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SERRANO SÚÑER, R., «Aclaración que confunde», en El Noticiero Universal (Barcelona), 13 de agosto de 1979.

 

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Me fue facilitada copia de este expediente por la DGIP en junio de 1999, tras solicitar por carta los antecedentes de Máximo Uriarte Ortega. Que yo sepa, ningún otro investigador lo había consultado antes.

 

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Es todo cierto, excepto el nombre, la profesión y el lugar de nacimiento. Maurín era maestro y había nacido en Bonansa (Huesca). Las iniciales de Máximo Uriarte Ortega, de Portugalete, al revés se leen POUM.

 

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BONSÓN, A., Joaquín Maurín, p. 321. No fue la única vez que Serrano intervino para salvar la vida a alguien. Meses después, cuando ya ocupaba el Ministerio del Interior, Serrano viajó de Burgos a Zaragoza para proteger al catedrático Moneva y Puyol, porque el teniente coronel Gazapo, responsable de la represión en Zaragoza, quería fusilarlo cuando se enteró de que el catedrático, que había sido profesor de Serrano, había escrito artículos antimilitaristas veinte años antes. Serrano consiguió la liberación de Moneva (ROURERA, L., Joaquín Maurín, p. 642). También intervino como testigo a favor del diputado socialista por Oviedo, Teodomiro Menéndez, en un consejo de guerra, logrando que no fuera condenado a muerte, y trató de conseguir el indulto del diputado de Izquierda Republicana por Zaragoza, el catedrático Honorato de Castro (SERRANO SÚÑER, R., «Aclaración que confunde»).

 

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La construcción de las prisiones centrales y provinciales, con el paralelo cierre de los presidios, penales, cárceles de partido y calabozos municipales, forma parte de un largo proceso comenzado en 1877, cuando Alfonso XII puso la primera piedra de la cárcel Modelo de Madrid, en los descampados de la Moncloa, y que se prolonga hasta mediados del siglo XX. Las nuevas cárceles procuraban seguir las nuevas teorías penitenciarias de la individualización y regeneración del delincuente, así como las modernas teorías higienistas (retretes individuales, obligación de cada preso de limpiar su celda) y las del control panóptico de Bentham. La mayor novedad de las nuevas cárceles era la aparición de la celda individual -o de pocos individuos-, el establecimiento de un horario rígido de actividades y la clasificación de los presos según su personalidad, los delitos cometidos y su grado penal. Todo lo contrario del sistema penitenciario anterior, en el que todos los presos estaban juntos día y noche, haciendo lo que querían, de tal forma que muchos presos consideraron la celda un castigo mayor que el encierro en la cárcel (véase TRINIDAD, P., La defensa de la sociedad). Característica común a todas las prisiones celulares, defendida por Concepción Arenal, es disponer el altar encima del centro de vigilancia, de tal forma que los presos pudieran asistir a misa sin salir de la celda, o al menos sin salir del pabellón (FRAILE, P., Un espacio para castigar, p. 182). Se superponen así, de manera harto simbólica, la vigilancia terrenal y la vigilancia divinal.

Las nuevas cárceles fueron llamadas celulares por su división en celdas, si bien varias de ellas, como la de Salamanca, tuvieron celdas en una parte y galerías-dormitorios comunes en otra. La construcción de la prisión provincial en los terrenos de la Aldehuela de los Guzmanes sirvió para cerrar la vieja cárcel de la cuesta de Sancti-Spíritus, aunque durante la Guerra Civil hubo de habilitarse ésta nuevamente como prisión militar.

Maurín capta muy bien las diferencias entre los dos tipos de cárcel. Uno de sus relatos de En las prisiones de Franco, titulado «Gavín», está ambientado en la «prisión habilitada de Alfoz»: «Acomodados por la noche en cuatro grandes naves, que se comunicaban entre sí, durante el día nos movíamos libremente por el laberinto de claustros y pasillos. [...] En la prisión de Alfoz se pasaba tanta hambre y era más sucia que la provincial. En cambio, los presos disfrutábamos de una mayor libertad. La disciplina en Alfoz quedaba reducida a lo mínimo, a una mera fórmula, por decirlo así. [...] La prisión era sucia, fría, húmeda, desprovista de todo confort y comodidades. Mas allí no había toques de corneta, ni formaciones, ni revistas, ni cacheos, ni requisas. [...] Matábamos el tiempo como podíamos [...]. Nos levantábamos a las nueve, a las diez, o más tarde aún según queríamos. Por la tarde, había muchos que se echaban una siesta de un par de horas. A las siete, y a veces antes, extendíamos los petates y nos acostábamos. En una palabra, éramos unos vagos empedernidos» (pp. 44-49). Esta prisión de antiguo régimen no puede ser Jaca, ni Salamanca, ni Barcelona ni Burgos, por lo que tal vez sea un trasunto de la de Sancti-Spíritus, basándose en lo que le hayan contado otros presos.

 

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SÁNCHEZ, M., Maurín, gran enigma..., se equivoca cuando dice (p. 204) que había 18 celdas, nueve arriba y nueve abajo, y que el hueco de la escalera se encontraba entre la 7 y la 8, abajo, y la 14 y la 15, arriba. Jerónimo Madrid afirma que las celdas que hay ahora (1999) son las mismas que en 1936, y que tienen la misma numeración.

 

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La mayor parte de la información sobre la cárcel procede de mis visitas a la misma en octubre de 1998 y octubre de 1999 y las informaciones verbales facilitadas por el funcionario don Carlos Coloma y el antiguo preso don Jerónimo Madrid García.

 

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MARTÍN, A., «Dos formas de violencia durante la Guerra Civil».

 

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En el relato «Gavín» de En las prisiones de Franco, Maurín describe cómo se dormía: «Durante el día, que la gente estaba de pie o sentada, se cabía bien que mal; el problema se planteaba pavorosamente cuando llegaba la hora de extender los petates para acostarse. Primeramente, correspondió a cada preso una anchura de medio metro. Más adelante, hubo que reducirla a cuarenta centímetros y, finalmente, a veinticinco, la mitad casi del espacio que ocuparía un ataúd. No quedaba, pues, otro recurso que dormir con cierto orden, tumbándose en fila y de costado. Como, dada la posición, individualmente no era posible darse media vuelta, se hacía de una manera colectiva, cada hora. Se dormía en hacinamiento, pero con arreglo a los principios de la estandardización, lo cual no dejaba de ser moderno...» (p. 62). Dato corroborado por Jerónimo Madrid.

 

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Esto es una licencia literaria. La celda, como hemos visto, es casi cuadrada.