeñas Antillas, y luego las orillas del Orinoco, en Venezuela, y las montañas de Guayana.

     2.º Lengua quichua, en el Perú, que lo fue de estado bajo la dominación de los Incas; con la aymara en Bolivia, en el N. de la Plata y Sur del Perú. (V. apénd. 3.º, 47)

     3.º Lenguas del Brasil, desde La Plata hasta Venezuela y Nueva Granada. Entre sus numerosas tribus son las más notables, Tupi y Bahía: los guarani, en Paraguay, Uruguay y La Plata; los omagua, a las orillas del Amazonas, Orinoco, hasta Venezuela y Nueva-Granada (V. Martius).

     4.º Lenguas payagua, guayacuru, en Paraguay, Bolivia y La Plata.

     5.º Lengua araucana, de los indígenas de Chile, cuyas hazañas cantó tan bellamente Ercilla, con la de los Puelche, igualmente en Chile, Patagonia y S. de La Plata, y la de los Tehuelhet en Patagonia.

     6.º Lenguas de las Islas del Fuego.

     La antigua escritura iconográfica que cubre las paredes de muchas ruinas mejicanas nos es hoy tan desconocida, como hace [129] medio siglo la que adorna los palacios de Persépolis, Nínive y los muros de Babel. Su desciframiento quedará un enigma insoluble, porque no sólo falta toda clave, pero aun los ejemplares de antiguos códices mejicanos son rarísimos. Y sin embargo, un ligero apoyo que recibiera la ciencia bastaría para abrir el camino al deseado desciframiento. ¿Vendrán nuevos descubrimientos a realizar esta esperanza lisonjera? Quizá de un gobierno más ilustrado que el que rige los destinos de la Nueva-España! Muchos puntos oscuros de la historia de estos pueblos se nos aclararían, y entre ellos el de su origen. La filología ha probado la relación de las lenguas del N. O. de América con las del N. E. de Asia (46), cosa que hace fácilmente suponer una emigración de esta parte por el estrecho de Behering, Kuriles, etc.

     También nos es desconocida la escritura quichua, no obstante que algunos indios la comprenden (?). En ella están escritos los anales de la historia antigua del Perú; pero sobre los sistemas de escritura hablaremos en otro artículo. [130]



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- VIII -

LENGUAS DE FLEXIÓN

Egipcio.-Jeroglíficos

     Hemos trazado rápidamente los caracteres distintivos más universales de las lenguas sin flexión; en ellas encontramos la palabra sin forma determinada, y las raíces verbales y nominales confundidas. Algunas poseen el germen de formación y flexión con elementos suficientes a desarrollarlas, pero faltó en el pueblo el espíritu que lo realizase, el cual, incapaz de hacer el uso debido de esos elementos, los empleó como medios materiales para distinguir la significación, sin imprimir un carácter distintivo a las partes del discurso, ni determinar con precisión sus diferentes funciones, lo que constituye el principio vital de las lenguas. El chino aprovechó muy bien sus escasos medios; pero con un idioma que carece por completo de formas gramaticales, no pudo expresar la dependencia o relación entre sus elementos de otro modo que por la colocación, entonación, agrupamiento de raíces y ritmo.

     Estaba reservada a la inteligencia y espíritu de los pueblos indo-europeo y semita la creación de verdaderas formas gramaticales, y el empleo de los elementos de su lengua para realizar la flexión. Significación y relación se encuentran aquí inseparablemente unidas, porque los elementos que las designan se han fundido en una sola palabra; la flexibilidad de estas lenguas está en armonía con la libertad del pensamiento, y la facilidad con [131] que sus sonidos pueden modificarse lo está con el progreso de las inteligencias.

     En las lenguas de aglutinación veíamos los prefijos y sufijos puramente yuxtapuestos, verificándose para eso algún cambio fonético que exigía la pronunciación; todo se manifestaba rudo y sin pulimento, como si faltase la última mano del artista. Aquí un sentimiento fino, dirigido por la inteligencia, preside a todas las formaciones y modificaciones del lenguaje. Una lengua de aglutinación añadiría a la palabra tupt-ont los signos característicos de sus distintas formas, sin realizar en ella cambio alguno, y tendríamos nom. tuptonts, fem. tuptontsa, neut. tuptont; al indo-europeo es insoportable esa acumulación y rudeza de sonidos, y establece una ley, según la cual, solamente ciertas consonantes pueden terminar una palabra; en su consecuencia, t s son suprimidas, y para compensar su pérdida se prolonga la vocal precedente; sólo el género neutro queda privado de esa compensación simbólica; así nos resulta: túptôn, tuptóusa, tupton. Iguales observaciones pudiéramos hacer sobre todas las formas. Mayor es la diferencia en el verbo, alma de la proposición; allí es un cuerpo muerto, al que sin modificación alguna se juntan las terminaciones o partículas de derivación; aquí es un ser con vida, al que se adhieren los elementos de flexión, como para expresar simbólicamente las relaciones gramaticales, mediante ciertos cambios verificados en la raíz; así de legô, logos; y de lip, leipô, élipon, leloipa; de la raíz goda, grip; pres. greipa, pret. graip; part. pret. gripans; alem. greifen, grif, gegrifen; hebr. kâtal, kôtel, katûl, etc.

     Semitas e indo-europeos son los pueblos de la historia y civilización, de la que son portadores sus idiomas; mas dichos pueblos están en continuo cambio de progreso y decaimiento intelectual, por lo que las lenguas varían como el instrumento en manos del artista.

     El ínfimo individuo de esta clase es el

Egipcio.

     Debemos distinguir en él tres variedades, manifestadas en otras tantas épocas o períodos; la lengua antigua o de los jeroglíficos; [132] la demótica, cuyas producciones literarias se remontan al siglo séptimo antes de J. C., y la kóptica, usada por los cristianos egipcios, con la escritura griega. El principio que siguen en su formación es idéntico en las tres, y su diferencia está sólo en la riqueza y variedad de formas. (10, pág. 232)

     No hace distinción entre tema y raíz, añadiéndose inmediatamente a ésta los sufijos, que designan la relación gramatical; siendo de notar que a veces entra la raíz pura a formar parte de la proposición, es decir, sin signo característico de una categoría, por lo cual una misma raíz puede servir de tema verbal y nominal, anh significa vida, vivir, viviente; slel, orar, oración; hmam, calentarse, calor; demot. seji, escribir, escritura.

     Un signo que caracterice los temas distinguiendo los nominales de los verbales, no existe, y sólo el uso los determina; así vemos en las tres variedades o dialectos adjetivos y aun sustantivos, con el carácter de raíces; demot. as, viejo; aa o ai, grande; jem (kopt. sem) pequeño, poco, etc. Entre sufijo y raíz no existe la relación íntima que en nuestros idiomas, conservando ambos elementos cierta independencia, que obra naturalmente sobre la forma del pensamiento. Mas, no obstante estas imperfecciones, el egipcio se elevó sobre el polinesio y americano, porque comprendiendo claramente la naturaleza de las relaciones de predicado, atributo y objeto, supo expresarlas por medio de formas gramaticales correspondientes.

     La raíz, precedida del artículo (pe masc. sing., cuya e se suprime antes de vocal), se convierte en sustantivo; emi, saber; pemi, el saber. El adjetivo atributivo va después del sust.: pe majtaa, la entraña grande. Un sustantivo en relación de genitivo se coloca después del regente sin signo alguno; pe si pe re, el hijo del sol. En demot. se coloca el predicado como raíz después del sujeto o antes: hedz-ti av, corazón mío (es) puro; pero meti hedz-ti, contento (está) mi corazón.

     La relación de atributo puede indicarse por la partícula en: pe jem en uans, el pequeño (que) lobo; kopt., jo kui en tebt, el pequeño (que) pescado; este mismo en es relativo, y sirve también de preposición.

     Hasta aquí vemos al egipcio casi en la misma esfera que al chino, [133] donde la partícula ti hace un papel semejante al del en, kóptico y demótico. Si pasamos al nombre, encontramos un carácter completamente diferente; el egipcio hace distinción formal del género; es decir, por flexión o terminación añadida a la palabra misma; y ésta es la línea que separa los idiomas anteriores de los que vamos a considerar; línea que separa también el espíritu de sus pueblos. Por medio de esa distinción puede la fantasía dar por un momento vida a todos los seres, y aun personificarlos, atribuyéndoles una existencia común; puede manifestar sus concepciones con todo el valor estético que tienen en el espíritu, designándoles, según la impresión que en él hayan causado, indicando su fuerza, debilidad, etc. Otra ventaja que se obtiene por la distinción de género es el poder verificar la concordancia, que se funda en él, y sin la que no existe verdadera cópula; las relaciones de atributo y predicado salen del estado de indeterminación en que las hemos visto hasta ahora, y el discurso recibe una luz que penetra y vivifica todo el lenguaje. Como se designa de diferente modo en nombre y verbo, tenemos en esto también otro medio de separación entre esas dos partes importantes del discurso.

     El género fem. en el nombre se expresa por la adición t a la raíz; en los pronombres y artículo expresan p y f el masc.; t y s el fem. sing., siendo el plur. común; en lo primero se muestra más la analogía del egipcio con los idiomas semíticos.

     Las terminaciones en el verbo se designan por medio de afijos personales; son:

[134]

     Esta forma tiene significación de pres. y de pretérito; ta, dar.; tai, doy, he dado; tak, tat, has dado; taf, tas, él, ella, ha dado; tau, ellos, ellas han dado.

     Otros tiempos con significación pasada se forman anteponiendo a la raíz verbal el verbo sustantivo a, ser, con los sufijos personales; a-f-ti ha dado; y entre el auxiliar y el verbo puede colocarse el sujeto: a-ra-i mee, ser mi boca llena = mi boca está llena. Otras palabras auxiliares sirven para designar el futuro, subjuntivo, optat. negativo, etc.; un subj. forma el relativo enta con el sufijo personal: enta-i-ma, que yo vea; enta-f-dza, que diga (en los idiomas semíticos, neo-latinos y germánicos, tiene la conjunción que un oficio semejante).

     El tema (raíz) puro es el infinitivo; la lengua antigua formó de él un participio, añadiéndole el signo de 3ª pers. sing. o plur., masc. o fem.

     Los afijos personales, colocados después del tema verbal o del sufijo que éste lleve, designan el acus.: ran, nombre; ran-i, yo nombro o mi nombre; ran-i-k, te nombro; ta- i-s, yo la doy.

     De notar es el empleo de algunas palabras que significan miembros del cuerpo, en lugar de pronombres pers.; así, ra, cara: tat, mano; rat, pie; dzo, cabeza; se dice: su boca, por a él o le, etc., yendo acompañados de los sufijos pronominales f, k, etc.; un fenómeno semejante tiene lugar en hebreo.

     El egipcio posee varios verbos que emplea como auxiliares; a es propio del demot., mientras que pu lo es del demot., y kopto (pu, fem. tu, plur., nau; kopt. pe, te, ne, es propiamente un demostrativo), empleándose aún con pron. de la 1.ª y 2.ª pers.; entak pu salata, tu este Salata = tú eres S. (construcción puramente semítica).

     Vemos, pues, que el egipcio es pobre en formas, pero éstas en su sencillez son capaces de expresar todas las relaciones gramaticales indispensables, sin emplear medios materiales, que oscurecen el pensamiento, como hemos observado en las lenguas ural-altáicas y americanas.

     En conformidad con los tres períodos que nos presenta el idioma, existen también varias clases de escritura: la jeroglífica (hieroglyfiké), la hierática (hieratiké) y la epistolográfica (epistolografiké), [135] llamada por Herodoto dêmotiká, y conocida en los monumentos egipcios con el nombre de enjôria.

     En el artículo XVI trataremos extensamente de los sistemas de escritura, su origen, desenvolvimiento y propagación entre los pueblos.

     En Egipto, de la escritura jeroglífica nació con el tiempo la hierática, llamada así por emplearla los sacerdotes en su literatura, después que el pueblo principió a usar exclusivamente la demótica. Esa procedencia no es mera suposición, es un hecho; porque comparando cuidadosamente los signos de ambas escrituras, se observa muy a menudo su semejanza, o por lo menos que se corresponden. La hierática se nos ha conservado también en los monumentos más antiguos del Egipto. La epistolográfica se deriva a su vez de la hierática, pero en ella los signos conservan muy poco de su figura primitiva, siendo inferiores en número y más sencillos; existen monumentos en esta escritura del siglo VII, antes de Jesucristo, generalmente en papirus, y como excepción en la piedra roseta, que, como veremos después, ha servido de base al desciframiento.

     Con el cristianismo se introdujo la literatura eclesiástica griega en Egipto, y del alfabeto de esa lengua, aumentado con seis signos de la escritura hierática, se formó otro llamado kóptico o kopto.

Desciframiento.

     Entre las conquistas que forman la brillante corona de la filología moderna debe contarse como una de las principales el desciframiento de los jeroglíficos, de los que por completo se había perdido la noticia.

     La gloria de que se cubrieron los primeros egiptólogos Champollion, Young, Lepsius y Brugsch, no puede, sin embargo, compararse con la que adquirieron los persistas y asiriólogos Grotefend, Burnouf, Rask y Oppert; pero unos y otros tuvieron que vencer inmensas dificultades antes de obtener el primer resultado de sus penosas investigaciones. El enigma está resuelto, y por los antiquísimos documentos literarios conservados en las inscripciones sabemos con certeza el grado de cultura a que llegaron [136] los egipcios, su posición con respecto a los demás pueblos del África, Asia y aun Europa, así como la grandeza y antigüedad de sus monumentos, el desciframiento de cuyas inscripciones ha dado a los restos de los antigüedades egipcias un valor inapreciable. Los ilustrados gobiernos de Europa han recogido en sus museos las piedras en que se hallan grabados algunos de esos signos, como joyas que añaden nuevo brillo a su corona. Con razón podemos hoy decir que el desciframiento de las inscripciones cuneiformes y de los jeroglíficos debe mirarse como uno de los grandes descubrimientos del siglo XIX. La historia del Oriente, cuya memoria se creía olvidada para siempre, ha sido reconstruida con las piedras que por espacio de dos mil años la conservaban fieles en su seno, para despertar en el corazón del hombre ingrato su recuerdo.

     Al frente de la atrevida empresa que se proponía nada menos que hacer hablar a los muertos, vemos al inglés Thomas Young, señalando y determinando el camino recto para arribar al feliz éxito en el desciframiento; síguele bajo mejores auspicios el joven francés J. Fr. Champollion, levantándose luego con armas poderosas los alemanes Lepsius y Brugsch. Un acontecimiento tan importante exige algunos pormenores.

     La piedra de Roseta, encontrada en Egipto durante la expedición de Napoleón, 1799, con su texto trilingüe dio el primer impulso y esperanza al desciframiento. Contenía en escritura jeroglífica-demótica y griega un decreto en favor del rey Ptolomeo Epifanes, compuesto por los sacerdotes en el año noveno de su reinado. Admitiose, luego de leído el texto griego, que las otras dos escrituras de la piedra expresaban lo mismo, y reconociendo la importancia de la invención, se hicieron copias; en 1803 publicó por primera vez el texto la sociedad de antigüedades de Londres. El jeroglífico estaba incompleto, y los sabios europeos hubieron de dirigir su atención al demótico para tener una base sobre que fundar el desciframiento de aquél. El insigne orientalista de Sacy hizo el primer ensayo, quien publicó sus resultados en su carta al ministro francés del Interior. Distinguió algunos grupos que contenían los nombres propios Ptolomeo, Arsinoe, Alejandro, etc. Más adelante fue el diplomático sueco Akerblad quien en su escrito [137] de 1802 determinó el valor fonético de varios signos, por medio de los nombres propios, la mayor parte de los cuales resultaron verdaderos; reconoció también algunas cifras numéricas en los jeroglíficos. Los años siguientes vieron muy pocos progresos, y los trabajos publicados sobre la materia apenas merecen especial mención. Alguna importancia tuvo el de Quatremère, y por el gran material reunido, la Description de l'Egypte 1809-13, que fue como el fruto literario de la expedición napoleónica.

     En 1819 llamó de nuevo la atención hacia estas importantes investigaciones el Dr. Th. Young con un artículo que apareció como suplemento a la Encyclopedia Británica. Young aplicó al texto jeroglífico los descubrimientos hechos por Akerblad en el demótico, probando que los signos contenidos dentro de las casillas de aquél correspondían a los ya conocidos de los nombres propios del demótico. Formó de esta manera un pequeño alfabeto jeroglífico, y aplicó los signos descubiertos al desciframiento de nuevos nombres propios. El método era excelente; el ensayo fue ejecutado con ingenio y talento, pero los resultados sólo podían ser correspondientes a un ensayo; leyó varios nombres falsamente, y el valor que dio a muchos signos no fue comprobado en lo sucesivo.

     Champollion, que ya jamás abandonó sus estudios sobre el Egipto, publicó en 1821 una memoria sobre la escritura, y otro trabajo más notable al año siguiente, en el que estableció un alfabeto, obtenido también por medio de los nombres propios. A sus descubrimientos añadió el mérito de simplificar y hacer más seguro el método seguido por Young.

     El inglés Bankes había traído de Egipto un obelisco con su pedestal, que contenía una inscripción bilingüe, jeroglífica y griega; en el mismo año de 1824 publicó el texto doble. El griego contenía una carta del sacerdote de Isis a Ptolomeo Evergetes II, a su hermana Kleopatra y su esposa (del mismo nombre). Champollion supuso que en el texto jeroglífico se hallarían esos nombres, y leyó efectivamente Ptolemaios, ya descifrado en la roseta. Luego pudo leer también Kleopatra, fundado en las cuatro letras que tiene iguales en Ptolemaios, dos de ellas repetidas alternativamente; con esto se aseguró de haber leído bien ambos, y determinó [138] el valor de once letras, que aplicadas a los nombres Berenice, Alexandros, etc., se aumentaron considerablemente con nuevos descubrimientos.

     Las investigaciones habían recibido una base firme; teníase ya un punto de apoyo, y el desciframiento caminaba sobre algo más que puras hipótesis.

     Hasta entonces habíase creído que los signos jeroglíficos tenían valor fonético solamente en los nombres propios, y fuera de ellos siempre ideográfico. Champollion demostró, en su escrito de 1824, que el valor obtenido por medio de los nombres propios podía aplicarse a cualquier grupo en que el jeroglífico se encontrase. En la gramática publicada después de su muerte explicó el sistema de escritura, y expuso los principios fundamentales de la lengua, comprobándolos con numerosos ejemplos tomados de diversas inscripciones. (48)

     Lepsius metodizó y aclaró los descubrimientos de Champollion dividiendo en varias clases los 232 signos que éste había determinado, y limitando el valor fonético a 34 jeroglíficos. Por este tiempo vemos ya a gran número de sabios europeos tomar parte activa en el desciframiento. Leemans, director del Museo de Antigüedades en Leiden, publicó en varios trabajos el fruto de sus investigaciones, hechas principalmente en París y Londres. (49)

     El inglés Sam. Sharpe enriquecía los materiales con bellas publicaciones, mientras que Rosellini nos daba a conocer los monumentos y su contenido, o lo que en ellos podría encontrarse. (50)

     Lepsius llamaba no menos la atención con varias obras, habiendo adquirido preciosas noticias en el terreno de la arqueología, durante su permanencia en Roma. En el mismo año de 1842 partió al frente de una expedición de egiptólogos a Londres, y desde allí a Alejandría. A su vuelta publicó sus resultados en una serie de escritos, que arrojaron nueva luz sobre la historia y antigüedades del célebre país de las pirámides.

     Tomó luego a su cargo la dirección de la Revista de antigüedades egipcias, fundada por Brugsch, en la que ambos investigadores escribieron algunas de sus notables producciones. (51)

     Este último publicó como estudiante sus primeros escritos, que llamaron la atención del Rey de Prusia y de los sabios de Europa, [139] quienes en lo sucesivo protegieron sus empresas y la publicación de sus obras. Habiendo terminado sus estudios y visitado los principales museos en que se conservaban algunos monumentos del Egipto, emprendió, a costa del rey Guillermo IV, un viaje a este país. De vuelta a Europa, siguió el ejemplo de Lepsius, y sus obras no son menos importantes que las de aquel ingenioso lingüista. Aunque en ellas comprendió todos los ramos que ofrecen las antigüedades del Egipto, dirigió especial atención al demótico, por ser menos conocido, rectificando y aumentando considerablemente los descubrimientos de Young, Champollion y Lepsius. (52, 53, 54, 55, 56, 57)

     En Francia vemos renacer de nuevo el celo por un estudio al que ella dio el primer impulso, pero que largo tiempo había abandonado en manos de ingleses y alemanes. Rogué trabajaba con entusiasmo en el desciframiento, y entre sus numerosos y útiles escritos, gran parte publicados en la Révue archéolog., merecen especial mención su Mémoire sur la statuette naophose, etc., 1851; Notice d'un manuscript égyptien en écriture hiératique, 1852; un trabajo sobre el ritual de funerales, 1860; la traducción de un poema sobre las victorias de Ramsés II, y en 1867-68 varios trabajos gramaticales y lexicográficos; M. de Rogué ha desempeñado desde 1860 la cátedra de filología egipcia con grandes resultados. (58)

     Otros amantes y admiradores del Egipto han hecho accesibles a todos los nuevos descubrimientos con sus traducciones y explicaciones de los textos ya publicados. Pero los materiales no se han agotado, y tardarán mucho tiempo en agotarse; los museos de Europa y del mismo Egipto encierran gran número de documentos poco conocidos o completamente ignorados, y otros nuevos llegan a enriquecer las colecciones. El decreto bilingüe de Canopus ha venido posteriormente a comprobar la rectitud y veracidad de los procedimientos seguidos en la lectura y explicación de los jeroglíficos egipcios. (59, 60)

     Entre los descubrimientos científico-literarios del siglo XIX, es el que al presente nos ocupa uno de los más ricos en resultados; desde la piedra roseta hasta el decreto canopus encontramos un gran número de monumentos históricos, que contienen noticias [140] nuevas o conocidas por fuentes poco veraces; de modo que la lectura de los jeroglíficos ha añadido una página gloriosa a la historia de la humanidad. Teníase antes una lista de reyes, y por medio de los jeroglíficos les hemos podido colocar en orden cronológico aprendiendo a la vez parte de sus hazañas.

     La invasión de los pastores era un caos que ponía confusión en toda la historia del Egipto; esa confusión ha desaparecido en parte con los jeroglíficos, y no está lejos el tiempo en que se desvanecerá por completo la niebla que cubría los acontecimientos notables de esa época, y aparecerán triunfantes los libertadores del pueblo. Después de Ahmés I, uno de ellos, se aumentan los materiales, y los trabajos de los comentadores Birch, de Rogué, Mariette, Lepsius y Brugsch nos abrirán las páginas cerradas de este período interesante. Las grandes hazañas y atrevidas empresas de Ramsés II y III han salido del olvido, pudiendo ser narradas en nuestras cátedras al lado de las de Alejandro y César. Los reyes de la célebre Tebas, cuya dominación se extendió por todo el Egipto, nos cuentan sus hechos y victorias en los monumentos que hicieron levantar al pie del monte Barkal, y la tumba de Apis ha conservado un documento que nos da noticias acerca de los últimos años de la dinastía etiópica.

     No son menos interesantes los datos que sacamos de las inscripciones para la historia de los Ptolomeos.

     El decreto de Canopus, descubierto por Lepsius en Tanis, ha relegado casi al olvido la importante inscripción de la piedra roseta, que lo fue fundamental de la egiptología. En este decreto, después de celebrar las victorias y beneficios de Evergetes I, proponen los sacerdotes la reforma del calendario.

     Los últimos descubrimientos se refieren a los Faraones. Sus nombres han sido fijados con seguridad, y las inscripciones han confirmado los datos de Herodoto.

     La historia del Egipto ha salido, pues, del estado semifabuloso en que por espacio de tantos siglos se hallaba envuelta, y ha sido enriquecida con preciosas y brillantes páginas, que se aumentarán en lo sucesivo. [141]



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- IX -

Lenguas semíticas

Árabe

     Entramos en el terreno de la familia de Sem, de los patriarcas, de la historia y de la civilización; familia que en otro tiempo dirigió los destinos de los hombres, o ejerció una influencia decisiva en su suerte. Los rayos de su ciencia penetraron en todos los ángulos de la tierra, la voz de sus maestros se dejaba oír en remotas regiones; sus legisladores han dado leyes a todos los pueblos; los cantos de sus poetas traspasaron los mares, y sus escritores todos viven y vivirán llenos de gloria en la memoria de las naciones; como los oasis del desierto son siempre dulces y agradables al cansado viajero, que apaga en ellos la sed de su inteligencia y tranquiliza las tormentas de su espíritu. Las obras inmortales de Calderón, Shakespeare, Goethe y Schiller no han oscurecido ni hecho olvidar los sublimes himnos y elegías de los pastores de Israel, o las amorosas y tiernas quejas de los poetas de la Arabia. El semita, pueblo religioso por excelencia, bebía sus bellos y grandiosos pensamientos en las fuentes que emanan de la Divinidad, por lo que sus producciones serán siempre amenas a la imaginación despreocupada, y suave alimento a la inteligencia. La vida era para él un tránsito; Yehovah-Allah llenaba su corazón, el cual manifestaba sus sentimientos de una manera conforme, y digna del sublime objeto que le ocupaba y dominaba por completo. [142]

     Los pueblos semíticos se han opuesto siempre a admitir elementos de fuera en su civilización y costumbres, participando las lenguas del mismo carácter. Algunas han adquirido un desarrollo considerable, pero utilizando sus propios materiales. De aquí el que los dialectos conserven entre sí mayor relación que en ninguna otra familia conocida. Sin pararnos a examinar la cuestión de antigüedad, pasaremos desde luego a determinar sus principales caracteres.

     Estos idiomas son, sin duda alguna, de los más antiguos entre todos los estudiados hasta hoy. No encontramos en ellos otros elementos extraños que los empleados para designar objetos o descubrimientos modernos, mientras que las demás lenguas han tomado de ellos, por lo menos, nombres propios de personas, lugares y pueblos.

     Como tronco de la familia puede considerarse el hebreo, en el que existen muchas de las raíces más antiguas. Síguele el arameo (siriaco y caldeo), el árabe, notable por el grado de desarrollo que ha alcanzado, conservándose puro y libre de toda mezcla, y el etíope. El samaritano y fenicio pertenecieron también a la familia, habiendo hallado los filólogos modernos un miembro perdido en el asirio, y en breve tiempo podremos acaso incorporarle otro, el pehlevi.

     Uno de los caracteres que más distinguen a estas lenguas es el de ser sus raíces trilíteras o de tres letras (con pocas excepciones); en árabe, además, trisílabas; de dos sílabas en hebreo, y en arameo, monosílabas: raíces con cuatro consonantes resultan por reduplicación, intercalación o adición de letras, como r, n, s; zalzala, chamhara, se han formado, el primero por reduplicación, el segundo por intercalación.

     Entre sus sonidos, que son veintinueve, o sólo veintiocho según otros, predominan los aspirados y guturales; h (aspir.), a, j; a'in, ghain (gut.), k, (gut.): son igualmente ricas en dentales, t, d, dz, th (enfática), dh (enfát.), z; en cambio el árabe carece del sonido importante p. Que el sistema fonético, o de sonidos de estas lenguas, sea incompatible con la armonía, lo dirá solamente aquel que les considera y juzga bajo el punto de vista subjetivo europeo, y desde su gabinete; su buena pronunciación es imposible, cuando [143] los órganos han adquirido un hábito fijo. Todos los idiomas semíticos tienen reglas eufónicas, por las cuales evitan escrupulosamente el encuentro de consonantes desagradables y de vocales hetereogéneas, en lo que especialmente se distingue el árabe, que no admite sonidos como tutu, tla, con una consonante repetida en principio de dicción, ni aun en medio, como en madida, donde diría madda, pronunciando una sola d fuerte; ni consiente combinaciones, como en ralasa, larasa, nalasa, etc.; también en la combinación de sonidos árabes ha tenido parte el sentimiento y la armonía, en unión con la razón.

     En la manera de tratar sus vocales, muestran los semitas un sentimiento aun mucho más fino; la prolongación de una de ellas tiene por consecuencia la abreviación u omisión de otra en la misma palabra: hebr., de kattêl, hace kattaltá, por kattêl-ta; de hiktîl, hiktálta; de dâbár, d'bârím y dibrêkém (la i es eufónica por d'b'rêkêm.

     El sistema de escritura semítico guarda completa analogía con el carácter de las lenguas. Las consonantes se escriben independientes de las vocales, que se colocan sobre o debajo de aquéllas, y a placer pueden omitirse, sin que por eso sufra o varíe la significación de la palabra. La consonante es para el semita como la materia, el elemento químico, cuyo principio vivificador es la vocal, que organiza aquel elemento informe. Las consonantes designan lo material del pensamiento de una manera indefinida; las vocales especifican esa significación general e indeterminada a una representación, a una idea; a las consonantes pertenece la significación; a las vocales, la relación gramatical; ktl expresa la idea de matar, pero sin determinación de forma; las vocales vienen a especificar la categoría de la palabra, sacando a ese elemento del estado de raíz; aram., ktal; hebr., katal; árab., katala, han recibido una significación determinada, -mató, -dejando de ser raíz. Según esto, la terc. pers. sing. masc. del pret., no lo es, como de ordinario se afirma; pues esa persona supone y tiene una significación concreta, que es incompatible con la idea y naturaleza de raíz; ésta se compone, en los idiomas semíticos, solamente de consonantes.

     La raíz indo-europea aparece bajo la forma que le dan las vocales, [144] aunque con significación indefinida; la semítica es un esqueleto informe, cuyo principio de vida está en la vocal, y al unírsele ésta, queda determinado su valor; por eso la flexión semítica se verifica en gran parte por cambios internos de la forma, es decir, de las vocales; y sus prefijos, afijos y sufijos están formados generalmente por las consonantes más ligeras, como h, y, m, n, l, s, t, k (en pronombre las dos últimas).

     El sistema de escritura de los idiomas semíticos es de tal naturaleza, que parece ser más propio el escribir sin signos vocales, expresando gráficamente sólo las consonantes, y omitiendo, además de las vocales, todo otro signo ortográfico; éste es el procedimiento seguido, sin excepción alguna, durante muchos siglos después de la invención de la escritura, en la cual entonces sólo había signos para las consonantes. Y como las vocales son de origen posterior, ya no llegaron jamás a tener la importancia que en los alfabetos indo-europeos, ni se las aplicó como parte integrante e inseparable de los demás signos del alfabeto, y si más bien como medio para fijar la lectura de ciertos libros que tenían especial valor entre el pueblo, y fuera de esos libros, que son los religiosos o sagrados, no se ha hecho uso, hasta nuestros días, de dichos signos vocales y demás ortográficos, sino es en casos muy especiales y cuando el escrito tiene un fin determinado, como el de la enseñanza escolar, por ejemplo.

     Por testimonios muy respetables, cuya enumeración no es de este lugar, nos consta que en hebreo no se tenía la menor noticia de signos vocales y ortográficos hasta fines del siglo V, y hasta el VII no sabemos que existiesen; de modo que, examinado bien todo lo que sabemos acerca del origen de estos signos, podemos asegurar que su invención no se hizo de una vez, o que, inventados, se fueron admitiendo gradualmente desde el siglo VII al X. Es probable que en siriaco se usasen antes que en ningún otro dialecto semítico, y que en hebreo y árabe comenzasen casi simultáneamente; en etíope debieron inventarse las vocales con las consonantes, porque siendo la escritura silábica, aquéllas van siempre acompañadas de una vocal; y para que ésta deje de pronunciarse se necesita un signo expreso. La naturaleza de este escrito no me permite extenderme en estas observaciones. Consúltese [145] sobre la materia la excelente introducción que acompaña a la Gramática hebrea del Dr. Braun. (61)

     El punto de partida para la conjugación es la tercera persona masc. singl. del pretér., y no el infinit., como en nuestros idiomas. En la conjugación del verbo distingue también el semita los tres géneros, y a nuestros dos números añade el dual, número que sirve para designar dos solos objetos.

     Pasemos a determinar a unos caracteres en el árabe, que, con pequeñas diferencias, muchos son comunes a toda la familia. En todos los idiomas que la componen, menos el etíope y asirio, se lee en la dirección de derecha a izquierda; en los dos mencionados se procede en la lectura como en español, etc. De las tres vocales que, como hemos visto, lleva la 3.ª pers. del pretérito, la 2ª determina la naturaleza del verbo y su significación transitiva o intransitiva; verbos con a la tienen generalmente transitiva; katala, matar; qataba, escribir.

     Con i o u intransit.: farijha, se alegró; hasuna, fue bello; kabujha, fue feo. La vocal de la primera consonante radical es también característica; a designa el activo, u caracteriza el pasivo, siendo en éste la segunda siempre i; qutiba, fue escrito. La tercera vocal caracteriza los modos: u el indicativo, a el subjuntivo, y la falta de esta vocal indica el yusivo o condicional; yaktulu, matará, mata; liyaktula, para que mate; in-yaktul, si mata.

     Las lenguas semíticas distinguen sólo dos tiempos: pretérito e imperfecto o futuro, sin atribuir a ninguno la significación de pasado, presente o futuro. El semita no considera el tiempo con relación a sí mismo, subjetivamente, sino con relación a la acción, que para él es completamente acabada o no realizada.

     Entre las primeras comprende todo lo acontecido en una época pasada, o cuyas consecuencias aún duran, o que se está verificando, y aún acciones futuras, que habiendo de tener lugar seguramente, considera como ejecutadas.

     Acciones que se concluyen en el momento son para el semita ya pasadas; te doy, te bendigo, lo expresa en perfecto.

     Como no ejecutadas considera las acciones futuras, comprendiendo aquí lo duradero, repetido y eterno; pero mandatos, promesas, profecías, puede expresarles en perfecto. [146]

     En absoluto sólo son posibles esas dos divisiones del tiempo, y las designadas por el plusquamperfecto y futuro anterior, etc., proceden del contexto y relaciones gramaticales; para determinar estos tiempos secundarios se emplean en las lenguas semíticas partículas y construcciones que no dejan duda acerca del correspondiente en las nuestras. El perfecto hebreo puede recibir significación de futuro si le acompaña el prefijo ve o u, katálta, has matado; ve-kataltá, matarás; el árabe tiene también semejantes partículas, que hacen variar el valor de los tiempos; lam-yaqtub, no ha escrito; pero yaqtubu, escribirá; in-yaqtub, si escribe. En hebreo se verifica a veces con dicho prefijo un cambio simbólico en las vocales: yebârêq, bendecirá; va-yebâreq, bendijo. La conjugación tiene lugar por medio de sufijos personales en el pretérito, a los que se juntan en el futuro prefijos. Estos dos elementos de la flexión verbal se unen estrechamente a la raíz o tema, porque, o carecen de vocal propia y necesitan de su apoyo, o si la tienen, la última consonante de la raíz va sin ella; heb., kâtlâ, ella mató; kâtlû, ellos mataron; kâtalta, tu mataste; yaktôl, mata él; taktôl, tú matas; ketaltêm, vosotros matáis; árabe, katalat, ella mató; kataltu, yo maté; yaktulu, él matará; taktulûna, vosotros mataréis, etc.

     Los pronombres objetivos son también afijos sin existencia independiente fuera de la palabra; hebr., katalti-hu, le he matado; árabe, taraqtuqum, os he dejado; uahabta-hum, les has regalado; qatabtuha, la he escrito.

     En los idiomas semíticos siguen todos los verbos una misma conjugación, pero la forma primitiva, como katal o qataba se modifica de varios modos, y con ella la significación. La lengua se enriquece de este modo considerablemente, valiéndose de sus propios materiales; los cambios que sufre la significación están en armonía con los fonéticos, que se verifican en el tema verbal.

     Consideraremos brevemente estas formas derivadas en el árabe. La reduplicación de la segunda consonante radical denota intensidad cualitativa o cuantitativamemte; a veces cambia la significación intransitiva en transitiva; -dharaba, herir; dharraba, golpear fuertemente; a'lima, saber; a'llama, enseñar; qasara, romper; [147] qassara, romper en muchos pedazos; hebr., lamad, aprender; limmed, enseñar.

     La prolongación de la primera vocal designa esfuerzo, aspiración, ensayo, competencia, etc.; katala, matar; kâtala, tratar de matar, combatir; qataba, escribir; qâtaba, escribir a otro (cp. el lat., cado y caedo, y alem., fallen-faellen). En otras formas derivadas entran los sufijos y prefijos como elemento principal. El prefijo a, que hace perder al tema su vocal primera, denota causa; kabala, recibir; akbala, presentar; qaruma, ser honrado; aqrama, honrar.

     El prefijo ta con reduplicación de la segunda consonante radical forma pasivos (generalmente de la primera forma indicada arriba), y reflexivos, denotando a veces el estado en que uno se encuentra; taa'l-lama, ser enseñado; taqassara, romperse. El mismo prefijo con prolongación de la primera vocal radical forma recíprocos; taqâtabû, se escribieron.

     Colocado después de la primera consonante del tema con el prefijo alif, forma también pasivos; irtaa'da, ser aterrado; iqtasara, ser roto; este prefijo, y reduplicada la tercera consonante radical, expresa faltas corporales, deformidad y colores; içfarra, ser amarillo; ijhmarra, ser rojo. El prefijo ista designa petición, deseo, tener a uno por ...; istajbara, pedir informes; istaghfara, pedir perdón; istakal-la, tener por miserable. La etimología de este prefijo se explica de diferentes maneras. Existen en árabe otras formas derivadas menos importantes, hasta quince, y las indicadas tienen significaciones muy variadas; el etíope forma muchas más combinaciones, pero el hebreo y arameo son más pobres.

     Pasemos al nombre, considerado por la mayor parte de los gramáticos árabes como dependiente y derivado del verbo. Con las mismas radicales que éste, lleva generalmente algún prefijo o afijo de derivación, caracterizándole además las vocales. El verbo activo árabe tiene invariablemente las formas katala, katula, katila; hebreo: katal, katol, katel; arameo: ketal, ketel, ketol; el pasivo del primero kutila, y las derivadas tienen sus prefijos distintivos (hebreo y arameo carecen de forma especial para el pasivo). En todos los dialectos semíticos los prefijos principalmente [148] usados en la derivación del nombre son: t, m, a, i; los afijos t, n, i, â. Distinguen dos géneros, masculino y femenino; éste con terminaciones propias en algunas personas del verbo; las más frecuentes en el nombre son t, â (at, it, etc.); katala, él mató; katalat, ella..... (hebreo, kâtlat). El árabe termina sus nombres, si no están en relación o dependencia, en n; nomin. un. maliqun, rey; para formar el plural masculino regular cambia esta terminación en ûna, maliqûna, los reyes, y la femenina singular atun en âtun; maliqatun, reina, plural maliqâtun; el dual termina en âni, maliq-âni, femenino; maliqat-âni (hebreo, plural, masculino, im. melâqim; femenino ot, melâqôt, dual, aim, melâqaim, los reyes, etc.). En árabe y etíope son más frecuentes los plurales irregulares, que se forman por medio de cambios internos verificados en el tema, ya variando las vocales, anteponiendo una a, posponiendo la terminación atun, etc., maliqun, plural irregular, mulûqun; malqun, plural, amlâqun, poseedores. Tales plurales son considerados en árabe como femeninos, y concuerdan con el verbo o adjetivo cual si fueran abstractos o colectivos; como si se dijese la pluralidad de hombres vino, por los hombres vinieron.

     Esta lengua, cuyo desarrollo gramatical puede compararse con el de los idiomas indo-europeos, posee un gran número de formas sin correspondientes en éstos, cuyo conjunto constituye un cuerpo perfectamente organizado; los nombres que denotan la especie, el individuo; los gentílicos o patronímicos; los que designan lugar, tiempo, etc., llevan un signo distintivo. También ha salvado la flexión en el nombre, que hebreos y arameos perdieron por completo. Aunque pobre en terminaciones, el buen uso que de ellas hace suple a la riqueza de las lenguas sánskritas. Los gramáticos árabes han especificado y clasificado los diversos empleos y valores de su acusativo con más claridad que lo hayan podido hacer hasta hoy los latinos con cualquiera de sus casos.

     Distingue solos tres de éstos; nominativo el caso del sujeto y predicado; genitivo el caso de dependencia; y acusativo, caso del objeto, estado adverbial, etc.; sus terminaciones son respectivamente u, i, a, con la n final, que sólo se emplea cuando el nombre no [149] está determinado; a'bdun, un siervo, pero, al-a'bdu, el siervo; abdul-lahi, siervo de Dios; abdân, acusativo; uahaba-l-a'bda, regaló al siervo. El hebreo designa el acusativo por la preposición et, ot (arameo yat o le); y el genitivo está en el mismo caracterizado solamente por los cambios de vocales que tienen lugar en el regente; dâbâr, palabra; pero debar Yehovâh, palabra de Dios; debarim, palabras; dibrê Elohim, palabras del Señor.

     La construcción árabe es sencilla; el verbo precede generalmente al sujeto: mâta Zaidun, murió Zaid. Por medio de partículas se obtiene gran variedad de construcciones análogas a las de nuestros idiomas.

     En las lenguas semíticas observamos aún la falta de una de las partes más importantes de la oración, la cópula; mas la declinación y forma determinada o indeterminada del nombre excluyen en árabe toda ambigüedad que pudiera proceder de semejante falta.

     El atributo concuerda en género, número, caso y determinación con su sustantivo; al qitabu-l-a'dhimu, el libro (el) excelente; qitabu Mûsa-l-a'dhimu, libro de Moisés (el) excelente; un adjetivo indeterminado acompañando a un sustantivo determinado es predicado; al qitabu a'dhimun: as-sultânu maridhun, el libro (es) grande; el sultán (está) enfermo. Para evitar confusión en casos análogos puede emplearse el pronombre de tercera persona cuando el predicado está determinado; Allahu, hua-l-qarîmu, Dios él (es) el liberal.

     El infinitivo participa de la naturaleza de verbo y nombre, acercándose más a éste; lleva sus prefijos y sufijos; el artículo y a menudo el objeto en genitivo; de modo que no hay en estas lenguas verdadero infinitivo.

     En la misma categoría está el participio, en cuyo lugar se usa muy a menudo el imperfecto; así dice marartu bi-rachulin yanûmu, pasé al lado de un hombre (que) dormía; aunque puede decirse marartu bi-rajulin nâimin, pasé al lado de un hombre durmiente. Como en hebreo, puede omitirse en árabe el relativo, según se ve en el ejemplo anterior (lo mismo en inglés, the book I have read, etc., por which I have.....). En arameo ha conservado el participio [150] su naturaleza verbal, siendo digno de consideración, además, que esta lengua no emplea el infinitivo en construcciones indeterminadas como la hebrea; no (es) bueno el ser del hombre solo, donde aquél dice: no es bueno que esté.....

     Cuando el verbo precede al sujeto se coloca en singular, aunque éste vaya en plural; kâla-l-muminuna, dijo los creyentes, por dijeron.....; es decir, la pluralidad de los creyentes dijo.

     Si a la cualidad atribuida a un objeto acompaña aún la parte especial a que pertenece, o aquello en que dicha cualidad consiste, se coloca en hebreo el adjetivo en status constructus o relación de dependencia antes del sustantivo; gadol, grande; pero gedol coaj, grande en fuerza; el árabe ofrece aquí una gran variedad de construcciones: hombre bello de rostro; rachulan jhasanun il uachhu, o rachulun jhasanun uachhuhu, bello su rostro; o rauchlun jhasanu-l-uachhi, bello de rostro; rachulun jhasanu uachhihi, bello de su rostro, etc.

     En los idiomas semíticos encontramos un sistema gramatical perfecto y bien acabado, con todos los elementos necesarios para un completo desarrollo. Las partes de la oración formalmente caracterizadas por prefijos y afijos, que penetran la palabra o se unen inseparablemente con ella. La forma exterior, o las consonantes, sufre menos cambios que en las lenguas indo-europeas, para dar lugar a los internos de las vocales, que el semita considera más adecuados para caracterizar las formas de flexión. Pero éstas llegan a ser verdadera expresión del pensamiento; los prefijos y afijos que las modifican pierden su independencia, constituyendo con el tema un solo elemento, en oposición a los procedimientos de yuxtaposición que hemos observado en las lenguas tatáricas. Las semíticas no han alcanzado el grado de desarrollo que pudiera en algunas esperarse de su estructura y riqueza; pero a ello se opusieron acontecimientos históricos que dando muerte a los pueblos antes de que llegasen a la edad madura, cual poderoso dique detuvieron el progreso de sus inteligencias.

     El mérito de las sublimes composiciones hebreas es, no obstante, siempre el mismo, y la rica y bella literatura de los árabes es tan digna de nuestro estudio como lo ha sido y son las de [151] Grecia y Roma. Su carácter es tan distinto como el de los pueblos; su comprensión imposible al que no respire la atmósfera de ideas que rodea y penetra al oriental; pero eso las hace más preciosas, puesto que en ellas debemos estudiar el espíritu de las naciones, y la marcha de la inteligencia en su desenvolvimiento histórico.

Pehlevi.

     El conocimiento de esta lengua se ha conservado únicamente entre los sectarios de Zoroastro, pero su gramática ha sido reconstruida por los europeos en los dos últimos decenios de este siglo, siendo aún el edificio tan imperfecto, que los orientalistas no concuerdan en designar la familia a que pertenece. Tiénenla algunos por semítica, por eránica otros, y es una mezcla monstruosa de elementos hetereogéneos para los terceros. Según éstos, el pronombre de la primera pers. sing. (personal) es afgânico, uno de la 3.ª kúrdico, o acaso armenio, y el de la 1.ª pers. plur. se le prestaron los semitas. Una lengua que tan caprichosamente reunió pronombres personales sería sin duda digna de estudio por lo rara. (62, pág. 80)

     De los problemas más difíciles que en ella se han presentado, es la determinación de los valores de sus signos, principiada por M. J. Müller, en su excelente trabajo essai sur la langue pehlevi (Journal asiatique, 1835), y a la cual han dedicado parte de sus obras Olshausen, Edw. Thomas, Dorn, Mordtmann y otros. El doctor M. Hang, en varias disertaciones, ha puesto más en claro la naturaleza del idioma, y sus trabajos son de los más apreciables y fidedignos que poseemos sobre la materia, por lo que le seguiremos en las observaciones que vamos a hacer sobre su estructura gramatical. (63)

     Pahlavi significa parto y persa; en esta última significación se encuentra el sanskrit pahlava. El persa moderno emplea este nombre en la acepción apelativa de héroe, que en el caso presente no tiene importancia.

     Se la da también el nombre huzvâresh, que, según Ibn-Moqaffa, escritor del siglo VIII, designa el elemento semítico, de que en gran parte se compone la lengua, siendo ésta la opinión de los [152] parsis modernos. Algunos quieren que signifique sólo alfabeto o escritura y aun ortografía.

     El carácter de la lengua es semítico, lo cual prueban varios fenómenos de los más importantes en la estructura gramatical de un idioma (5). Distínguense en pehlevi dos dialectos principales: el P. caldeo y el P. de las inscripciones de los reyes sasanidas.

     I. Los pronombres , mi, yo (hebr. arab. a mí); lan, nos, nosotros, en pehl. caldeo; y lanman en el de los reyes sasanidas, demostrativos zak, zanman, éste (arab. dzaq); ûlman, aquél, son semíticos.

     II. Los verbos lo son también, llevando a menudo terminaciones eránicas (en pehl. cald); ramîtun P. Sas. ramît P. Cald. arrojado (arab. rama-arrojar); yahvûn P. Sas., îhût P. Cald.; existe (hebr. jhaya, ijhye, yehî ser); qatab, qadab, P. S. y Cald. escribió (hebr. qatab, ar. qataba); banît P. Cald. edificado, etc., arab. bana.

     III. En el nombre, aunque el elemento eránico es más fuerte que en el verbo, aun prepondera el semítico; barman, hijo; malkân malkâ, rey de los reyes; barbîlân, los grandes; ragalman, pie; yadman, mano; âlahâ, Dios, etc., prueban nuestra opinión.

     IV. Las partículas âmat cuando (arab. mata), û y (ar. ua; el hebr. ve o û y a veces va); âdîn, entonces (ar. idzan); tamman, allí (arab. thamna); aik, donde; lâ, no; ar. lâ, hebr. ); en Pehl. de los Sas. viene también ajar, después (ar. ajir), etc. Preposiciones min, de (ar. id.); en Pehl. Sas. ûl, a, en (ar. ila), la misma es Pehl. Cald. le; ambas, como en los idiomas semíticos, son signo de dativo. Relativo zî (arab. alladzi); notable es también la palabra semítica âitî, hay (ar. negativo laita, hebr. yesh.).

     V. El plur. en los nombres termina en ân=Pehl. Cald.; también tiene la terminación în (como en el verdadero caldeo); la primera terminación puede ser semítica o erámica. En Pehl. Cald. se designa el acus. por le (cp. hebr. le y ar. li).

     VI. Las terminaciones verbales ûn, lûn, tn (tun) parecen ser de origen semítico; hanajtûn es la 3.ª pers. plur. del perf: yahvûn, id. imperf. ramîtun, 2.ª pers. plur. perf., etc. [153]

     Estas y otras muchas particularidades que se observan en las inscripciones manifiestan bien claro el carácter semítico de la lengua. En el pehlevi de los libros se añaden siempre las terminaciones eránicas a raíces semíticas; yahvun-ad por yahvûn, es: napal-t, cae (hebr. nâfal); yehût, es.

     Se coloca generalmente el verbo al fin de la oración, como en el persa moderno y en las inscripciones cuneiformes asirias, de donde pudo venir esa costumbre.

     La diferencia entre el pehlevi caldeo y el de los sasanidas consiste en el empleo de algunas terminaciones y palabras, siendo su estructura y construcción gramatical idénticas. Las partes más importantes de la proposición; pronombres personales, relativos y demostrativos, con gran número de partículas, preposiciones, etc., y de los conceptos más universales, como hacer, decir, ir, venir, comer, beber, ser, existir, etc., son de origen semítico. Las terminaciones eránicas, añadidas a las palabras, tienen un fin muy singular, que era el presentar a la memoria del lector con más viveza la significación de la palabra, y recordar, que aunque fuese semítica, debía leerse la eránica correspondiente, en lugar de aquélla. Así, para expresar nuestra palabra carne, escribían bisra, pero leían gosth, que es la palabra persa correspondiente a la semítica bisra; para designar pan escribían lahmâ y leían nân; la primera es voz semítica, cuya correspondiente persa es la segunda; que tal era el fin de estas terminaciones, se ve bien evidente en abîtar, padre, y amîtar, madre, donde la terminación tar no tiene otro oficio que recordar al lector que debe pronunciar patar y matar; es decir, las palabras eránicas en lugar de las semíticas que están escritas.

     El pehlevi caldeo se habló probablemente en Caldea; por lo cual fue llamado también Pehl. del Oeste; no se le encuentra en las monedas de los sasanidas; el que ha recibido la denominación de esta familia, o de Pehlevi del Este, fue elevado por Ardshir Babegan (su primer rey, 300 d. J. C.) a lengua de estado, en lugar del Pehl. Cald., y empleado desde entonces exclusivamente en las monedas; luego se extendió por todo el reino hasta el N. de la India. El principio de la literatura pehlevi puede colocarse en el siglo IV antes de J. C., o a principios del III. En tiempo de Alejandro [154] Magno existía ya una traducción pehlevi del zendavesta. Esta lengua tiene grande importancia para el estudio de todo lo relativo a los pueblos orientales, y en primer lugar del persa. Los trabajos gramaticales y lexicográficos que tenemos sobre ella dejan mucho que desear. [155]



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- X -

Inscripciones cuneiformes

     Cuando un pueblo vencedor impone sus leyes al vencido, llega hasta el punto de sacrificar su propia lengua. Está el idioma patrio tan identificado con la naturaleza del hombre, que aún sobrevive a la nacionalidad; y la nación que, por más feliz o poderosa, ha borrado del mapa terrestre el nombre de otra, viene a ser conservadora de su idioma en leyes, decretos o inscripciones, que serán a la posteridad preciosos medios para estudiarle, después de muchos siglos de haber perdido su existencia. Sólo el despotismo de algún bárbaro tirano, que con cetro de hierro arranca a la vez del corazón de un pueblo su nacionalidad, lengua y costumbres, puede privar a los siglos venideros de tan sagrados documentos; los pueblos civilizados y civilizadores dictan sus leyes a los vencidos en el idioma de éstos.

     Si estos monumentos literarios se encuentran duplicados en otra lengua conocida, la del vencedor, por ejemplo, como hemos visto en algunos del Egipto (Piedra roseta, etc.), será posible reconstruir el edificio lingüístico del idioma desconocido por medio de semejantes monumentos literarios o inscripciones. Mas si ignoramos ambas lenguas, si hasta su memoria hemos perdido, ¿cómo podremos levantar el edificio sin fundamento y con materiales que no sabemos coordinar? ¿Cómo entrar en un recinto cerrado, faltándonos la llave? He aquí un secreto ya bien conocido, que trataremos de manifestar y explicar en las páginas siguientes. [156]

     Ruinas amontonadas en el espacio de cuarenta siglos cubrían la gloria de los pueblos más célebres de Oriente; su memoria yacía sepultada bajo los inmensos escombros a que la barbarie humana, en unión con la tiranía de los elementos, habían reducido las ciudades y palacios, desde donde en otro tiempo sus dueños dirigieron los destinos de las naciones. Descubiertos los preciosos materiales allí ocultos, hubieran tenido sólo algún valor para el artista, si la paciencia e ingenio de los grandes filólogos del siglo XIX no hubiese arrancado el enigma a aquellos fríos mármoles, que por tantos siglos se oponían con tenacidad a descubrirle.

     Los reyes persas hicieron escribir sus hazañas, creencias religiosas y decretos en las paredes y cornisas de sus palacios, y en las tumbas que habían de contener sus restos, del mismo modo que lo han hecho otros soberanos o potentados; mas para que pudiera leerlas el viajero y caravana errantes, el morador de las selvas como el opulento persopolitano, las mandaban esculpir en soberbias rocas, talladas en las montañas, donde el artista y literato depositaban una página de su historia. No quedaban satisfechos con esto los deseos de aquellos sabios reyes; sus dominios comprendían pueblos que hablaban varias lenguas, y para que todos las entendiesen, fueron conpuestas la mayor parte de las inscripciones en tres idiomas.

     La figura de los signos, tan completamente diferentes de todas las escrituras conocidas, hizo que muchos viajeros las contemplasen como adornos, sin pensar que eran signos de un sistema de escritura, y que su conjunto eran inscripciones que contenían hechos históricos.

     Las noticias que nos dan los autores griegos acerca de las lenguas de estos pueblos son escasas y confusas. Sólo sabíamos por ellos que los reyes alcménidas tenían costumbre de perpetuar el recuerdo de sus hazañas por medio de inscripciones compuestas en varios idiomas. Herodoto cuenta que Darío hizo grabar sobre dos columnas, levantadas a las orillas del Bósforo, los nombres de las naciones que le seguían, en letras asirias y griegas.

     Estrabon distingue entre grammata assiria y grammata pérsika, distinción que han confirmado los descubrimientos modernos. [157] Por desgracia, las dos columnas de que hace mención Herodoto, han desaparecido, y nos encontramos con tres clases de escritura, representantes, sin duda, de otras tantas lenguas, que nos son desconocidas, y para cuyo desciframiento no tenemos otros medios que hipótesis, felices unas veces, falsas otras, pero siempre ingeniosas, y que, como veremos, conducirán al deseado término.

     A doce leguas de Shiraz se eleva sobre una roca la aldea Istajar, a cuyo pie se extienden las ruinas de Persépolis, sobre una plataforma irregular, tallada a veces en la misma roca. Una grada guarnecida de esculturas, restos de monumentos erigidos por Darío y Jérjes, conduce a esta plataforma por el lado de poniente. Entro las ruinas de sus grandiosos palacios se conservan estatuas colosales de hombres, toros, leones y otros animales, en medio de las cuales sobresalen en distintos puntos las de los reyes arriba mencionados, a quienes cercan en actitud servil sus oficiales y esclavos. Sobre la estatua del Rey aparece ordinariamente Ormuz en el aire, ya en figura de hombre cercado por un disco, al que van adheridas dos alas desplegadas, ya representado simbólicamente por el disco que en todo caso lleva el adorno de las alas. Al pie de estas figuras, o sobre ellas, en piedras talladas al efecto; y en las cornisas, capiteles y columnas, se ven innumerables inscripciones trilingües, cuyo desciframiento ha ocupado y ocupa a muchos sabios europeos. Inscripciones semejantes se encuentran también en Nak-i-rustan, Murgab, en el camino que conduce de Karmanshâh a Bagdad, y en la roca colosal de Bisutun. Otras menos importantes se han hallado cerca de Hâmadan, de Van (en la Armenia) y en algunos otros puntos.

     Veamos ahora los procedimientos que se han empleado para obtener el desciframiento de los tres sistemas de escritura, que sea dicho de antemano representan otras tantas lenguas.

Primera especie (64).

     Misioneros franceses, comerciantes ingleses y holandeses, y posteriormente monjes portugueses e italianos, trajeron a Europa las primeras noticias de las ruinas de Persépolis. A fines del siglo [158] XVI habíanse ya tomado de tales noticias hasta diseños de las ruinas, producto más bien de la fantasía que del arte verdadero.

     El español D. García de Silva Figueroa, embajador de Felipe III, visitó la Persia en 1618, e hizo una descripción bastante exacta de las ruinas de Persépolis, llamando la atención hacia las inscripciones que las cubrían.

     Poco después las visitó el italiano Pietro de la Valle, quien afirmó que aquellas figuras, que parecían adornos, eran, sin duda, signos de una escritura; y observando que, en una especie, la punta de los conos iba dirigida siempre a la derecha, dedujo que debía leerse en esa dirección. Sus observaciones eran exactas, pero su voz, demasiado débil para que pudiese penetrar en los gabinetes de los sabios europeos, no fue atendida, y él perdió el valor para emprender un trabajo que tantos sacrificios y aparentemente tan pocos resultados ofrecía. Copió, sin embargo, cinco signos, como dice en su carta de 21 de Octubre de 1621: Al meglio che io potei ne copiai cinque. Así Ciro, Darío y Jérjes, que creyeron entonces salir triunfantes del sepulcro, publicando sus decretos y victorias a los pueblos injustos que centenares de años les olvidaran, perdieron de una vez toda esperanza, viendo fracasar en su principio el primer ensayo hecho para arrancar sus secretos a aquellas preciosas inscripciones.

     El inglés Flower copió en 1667 algunos signos, y el francés Chardin llamó por tercera vez la atención hacia las figuras cónicas, asegurando ser una escritura que debía leerse de arriba abajo: J'ajouterai qu'elle se faisait aussi de haut en bas comme l'écriture chinoise, y tenemos la primera hipótesis falsa en uno de los puntos más importantes y decisivos de la empresa. Las letras copiadas por el agente de la compañía de Indias, Flower, se publicaron algunos años después.

     El orientalista inglés Heide retrocedió un siglo, asegurando en su Historia religionis veterum persarum, que las figuras en cuestión no eran letras, y sí sólo adornos caprichosos de un escultor, que para embellecer las paredes de los palacios persopolitanos ensayó las diferentes formas que podría dar una sola figura combinada consigo misma. Heide considera casi como simples e ignorantes a las personas que habían creído ver allí un sistema de escritura. [159] Este fallo desfavorable, pronunciado por un juez que, aunque tan ignorante en este ramo como el niño de escuela, era tenido por autoridad competente, perjudicó sobremanera los intereses de la naciente empresa. El viajero alemán Niebuhr (1733 + 18 15) confirmó las opiniones de Pietro de la Valle, y observando que algunos grupos de signos cónicos iban siempre juntos, dedujo que eran letras (V. apénd. 3.º). Münter (de Copenhague) fue más adelante en sus hipótesis, la mayor parte exactas, afirmando que los signos empleados más a menudo eran vocales, y que una palabra que se repetía muchas veces debía significar Rey. Esta ingeniosa hipótesis podía dar lugar a grandes descubrimientos; pero se ignoraba el valor de los signos que componían la palabra, y por consiguiente, la pronunciación de ésta; cosa que hacía más difícil de averiguar, el tener delante, una debajo de otra, tres clases de signos, sin saber qué lenguas representaban, en el caso que de hecho fuesen sistemas de escritura.

     Mas el lugar de las inscripciones y objetos que las rodeaban hacían probable una hipótesis, que daría excelentes resultados. Las inscripciones se hallaban en la antigua capital de Persia; la primera clase, pues, era muy natural representase la lengua del país, y podía suponerse que las otras dos serían traducciones de la misma. Si esto era así, pocas hipótesis felices nos darían la pronunciación aproximada de algunas palabras -nombres propios- con el valor de varios signos, conseguido lo cual, el desciframiento estaba asegurado. Confirmaba también esta esperanza el ser los signos de la primera clase menos complicados que los de las otras dos.

     El joven alemán Federico Grotefend conoció la importancia de las observaciones hechas por de la Valle, Niebuhr y Münter, sacando de ellas gran provecho. En 1802 leyó ante la Academia de Ciencias de Gotinga su primera Memoria, exponiendo en ella los resultados de sus investigaciones, que confirmaban dichas observaciones. Suponía que la segunda y tercera clase eran traducciones de la primera, a la cual, por eso y por ser más sencilla, dedicó exclusivamente su atención.

     Notó que la supuesta palabra rey se repetía varias veces al principio de algunas inscripciones, llevando la segunda vez un aumento [160] al fin, que tomó por la terminación del plural; después de esto concluyó, que aquellas palabras designaban la conocida calificación de los reyes persas -rey de los reyes.- Ya se conocían por las inscripciones de los sasanidas algunas fórmulas antiguas del tratamiento de los reyes, etc., y creyó que aquí se repetirían. No creyó mal.

     Tomó dos inscripciones copiadas por Niebuhr, en que le pareció distinguir semejantes fórmulas; podemos llamarlas X y D: observó que en ésta había un grupo de signos más que en X, que podemos designar por H; contó, investigó y comparó las figuras o letras, y partiendo de la hipótesis que allí se expresaba un orden de filiación, dedujo que H debía designar el padre de D., y éste el de X; pero en H. faltaba el grupo que suponía significar rey, por lo cual creyó, -y creyó bien, -que era el nombre de un príncipe que no había reinado, siendo entonces D. su hijo y fundador de una dinastía. Después de este penoso análisis estableció las fórmulas:

     X., rey de los reyes, hijo de D. (rey de los reyes).

     D., rey de los reyes, hijo de H. (rey de los reyes).

     Poco después publicó otra Memoria, en la que trató de probar las hipótesis emitidas por él y sus predecesores. Mención especial merece el ingenioso método que empleó en determinar los nombres de los reyes contenidos en las fórmulas anteriores.

     Convencido de que los que hablaban en aquellas inscripciones eran reyes alcmenidas, examinó en las listas de estos reyes, conservadas por autores griegos, los nombres que mejor se acomodaban a los grupos X., D., etc., supuestos por él como nombres propios de los mismos. Atendido el número de signos, vio que no convenían Ciro, Cambíses ni Artajérjes; el primero por demasiado breve, y por largos los segundos; mas Darío y Jérjes tenían próximamente igual número de letras que signos en las inscripciones y no le quedó duda que ellos eran. Podía, pues, determinar el valor de doce signos, pero necesitaba saber la forma correspondiente a cada palabra, o sea la manera de leer aquellos grupos, a fin de averiguar el idioma de la primera clase de inscripciones. Un acontecimiento notable vino a facilitar esto; el estudio del zend, la lengua de Zoroastro y de los antiguos persas, había principiado [161] ya por este tiempo en Europa. Por el Zend Avesta de Anquetil vio que el nombre Histaspes era en persa Goshasp, Gustasp, o Vistasp; dio al de las inscripciones la forma Goshtasp; siguiendo el hebreo y griego leyó a Darío, Darsh, luego Darheush, y a Jérjes, Ksharsha. Con el mismo libro de Anquetil du Perron quiso formar un alfabeto, pero dio valor falso a la mayor parte de los signos. Y no obstante, atendida la escasez de medios, falta de copias y la inexactitud de las que poseía, como el carecer de conocimientos en sanskrit, o cualquiera de las lenguas eránicas, sus resultados fueron brillantes; determinó el verdadero valor de algunos signos, pero leyó el nombre de Ormuz, Eurogde. El desciframiento de los jeroglíficos dio autoridad a los procedimientos de Grotefend, tenidos antes por fantásticos. Un trabajo suyo apareció completo en 1824.

     El danés Rask aplicó sus buenos conocimientos en zend a las inscripciones. Pensó que si la lengua era el antiguo persa, tendría en el genit. plur. de los sustantivos la misma terminación que el zend o semejante (nâm); su pensamiento fue feliz, y coronado con el valor que dio a dos signos m y n, leyendo además la palabra importante hakhâmanisiya, que Grotefend había pronunciado akhe-otshosho.

     Desgraciadamente no prosiguió sus investigaciones, y no se obtuvieron más resultados hasta 1836. Pero entre tanto el estudio del sanskrit ganaba terreno en Francia y Alemania; el zend era reconocido como la verdadera lengua del avesta, y ambos idiomas serían en adelante una llave, con que los filólogos orientalistas arrancarían muchos secretos a las inscripciones cuneiformes.

     En el año citado aparecieron dos escritos de los orientalistas Burnouf y Lassen. El de Burnouf contenía materiales nuevos, encontrados entre los papeles del desgraciado viajero Schulz. Burnouf, que conocía mucho mejor que sus predecesores el zend, obtuvo mayores resultados. Añadió cinco letras al alfabeto de doce, formado por Grotefend. Ocurriósele la feliz idea de que algunas inscripciones contendrían los nombres de los pueblos tributarios de los reyes persas, y leyó, entre otros, mâda (Media); Bakhtris (Baktriana). Lassen presentó los descubrimientos de [162] Burnouf con los suyos, bajo un método claro y sencillo, rectificó los valores falsos atribuidos a algunos signos, dio la lista de los pueblos que Burnouf había sospechado y principiado, determinó la forma gramatical de algunas palabras, enriqueciendo el alfabeto con siete letras. Grotefend le había establecido completo, pero solamente a doce signos dio el valor correspondiente, resultando con los demás, nombres monstruosos. Después de los descubrimientos de Burnouf y Lassen era posible leer algo más que nombres propios, y estaba próximo el día en que se iba a completar el alfabeto del idioma que ya podía llamarse antiguo persa, por la estrecha relación que presentaba con el persa moderno y con el zend.

     Por este tiempo publicó Beer una excelente crítica de los trabajos de Lassen sobre las inscripciones, y determinó las dos letras h, y, importantísimas, porque hicieron posible leer los pronombres hya (s. sya), etc. Lassen observó que la escritura era silábica (como en sanskrit), debiendo pronunciarse toda consonante con el sonido a, si no la sigue otra vocal expresa, o algún signo que indique la falta de ella. Habíanse leído muchos nombres propios, dando a la mayor parte una forma gramatical, que, si no exacta, debía ser, sin duda, aproximada, puesto que al hacerlo se tuvo en cuenta la que tenían en las lenguas relacionadas con las de la Persia. Aunque con riesgo, ya era posible pasar de la lectura a la explicación de las inscripciones conocidas.

     Los orientalistas de más nota tomaban interés en el estudio del ya llamado persa antiguo. El sabio parisiense Jaquet distinguió y determinó las letras sh, r, que Lassen había considerado como variantes de un mismo signo, debiéndose a él también el descubrimiento de las letas d, th, j.

     Para fijar el valor de un signo era preciso observarle en varias inscripciones, a fin de poder comparar y probar los valores que sucesivamente se le diesen; esto no había sido posible, hasta el presente, con algunos, por el escaso número de inscripciones. El inglés J. Rich, residente en Bagdad, copió con gran cuidado algunas, poniéndolas a disposición de los sabios europeos.

     El docto orientalista Westergaard (de Copenhague) visitó de paso las ruinas de Persépolis y otros puntos, comparando las inscripciones [163] cuyas copias se tenían en Europa, y sacando otras nuevas, mucho más exactas que todas las anteriores (Westergaard conocía ya los signos); y luego Lassen sometió los nuevos materiales a repetidas investigaciones.

     Pasando por alto los trabajos menos importantes de Hitzig, Hobzmann, etc., mencionaremos los del inglés Rawlinson, que, sin ser literato de profesión, prestó grandes servicios al nuevo estudio. Principiole en 1835, durante su residencia en Karmanshâh, probablemente sin tener a mano los trabajos hechos y publicados en Europa, tomando para su primer ensayo las inscripciones de Hâmadân, que él mismo había copiado, pero que ya estaban publicadas y descifradas.

     Siguió próximamente el mismo método que Grotefend, y vino a obtener resultados casi idénticos. Al recibir en 1836 sus escritos con los del francés St. Martin, halló que él había hecho más progresos. En 1837 copió con gran trabajo y riesgo la célebre inscripción de Behistun o Bisutun, reina de todas ellas, y la página más gloriosa que dejaron los Alcmenidas de su historia.

     Al N. de Karmanshâh, camino de Bagdad a Hamadan, en una inmensa roca que se eleva algunos centenares de pies sobre el nivel del suelo, está grabada la inscripción más grande, bella y correcta que de estos reyes poseemos. (El texto persa comprende sobre cuatrocientas líneas.) Una especie de barniz que la recubre la ha preservado de la inclemencia de los elementos, y su extraordinaria elevación, de la barbarie de los hombres.

     El bajo relieve representa a Darío pisando al falso Smerdis, detras de él nueve reyes y otros jefes rebeldes vencidos y prisioneros; de frente, en el aire, aparece Ahuramazda u Ormuz, a quién Darío apellida el grande, el omnipotente, el Dios de la sabiduría, de la luz y de la verdad, bajo la figura explicada arriba.

     En un largo discurso anuncia Darío su procedencia de los Alcmenidas, habla de Ciro, Cambíses y de la usurpación del falso Smerdis; cuenta, entre otros hechos, cómo ha sofocado los levantamientos de Susiana, Babilonia, Armenia y Media, bajo Fraortes, habiendo derrotado en 19 batallas a sus enemigos; cuenta las veinte satrapias de su reino, y el piadoso monarca lo atribuye todo al favor de Ahuramazda (Ormuz). Grabose probablemente [164] la inscripción hacia el año quinto de su reinado, sobre 516 antes de J. C. Veinte y tres siglos han pasado sobre ella, y los elementos, con los pueblos bárbaros, a veces más inclementes que

ellos, la han respetado para que el filólogo moderno hiciera hablar a aquella dura roca anunciando la gloria y majestad del rey Darío.

     En 1838 recibió Rawlinson el trabajo de Burnouf sobre las inscripciones, y su Commentaire sur le Yaçna, comentario apreciabilísimo sobre dos capítulos del Zendavesta. Con estos nuevos medios hubiera hecho más progresos, si la misión que el gobierno británico lo había confiado no distrajera por algún tiempo su atención de las inscripciones. Luego que pudo volver a emprender su estudio, examinó detenidamente las que entre tanto había recibido de Westergaard,Lassen y Rich, rectificando los defectos del escrito que trataba de publicar. Aunque llegó a Europa en 1843, no apareció completo hasta 1849 (Journal asiatique).

     Conocíase el valor de treinta y cinco signos (cuatro descubiertos últimamente por Rawlinson), sin que el alfabeto hubiese llegado a su perfección. Se tenían varias letras para un mismo sonido, pero se ignoraba su relación para con las vocales.

     Los ingleses Hincks, Rawlinson y el francés Oppert hicieron simultánea e independientemente el importante descubrimiento. Hincks, que le dio a conocer primero, dividió las consonantes en primarias y secundarias, observando que sólo ciertas vocales podían leerse después de cada clase de consonantes. En una memoria expuso los pormenores acerca de esta importantísima cuestión. Rawlinson publicó en el mismo año un pequeño trabajo, que contenía los mismos descubrimientos, y antes que estos dos escritos fuesen conocidos en Alemania, salió a luz otro de F. Oppert, en que exponía su autor los mismos principios; esta concurrencia era entonces necesaria para dar mayor fe a los hechos.

     Con esta obrita de Oppert, 1817, quedó completo el alfabeto del persa antiguo, después de más de cincuenta años de un estudio acaso el más penoso y difícil que registra la historia de la filología, y de más de dos siglos después que Pietro de la Valle llamara decididamente y con conocimiento de causa la atención de los sabios europeos hacia las inscripciones. [165]

     Th. Benfey reunió todos los descubrimientos en una obrita, haciendo algunas correcciones en el texto; por el método y glosario que añadió al fin, fue entonces de grande utilidad.

     Rawlinson mejoró algunos de sus trabajos anteriores, publicando al mismo tiempo varias inscripciones muy correctas. Oppert reunió en una excelente obra todos los descubrimientos hechos hasta entonces, y Spiegel publicó una semejante y útil, compuesta de varios textos, con análisis, traducción, gramática y glosario, con lo que el desciframiento de la primera especie estaba terminado, pasando el estudio de la lengua al período gramatical y lexicográfico (65). Íntimamente relacionada con el zend, presenta un carácter completamente eránico en sus formas y construcción. Es la lengua de Ciro, Darío y Jérjes, el persa antiguo, madre del moderno.

     Con el alfabeto establecido por Grotefend, Rask, Burnouf, Lassen, Rawlinson, etc., se han leído en todas las inscripciones palabras cuya forma y significación se ha determinado comparándolas con las correspondientes en los otros idiomas de la familia; coordinadas y subordinadas estas palabras por medio de sus formas gramaticales, se han obtenido oraciones, discursos enteros, y en fin, todo lo que constituye una lengua. Un alfabeto que da tales resultados a distintos individuos, en distintos puntos y siguiendo procedimientos diversos, no es un producto de la fantasía, es la verdadera representación gráfica de un idioma real, cuyo conocimiento había desaparecido hacía siglos de la memoria de los hombres, habiéndole aprendido los filólogos modernos de los mármoles y rocas de la Persia.

Segunda especie.

     Westergaard, cuyo nombre ya conocemos por la primera especie, abrió el escabroso camino en el desciframiento de la segunda. Expuso sus primeros resultados en un tratado que dio a luz en alemán, y más extensamente en inglés. Suponía que Media y Susiana eran los pueblos a quienes se dirigía el contenido de las inscripciones de esta y la siguiente especie. De este trabajo, excelente como primer ensayo, no era posible conocer el carácter de [166] la lengua, ni la relación en que estaba para con las demás. Dio valores a varios signos, resultando muchos de ellos falsos, en las investigaciones porteriores, por los nombres monstruosos que con ellos se obtenían. Los resultados de la primera especie enseñaban los procedimientos que aquí debían seguirse: hiciéronse los primeros ensayos en nombres propios, que pudieron encontrarse fácilmente, puesto que esta especie, es sólo traducción de la primera. Leyéronse los de Darío, Ciro y otros, fundando los principios en hipótesis que, resultando muchas veces falsas, echaban por tierra el edificio levantado; pero era necesario aventurarlo todo para ganar algo, pues al fin quedaba salvo el honor! Mas cada nombre que se descubría presentaba las mismas dificultades que hemos encontrado en el caso anterior; era imposible darle forma gramatical ignorando el idioma en que estaba escrito; y ¿cómo conocer éste sin saber antes dichas formas? Nuevas hipótesis dieron por resultado nuevos descubrimientos; la lengua en cuestión debía estar relacionada con alguno de los países comarcanos, mas ya se había observado que la segunda clase de inscripciones no se prestaba al desciframiento tan pronta y fácilmente como la primera.

     Hincks, 1846, determinó en una obrita el valor de algunos signos. Habíanse distinguido más de ciento, y aunque era conocido el valor de pocos, púdose ver que la escritura era silábica, con la particularidad de principiar una sílaba con la consonante en que terminaba la anterior, así an-na-ap, anap.

     Norris dio a luz (66) la segunda columna de la inscripción de Bisutun, y reunió gran número de palabras con observaciones gramaticales y lexicográficas, en las que trató de probar que era una lengua escita. Sus resultados confirmaron los valores que Westergaard y el francés Saulcy habían dado a algunos signos.

     Entre tanto el alemán Holzmann, consejero de Estado en Carlsruhe, trabajaba con buen éxito en el desciframiento de esta clase, pero le faltaban materiales; ya hemos visto en la anterior que para determinar el valor de un signo es necesario observarle en el mayor número de combinaciones posible (cp. Zeitschrih für die kunde des Morg. tom. V, pág. 151). Algunos de los que más celo habían mostrado en el desciframiento, al ver que las dificultades [167] se aumentaban cada día, y que los nuevos descubrimientos presentaban más lejano el fin, tuvieron el pensamiento de abandonar la empresa, creyendo ya imposible su buen éxito.

     Holzmann obtuvo mejores resultados. En su Memoria de 1851 asegura que es una lengua arica, relacionada con el zend y pehlevi, pero que, como éste, ha tomado muchos elementos extraños. Para probar esto presentó formas gramaticales evidentemente semejantes a las respectivas del zend y pehlevi. Otros orientalistas tienen esta lengua por la de Susa, país que viene nombrado en las inscripciones después de Persia, con una denominación particular, Afardi (Susiana). Los nombres más frecuentes, como rey, hombre, Dios, etc., están designados por monogramas, que dificultan extraordinariamente la lectura; esta circunstancia ha inducido a algunos orientalistas a creer que el sistema de escritura era idéntico al de la tercera clase.

     Vemos, pues, que todos los trabajos y esfuerzos hechos hasta el día para llegar a un resultado definitivo en el desciframiento de la segunda especie, sólo han venido a demostrar los grandes obstáculos que presenta, sin que nos sea posible determinar ni remotamente el éxito de investigaciones ulteriores.

Tercera especie.

     Su desciframiento principió con el de la primera. Münter y Grotefend hicieron en sus obras importantes observaciones sobre la escritura de esta clase, llegando a sospechar que era monogramática, o que cada signo representaba una idea. La gran variedad de caracteres hizo creer que eran diversos sistemas, representantes acaso de varias lenguas; felizmente se desvaneció luego el error. Acompaña esta clase generalmente a las dos anteriores, ocupando el tercer lugar; pero se la encuentra muchas veces y en distintos puntos sola. Babilonia y Ninive, las opulentas y soberbias capitales del Oriente, llaman primeramente nuestra atención. De los libros más antiguos en que hallamos el nombre de Bâbel, es el Génesis (cap. XI, 9). Nemrod la encontró ya en estado floreciente, sin que la escritura sagrada ni algún otro historiador antiguo nos digan las causas que contribuyeron a su crecimiento y desarrollo. [168] Arruinada Ninive por los escitas, levantose Babilonia como capital del imperio asirio-caldeo. Qué pasó en este intervalo; qué grado de cultura alcanzó el pueblo; qué ciencias y artes cultivara, son cosas que no llamaron la atención de los historiadores griegos. Y sin embargo, existió una vida y movimiento intelectual activos, puesto que, separados los escombros, se presentan hoy a nuestra vista monumentos tales, que dan testimonio de una civilización brillante.

     En la Biblia encontramos de nuevo a Babilonia, pero grande, llena de gloria, orgullosa y sometiendo pueblos; el judío cae también bajo su dominación; mas sus ilimitadas pretensiones encontraron un dique en el libertador de Israel, y Ciro se apoderó de ella en el año 538 antes de J. C.

     Los esfuerzos y tentativas que hizo para sacudir el yugo, causaron su ruina. Darío demolió sus muros, torres y gran parte de sus edificios, quitando la vida a sus principales habitantes. Jérjes continuó la obra de destrucción y aun se apoderó de los tesoros del templo de Merodah. Alejandro quiso reedificarla, empleando para ello más de diez mil hombres, que no llegaron a quitar los escombros que cubrían las preciosas ruinas, porque la muerte de este grande hombre, y guerras entre sus indignos generales, hicieron fracasar la empresa. Babilonia inclinó para siempre su moribunda cabeza. En tiempo del emperador Calígula estaba ya olvidada; los viajeros no se atrevían a pisar aquel desgraciado suelo, del que habían tomado pacífica posesión algunos animales nada hospitalarios. El inglés Elfred, 1583 (bajo Isabel), llama la atención sobre las ruinas gigantescas, y Pietro de la Valle, 1616, dio la primera descripción. El interés crece cada día, y Niebuhr, Rich, Beauchamps, Layard, etc., sacaron del olvido aquellos ricos despojos, restos de un imperio floreciente!

     ¿Y qué nos quedaba de la capital de Assur? Poco más que la memoria. Deseando el gobierno francés establecer un consulado en Mosul, envió a Botta, con la comisión secundaria de hacer investigaciones acerca de las ruinas de Nínive; los siglos habían trabajado, con todos sus elementos, para borrar todo rastro que indicase el lugar que ocupara la célebre capital del imperio asirio. No quedaban otros medios para descubrirle que la azada y la pica. [169] Un habitante de Korsabad aseguró a Botta que en su país había muchos despojos como los que él buscaba. Mandó hacer excavaciones en el lugar indicado, y desenterró los restos del primer palacio asirio, en el que aparecieron los primeros despojos de una escultura y arquitectura admirables, dignas, a la verdad, de mejor suerte. Más de doscientas inscripciones cubrían las paredes de Korsabad. Botta envió a París varias obras de escultura llenas de inscripciones, y copias de las que no podía mandar en original; él mismo volvió a Francia, 1845, con sus tesoros en estatuas, inscripciones, etc., y al propio tiempo comunicó al joven inglés Layard sus descubrimientos; éste recibió subsidios, emprendió excavaciones y obtuvo los mismos resultados que su predecesor en mayor escala; descubrió los palacios de Salmanasar, Sardaná, palo y Sennaquerib. Deseoso de enriquecer a su nación con preciosos tesoros y monumentos de la antigüedad, cuya importancia para la arqueología, historia oriental, profana y religiosa, sabía apreciar en su valor, emprendió al año siguiente nuevas excavaciones en otros puntos con igual éxito. La inmensa extensión que cubrían las ruinas descubiertas confirmaba literalmente aquello de los tres días de camino. -(Jonas, capítulo III, 3.)

     Con la expedición a Mesopotamia, subvencionada por Francia y dirigida por Fresnel y Oppert, 1852, se aumentaron los descubrimientos de modo que en 1855 hubieron de suspenderse las excavaciones para examinar los tesoros reunidos y ordenarlos.

     El desciframiento de esta clase debía principiarse por las inscripciones trilingües, cuyo texto persa ya se conocía, tomando como base a los nombres propios ya descifrados en el mencionado texto. Los resultados de la comparación hecha entre ambos textos no fueron tan lisonjeros como se esperaba, presentándose dificultades análogas a las que hemos encontrado en la segunda; es decir, muchos nombres propios estaban designados por caracteres o signos especiales; monogramas, cuya determinación sólo era posible en el caso de hallar esos mismos signos con valor fonético; felizmente tienen gran parte de ellos ambos valores. Luego se ofreció otro inconveniente: la polifonía, según la cual, un mismo signo puede tener dos o más valores distintos; más adelante veremos cómo se ha resuelto esta dificultad. A veces un [170] grupo de signos expresa una idea, pero de modo que al entrar en la composición pierde cada uno su valor fonético, y juntos forman un ideograma o monograma. El nombre de Babilonia viene escrito con signos que, leídos fonéticamente dan: din-tir-ki; y el de Nabucodonosor, an-pa-sa-du-sis; mientras que escritos con signos que se leen con su verdadero valor fonético, dan: babi-illu y Nabukudurriussur. Estas y otras dificultades contenían los progresos en el desciframiento de esta clase, pero todas llegaron a vencerse con aquella fuerza especial de voluntad y abnegación que sólo es capaz de infundir el amor desinteresado a la ciencia. Intentábase nada menos que estudiar una lengua desconocida, para lo cual no había otros maestros que rocas, mármoles fríos y estatuas mudas.

     En 1840 se habían hecho adelantos notables en el desciframiento del persa, y aún se hallaba el de la tercera clase en su principio. El alemán Lowenstern publicó los primeros trabajos, de modo que en una memoria, 1847, hizo observaciones bastante precisas; partió de los nombres propios, y considerando la lengua como semítica, creyó que todos los signos serían consonantes. En grupos, que según el texto persa expresaban un mismo nombre (propio) observó signos distintos; y creyendo que tendrían el mismo valor en todos los grupos, llamoles homófonos (de igual sonido).

     Longpérier, encargado de clasificar los objetos nuevamente traídos de Oriente, hizo un ensayo en el desciframiento, y fue el primero que leyó la palabra sargana (bibl. Sargun). Botta hizo el penoso trabajo de separar todos los signos diferentes que halló en más de doscientas inscripciones, reuniendo hasta seiscientos cuarenta y dos, que ordenó según el número de elementos que les componían. De sus observaciones resultó que las inscripciones de Nínive, Babilonia y tercera clase de Persópolis eran idénticas en el sistema de escritura.

     Con una paciencia digna de alabanza separó Saulcy en una inscripción trilingüe los grupos de la tercera especie que le parecían corresponder a las palabras del texto persa, a fin de establecer en los nombres propios el valor de algunos signos; publicó el efecto varios escritos y memorias, pero insistió demasiado en dar valor silábico a signos que no lo tenían, tomando acaso [171] por modelo el etíope (lengua semítica); fijó el valor de muchos signos, abriendo camino para determinar otros; faltaba, entre tanto, la inscripción (trilingüe) de Bisutun, que sólo Rawlinson poseía y guardaba.

     Hincks, cuyo nombre nos es bien conocido, trabajó en esta clase con el mismo interés que ya lo hiciera en la primera, y leyó el nombre del rey Nabucodonor de Babilonia, Nabukudurriussur. Determinó mejor el carácter silábico de la escritura, probando que los signos admitidos como homófonos se diferenciaban en la vocal con que debía pronunciarse la consonante; es decir, varias figuras podrían designar la consonante b; mas la una tendría el sonido ba, otra bi, bu la tercera, etc. Esta observación, que por entonces necesitaba confirmarse, fue un verdadero adelanto en el desciframiento. Reconocida la lengua como semítica, se principiaron a aplicar los idiomas de esta familia a la determinación de formas gramaticales, como en el persa antiguo los indo-europeos. (Se había leído ya el pron. ank, hebr. anoghi.)

     Saulcy pudo leer con los signos determinados una inscripción de noventa y seis líneas (trilingüe). Se observó que a todo nombre de un rey precedía un monograma, siguiéndolo los títulos reales, rey grande, rey poderoso, rey de los batallones, rey del país de Assur, etc.; encuéntrase a veces también la fórmula de filiación que ya conocemos por la primera clase. Una inscripción principia: «Palacio de Sardanápalo, rey de los batallones, rey del país de Assur, hijo de Anaku Merodah, rey de los batallones, rey del país de Assur, hijo de...», etc. Con varias inscripciones puede formarse un árbol genealógico completo; y como la época en que vivieron algunos reyes nos es conocida, o por los historiadores griegos o por la Biblia, y aun por las mismas inscripciones, no se dice demasiado al afirmar que estos nuevos a la vez que antiquísimos documentos han creado la historia de Oriente. Oppert había reunido en Asia ricos materiales, y principió en 1859 la publicación de su obra importante, Expédition en Mésopotamie. (67)

     Rawlinson publicó al fin la inscripción de Bisutun, con trascripción y traducción del texto; determinó doscientos cuarenta y seis signos, y añadió algunas observaciones en confirmación de [172] los valores que les daba. No hizo nuevos descubrimientos, porque Saulcy y Hincks habían ido más adelante en sus investigaciones. Mas esta inscripción suscitó nuevas dificultades; viose que un signo podía tener varios valores (Polifonía), y al dar a los ya determinados su valor fonético en el nombre de Nabucodonosor, resultó Ampasadusis (V. pág. 170), lo cual desanimó a los asiriólogos, cuyos descubrimientos se tuvieron por fantásticos. Hincks y algunos otros siguieron sus trabajos, no viendo aquí otra cosa (y con razón) que la ignorancia de principios que era preciso descubrir. Justificó los valores atribuidos a los signos y el carácter silábico de la escritura, probando que algunos designaban sílabas como ma, da, ta; otros, sílabas en que la vocal precede, am at; y otras, en fin, compuestas, ras, dan, etc. (On the Assyrio-Babilonian phonetic characters. Transactions of the irish acad., volúmen XXII, 1852, etc. On the personal pronouns of the assyrian and other languages, id., vol. XXIII, 1854.) Estos nuevos trabajos de Hincks despertaron la confianza y el celo de los asiriólogos; el carácter semítico del idioma presentábase más claro, y aunque las dificultades parecían insuperables, los sabios comprometidos en el desciframiento no retrocedían. En Francia, Inglaterra y Alemania salían folletos, memorias y volúmenes enteros sobre la tercera clase de inscripciones, que hacían esperar un éxito feliz. Esta esperanza, sin embargo, se limitaba al estrecho círculo de los que cooperaban al progreso de la nueva ciencia; fuera de él eran tenidos sus descubrimientos por puras invenciones de la fantasía. Impulsada por estos sentimientos de duda, la sociedad asiática de Londres hizo una prueba, cuyo resultado decidiría seguramente la cuestión. Envió a varios sabios el texto de una larga inscripción asiria, pidiéndoles su traducción, que devolverían sellada a la Sociedad; una comisión nombrada al efecto abriría los pliegos, y haría constar los puntos en que se hallaban conformes o en que discordasen. Oppert, Hincks, Rawlinson y Talbot, aceptaron y concluyeron su trabajo (sin saber unos de otros) en el término fijado por la Sociedad. El 25 de Mayo se abrieron los pliegos, y la comisión quedó completamente satisfecha del resultado, haciendo publicar la traducción en cuatro columnas. (Inscription of Tiglath Pileser, king of Assyria, as translated by Rawlinson, [173] Talbot, Dr. Hincks and Oppert, 1857.) La conformidad esencial de cuatro traducciones hechas independientemente, y aun siguiendo métodos distintos, ganó a los asiriólogos la confianza de todos los sabios despreocupados.

     El alfabeto era incompleto; el valor de muchos signos y grupos se ignoraba, pero podían ya leerse inscripciones sin traducción persa; la literatura de Babilonia y Nínive se hizo objeto de investigaciones; los nombres de esas dos ciudades, de muchos de sus reyes, con los de Ecequías, Israel, Damasco, Tiro, Jerusalem y otros muchos, se habían leído, y nadie creerá que la sociedad asiática se dejó engañar por cuatro sabios, cuya honradez había probado de la manera que hemos visto.

     En 1850 aseguraba Rawlinson que en las inscripciones leídas se había comprobado la significación de quinientas palabras, número que en lo sucesivo se multiplicó extraordinariamente, afirmando poco después Oppert que ascendían las palabras conocidas a seis mil trescientas. Este número se ha multiplicado por lo menos en la misma proporción en los años posteriores.

     Con el trabajo de Oppert (68) (Journal asiatique, tomo XV, 1860, Eléments de la grammaire assyrienne) entró el idioma en el período gramatical y lexicográfico. Ménant sigue a Oppert en la exposición de los principios gramaticales de la lengua, pero tiene la ventaja de emplear los caracteres asirios, mientras que aquél se vale de los hebreos (69). Si el número de escritos que se publican sobre un objeto prueba su importancia, el asirio ha recibido un testimonio incontestable en los trabajos que se le han dedicado en los tres últimos decenios de este siglo, cuyos títulos llenarían muchas páginas. El historiador ha sacado ya de los trabajos del orientalista preciosos datos para su ramo, aunque el desciframiento no está terminado, y gran número de inscripciones aguardan con impaciencia quien les pregunte sus secretos. (70, 71, 72, 73)

     Los monumentos asirios comprenden un período de quince siglos, y aparentan estar escritos en varios caracteres, que un examen detenido reduce a un solo sistema de escritura, con variaciones accidentales. En éstas pudieron influir, el instrumento que se empleó para grabar los signos, naturaleza de la piedra, disposición de la inscripción (horizontal, vertical, etc.), cuidado [174] con que se juntaban los conos, y sobre todo el tiempo en que se grabaron. ¡Algunos siglos cambian la faz del mundo; mucho mejor un sistema de escritura! La del asirio ha sufrido grandes variaciones. Su origen pudo ser jeroglífico, habiéndola recibido los asirios de un pueblo extraño, cuya lengua pertenecía probablemente a otra familia. Aquéllos desfiguraron muy pronto los signos, pero en inscripciones antiguas no tienen aún figura cónica, y sí lineal. El empleo de esta clase de escritura, llamada por Oppert hierática, asciende, acaso, al siglo XV antes de Jesucristo. Terminose luego el extremo de la línea en una cabecita, resultando una figura semejante al cono; la escritura así modificada se llama arcaica. Varios rasgos característicos que se añadían a los signos de las dos clases precedentes se omitieron por inútiles, y quedó la forma moderna o puramente cónica. Esta variedad de caracteres dio lugar en un principio a errores que la observación y la experiencia han desvanecido; si por completo, deberá decidirlo el porvenir. (Compárese apénd. III.)

     Todo signo o grupo representa siempre una articulación: ma, ta, am, ad, ar, cam, etc.; necesitándose gran número de ellos para formar todas las combinaciones posibles. Esta observación hizo ver que no existen homófonos, porque los signos que representan, por ejemplo, el sonido r, dan seis articulaciones distintas; ra, ri, ru, ar, ir, ur; con las compuestas en que entre la r, ram, mar, etc.

     Muchos ideógramas se han encontrado con valor fonético (silábico), y así pudo determinarse su pronunciación; es probable que todos reúnan esos dos valores, y entonces el asirio llegará a ser conocido en todas sus partes. Generalmente contribuyen a distinguir los ideogramas de los grupos silábicos algunas reglas de ortografía que se han establecido; vencida esa primera dificultad, es casi seguro que se podrá leer el grupo. Además, sabiendo que la lengua es semítica, se eligen para un signo aquellos valores o sonidos que den a las palabras en que se halle el carácter correspondiente a esos idiomas. Observaciones repetidas, y la comparación confirmarán o no los resultados obtenidos. Así hemos visto en esta empresa cómo hipótesis que parecían imposibles se han elevado a principios verdaderos. [175]

     Como resultado de los grandes trabajos indicados en las páginas precedentes, podemos afirmar que la lengua representada por la tercera clase de inscripciones es semítica. Si alguno desea convencerse por sí mismo, deberá tomarse la molestia de estudiarla, y para los que no puedan hacerlo damos varios de sus principales caracteres. (74)

     I. El tesoro de palabras es en su mayor parte semítico: Ilu, Dios; abu, padre; ummu, madre; aju, hermano; habl, hijo; sami, cielo; irtsit, tierra; nisi, hombres; sar, príncipe; lisanu, lengua; rabu, grande; bana, edificar; nadan, dar; tâm, mandar; shatar, escribir; natsar, proteger, guardar; sa, el que; itti, con; au, u, y; sadu, monte; shacan, colocar.

     II. Las leyes eufónicas presentan grande analogía con las de estos idiomas: a, la reduplicación no tiene lugar en fin de palabra; lib, pero libban; b, la asimilación de n con una lingual o dental siguiente; la del th, con d, t, z, ts, son fenómenos análogos a los que se verifican en hebreo y árabe, especialmente en las formas derivadas del último.

     III. Los pronombres personales y sufijos son semíticos: anaku, yo; atta, tu, shu, shi, shun, shin, él, ella, ellos, etc.; pronombres interrogativos, man, ma, quien, que; el relativo sha que, quien.

     IV. Las terminaciones en el nombre: femenino singular at, plural ât, a veces ît, êt; ut, o uta; sadi, montes; ili, dioses; tabbanuta, edificios (plural masculino en i); la terminación del plural masculino en ân es evidentemente caldea; el dual â, ai, ê, es análogo al hebreo aim, ê; árabe ani, genitivo y acusativo aini.

     V. La formación de nombres derivados: en ut, como sarrut, reino; madut, multitud, etc.

     VI. Las terminaciones de la declinación árabe, a, i, u, son poco frecuentes, pero se ven algunas veces añadidas al tema con o sin la terminación nasal, que lleva en árabe todo nombre indeterminado. Distínguese también el status constructus semítico.

     VII. Los sufijos pronominales de genitivo y acusativo se juntan al nombre y verbo como en dichos idiomas, y el superlativo se expresa también por una relación de genitivo. [176]

     VIII. La raíz trilítera lleva ordinariamente una vocal, que va después de la primera consonante radical (en arameo, después de la segunda); los nombres derivados de raíces fuertes toman una vocal auxiliar idéntica a la de la raíz: alaf (hebr. elef); tsalam (hebr., tselem); ziqir (hebr., zeqer).

     IX. Nombres derivados se forman por medio de los prefijos th, m, a (hebr., i = yod); con la n y las terminaciones an, ai (hebreo, î en nombres patronímicos); qirban, sacrificio; shiltan, rey; almanat, viuda; yehudai, judío; iluth, divinidad; malquth, reino; thinishith, humanidad.

     X. Semíticos son también los numerales, entre los que merece especial mención ishthin, uno, femenino ichith, que ha aclarado la etimología del enigmático (hebreo); ashthê, en ashthêashar, once.

     XI. No se ve menos el carácter semítico en la conjugación; los prefijos son también a (e), th, n, con la vocal a o i; izqur, thazqur, thazquri, azquri; plural, izqurû o izqurûn, izqurâ o izqurân, etc. Se han encontrado también restos de los modos designados, como en árabe, por medio de vocales finales.

     XII. El asirio distingue también formas derivadas pael, fafel, nifal, etc., con algunas particularidades en la vocalización, que le diferencian de los otros idiomas semíticos; como en éstos se asimila la n de algunos verbos con la consonante siguiente.

     Más particularidades pueden verse en las obras de Oppert, Ménant, Olshausen. [177]



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- XI -

Lenguas indo-europeas

Lenguas eránicas

     Pertenecen a la gran familia indo-europea, y son de las más antiguas que se encuentran en el catálogo de lenguas conocidas. En los idiomas semíticos encontramos un sistema gramatical bien organizado; aquí le vemos llevado hasta la perfección. En ellos nos han quedado las producciones más ricas y grandiosas de la inteligencia, a la cual siguieron en su desenvolvimiento histórico.

     Las raíces de esta familia, generalmente monosílabas, no son en sí palabras o partes de la proposición, cuya categoría alcanzan en el discurso por medio de sufijos o terminaciones; bhar es indefinido; pero bhara-s, bharam, son nominativo y acusativo de un nombre; bhara-sí, bhara-ti, bharanti son diferentes personas de un verbo.

     Los sufijos formativos o de flexión proceden de pronombres que algún día existieron como tales; en bhara-s, la s es derivación del pronombre sa (este); en bharati, la terminación ti se originó de ta, pronombre de tercera persona (ton, istum). Estos sufijos se unen con el tema para formar un solo elemento; la palabra en sus diversas categorías.

     Muchas de las lenguas en cuestión distinguen tres números, algunas sólo dos; sus casos son muy varios; en las más antiguas encontramos ocho, a saber: los cinco conservados en los idiomas [178] modernos (griego, latín) más un locativo y dos formas de instrumental.

     La confusión o pérdida de terminaciones principió muy pronto; verificose lo primero en griego, con el genitivo y ablativo; y del dativo y locativo se hizo un solo caso.

     Entre el tema y la terminación se interponen a veces elementos extraños: S. mâtar, mater; genit. plur., mâtrn-am. Admiten generalmente tres géneros, distinción que desaparece en algunos de los dialectos modernos (inglés).

     El femenino se forma prolongando la vocal final, o por terminaciones especiales. Éstas son en el neutro m, t, mientras que el masculino toma por carácter distintivo s, y el femenino una vocal, o ambos quedan sin signo distintivo: S. ki-t, quid; ki-s, quis.

     Generalmente siguen todos los nombres la misma declinación, y sus diferencias provienen de las diversas terminaciones del tema, a las que los sufijos de flexión afectan de distinto modo; el final del tema es, por consiguiente, lo variable; la terminación del caso siempre es la misma, aunque puede sufrir modificaciones accidentales, según que el tema termine en consonante o en vocal; el género ejerce también alguna influencia sobre ella. Tema es aquella forma especial que toma la raíz al recibir las terminaciones; así de la raíz sanskrit bhri se hace un tema bhar.

     Un nombre presenta a veces en su flexión diversos temas, que se dividen, con los casos en que cada uno se emplea, en fuertes, medios y débiles; cosa semejante observamos en muchos verbos: fero, tuli, latum; sanskrit, hanmi, hansi, mato, matas; pero ghnanti, matan; aghnan, mataban; dadarça, vio; drakshyasi, verás; pero paçyâmi, veo; paçyasi, ves, etc.; así el gr. airésô, tomaré; pero eilómen, tomé; erjomai, voy; pero elzon, fui; como nuestro caber, quepo, y otros.

     Sólo ciertas consonantes pueden terminar una palabra o tema; existen en todos las idiomas de la familia leyes fijas que las determinan (gr. n, r, s), y de ellas dependen y proceden las principales particularidades de la flexión. A estas leyes eufónicas deben algunas lenguas antiguas la armonía que les caracteriza, porque antes de unirse los elementos de flexión, tema y sufijo o prefijo, se verifican en las partes que han de ponerse en contacto [179] cambios, que les asimilan o hacen homogéneos; de esto hemos hablado en otro artículo; pasemos a estudiar los caracteres de los principales idiomas del grupo Eránico.

Lengua de la antigua Baktriana o Zend.

     Damos principio a nuestras consideraciones sobre la familia indo-europea por uno de sus miembros más antiguos, la lengua en que fue escrito el Zend-Avesta, o los libros del legislador persa Zoroastro.

     Este nombre zend designa propiamente el comentario; la traducción de dichos libros, de donde se llamaron Pâzend las glosas aclaratorias de esa traducción, como si dijéramos supercomentario.

     Esta lengua, con algunas otras, forman un grupo, que se ha dado en llamar Eránico o Iránico, del país Eran o Irán. A él pertenece el Persa de las inscripciones cuneiformes, probablemente el más antiguo de este grupo, y que se conservó en algunos puntos como lengua viva, hasta el primer siglo antes de Jesucristo. Sin decidir aquí la cuestión de antigüedad, podemos colocar en segundo lugar el zend, con dos dialectos: zend propiamente dicho, y otro más antiguo, llamado de los Gâthas, por haberse compuesto en él varios cánticos, que constituyen la parte más antigua del Zend-Avesta, y llevan ese nombre.

     Los lexicógrafos persas y árabes nos han conservado los nombres de muchos dialectos, que pudieron estar más o menos relacionados con las dos lenguas anteriormente citadas: Soghdi (de Sogdiana); Zâuli (de Zabulistan); Siksi (Seyestan o Sakastene de los griegos); Hirvi (Harôyu-Herat), y posteriores el Pârsi (hablado en Persépolis), y Dêri, llamada lengua de la corte y de Firdusi, que se diferencia muy poco del anterior. El Armenio, Osético y Afganés pertenecen a este grupo, con el Kurdo, aun poco estudiado.

     Los libros que componen el Zend-Avesta son: Vendidad, Yasna y Vispered (con los llamados Yasht).

     Vendidad principia por una breve exposición de los países creados por Ahura-Mazda (Ormuz), tomando los capítulos siguientes [180] un carácter legislativo; determina lo que el sectario de Zoroastro, adorador de Ahura-Mazda, debe hacer y lo que debe evitar; prescribe los medios por los que el impuro o transgresor de la ley podrá purificarse, y emplear el que se encuentre en ese estado involuntariamente. Algunos capítulos de este antiquísimo documento son muy importantes para la historia religiosa de los pueblos, y el primero en especial para la geografía. Yasna, más antiguo que el anterior, contiene diálogos religiosos entre Ahura-Mazda y Zaradustra (Zoroastro); es como el libro litúrgico o ritual de los parsis; los cánticos llamados Gâthas forman su segunda parte. El Vispered contiene invocaciones y oraciones dirigidas a varios genios, y algunas al mismo Ormuz.

     Es probable que la composición del Zend-Avesta sea muy posterior a Zoroastro, habiéndose conservado las doctrinas de este legislador por tradición oral. La diversidad de estilos y dialectos que encontramos en el Avesta hace suponer que fueron varios sus autores.

     Por otra parte, fue costumbre muy recibida entre los autiguos el trasmitir sus sagradas doctrinas y creencias religiosas por tradición, hasta el punto de no consentir que cosas tan sagradas se estampasen en el papel. Aun hoy se hallan sacerdotes indios que recitan de memoria y con escrupulosa exactitud uno de los Vedas, y del mismo modo conocen hasta el lugar que corresponde a todas las notas ortográficas y acentos; lo que muy pocos hacen hoy con un solo Veda, hacían los antiguos con los cuatro, a lo que es debido el que de estos libros no se conozcan manuscritos anteriores al siglo VIII de nuestra era.

     Los escritores de la antigüedad escribieron el hombre del legislador y profeta de los persas en diversas formas. En autores griegos antes de Jesucristo leemos Zôroástrês, o Zôroástros, y aun Zarádês, distinto del Zarátas o Záratos que mencionan Plutarco, Clemente Alejandrino y otros; el nombre que se halla en escritores antiguos, Zazráistên, se refiere también al personaje de que hablamos: la misma variedad hallamos en los idiomas modernos, como Zartusht, Zartuhasht, Zardisht, etc.; en zend es Zara-thustra, que probablemente significa estrella de oro.

     La tradición más probable y más autorizada nos dice que Zaradustra [181] nació en Ragha o Rei, cerca de Teherán, donde por mucho tiempo fue señor, que reunía en sí los dos poderes espiritual y temporal; y su nombre Zaradustra fue en lo sueesivo el título honorífico de los señores, o sumos sacerdotes, cuyo jefe o cabeza se llamó Zaradustrôtemo o sea el mejor de los Zaradustras, como el actual jefe de los sacerdotes parsis lleva el nombre de Desturi-Desturân, e sea Destur de los Destures, sacerdote de los sacerdotes. El verdadero Zoroastro, el profeta y legislador, tiene en los libros el epíteto Spitama, sobre todo allí donde pueda ser confundido con otro; y a veces se le nombra también Dûta o mensajero de Ahura-Mazda, destinado a manifestar a los hombres las doctrinas del espíritu de la verdad; esto leemos en el Yasna, donde en algunos pasajes se da asimismo este nombre. La misma tradición le hace venir de sangre real, y nos dice que su nacimiento fue anunciado con grande antelación por Ahuramazda; y según el Yasna, su padre alcanzó este dichoso hijo como premio de sus virtudes y oraciones. Tan grande es la importancia que se da a este personaje, que el mismo Ormuz consideraba como segura la victoria de sus doctrinas si lograba ganarle para sí y hacerle su profeta. En todo el Zend-Avesta se nos presenta a Zoroastro como un personaje extraordinario y superior en santidad, virtud y dignidad a todos los demás hombres; en cuyo nacimiento se alegraron todos los seres animados e inanimados, y cuyo poder se extiende hasta el mundo invisible o celeste.

     Anro-mainyus o Ahriman puso en juego todas sus maquinaciones diabólicas para pervertirle o quitarte la vida. Con este último fin se nos dice en uno de los libros del Avesta que mandó primeramente a la Drûta, genio malo; pero como Zoroastro hiciese oración y confesase la doctrina Mazdayasna, huyó espantada la Druta de su presencia a la de Anromainyus, predicando la majestad y poder del incomparable Zaradustra.

     Según varios pasajes del Avesta, podemos creer que en tiempos muy remotos, prehistóricos, hubo un rudo combate religioso entre indios y eranios, que dio por resultado el cisma, el cual principió algunos siglos antes que Zaradustra Spitama recibiese orden divina de atacar y destruir la idolatría, y desterrarla para siempre del país de Eran o Irán. La tradición y el Zend-Avesta nos [182] dicen que, antes que a otro alguno, anunció las doctrinas de Ormuz al rey Vistâspa, o sea Gustaspes, quien no puede ser el padre de Darío, pues ni el tal personaje alcanzó esa dignidad, ni los padres de ambos Gustaspes son idénticos, al menos en el nombre.

     Comparadas las noticias que se nos han trasmitido por el Zend-Avesta con las de la tradición y de autores griegos, resulta como probable que el fundador de la religión que lleva el nombre de Zoroastro vivió muchos siglos antes del padre de Darío, en cuyo tiempo dicha religión se había extendido considerablemente y suponía siglos de existencia; es pues muy razonable la época en que ordinariamente se le coloca, o sea cerca de dos mil años antes de Jesucristo.

     En el Zend-Avesta aparece Zoroastro como inmediato autor de algunos cánticos contenidos en los libros llamados Gâthas; la mayor parte de esa obra hetereogénea, sin embargo, fue compuesta por los discípulos y sucesores del Profeta. La base de su teología y el principio fundamental de su religión fue el monoteísmo, mientras que la idea dominante en su filosofía especulativa es el dualismo, o sea la creencia en dos causas primeras, de las cuales se originó el mundo visible e intelectual; pero es de advertir que las doctrinas contenidas en los libros más antiguos del Avesta que pudieron tener por autor al mismo Zoroastro, son opuestas al principio dualista, cuyo origen debió de ser posterior.

     La filosofía moral de Zoroastro se mueve en el círculo o trias de pensamientos, palabras y obras; según la naturaleza de éstas y de aquéllos será también la futura suerte del individuo: Ahura-Mazda (Ormuz), el Ser supremo, el único Dios de la luz, de la verdad y de la vida, es también rectísimo y sabio juez de los hombres, porque siendo el autor del cielo y de la tierra, principio de toda vida y Señor del universo, dispone también del hombre, a quien puede hacer partícipe de todos los bienes que posee, o imponer castigos conformes a sus obras. Después de esto que vemos repetido y ampliado en el Zend-Avesta, se comprenderá cuán absurdo y destituido de fundamento es el nombre de ignícolas, o adoradores del fuego, con que se apellida a los persas antiguos y parsis modernos. El respeto y veneración con que tratan al fuego sagrado los sectarios de Zoroastro, tiene próximamente [183] la misma explicación y origen que el que guardaban al suyo los hebreos.

     El zend, según podemos juzgar por los restos que de su literatura nos quedan, llegó a un alto grado de desarrollo y perfección, comparable sólo con el que obtuvo el dialecto de los Vedas: su flexión en nombre y verbo es rica en formas, y su mecanismo gramatical perfectamente acabado, como en el dialecto de que hemos hecho mención.

     Vemos en esta lengua una verdadera hermana del sanskrit, griego, latín y godo, que abandonó a la madre común antes que todas, mas desgraciadamente su literatura pertenece a un periodo en el que ya iba decayendo: el empleo de muchas formas gramaticales no es constante; los casos van desapareciendo, y se encuentra en su lugar muy a menudo el tema invariable: daêva, dioses indios; por el instrumental daêvêna o daêvâ, y aún hace las veces del nominativo plur. daêvanhô. Descuidase también la distinción de las terminaciones femen. â o î; daêna, fem.; religión, por daêna: esta confusión de categorías indica un período de decadencia, porque la corrupción gramatical es debida a la ignorancia del pueblo y de los sacerdotes, a quienes, por el carácter religioso, estaba naturalmente encomendada la custodia e inteligencia de sus libros. Mas los ministros de Ahura-Mazda, opuestos en todo a sus enemigos irreconciliables los de Brahma, no hicieron el menor esfuerzo para salvar el conocimiento de la lengua depositaria de sus dogmas y creencias, llegando a perder de tal modo el de los valores gramaticales, género, casos, número, etc., que al copiar alguna obra o parte del Avesta, separaban las terminaciones del tema, creando así una nueva dificultad a los comentadores europeos.

     El zend fue rico en sonidos; pero aunque conocemos hoy más de sesenta signos, no se hallan todos en los manuscritos, por lo menos de los conocidos en Europa. Se lee y escribe de derecha a izquierda, siendo la única excepción entre los idiomas indo-europeos, como el etíope y asirio entre los semíticos.

     En su tesoro de palabras, formas y fenómenos gramaticales muestra grande analogía con el dialecto de los vedas (libros religiosos de los indios), lo que sin duda puede tomarse como prueba [184] de su antigüedad; distingue, como aquél, un subjuntivo, cuatro terminaciones en dual, mientras que el sanskrit clásico sólo tiene tres; y en general, varias formas desconocidas en éste son de uso frecuente en ambos dialectos. Su construcción es sencilla, y semejante a la que encontramos en los libros sagrados del Brahman. Haremos algunas indicaciones acerca de su estudio e introducción en Europa. El francés Anquetil du Perron fue la piedra sobre que se fundó el estudio del zend y de su literatura. Sobre la historia y religión de los antiguos persas, había escrito Thomas Hyde una obra excelente en su tiempo, pero que hoy no satisface las exigencias de la ciencia (Historia religionis veterum persarum eorumque magorum, 1700, Oxford).

     Como Anquetil recibiera noticia, siendo aún joven, de las obras religiosas de los persas, por los manuscritos que ya en su tiempo poseía la biblioteca de Oxford, tomó la resolución de ser el primero que las tradujese (en Europa). Érale para esto necesario aprender el idioma, cosa que sólo podría hacer con los descendientes de Zoroastro, los que únicamente hallaría en la India. Falto de recursos para emprender un viaje tan largo y tan costoso, se alistó entre los soldados que iban entonces destinados a las posesiones francesas. Llegó a Bombay, atravesó todo el país ( ¡gran parte a pie!), y consiguió, con trabajo y dinero, que un sacerdote llenase sus deseos.

     Después de algunos años de enseñanza volvió a Europa, y publicó la primera traducción del Zend-Avesta, en dos volúmenes en 4.º, París, 1771; contándonos en un discours préliminaire las aventuras de su penoso viaje. Anquetil compró en la India una preciosa colección de 180 manuscritos en diversas lenguas, que depositó en la Biblioteca Imperial de París.

     El pueblo literato en general recibió esta obra con entusiasmo, no obstante sus muchas imperfecciones; únicamente los ingleses la atacaron rudamente, presentando algunos a Anquetil como un hombre simple, que se había dejado engañar, y traducía absurdos contrarios a la sana razón en lugar de los libros de Zoroastro. El danés Rask probó con sólidos argumentos que aquella traducción era la del verdadero Avesta, y puso fuera de duda la identidad del idioma con el de los antiguos parsis. Con la muerte temprana [185] de este eminente orientalista, perdió el estudio del zend, en la infancia, una de sus mejores columnas.

     Burnouf emprendió por primera vez la interpretación científica de los sagrados libros, y aplicando sus grandes conocimientos del sanskit, obtuvo excelentes resultados.

     Sus profundas y minuciosas investigaciones sobre el capítulo IX del Yasma sirvieron de base al estudio de la literatura nuevamente descubierta, siendo este trabajo del orientalista francés el testimonio más brillante de la autenticidad del Zend-Avesta, disputada por los ingleses. A sus progresos han contribuido, el doctor M. Haug, cuyos escritos sobre la materia son de los que pueden leerse con más confianza y seguridad; Fr. Spiegel con muchos y buenos trabajos, aunque sus traducciones no merecen siempre fe; Westergaard, con una edición correcta y completa del Avesta, y algunos otros.

     Si se tiene en cuenta que los reyes persas extendieron su poder hasta la India, tocando al O. sus dominios con los de los griegos; que durante un largo período el zend, u otra lengua en relación íntima con ella, y las creencias contenidas en los libros que forman el Avesta fueron propiedad del mismo pueblo; que esta lengua se ha conservado en un estado primitivo de pureza, comparable solamente con el que nos presenta el dialecto antiquísimo de los vedas, no se tendrá por infundada la importancia que se da a su literatura para los estudios de filología comparada y de mitología. Todos los ramos del saber, cultivados por estos pueblos, con la geografía, historia y religión, reciben nueva luz de unos libros que antes sólo conocíamos por las noticias inexactas y poco fidedignas de los griegos. La posición topográfica de los persas les hacía fácil y casi necesario mantener un continuo comercio, con las naciones más civilizadas de la antigüedad, las cuales no podían menos de influir en su literatura y creencias; en el Zend-Avesta podemos estudiar las opiniones de una gran parte de la humanidad sobre los principales objetos con que el hombre vive en relación. Además, se descubren en él fragmentos intercalados, que podrían tomarse como restos de una rica literatura. ¡Muchos capítulos del Vendidad son probablemente representantes de otros tantos libros perdidos! [186]

Osético.-Afganés.-Armenio.

     Los osetas, hahitantes del Cáucaso, aunque se hallan rodeados por todas partes de pueblos extraños, han conservado puro el carácter indo-europeo de su lengua, en la que se distinguen tres dialectos principales, Digórico, Tagaurico y Osético del Sur. Los osetas no poseen literatura, y por consiguiente tampoco tienen alfabeto propio; Rosen ha empleado el geórgico. (81)

     Su gramática es sencilla; no se distingue el género ni aun en la flexión, pero sí los dos números singular y plural; sustantivo y adjetivo siguen la misma declinación. Fuera de nuestros casos, tienen un locativo e instrumental, pero sin terminaciones especiales, porque toman las de otros casos. No hay artículo definido, y el indefinido se forma, como en el persa moderno, añadiendo al nombre una i: lag, hombre; laghi, un hombre.

     El adjetivo calificativo precede invariable al sustantivo; como predicado, toma el número del sujeto: masav bajta rasugdta sti, mis negro (s) caballos hermosos son (ta es la terminación del plural).

     El comparativo se forma por medio de la sílaba dar (cp. sansk. tara, persa mod. tar, teros, tior, etc.); el objeto comparado se pone en ablativo como en latín: dargh, largo (Sanskr. dirgha; pers. diraz) compar. darghar. Los pronombres muestran el carácter eránico de la lengua; interrog. ki, quien (sanskr. kas, pers. ki, quis, etc.); chi, que (pers. chi); andar, otro; ali, todo (cp. alter; Sanskr. antara, alem. der andere; y alem. alles, alius); sepeta, todos (sanskr, viçva; zend viçpa); nichi, nada (cp. nihil, alem. nichts, etc.)

     En la misma relación están los numerales de los que pueden compararse:

     1. Iv, zend, aêva.

     2. Dua, S. dva o dvi, Z. dva, duo, dos.

     3. Arta, S. tri, Z. thri, gr. treis, tria.

     4. Tsupar, S. chatvar, Z. chatvare, gr. tettares, etc.

     8. Ast, S. ashtan, Z. ashtan, .

     10. Das, S. daçan, gr. deka. [187]

     12. Duadas, S. dvâdaçan, Z. dvadaçan, gr. dôdeka.

     19. Nudas, S. navadaçan, Z. navadaçan.

     Los ordinales toman la terminación am, persa um. sanskr. ama, Z. ama, emo, etc.; sirvan de ejemplos:

     4.º Tsuparam, pers. chaharum y Z. irreg.

     7.º Avdam, S. Saptama. Z haptamô, gr. ebdomos.

     8.º Astam, S. ashtama, Z. ashtemo.

     10.º Dasam, S. daçama, Z. daçemo.

     (En persa, 7.º haftum; 8.º Hashtum, etc.)

     En el verbo presenta aun mayor conformidad con las lenguas indo-europeas. Como en el nombre, se distinguen aquí dos números, en los cuales las tres personas tienen formas particulares. Las terminaciones del presente sing. in, is, i; plur. am, ut, inch; y del preter. on, ai, a; plur. am. at. oi, son análogas a las del pres. e imperf. de los demás idiomas de la familia. Algunos tiempos se forman con el auxiliar kanin, hacer, cuyo empleo es semejante al del persa, qardan, imp. qun, S. krinômi; Z kerenaômi. La conformidad de sus reglas eufónicas con las que caracterizan a dichas lenguas es una prueba más de la relación íntima que las une. Pueden compararse aún las palabras siguientes, qus, oír; pers. qush; fars, S. prach, pers. purs, alem. fragen, percontare; war, S. vri, alem. bewahren, guardar. fid, S. pitâ, pers. pidar, gr. patêr, alem. vater, godo fadar, ingl. father, pater, padre; mad, S. mâtâ, pers. mâdar, madre; mei, S. mâs, pers. mâh, gr. mên, godo mena, ant alem. mâno, alem. mond, mensis, luna (mes).

     Como esta pequeña tribu indo-europea ha venido a tomar asiento entre pueblos que le son extraños en lenguas y costumbres, es un problema que sólo podremos resolver cuando tengamos más y mejores noticias de su idioma y de los que la rodean; entonces descubriremos el brazo que une a esa isla del mundo lingüístico indo-europeo con el resto de su familia, o sabremos el modo con que ha llegado a tal aislamiento. De estas lenguas recibiremos sin duda preciosos datos para la geografía y etnografía antiguas, en lo cual está su principal importancia.

     Pasando por alto la lengua del afganistán, haremos algunas indicaciones sobre la literatura del armenio. Es conocido este idioma en Europa desde hace varios siglos; mas su estudio verdaderamente [188] científico es de nuestros días, y a él ha contribuido no poco la aplicación del sanskrit a la filología comparada. Pertenece también a la familia indo-europea y grupo eránico, como el afganés. Su alfabeto está basado en el griego, su literatura abunda sobre todo en preciosas obras de historia. Toda ella nació, se desarrolló y creció bajo la influencia y como a la sombra del cristianismo, impregnándose a la vez de ideas helénicas. Sus historiadores y cronistas forman una cadena, cuyos anillos se han prolongado sin interrupción desde el siglo IV hasta nuestros días. Esta literatura interesante abunda también en composiciones sobre exégesis y teología. Las obras antiguas nacionales desaparecieron con la introducción del cristianismo, lo cual es muy sensible, porque la perfección con que están escritos algunos fragmentos que nos quedan de tales poesías es un testimonio evidente de la antiguedad del idioma, que no pudo alcanzar ese desarrollo sin un cultivo continuado, en el que tomaron parte muchas fuerzas. Esto pudo a la vez contribuir a cambiar notablemente su carácter primitivo. Mas el cristianismo, benéfico siempre en sus efectos, sembró entre los armenios una semilla que pronto produjo bellos frutos. Despertó en ellos un amor extraordinario a las ciencias y a las letras, en las cuales tuvieron hombres sobresalientes, formados en las escuelas de Alejandría, Atenas, Constantinopla y Roma. La naturaleza de la lengua se prestaba a la imitación y traducción de los grandes maestros de Grecia y Roma, por su flexibilidad, variedad de estructura y riqueza de expresiones. Muchas composiciones de este género, y acaso traducciones de originales que han desaparecido, aguardan que un amante de la ciencia las saque de algún convento armenio, en cuya biblioteca han encontrado por largo tiempo albergue.

     Los trabajos gramaticales y lexicográficos que sobre esta lengua poseemos son numerosos, pero dejan mucho que desear en punto a perfección.

     Antes de pasar al sanskrit, haremos varias indicaciones sobre una lengua que pertenece al grupo que lleva el nombre de aquél. [189]

La lengua Rom o de los Gitanos.

     La filología moderna ha incorporado a la familia indo-europea uno de sus miembros en la lengua del pueblo nómada, a quien todos conocemos por uno de los más raros del mundo: los gitanos. El nombre de este individuo, perdido y hallado en nuestros días, es rôm, si no se le quiere dar el de su pueblo.

     Esparcidos y errantes por las tres partes del mundo, Asia, África y Europa; sin otros sentimientos de nacionalidad que los débiles que les unen a su tienda, han conservado hasta hoy el idioma que trajeron de su patria primitiva, la India.

     Se les ha tenido por originarios del Egipto, y a esta procedencia se refiere nuestra denominación gitano; mas la lengua ha demostrado con evidencia que su verdadera patria es la India. La etimología de muchos nombres con que se les ha distinguido es inexplicable u oscura. Alem. Zigeuner (Zíngaro, etc.).

     Ellos se llaman a sí mismos sinte (de saindhava, habitante, del Sanskrit sindhu, Indo); rôm, hombre, y kâlo, oscuro (del S. kâla). Tiénese por cierto que aparecieron en Europa a principios del siglo XV.

     Su lengua había ya llamado la atención de algunos sabios en el siglo pasado (Rudiger, 1777, y antes, de Bütner), pero el primer trabajo científico es el del alemán Pott.

     Ha admitido muchos elementos extraños, que sin embargo dejan pronto conocer su origen en el norte del país mencionado, y su parentesco inmediato o indisputable con el sanskrit se halla comprobado por las formas gramaticales, construcción y tesoro de palabras; de éstas pueden compararse: breshno, S. varsha, lluvia; manush, S. manushya, Z. mashya, alem. mensch, hombre (humano); aguszlo, S. angushtha, pers. angosht, dedo; szero, S. çiras; gr. kára, kéras, kranion (cp. cranium, crinis, ant. alem. hirni, cerebro, cráneo), cabeza; ritsh, S. riksha, gr. arktos; ursus (por urcsus), oso; rat, S. râtri, noche; doosh, S. dôsha, daño (propiamente delito), y otras.

     Toda su literatura se reduce a canciones populares, cuyo carácter y contenido es de lo más raro que haya podido producir la humana inteligencia. [190]



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- XII -

Lengua sánskrita

     En todas las ciencias cuyo estudio ha cultivado el hombre pensador han existido diversos ramos que, por su importancia intrínseca o por sus aplicaciones a la vida práctica, obtuvieron cierta prioridad sobre los demás. Y cuando los nuevos adelantos de la ciencia vienen a descubrir otros más acreedores a esa predilección, no obtendrán el lugar que les corresponde en el santuario de la misma sin empeñar un rudo combate, para destruir las preocupaciones adquiridas en favor de lo existente. Desde muy remotos tiempos se han cultivado las lenguas griega y latina entre las clásicas de nuestra familia, con exclusión de toda otra, por sus grandes aplicaciones al estudio de todas las ciencias, cuya terminología se ha tomado de ellas. Pero una lengua que posee una rica literatura, y que se ha elevado a gran altura en su desenvolvimiento histórico, tiene otras aplicaciones de mayor importancia que la de dar palabras técnicas a las demás ciencias, como ha probado suficientemente la sánskrita. El mérito intrínseco de su literatura, la poderosa influencia que durante muchos siglos ha ejercido sobre la civilización y cultura intelectual de algunos pueblos del Asia y de la Oceanía, y la que ha podido ejercer sobre los indo-europeos, antes de que tuviese lugar la dispersión de los diversos miembros de la familia, y más que todo, los grandes resultados que da en su aplicación al estudio comparativo de filología, lingüística y mitología, hacen que la lengua sánskrita pueda y deba ocultar un lugar distinguido al lado de las dos llamadas clásicas, cuyas aplicaciones en filología [191] no son tan universales, ni los resultados con ellas obtenidos, tan seguros como los que ofrece la lengua sagrada del indio. Mas, como veremos esto prácticamente en los artículos que siguen, omitiremos aquí toda observación sobre la materia, y nos limitaremos a hacer un ligero estudio de la literatura del sanskrit y de los principales caracteres distintivos del mismo.

     Dos solas familias lingüísticas o grupos ocupan el inmenso país comprendido entre el Indo y Ganges, y entre el Himalaya y cabo de Komorin, la drávida y la sánskrita.

     Al entrar los arios en la India por el Pentchab, arrojaron a los naturales que habitaban aquellas llanuras, los cuales se refugiaron en el Dekan; uniéronse varias tribus a los vencedores, retiráronse otras a las montañas del interior, y algunas retrocedieron al O., viviendo aún hoy en el Belutchistan.

     Estas tribus indígenas hablaban las lenguas drávidas, que ocupan la extensión comprendida desde el monte Vindhya y río Nerbadda hasta el mencionado cabo Komorin, siendo las principales de ellas. (88, 89, 90)

     1.º Tamil, hablado por diez millones de habitantes.

     2.º Telugu, hablado por catorce millones.

     3.º Canarés, que hablan próximamente cinco millones.

     4.º Malayam, dos millones y medio.

     5.º Tulu o tuluva, dos millones próximamente.

     A la rama sánskrita pertenecen los idiomas del Norte, en la extensión comprendida desde el Himalaya y Hindukush hasta el Dêkan, y desde el río Indo hasta el Brahmaputra. Más de ciento cuarenta millones de hombres hablan estas lenguas, que podemos dividir en seis grupos o subdivisiones ( 91, 92, 93, 94, 95).

     1.º Grupo del Este, con la lengua de Bengala, de Asam y de Orissa.

     2.º Del Norte, con las del Nepal, Kashmir (Cachemira), y Pentchab.

     3.º Grupo del Oeste, con los dialectos del Sind, Multan, etc.

     4.º Grupo medio, el Hindi al Norte, del cual se ha formado, desde el siglo XI de nuestra era, el urdu o hindostani, lengua oficial y usada en gran parte de la India por el pueblo culto, pero que ha tomado muchos elementos árabes y persas. [192]

     5.º Grupo del S. O., al que pertenece el gucherate con sus dialectos.

     6.º Grupo del Sur, marati y dialectos.

     Por su antigüedad están sobre todos estos el prakrit y el pâli, cuya literatura es anterior a la era cristiana; el primero es en dramas sanskritos la lengua del pueblo bajo y de las mujeres; el segundo se nos ha conservado en obras budistas, quienes la emplearon para escribir sus libros sagrados, dando nacimiento a una rica y floreciente literatura.

     El origen de estas lenguas y dialectos fue el sanskrit, que, abandonado hace veinte y cinco siglos por el pueblo, ha tenido en ese largo período una vida puramente artificial, como el latín entre nosotros. El sacerdote brahman, después de varios años de enseñanza, habla y escribe el sanskrit clásico con la misma dificultad que el europeo el latín. Mas en el primer periodo de su literatura le encontramos bajo una forma poco diferente de la que tiene en el segundo, pero cuyas particularidades la dan derecho a una separación, y ha recibido el nombre de dialecto védico o de los vedas, por llenar estos libros todo ese periodo.

     La opinión de aquellos que tienen al pueblo indio por ignorante y simple, esclavo de sus supersticiones e incapaz de remontar su imaginación sobre los objetos materiales que lo rodean, carece de todo fundamento, y ha perdido el valor ficticio que antes tuviera, después que la historia y literatura de ese pueblo han dejado de ser para el europeo un misterio.

     Hoy, que podemos estudiar sus obras literarias, como las propias, y las producciones de Kâlidâsa corren entre nosotros como las de Homero y Virgilio, descubre semejante aserto la ignorancia respecto de las primeras, y acaso poco conocimiento de las segundas.

     Dejando para pluma más hábil el hacer la apología de los talentos literarios del pueblo que nos ocupa, seguiremos nuestro camino ordinario de la observación. Sólo alguno que nada creo, por negarlo todo, pone en duda la antigüedad de la literatura de los vedas, porque estos antiquísimos documentos de la civilización india son el argumento más concluyente contra los infundados asertos de aquellos incrédulos, que tratan de rebajar el mérito de sus productos literarios. [193]

     Cuando en las demás naciones del orbe iluminaba apenas un débil rayo de luz las inteligencias, brillaba del Indo al Ganges, del Himalaya al golfo Índico la ciencia de los rishis maestros y profetas de su pueblo; ciencia que si en todo no tenía por base la verdad, era sólida por fundarse en el conocimiento de sí mismos. El griego no tuvo otro dios que su patria, por la que estaba dispuesto a derramar su sangre, pero cuyo amor no podía servirle de guía o norma en todas sus acciones; el indio se considera en el mundo como peregrino, y dirige sus pensamientos y actos a objetos más grandes y sublimes que los que le rodean; la Divinidad, ante la cual muestra siempre un profundo respeto, llena todo su corazón, y su fin es unir el yo personal con el del Eterno (paramâtman), de manera que el amor y aspiración hacia una vida más pura y elevada degeneró muchas veces en sacrificio propio; conservándose la memoria de rishis, que hicieron penitencias reales y severísimas para hacerse dignos de la compañía de los dioses, sin contar los muchos anacoretas cuyas personas y penitencias son creaciones de la fábula.

     Un pueblo que mira bajo ese punto de vista la vida actual y todo lo relacionado con ella, no tendrá importancia ni influencia alguna en la historia política del mundo, pero ocupará, en cambio, un lugar distinguido en la intelectual del género humano. Mientras que otros pueblos consumen sus fuerzas en luchas intestinas, en defender sus pretendidos derechos, las concentra éste en un solo fin, -el último del hombre, -la Divinidad. Hombres así separados y abstraídos del mundo, adornados de ciencia, con un corazón recto, dotados de entendimiento sano y de imaginación fecunda, libres de preocupaciones, y que habían sometido sus apetitos a la voluntad por medio de penitencias, son los elegidos por los dioses para anunciar a sus compatriotas los secretos del cielo.

     Adviértase de paso que la devoción no es para el indio una elevación del entendimiento a Dios en sentido cristiano; consiste más bien en el sacrificio de sí mismo y de sus bienes, hecho con el fin de obligar a los dioses a que le concedan sus deseos; dame y te daré, o te doy para que me des, es el axioma religioso-moral del indio. [194]

     Con sacrificios y penitencias puede alcanzar el rishi un puesto entre los dioses, y nada hay para él en el mundo más sublime que ese pensamiento; y si tales ideas conducían al error de divinizar a la humanidad, ejercían, por otra parte, una influencia bienhechora sobre las costumbres.

     En su literatura nada se descubre de esa corrupción moral que han querido ver algunos escritores poco familiarizados con la vida de este pueblo extraordinario. Entre sus ideas politeístas domina la de un Ser supremo, jefe, maestro y señor de la república celeste. Sus opiniones acerca de la familia, y los preceptos por los cuales se establecen las relaciones de la sociedad doméstica, parecen copia del Evangelio; las leyes que determinan y fijan los privilegios del maestro, y deberes del discípulo para con él, muestran la elevada inteligencia de los legisladores; el discípulo tiene obligación y deber de pedir por el maestro o guru, y mantenerle.

     El respeto a la casta sacerdotal degeneraba en adoración; el indio consideraba a sus sacerdotes como único medio para obtener el favor divino; les obedecía y seguía sus doctrinas como infalibles; y el Brabman, por su parte, supo mantener largo tiempo su dignidad sobre la de los mismos reyes, cuyo poder y autoridad despreciaba y no quería para sí, como inferiores al predominio moral y tutela que sobre ellos ejercía.

     Las canciones del Rig nos muestran este pueblo atravesando todos los grados de cultura y desarrollo intelectual por que pasa generalmente una sociedad desde su origen. Vémosle, en su infancia, dar culto a las fuerzas de la naturaleza; pero entre estos fenómenos naturales, o elementos, que considera como seres sobrehumanos, trata de establecer unidad, formando una jerarquía, en la que cada uno de los seres divinos que la componen tiene su destino, dominios y atributos. Conceptos abstractos dieron pronto lugar a la creación de nuevos seres, los cuales, personificados, recibieron también atributos propios de la Divinidad. Aumentado de este modo el número de dioses, fue necesario poner orden en la sociedad celestial, haciendo divisiones, por lo general fundadas en las cualidades y atributos especiales de cada uno, de lo cual resultaron las divinidades, cuyo círculo de acción es [195] el cielo, la atmósfera y la tierra, personificadas en el sol (aditya), viento (vâyu-indra) y fuego (agni).

     Uno de estos tres seres obtuvo con el tiempo la supremacía sobre los demás, conforme a las opiniones reinantes o que dominaban al pueblo; el sol fue comúnmente privilegiado en la elección; pero Indra, el dios del trueno y de la tempestad, ha sido tenido como el más poderoso del empíreo; y agni es el portador de las oraciones de los hombres, o divinidad mensajera de los dioses, y mediadora entre éstos y la humanidad. La mayor parte de los dioses indios han recibido diferentes denominaciones, según la magnitud y diversidad de sus obras; de este modo, cualquier hecho memorable de una divinidad quedaba eternizado en el nuevo epíteto que se daba a su autor. Los sacrificios y los himnos de los vedas (Sâmaveda), que deben cantarse durante su celebración, son distintos para cada uno o para muchos de ellos. Hemos mencionado los vedas, y los amantes de la literatura oriental leerán con gusto algunos pormenores acerca de estos libros sagrados, cuyo contenido es tan vario como interesante.

     Veda significa ciencia, saber (de vid, lat. video, gr., éidon éidomai, oida; god. vait, sé), y en verdad que los libros religiosos del indio son el compendio de la ciencia y de los conocimientos adquiridos por espacio de muchos siglos, y el fundamento de su literatura, como lo fue el Korán para el mahometano, y los libros de Zoroastro para el parsi. Los verdaderos vedas son tres, llamados: Rigveda, Samaveda y Yachurveda, a los que se añadió posteriormente un cuarto, llamado Atharvaveda, el cual nada contiene, en realidad, que no se halle en los anteriores.

     Cada uno se divide en dos partes principales: sanhita y bráhmana. Constituyen la primera, o sanhita, generalmente himnos que se han de recitar o cantar en diversas ocasiones, con especialidad en la celebración de sacrificios; éstos, sea dicho de paso, son muy varios y de grande importancia para el indio. Se atribuye al sanhita del Rig una antigüedad de 2.000 años antes de Jesucristo, y hay la particularidad de que muchos de sus himnos se hallan repetidos en los demás vedas con pequeñas variantes. Estos himnos, sencillos en su composición y llenos de bellos pensamientos y conceptos, son la pintura más fiel que tenemos del carácter de nuestra [196] familia en su origen, y dan una idea favorable de la moral y dotes poéticos del indio en tiempos muy remotos. El fin de cada uno, causas, época de su composición, fueron, sin duda, muy diversos, como también sus autores, los llamados rishis, por lo que, presentando caracteres muy distintos, son un precioso medio para estudiar el espíritu religioso de este pueblo, que lo es por excelencia.

     Los brahmanas, o partes más modernas de los vedas, tratan de objetos muy varios, aunque versan comúnmente sobre el contenido de los sanhitas; son, pues, tratados teológico-filosóficos acerca del contenido de los sagrados libros, fundados en los himnos mismos o en la tradición. Reunidos y compuestos por algunos maestros (rishis), y considerados como propiedad de la familia o secta (charana) a que ellos pertenecían, fueron luego recibidos por otras sectas o charanas, que les trabajaron de nuevo, resultando las diversas ediciones que tenemos de un mismo bráhmana.

     Ambas partes de los vedas fueron comunicadas inmediatamente por los dioses a los rishis, que les escribieron, y constituyen, por lo tanto, parte integrante de la revelación. En los brahmanas se admite una sustancia que lo penetra todo, y de la cual son parte los dioses infinitos y seres finitos. Esta doctrina panteísta, desenvuelta detalladamente en esos libros, ha sobrevivido a todos los períodos de la literatura india; los pandits o sacerdotes indios de nuestros días enseñan que todos los seres finitos son emanaciones de una sustancia infinita; de un modo análogo explican la creación primaria de todos los seres, hecha por Brahma.

     En los brahmanas se explica también la relación entre la parte teórica de los sacrificios y la práctica, o, lo que es lo mismo, se establecen leyes litúrgicas; exponen la creencia de la tradición sobre muchos objetos religiosos, manifestándose en ellos opiniones individuales sobre los mismos, pero fundadas en la tradición antigua; de esto nace su importancia para el estudio de la religión y de la filosofía. Determinan también las funciones que cada clase de sacerdotes debe desempeñar en la celebración de sacrificios; ocupándose el Rig de los deberes del sacerdote Hotar, el Sâmaveda de losd el Udgâtar, y el Yachur de los del Advaryu; tres [197] clases distintas de sacerdotes, que intervienen activamente en todo sacrificio. El contenido de los brahmanas se ha creído siempre como doctrina revelada por los dioses, en lo que debió influir la casta sacerdotal, que vio en esto el mejor medio de rechazar los ataques dirigidos contra los privilegios allí otorgados en su favor; pero este absolutismo exasperó los ánimos, y causó la revolución de los budistas, como veremos después. Entre las diversas especies de composiciones que pertenecen al período de la literatura védica, citaremos tres de las más notables por su forma y contenido, que son como suplementos de los brahmanas; a saber: upanishads, aranyakas y sûtras. Los sûtras contienen doctrinas enseñadas en los brahmanas propiamente dichos, pero presentadas en un sistema regular y más filosófico. La brevedad fabulosa en que están escritos estos libros, llamados sûtras, hace que se les considere, y con razón, como la quinta esencia de los conocimientos que los brahmánes habían acumulado por espacio de muchos siglos de meditación y estudio, como las composiciones más raras que jamás inventó el ingenio humano. El pandit, o sacerdote indio, asegura que un autor gana tanto en la economía de media vocal breve como en el nacimiento de un hijo; y adviértase de paso que el no tener sucesión era para todo indio una infamia en la opinión de los demás.

     En ellos se establecen ceremonias especiales y disposiciones relativas a la familia o sociedad doméstica, así como también a todo el pueblo. Vemos aquí ya una distinción de derechos, puesto que al pueblo se comunica una parte de los sutras (Grihyasutra), siendo la otra monopolio de la casta sacerdotal; el pueblo olvidó sus antiguas tradiciones, y se apodera de ellas el Brahmán para conservar su influencia y supremacía absoluta sobre aquél, de una manera sin igual en el mundo. Con el fin de quitar, aun a los reyes, el gusto de sacudir su yugo insoportable, inventaban fábulas de semejantes atrevidos que lo intentaron, pero que en su osadía cayeron aplastados bajo el poder colosal que ellos solos habían recibido de la divinidad. Sus palabras, doctrinas y amenazas fueron creídas por mucho tiempo como infalibles, sin que jamás persona alguna osara levantar la voz en contra; mas la experiencia y civilización les arrancan sucesivamente una autoridad [198] adquirida y sostenida tan injustamente por medio de embustes y de una astucia refinada.

     No se cuidaron los primeros legisladores indios de fijar y deslindar los deberes y derechos de las diferentes clases de la sociedad civil en sus primeros días, acaso porque nadie se atrevió a establecer y dictar leyes a las castas superiores, y las inferiores vivían sometidas a las leyes o caprichos del más fuerte. Ésta fue la causa de que el budismo sacudiese tan fuertemente la máquina del Estado, y acometiendo religión, culto y jerarquías, hiciese temblar los tronos de los reyes, y pusiese en peligro hasta la autoridad infalible de los brahmánes; porque las castas inferiores, y aún la guerrera, aprovecharon tan favorable ocasión para echar de sí un yugo que les era, y con razón, intolerable.

     En este primer período de la literatura india se hicieron ya trabajos gramaticales, que tuvieron por principal objeto facilitar la inteligencia del texto de los vedas. Las primeras obras que conocemos de este género fueron colecciones de sinónimos y de palabras difíciles de comprender; en ellas se explicaba el verdadero significado de los unos y el sentido de las otras; luego encontramos explicaciones etimológicas, que no dejan de tener cierta importancia y mérito, especialmente en las obras llamadas aranyakas; y por último, en las llamadas vedângas, o miembros de los vedas, tenemos verdaderos ensayos gramaticales, citando un autor de este período, y muy anterior a Panini, gran número de gramáticos que le habían precedido, lo cual produjo un movimiento extraordinario en este género de trabajos. La gramática, como auxiliar poderoso que es para estudiar, comprender los libros sagrados y preservarlos de corrupción, debe ocupar, según los indios, un lugar distinguido entre las ciencias humanas.

     La filosofía tuvo también admiradores que la cultivaron en estos tiempos prehistóricos, según vemos por el contenido de algunos himnos del Rigveda. En los brahmanas se toca varias veces la tesis acerca de la creación, y con el tiempo se consideró como doctrina ortodoxa la que suponía que un espíritu primitivo era la causa de todos los seres, en oposición a la heterodoxa, que admitía la materia eterna. Estas diferentes opiniones y especulaciones filosóficas, esparcidas sin enlace en varios libros de los brahmanas, [199] forman luego verdaderos sistemas filosóficos en los upanishads y aranyakas, obras posteriores a los brahmanas.

     Las doctrinas que en estas obras se defienden como ortodoxas son a veces opuestas entre sí, de modo que todos los filósofos posteriores pretendían fundar en ellas sus sistemas, aunque fuesen contrarios en sus principios, porque las contradicciones manifiestas de los diferentes upanishads, según la interpretación y creencia común de los brahmánes, no se oponen a que sean considerados como la primera autoridad en filosofía, ni tampoco impiden que los mismos sacerdotes sostengan su orígen divino.

     En una de estas obras se enseña la creación de la nada, y poco después se establece el âtman, (el mismo, el ser, el alma primitiva) como principio de todas las cosas. Brahma parece confundirse, a veces, con este âtmân universal, que todo lo penetra ni vivifica; pero en otras obras de este género se le presenta como el omnisciente, infinito, principio del éter, aire, fuego, agua, tierra, cuerpo, etc.

     Estos filósofos antiguos dejaron a la posteridad un testimonio inequívoco de gran ciencia, fundada en el conocimiento propio, en la meditación y estudio; pero su imaginación, fecunda y rica en nuevos descubrimientos, les presentaba otras pruebas, que destruían lo establecido; y por eso les vemos indecisos entre varias opiniones, y vacilantes como la caña en el desierto. Algunos dan al Creador el nombre de Akshara, imperecedero, inmortal, eterno (êkam aksharam, un inmortal, significó posteriormente la sílaba santísima ôm, por a + um, cuyas tres letras representan los tres dioses supremos: a, Vishnu; u, Siva, y m, Brahma ); otros le llaman avyakrita, o no desarrollado, no hecho, con el que acaso quieran indicar su cualidad de increado o eterno.

     El número de upanishads es muy considerable (¡se cuentan hasta 108!) y las cuestiones importantes que en ellos se tratan les hacen sin duda tan dignos de estudio como puedan serlo las obras de Platón, Aristóteles, Sócrates y demás filósofos de la antigüedad clásica.

     El indio moderno ha permanecido fiel a las doctrinas que en estos libros le trasmitieron sus antepasados; la trasmigración de las almas, la emanación de todos los seres de un ser supremo, [200] y otras creencias que hemos indicado, y que son patrimonio del indio de nuestros días, tuvieron origen en los upanishads, en los cuales libros se hizo la primera exposición y defensa de semejantes doctrinas.

     En este período hicieron ya los indios varias observaciones astronómicas y de medicina: las primeras fueron necesarias para determinar las fiestas, días y horas de los sacrificios. Estrabon atribuye a los brájmanai la invención o cultivo especial de la astronomía.

     La división en partes de los animales sacrificados, obligó también al indio, por naturaleza curioso, a hacer observaciones anatómicas, y así encontramos en obras del período de la literatura védica, determinadas y designadas con precisión las partes de las bestias, y en el atharvaveda vienen algunas canciones o himnos sobre diferentes enfermedades.

     En el rigveda vienen ya los nombres de personajes que aparecen también en la mitología griega, lo que nos prueba su antigüedad, puesto que los himnos que hacen mención de ellos debieron componerse antes que tuviese lugar la separación de los pueblos indo-europeos: compárese S. Sârameya con Gr. Ermeias; S. Çabalá con Kerberos; S. Varuna con Uranos; Dyaushpitar con Zeus, y Júpiter; Trita (Thrita y Feridun) con Tritón.

     Los últimos himnos del Rig se compusieron por los años de 800 antes de Jesucristo (todo el rigveda, por consiguiente, entre 2000 a 800 a. Cr.); en este tiempo vivía probablemente el pueblo indio (viç) a las orillas del río que lleva su nombre, dividido en pequeñas tribus; su manera de vida, según nos enseñan dichos himnos y la tradición, era patriarcal y nómada. El padre de familias reunía en sí las dos potestades espiritual y temporal; y como revestido de la dignidad sacerdotal, ejecutaba las sagradas ceremonias. No conocía el pueblo la odiosa distinción de castas, aunque pronto aparecen jefes de las tribus o familias (viç-pati), que hacían las veces de reyes.

     El movimiento literario dirigido por los brahmánes se aumentaba considerablemente en los últimos tiempos de este período, pero ya se ocultaban al pueblo los secretos de la ciencia, que aquéllos monopolizaban en provecho suyo, y el conocimiento de [201] la lengua culta o literaria se retiraba de entre las masas a los gabinetes de un corto número de sabios.

     Mas las cadenas del brahmán eran demasiado débiles para contener la marcha de las inteligencias, y ya hemos visto que muchos sistemas filosóficos, con principios opuestos, establecían por base las doctrinas desenvueltas en los upanishads y aranyakas, sin que fuesen ni pudiesen ser condenados como heterodoxos; esforzándose más bien los brahmánes por hermanar sus contradicciones manifiestas con el origen divino que asignaban a esos libros. Bajo tales circunstancias dio principio el segundo período de la literatura india caracterizado desde su origen por las modificaciones notables que se habían introducido en la lengua, que desde entonces se llamó clásica en oposición al dialecto del anterior o védico. Su carácter es religioso, y su fundamento los libros sagrados vedas; las relaciones sociales se han ensanchado; el culto está bien constituido y basado en la trinidad Brahma, Vishnu, y Siva, la religión presenta ya un sistema complicado que supone muchos siglos de trabajo. Algunos ramos del saber siguen en este período la marcha comenzada con buen éxito en el primero, como la gramática y la filosofía; en otros no se halla enlace, quizá porque se han perdido las obras que establecían el punto de unión. La mayor parte de las de este período fueron compuestas en verso del mismo modo que las del anterior. Engalanadas así las producciones didácticas con los adornos de la poesía son más agradables, cuando no se han traspasado en su composición los límites de la prudencia. El indio, como todo oriental, olvida a menudo esta bella cualidad, y da a las obras puramente didácticas el carácter exclusivo de poéticas.

     En los brahmanas, de que antes hemos hecho mención, encontramos cantos cuyo objeto es ensalzar hechos heroicos de reyes y príncipes piadosos, los cuales podemos mirar como precursores del poema épico. Éste ha llegado entre los indios a una perfección extraordinaria, que no puede, sin embargo, compararse con la que alcanzó el persa o griego. El indio posee dos grandes poemas de este género, llamados Mahâbhârata y Ramâyana. El primero celebra el combate entre las dos familias llamadas de los Kauravas y de los Pândavas, que termina con la derrota y destrucción [202] de los Kauravas y dominio de sus contrarios. Una cuarta parte está dedicada al verdadero objeto del poema, ocupando el resto numerosos episodios, didácticos muchos, y dirigidos al estado guerrero especialmente; algunos de estos episodios son bellísimos y dignos de estudio.

     El segundo o Ramâyana, cuya composición se atribuye a Valmîki, pertenece a la poesía llamada kavi. El lenguaje es más elegante que en el Mahâbhârata, lo que parece indicar un origen posterior. En Mahâbhârata predomina lo humano; en Ramâyana nos vemos trasladados a un terreno alegórico, aunque, como allí, el fundamento es histórico; el rapto de Sita, verificado por un Demon gigantesco, y su recobro por Râma su esposo, forman el nudo principal de todo el poema; pero no debe olvidarse que gran parte de su contenido es alegórico. Ambos debieron trasmitirse primitivamente por tradición oral, recibiendo mucho después la perfección y forma en que hoy les conocemos. A la epopeya pertenecen también las obras llamadas puranas, de las cuales las antiguas, que nos daban noticias acerca del origen y familias de los dioses, héroes, etc., se han perdido; las modernas tienen por principal objeto defender las poderosas sectas de Siva y Vishnu, y muchas de sus leyendas mitológicas están tomadas del Mahâbhârata.

     El baile acompañado del canto, al que luego se añadieron representaciones pantomímicas y diálogos, fue el origen del Drama entre los indios (nâta en S. significa bailarín, histrio, y nâtaka drama). Por lo general está tomado el argumento de los dramas de objetos religiosos, o es una mezcla de lo religioso y profano, sin haberse desterrado de la escena, aun en los últimos tiempos, lo milagroso o extraordinario; los dioses intervienen siempre en el enlace y solución del argumento dramático.

     Kâlidâsa, príncipe de la poesía dramática, floreció, según algunos, en el tercer siglo antes de Jesucristo, pero según otros, y es lo más probable, es más moderno. En los primeros siglos de nuestra era cultivaron este género de poesía varios genios, que con sus excelentes producciones dieron nuevo lustro al teatro indio; mas ninguno alcanzó al citado Kâlidâsa, quien por la fluidez de su estilo, naturalidad y maestría con que maneja el idioma, así [203] como por los hermosos versos que adornan sus composiciones, y bellísimos pensamientos que se destilan de su pluma, puede ocupar un lugar distinguido entre los grandes genios de las naciones cultas, y si bien pretenden demasiado sus compatriotas modernos al colocarle sobre Shakespear es no menos injusto el juicio de muchos europeos, que no acomodándose a vivir y respirar en la atmósfera de ideas y opiniones que rodean al poeta indio, condenan sus obras como faltas de unidad en la ejecución, o miran los medios que conducen al fin, como vulgares e impropios de la representación dramática. En la imposibilidad de entretenernos aquí en presentar las ventajas del teatro indio, citaremos las palabras del inmortal Goethe, pronunciadas al leer la primera traducción de un drama de Kâlidâsa, titulado Sakuntala, y que son sin duda la mejor apología que se puede hacer de ella:

                               Willt du die Blüthe des frühern, die Früch e des sapäteren Jahres
Willt du was reizt und entzückt, willt du was sättigt und nährt
Wilt du den Himmel, die Erde miteinem Namen begreifen
Nenn ich Sakontala dir und so ist alles gesagt.

dice: «Quieres las flores de primavera y los frutos de otoño; quieres cosa que enamora y encanta, quieres algo que alimenta y sacia, quieres comprender el cielo y la tierra en un solo nombre, ¡pronuncia Sakuntala! y todo está dicho.»

     Este pueblo, para quien el desenlace del drama debe ser siempre feliz, no conoce la tragedia; más en cambio nos ofrece otra especie de composiciones que son los dramas filosóficos, en los cuales aparecen personificados conceptos, ideas y sistemas; cuéntanse en este género tan singular de obras, trabajos muy apreciables. Sobre el lenguaje queda ya advertido que las señoras y castas inferiores hablan en la escena un dialecto vulgar, llamado prakrit.

     De poesía lírica se encuentran en los vedas numerosas composiciones, que muestran la imaginación fecunda y fino sentimiento de sus autores. La erótica principia con algunas de Kâlidâsa, en las cuales se manifiesta siempre el mismo poeta, autor de Sakuntala; el poema titulado Meghadula o nube mensajera, es de las más bellas de este género, y una verdadera perla de la literatura india. Las relaciones amorosas de Krishna con las pastorcillas [204] compañeras de su juventud, forman un tema predilecto para semejantes obras, del que el poeta indio sabe sacar gran partido. La poesía ético- didáctica fue también muy cultivada, según atestiguan los restos que nos quedan de ella, puesto que muchos episodios de Mahâbhârata pertenecen a este género (nîtiçâstra). Excelentes trabajos nos han dejado los indios antiguos de la poesía proverbial, y mejores de la fábula, entre los cuales merecen especial mención los titulados Panchatantram y Hitopadeça. También ha ensayado el indio las fuerzas de su inagotable fantasía en los cuentos y novelas que imitaron tan admirablemente los árabes en sus Mil y una noches, dejándose ambos pueblos llevar en este género de composiciones de una inclinación mágica e irresistible a lo admirable y maravilloso; los cuentos árabes tuvieron, pues, su nacimiento en la India.

     Entre los ramos del saber, que puede hacer el hombre objeto de sus investigaciones, ocupa, por su importancia, uno de los primeros lugares la historia con su auxiliar la geografía; visto el interés con que el indio ha cultivado desde su infancia todas las ciencias, nada más natural que esperar lo mismo con respecto a estas dos tan importantes en sus aplicaciones la vida social, y sin embargo no es así; al llegar aquí encontramos un hueco imposible de llenar, porque las escasas obras de esta clase merecen muy poca fe; los indios componen la mayor parte de sus escritos, de cualquier género que sean, en verso, y en estos muestran sus autores más dotes poéticos que históricos.

     Nuestro sentimiento por esta falta imperdonable no hallaría remedio, a no estar suplida en otros ramos como la gramática y lexicografía, donde encontramos muchos y preciosos trabajos que principiaron en el primer período, y se continuaron sin interrupción en el segundo. Entre los autores de aquél es notable Yáska; en el segundo período encontramos dos que se han hecho memorables y dignos de estudio aun en nuestro siglo, que son: Pânini y Patanchali; la obra admirable del primero es una de las producciones más notables de esta literatura, y sobre ella se fundó, en parte, el edificio de la filología moderna; Patanchali es compilador y comentador de Pânini, mostrándose a veces como gramático independiente. Pânini reunió todos los descubrimientos [205] de sus predecesores, y en una obra, que comprende apenas ciento ochenta páginas en octavo, ha explicado y expuesto el sistema gramatical de la lengua sánskrita con tal perfección, que difícilmente podrá otro idioma presentar un trabajo semejante; como las mejores obras de este período, está escrita en las reglas o sentencias brevísimas llamadas sûtras. Sobre la época en que vivió este célebre gramático se irá disputado mucho, sin que se haya convenido aun en el siglo, pues vacilan las opiniones entre el V antes de Jesucristo y el II después; la primera opinión me parece más probable.

     Los principios de la lexicografía fueron, como hemos visto, colecciones de sinónimos, que llegaron a ser con el tiempo excelentes diccionarios nacionales.

     Entre las obras de este género pueden también contarse las listas de raíces, tanto verbales como nominales, trabajo de grande utilidad en sus aplicaciones, y que el europeo ha aprendido de los indios; dichas listas suponen profundos estudios etimológicos.

     El carácter especulativo y meditabundo de este pueblo (¡leyendas mitológicas cuentan de varios rishis que vivieron miles de años en las selvas dedicados a la meditación y penitencia!), favorecían su inclinación a la filosofía. Los estudios filosóficos hechos en este período fueron continuación de las investigaciones iniciadas en el interior. El origen del mundo y de todas las cosas, la vida, las condiciones de la existencia y el destino del hombre eran, para el indio, otros tantos problemas cuya resolución consideraba como una de sus ocupaciones más dignas.

     No pudiendo explicar la creación de la nada, hicieron algunos filósofos valer de nuevo la opinión antigua, pero ya rechazada, que admitía la materia primitiva. Mas al responder a la pregunta: Quién puso orden en esa materia confusa, vio el entendimiento claro y despreocupado del indio, que nadie pudo hacer esto sino un ser diferente de la materia misma, y superior a ella, lo cual supuesto, era natural y fácil considerarle como verdadero origen ni causa de todos los demás seres, y de aquí a la creación de la nada hay un solo paso; así sucedió que muchos admitieron un ser increado y creador. [206]

     Los sistemas filosóficos ortodoxos son seis, y en mayor número los tenidos por heterodoxos, y condenados como tales; porque el absolutismo de los brahamánes en la India no encadenaba las inteligencias! Su exposición no es de este lugar, y nos haría, por otra parte, traspasar los límites que nos hemos propuesto en esta breve reseña de la literatura sánskrita.

     Las observaciones astronómicas hechas en el primer período se limitaron a algunas estrellas fijas, y a las veintiocho estaciones lunares, de las que ya se hace mención en el rigveda; no siendo probable, por consiguiente, que las tomasen de los caldeos como aseguran algunos (el sanskrit nakshatra corresponde en significación al árabe manâzil y hebreo mazzalôt; Job, 38-32).

     Un paso más dio la astronomía con el descubrimiento de los planetas (grahas), que pronto se convirtieron, bajo diferentes símbolos, en objetos de su adoración a nuestros siete planetas, añade el indio dos más, que son: Râhu (dragón) y kêtu (cola); ambos eran mirados como causa de los eclipses solares y lunares. La influencia griega dio nueva vida a la astronomía india. Por las inscripciones nos consta seguramente que los primeros Seleucidas y Ptolomeos estuvieron en correspondencia directa con la corte de Pâtaliputra; y la ciudad Uchchayini u Otsênê de los griegos, mantuvo un comercio floreciente con Alejandría. Los indios mismos consideran a los griegos como sus maestros en astronomía, y en los poemas épicos vierte el nombre Asura-Maya, como el astrónomo más antiguo, quien acaso sea idéntico con el Tura-Maya de las inscripciones, y éste con el Ptolomaios de los griegos. El gran número de palabras de origen griego, que ya en los primeros siglos de nuestra era usaban los autores indios en sus obras sobre la astronomía y astrología confirma esta influencia; cp. Horâçâstram, con ôrê; drikâna, con dekanos; sunaphâ y sunafê; vêçi y fasis; kendra, con kentron; panaphara, con epanafora y otras muchas; así del sanskrit uchcha formaron los persas y árabes auch, ôch, de donde viene nuestro auge. Los indios hicieron tales progresos en astronomía, que luego vemos algunos de ellos en la corte de Bagdad, llamados y honrados por sus califas, aventajando de este modo a sus maestros. Después de los astrónomos Brahmagupta y Bhakara, que vivieron del siglo VII al VIII [207] después de Jesucristo, principia un período de decadencia, en el que tomando los árabes la iniciativa, y apoderándose por completo de la dirección de esta ciencia, hicieron el mismo papel antes los griegos.

     Los indios, como si su claro entendimiento se hubiese oscurecido, y como si se hubiese agotado en ellos la facultad de crear, tomaron del árabe los términos técnicos de la ciencia, continuando hasta nuestros días la influencia mahometana.

     La astronomía degeneró entonces en astrología, de la cual se formó probablemente la literatura de portentos, cuentos milagrosos y fábulas, extravagantes unas veces, imposibles otras, pero siempre ingeniosas y recreativas, formando también una página que adorna la historia del desarrollo de la inteligencia, que realizándose por distintos medios y caminos nos conduce al mismo fin; muchas de estas composiciones eran ya conocidas en Europa en la Edad Media, pero no lo han sido directamente hasta nuestros días.

     Las matemáticas deben a los indios varios descubrimientos importantes, como la invención de las cifras, que enseñaron a los árabes, de quienes las hemos recibido nosotros, de modo que el verdadero origen de nuestras cifras numéricas es indio.

     Al lado de los animales destinados a los sacrificios hemos visto nacer la medicina, que pronto se desarrolló y creció independiente, extendiendo sus ramas benéficas en todas direcciones. Desde el siglo VI de nuestra era encontramos numerosas obras de esta ciencia, en algunas de las cuales muestran sus autores grandes conocimientos, distinguiéndose en cirugía; habían hecho para llegar a este resultado un estudio especial de la naturaleza. Conocían perfectamente las propiedades medicinales de los minerales, plantas y sustancias animales; su deseo ni posición química y sus aplicaciones a la vida práctica. Sobre enfermedades de los caballos y elefantes nos han dejado monografías apreciables.

     Los médicos árabes debieron a los indios parte de sus adelantos y descubrimientos en medicina; para apreciar debidamente las literaturas de estos dos pueblos es preciso no olvidar sus relaciones en Asia. [208]

     Las bellas artes, música y pintura, tuvieron sus admiradores maestros, en la última, sin embargo, no produjeron cosa notable. Más feliz fue la escultura, de la que se conservan obras maestras, principalmente en los templos budistas, verdaderos monumentos de arquitectura. Muchos de los trabajos literarios en que expusieron los principios de todas estas artes son, a la verdad, dignos de estudio, aunque hasta hoy poco conocidos.

     En el primer período hemos visto el origen del derecho indio (dharmaçâstra), al hacer la distinción de smritaçâstra y grihyasûtra, etc. En el segundo encontramos una de las obras más grandes que de este género nos ha trasmitido la antigüedad, cuyo autor es bien conocido de todos los que hayan estudiado, siquiera sea superficialmente, la historia oriental ¿Quién no ha oído el nombre de Manu? En toda la literatura india reina completa incertidumbre acerca de las épocas en que fueron escritas sus obras principales, y sobre la de Manu varían las opiniones entre los años 1280-880 antes de Jesucristo.

     Manu trata en su libro de leyes acerca de los deberes de la familia, los civiles, la purificación, penitencia, etc. Sobre la educación, economía doméstica, matrimonio, etc., existen muchos tratados especiales, como sobre el culto de los dioses en general y de algunos en particular, incluyendo en semejantes obras todo lo que tiene relación con los deberes religiosos. Posteriormente mandaron hacer algunos príncipes compilaciones de estas obras, en lo que se distinguieron los del Dekan.

     El culto y lo que a él se refiere ocupó siempre a muchos sabios, como no podía menos de suceder en un pueblo religioso por excelencia. De los primeros siglos de nuestra era, si no anterior a ella, es la excelente obra de Yâchnavalkya sobre el culto de ganeça y de los planetas; el primero es Dios, protector de la sabiduría y de la ciencia: pero la extensión que damos a este artículo nos obliga a abandonar esta importante materia, y contentarnos con las noticias escasas y aisladas que preceden, aunque con la fundada esperanza de que ellas y el ejemplo de toda Europa serán suficientes para mover a los literatos españoles a estudiar tan bellas producciones en los originales, principiando por el idioma que encierra tan preciosos tesoros! [209]

     El budismo dio otro carácter a literatura de la India, cambiando con los dos más religiosos los principios que constituían la base de toda investigación o estudio científico-literario.

     Los sectarios de Buda hicieron accesible al pueblo su doctrina filosófico-religiosa, entrando en combate directo con el brahmanismo y su sacerdocio, cuya supremacía atacaban y minaban hasta en los cimientos; las masas, acariciadas, les siguieron, y varios príncipes se declararon en favor de la nueva doctrina. Pero negando la autoridad de los vedas, se vieron en la necesidad de exponer los principios de su creencia y defenderlos contra los argumentos de los brahmánes, que se fundaban en la antigüedad indisputable de esos libros y en el origen divino que se les había atribuido por espacio de tantos siglos, para probar la falsedad de las innovaciones budistas. La importancia del objeto, las pretensiones de ambos partidos, las consecuencias decisivas que de la victoria obtenida por uno de ellos vendrían sobre el otro, y los grandes talentos que sin duda adornaban a sus jefes, hicieron más rudo y duradero el combate, del cual sacaron acaso no poco provecho las letras. Atendido el despotismo de los brahmánes, se comprende fácilmente el aumento extraordinario de los partidarios de la nueva religión, que en parte predicaba la igualdad de todos los hombres.

     Al determinar la época en que apareció Budha, que significa el sabio, se nos ofrecen las mismas dificultades que hemos encontrado anteriormente en semejantes casos.

     Una tradición le hace nacer sobre 2.422 años antes de Jesucristo; pero, reunidos los datos de tradición, historia, y de las inscripciones, puede establecerse como época más aproximada y menos expuesta a error, los años 500 a 400 antes de nuestra era.

     Se cree fuese descendiente de sangre real, pero abandonó sus pretensiones al esplendor del mundo para reformarle. Ignórase si el epíteto de gôtama, con que comúnmente se le distingue, pertenecía a su familia, o es nombre honorífico y distintivo suyo.

     El principio fundamental de su religión es la transmigración de las almas, que tomó del brahmanismo. El destino del hombre en la vida actual es consecuencia necesaria de las acciones hechas en la primera; no hay acción buena sin premio, ni mala sin [210] castigo. Ninguno puede librarse de esta suerte, que como fantasma le persigue, sino dirigiendo con mano firme su voluntad, pensamientos y acciones a la adquisición de méritos, por los que, libre al fin de las pasiones que antes le encadenaban, rompe los lazos que le atan a este estrecho círculo, y consigue quedar exento de un nacimiento posterior.

     Buda no admitía otra recomendación para alcanzar un rango elevado en la sociedad que la virtud y el mérito, únicos medios, a la vez, para rescatarse de la transmigración. El pueblo, viendo en él un libertador se adhirió en masa a sus partidarios, pero gran parte volvió después a abrazar la antigua religión.

     A la muerte de Buda se siguieron varios sínodos, celebrados por sus discípulos; en el primero se compusieron y redactaron los libros sagrados; en el segundo, reunido unos cien años después en Pâtaliputra, fueron condenados algunos errores introducidos en la disciplina.

     Los libros religiosos budistas se nos han trasmitido en sanskrit, tibetano y pâli, que representan respectivamente el centro, norte y sur de los países en que se ha extendido el budismo; en pâli poseemos además otras obras apreciables sobre el origen, propagación, etc., de la secta, pero que deben leerse con reserva, por las fábulas mitológicas que sus autores han introducido y mezclado con la verdad.

     Buda no suprimió las castas, pero dejó libre a todas las clases de la sociedad el camino a la dignidad sacerdotal, si el individuo aspirante reunía las condiciones indispensables, establecidas por el mismo Buda.

     El culto budista adquirió pronto un esplendor comparable al del catolicismo, y muchas de las prácticas y ceremonias en él establecidas se hallan también en éste, como la veneración a las reliquias de hombres eminentes en ciencia y religiosidad; introdujeron del mismo modo la vida monástica, el uso de las campanas, de los rosarios, y otras costumbres semejantes a las que hoy tienen las iglesias cristianas, todo lo cual hace de esta religión y de su literatura un objeto digno de investigaciones detenidas bajo el punto de vista científico, histórico y religioso, sin cuyo conocimiento es imposible decidir la cuestión acerca de la [211] influencia que el budismo haya podido tener en la introducción de estas y otras prácticas análogas en el cristianismo, y si en general ha ejercido alguna sobre el mismo, o él ha sido el paciente; para decidir estas cuestiones es preciso tener en cuenta la cronología, que, como hemos visto anteriormente, es poco segura.

     La importancia que las obras antiguas tienen para nosotros no está sólo en los conocimientos positivos que en ellas podamos adquirir, sino con especialidad en la forma en que el autor ha presentado su doctrina. En la literatura de los pueblos, y sólo en ella, podemos estudiar la historia de las ciencias y la marcha que han seguido en su desenvolvimiento. La literatura más rica y que mejores producciones nos ofrezca será sin duda más acreedora a nuestro estudio, por la mayor parte que ha tenido en el desarrollo de las ciencias y de la inteligencia humana. La que nos ha ocupado en estas líneas debe llamar de una manera especial nuestra atención!!, puesto que sus obras son numerosísimas (¡se conocen en Europa hasta diez mil manuscritos distintos!), y muy apreciables y dignas de estudio por el contenido y la forma en que están escritas.

     Terminaremos este artículo con algunas observaciones sobre la lengua sánskrita o clásica del indio.

     No siempre encontramos en sanskrit las formas y raíces más antiguas o que pudiéramos considerar como primitivas entre todas las de la familia indo-europea, a que pertenece; pero ha conservado de ellas más que todos los dialectos de la familia juntos, lo cual sería suficiente a darla una importancia especial en la filología, aun cuando no tuviese el atractivo de su literatura. Esta lengua ha sido la llave maestra que ha abierto los lugares reservados y oscuros, tan numerosos antes de que fuese conocida en todas las indo-europeas. Fenómenos inexplicables y admitidos sin conocimiento de causa han encontrado en ella explicación; de modo que su introducción en Europa fue seguida de muchos y grandes descubrimientos en el terreno de la lingüística; y por su medio, o tomándola como término de comparación con otras, se establecieron nuevas leyes universales, que rigen y presiden al desarrollo del lenguaje. Sobre esto hemos hecho ya indicaciones [212] precisas, y hablaremos aún en uno de los artículos siguientes, para ocuparnos ahora de la estructura gramatical del idioma, sin abandonar nuestro camino de la observación, porque nuestro fin es estudiar la lengua, y no su filosofía.

     El alfabeto cuenta cuarenta y ocho signos, de los cuales catorce son vocales, el resto consonantes y semivocales; es silábico en cuanto que toda consonante a la que no acompaña una vocal expresa, lleva inherente el sonido a; de modo que, por ejemplo, el signo correspondiente a k se lee ka cuando no va seguido de otra vocal, u, i, etc., que entonces se leerá ku, ki, etc.; las vocales cuando van en medio o fin de dicción, tienen signos particulares, análogos a los semíticos, porque sólo pueden existir en unión con alguna consonante.

     Posee el sanskrit un sistema de reglas eufónicas completo, y llevado a cabo por el fino sentimiento armónico del indio, que evita siempre el concurso de sonidos desagradables: así vemos que dos vocales iguales, seguidas inmediatamente, se funden en su larga correspondiente: a+a=a; i+i=i; cha asi=châsi, damayanti iti=damayantîti: vocales desiguales suelen fundirse en una media entre ambas: de cha iha=chêha; bhavêtâ iti=bhavêtêti; praukta=prôkta. Como el griego, así el sanskrit permite en fin de dicción solamente ciertas consonantes: k, t, p, s, 1, y las nasales; y no consiente dos finales, a no ser la primera de ellas r; así se dice suval por suvalk, el que anda bien; pipik por pipiksh. Las consonantes fuertes o tenues son incompatibles con las medias y aspiradas; y al encontrarse aquéllas antes de éstas, se cambian en la correspondiente media no aspirada: k en g, p en b, t en d: así harit, verde, pero harid asti, harid bhavati, es verde: de vak, discurso, vâg mama, mi discurso; o convirtiéndose en la nasal de su órgano respectivo, vân mama. Nasales después de vocal breve se duplican antes de otra vocal: êtasminnêva por êtasminêva. De esta especie son las numerosas y sabias leyes que rigen a toda la flexión y formación sánskrita, mas para comprenderlas es preciso tener en cuenta la división que se hace de las consonantes en diferentes clases, según los órganos que principalmente concurren a su pronunciación: guturales, palatales, cerebrales, dentales, labiales, semivocales y silbantes: las cerebrales son [213] signos exclusivamente indios, y tienen un sonido palatal-lingual tan subido, que parece proceder del cerebro; semivocales son y, r, 1, v.

     En la declinación se distinguen tres géneros, de los cuales el femenino se forma generalmente añadiendo alguna de las vocales â, î, o cambiando la terminación masculina en ellas. Hay tres números con ocho casos, que son: nomin., acusat., instrumental, dativo, ablat., genit., locativo y vocativo; si bien el dual tiene solamente tres formas: una para nomin., acus., vocat.; otra para instr., dativ. y ablat., y la tercera es de genit. y locat. Para verificar la flexión de nombres que presentan dos o tres temas en su declinación, se dividen los casos en tres clases, correspondientes a los temas con quienes concuerdan en la denominación de fuertes, medios y débiles: bharant (gr., feront, lat., ferens) hace en nom. sing. bharan, acus. bharantam; pero instrumental bharatâ, dativo bharatê (cp. el griego polús y megas). Algunos casos reciben terminaciones distintas, según que el nombre acabe en consonante o vocal: marut, viento, instr. marutâ; pero datta (datus), instr. dattêna, y de agni (ignis), agninâ, por el fuego.

     El vocativo es generalmente igual al nominativo, del que se distingue sólo por el acento. Los adjetivos siguen la declinación de los sustantivos, con pocas desviaciones de esa regla en algunas clases: vemos que en todo esto guarda el sanskrit completa analogía con los idiomas griego y latín.

     Los grados de comparación tienen también terminaciones análogas: la del comparativo es tara, o menos frecuente îyâns, correspondientes al griego teros, o iôn; la del superlativo es tama o ishta, gr. tatos, istos; el femenino se obtiene prolongando la última vocal, así: tarâ, îyasî, y tamâ, ishtâ; ésta es, según hemos indicado anteriormente, la manera más común de formar el femenino: de mahat, grande, compar. mahattara y mahaltama; de prathu, ancho, gr. platú, comp. prathîyâns, como de sâdhu, bueno, sâdhîyans y sâdhishta, y de laghu, ligero, laghîyâns, laghishta, correspondiente al griego élasson, elajistos, por elasjon o elajjon; y de svâdu, dulce, svadîyâns y svâdiska, griego hêdion, hédistos.; de guru, garîyâns, gr. bárion, báristos, pesado. Las terminaciones de los casos, y todos los pronombres, muestran la más estrecha relación y semejanza con los respectivos de las lenguas mencionadas, [214] griego y latín, como puede verse en las tablas que acompañan a este libro (apénd. 2.º).

     Como el griego, distingue el sanskrit en la conjugación voz activa y media, llamadas parasmâipadam, o voz que pasa a otro, griego rêma allopazés; y âtmanêpadam, o voz que permanece en la misma persona, gr. rêma autopazés; la voz pasiva toma las terminaciones de la media, pero van en sanskrit precedidas de la sílaba característica ya.

     Mas encontramos en sanskrit otras formas derivadas, que enriquecen extraordinariamente la lengua, como el desiderativo, intensivo, causativo y denominativo, cuya significación está indicada en el mismo nombre: todas siguen la conjugación ordinaria, pero llevan algún signo distintivo, como hemos visto en la pasiva, o reduplicación: estas formas son desconocidas en la mayor parte de los idiomas de la familia.

     Otro punto de conformidad con la lengua griega nos ofrece el sanskrit en la flexión del presente o imperfecto, que no se forman inmediatamente de la raíz, ni de la misma manera en todos los verbos, como los demás tiempos, a los cuales se ha llamado por esta razón generales, distinguiéndose los dos primeros con el nombre de especiales: de las raíces griegas tup, lip, ze, se forman el presente e imperfecto prolongándolas de distinto modo; túptô, golpeo; étupton, golpeaba; leipô, dejo, y éleipon, dejaba; tizêmi, pongo, y étizên, ponía; pero el futuro se forma de la raíz pura, así tup-sô, zésô, etc.: del S. bhud, saber, presente bhôdâmi; de yuch, juntar, pres. yunachmi, y de chi, chinômi; así el imperfecto abhôdam, ayunacham, etc. Aquí vemos que toma la raíz adiciones que desaparecen en los demás tiempos llamados generales; como futuro bhutsyâmi, etc., donde syami es la terminación del tiempo.

     Esto mismo ha dado origen a la distinción que se hace en varios idiomas de nuestra familia, de conjugación antigua o fuerte, y moderna o débil; en la primera se añaden las terminaciones personales a la raíz o al tema inmediatamente, es decir, sin tomar vocal alguna intermedia, mientras que en la segunda lo hacen con el intermedio de dicha vocal, así gr. tupt-o-men, pegamos; tupt-e-te, pegáis; tupt-o-nti, pegan; pero de o do, di-dô-mi, [215] doy; di-do-men, damos; como del S. bhar, bhar-â-mi, llevo, fero, y bhar-â-mass, ferimus, bhar-a-nti, ferunt.; pero dvês-mi, odio; dvish-mas, odiamos. En sanskrit se dividen los verbos en diez clases, cada una de las cuales tiene sus particularidades características en la conjugación de los tiempos especiales, presente e imperfecto, mientras que en los tiempos generales siguen todos la misma analogía en su flexión, borrándose la distinción de dichas clases.

     El aoristo sanskrit nos ofrece siete formas distintas, que corresponden a los aoristos primero y segundo griegos. El imperfecto y aoristo toman aumento, y el perfecto reduplicación, teniendo lugar en toda la flexión del verbo especialmente los cambios internos de las vocales de la raíz, que ya conocemos bajo los nombres guna y vriddhi; como hemos dicho, ambos resultan de la fusión de dos vocales en una o en un diptongo; en el guna es la primera vocal a; en vriddhi, â: a+i=ê; a+u=ô; á+u=âu; a+i=âi, etc. Cambios semejantes se verifican también en nuestros idiomas, como se ve en el griego, leipô, de lip; feugo, de fug; alem., greifen, de griff, etc.

     Estas mismas modificaciones internas del tema o de la raíz, juntamente con la prolongación, son dos medios que se emplean para formar derivados: de duh, ordeñar; dôha, leche; de vak, llamar (voco), por vach; vâcha, voz (voc-s); de yudh, pugnare, yôda, pugnator; así del griego flegô, viene flox, llama (fla(g) ma); de has, reír, hâsa, risa; de div, brillar, dêva, Dios (deus, zeos). Otros medios mucho más frecuentes son los prefijos, sufijos y la composición: con los primeros obtiene el sanskrit derivaciones muy variadas y hace un uso extremado, aun pudiera decirse ridículo, de su flexibilidad y riqueza de elementos gramaticales en la segunda. La composición verbal es semejante a la griega y alemana, por lo que podemos pasarla en silencio; no así la nominal, de la cual difícilmente encontraríamos paralelo. Particular y exclusiva del sanskrit, entre otras, es la clase de compuestos llamados copulativos, en la que se yuxtaponen sustantivos, que nosotros expresamos uniéndoles por alguna conjunción: sûryachandráu, sol y luna; sûrya-chandra-târâs, sol, luna y estrellas; dânâdânam, por dânâ-adânam, dar, no dar=dar y tomar (con a privativa el segundo nombre). [216]

     Los compuestos llamados posesivos son adjetivos que denotan la posesión del objeto designado por alguno de los componentes: así bahuvrîhi, el que tiene mucho arroz; phala-hasta, que tiene en su mano un fruto; que vienen de bahu, mucho, y vrîhi, arroz; y de phala, fruto, y hasta, mano, megha-varna, nube color=que tiene color de nube. Otros determinan la cualidad del objeto que designa uno de los componentes: mahâ-bâhu, gran brazo; atimânushu, sobrehumano. O denotan dependencia: Indra-lôka, mundo de Indra; Dêva-sama, semejante a Dios, como el alemán haus-vater, padre de la casa; got-gleich, semejante a Dios.

     Palabras compuestas pueden emplearse como elementos de otro compuesto: vêda-vêdânga-pâradriçvan, que conoce a fondo los vedas y los vedangas; vêda-vêdânga-pâraga-dharma-çâstra-parâyanah, que conoce a fondo los vedas y los vedangas y es erudito en el libro de las leyes (6). Semejantes palabras, como se ve, encierran una o más proposiciones; de manera que la composición domina la sintaxis sánskrita, y por ella adquiere la lengua facilidad para expresar toda clase de relaciones con la mayor brevedad. Es natural que en esta concisión extraordinaria quede a veces perjudicada la claridad y precisión.

     A esta facilidad de formar palabras compuestas es debido el que no haya variedad de construcciones sintácticas, porque cada compuesto equivale muchas veces a un concepto completo o a una oración entera. Por otra parte, se opone a la diversidad de construcciones o modos de expresar el pensamiento, el predominio absoluto y casi exclusivo de la forma pasiva sobre la activa, con la particularidad de que por lo común no se emplea aquélla en todos sus tiempos y modos, haciéndose solamente uso de los participios y gerundios; de modo que la gran variedad y riqueza de tiempos, modos y tantas otras formas gramaticales que posee el sanskrit, viene a ser exceso de lujo en cierto género de composiciones; porque es de advertir, que en algunas de éstas, como las históricas o narrativas, es frecuente el empleo de tiempos y modos. [217]

     El agente se pone, en esta clase de construcciones, en el caso instrumental: según esto, en lugar de «los ruines no emprenden cosa alguna», se dice: no es emprendida cosa alguna por los ruines; o se emplean frases como: «habiendo sido arrebatado un fruto por una mona=una m. arrebató», etc. Téngase en cuenta que el carácter y mecanismo de la lengua se acomoda a estos giros, que son en ella una hermosura y elegancia gramatical; el escritor indio engalana de este modo su discurso y su estilo, a los cuales puede dar la variedad más completa, porque su lengua le ofrece una riqueza extraordinaria en participios de toda clase, activos, medios y pasivos, igualmente que en formas de gerundios. Con medios, al parecer, los más imperfectos, producen la naturaleza y el hombre unidos, efectos grandiosos, singulares y en cierto modo incomprensibles. [218] [219]



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Tercera parte

Historia de la filología

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- XIII -

Estudios anteriores a nuestro siglo

     Si el lenguaje está en relación tan íntima y estrecha con la naturaleza humana, como hemos afirmado en uno de los artículos anteriores, debiera haber llamado con especialidad la atención de los hombres eminentes y pensadores que florecieron entre los pueblos antiguos. Y, sin embargo, sabemos que no fue así. La antigüedad produjo hombres distinguidos en todos los ramos del saber; profundos filósofos, que estudiaron y establecieron las leyes del pensamiento; mas sus investigaciones sobre el lenguaje fueron tan superficiales, que pudieran pasar desapercibidas en la historia, si no hubieran abierto el camino a los venideros, quienes, valiéndose de los poderosos medios que les da la civilización moderna, han añadido asombrosos descubrimientos a los escasos resultados de sus predecesores. El descuido con que miraron los antiguos el estudio del lenguaje no destruye nuestra doctrina acerca de su relación con las facultades superiores del hombre, porque procedía de una causa exterior, suficientemente poderosa para aniquilar los efectos que hubiera producido esa íntima relación. [220]

     El odio que animaba a todos los pueblos contra los demás, aunque fuesen sus hermanos, era una barrera insuperable que se oponía a todo el que intentase hacer estudios lingüísticos. Pueblos para quienes no había otra humanidad que la encerrada en el estrecho círculo de su propia nacionalidad, no podían comprender la naturaleza del lenguaje, que siendo universal y común al género humano, recibe de él, en conjunto, su carácter esencial. Mas como cada lengua es una parte de este ser que llamamos lenguaje, al estudiar los antiguos su propio idioma, contribuyeron a poner en claro la naturaleza de aquél. Por esta razón no comprenderemos los trabajos de los modernos, y sus resultados, sin examinar antes lo que en este sentido hicieron los antiguos, por insignificante que sea.

     En la escritura tenemos los primeros monumentos que presuponen algún estudio del lenguaje, y de sus diversas formas, la figurada (iconográfica) es, sin duda, la más antigua, y que el chino viene usando, notablemente modificada, hasta nuestros días. Pero en Egipto encontramos documentos en escritura alfabética, que ascienden a muchos siglos antes de J. C. (según algunos 4.000 años?!). Aunque la escritura gráfico-figurada fue utilísima, porque conservaba la memoria de los hechos en general, su influencia en el desarrollo del idioma y de su estudio fue nula; para que tenga alguna es necesario que los signos de escritura correspondan a los elementos de la palabra, lo que se obtuvo con la alfabética y silábica, sin las cuales la filología sería imposible.

     El orden en que se colocaban los signos, como bet, guimel, dalet; beta, gamma, delta, etc., no era arbitrario; se fundaba probablemente en consideraciones fisiológicas o del sonido. Los caracteres que se habían de emplear para representar una palabra llamaron la atención hacia las sílabas, y del estudio de las palabras resultó su división en categorías gramaticales. Algunos pasajes del Pentateuco suponen en los hebreos, o en su autor al menos, conocimientos gramaticales: cp. 2 Mos. 3, 14; donde se deriva la palabra Yehovah de hava o haya, ehye asher ehye, soy el que soy; en el cap. 6, 3, ani Yehovah; es decir, yo soy Yehová; y en 1 Mos. 2, 23 se deriva la palabra ishsha de ish; a ésta se llamará ishsha, porque ésta ha sido tomada de îsh; otros ensayos [221] de derivaciones etimológicas que se hallan en la Biblia hemos indicado anteriormente.

     Los silabarios hallados por Layard en Nínive, que componían la biblioteca de Sardanápalo, y cuyo fin era explicar la complicada escritura asiria unos, y dar aclaraciones gramaticales y lexicográficas otros, prueban que a mediados del siglo VII antes de J. C. no descuidaban los asirios completamente el estudio de su lengua. Esto mismo confirma con respecto a los egipcios el experimento que, según cuenta Herodoto, hizo su rey, Psammetico con los dos niños. (Nótese de paso que la palabra frigia que dice pronunciaron por primera vez dichos niños, becos, concuerda con el sanskr. bhach, pan; bhakta, cocido; anglosaj. bacan, ant. alem. bachan, y griego fôguein.) Vemos que la lengua patria debió llamar la atención de muchos pueblos ya en tiempos pre-históricos, y nada más natural que esto fuese así.

     Pero ninguno llevó su estudio a la perfección que el indio, cuyas obras causan hoy asombro y admiración a todos los que las estudian y saben apreciar las dificultades que ha de vencer un estudio semejante, y en verdad que a ellas debe principalmente la filología moderna los grandiosos resultados obtenidos en nuestro siglo.

     Desde que fue introducido el sanskrit en las universidades de Europa (¡con la sola excepción de España!!), causaron las producciones de sus gramáticos un cambio radical en el estudio de las lenguas llamadas clásicas; diéronle otra dirección, abrieron nuevos horizontes de investigación, y aquel estudio, antes puramente humanístico, recibió un carácter más noble, un fin más sublime, y fue elevado a ciencia, como ya hemos notado varias veces. El filólogo del siglo XIX entra en relación con aquellos genios pensadores, cuyo nombre no había salido hasta entonces de su país, y de los cuales se ve separado por un gran número de siglos, cual si le hubieran precedido en pocos años; las producciones literarias nos ponen en comunicación con el pasado.

     La riqueza de formas que posee el sanskrit, y la facilidad con que se dejan ordenar en clases, pudieron influir en los adelantos que hizo el indio en el cultivo de su gramática; pero, de todos modos, es digno de admiración el espíritu científico y profundo [222] que le guiaba en sus investigaciones minuciosas, así como la agudeza de pensamientos, exactitud y precisión con que distinguían y apreciaban los fenómenos lingüísticos, muy especialmente los relativos al sonido y flexión. Los elementos que componían sus cánticos religiosos y oraciones, las palabras, eran para el religioso indio cosa sagrada; de aquí el que, para impedir toda alteración en ellas, las examinase escrupulosamente y crease el estudio de la gramática en tiempos tan remotos. El Rigveda, que, como hemos visto, es uno de los productos literarios más antiguos en el mundo, fue siempre objeto especial de su veneración, y por lo tanto, de estudio. La importancia religiosa que tenía esa colección de himnos, y la oscuridad que principió a envolver su sentido con el tiempo, impulsaron a algunos hombres amantes de sus antiguas tradiciones a facilitar la inteligencia de tan preciosos documentos nacionales; y como aquélla procedía de las diferentes acepciones en que se tornaban muchas palabras y formas, sus primeras aclaraciones fueron especialmente gramaticales.

     Que el pueblo comprendía con dificultad estos cantos, lo dice uno de sus gramáticos más antiguos llamado Kautsa (del siglo V antes de nuestra era, por lo menos), citado ya por otro gramático muy notable, y poco posterior, si no contemporáneo, llamado Yâska, en su obra gramatical titulada Nirukta. Esto se explica también por el cambio de lenguas que había tenido lugar, reemplazando el sanskrit clásico al dialecto de los vedas, en lo cual pudo tener gran influencia el trabajo artificial de los escritores de aquel período. La oscuridad procedía también de la ignorancia en que se hallaba el pueblo respecto a las tradiciones a que aluden los himnos, y que son como su fundamento. Estas tradiciones tendrían, sin duda alguna, grande interés, y su pérdida es para nosotros muy sensible, aunque a ella somos en parte deudores de las excelentes obras gramaticales que nos ha dejado este pueblo.

     Separado el sanskrit clásico de la lengua sagrada de los vedas, conservaron los sacerdotes y cantores el conocimiento de ésta, sucediendo lo propio con respecto al primero, luego que el pueblo se formó sus diversos dialectos, perdiendo la memoria de aquél, porque le hicieron lengua de la literatura, y se le empleó [223] para explicar los libros sagrados. La veneración hacia éstos llegó a ser tan supersticiosa, que para explicar la etimología o significación de una palabra en comentarios, no la entresacaban aislada del texto, sino en relación con otras; es decir, en una oración completa, creyendo que de otro modo se mutilaba el sentido de la palabra. Yâska se atrevió ya a quebrantar esta ley supersticiosa, que pronto perdió su valor, y lo mismo se hace en los Nighantu o nirghanta, donde para comentar palabras se las cita aisladas.

     Como al unirse las voces se verifica la fusión y cambios de muchas consonantes; al separarlas unas de otras, es necesario volverlas a dar su forma primitiva, lo cual requiere exacto conocimiento de las leyes eufónicas, difícil aún para nosotros, que las hemos recibido clasificadas y sistematizadas, y presupone un estudio muy especial de los sonidos, sus modificaciones, cambios, etc.

     Las primeras obras que tratan de esto son las llamadas prâtiçâkyas, que se ocupan especialmente de la producción de los sonidos, su verdadera pronunciación, de los acentos, etc. Al analizar de esta manera las palabras, se les presentaban formas gramaticales, y no podían menos de notar su conformidad o diferencia con las del sanskrit entonces hablado, o clásico. El estudio de la gramática hacia con esto considerables progresos, según nos prueban algunas observaciones que se encuentran en obras del período que vamos recorriendo, como las de Çâkalya y Gârguia. Yâska cita varios gramáticos nominalmente, y otras veces los nombra en plural, vaiyâkaranâs. (Max Müller cuenta hasta 64); uno de los más notables, Çâkatayâna, trató ya con solidez y fundamento gran parte de la gramática. La cuestión, entonces ya muy debatida, acerca de la derivación del nombre, prueba suficientemente sus progresos.

     Sostenían unos, a cuya cabeza iba Çâkatayâna, que se deriva siempre del verbo, y sus contrarios, que tenían por jefe a Gârguia, afirmaban que «no todo nombre» proviene de verbo. Çâkatayâna y su escuela ganó la victoria; a ella se unió luego Yâska, y el célebre Pânini estableció ese principio de derivación como fundamento de su gramática. Me extendería demasiado si quisiera [224] dar aquí las razones que aludían unos y otros en confirmación de su doctrina, por más que sean importantes y curiosas (pueden verse en Müller, A history, páginas 164 y siguientes). Una cuestión de esta naturaleza presupone grandes trabajos gramaticales, y mucho más cuando la vemos sostenida por hombres de la importancia y ciencia de Çâkatayâna. Sólo con hechos puede probarse ese principio, sin los cuales tienen poco valor las observaciones teoréticas. Era indispensable, pues, un análisis etimológico de los nombres, para poderlos referir a verbos; un exámen detenido de los medios por que se verifica su derivación, y que conociese, por consiguiente, los sufijos, prefijos, reduplicación, cambios de sonidos y fusión de varios en uno al unirse los elementos que constituyen el nombre.

     Todos estos puntos importantes de la gramática se tratan en el Nirukta de Yâska, quien emplea además gran parte de los términos técnicos que más tarde encontramos en Pânini, y distingue las dos clases de sufijos, primarios y secundarios, que entran en la derivación del nombre; aun habla de las raíces en el sentido que hoy comprendemos esta palabra, y cuya distinción hemos aprendido de los indios.

     En fin, la terminología de Yâska es tan detallada y científica a la vez, que supone una actividad inmensa en los estudios lingüísticos y un largo periodo de cultivo. Objeto especial de sus investigaciones fue la analogía o estudio de las formas, sin excluir la consideración filosófica, como vemos por los argumentos expuestos por ambas partes en la cuestión acerca de la derivación del nombre. También las palabras onomatopoéticas llamaron la atención del ingenioso Yâska; pero más que todo nos muestra la solidez de sus investigaciones la división que hizo de las partes de la oración en clases o categorías, estableciendo la significación de los elementos o partículas formativas, el valor de las voces, modos, casos, etc.

     El trabajo de Pânini es tan completo y profundo, que aun hoy podrá difícilmente gloriarse lengua alguna de poseer otro semejante, y el europeo puede tomarle como muestra en sus investigaciones lingüísticas. Divídese la obra en ocho libros, con cuatro partes cada uno; están expresados los preceptos gramaticales en [225] reglas brevísimas (sûtras), que ordinariamente ocupan media línea; son cerca de 4.000 y en tipos sanskritos de la escritura devanagari no darían más de 150 páginas en 8º. Y esta obrita tan pequeña contiene no solamente cuanto los gramáticos europeos han tratado en sus obras de este género, como declinación, conjugación, adverbios y partículas, con su sintaxis, sino también las reglas observadas en la formación y uso de las palabras sánskritas, determinando con precisión (y concisión) el empleo de toda clase de afijos formativos; como los que designan estado, cualidades abstractas, etc. La excepción más insignificante no escapó a la mirada aguda del gramático indio. Si consideramos el complicado sistema de reglas eufónicas en sanskrit, su variedad en la derivación y composición, su riqueza extraordinaria de formas, y el gran número de excepciones, no podremos menos de admirar la exactitud y minuciosidad con que fue llevada a cabo toda la obra, al compararla con nuestras gramáticas más completas, puesto que Pânini no tuvo a su disposición los trabajos gramaticales y lexicográficos que nosotros poseemos. Esta clase de composiciones, en reglas o sentencias brevísimas (sûtras), sabemos es muy usada por los indios, quienes pudieron tener por objeto, al componer de esa manera, ayudar a la memoria, puesto que tales sentencias se retienen con mucha facilidad (algunos sospechan que les obligó a esa economía de palabras la escasez de papel; pero tal suposición es de todo punto infundada).

     Los últimos elementos de la palabra, o sean las raíces (dhatu), hablan sido reunidas en listas antes de Pânini, y éste las modificó y perfeccionó. En su determinación fueron generalmente felices; pero, como partían del principio falso según el que «todo nombre se deriva de verbo», traspasaron los límites justos, queriendo buscar para todo nombre una raíz verbal; no encontrándola a veces verdadera, o porque fuese primitivo, o porque se perdiese su raíz con el tiempo, quedando de ella sólo los derivados, la fingieron, y en semejantes creaciones de la fantasía fueron a menudo desgraciados, porque no conocían el método comparado, indispensable en estudios etimológicos; pero el número de estas raíces es insignificante.

     Los términos técnicos y demás expresiones casi algebraicas con [226] que designa las formas y fenómenos gramaticales, indican exacto y profundo conocimiento del sistema que trataba de crear; la brevedad no produjo oscuridad, porque iba acompañada de admirable precisión; así l designa las terminaciones verbales en general; lt las de los tiempos primarios (pres. imperat. perfect., y fut.); In las de los secundarios (imperf. aor., condición potencial y precativo); con una vocal interpuesta se expresan los tiempos y modos, a saber: lat, presente; lit, perf; lut, fut. 1.º; lrit, fut. 2.º; lêt, subj. pres.; lôt, imperat.; pero lan imperf.; lin, potencial y precat.; lun, aor.; lrin, condicional; al texto de Pânini acompaña siempre un comentario, sin el cual los sûtras serían para nosotros incomprensibles.

     Otra gramática, cuyo método se aproxima al europeo, fue compuesta por Vôpadeva, acaso en el siglo XIII de nuestra era; muy posterior, por consiguiente, a la de Pânini. Los gramáticos indios han verificado una completa revolución en el estudio de lenguas; a ellos debe la filología los inmensos resultados que ha obtenido en los últimos decenios de este siglo. ¡Quién no admira los descubrimientos lingüísticos hechos en Asia, y quién no se asombra al ver tres lenguas reconstruidas después de veinte y dos siglos, que yacían sepultadas bajo las ruinas de Persépolis, Babilonia y Nínive!

     Griegos y romanos son los dos pueblos que después del indio se ofrecen a nuestra consideración. La primera obra gramatical científica apareció entre los griegos cuando ya este estudio había adquirido un desarrollo considerable entre los indios: es el Kratylos de Platón. Pero las observaciones lingüísticas tomaron aquí otro carácter muy distinto: el indio nunca pensó en hacer del estudio de su lengua una ciencia, porque no buscaba en ella lo que debía ser, y sí sólo lo que era y lo que había sido; mas el griego, impulsado por la fuerza, que le arrastraba siempre a formar el arte y ciencia según el plan trazado en su imaginación creadora, y a conocer los principios y causas de todo fenómeno, buscó en la lengua su naturaleza interna, lo que debía ser. Por eso principió este estudio cuando no sabía distinguir entre nombre y verbo, ni tenía idea clara de algún fenómeno gramatical, por investigaciones que constituyen el término de la ciencia o son el resultado [227] de otros trabajos preliminares. Como no podía menos de suceder, jamás llegó a hacer verdaderos estudios gramaticales, porque le faltó el fundamento de toda investigación lingüística, que es el método analítico, y la paciencia del indio para hacer esas divisiones y subdivisiones anatómicas indispensables cuando se quiere llegar a conocer los últimos elementos de la palabra y naturaleza de la misma.

     Mas los griegos crearon y cultivaron con éxito brillante el estudio de la sintaxis, haciendo el primer ensayo para determinar el empleo de las partes de la proposición. A esto contribuyó no poco el desenvolvimiento sintáctico de su lengua, en lo que aventaja en parte al sanskrit y latín. En esta clase de investigaciones obtuvieron excelentes resultados, sin que para emprenderlas les moviese otro impulso que la fuerza irresistible de saber el «porqué» de las cosas.

     En tiempo de Platón no existían aún maestros de la lengua, y ya se ocupaban con preguntas y cuestiones propias de su filosofía. Heráclito, Demócrito y Pitágoras hicieron observaciones curiosas y profundas sobre el lenguaje, y sin embargo, Platón en su Kratylo no descubre conocimiento alguno de la gramática, ni aún tiene idea clara de la diferencia entre nombre y verbo; para él todos los elementos de la lengua son palabras, y su conjunto oraciones (rêmata y onomata), si bien en el mismo Kratylo trata de explicar algunas cuestiones etimológicas.

     Los sofistas fueron ocasión de que se penetrase más en el estudio del idioma, dando lugar al origen de la dialéctica; pero las investigaciones hechas con este motivo tomaron más bien un carácter lexicográfico que gramatical.

     Hicieron de ella un arma ofensiva y defensiva para probar y sostener toda clase de opiniones, y la forma ingeniosa bajo la cual debía exponerse el lenguaje no podía menos de atraer la atención hacia el discurso y sus elementos, mucho más cuando se proponían como fin el saber la significación genuina de las palabras.

     Protágoras determinó ya el género de los nombres y se acercó a la distinción de modos, deseo, mandato, etc. Hippias dirigió su atención al estudio de los sonidos, y Prodikos al de los sinónimos. [228] Sócrates decía que era conveniente adquirir el conocimiento de las cosas principiando por sus nombres, y en general observamos en varios diálogos de Platón una inclinación natural de estos filósofos a explicar la etimología de las palabras; lo cual es propio de todo pueblo pensador y original en sus creaciones.

     Según este último, el discurso será exacto cuando las palabras de que se compone sean entendidas por el que oye en el mismo sentido que las dice el que habla; para lo cual deben estar en la conveniente relación con los objetos que designan, no pudiendo, por lo tanto, formarlas cada uno a capricho; de esta regla se exceptúan los nombres propios y algunas expresiones de significación general, como numerales, etc.; en esto vemos que el filósofo griego estuvo acertado y exacto.

     La relación natural entre palabras y cosas está fundada, según el mismo, en la idea que tenían de los objetos designados los inventores de aquéllas; idea que podía ser verdadera o falsa. Conceptos elementales se expresaban por sonidos de la misma naturaleza, es decir, elementales, con los que se formaban palabras primitivas. Esta imitación de las cosas por los sonidos puede ser incompleta, bastando que se represente en la imitación el tipo general del objeto. Las palabras están sujetas con el tiempo a variados cambios, viniendo a olvidarse el carácter distintivo que se tuvo en cuenta al dar nombre al objeto: estas y análogas observaciones son de Platón.

     Aristóteles era de opinión que las palabras habían sido formadas en virtud de convención, kata synzêyen, y ésta puede conservarlas en su significado primitivo. Toda palabra es, pues, significativa, mas no como instrumento (natural del lenguaje), sino porque así fue convenido y dispuesto, ouj hôs organon de, allá hôs proeirêtai kata synzêken; desechaba, pues, el principio de onomatopeya. Estudió con especial cuidado la relación que existe entre lenguaje y pensamiento, mas no supo distinguir con claridad los elementos de ambos: objeto, concepto y palabra se confunden para él muy a menudo. El sonido no constituye por sí una palabra sino cuando el hombre le emplea como signo (de una idea) hôtan guenetai symbolon.

     Fue el primero que distinguió las partes del discurso, dividiéndolas [229] en onomata, nombres, rémata; verbos, y súndesmoi, partículas (entre éstas contó acaso los pronombres, XVI, páginas 257-58). También introdujo el término técnico ptôsis, con que designó «formas de flexión» y derivadas, tanto en el nombre como en el verbo, en oposición a klêsis (¿forma fundamental?), que significa denominación, nombre. Divide los nombres en simples y compuestos; distingue, como Protágoras, tres géneros (llamando al neutro metaxú), y trató de establecer sus caracteres por la terminación del num. singular.

     Vemos que Platón, Sócrates y Aristóteles hicieron algunos progresos en el estudio de su hermosa lengua, y apreciaron con acertado criterio algunos fenómenos gramaticales; pero se nos manifiestan sin duda más grandes y geniales en las cuestiones que suscitaron, dejando a los venideros su resolución, que en los descubrimientos positivos que nos trasmitieron en sus obras.

     La gramática no era para Platón y Aristóteles otra cosa que el estudio de las letras o sonidos; al menos, sobre estos dos elementos versaban sus principales investigaciones, acaso porque se prestan mejor a la observación filosófica.

     También merecen especial mención por sus trabajos literarios, los estoicos, y entre ellos especialmente Krisippo (280+206 a. J. C.). Sus observaciones lingüísticas cayeron en provecho de la lógica; pero sabido es que ésta no era entonces otra cosa que el arte de hablar bien y correctamente, o sea la dialéctica y retórica en sentido algo lato; porque en la dialéctica se estudiaba hasta el sonido y su producción. A causa de la dependencia mutua en que caminaban lógica y gramática, perdió la primera, y la segunda, al contrario, adquirió una posición más elevada, creciendo de este modo el número de sus partidarios. Pero hasta que no se hiciese de ella un estudio independiente y separado, no podían ser grandes los progresos, y menos llegaría a obtener el rango de ciencia especial, lo que nunca alcanzó entre los griegos.

     Sobre el origen del lenguaje se emitieron diversas opiniones. Epicuro, al que, sin quererlo, siguen muchos filólogos modernos, sostenía que la lengua es en el hombre una necesidad natural. Así como ejercita sin conciencia las funciones de la vista, oído, etc., del mismo modo hace uso de los factores del lenguaje; [230] en la formación de palabras obedece a la misma necesidad (fysikós kinoumenoi). Explicaba la diferencia de idiomas por la diversidad de afecciones, representaciones o ideas, influyendo además en ella el diverso desarrollo de los instrumentos que producen el sonido o sea de los órganos del lenguaje.

     Los estoicos buscaron también el origen de éste en la naturaleza; los nombres son la expresión y representación del objeto designado. En sus opiniones sobre la lengua, palabras y conceptos observamos más claridad y precisión que en Aristóteles, y distinguieron el artículo, arzron, de las partículas en general (aquél le había incluido en syndesmói); además los casos, comprendidos antes en la denominación general ptôsis, y los atributos del verbo. Krisippo fue el primero que dividió el nombre en propio y apelativo.

     Entre tanto el período de la literatura había pasado; Atenas extendía su cultura entre los pueblos; sus hijos emigraban a Europa, Asia y África, llevando consigo el idioma, cuyo estudio tomaría pronto otro carácter. Formose con el tiempo una lengua culta, que usaban los admiradores de la antigua civilización griega; y como pocos la heredaban de sus padres, en su mayor parte debían aprenderla por estudio y continua lectura de los clásicos. Habían muerto los dialectos de Homero y de los grandes líricos, y era necesario conservar a toda costa el conocimiento de sus preciosas obras, por medio de trabajos semejantes a los que hizo el indio sobre sus vedas, y el judío sobre la Biblia. Alejandría, asiento de cultura y civilización helénica, lo fue también de sus gramáticos, prestando grandes servicios a la ciencia.

     Para poner en manos del público las producciones de los clásicos, era necesario, en primer lugar, restablecer el texto primitivo, deteriorado, y esto exigía conocimientos de historia, mitología, geografía, y del estado material e intelectual de la antigüedad, sin olvidar la crítica y hermenéutica. Los cantos de Homero fueron siempre la gloria y orgullo de todo griego, a la vez que un medio para aumentar la cultura intelectual y formar la inteligencia, según el espíritu nacional, por lo que conservaban aún su estado primitivo, o habían variado poco, siendo comprendidos por todas las clases de la sociedad. [231]

     Los primeros gramáticos de Alejandría, adornados de grandes conocimientos lingüísticos, de historia nacional y de mitología, desempeñaron dignamente su misión. Este período duró desde Zenodoto, bajo Ptolomeo Filadelfo (284-247 antes de Jesucristo), hasta Apolonio Discolo y su hijo Herodiano, bajo Marco Aurelio (161-180 después de Jesucristo), y sobresalieron en él, además, Aristófanes y Aristarco, cuyos trabajos han sido el fundamento de la crítica moderna, aplicada primeramente a la filología por el alemán Augusto Wolf. Aristarco, al establecer las categorías gramaticales, tomó por regla las formas del sonido (signo exterior), sin perder de vista la significación (signo interno); de este modo se introducía en la gramática un orden sistemático, que facilitaba su estudio y aplicación a la inteligencia de los clásicos. (99, 100)

     Los griegos perdieron las mejores ocasiones de adquirir seguras noticias acerca de la lengua y literatura de algunos pueblos orientales, en quienes su orgullo les hacía ver sólo bárbaros, incapaces de producir cosa digna de su observación. Alejandro, extendiendo sus conquistas hasta el interior de la India, no solamente les puso en relación inmediata con aquel pueblo, cuyo idioma, el sanskrit, había de ser la piedra sobre la cual se fundaría 2.000 años después la filología, pudiendo, por consiguiente, apropiarse el método del indio en las investigaciones lingüísticas, sino que el carácter de dominadores les facilitaba la adquisición de sus libros sagrados, y les abría el camino para iniciarse en los misterios de su religión, tradiciones, etc., y transmitir a la posteridad tesoros literarios, cuya pérdida total o parcial se dejará sentir siempre en la ciencia. Vieron, sin mostrar el menor interés, desaparecer de la superficie del globo lenguas depositarias de la literatura religiosa y profana de pueblos poderosos y quedó encomendado a las rocas lo que ellos no supieron conservar.

     Los emigrados de Grecia se dedicaron también al estudio de la gramática, y observando la semejanza entre su idioma y el latín, hicieron de ellos un estudio comparado; aparecieron por este tiempo varios trabajos sobre el dialecto romano, como el de Tyranion, en que intenta probar su derivación del griego. Ensayos de este género no podían menos de dar excelentes resultados, por [232] el fin y por los medios o principios sentados como base de tales investigaciones.

     Apolonio Discolo no hizo en sus obras mención alguna del latín ni de otra lengua extraña, acaso porque temía para la propia malas consecuencias de la comparación de ambos idiomas; puesto que prestando exclusiva atención a sus semejanzas, se olvidaban los gramáticos de examinar sus diferencias, y no creían posible, o no comprendían, otra estructura gramatical que la que éstos les presentaban. Estudiaban la lengua como era en su tiempo, sin intentar hacer investigaciones acerca de su desenvolvimiento histórico, o del modo con que había llegado a tener esa forma.

     Los principios que seguían en la derivación etimológica de las palabras, no eran más acertados que los establecidos por sus predecesores; aunque son ya poco frecuentes tales derivaciones, como las que vemos en lucus, de lucere, quod nimium luceat; bellum, de bellas, quod res bella non sit; lex, quia legi solet; mantilia (toalla), a tergendis manibus; liberi (hijos), quia quod libet facere possunt, etc., y otras muchas que encontramos sobre palabras griegas.

     Pero la gramática hacía, no obstante, progresos considerables, a lo que contribuyó no poco la lucha no interrumpida entre anomalistas y analogistas. (Estos dos partidos se levantaron también entre los romanos.) Los analogistas sostenían que en la lengua domina una ley regular y constante, en virtud de la cual la palabra guarda cierta analogía con el sonido; es decir, que iguales categorías se expresan por iguales formas de sonidos. Como jefes de este partido aparecen el griego Aristarco (de la escuela alejandrina) y el latino Varrón.

     Los anomalistas, guiados por el estoico Crátes, afirmaban que en la lengua se quebranta la analogía con demasiada frecuencia, y que aún sonidos de palabras iguales presentan alguna diversidad. Según esta escuela, la palabra no corresponde, ni por su contenido ni en sus relaciones, al concepto, y la lengua no se ha formado en analogía con el pensamiento, sino que es anómala con respecto a él; no domina, pues, en ella la analogía, sino la anomalía; en esto parece afirmarse que el pensamiento es de toda punto independiente del uso del lenguaje, sobre lo cual hemos hablado en otro artículo. [233]

     La analogía está sobre el uso para los unos, y éste es el principio directivo que admiten los segundos en el desenvolvimiento gramatical de la lengua.

     Trataron algunos de buscar un término medio entre ambas opiniones, y Herodiano estableció la analogía y uso como principios que rigen y dominan el lenguaje en su vida histórica; pero subordinando el segundo a la primera, porque él mismo se inclinaba más a la escuela de los analogistas.

     (Los argumentos con que ambos partidos apoyaban su doctrina pueden verse en la obra de Steinthal). (7)

     Apolonio Discolo escribió varios tratados gramaticales sobre los sonidos, ortografía, acentos, cantidad (prosodia en general), composición, etc.; de muchos de ellos sólo nos quedan fragmentos, en los que, sin embargo, se descubre su extraordinario talento, sus dotes especiales para la filología, y vasta erudición; de la sintaxis, que fue su obra principal, se nos ha conservado la mayor parte. Los que le siguieron en esta clase de trabajos fueron más bien comentadores y compiladores, que se propusieron por objeto ordenar y metodizar el material reunido en las obras de los que les habían precedido en este género de estudios.

     La gramática entre los romanos fue sólo un episodio de la griega; se fundó sobre ella, se desarrolló bajo su tutela y dependencia, y murió la primera. Imitaron aquí los trabajos de los griegos con el mismo celo y resultados que las demás artes y ciencias, y hubieran hecho mayores progresos en todas, si en investigaciones científicas les acompañara la profundidad, exactitud e independencia que caracterizan al griego en sus empresas y en todo género de estudios.

     Crátes, natural de Malle, en Cilicia, contemporáneo de Aristarco, dio a conocer los estudios lingüísticos en Roma, enseñando la lengua griega y explicando sus clásicos. Despertó en la nueva capital del mundo el deseo de cultivar o imitar el estudio de la filología en todos sus ramos, y tuvo por discípulos a varios gramáticos, que se distinguieron principalmente por su gusto en apreciar y juzgar con sana crítica las obras de los antiguos.

     Varrón se apartó del camino y método que habían seguido los gramáticos de su país, y es digno de elogio por una originalidad [234] e independencia nada común entonces en este ramo del saber. Su obra, De lingua latina, pertenece a las apariciones más notables en el terreno de la lingüística, siendo el primero que expuso científica y extensamente los fenómenos y formas gramaticales de la lengua de Roma. (101)

     Si atendemos a que Varrón apenas había tenido predecesores al componer su trabajo, no podremos menos de admirar lo atrevido de la empresa y habilidad con que la terminó. Sabe aplicar al latín el método que había aprendido de los griegos, y defiende independientemente su propia opinión allí donde no está conforme con sus maestros. Pero aunque en general dieron sus investigaciones mejores resultados que las de sus mismos preceptores, los griegos, hizo en algunos puntos importantes de la gramática muy pocos adelantos, y especialmente siguió las opiniones antiguas con respecto a la derivación, que llama impositio verborum, es decir, quemadmodum vocabula essent imposita rebus in lingua latina. (7) No llegó a distinguir bien los modos, y aunque tuvo idea de lo que son palabras primitivas y emplea la voz radices, no supo hacer la debida aplicación. De los veinte y cuatro libros en que dividió la obra, se conservan seis incompletos (V-X) y fragmentos de los otros; las preciosas noticias que probablemente contendrían acerca de los dialectos de Italia, hacen su pérdida tanto más sensible cuanto que es irreparable, puesto que no existen, de aquel tiempo, obras de este género.

     Después de Varrón, vemos, en lugar de gramáticos, preceptistas, comentadores y escoliastas, cuyo principal mérito consiste en haber opuesto un dique a toda corrupción en los clásicos, conservando entre el pueblo su conocimiento, inteligencia y muchas de sus bellas y grandes ideas, que de otro modo se hubieran perdido con sus obras.

     Quintiliano sacó a la gramática latina de la esclavitud griega, [235] en la que cae por algún tiempo después de Varrón, volviendo sucesivamente a recobrar su independencia. El despotismo de César parecía haber sofocado o aletargado la actividad intelectual de los romanos, a quienes no quedaba otra cosa que el goce de los antiguos restos literarios; pero justamente este goce sostenía el estudio de la lengua en que estaban escritos. Así que, cuando los grandes genios desaparecieron del teatro de Roma, y su literatura era sólo un reflejo y sombra de lo que había sido, aparecieron en escena los gramáticos y críticos, como para salvar aquellos preciosos restos de la furia del olvido, de la ignorancia y acaso de la barbarie. Lo más importante que se publicó en este tiempo fueron acaso los diez y ocho libros commentariorum grammaticorum de Prisciano.

     Los indios, griegos y romanos, excluyendo del círculo de investigaciones lingüísticas a los idiomas extranjeros (aun de la misma familia), dejaron incompleto el estudio del propio. La lengua varía con el tiempo, tiene, como el hombre, su historia, y muchos de sus fenómenos son inexplicables sin acudir a las formas que tuvo en períodos anteriores, o que habiendo desaparecido en ellas, se conservan en otras, que juntas forman un grupo o familia. Mas ningún pueblo de la antigüedad supo hacer aplicación del método comparado, que exigía la unión de la humanidad en una sociedad de hermanos, cosa entonces imposible e incompatible con las opiniones y preocupaciones reinantes. Muchas lenguas hubieran sido presa de la voracidad de los tiempos, el griego y latín quizá no hubieran tenido mejor suerte, si un acontecimiento extraordinario, el más grande que registran los anales del mundo, no hubiese venido a verificar esa unión: el cristianismo, predicando la fraternidad universal. Sus ministros, estudiando los idiomas de los pueblos a quienes predicaban, ponían un dique a su disolución, y traduciendo con exactitud y escrupulosidad religiosa los sagrados libros a dichas lenguas, las conservaron en estos preciosos documentos para la posteridad, tales cuales existían en boca del pueblo, en un período determinado.

     Al cristianismo debemos el poseer una literatura kóptica, siriaca, armenia, geórgica, etiópica y goda, si bien los primeros cristianos no hicieron en sus principios estudios verdaderamente [236] lingüísticos, porque eran ajenos a la misión que se les había confiado. La literatura de algunas lenguas comenzó por una traducción de la Biblia, como la del anglosajón. Entre los sirios, armenios y etíopes se despertó pronto el amor a las letras, y los primeros, que ya cultivaban el estudio de su lengua hacia el siglo V, tuvieron pronto gramáticos notables, entre los que sobresalieron Santiago de Edesa; José Huzita (580 d. J. C.); Elías, obispo de Nisive, y otros muchos, hasta el siglo XIII, en que floreció el célebre Gregorio Barhebreo, llamado también Abulfaragio, (1226+1286), que aventajó a todos los que le precedieron, y fue además gran historiador. A principios del siglo XVI sobresalieron Theseo Ambrosio, jurisconsulto y gramático; Acurio José, presbítero; Moisés, diácono; y Elías, subdiácono, que enseñaron por los años 1514 el siriaco en Roma, y tuvieron por discípulo al citado Ambrosio; Alberto Vidmanstadio, jurisconsulto al servicio del emperador Carlos V, publicó en 1555 sus Elementos gramaticales, y el N. T., primer libro siriaco que se imprimió en Europa. Andrés Masio publicó, entre otras obras, una gramática en 1573, que dio a luz Gaspar Waser, aumentada en 1594, y apareció mucho más perfecta en Leyden, 1619; Waser dio, con esta publicación, un gran impulso al estudio del siriaco, dialecto semítico muy importante por las producciones literarias de las iglesias cristianas. (102)

     A fines del siglo XVI publicó también una excelente gramática de la misma lengua Jorge Miguel Amira, en Roma; Cristóforo Crinesio publicó a principios del siguiente siglo, en Witemberga, su Gymnasium Syr., en que trató ya algunos puntos de sintaxis. Buxtorfio dividió del mismo modo su gramática en analogía, sintaxis y parte práctica (Grammaticae Chald. et Syr, libre III, ed. 2.ª 1650); pero tiene inexactitudes en la impresión, por estar escrita con letras hebreas. Joh. Michael Dilherr añadió a sus Eclogae sacrae N. T. syriacae, graecae, latinae, unos Rudimenta grammaticae syr. excelentes (Halis, 2.ª,1646); José Acurense, Henr. Hottinger, Brian Walton, Edm. Castello y otros publicaron trabajos gramaticales en el siglo XVII, dando nuevo lustre al estudio del siriaco, entre los que hizo época la obra de Enrique Opilio, Syriasmus facilitati et integritati suae restitutus, Lips., ed. 2.ª, 1691. [237]

     En el siglo XVIII aventajó a todos sus predecesores Chr. Bened. Michaelis, con su Grammatica linguae syr., Halis, 1741, y siguieron mejorando el método David Michaelis, Christ. Adler, J. Godofr. Hasse (Praktisches Handbuch der aram... sprache, Jena, 1791), J. Seewater (Handbuch der hebr., chald., syr. und arab. grammatik, Leip., 1817), Thomas Yates (Syriac Grammar, Lond., 1819) y H. Ewald (Lehrbuch der syrischen sprache, Erkl., 1826.)

     Una nueva era para el estudio de esta lengua principió con la obra de Hoffmann, recomendable por todos conceptos y sin igual hasta el día, aunque por su claridad y brevedad sea preferible la de Uhlemann; en el Catálogo van indicados los trabajos lexicográficos y las crestomatías más notables. Más antiguo es el estudio de la lengua que contenía el texto primitivo de los libros sagrados, el hebreo, y que suscitó además cuestiones de la mayor importancia, como las del origen del hombre y del lenguaje.

     Los judíos no cultivaron la gramática hasta que, perdida su nacionalidad, se vieron dispersos entre las naciones, pero trabajaron sin cesar en la conservación fiel del sagrado texto. En el tercer siglo antes de J. C. se hizo la traducción griega de los Setenta, que pronto adquirió gran fama y autoridad inmensa entre judíos y cristianos. Sus inexactitudes, y el separarse a veces del texto hebreo, dieron motivo a que en el siglo II de nuestra era trabajase Aquila su traducción, a la que siguieron las de Teodocion y Sinmaco. Ninguna está libre de grandes imperfecciones, y difieren a menudo entre sí y del texto hebreo en puntos esenciales, lo cual no tanto fue culpa de los traductores, como acaso de la incorrección de los manuscritos que tuvieron a su disposición. Por este motivo, los cristianos comprendieron la necesidad de acudir al texto primitivo, y así lo hicieron ya Orígenes, pero con especialidad San Jerónimo quedando asegurado al hebreo para lo sucesivo un lugar preferente en el estudio de la filología, de manera que su descuido o abandono ha sido, es y será siempre culpable y reprensible en los que deban fomentarle, por estarles encomendada la custodia de tan sagrados depósitos.

     Desde los primeros siglos del cristianismo fue considerado el latín como lengua eclesiástica; traducciones de los libros sagrados y tratados especiales compuestos en ella andaban en manos de [238] todos. El clero cristiano cultivó casi exclusivamente las ciencias en la Edad Media, y publicaba sus obras en latín, por cuyo estudio debía principiar su educación todo el que deseaba adquirir alguna cultura. Era entonces la lengua de la ciencia, y en pocos siglos se creó una literatura, cuyas numerosas traducciones saca el filólogo moderno con laudable celo de los empolvados estantes de las bibliotecas. Tampoco quedó descuidado el griego, como depositario del texto primitivo del Nuevo Testamento.

     El estudio de lenguas extrañas creó naturalmente el de la propia; pero en la Edad Media fueron aún rarísimas las obras gramaticales que se escribieron sobre lenguas vulgares. La filología no pudo desarrollarse en el seno del cristianismo por sus ministros, porque tenían otra misión mucho más sublime, que llamaba su atención; pero él esparció la semilla, que tan copiosos frutos ha producido en nuestros días. Sin su cooperación se hubiera perdido el conocimiento de muchas lenguas que hacen un papel importantísimo en esta ciencia; como el godo, cuya memoria han salvado los fragmentos de una traducción de la Biblia hecha por el obispo Ulfilas, y única obra que de esa lengua tenemos. Entre los pueblos y sectas religiosas de la antigüedad que fomentaron el estudio de lenguas, sabemos que ocupan un lugar distinguido los budistas; por medio de sus traducciones podemos estudiar en formas antiguas idiomas que después sufrieron variaciones y cambios notables; como los del Tibet, de los mogoles, kalmukos y ceylaneses o pâli; éste, de importancia especial por la influencia que ejerció sobre las lenguas del archipiélago, y por lo tanto sobre la cultura y civilización de sus pueblos.

     A la caída del imperio de Occidente siguió en Europa un período de decadencia para las ciencias, que vinieron a quedar como en un profundo sueño, y sólo daban señales de vida en el interior de algunos claustros. Entre tanto se levantaba en Asia con poderoso vuelo una nueva cultura, que extendiendo sus alas hasta Europa, fructificó la semilla, ya casi perdida, dejando sentir su influencia en la filología más que en ninguna otra ciencia. Los hijos del desierto, entusiasmados por el fanatismo que les infundía la doctrina que creían nuevamente revelada al profeta de la Arabia, su compatriota, cayeron con furia sobre el imperio de Oriente, [239] conquistaron rápidamente la mayor parte de sus provincias, y la media luna extendió su poder del Indo al Ebro.

     En todos los pueblos que sometían encontraban una cultura más o menos floreciente, que pronto trataron de imitar y se apropiaron. Persia había llegado bajo los sasanidas a un alto grado de civilización. Los cristianos sufrieron grandes persecuciones, cuyo origen pudo ser el temor que abrigaban esos reyes de que se uniesen a sus correligionarios de Occidente, donde el cristianismo había sido declarado por aquel tiempo religión del imperio.

     Pero algunas de sus sectas fueron tenidas en gran respeto, y a su sombra nacieron escuelas florecientes, como la de los nestorianos. En especial gozaron los judíos de la protección y favor de muchos monarcas sasanidas, bajo los cuales fueron notables las academias judías de Nehardea, Sora, Pumbadita y otras. La cultura helénica estaba entonces en boga, y muchos sabios, que huían de las persecuciones de Occidente, encontraron favorable acogida en Persia. Algunos escritores aseguran haber sido traducidas al idioma de este país, persa, las obras de Homero, con varias otras de filosofía y medicina; aun se dice lo mismo de las de Platón y Aristóteles; pero tales trabajos, que revelarían un gran monumento literario son desconocidos.

     El entusiasmo y fanatismo religioso que acompañó a los árabes en sus conquistas les guió también en el cultivo de las ciencias y artes, en las que produjeron bellos y copiosos frutos; para hacer la exposición detallada de los principales trabajos literarios que nos dejaron, sin contar los perdidos, se necesitarían muchos volúmenes (Hammer cuenta sobre 9.915 autores, poetas, etc.). La gramática fue uno de los ramos que más llamaron su atención, y en que obtuvieron mejores resultados, de modo que el europeo ha podido estudiarla (como en sanskrit) en las mismas obras nacionales, y es de esperar que el conocimiento de escritos gramaticales inéditos arroje nueva luz sobre este importante ramo de la filología musulmana.

     La religión fundada por el Profeta favoreció y aun hizo necesario el estudio del árabe. Porque como el traducir el Korán a una lengua extranjera fue tenido por profanación de la palabra [240] revelada, los pueblos que abrazaron el mahometismo se vieron obligados a admitir, con la religión, la lengua en que era enseñada. El árabe llegó a ser de esta manera lengua religiosa, del Estado y de la literatura, desalojando a otras, que pronto fueron relegadas al olvido, y cuyo lugar ocupó aun entre el pueblo. Pero el muslim, siempre amante de sus tradiciones, temió que en estas adquisiciones se apropiase elementos extraños, y creciendo el peligro con las nuevas conquistas, se aumentó el cuidado para preservarle del daño que amenazaba. Era preciso hacer inteligible a todos el libro de la revelación -(Korán), -cuyo sentido es en muchos pasajes oscuro, o mejor ininteligible a los mismos sabios, porque no fue acaso claro a su autor. Ésta exigía profundos estudios gramaticales y lexicógrafos, que desde su origen tomaron un carácter y consagración toda religiosa.

     Ya en el primer siglo del islamismo se habían levantado en su seno ciudades florecientes, y en el segundo se cultivaban, no sólo los estudios de tradición y del Korán, que nacieron con la Muerte de Mahoma, así como también la poesía que le había precedido, y la arquitectura especialmente protegida por sus inmediatos sucesores; pero la ciencia de derecho y las matemáticas hicieron notables progresos. Luego se levantó Bagdad, por largo tiempo silla de los califas y asiento del lujo, esplendor, civilización y ciencia orientales; y en Occidente se ponían los cimientos a la gran mezquita de Córdoba, émula de la capital de Oriente. En ésta reunían los califas todo lo que pudiera servir de estímulo a los amantes de las letras. Si no se escribían obras originales en todas las ciencias, se traducían las extranjeras al idioma del Korán; de este modo las de Aristóteles sirvieron de fundamento a la filosofía del islamismo. Los califas premiaban las producciones científico-literarias con munificencia verdaderamente oriental. En el segundo siglo de la huida, bajo Mançur, Harun-Arrashid y Maçmun hicieron grandes progresos en filología, historia y derecho; en astronomía tomaron por maestros a los indios. (103)

     Pero la filosofía árabe jamás supo emanciparse de la esclavitud griega; así el misticismo de los Sûfis tuvo origen en la filosofía neoplatónica y en los Vedantas de los indios.

     Pero volvamos a la filología, que siempre tuvo más admiradores [241] que las demás ciencias en un pueblo que trabajaba por conservar a toda costa intacto el depósito de sus sagradas doctrinas. El cuarto califa Alî (+661) puede ser considerado como fundador de la gramática, si bien el primer trabajo que de este género se conoce es de Abûl-asuad (+688, o según otros, +719), y halló una acogida en gran manera favorable. Muchas personas eminentes se dedicaron al estudio de la gramática, siguiendo el ejemplo de Abûl-asuad, y los príncipes respetaban y premiaban a los filólogos con liberalidad sin ejemplo. El mismo es tenido por el verdadero fundador de la famosa escuela de Basora, como Abûl-Hasan Ali al Kîsây lo fue de la de Kûfa, que nació poco después (en 638).

     Estas dos escuelas produjeron hombres distinguidos, que trabajaron con emulación en la exégesis del Korán, y dejaron numerosas obras gramaticales y lexicográficas de la mayor importancia.

     Abû A'bdarrajhman al Jalîl, que floreció entre los años 718 y 786, discípulo de la escuela de Basora, descubrió y fijó los preceptos de la prosodia, y fundó el arte métrica entre los árabes. Tuvo por discípulo a uno de sus gramáticos más notables, llamado Sîbauaih, cuya gramática, que se conserva aún manuscrita, tiene muchas ventajas sobre otras que se escribieron después.

     La civilización árabe había llegado a su apogeo en los siglos III y IV de la huida. El califato no pudo ya mantener unidos los pedazos que había juntado con la fuerza de las armas para formar su colosal imperio, y caminaba rápidamente a su disolución; en los tres primeros siglos del imperio se contaban más de catorce dinastías, y al terminar el tercero se había dividido definitivamente en tres califatos: el de los Abbasidas, en Asia; el de los Ommeyas, en Europa, y el de los Fathimitas, en África. Pero todos o la mayor parte de los príncipes de estas dinastías se mostraron favorables a la ciencia. (104)

     En el segundo siglo de la huida florecieron los filólogos Açmai y Abû U'baida, este último de grande autoridad. No ignoraban los árabes la importancia de obras enciclopédicas en que se expusiese un sencillo y breve panorama de todas las ciencias; y a fines [242] del siglo III de la huida publicó el filólogo Abû Zaid Ahmed un trabajo de este género bajo el título Las divisiones de las ciencias, que luego fue seguido de otros semejantes de los filósofos Al Kindi, Ibn. Sina y el Machriti (el Madrileño).

     Son bien conocidas de todos las numerosísimas escuelas y academias que fundaron los árabes en las principales ciudades de sus dominios, algunas de las cuales florecieron hasta su completa expulsión de Europa. Sus primeras escuelas fueron las mezquitas, hasta que, aumentándose el número de los literatos, se formaron sociedades y coros de hombres científicos, que reunidos en lugares determinados y dispuestos al efecto, discutían acerca de los puntos señalados; sucedía esto no sólo en España, sino también en Siria, Irak y otros países donde dominaba la religión y ley del Korán; y algunas de estas sociedades académicas escribían sus memorias y discursos.

     La casa de la sabiduría o dârul-jhiqmat, inaugurada en el año 1005 en Cairo, merece, con justicia, el nombre de universidad, y las academias de Andalucía derramaron sus luces por toda Europa. Es verdad que algunos atribuyen la civilización de los árabes españoles y sus grandes adelantos en ciencias y artes a los cristianos que permanecieron viviendo entre ellos; pero no son tan evidentes las pruebas en que se funda la opinión a que aludimos, que sin más datos debamos admitirla como verdadera.

     Los filólogos árabes tuvieron no poca parte en la creación de bibliotecas. Cuéntase de muchos particulares que las poseían de diez mil volúmenes; mucho más ricas eran las de los emires y califas; de la de Córdoba se dice que llegó a contener seiscientos mil; y en otras ciudades importantes de la España árabe las había muy ricas y preciosas.

     Los diccionarios sobre ciencias son muy numerosos en la literatura musulmana, de modo que libros que versan sobre diferentes materias, como la naturaleza del hombre, el camello y otros animales, tienen, además, el doble carácter de filológicas, por el cuidado especial que ponían sus autores en dar explicaciones etimológicas de los nombres; y los autores de tales obras, a su ciencia especial en la materia sobre que escribían, juntaban conocimientos lingüísticos. [243]

     En la mayor parte de las cortes musulmanas gozaban los poetas del favor de sus soberanos, quienes intentaban, con esto, crearse una atmósfera favorable por medio de las alabanzas desmedidas que aquéllos les prodigaban entre el pueblo. Algunos príncipes alojaban a los sabios y poetas en sus propios palacios o les regalaban casas, en lo que se distinguieron Abderramán III y Hakem II entre los califas españoles. De Hishem II se cuenta que asistía él mismo a las escuelas y academias, y repartía por su mano premios a los vencedores en públicos certámenes. Tales distinciones eran un estímulo poderosísimo para los hombres de ciencia, que de este modo no hallaba obstáculos que se opusiesen a su progreso.

     Por los años de 1054 (446 de la huida) nació en Basora el gran poeta, orador, retórico y gramático, Abû Muhammad Kasem, llamado Hariri, el maestro de la elocuencia, y cuya prosa rimada aventaja a la del Korán; murió hacia los años 1124, y dejó varias obras, entre las que se cuenta una de las más bellas producciones de la literatura de los árabes, titulada Makâmât, o Sesiones, y algunos trabajos gramaticales de importancia.

     En este mismo siglo florecieron el español Ibn Jakam, historiador y poeta, que reunió en sus Collares de oro gran número de preciosas composiciones poéticas; y el filósofo, célebre en todos los países sarracenos, Gazalî, que dejó, entre otras obras sobre diversas materias, una muy notable, titulada La regeneración de las ciencias.

     Los mejores gramáticos árabes pasaron algún tiempo de su vida entre los beduinos del desierto, ocupados en estudiar la lengua tal cual existía en boca de los verdaderos y genuinos árabes. Sibauaih recogió entre ellos los principales datos y materiales para su gramática, y Abû U'baida tuvo a un beduino por maestro; del mismo modo puede asegurarse que los primeros ensayos lexicográficos salieron del desierto.

     Un discípulo de Jalîl, llamado Abül-Hasan... Ibn Sumail, fundó en Corasan una escuela semejante a la de Basora, donde acudieron gran número de discípulos a escuchar sus lecciones; otros muchos siguieron después su ejemplo en diversas ciudades; el mismo dejó varios escritos sobre ciencias naturales, físicas y astronómicas, [244] en los que su principal objeto parece ser el dar explicaciones etimológicas de las palabras.

     Algunos gramáticos se dedicaron con especialidad al estudio de los dialectos, frases, giros y provincialismos de la lengua, entre los que sobresale ya en la primera mitad del siglo III de la huida Abû Zaid, conocido por el sobrenombre al Ansârî, a quien por sus variados conocimientos llamaban el gramático por excelencia. En el mismo siglo floreció otro gramático y lexicógrafo, que llegó a adquirir grandes conocimientos y vastísima erudición en la escuela de su maestro Açmâi, llamado Sichistânî.

     La historia fue de los ramos más cultivados por los árabes; de algunos príncipes se cuenta que tenían diez y más historiadores ocupados en escribir los anales de su reinado; su narración merece, por lo general, toda confianza, si bien falta por completo la crítica. Ibn Jallikân, Makrisi, Soyuthi y otros muchos han inmortalizado su nombre con obras de este género.

     Florecieron aún las ciencias, con breves intervalos, en todos los países sometidos a la media luna durante los siglos VI y VII; el novelista español llamado Antarî; el geógrafo Idrisî; el legista Morgainâni, autor de la celebrada obra titulada Hidayat; los historiadores Sema'ni; el Sherîsî, autor de la obra histórica titulada Camil o perfecto; Shehristani, y el biógrafo Ibnul-Kofti, autores de varias obras notables, son prueba de lo que decimos. A todos aventajó el historiador Ibn Jaldûn, quien en su historia de las Dinastías africanas, y más aún en sus Prolegómenos, manifiesta un genio político sobresaliente, y sana crítica nada común entre sus correligionarios; la última parte de sus Prolegómenos es una especie de enciclopedia apreciabilísima de todas la ciencias entonces conocidas. Por el mismo tiempo floreció el gran geógrafo y viajero Ibn-Batuta (siglo VIII de la huida).

     Después de la muerte del historiador Makrîsî y del historiador, biógrafo y topógrafo Soyuthi, hombre de vastísima erudición, que florecieron en el siglo IX de la huida y XV de nuestra era, comenzó un período de postración mental y decadencia entre los árabes, que fue en aumento hasta que por completo cesó todo movimiento literario. Algo pudo contribuir a esto la supersticiosa creencia, muy extendida entonces, de que el poder [245] del islamismo terminaría mil años después de su nacimiento.

     Algunas ciencias tuvieron, en diversos períodos, por enemigos declarados a los mismos príncipes, quienes dispusieron autos de fe para destruir por medio del fuego todas las obras que tratasen sobre determinadas materias; el príncipe de Fez Abû Ya'kub (en 1192) mandó quemar todas las novelas, cuentos y fábulas que pudieren ser habidas. De modo que cuando comenzó el período de decadencia ya habían sido diezmadas bárbaramente gran número de bibliotecas; las doctrinas fatalistas y anticientíficas que por espacio de algunos siglos habían bebido en el Korán conducían naturalmente a tan bárbaros extremos. El grande Almanzor, en tiempo de Hishem II, cometió igualmente tales torpezas en diversas ciudades. Las persecuciones contra judíos y cristianos eran también directamente opuestas a los Progresos de las ciencias; el célebre Maimonides se vio precisado a huir de Andalucía a Egipto en la persecución movida por Abdul-mumin.

     Cuando los genios creadores de la literatura nacional desaparecieron del teatro de la ciencia, comenzó el período de los glosistas y comentadores, como hemos observado entre griegos y romanos.

     El siglo XVI produjo algunos historiadores y biógrafos; a fines del siglo sobresalen, entre otros de menor importancia, el comentador y glosista Abul-faith, y el conocido bajo el nombre Tebriz, que lo fue del libro titulado Hamâsa. Ya en los siglos precedentes habían florecido escritores muy notables de este género, como el llamado Mutarrezi en el VI de la huida, y el Sherîshî o jerezano.

     Digno de especial mención en el siglo XVII es Hachi-jalfa, hombre de vastísima erudición y de grandes conocimientos en todos los ramos del saber, pero que se distinguió como historiador, geógrafo, enciclopedista y bibliógrafo.

     En este siglo de revoluciones y trastornos florecieron aún algunos hombres distinguidos en historia, en la ciencia del derecho y en filología, como Abul-Baka, oriundo de Crimea, autor de un gran Diccionario de términos filológicos. Muchos otros se dedicaron a la bibliografía y a coleccionar las composiciones de poetas.

     En general, lecciones y trabajos literarios de estos últimos [246] tiempos llevan el carácter de un período de terrible decadencia.

     La imprenta, que por primera vez se comenzó a usar en Constantinopla en el primer tercio del pasado siglo, dio a conocer algunas obras árabes. Pero entonces apareció más clara la decadencia de la literatura, y la postración y falta de energía en las inteligencias, enervadas y embrutecidas durante los muchos años que llevaban de inacción; porque, en vez de la revolución científica y movimiento literario que siguió en Europa a tan glorioso acontecimiento verificado más de dos siglos antes, no se hizo otra cosa que reproducir y extender las obras clásicas antiguas, pero nada nuevo salió a luz; fue pues una simple imitación material de lo ya realizado en otros países.

     Con el siglo XVIII murió para siempre la literatura árabe antigua o según el espíritu y carácter que recibió del profeta del desierto. Introducida la imprenta en Constantinopla, Beirut, Cairo, Bulaq y otras ciudades del imperio musulmán, entrará en las pocas inteligencias que en lo sucesivo den señales de vida el espíritu que domina la ciencia europea, y su poderosa acción e influencia realizará un cambio completo en la cultura nacional, que tomando distinto camino del señalado en las doctrinas koránicas, será el principio de un nuevo período en su literatura. No puede asegurarse que la literatura árabe haya muerto para no levantarse jamás; allí donde existe un pueblo regido por leyes, existe la semilla que fructifica las inteligencias; pero la literatura que produzca esa semilla no será pura como la antigua, porque nace bajo influencias extrañas.

     La literatura árabe puede dividirse en dos períodos: el 1.º comprende desde la huida de Mahoma hasta la conquista de Bagdad en 1258, y el 2.º abraza hasta el siglo XVIII. El siglo del Korán, o época religiosa, termina con la caída de los Ommeyas por los años 749; el segundo siglo que pudiéramos llamar de la tradición, comprende desde el primer califa de los Abbasidas hasta la muerte del noveno de ellos Uasîk billah en 846; el tercero conserva el mismo carácter literario, y en él principió la funesta desmembración del imperio; el cuarto, o filológico, filosófico y de las matemáticas y astronomía, acaba con la caída del califato en España [247] en la primera mitad del siglo V de la huida; siguiendo en el siguiente, hasta la toma de Bagdad, el movimiento literario que había comenzado en el anterior. La séptima época tuvo hombres notables en varios ramos del saber; pero puede llamarse el siglo de la historia y de la crítica como la octava hasta mediados del siglo XI. La última época fue rica en comentadores bibliógrafos y glosistas, y por lo tanto es el período del misticismo y de la exégesis.

     Llenaríamos muchas páginas si intentásemos sólo enumerar los nombres de los escritores árabes más sobresalientes; el número de gramáticos y filólogos fue tan extraordinario, que ya en el siglo XV cuenta Soyuthi sobre 2.500! educados la mayor parte en las escuelas de Basora y Kûfa, que en los últimos siglos de su existencia vinieron a unirse y formar una escuela mixta. (105, 106, 107)

     Cuando las luces de la ciencia musulmana comenzaban a apagarse en toda la extensión de su dilatado y antes poderoso imperio, se levantó la llama del ingenio en Occidente con tal fuerza que pronto se dilató, y extendió sus luminosos rayos por todo el ámbito del mundo conocido y más allá.

     Tres poetas, casi contemporáneos, Dante (+1321), Francisco Petrarca (+1374) y Boccaccio (+1375), animados de los mismos sentimientos e ideas; con igual profundidad, riqueza y extensión de ingenio; de imaginación fecunda y brillante fantasía, los tres aspirando a un mismo fin, dieron a su lengua patria la forma y perfección que hoy tiene, y los dos últimos trabajaron con infatigable celo por despertar y generalizar entre el pueblo culto el amor a los estudios de la literatura clásica latina, en cuyas pretensiones obtuvieron no pocos resultados. (113)

     Manuel Krisoloras, enviado por J. Paleólogo en 1391, con la misión de buscar auxilio contra el emperador Bayaceto, se dio a conocer en Italia como hombre versado en la literatura: fue llamado como profesor de lengua griega a Florencia, y formó sucesivamente en esta ciudad, Milán, Venecia, Pavía y Roma gran número de discípulos aventajados, que fomentaron y extendieron el amor a las producciones de los clásicos, cuyo estudio se hizo general y necesario para todos los que deseaban adquirir alguna cultura. [248]

     Todos los estados de Europa tomaron especial interés en el nuevo desenvolvimiento de las ciencias; España caminó entonces al frente de la civilización, y los grandes y profundos pensadores que produjo en aquellos tiempos, llamados de tiranía y oscurantismo, forman la página más brillante de la historia de su literatura.

     El descubrimiento del Nuevo Mundo y la aparición del protestantismo fueron como los golpes que despertaron la actividad del espíritu, no porque estuviese antes encadenada, pues en este caso, únicamente los que rompieron las cadenas hubieran sido capaces de producir algo nuevo, sino porque las nuevas doctrinas y opiniones la pusieron en la necesidad de defenderse, y los inventos que pronto se siguieron, abrían nuevos horizontes a la ciencia, y hacían accesibles a todos, los medios de adquirirla, reservados antes a muy pocos privilegiados. Este movimiento se dejó sentir de una manera especial en el terreno de la filología, donde sólo había que edificar sobre los fundamentos echados en siglos anteriores.

     El médico y filólogo Julio Caesar Escaliger, oriundo de Alemania (+ 1558), escribió la primera obra verdaderamente filológica, en la cual examinó, estudió y expuso con método y consideración filosófica los fenómenos lingüísticos. Mucho más perfecta y útil fue la obra del célebre español Sanctius (1554+1628), que publicó de nuevo el alemán Bauer a principios de este siglo (108). De trabajos lexicográficos merece especial mención el Thesaurus linguae latinae de Robertus Stephanus, dado a luz segunda vez por Gesner en 1749. Const. Lascaris escribió la primera gramática griega, y le siguieron Reuchlîn (+1522) y Melanthon (+1560), profesor de Witemberga y dotado de grandes talentos para la enseñanza. En 1572 apareció el magnífico Thesaurus linguae graecae de Henricus Stephanus (+1598), fundamento de todos los trabajos lexicográficos que vieron la luz pública en lo sucesivo, y sin igual hasta hoy. Fue publicado en Londres en 1826 y en París 1836-65. Es acaso la obra más completa de este género que tenemos hasta el presente.

     El protestantismo, llevado por los principios que le sirven de base, se vio obligado a llamar en apoyo de sus doctrinas a la Biblia, e hizo necesarios estudios más profundos de lengua hebrea, [249] que luego tendrían por consecuencia el de todas las orientales.

     Clemente V mandó establecer cátedras de hebreo, en el Concilio de Viena celebrado en 1311, y pronto se dieron a conocer algunos buenos hebraizantes, como el conde Juan Pico de Mirándola (+1494). Los apreciables trabajos de Reuchlin, de J. Buxtorf (+1629) y de su hijo (+1664) hicieron época y dieron nuevo impulso a los estudios orientales.

     El P. Alcalá compuso la primera gramática árabe en 1505, que no tuvo por mucho tiempo igual en Europa. Ya hemos indicado las obras gramaticales y lexicográficas más notables sobre la lengua siriaca.

     Los idiomas antiguos abrieron el camino al estudio de los modernos. Dante, con su obra De vulgari eloquentia y con la titulada Volgare illustre, trató de separar la lengua culta italiana de la del pueblo; Pietro Bombo (+1547) escribió la primera gramática italiana que se conoce; de la lengua española publicó una muy buena Antonio Nebrija en 1492, y del alemán se publicó una en 1534, pero muy imperfecta, y otra mejor de Laurentius Albertus vio la luz pública en 1573. Desde entonces siguió el estudio de las lenguas modernas la marcha de las otras ciencias, porque las nuevas relaciones sociales y el gran desarrollo que había recibido el comercio aumentaban considerablemente sus aplicaciones.

     Los viajes emprendidos en los siglos XV y XVI introdujeron en el círculo de la filología idiomas nuevos. Antonio Pigafetta dio a conocer muchas palabras de lenguas que encontró entre los pueblos visitados en el viaje que hizo alrededor del mundo, acompañando a Magallanes. Lo mismo hicieron otros orientalistas, como Vechietti en su viaje a Egipto, Siria, Armenia, Persia, India; Philippo Sassetti, a este último país, donde vivió desde 1583 a 1588.

     Los nuevos civilizadores de América nos han dejado también excelentes trabajos sobre sus lenguas: Andrés de Olmos, una gramática y lexicón de las lenguas Mejicana, Zotonaca y Huaxteca; Cepeda varias obras sobre los idiomas de América Central; Antonio de los Reyes una gramática y lexicón de la lengua mixteca (Amer. cent.) (1593); Domingo de San Tomás una gramática de la lengua quichua (Perú), de las lenguas Araucana (Chile), Aymarica (Bolivia y Perú); Guarani (Brasil y Paraguay), y otras hay también [250] gramáticas que aparecieron en este tiempo; es de advertir que la mayor parte de estos trabajos son excelentes y hasta hoy únicos de su clase. Los misioneros de Asia siguieron el ejemplo de los de América, y dejaron a la posteridad apreciables trabajos sobre los idiomas de aquellos pueblos, aunque no en tan gran número, por impedírselo la inseguridad de su situación penosa.

     Suscitose de nuevo la cuestión acerca del origen del lenguaje, por entonces ya muy debatida; y como, según las tradiciones bíblicas, hubo un solo idioma primitivo, admitiose como tal el hebreo. Pero aquellos a quienes no satisfizo esta sencilla decisión trataron de examinar si existía alguna semejanza o relación de parentesco entre las lenguas clásicas y las semíticas.

     Guillermo Postello hizo probablemente el primer ensayo de este género en su libro de Affinitate linguarum, publicado en 1538; y Bibliander en el suyo, que lleva el título De communi ratione omnium litteratum et linguarum, sostiene que la lengua primitiva fue la hebrea, de la que se derivan todas las demás; esta opinión fue la más admitida por entonces.

     En el siglo XVII sobresalieron el francés Claudio Salmasio (+1653), el alemán (de los Países Bajos) Jerardo J. Voss (+1649) célebre por su Aristarchus sive de Arte graminatica de 1635, y su Etymologicum latinae linguae. Charles de Fresne (+1688) se dio a conocer por su Glossarium ad scriptores mediae et infimae latinitatis (París, 1678) y su Glossarium mediae et infimae graecitatis (París, 1688), que en aquel tiempo fueron obras de gran mérito.

     En los idiomas semíticos fueron notables Walton, en caldeo, Leusden, en samaritano, y Erpenio, en árabe; Job Ludolf publicó muy buenos trabajos sobre el idioma etíope, pero se extendió su influencia a las lenguas semíticas en general. Tampoco debe pasarse en silencio el gran trabajo lexicográfico de Meninski, aun en nuestros días muy apreciable.

     Los misioneros prestaron también en este siglo grandes servicios a la ciencia, aprovechando las ocasiones que se les ofrecían para aprender las lenguas de los pueblos con quienes venían en contacto, a lo que se unió la fundación del colegio de Propaganda fide en Roma, por los a ños de 1627, que ha publicado sin interrupción numerosas obras en y sobre lenguas extranjeras.(109, 110, 111) [251]

     El gran pensador alemán Leibnitz (+1716), cuya poderosa influencia se dejó sentir en todas las ciencias, no descuidó la filología, aunque los adelantos que él mismo hizo en ella fueron insignificantes, por el escaso tiempo que pudo dedicar a su estudio; en muchas lenguas de las más importantes por sus aplicaciones sólo se habían hecho ensayos para conocer su mecanismo gramatical. Dirigió su atención a la etimología, y su nombre sirvió para dar autoridad a esta clase de investigaciones, consideradas entonces como ridículas, y que, como hemos visto anteriormente, son la base de la lingüística y de la filología en general. En una importante disertación, titulada Brevis designatio meditationum de originibus gentium ductis potissimum ex indiciis linguarum, hizo una especie de clasificación de los pueblos según sus lenguas. Empleó toda la influencia de que gozaba en la sociedad para proteger y fomentar el estudio de lenguas, como atestiguan sus cartas a personas de posición, príncipes, misioneros, viajeros, etc.; merece, pues, un recuerdo en la historia de la filología.

     Sobre los idiomas semíticos aparecieron, en los siglos XVII y XVIII, muchos y muy buenos trabajos: de Albr. Schultens (+1750), sobre hebreo y árabe; de N. G. Schröder (+1796) tenemos también una buena gramática hebrea: O. G. Tychsen (+1815) mostró con varias obras sus grandes conocimientos en todas las lenguas semíticas; J. Dav. Michaelis aventajó a los anteriores, y escribió varias obras de gran mérito; J. Godofredo Eichhorn (+1827) fue hombre de extraordinaria erudición y claro discernimiento, y por lo tanto una autoridad en su tiempo.

     En el siglo XVIII vieron también la luz pública algunas gramáticas de las lenguas de la India, y Scholz, Bruce, Brown, con otros filólogos y viajeros, hicieron los primeros ensayos sobre los idiomas africanos.

     Egede, Edwards, Ortega, J. Zambrano, Bonilla, Neve Molina y otros, mejoraron las obras gramaticales y lexicográficas publicadas en los siglos anteriores (de ellas la mayor parte en español) sobre las lenguas de América, o dieron a luz nuevos trabajos sobre otras hasta entonces desconocidas. Los descubrimientos geográficos fueron siempre auxiliares poderosos de la filología; en los viajes de Cook, Parkinson (1784), Dixon (1789), etc., se hicieron [252] colecciones de palabras, que daban a conocer las lenguas de los pueblos visitados, como ya se habían hecho en tiempo de los primeros exploradores de América.

     La emperatriz Catalina, de Rusia, hizo preparar un glosario comparado, del que apareció segunda edición en 1791, y que contiene 285 palabras en 272 lenguas. El pensamiento de Catalina era grande, y dio resultados muy fecundos. El primero que le puso verdaderamente por obra, descubriendo nuevos horizontes a la ciencia, fue el docto español Lorenzo Hervás, que, dotado de talentos especiales para la lingüística y con extensos conocimientos en éste y otros ramos, ocupó un lugar distinguido entre los sabios de su tiempo. Hervás (1735+1809) puede ser considerado como el verdadero fundador de la filología comparada. (112)

     Después de haber trabajado por algún tiempo en las misiones de América, y escrito varias gramáticas, pasó en 1784 a Roma, donde acudieron por entonces muchos de sus hermanos correligionarios, con motivo de la supresión de su orden en España. Como gran parte de ellos habían hecho misiones entre diferentes pueblos, cuyas lenguas conocían, le dieron noticias acerca de muchas de aquellas que, por carecer de literatura, sólo podían ser estudiadas entre el pueblo mismo. Reunidos los resultados de sus propias investigaciones y de las noticias que le habían comunicado, publicó su excelente trabajo, en que se propuso examinar y hallar, por medio de las lenguas, el origen y relación genealógica de los pueblos. Hizo muchos descubrimientos importantes en las de América, China o indo-chinas, y no puede negársele el mérito de haber echado el fundamento para el estudio comparado de los idiomas, puesto que su obra tenía ya el fin determinado de descubrir la relación que existe entre los pueblos por la que hay entre sus lenguas, lo cual sólo podía hallarse estableciendo comparaciones entre las mismas.

     El alemán Juan Cristóbal Adelung desenvolvió y puso en práctica el pensamiento de Hervás en su obra titulada Mithrídates, cuya publicación dio principio cuando la de Hervás estaba terminada. En esta obra se pone como ejemplo el padre nuestro en más de 500 lenguas. [253]

     Los trabajos que a fines del siglo XVIII aparecieron sobre el mecanismo, formación y origen del lenguaje, sobre la producción del sonido en general, y del articulado en particular, contribuyeron no poco al ensanchamiento que iban a tomar las investigaciones filológicas en el siguiente. [254]



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- XIV -

Estudio de la filología en el siglo XIX

Lenguas indo-europeas.

     Sin pararnos a examinar las causas que han podido contribuir al decaimiento de las ciencias en España, y al casi completo abandono de la que nos ocupa, seguiremos la marcha que el estudio de ésta ha llevado en los demás países europeos, puesto que en ella encontraremos apenas algún español que, despreocupado de las opiniones que reinan en su patria, haya dirigido su atención a la filología, uno de los estudios más dignos del hombre.

     En el tránsito del siglo pasado al presente floreció el alemán Herder (+1803), que, con sus variadas y profundas investigaciones sobre el carácter y producciones de los pueblos, con especialidad antiguos, ejerció no pequeña influencia en la dirección que tomaron pronto los estudios filológico-lingüísticos.

     Fue el primero que hizo estudios sólidos y basados en la ciencia sobre las canciones nacionales, probando su importancia para conocer el carácter y espíritu de los pueblos, y su pensamiento ha dado después opimos frutos. Los grandes resultados que pueden sacarse de este género de investigaciones, llevadas a cabo con el tacto y conocimientos necesarios, son demasiado evidentes para que nos detengamos aquí en numerarlos. Esas canciones son el [255] retrato fiel del individuo y de la nación; la expresión de sus sentimientos, opiniones e ideas; en ellas se manifiestan los secretos y afecciones del espíritu, y por ellas se descubre el estado y causas de su desenvolvimiento intelectual, aun en épocas remotas.

     Entre tanto, la aparición de los cuatro filósofos alemanes Kant, Fichte, Schelling y Hegel, cuya autoridad fue entonces muy respetada; la fundación de nuevos establecimientos literarios en toda Europa; la revolución francesa; la expedición de Napoleón a Egipto; los extraordinarios descubrimientos hechos por franceses, ingleses y alemanes en Persépolis, Babilonia y Nínive; los viajes científicos emprendidos por filólogos y geógrafos; el estudio de los idiomas de la India, que ya ocupaba a muchos europeos; estos y otros acontecimientos corrieron el velo que ocultaba a los ojos de los sabios el inmenso panorama que contenía un nuevo mundo de objetos de investigación y estudio, y hacían prever el cambio que en breve sufriría el de lenguas, y los resultados que llenarían vacíos importantes en la historia profana y religiosa, como en la geografía de los pueblos, especialmente asiáticos y africanos. La filología se ensanchaba hasta el infinito con los nuevos descubrimientos de la lingüística. Viose que para conocer las causas y efectos del desenvolvimiento intelectual de los pueblos es necesario que al estudio de su idioma acompañe el de todos los elementos que obran en ese desarrollo, y se unieron ambos ramos, filología y lingüística, para formar una sola ciencia. Este cambio en la dirección y método de los estudios filológicos estaba ya como marcado por las nuevas ideas y descubrimientos que habían causado una revolución en la sociedad, y le hicieron más rápido los grandes genios que, como siempre sucede en tales casos, aparecieron entonces, Hervás, Wolf, Schlegel, G. de Humboldt y otros.

     Pero todo esto no bastaba; era necesario un agente más poderoso, que derribase por completo el edificio levantado durante muchos siglos de trabajo, y le reconstruyese sobre nueva base, dando valor y dirección diferentes a las investigaciones, elevando el estudio de lenguas a verdadera ciencia; que ya no estudiase e hiciese aplicaciones demasiado limitadas, de ciertos y determinados idiomas, y sí admitiese a todos en su seno, sacando de ellos utilidad en las variadas aplicaciones nuevamente descubiertas: [256] este agente extraordinario fue el sanskrit, con las demás lenguas de nuestra gran familia, antes poco conocida.

     El italiano Filippo Sasseti, que vivió en la India varios años, tuvo ocasión de observar el parentesco inmediato de esta lengua con las europeas, y de vuelta a su patria hizo ver la analogía entre muchas palabras sánskritas e italianas. Mas su voz se perdió, sin ser oída, en el espacio, y en dos siglos apenas hubo quien apoyase sus pruebas, ni aun repitiese sus palabras.

     El orgulloso Brahman, que no solo mira con desprecio a todo extranjero, pero aun le considera como impuro, tenía por un crimen el comunicar a los que llamaba Mlechchas o bárbaros los secretos de su religión, y enseñarles la lengua sagrada, depositaria de la doctrina revelada. La astucia y celo de los misioneros, secundados por los prosélitos, pudo al fin vencer estas dificultades, y uno de ellos, por nombre Roberto de Nobilibus, llegó a poseer tan buenos conocimientos del sanskrit, que se atrevió a componer una falsificación de los vedas, 1620, en esta lengua. El alemán Enrique Roth pudo también aprender lo suficiente para entrar en disputa con los brahmánes (1664), y el jesuita de la misma nación Hanxleden escribió a fines del siglo XVII la primera gramática, con algunos trabajos relativos al mismo idioma, que, por desgracia, no vieron la luz pública; de modo que ninguna noticia se tuvo por entonces en Europa de semejantes estudios y trabajos.

     Benjamin Schulze, misionero (alemán) en Tranquebar, llamó de nuevo la atención hacia esta lengua, que parecía resistirse a entrar en el círculo de investigaciones europeas (1725), repitiendo observaciones análogas, pero más explícitas que las de Sasseti.

     El célebre La Croze (1661+1739) asegura en su Histoire du Christianisme des Indes, 1724, que había observado muchas palabras semejantes en el persa e indio (sanskrit); y Teófilo S. Bayer confirmó la relación y parentesco entre los numerales indios, persas y griegos, pero lo atribuyó a influencia de los últimos durante su dominación en Persia y países limítrofes a la India; otros creyeron ver el origen de esa semejanza en los escitas. De esta manera se aniquilaban las observaciones importantes que se habían hecho para probar la relación estrecha y sorprendente entre los idiomas europeos y el sanskrit. [257]

     En 1767 envió el P. Coerdoux a la Academia Francesa una memoria, en que da más pormenores acerca del parentesco entre el sanskrit, griego y latín, explicándole por el que debió existir entre los mismos pueblos; para confirmar el primero compara muchas palabras, pronombres y numerales en dichas lenguas, haciendo ver hasta la evidencia su parentesco; esta memoria interesante se leyó ante la Academia en 1768, pero no fue publicada hasta cuarenta años después, cuando ya se estudiaba el sanskrit en varios puntos del continente europeo.

     Los derechos y privilegios que concedieron los ingleses a los indios sometidos a su dominación, y las importunas instancias de los primeros, acompañadas de su autoridad y poder, ablandaron la rigidez de los astutos brahmánes, que se prestaron a enseñarles su lengua, llegando algunos hasta el punto de manifestarles los secretos más importantes de su religión, aunque con gran reserva, pues era esto tenido por gran crimen.

     Halhed, traductor de una obra sobre derecho, que mandó componer el gobernador de las Indias, Hastings, y publicada en inglés (1776), después sucesivamente en francés y alemán, fue el primero de los ingleses que aprendió de un brahmán el idioma sanskrit, y sostuvo más terminantemente que los anteriores su relación de parentesco con el persa, griego y latín. Las obras que sobre el mismo objeto escribió el jesuita (alemán) Paulino de San Bartolomé, y sus dos gramáticas sánskritas (la última en latín, de 1804), publicadas en Roma, no fueron conocidas en el resto de Europa, que se hallaba entonces empeñada en las guerras de Napoleón. El deseado huésped quedaba aún en su patria en poder de los ingleses, que ya no le abandonaron. Wilkins fue el segundo que llegó a poseer grandes conocimientos de la lengua sagrada del indio, y llamó extraordinariamente la atención de la culta Europa con su traducción de un episodio del gran poema épico Mahâbhârata y de la obra llamada Bhagavadghîtâ, que, según G. de Schlegel es el poema filosófico más bello de todos los conocidos, y acaso único que con verdad merezca ese nombre. Publicó otras obras y traducciones, y en 1808 una gramática, que entonces contribuyó mucho a extender y facilitar el estudio de la lengua. (114) [258]

     William Jones, uno de los orientalistas más notables de aquella época (1746+1794), siguió los pasos de Wilkins y ejerció una influencia incomparablemente mayor en los progresos del naciente estudio. Nombrado juez supremo en Fort William (Bengala) a los treinta y siete años de edad, lo protegió y fomentó por todos los medios imaginables, y a él debe el desarrollo inmenso que adquirió en muy poco tiempo, por sus excelentes traducciones de las obras más notables de la literatura sánskrita, entre las que se cuenta la de Sakuntala, que traducida inmediatamente a la mayor parte de los idiomas europeos, fue acogida por Goethe con un entusiasmo sin límites. Publicó otro bellísimo poema llamado Ritusanhara, o sea descripción de las estaciones (seis, según la división que del año hacen los indios). (115, 116)

     Un hombre de talentos tan extraordinarios, y que poseía conocimientos tan profundos y vastos en lenguas, no podía menos de apreciar en todo su valor la relación evidente del sanskrit con los idiomas de nuestra familia, especialmente con los germánicos, y de llamar decididamente la atención de los sabios europeos hacia ella. Así lo hizo, afirmando ser tan marcada su afinidad con el griego y latín, que, según palabras suyas: No philologer could examine all the three, without believing them to have sprung from some common source which perhaps no longer exists. También notó los muchos puntos de contacto que existen entre la religión de los indios con las de los griegos y latinos, y que han dado origen a la mitología comparada; nuevo estudio, del que sin duda podemos esperar grandes resultados.

     Entre los ingleses que siguieron a Jones en sus estudios, sobresalió Henry Thomas Colebrooke (+1837), cuyas obras, escritas con método y precisión, fueron el fundamento de la filología sánskrita. La posición que ocupaba en la India (Mirzapoor) le facilitaron medios para profundizar en el estudio del idioma, sobre el que publicó, durante toda su vida, buenos y numerosos escritos. Tomando por base la gramática de Pânini, principió a trabajar una, circunstanciada y exacta, de la que, por desgracia, sólo parte llegó a ver la luz pública (Calcula, 1805). Dio a luz otras muchas obras lexicográficas y gramaticales, algunas de los [259] indígenas, y escribió sobre el derecho, filosofía y matemáticas de los indios, y por primera vez sobre los Vedas. El estudio del sanskrit se generalizaba; indios y europeos tomaban ya parte en el nuevo movimiento literario, y en poco tiempo aparecieron en inglés tres gramáticas sánskritas: la de Carey (en Serampore, 1806), de Wilkins (Londres, 1808); y la de Forster (Calcuta, 1810); también se había principiado la publicación del poema épico Râmayana, con una traducción inglesa.

     Pero todos estos trabajos llamaban poco la atención en el continente europeo, agitado entonces por guerras encarnizadas; de modo que no se pensaba aún en admitir en las universidades el nuevo estudio, aunque se reconocía su derecho, porque estaba bien probada su importancia y múltiples aplicaciones. Este nuevo acontecimiento se iba a realizar pronto, y dio lugar a ello la misma guerra entre franceses e ingleses. En virtud del decreto de Napoleón, por el que debía impedirse la vuelta a Inglaterra a todo inglés que se hallase en Francia después del rompimiento de la paz de Amiens, fue detenido Alejandro Hamilton (+1824) al volver de la India, donde había estudiado con perfección el sanskrit, y sobre el que publicó en lo sucesivo varias obras. Coincidió con esta detención involuntaria en París, el que se encontrasen aquí los dos hermanos Federico y Guillermo Schlegel, ambos hombres de ingenio y talentos poco comunes, de amor infatigable a la ciencia y sana crítica.

     Aprendieron bajo la dirección de Hamilton el sanskrit, y en breve tiempo adquirieron ricos conocimientos sobre su inagotable literatura; Federico Schlegel publicó en 1808 su obrita Ueber die Sprache und Weisheit der Indier, que contiene bellos pensamientos y observaciones exactas o ingeniosas sobre el parentesco de dicho idioma con los germánicos y greco-latinos (Guillermo de Schlegel fue nombrado primer profesor de sanskrit en la universidad de Bonn).

     El librito llamó la atención de los amantes de la filología oriental, y excitó la curiosidad de los románticos, que esperaban encontrar en la nueva literatura pábulo a su insaciable imaginación. Probablemente ejerció también alguna influencia en la dirección que tomaron los estudios de Francisco Bopp (1791+1867), [260] quien desde su juventud mostró especial afición y talento para lenguas, y pasando en 1812 a París, se dedicó al estudio de las orientales, comprendiendo en ellas especialmente el sanskrit. En 1814 fue nombrado Chézy primer profesor de éste en el Collège de France. Bopp publicó dos años después su primera obra, que entonces hizo época, titulada Ueber das conjugations system der sanskrit sprache in vergleichung mit jenen der griechischen, lateinischen, etc., o sea sistema de la conjugación sánskrita, comparado con el de las lenguas griega, latina, goda, etc.

     Fue la primera obra en que se aplicó el método comparado en su verdadero sentido para investigar el origen de las formas gramaticales en las lenguas relacionadas con el sanskrit; y Bopp resolvió la cuestión de una manera inesperada, por lo satisfactoria, atendidos los escasos conocimientos que se tenían entonces de la lengua. En 1819 publicó el bellísimo episodio del Mahâbhârata titulado Nalas.

     Guillermo Schlegel, dotado de una facilidad extraordinaria para apropiarse todo lo extranjero, y hacer uso de ello como de lo nacional; educado en la escuela de la filología clásica, en cuyo desenvolvimiento y progresos tuvo gran parte, con sus acertados trabajos críticos al lado de Wolf, Hermann y Becker; adornado de vastos conocimientos, y con una maestría admirable en el manejo de su lengua y de otras modernas, era también de los hombres más a propósito para dar impulso al nuevo estudio, en lo que trabajó con varios escritos, cuyo mérito hoy, como el de la mayor parte de los que aparecieron entonces, está únicamente en los servicios que prestaron a la ciencia.

     Othmar Frank, protegido como Bopp por el gobierno Bávaro, desempeñó dignamente la cátedra de lengua sánskrita nuevamente establecida en Munich, y publicó a su vuelta de Londres una Crestomatia sánskrita, y dos años después (1823) una gramática, que por falta de método tuvo desfavorable acogida.

     La primera gramática de Bopp (1827), basada sobre las inglesas de Wilkins, Forster y Colebrooke, despertó mucho más el interés hacia la lengua traída de la India y su literatura, que, como vemos, adquiría rápidamente extensión e importancia considerables en los círculos literarios, y un puesto distinguido [261] en las universidades de más nota. Pero los resultados prácticos que de su estudio se habían obtenido eran sólo los primeros rayos de luz derramada sobre los estudios filológicos, precursores de la intensa claridad que les seguía. Pronto se hizo necesaria una nueva edición de la gramática de Bopp, que trabajó su autor con notables mejoras en sus aplicaciones a la investigación del origen de las formas gramaticales griegas, latinas, etc. (Grammatica linguae sánskritae auctore Francisco Bopp, altera emend., ed. Ber., 1832); un compendio de la misma se publicó luego el alemán, que ha tenido cuatro ediciones hasta el 1868, en las cuales se han introducido las correcciones y mejoras que exigían los nuevos descubrimientos. (117)

     Estos trabajos, hechos en los primeros años después que el primer sanskritista había pisado el suelo de Europa, suponen grande interés en el estudio del idioma. Bopp había probado su importancia por la estrecha relación de parentesco que existe entre sus formas gramaticales y las respectivas de las lenguas llamadas clásicas; aquéllas tienen, por lo común, el carácter de primitivas, y éstas, por el contrario, aparecen como derivadas; de modo que en las formas y fenómenos gramaticales del sanskrit hallamos la explicación y origen de los análogos en estos idiomas.

     Bopp no abandona este método, iniciado en su Sistema de la conjugación, en la gramática de que nos ocupamos, y a una exposición clara, ordenada y científica de la estructura y mecanismo del idioma indio, acompaña exactas y acertadas observaciones acerca de la analogía de las formas sánskritas con las de otros idiomas de la misma familia, especialmente del griego y latín. Ya se habían hecho grandes adelantos en el estudio de estas dos lenguas, cuyo conocimiento, desde muchos siglos, constituía parte esencial de la educación del pueblo culto; pero quedaba aún mucho por conocer en ellas, pues no pocas de sus formas gramaticales, como terminaciones, etc., se estudiaban sin comprender su origen, y por lo tanto sin saber su verdadero valor o significado. Bopp, que estaba dotado de perspicaz inteligencia y buen juicio críticos descubría con facilidad y acierto el origen y explicación de tales formas y manifestaciones del lenguaje en el idioma que había hecho objeto especial de su estudio, y como a los conocimientos [262] que de éste había adquirido juntaba otros más profundos de la mayor parte de las lenguas de nuestra dilatada familia, sus apreciaciones sobre los fenómenos lingüísticos, naturaleza, origen y derivación de los elementos y formas que constituyen las lenguas, son por lo común exactas. Una prueba del acierto con que procedía en determinar y fijar la derivación etimológica de las palabras, terminaciones, y hasta el origen de los sonidos, tenemos en su excelente Glosario comparativo, en el que introduce los principales idiomas de la familia, valiéndose a veces del más insignificante para hallar relaciones de parentesco, y hacer ver en ellos un conjunto armoniosamente organizado, en el que las partes que le componen se han separado del todo en que primitivamente estuvieron unidos y confundidos por medio de cambios suaves, lentos, pero constantes y regulares, creándose nuevos elementos y nuevas formas, que pueden reducirse, por medio de la comparación, al tipo primario de que procedieron. Dejamos a Bopp, de quien tendremos ocasión de hablar en lo sucesivo, para seguir el movimiento y dirección que los estudios del sanskrit tomaban en todos los países de Europa.

     Francia, que fue la cuna de estos estudios, tenía sus genios investigadores y hombres eminentes, como Eugenio Burnouf, nombrado en 1832 profesor de sanskrit en el Collège de France, entre tanto que los ingleses, sus fundadores en Europa y Asia, cultivaban este estudio con igual entusiasmo y éxito que le habían comenzado, y establecían cátedras del mismo en su patria y en la India. Uno de sus primeros profesores fue H. H. Wilson, que en sus muchos años de residencia en este último país trabajó sin descanso para profundizar en el idioma, y logró ver coronados sus grandes esfuerzos y sacrificios con obtener de los mismos brahmánes que fuesen sus maestros. Con la cooperación de dichos sacerdotes escribió un Diccionario o Lexicón sanskrit, que es de lo más apreciable que se ha escrito sobre la materia, pues siendo obra de brahmánes ilustrados, y conocedores cual ninguno de sus sagradas tradiciones, creencias y leyendas mitológicas, como de todo lo relativo a la vida del pueblo y sus costumbres, pero además compuesta bajo la inmediata dirección de un literato europeo, aventaja a todas las de su género publicadas hasta el día, [263] en la exactitud con que determina y precisa el significado de las voces y explica las creencias mitológico-religiosas y las costumbres del pueblo. (118)

     Las traducciones que se habían hecho de algunas obras indias llamaban ya la atención de los hombres más distinguidos de aquel tiempo; y como observasen los sanskritistas la favorable acogida que merecían las producciones de ese pueblo, hoy objeto de admiración y estudio en el mismo grado que antes lo fuera del desprecio y abandono, comprendieron que para extender y naturalizar la nueva lengua sólo era necesario publicar obras escogidas con acierto entre las muchas que posee su riquísima e interesante literatura, en la cual está su recomendación más eficaz. Esto, y los excelentes resultados que daba en sus aplicaciones a la filología comparada, nos explican el ardor y entusiasmo con que trabajaron en su propagación hombres de grande influencia y poder, en unión con los mayores genios de Europa, tales como Humboldt, Goethe, Schlegel, Hegel, Bopp, Burnouf, etc. Mas para estas publicaciones se necesitaban manuscritos, cuya adquisición era difícil y costosa. Los gobiernos europeos, que no habían permanecido indiferentes al movimiento literario producido por el sanskrit, vencieron este penoso obstáculo, y las bibliotecas de Londres, Oxford, París y Berlín encerraban ya en 1840 un número considerable de ellos, siguiendo las demás en procurarse esos preciosos tesoros de la antigüedad india. Para emprender trabajos de este género era preciso trasladarse a Londres, y la falta de medios había impedido a muchos excelentes sanskritistas y conocedores de su literatura poner fin a la necesidad, que las nuevas adquisiciones de Berlín hicieron desaparecer por completo. Bopp continuó entonces la publicación de textos, algunos de los cuales había copiado en París, y los ingleses de la India pusieron en manos del pueblo culto y de los literatos traducciones y originales de obras importantes, como del Mahâbhârata, Râmâyana y otras. (119, 120, 121, 122, 123, 124, 125, 126, 127, 128, 129, 130)

     En Bonn salió de la escuela de Schlegel el distinguido sanskritista alemán Cristiano Lassen, cuya pluma ha dado muchas y excelentes producciones. Lassen es conocido por su grande erudición en el terreno de la literatura india y de las antigüedades de este país. [264]

     El número de gramáticas se aumentó pronto con otras, poco inferiores en mérito a las de Bopp; Benfey reunió en la suya de 1852 todos los fenómenos gramaticales, y excepciones que tienen lugar en el empleo de la lengua, siendo hasta el presente la más completa, pero propia sólo para consulta, a causa de su extensión y falta de método; esta obra, cuyo mérito es indispensable, es, más bien que original, traducción libre del gran trabajo del gramático indio Panini.

     Por su sencillez y claridad es preferible la de Oppert; trabajo muy apreciable, como todos los de este orientalista, por su buen método, aunque no tan completa como las anteriores y como la del profesor de Oxford Max Müller. El alemán Bolz ha publicado una obrita, útil solamente para los que quieran iniciarse sin maestro en los principios del idioma, y recomendable por su brevedad, glosario y trozos que la acompañan, todo en transcripción latina. (221, 222, 223, 224, 225, 226)

     Además de las obras lexicográficas ya mencionadas, han sido comenzados otros trabajos de este género mucho más extensos y completos que los anteriores. Si se tiene en consideración la escasez relativa de noticias que sobre la literatura india se habían podido reunir al empezar la obra colosal a que nos referimos, no podremos menos de admirar lo atrevido de la empresa, y el buen éxito que en general promete, aunque la parte relativa a los vedas no está libre de inexactitudes y errores. Mayor confianza parece inspirar en este punto la obra de Goldstücker, que, atendidas sus grandes dimensiones, difícilmente llevará a cabo su autor. Para el sanskrit clásico ha compuesto Benfey un trabajo de esta clase, breve, pero muy útil, y al mismo debemos una excelente crestomatía. (131)

     La publicación de textos en la lengua original no cesó en todo este tiempo, prosiguiendo estas obras casi exclusivamente los ingleses y alemanes, aquéllos con especialidad en la India. Habíase descuidado la parte más importante de la literatura sánskrita, o sea los Vedas, sobre los cuales ya desde este tiempo se empezó a trabajar con entusiasmo. Rosen (Federico Augusto) tomó la iniciativa con su Rigvedae Specimen, y el mismo en 1838 emprendió la publicación del Rigveda, que dejó incompleta, por haberle arrebatado, [265] con pérdida irreparable para los estudios orientales, una temprana muerte (¡contaba solos treinta y dos años de edad!). Max Müller, gran conocedor de la lengua y con buenos elementos para la empresa, dio principio a la obra bajo mejores auspicios de llevarla a cabo, y pronto tendremos el texto completo del Rigveda, acompañado de un gran comentario de Sâyana. Los demás Vedas (hablamos aquí sólo del Sanhita, porque de los Brábmanas se han publicado muy pocos) han visto sucesivamente la luz pública, así como también los grandes poemas épicos Mahábhârata y Râmâyana, con muchos de sus episodios aislados, y otras varias obras que tienen por objeto explicar el texto de los Vedas, o su filosofía, teología, mitología, etc., como las llamadas Prâtiçakhyas y Puranas, estas últimas de gran importancia, por su carácter místico-filosófico-teológico.

     El incomparable drama Sakuntala, el bellísimo titulado Urvaçi, y el pequeño pero ameno poema erótico Meghadûta, o Nube mensajera, con otras producciones del gran dramático indio Kâlidâsa, vieron en diferentes ocasiones la luz pública, en original y en traducciones, que han ocupado a muchos sabios orientalistas. (132, 133, 134, 135, 136, 137, 138, 139)

     Obras filosóficas, históricas, de derecho, religiosas, cuentos, fábulas, todo lo que constituye la rica literatura del indio, ha sido objeto de la aplicación europea, acompañando a la mayor parte de esas publicaciones correctas traducciones animadas a veces del espíritu poético, como las de Schelgel, Rückert y otros, o de notas críticas. No terminan aquí los trabajos sobre el sanskrit y su literatura; memorias, disertaciones acerca de objetos de interés especial; tratados particulares; que tienen por fin abrir las puertas de la India y del Oriente en general a la investigación europea; revistas dedicadas exclusivamente a estudiar estos pueblos y su relación con el Occidente, sus costumbres, religión, origen de sus lenguas y dialectos; leyendas, tradiciones, antigüedades; todo lo que de alguna manera contribuye a dar a conocer el carácter, estado y desenvolvimiento intelectual de un pueblo, ha sido objeto de estudio detenido y científico en los tres últimos decenios de este siglo, sin que el manantial de señales de agotarse. [266]

     Lo más interesante en la literatura india son su religión y las obras que tratan de ella. Y no porque la importancia esté en el objeto mismo como tal, sino que existen en el sistema religioso de los indios motivos especiales, que atraen la atención y despiertan el interés de todo hombre pensador, obligándole a examinar la naturaleza y la esencia de los mismos. El pueblo, al crearse un sistema religioso, deja impresa en ella imagen más fiel de su espíritu y de su carácter. La religión forma entonces con la naturaleza del hombre un ser inseparable, que le domina y cuya influencia se deja sentir igualmente sobre las costumbres, opiniones y nacionalidad. Por eso la religión es siempre lo más interesante en la historia de los pueblos, pero con especialidad del indio, porque éste ha sido en todos tiempos esencialmente religioso.

     El sanskrit había hecho de los estudios lingüísticos una ciencia, cuyo desarrollo sucesivo dependía en gran parte del mismo. Así encontramos a muchos de los sanskritistas que hemos conocido arriba ejerciendo una influencia nada insignificante en los progresos y desenvolvimiento de la filología, si bien éste no depende sólo del sanskrit, puesto que toda lengua que tenga literatura puede ser estudiada bajo el punto de vista filológico, y contribuir con sus resultados al desarrollo de la nueva ciencia. Mas nosotros, para no perder de vista nuestro objeto, seguiremos en breves rasgos principalmente los progresos y descubrimientos hechos en el terreno de la filología, en cuanto que en ellos influye de alguna manera la lengua de la India. Dejamos a Bopp trabajando en la publicación de los Autores clásicos indios, y le encontramos aquí ocupado con una de las obras más grandes que se han escrito en materia de lenguas hasta hoy. El alemán J. Hermann (+1848), dotado de especial talento crítico y de un tacto fino y delicado en el uso y distinción de las particularidades de la lengua griega, tuvo alguna parte en la dirección que tomaron los estudios filológicos, y hubiera prestado mayores servicios si no se hubiese dejado llevar por sus opiniones filosóficas. Se ocupó especialmente con la sintaxis.

     J. C. Buttmann (+1829) y Fr. Thiersch (+1860) facilitaron notablemente el estudio de la misma lengua con sus gramáticas, y [267] el segundo desenvolvió con claridad el método histórico, y nos dejó un excelente trabajo sobre el dialecto homérico. Franz Passow trató bajo el mismo punto de vista la lexicografía, y su obra es, hasta el presente, de las mejores, pues tiene, hasta cierto punto, el carácter de una enciclopedia de las ciencias, artes y letras griegas, por la extensión y minuciosidad con que trata las materias.

     Jacobo Grimm (1785+1863) con sus inmensos conocimientos en todos los ramos de esta ciencia, imaginación fecunda y juicio claro, adornado de las cualidades que se requieren para conseguir un fin científico; de sentimiento para comprender la vida de un pueblo, y con talento histórico, era el hombre destinado a verificar otra revolución en las investigaciones filológico-lingüísticas. Una aplicación infatigable y fuerza de voluntad inflexible, que no le abandonó un momento de su vida, le hicieron posible resolver los atrevidos problemas que se propuso en la mayor parte de sus obras. Sólo en aquellos escritos en que quiso aplicar una filosofía especulativa donde convenía más bien la empírica, se descubren flaquezas que hacen desconocer el gran talento de Grimm. Así juzgará, sin duda, el que despreocupado lea su Memoria sobre el origen del lenguaje, de que en otra parte hemos hecho especial mención. Estaba destinado por la naturaleza para hacer investigaciones, no filosóficas, ni mucho menos teológicas, y sí puramente lingüísticas; y es probable que si en este escrito hubiera seguido este camino, quizá sus resultados hubiesen sido otros, porque en los estudios histórico-lingüísticos ocupa, indudablemente, uno de los primeros lugares entre los filólogos de nuestro siglo.

     Pasando en silencio sus trabajos sobre leyendas, tradiciones populares, mitología y otros muchos objetos que lo fueron de su investigación, se ofrece, en primer lugar, a nuestra consideración su Gramática alemana, una de las obras más asombrosas que han salido de la pluma de un filólogo, y que siendo imitación de los trabajos indios, aventajó en mucho a los originales. Esta obra es notable por las investigaciones y estudios etimológicos, que en ella ha depositado su autor, principiando por los elementos del lenguaje, o sea los sonidos; de modo que es la primera en que se hace de ellos un estudio detallado en más de 580 páginas en 8.º, [268] y continuando con la flexión del nombre y verbo, con los pronombres y partículas, etc., fueron todas las formas y fenómenos gramaticales de los idiomas germánicos; godo, ant. alem. y anglosajón, medio alemán y alto, danés, sueco, etc., objeto especial de sus minuciosas investigaciones, formando un cuadro que representa hasta las más mínimas particularidades de su desenvolvimiento histórico.

     El gran número de dialectos y lenguas en que está dividido este grupo importante de la familia indo-europea, y por consiguiente la gran variedad de formas que en él se encuentran, favoreció su atrevida empresa, y por medio de la comparación obtuvo resultados inesperados de aplicación universal en la filología. Fue la primera gramática en que se estudian detalladamente y se comparan en varias lenguas los cambios del sonido; es decir, sus diferencias y modificaciones según el lugar que ocupen en la palabra, cuyo examen le condujo al descubrimiento de varias leyes importantes, según las que se permutan y modifican los sonidos al pasar de un idioma a otro, y de las cuales ha dado mayores resultados en su aplicación a las demás lenguas de toda la familia la de permutación, que hemos expuesto en otro artículo; este trabajo hizo ver prácticamente el valor de los estudios etimológicos y del comparado. Grimm encontró como rejuvenecidas las fuerzas de su espíritu al terminar la gramática; obra capaz por sí de inmortalizar a un hombre, y emprendió otra de no menor importancia, y que acaso es poco inferior en mérito: su Historia de la lengua alemana. En ella trata del estado y carácter de los indo-germanos antes de separarse en diferentes pueblos; habla de su lengua, ocupaciones, artes, industria, costumbres, religión; de la separación de estos pueblos y de su lengua en varios dialectos, y expone con gran acierto los caracteres distintivos de ambos, principiando, después de tales antecedentes, el verdadero estudio e investigación del alemán y dialectos, llevado a cabo con toda la maestría y minuciosidad que lo hizo bajo otro punto de vista en su gramática. Del examen de las palabras y fenómenos lingüísticos, pasa a las cosas y a los pueblos, sacando de la lengua utilidad inmensa para la historia, geografía y etnografía de los mismos. [269]

     La tercera obra de importancia comenzada por Grimm fue su Diccionario alemán, más colosal y extensa que las anteriores, y que emprendió en unión con su hermano Guillermo Grimm (+1859), participante y colaborador en muchos de sus trabajos literarios. Todas las fuentes dignas de consideración que existen del siglo XV a nuestros días se aprovecharon para la composición de ese tesauro enciclopédico de la lengua alemana, que, según expresión de los inteligentes que han examinado lo publicado hasta el día, será un verdadero monumento literario nacional, único en su clase. Desgraciadamente arrancó la muerte a los dos hermanos la pluma de la mano en lo mejor de la obra, cuya prosecución hubo de pasar a otros. (140, 141)

     Volvamos ahora a Bopp. La mirada penetrante de este investigador recibía nuevas luces con los extraordinarios y grandiosos trabajos hechos desde sus últimas publicaciones. Las investigaciones de Grimm y sus descubrimientos, que partiendo del alemán, hacían extensiva su influencia a todos los idiomas indo-europeos; los conocimientos ya no despreciables que se habían adquirido de la lengua del avesta, zend, y los del antiguo persa, que aumentaban cada día, así como del celta, eslavo y otras lenguas, en cuyo estudio había trabajado el mismo Bopp, le daban nuevos fundamentos y materiales para componer la grande obra que preparaba y que le ocupó una buena parte de su vida; quiero decir, su Gramática comparada. Esta obra, una de las más notables que en filología han producido los ingenios de nuestro siglo, apareció en primera edición en 1852. Las siguientes han sido completamente reformadas y aumentadas en más de la mitad. Bopp describe y analiza en esta obra el organismo y sistema gramatical de las lenguas mencionadas en el título, en su relación mutua, señalando, como resultado seguro de la comparación, las formas primitivas o que tienen el carácter de tales en la declinación y conjugación; todo lo que constituye la estructura gramatical de un idioma sometió Bopp a un examen minucioso y analítico, formando de los elementos que compara en cada lengua un cuadro, en el que todos sus constitutivos se refieren a un solo punto o tipo; es decir, a una forma de la cual pueden derivarse las demás. La escasez de medios o la falta de conocimientos hizo que no siempre llegase [270] a descubrir ese origen común. Este incomparable trabajo del eminente filólogo alemán fue el principio de una nueva era para los estudios comparativos, y está aún sobre todos los que de este género han aparecido después hasta el presente. En los cuadros comparativos que acompañan a este escrito se tiene un ligerísimo bosquejo de lo que en grande escala hizo Bopp en su gramática. (142, 143, 144)

     Ha llegado el tiempo de volver la vista a una de las antorchas más brillantes de la filología y del siglo XIX: Guillermo de Humboldt (1767+1835). Nada diremos de su educación, genio, talentos extraordinarios, imaginación fecunda, inagotable, y vastísimos conocimientos que ya en su juventud se había adquirido y apropiado con asombrosa facilidad a lo que contribuyeron no poco sus relaciones con los héroes y genios del arte y de la ciencia que entonces dirigían el espíritu de los pueblos, Goethe, Schiller, Aug. Wolf, su hermano Alejandro, acaso Donoso Cortés y el inmortal Balmes, y la posición que ocupó en la sociedad como ministro o embajador de Prusia, que le ponía en inmediato contacto con los hombres más eminentes de su tiempo, todo lo cual influyó en el desarrollo asombroso de su clara y rica inteligencia, la que, acompañada de una rara energía y fuerza de voluntad, dominaba las materias que sometía al examen de su pensamiento investigador, haciendo a los demás, participantes de los resultados de sus investigaciones. En los trabajos que dejó sobre el sanskrit, estética, historia, filología en general, etc., encontramos siempre el mismo pensador profundo, filosófico, lleno de conocimientos y dominando la naturaleza. Las lenguas llamaron especialmente su atención, y entre ellas, en primer lugar, el español, provenzal, vascongado, las de América y las de Australia. En el sanskrit vio su penetrante inteligencia el elemento poderoso que había de dar una nueva dirección a las investigaciones lingüísticas, y se aplicó al estudio de un idioma que tan ricos tesoros literarios escondía; estudio que no quedó sin resultados. En 1821 publicó un trabajo, en el que se propuso probar la identidad de la lengua de los vascos con la de los íberos, o su derivación de ella, por medio de nombres de lugares o pueblos, y en esta obra se ocupó también de la expulsión de los últimos y su mezcla con los celtas. [271] Sus escritos sobre el estudio comparado están llenos de bellos pensamientos acerca de los problemas cuya resolución constituye el principal objeto de la filología y de la manera de proceder en ese estudio. Algunas de las muchas disertaciones o memorias que leyó ante la Academia de Berlín, sobre los jeroglíficos, escritura, lenguaje en general, etc., han perdido el interés que entonces tenían, con los nuevos descubrimientos de la ciencia, sin dejar de ser preciosos monumentos para la historia.

     Durante su permanencia en Roma tuvo ocasión de entrar en relación con muchas personas que conocían los idiomas de América, y acaso con el célebre Hervás, lo cual despertó su interés para estudiar las lenguas del nuevo continente, sobre las cuales compuso varios trabajos. Los nuevos conocimientos adquiridos en sanskrit le hicieron abandonarlas, para profundizar más en el estudio de las sánskritas, y luego en el de las vecinas del Archipiélago, creyendo encontrar en éstas el tránsito de los idiomas del antiguo a los del nuevo mundo. Esa relación, que, no obstante los trabajos de algunos filólogos, no ha llegado a comprobarse, podría producir consecuencias importantes para la historia de la humanidad, y la obra era, por consiguiente, digna de un pensador como Humboldt. Pero entraba en terreno nuevo y desconocido, que exigía muchos años de trabajo, y sólo pudo dejar completa la introducción a la obra, y materiales para el resto de ella. Esta introducción es uno de los productos más preciosos y de los estudios más profundos que se han hecho en nuestro siglo sobre el lenguaje. Con la mirada aguda de su vasta inteligencia nos muestra las causas que más principalmente contribuyen al desarrollo intelectual de la humanidad; y cuenta entre ellas, en primer lugar, el lenguaje, cuya naturaleza y desenvolvimiento examina detenidamente en la lengua y en el hombre, indicando luego al filólogo el camino o dirección que debe seguir en sus investigaciones para que le den los debidos frutos y resultados; concreta luego sus observaciones, y profundiza en el ser y naturaleza esencial del lenguaje y de los elementos que constituyen la lengua.

     Toda esta obra, no obstante sus imperfecciones, a veces inconsecuencias, es un cuadro de bellísimos y profundos pensamientos, digno de estudio para todo el que se tome interés en examinar el [272] desenvolvimiento de las facultades intelectuales del hombre. El resto de la obra está dedicado a la lengua kavi, de las más importantes del Archipiélago, y de la que hace un estudio detallado y científico; la última parte se ocupa de los idiomas del grande Océano en general. En ella se encuentran noticias acerca de la religión budista; pero con especialidad acerca de la historia, creencias y tradiciones de los habitantes de la isla de Java. (145, 146)

     Humboldt, uniendo en sus numerosos y variados trabajos sobre las lenguas, la investigación filosófica a la consideración y observación histórico-comparada, e introduciendo en el círculo de sus estudios filológicos toda clase de lenguas, -con y sin literatura,- estableció una base más firme y extensa, sobre la que podía edificar en adelante el filólogo, y mostró los diferentes caminos y leyes que ha seguido el lenguaje en su desenvolvimiento. Ninguna lengua debe excluirse de la investigación, porque sin el conocimiento de todas o de la mayor parte, es imposible sacar las últimas consecuencias, a cuya deducción aspira la filología en unión con la filosofía. Las lenguas sin literatura dan a veces no poca luz acerca de formas y fenómenos gramaticales, que de otro modo serían inexplicables; por consiguiente, ni acerca del origen de las lenguas.

     Para dar a conocer estos idiomas, que sólo pueden estudiarse entre el pueblo mismo, han trabajado infatigables los viajeros, y más aún los misioneros, sin que se deban pasar en silencio los grandes servicios prestados en este género de estudios por la sociedad bíblica (british and foreign Bible society), fundada en 1804, con el gran número de traducciones que bajo sus auspicios se hacen en todos los idiomas conocidos, ni los prestados por la congregación de Propaganda fide, a cuyo cuidado es debido el que tengamos noticias exactas de muchas lenguas asiáticas y americanas.

     Hemos visto a las principales sanskritistas salir de la capital de Francia y extenderse por toda Europa, donde desde luego fueron protegidos por los gobiernos de Alemania, Inglaterra, Rusia, Italia, y el público acogió sus obras con entusiasmo. Pronto se establecieron cátedras de la nueva lengua, sin que la novedad del objeto, las contradicciones consiguientes por parte de los adictos [273] al sistema antiguo, los inmensos gastos que su estudio originaba (¡considérense solamente las grandes sumas empleadas en la adquisición de los miles de manuscritos que poseen ya algunas bibliotecas!!), y otras infinitas dificultades de este género, fuesen capaces de impedir su rápida propagación por el antiguo y nuevo mundo, donde llegó en breve la fama de los estudios que en filología se hacían en Europa, y los americanos imitaron el ejemplo de sus antiguos civilizadores.

     Sigamos ahora nuestra breve reseña histórica por los diferentes grupos y familias, sin apartarnos del método y fin que nos hemos propuesto en nuestras observaciones. En ella encontraremos diferentes clases de trabajos; unos que abrazan todos o la mayor parte de los idiomas indoeuropeos; y otros que se limitan a un solo grupo, a una lengua, y aun de ésta a una sola particularidad; claro es que en tales obras no puede evitarse de todo punto el hacer estudios u observaciones generales, que comprendan a todas o a varios miembros de la familia.

     Entre los primeros que por su mérito sobresaliente se presentan a nuestra consideración, está Aug. Federico Pott, sucesor de Bopp en las investigaciones lingüísticas, cuyos trabajos no se limitan a la familia indoeuropea, sino que comprenden también las lenguas de África y la filología en general.

     La obra principal de este ilustre filólogo y etimologista, que, por su mérito intrínseco y por la erudición vastísima que en ella muestra su autor, puede compararse con los grandes trabajos de Bopp y Grimm, es un estudio etimológico, que versa sobre la mayor parte de los idiomas conocidos de nuestra familia. En ella se examina la naturaleza y origen de los elementos y formas gramaticales de dichas lenguas, comparados entre sí, pero sin atender a la relación y dependencia en que están unos de otros para formar un todo organizado, ni al carácter que tienen como partes del sistema gramatical de la lengua respectiva a que pertenecen; estúdiase aquí la naturaleza esencial y origen de una palabra, por ejemplo, según es en sí y en su relación de parentesco para con otras palabras análogas y equivalentes de los demás idiomas, pero independientemente del papel y oficio que pueda desempeñar en el discurso. [274]

     Pott se ocupa especialmente con las palabras y con los elementos que las constituyen, y aquellas de varias lenguas en que descubre relación de parentesco trata de referirlas a un solo tipo primitivo; Bopp, en su Gramática comparada, estudia las palabras, pero atiende con especialidad a la forma que tienen, porque su fin primario es hallar la relación de parentesco que hay entre las formas y categorías, descubrir de este modo el que exista entre los sistemas gramaticales, y hacer de varios uno solo, que será como el tipo primitivo de que procedieron todos. Hay, como se ve, grande analogía entre el estudio puramente etimológico y el comparado; pero éste abraza mucho más, y pudiera decirse que el primero sirve como de complemento al segundo. De modo que, en este sentido, la obra de que al presente nos ocupamos es un suplemento casi indispensable a la gramática de Bopp. Deberíamos llenar algunas páginas, si intentásemos sólo enumerar las obras, memorias y disertaciones compuestas por el laborioso y profundo investigador etimologista Pott, uno de los más grandes y claros talentos en el terreno de la etimología comparada. Basta que le hayamos mencionado como el primero que emprendió este género de trabajos, abriendo paso a un camino escabroso y árido, en el que le han seguido muchos, con gran provecho para la ciencia. (147)

     En esta reseña histórica no podemos pasar en silencio los nombres de algunos filólogos y amantes de los estudios filológicos, que, si no con obras originales, con traducciones o imitaciones de las inglesas y alemanas al menos, han contribuido a los progresos de los mismos. Entre ellos está el alemán G. Eichhoff, cuyas obras en lengua francesa contienen la mayor parte de los descubrimientos de Bopp, Grimm y Pott, a los que el autor ha añadido algunos propios.

     Lepsius, cuyo nombre es bien conocido por sus excelentes trabajos sobre las antigüedades egipcias y jeroglíficos, merece también aquí especial mención, por los servicios prestados a la ciencia con varias obras, en las que principalmente se ha ocupado de los sonidos y de los sistemas de escritura.

     Lepsius ha tratado de probar que la escritura india, llamada Devanagari, y usada comúnmente en sanskrit, tuvo origen en [275] la semítica, valiéndose, entre otras razones, para probarlo, de la gran semejanza que existe entre dicha escritura y la cuadrada de los hebreos; semejanza que sólo se refiere al tipo general cuadrado. Sobre esto hablaremos después.

     El filólogo alemán G. Graff ha dejado buena memoria de su nombre en muchos escritos y traducciones. Como varios otros compatriotas suyos, se ha ocupado casi exclusivamente con los idiomas germánicos, entre los cuales es bien sabido existen algunos de los más antiguos e importantes de toda la familia (el godo). Este grupo se presta, por lo tanto, a estudios comparativos, ya puramente lingüísticos, o bien mitológicos, etnográficos, etc., que siempre tendrán interés y aplicaciones generales. (151)

     No menos conocido es Adalberto Kuhn por sus numerosos escritos sobre las lenguas indo-europeas en general, y sobre algunas de ellas en particular; por las revistas literarias fundadas y dirigidas por él mismo, y cuyo objeto exclusivo es hacer investigaciones sobre todos los ramos que abraza la filología y la lingüística, en las cuales se hallarán apreciables trabajos sobre formas particulares del lenguaje, ya de la conjugación o de la declinación, o sobre el uso de ciertas terminaciones, partículas, etc., especialmente en griego y latín, o sobre los modismos y giros que se encuentran usados en algunos autores y dialectos; éste es el fin principal que se ha propuesto Kuhn en sus revistas; aclarar aquellas particularidades de las lenguas que no se pueden exponer en obras didácticas; siendo de notar que para semejantes estudios ha servido el sanskrit de base y punto de partida, puesto que en él se halla la explicación de muchas formas y fenómenos gramaticales antes desconocidos o incomprensibles. Otros filólogos han seguido el ejemplo de Kuhn, estableciendo análogas revistas en diferentes países de Europa.

     Publicaciones periódicas de este género son indispensables en todo país civilizado para mantener el movimiento literario en todos los ramos del saber humano, y allí donde falten estos vehículos de la ciencia, los progresos de la misma tendrán que vencer obstáculos, que en muchos casos serán insuperables. Estas revistas facilitan la publicación de escritos que de otro modo jamás verían la luz pública, o porque sus aplicaciones son demasiado [276] limitadas para tener cabida en obras del ramo, o porque su carácter especial les hace impropios para formar parte de las mismas, o porque las circunstancias del autor no le permiten llevar a cabo la publicación. Así lo han comprendido los hombres científicos y literatos de todos los países cultos que se han ir apresurado a plantear y dar su apoyo a semejantes publicaciones. Y cuando éstas conserven más puro su carácter imparcial de escritos meramente literarios, sin dar más valor a cierto género de opiniones que a otras, ni admitir preocupaciones envejecidas, antes bien tengan el carácter de universales, propio de la verdadera ciencia, que nada teme, y no se esconde ante los ataques, ni evita el encuentro de las mayores dificultades, y aprovecha los objetos y circunstancias más despreciables o insignificantes para hacer investigaciones y llegar a nuevos descubrimientos; cuando reúnan estas buenas cualidades, que, con gran detrimento y perjuicio de las letras, faltan a la mayor parte de semejantes escritos, especialmente en aquellos países donde ciertas y determinadas opiniones preocupan, absorben y corrompen, cual vil veneno, todas las inteligencias, hasta las más claras, nobles y fecundas de la juventud; cuando no se hallen inficionados de esos pestilenciales y mortíferos vapores que despiden los corazones viles y mezquinos, enemigos implacables de la civilización, de la ciencia y de las letras, y que constituyen la atmósfera en que se mueve y respira toda la sociedad, entonces corresponderán mejor al fin que tienen o deben tener, y desempeñarán un papel importante en el desarrollo y progresos de las ciencias.

     La aparición de revistas literarias es un acontecimiento en la historia de todas las ciencias, pero con especialidad de la filología. Cuando los descubrimientos modernos abrieron nuevo campo y presentaron nuevos y extensos horizontes a las investigaciones filológico-lingüísticas, se pensó en la creación de sociedades que caminasen a la cabeza de los hombres científicos investigadores, y dirigiesen en este sentido el movimiento de las letras; sociedades tomaron, en su mayor parte al menos, el nombre de asiáticas, y hoy existen generales en muchos de los países europeos, y contribuyen de un modo especialísimo y digno de admiración y elogio a los adelantos de la ciencia. ¿Ha llegado en [277] nuestra amada patria el momento en que, imitando el ejemplo de los que nos han precedido, trabajemos por este y otros medios en el desenvolvimiento de los estudios filológico-lingüísticos?

     La ciencia, en todos sus ramos, es incompatible con el bullicio, la pasión y todas sus consecuencias, la parcialidad en materia de opiniones, etc., todo lo cual impide sus progresos y sofoca las grandes y nuevas ideas antes de que lleguen a dar frutos. Esto es bien conocido, y lo hemos podido observar claro y evidente en el curso de esta reseña histórica de la filología, que en nuestra patria ha tenido más admiradores en los precedentes siglos que en el actual: basta sólo recordar la gran políglota del cardenal Jiménez de Cisneros, primera obra de esta clase que se conoce; las muchas gramáticas de lenguas americanas y asiáticas publicadas desde el siglo XV hasta principios de éste, con sus respectivos diccionarios, cuando no existía trabajo alguno sobre dichas lenguas; las gramáticas árabes que los españoles han dado a luz en tiempos en que apenas se hacía estudio alguno de esta lengua en otros países, y otras muchas obras que sobre la misma han visto la luz pública, especialmente en los siglos XVI al XVIII, los trabajos especiales sobre la lengua hebrea, que comenzaron con la políglota de Cisneros en el siglo XV, siguieron con el gran hebraizante y teólogo Fr. Luis de León en el XVI, y han continuado sin interrupción hasta fines del pasado; las grandes y variadas publicaciones que desde el mismo siglo XV se han venido haciendo en España sobre las lenguas clásicas y sobre la española; trabajos que, como algunos de los citados en el artículo anterior, fueron en su tiempo muy apreciados, y contribuyeron a los progresos y desenvolvimiento de la filología.

     De éstos hemos hecho ya mención de algunos, reservándonos para este lugar el citar otros. Alonso de Palencia publicó en 1490, o sea pocos años después de la invención de la imprenta, un Diccionario latino y castellano acaso el más antiguo que se conoce de este género. Dos años después dio a luz Antonio de Nebrija su Gramática castellana y antes había ya compuesto una gramática latina, primero en latín y luego en castellano. En el mismo año de 1492 salió a luz un Diccionario español del mismo Nebrija, que [278] también es el primero de su género; todas estas obras se publicaron bajo los auspicios de la reina doña Isabel.

     Francisco Sánchez, llamado el Brocense, por ser natural de las Brozas, en Extremadura, y fuera de España conocido por el nombre de Sanctius, de quien antes hemos hecho mención, publicó, además del Minerva, otras obras de menor importancia, pero que en su tiempo la tuvieron. Tampoco debemos pasar aquí en silencio el nombre de D. Diego Hurtado de Mendoza (+1575), uno de los más grandes genios españoles de su siglo de carácter puro, todo nacional y caballeresco, muy aficionado a los estudios clásicos, como lo prueba, entre otras cosas, el haber reunido una hermosa colección de manuscritos griegos y latinos, por medio de cuyos códices se hicieron ediciones de algunos autores clásicos de la antigüedad, como de Josefo y otros.

     Estas indicaciones bastan para dar a conocer lo que en España se ha hecho en favor de la filología en siglos anteriores, y lo que ha dejado de hacerse en el presente. Las numerosas producciones que sucintamente hemos indicado, demuestran y suponen gran movimiento literario y un interés especial por los estudios lingüísticos; las bellísimas paráfrasis poéticas, que Fr. Luis de León hizo de los salmos hebreos, no podían realizarse sin profundos conocimientos del idioma de David, y esto sólo probaría que se hacían entonces en España grandes estudios de dicha lengua. No proseguimos en estas observaciones, aunque estamos convencidos de su importancia, por no apartarnos demasiado del fin que nos habíamos propuesto al comenzar este artículo. Volvamos ahora a nuestra reseña histórica, en la que apenas citaremos nombres españoles, porque, a la verdad, al lado de los grandes y profundos trabajos filológico-lingüísticos de ingleses, alemanes y aun franceses y americanos, soy de opinión que todas o la mayor parte de las obras españolas de nuestros días, en el mismo terreno, valen poco. Porque aun aquellos trabajos cuyo mérito es muy inferior al de los citados anteriormente, y de otros que mencionaremos después, como los de Curtius, Diefenbach, Kirchhoff, Mayer, Lottner, Kuhn, Em. Burnouf, Regnier, H. Fauche y otros, aventajan a todo lo que sobre filología general y comparada y sobre lenguas orientales se ha escrito entre nosotros. Ese número tan considerable de publicaciones, [279] en las que, más o menos directamente, se aplica el método comparado, tomando por base el sanskrit, ha contribuido a aclarar muchos puntos oscuros de la ciencia; ha demostrado con hechos comprensibles a toda clase de personas, los grandes resultados que de la misma se obtienen, explicando el verdadero sentido y espíritu de muchas composiciones clásicas de los antiguos, especialmente griegas y latinas, que hasta hoy habían resistido a los esfuerzos de la crítica. Los argumentos con que hoy se prueba el verdadero sentido y valor de ciertos pasajes, usos, modismos, giros y frases, que antes se ignoraban, son tan seguras como demostraciones matemáticas. Conocido el origen y desenvolvimiento histórico de un objeto, se comprenderá su naturaleza esencial, con todas sus propiedades, y en filología, por la investigación histórico-comparada en unión con la crítica, se llega hasta descubrir lo primero en los elementos y formas del lenguaje, y por lo tanto también la segunda; de modo que por ningún otro procedimiento podremos penetrar en el espíritu de un pueblo y de su literatura hasta el punto que lo podemos realizar con el que nos enseña la filología comparada. Por su medio hemos igualmente aprendido las virtudes, cualidades y verdadero ser de muchos personajes mitológicos, que los autores clásicos dan por conocidos, y de los cuales teníamos escasas y confusas noticias, sirviendo de principal obstáculo a la inteligencia de aquéllos: en apâmnapât, o nieto de las aguas de los indios, como en el apan-napâo de los parsis, genio de las aguas, símbolo de la fuerza fructificadora que reside en ese elemento, cuya misión es repartir las aguas en el mundo y fructificar toda clase de semillas; que en carroza tirada por hermosos caballos se eleva hasta las nubes, etc., tenemos el Poseidón de los griegos con sus caballos (Pegaso), y Neptuno de los latinos; la misma analogía hallamos en otros seres, como Mithra, genio de la verdad, de la fe y de los contratos con el Mitra de los latinos; el s. Sarameia es Ermeias, Çabala, Kerberos, Varuna, Uranos, y otros muchos. Los escritores de que antes hemos hecho mención se han ocupado con especialidad en este género de estudios. Mayer ha expuesto la gramática griega y latina en su relación de parentesco, demostrando la estrecha analogía y semejanza que existe entre sus elementos y formas, como entre [280] sus fenómenos y construcciones gramaticales; su obra es acaso la mejor que se ha escrito sobre la materia; posteriormente se han hecho otros ensayos de este género, a los que aventaja el excelente trabajo del filólogo alemán.

     Tampoco podemos pasar en silencio los trabajos del filólogo alemán Augusto Schleicher (+1868), reputado por una de las mejores columnas de la ciencia.

     De los primeros que publicó es su obra sobre la historia de las lenguas, en la que trata de probar, si bien con poco fundamento, que todas siguen en su desenvolvimiento histórico una marcha contraria a la que llevan los pueblos en el desarrollo de la inteligencia; es decir, que caminan siempre en disolución, perdiendo de su primitiva perfección y riqueza en formas gramaticales, a medida que el pueblo gana y adelanta en civilización y cultura intelectual. Esta opinión parece sostener indirectamente en varias de sus obras. La segunda de éstas, Las lenguas de Europa, tiene por objeto exponer los principales caracteres de los idiomas de nuestro continente, y en ella muestra su autor grandes conocimientos lingüísticos. Su idioma patrio, los eslavos y el litáuico fueron objeto especial de su estudio, y sobre todos ellos salieron de su pluma excelentes producciones; pero la obra más notable de este infatigable investigador es el Compendio de gramática comparada, que por su claridad, concisión y buen método contribuyó no poco a extender y facilitar esta clase de estudios.

     La obra de Schleicher es un compendio del gran trabajo de Bopp, pero su autor ha hecho en ella tales modificaciones y mejoras, que tiene el carácter de original. Habían precedido a Schleicher muchos otros investigadores, que dieron a conocer mejor el carácter, mecanismo gramatical y formas de varias lenguas de importancia capital para los estudios comparados, tales como el zend, los idiomas eslavos y los celtas, objeto especial de las investigaciones del mismo autor, quien introdujo en su obra notables mejoras y nuevos materiales en el terreno de estas lenguas, y del zend especialmente.

     Por esta razón es en algunos puntos más completa la obra de este filólogo que la de Bopp, tal cual apareció en sus primeras ediciones (en la última se han introducido los materiales y correcciones [281] que han enseñado los nuevos descubrimientos), y de todos modos aventaja el compendio a la grande obra de Bopp en la claridad y método con que en ella se expone el mecanismo y estructura especial de toda la familia indo-europea por medio de la sencilla comparación del de cada idioma o miembro de ella en su relación de parentesco con los demás. Bopp comprendió mucho más; sus vastísimos conocimientos le hicieron posible reunir en un cuadro inmensos materiales, que representasen la esencia, el verdadero ser, la estructura gramatical y los caracteres distintivos de toda nuestra gran familia; pero los muchos materiales crearon alguna confusión en el cuadro: Schleicher supo elegir con acierto y buen juicio entre esos materiales, formas del lenguaje y elementos del mismo, sonidos, etc., y comparándoles entre sí, disponer un cuadro sencillo y bien ordenado, en el que sin penoso estudio y detenido examen se puedan ver las particularidades características de cada idioma, la relación de parentesco en que se hallan cada uno de sus elementos y todo el conjunto para con los demás, y de esto conocer el aspecto y forma exterior más general de toda la familia, objeto que deben tener los estudios comparados cuando en ellos se pretende examinar el organismo o carácter general de toda una familia, por medio del de los individuos que la componen. Pero a este resultado tan universal sólo podrá llegarse después de minuciosas y profundas investigaciones, dirigidas a conocer el ser, la naturaleza esencial de cada individuo; y éste es el fin propuesto en muchos de los trabajos parciales (y revistas), de que antes hemos hecho mención.

     Gran parte de los adelantos verdaderamente asombrosos que se han hecho en los últimos decenios de este siglo en el terreno de la filología general y comparada, son debidos a la buena inteligencia, armonía y acierto con que han elegido sus respectivos trabajos los filólogos y lingüistas, especialmente ingleses y alemanes, haciendo de modo que los unos dispusieran el camino que habían de seguir los venideros, y sus investigaciones y trabajos fuesen siempre preparatorios de otros nuevos: a este fin contribuyen eficazmente las revistas filológicas y de lenguas orientales pero más que todo, el verdadero espíritu de la ciencia que anima y dirige en todos sus actos a los hombres no dominados por la pasión, [282] ni preocupados por principios que no sean los de la ciencia, que cautiva y domina el corazón del genio.

     No queremos decir con esto que la pasión y demasiado apego a ciertas y preconcebidas opiniones, no basadas a veces ni aun en principio alguno científico, no haya dominado, en muchos casos, a varios de los más distinguidos filólogos de dichos países; en los primeros artículos de esta obra hemos tenido ocasión de ver lo contrario, y el mismo Schleicher es ejemplo claro de ello. Las tendencias y opiniones exclusivamente racionalistas de la mayor parte de los filólogos alemanes son bien conocidas, y ya hemos indicado también algunos de los más evidentes absurdos y contradicciones con que varias veces hemos tropezado en sus escritos. (V. páginas 64 y 65.) Schleicher, en sus opiniones acerca de la naturaleza del lenguaje, en su relación a la humana, se acerca demasiado al materialismo. (V. páginas 26 y siguientes.)

     En su pequeño y pudiera llamarse miserable escrito, «Ueber die Bedeutung der Sprache für die Naturgeschichte des Menschen», apenas le eleva sobre el mono, que sin duda cuenta Schleicher en el número de sus antepasados!!

     Max Müller, profesor de filología comparada en la universidad de Oxford, y uno de los mejores sanskritistas de Europa, se ha creado un nombre glorioso con varios y grandes trabajos sobre el lenguaje en general, la familia indo-europea, y especialmente sobre el sanskrit. Sus Conferencias sobre el lenguaje contienen preciosas noticias acerca de las principales familias de lenguas conocidas, de sus caracteres, desarrollo y lugar que ocupan en el globo; y es del mayor interés para los que, no pudiendo dedicarse con especialidad a estos estudios, desean conocer a fondo los adelantos de la ciencia, su objeto, y resultados que promete.

     Para terminar esta reseña histórica, nos resta hablar de los trabajos que se han hecho sobre cada uno de los miembros de la familia indo-europea en particular; y puesto que ya quedan indicados la mayor parte al tratar de los caracteres distintivos de estas lenguas, poco nos queda que decir sobre el particular.

     Jones había indicado y probado el parentesco del zend con el sanskrit en un escrito de 1789. Paulino de San Bartolomé lo hizo más claro en su libro de Antiquitate et affinitate linguae zendicae, [283] samscrdaniae et germanicae (Roma, 1798 ). Rask, Bopp y Schlegel pusieron fuera de duda la relación estrecha de ambas lenguas, que desde entonces se consideraron como hermanas. El alemán Olshausen principió la publicación del texto original del Zendavesta. Se habían hecho aún muy pocos adelantos en su estudio, cuando apareció el genial orientalista francés Eugène Burnouf, hombre de espíritu emprendedor, de extraordinaria inteligencia y adornado de vastísimos conocimientos, para llevar a cabo la comenzada publicación del Zendavesta y abrir camino a su interpretación exegético-crítica con el grandioso trabajo sobre el cap. IX del Yasna, que sirvió de base a todas las investigaciones emprendidas posteriormente sobre la lengua de Zoroastro, y a la vez de llave maestra para penetrar en el secreto de las inscripciones cuneiformes.

     Burnouf, como si estuviese convencido del mérito de su trabajo, y le creyera suficiente para servir de fundamento a los estudios del zend, le abandonó en su principio, y dedicó sus investigaciones a la religión de Buda. Publicó, en unión con el alemán Cr. Lassen, una obrita sobre la lengua en que están escritos los libros sagrados de esa secta, y luego emprendió una obra no menos importante y grandiosa que la primera, pero que dejó también incompleta. (158)

     En el sanskrit ensayó sus extraordinarios talentos con la publicación de uno de los poemas más estimados de la literatura india (159). Es una colección de leyendas poéticas, filosóficas y religiosas que nos pintan las transformaciones por que han pasado las doctrinas del Brahmanismo, las cuales, por la gran influencia que pueden haber ejercido en el carácter que tomó entonces la civilización de ese pueblo, sois de gran valor para la historia. Burnouf juntaba a sus inmensos conocimientos una claridad en el método poco común, y formó numerosos discípulos, que con el tiempo fueron eminentes profesores y columnas de la nueva ciencia. Fue también el primero que hizo estudios detenidos sobre los vedas, y aunque nada escribió sobre la materia, comunicó a sus discípulos el fruto de sus investigaciones, echando así el fundamento para la interpretación de estos sagrados monumentos de la antigüedad. Regnier y Langlois han seguido los [284] pasos de su compatriota, aunque sin igualar con él en ciencia y genio. La traducción que de estos libros religiosos ha hecho el segundo es poco exacta; puede mirarse mejor como una desgraciada paráfrasis. (160, 161)

     Los alemanes Brockhaus, Benfey, Weber y F. Müller han contribuido a los progresos de los estudios sobre el zend; pero entre todos los trabajos que han aparecido sobre esta lengua, sobresalen, por su claridad, profundidad y exactitud, los del Dr. M. Haug: la traducción del Zendavesta que prepara el eminente orientalista de Munich abrirá una nueva era a la interpretación de los libros de Zoroastro, y dará, en gran parte al menos, su verdadero sentido.

     Entre las lenguas orientales, es el persa moderno de las más importantes, por su riquísima y bella literatura, como por sus aplicaciones a la vida práctica. Pertenece al grupo eránico de nuestra familia indo-europea. Esta lengua es rica en palabras, melodiosa y elegante, y por muchos siglos la hablaron y cultivaron los más grandes príncipes de las opulentas cortes de Asia. Su carácter, estructura y mecanismo gramatical es sencillo, pero capaz de producir sublimes efectos. En la sencillez a que le ha reducido la pérdida de formas y categorías gramaticales, ha conservado toda la elegancia, majestad y energía de una lengua moderna, junto con aquella sublimidad y vaguedad de expresión que forman el carácter distintivo de las antiguas.

     El persa moderno es un dialecto del antiguo de las inscripciones cuneiformes, y del más antiguo idioma de los libros de Zoroastro o zend; de ambos se aparta, sin embargo, considerablemente en el sonido, en las formas de las palabras, y en todas las particularidades características que constituyen el mecanismo gramatical de un idioma; toda su estructura y aspecto exterior presentan indicios de los grandes cambios que ha sufrido hasta tornar la forma actual, que con razón se llama moderna.

     En el desenvolvimiento lingüístico han influido poderosamente varios elementos extranjeros; el que más señales de esto ha dejado en la lengua y en su literatura es el árabe. Los persas abandonaron los sistemas de escritura, que acaso pudiéranse llamar nacionales; a saber, el que hallamos usado en zend y el cuneiforme; [285] y viéndose sin escritura propia, tomaron la de los árabes, por más que no correspondiese al carácter de su lengua, algunos de cuyos sonidos no tenían signo representante en dicho sistema. Venciose esta dificultad, modificando por medio de puntos algunos signos árabes, a los cuales dieron la pronunciación de los sonidos de que carecen éstos, como p, etc. Con el alfabeto recibieron también las vocales y demás signos ortográficos árabes.

     Escritores antiguos usaron un lenguaje puro y libre de toda palabra o elemento extraño; tal aparece el idioma en el gran poema épico de Firdusi, una de las más hermosas composiciones de la antigüedad, en el que se propuso el ilustre poeta persa cantar las glorias y hazañas de los héroes de su pueblo. Pero ya en su tiempo comenzó la moda a introducir palabras árabes en el idioma patrio, y llegó esta perniciosa costumbre a dominar hasta tal punto el espíritu de los más distinguidos literatos, que escritores de los siglos XII al XIV de nuestra era salpicaban sus obras con innumerables palabras y aun frases enteras de la mencionada lengua. El inglés mezcla también en su discurso elementos puramente germánicos con otros de origen romano, como cuando dice he speaks correctly, pero modifica los últimos y les da las formas de los primeros, como vemos en correctly; el persa emplea en su discurso los elementos árabes, invariables y sin modificación alguna, de modo que sus frases son compuestas, como si nosotros dijésemos: la verdadera ley est recta ratio.

     La gramática de la lengua persa tiene grande analogía con la inglesa en la supresión o pérdida de formas y categorías gramaticales. En el nombre no hay otra declinación que la que se obtiene por medio de preposiciones, como en nuestros idiomas modernos: únicamente el genitivo puede designarse por la terminación que se da al nombre regente; como gulistâni Hâfiz, el jardín de Hafiz, del nombre gulistân o lecho de rosas.

     El persa distingue dos clases de plurales: el de objetos animados y el de los inanimados; el primero termina en ân; el segundo en : se dice gurg-ân, lobos, pero balhâ, alas. Pero el adjetivo no admite distinción alguna de género o número (como el inglés); únicamente varía en los grados de comparación, que se forman con terminaciones análogas a las respectivas [286] de otros idiomas de la familia; tar, compar.; y tarin, superl.; según eso, jôbtar es más bonito-a, bonitos-as, y jôbtarin, el más bonito-a, etc.

     En los pronombres observamos la misma relación y semejanza con las lenguas de la familia; man, yo (me); tu, tú; ô, él, etc., son prueba de ello. Los posesivos se colocan a manera de sufijos después del sustantivo; dil-am, mi corazón; dil-at, tu c., etc.

     El verbo tiene una sola conjugación, con dos únicos tiempos simples, que son presente y perfecto; todas las demás variaciones del tiempo se designan por medio de partículas a manera de auxiliares, como los del inglés will, shall, would, should, para el futuro, condicional, etc.; las terminaciones personales están tomadas aquí, como en la mayor parte de los idiomas conocidos, de los pronombres: así am, soy; i, eres, ast, es; aim, aid, and, somos, etc.: rasîd, llegó; hamî rasîd, llegaba; jâham rasîd, iré, =quiero ir. Todos los verbos terminan en infinitivo en dan o en tan:qardan, hacer; guiriftan, tomar (alem. greifen).

     La sintaxis presenta algunas dificultades, porque la falta de formas en el nombre y verbo hizo que se inventase un número considerable de partículas, por medio de las cuales se designasen todas las relaciones gramaticales; el verbo ocupa generalmente el último lugar de la proposición.

     De lo dicho resulta que no es posible conocer la lengua persa en toda su extensión, ni comprender sus principales obras clásicas, sin haber estudiado los principios de gramática árabe (analogía) y estar regularmente versado en su literatura.

     Además del gran poeta épico Firdûsi, han tenido los persas otros muchos y esclarecidos escritores en los diversos géneros de poesía, entre los cuales varios son conocidos y celebrados en todo el Oriente; Sa'di dejó varias obras de cuentos, fábulas y poesías. La principal, que lleva por título Gulistân, o lecho de rosas, es una de esas colecciones de cuentos, originales del mismo Sa'di, a cada uno de los cuales siguen varios versos en diferentes clases de metros, que son como la aplicación moral del cuento; es de las obras más hermosas y populares de la literatura persa, y aun de todo el oriente, que leen con el mismo placer todas las clases de la sociedad. Su segunda obra, titulada Bustán o jardín, es de [287] gran mérito, pero no tan popular como la anterior. Sus composiciones llamadas Kasidas son inimitables. El tercer poeta de los persas es acaso el inmortal Hâfiz, bien conocido por su apego a todo género de placeres, especialmente de la mesa. El amor, la mujer y el vino fueron temas predilectos para sus bellas composiciones. Sa'di y Hâfiz pueden muy bien compararse con los más distinguidos entre los poetas europeos. Otros muchos poetas, historiadores, filósofos, gramáticos y escritores de todo género ilustraron y enriquecieron extraordinariamente la literatura de este memorable pueblo hasta los siglos XIV y XV de nuestra era, en que comenzó su decadencia. El gran orientalista inglés William Jones asegura que el libro más clásico, más popular y más bello de esta lengua es la colección de cuentos y fábulas llamada Anuârî Suhaila, en cuya composición tomó su autor Husein por modelo la tan celebrada obra de los árabes titulada Bidpai o Pilpai.

     Esta lengua apenas ha sido cultivada en Europa hasta nuestros días; aun al presente son pocos los que se dedican a su estudio. Sobre ella han publicado trabajos importantes el gran orientalista inglés William Jones, cuya gramática fue el primer trabajo importante que de este género se publicó en Europa a principios del siglo, publicada después en varias ediciones. En su Historia de la lengua persa, y más aún en su precioso libro sobre La poesía asiática, había demostrado el ilustre Jones las bellezas e importancia de este idioma (168). Imitáronle en sus estudios e investigaciones sobre el persa G. Rosen, el inglés A. H. Bleek (162) y Martín Schulge (1863); Augusto Vullers ha hecho en su gramática los primeros ensayos de comparación con el sanskrit y zend, y es por esta razón, como por su método claro y sencillo, muy apreciable; pero la obra gramatical más completa que poseemos en este idioma es la del inglés Lumsden, que expone además toda aquella parte gramatical del árabe que es necesaria para la inteligencia de los autores clásicos (modernos), persas (163, 164). Entre los lexicográficos ocupa acaso el primer lugar el de Vullers, basado sobre las obras indígenas, que son muchas y de gran mérito, y cuyos pasajes cita en la lengua original; se vale también de la comparación con los idiomas de la familia para probar y explicar el significado de palabras persas poco conocidas. El de [288] Johnson se distingue por su claridad y exactitud, y como da las palabras árabes usadas ordinariamente en persa, es más completo que el anterior y de más fácil uso (165, 166, 167). Pasemos ahora a indicar los principales trabajos sobre las lenguas llamadas clásicas, que, por más conocidos, exigen menos aclaraciones o recomendaciones de nuestra parte.

     El estudio de la lengua griega principió cuando acabaron sus ingenios de enriquecerla con sus grandiosas y bellas producciones. Continuando hasta nuestros días, y habiendo tomado parte en él talentos sobresalientes, se ha llevado a una perfección sin igual en la historia de la filología. En todos los países de Europa han visto la luz pública innumerables trabajos gramaticales, lexicográficos, exegéticos, etc., que facilitan el estudio del idioma y hacen amena la lectura de sus clásicos; pero a todos ha aventajado también en este ramo de la filología el infatigable alemán, al cual siguen, con trabajos originales unas veces y con imitaciones otras, ingleses y franceses.

     Como gramática elemental ocupa el primer lugar entre las españolas, y uno de los más distinguidos aun entre las extranjeras, la del Dr. Braun, por su método claro y sencillo, y por el acierto con que su autor ha sabido unir la teoría a la práctica. Este ilustrado profesor y filólogo ha recibido de España el mezquino premio del abandono y de la ingratitud, en recompensa de los apreciables trabajos gramaticales con que tanto ha facilitado y amenizado el estudio de lenguas antiguas y modernas. En este, como en otros muchos puntos de la enseñanza, existen en nuestra patria preocupaciones envejecidas, que por todos los medios posibles se deben desterrar, porque son un poderoso obstáculo a los progresos de la ciencia. Quién, con incalificable presunción y orgullo, condena y anatematiza como imperfectos y llenos de errores todos los trabajos nacionales y extranjeros, gramaticales y lexicográficos, que sobre las lenguas sabias han visto la luz pública hasta nuestros días; quién afirma que en lenguas modernas el adulto debe seguir los procedimientos y método del niño, es decir, la práctica pura; aquello es conocidamente absurdo; en esto se identifica el hombre instruido con el niño sin educación; y en este paralelo impropio está su condenación más fuerte. Aunque [289] ajeno al carácter de esta obra, no podemos menos de llamar la atención hacia el excelente método de los trabajos del Dr. Braun, en oposición al malamente llamado de Ollendorff y de Ahn, que hacen indigesto e intolerable el estudio de lenguas.

     El alemán Kühner ha empleado en pequeña escala el método comparado, que encontramos desenvuelto más extensamente en los trabajos de Curtius y Leon Mayer. Las «Nociones de gramática comparada» de Egger, son recomendables, para aquellos especialmente que no puedan aprovecharse de las obras alemanas. Más completa es la gramática de W. Krüger, quien ha reunido en ella un precioso y rico material escogido de los mejores clásicos; en general vemos que los alemanes han profundizado más en sus investigaciones sobre los autores griegos y latinos, igualmente que sobre las lenguas de que hasta ahora nos hemos ocupado.

     Cada parte de la gramática ha merecido tratados especiales; los sonidos, sus combinaciones, cambios; la declinación y conjugación, preposiciones, partículas en general, los diferentes puntos de la sintaxis han sido objeto de repetidas investigaciones para muchos filólogos cuyas obras sería prolijo enumerar; aquí sobresalen también los alemanes con sus muchas y preciosas obras.

     Si la lexicografía exige mayores sacrificios y conocimientos más vastos, la gloria que, como premio, cabe a los que con trabajos de este ramo se ocupan, es también correspondiente, y así encontramos siempre en este departamento de los estudios filológico-lingüísticos, talentos nada inferiores a los que cultivan la gramática, sobre las principales obras de lexicografía hemos hecho indicaciones anteriormente.

     El mismo camino han seguido las investigaciones sobre la lengua de la antigua Roma, que, como más importante, por estar en más estrecha relación con las nuestras, ha ocupado siempre el primer lugar en los estudios de filología.

     Las bellas e interesantes producciones de los grandes genios que salieron del seno de Italia y de sus provincias; así como la circunstancia de ser la fuente inmediata en que bebieron nuestros padres al formar los dialectos modernos llamados neolatinos, la hace acreedora al elevado rango que ocupa en los programas de estudio en toda Europa; siendo, por consiguiente, impropia a [290] todas luces, sin fundamento ni disculpa la manera de obrar y proceder de aquellos hombres que, erigidos en autoridad árbitra de la juventud española, han eliminado de las materias que la constituían estos dos importantísimos ramos del saber, sin los cuales aquella será por necesidad incompleta, sin base ni fundamento. Y cuando esos hombres, fatales para las letras, cuyos principios ignoran y cuyas bellezas no comprenden, han sido arrojados del lugar que ocupaban, lugar tanto más sublime cuanto más próximo está al santuario de la ciencia, sus sucesores, que ven en la opinión pública la condenación de los desacertados actos de aquéllos, respetan lo acordado, dispuesto y ejecutado por tan mezquinas inteligencias, cuyo único objeto parece haber sido destruir, perder y dar muerte a la sublime ciencia española, respetada y seguida en otros tiempos por los talentos más esclarecidos del mundo civilizado, y hoy, en algunos de sus ramos, despreciada y desatendida aun por aquellos pueblos que antes apellidábamos bárbaros, como que nada nuevo ofrece a los hombres investigadores; ¡desgracia de la ciencia española, el verse tratada, regida y pisoteada por tenebrosas o pobres inteligencias, cuyos absurdos decretos son acatados y respetados por otros que pudieran y debieran anularlos para que con más razón les hallásemos los regeneradores de su patria! No es éste el lugar oportuno para tratar esta cuestión; pero me permitiré breves indicaciones acerca de los estudios de las lenguas clásicas, latina y griega, en los países europeos.

     La inteligencia virgen del niño necesita ocuparse, en los principios de su educación, con aquellos objetos que, ilustrándola sobre las materias más importantes y de más aplicaciones a la vida social, contribuyan eficazmente a fijarla en los mismos, y distraerla de otros secundarios, desterrando así del joven la vaguedad, ligereza y volubilidad propias y características de la edad primera, enseñándole a pensar seriamente sobre las cosas que tiene delante, y a entrar con paso firme y segura inteligencia en el laberinto azaroso de la vida. Esto no se consigue, y es bien evidente, ocupando al niño en estudios que halagan su imaginación y despiertan su fantasía; porque tales estudios, como la historia, cuentos, derecho, higiene, etc., etc., recrean pero no [291] fijan la inteligencia; despiertan la fantasía, pero no enseñan a pensar; ofrecen mucho que hablar, y decir, pero no enseñan a hablar ni a decir, ni a crear cosas nuevas; nadie negará la verdad de esto, que es un hecho práctico de la vida. Los únicos objetos capaces de producir los resultados que se deben buscar en la educación del niño y del joven son aquellos que requieren un ejercicio serio, práctico y continuado de la memoria, y por consiguiente, de todas las facultades; y éstos son los idiomas; entre los cuales se han elegido en toda Europa y América, desde los primeros siglos de nuestra era en aquélla, y de su civilización en ésta, como primeras materias de la educación superior del joven, aquellos que ofrecen más interés en su literatura, y aplicaciones más variadas en la vida; a saber, latín y griego.

     Todas las ciencias han tomado de estas lenguas el gran número de palabras, simples o compuestas, que constituyen su terminología técnica; así en ciencias naturales se ha dado a los objetos de los tres reinos, nombres griegos y latinos; y las clasificaciones de los mismos, sin cuyo conocimiento no hay ciencia, están hechas con palabras tomadas de esas lenguas.

     Todos estos términos son definiciones abreviadas del objeto, o explican el origen del mismo; el gr. elektron designa la materia orgánica en que primeramente se produjo electricidad; fysikê designa la naturaleza, cuyo estudio y fenómenos verificados en ella es objeto especial de la física; hydrostatikê, tsoologuía, fotologuia, como los más comunes;) fotografía, o estampación por la luz, geología y otros términos análogos son ejemplos claros de esto, y seríamos interminables si intentásemos dar la lista de las palabras técnicas griegas y latinas usadas en las ciencias más conocidas entre el pueblo culto; cosa que, por otra parte, está al alcance de todos el averiguar.

     No es necesario más argumento para probar la importancia capital de estos idiomas; el que ignore sus principios se verá obligado a hacer un estudio puramente mecánico, artificial y penoso de la terminología técnica y de las clasificaciones de su respectiva ciencia; estudio que siempre quedará imperfecto e incompleto, porque no es posible saber aplicar un objeto cuya naturaleza [292] esencial no se comprende; de aquí nacen los frecuentes y a veces sustanciales errores, cometidos en el uso de los términos científicos por personas las más autorizadas en la materia.

     Desde muy remotos tiempos se ha dado grande importancia a los estudios de latín y griego, sin los cuales se ha tenido siempre por incompleta la educación del joven que aspira a ocupar un puesto distinguido en la sociedad.

     En todos los países cultos de Europa se da el primer lugar de la enseñanza superior a estos estudios, a los cuales se dedican con preferencia algunos años, entre cuatro y ocho, y países hay, como el reino de Wurtemberg, en que se han asignado diez años para el estudio del latín, ocho para el griego y cuatro para el hebreo. La historia de la filología nos demuestra que son mucho más considerables los adelantos de todas las ciencias en estos países que en aquellos donde se ha descuidado o abandonado por completo el estudio de los idiomas en cuestión; y si bien otras muchas causas han contribuido a los progresos de las letras en unos, y estancamiento o retraso de las mismas en los otros, pero no puede ponerse en duda que la que nosotros indicamos aquí es muy poderosa, y lo será en lo sucesivo.

     Los grandes trabajos europeos que sobre los idiomas de la antigua Grecia y Roma han visto la luz pública son tan numerosos como los publicados sobre todas las demás lenguas juntas; pero, suponiéndoles al alcance de todos mis lectores, no me ocuparé de ellos en esta reseña, dejando para el catálogo el apuntar los más notables. (169, 170, 171, 172, 173, 174, 175, 176, 177, 178, 179, 180, 181, 182, 183, 184, 185)

     En España merecen especial mención los excelentes trabajos modernos exegéticos y traducciones de autores clásicos latinos de los señores Ochoa, Burgos, así como también las que comprende la Biblioteca de autores clásicos, todas obras muy apreciables y muy dignas de imitación por parte de los que a estos estudios se dedican.

     Las obras gramaticales y lexicográficas dejan mucho que desear, y sobre todo nos falta una gramática latina completa y teórico-práctica, en la que se facilite y amenice el estudio de este bello idioma, que por lo común se presenta tan árido y espinoso.

     En todas las obras de este género españolas se expone el sistema [293] y mecanismo de la gramática latina bajo una forma artificial, presentando este estudio como diferente del de las lenguas modernas, y usando términos especiales, pero desconocidos a la mayor parte de los que por primera vez manejan tales libros; quienes de este modo creen ver cosas nuevas en los fenómenos más universales del lenguaje. En obras elementales es impropio y nada práctico ese método semi-filosófico, que evita los términos vulgares y el paralelo o comparación de las formas del idioma que se estudia, con las respectivas de la lengua vulgar o del pueblo; en ellas deben más bien seguirse, en lo posible, los procedimientos, terminología y método general que se aplica a la enseñanza superior o escolar del idioma patrio.

     Después de la gramática griega de Braun, de que antes hemos hecho mención, ocupan el primer puesto las de los señores Ortega y Bergnes de las Casas; muy inferior a todas es la del Sr. Cruz, en la que pudiéramos citar gran número de faltas e inexactitudes esenciales. Mas este ramo es bien conocido, y creemos inútil extendernos en pormenores. Antes de terminar el artículo debemos llamar la atención sobre el Manual de la lengua griega compuesto e impreso por el distinguido helenista Sr. Bardon, si bien creo impropio e incapaz de dar buenos resultados el método seguido por este infatigable profesor, cuyas apreciaciones sobre la lengua griega no son las más a propósito para dar importancia e interés al estudio de tan hermoso idioma. (186, 187, 188, 189, 190, 191, 192, 193)

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