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ArribaAbajoMax Aub, ¿un exilio diferente?

José Luis Morro Casas


Todo exilio revela siempre la densidad cultural de un país y la de España de 1936 era la más alta de toda su historia. De ahí que los intelectuales españoles que se acogieron a las hospitalarias tierras de América, Latina en su gran mayoría, dieran una segunda vida, como la llamó Pedro Salinas, a la cultura española después de la Guerra202.



La Guerra Civil Española truncó un nuevo florecimiento del pensamiento y la creación intelectual, todo quedó frustrado «...por la trágica frivolidad de los reaccionarios que nubló ese alborear tan prometedor y causó el ocaso definitivo de aquella aurora de esperanza...», como dijo Antonio Machado. Escritores, artistas, científicos, etcétera, salieron junto a la gran masa del pueblo español en el duro invierno de 1939.

El 1 de Febrero de 1939 cruzaba la frontera por Cérbère André Malraux y el equipo de filmación de la película Sierra de Teruel. Entre sus componentes figuraba Max Aub. Habían salido de Barcelona en tres coches y un camión con el material cinematográfico, pocos días antes de la caída de la ciudad en manos de las tropas fascistas. Rumbo a Figueras pudieron comprobar el éxodo del pueblo español camino del exilio. Max asistió a la ultima Sesión de Cortes, celebrada en los calabozos del castillo de Figueras, y fue testigo del paso de la frontera de 1.500 hombres de las Brigadas Internacionales a los que Malraux les dijo: «c'etait toute la Revolution qui s'en allait»203.

Ante la avalancha de exiliados, tuvieron que dejar el camión cerca de Bourg-Madame, regresando el 6 de febrero a por él para conducirlo a los estudios de Joinville, donde se prosiguió la filmación de la película Sierra de Teruel hasta su finalización en julio de 1939. Todos estos acontecimientos los reflejó Max en sus libros Enero sin nombre y Campo Francés.

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A su llegada a París se reunió con su mujer, Peua, en la calle Dumesnil y con sus hijas, repartidas en casas de familias obreras. Al poco tiempo se mudaron a la calle Capitán Ferber n.º 5, aquella casa que tuvo que dejar en 1914 camino del exilio, en compañía de su madre y de su hermana Magda. Y allí el reencuentro con sus amigos: españoles como Alberti, Corpus Barga, Benjamín Jarnés, Ímaz, José María Quiroga Pla; franceses como Cassou, Aragon, Gide, o el ruso Ehrenbourg.

Al poco de crearse el SERE, Max visitaba con frecuencia a dos amigos valencianos que trabajaban en Administración y Subsidios, Juan Guillén Guardiola y Vicente Vivó, interesándose por conocidos que pudieran necesitar de él. Estos amigos de Max le presentaron a José María Rancaño, cuya amistad aumentó en Roland Garros y el Vernet y con el tiempo en México, Cuba o Checoslovaquia, amistad rota por la muerte de Max. José María Rancaño falleció en julio de este año204. Conoció al entonces Cónsul General de la Embajada de México en París, don Gilberto Bosques Saldívar, aunque su amistad quedará atada para siempre en Marsella. Don Gilberto también falleció en julio de este año.

Durante esta época conoce a Alfredo Mendizábal y Gustavo Pittaluga, con quienes coincidirá años después en Casablanca. Su vida transcurre en función del cine y la literatura mientras el rodaje de la película iba finalizando. Dentro del mundo literario se encargará de realizar la edición del Teatro completo de Zorrilla. Con la llegada de don Manuel Azaña y su cuñado Rivas Cherif, Max ayudará al prócer español en las conversaciones entre Malraux y Gallimard para la publicación de sus obras.

En agosto, en el cine París, se proyectó la película al Gobierno de la República, presidido por Negrín. Una segunda proyección se hizo a los pocos días a grupos de escritores e intelectuales, causando una gran impresión205. Pero si los productores habían previsto su proyección en las salas el mes de septiembre, todo se vino abajo con la firma del pacto germano-soviético, la declaración de guerra, la prohibición del Partido Comunista Francés y la instauración de la censura. Así pues, la película Sierra de Teruel fue prohibida por el Gobierno Daladier206.

Una copia pudo salvarse a causa de un error, apareciendo años más tarde en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Max se lo hizo saber a Malraux en una carta fechada en México el 29 de septiembre de 1944207. Comienza entonces a escribir Campo cerrado; a José María Quiroga le va leyendo lo que escribe. El ambiente se vuelve cada vez más asfixiante.

Max, que siempre fue, hasta su muerte, un socialista convencido, era tratado por todos de comunista, menos por los comunistas o, peor aún, como agente, lo que fue   —171→   la causa de la denuncia con que empezó su amargo paso por cárceles y campos de concentración.

«El 5 de Abril -cuenta el propio Max- a las doce horas, volviendo del Hospital me llevan a la Prefectura. Regresamos para el registro. Recogen una carta del doctor Negrín referente a la publicación de los Clásicos Españoles por Gallimard»:


Estos libros son contra Alemania.
¿Ésa es su opinión?
Las manos sucias del Policía208.



Llevado a Roland Garros y despojado de sus pocos bienes, Max recabará ayuda. Escribe el 22 de abril a Julián Zugazagoitia, quien le responde el 24 de abril209 interesándose por él. Poco pudo hacer Zugazagoitia en ese ambiente enloquecido y xenófobo pocos meses antes de la caída de Francia; justo al contrario, Julián Zugazagoitia fue detenido y enviado a España, donde fue fusilado en el cementerio del Este, en Madrid, el 9 de noviembre de 1940210.

El 10 de mayo es detenido y enviado a Roland Garros José María Rancaño. Su encuentro con Max y con otro amigo común, José Ignacio Mantecón, les llevará a tener una gran amistad. Allí sabrá Max por boca de Rancaño que, cuando el SERE hacía las listas para poder ir a México, la Prefectura siempre tachaba su nombre211.

El 5 de marzo de 1940 el Gobierno Mexicano había aceptado, por la mediación de Alfonso Reyes212, que Max pudiera ir con la película a México. Cuando llegó a la capital mexicana en octubre de 1942 le recordaron esta petición.

A finales de mayo salen de París en una dura marcha que acabará en el campo de concentración del Vernet d'Ariège, llegando el jueves 30 de mayo213. Max quedó instalado en la barraca 34 de la sección C. Rancaño y Mantecón en la 35.

A mediados de junio unas 600 personas salieron del campo, entre ellos Rancaño y Mantecón. A este último le entregó Max su Campo cerrado, que recogerá después cuando llegue a México. A todos estos «internados administrativos» ni siquiera se les concedió la gracia de embarcarlos para el norte de África o dejarlos a su suerte en libertad cuando el armisticio; al contrario, el Gobierno Francés los puso a disposición de los nazis, al igual que sus fichas personales214.

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Max Aub fue asignado a la limpieza de letrinas, hecho que reflejó en «Ese olor». Como compañero tuvo a un español que estuvo en Mauthausen y al que se encontró en Madrid al cabo de 30 años como funcionario del Ministerio de Estado215. Gracias a las gestiones realizadas, Gilberto Bosques logró su puesta en libertad a principios del otoño de 1940. Con una maleta tomó el tren en Toulouse rumbo a Marsella, donde quedó protegido por el Consulado mexicano. El trato con Gilberto Bosques profundizó, naciendo una amistad que quedo huérfana con la muerte de Max. El Cónsul de México se convirtió en el paño de lágrimas de los republicanos españoles216. Para garantizar la libertad de Max, el Cónsul lo nombró «agregado de Prensa del Consulado de Marsella, puesto totalmente inexistente -afirma Max-, pero lo suficientemente rimbombante para permitirme, en contra de todo cuidado, estar con los primeros brotes de resistencia franceses»217.

En Marsella y Niza encontró a sus amigos Gide, Aragon, Dos Passos, Mendizábal, etcétera, y cómo no, a André Malraux, con el que estuvo muy unido en esta estancia en la Costa Azul francesa. Manuel Azcárate lo conoció casualmente; Max estaba viviendo próximo a la Rue Saint Ferreol, cerca del Hotel de Azcárate, conviviendo con él muchos días218. Pero es con Margaret Palmer con quien Max tuvo una relación más profunda, por ser amiga, hacía años, de sus padres. Trabajaron codo con codo en la ayuda de los refugiados españoles en el Emergency Rescue Comittee. Su director, Varian Fry, conocía a André Malraux. Max le dedicó el drama El rapto de Europa, aunque la eminencia gris era Gilberto Bosques219.

Con Malraux estaba en mayo de 1941, en Niza, cuando André Gide tuvo que suspender la conferencia que iba a pronunciar sobre Henri Michaux, sustituyéndola por una carta «ofensiva, si no ofendedora», lo que hizo que Gide fuera aclamado y sus censores abucheados220. Este hecho lo recordó Max en Ciertos cuentos, en «Historia de Abran».

Mientras tanto, la policía española no descansaba en su empeño de detener a estos republicanos. El Embajador español, Lequerica, envió una lista con 3.000 nombres al Ministerio del Interior francés221; no cabe duda de que el nombre de Max figurara entre ellos. El ambiente se hacía más asfixiante; Max tuvo que utilizar un affidavit222 de John Dos Passos en unas horas vividas trágicamente en Marsella223.

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El 2 de junio es detenido a las 5 de la mañana. Ese día había estado con Malraux, Gide y Matisse. Así conoció durante veinte días las cárceles de Niza224. Gracias a la insistencia de Bosques logró salir el día 22, pero el descanso no llegó para Max pese a tener arreglado su embarque para Argelia225.

El día 3 de septiembre Max se encuentra en una calle de Marsella con N., echándole en cara sus traiciones. La denuncia no se hizo esperar y dos días después Max es detenido y llevado de nuevo al Vernet, ante la sorpresa de Gilberto Bosques, a quien le fue imposible convencer al Prefecto226.

N. era hermanastro del diputado Cabrera, de padre francés y madre española227. Max lo retrató con el nombre de Mardones en Campo de sangre, aunque coincide con la inicial N. la de Félix Nogués, misógino, lo que hace más parecido el adjetivo que hizo Rancaño sobre él en Enero en Cuba. En el Vernet Max estuvo un mes aproximadamente: la vieja idea del Transahariano había vuelto de nuevo a los hombres de Vichy.

En octubre de 1941, esposado a través de Toulouse228, lo trasladan a Port Vendrès. En las bodegas del barco ganadero Sidi Aicha es trasladado a Argel. En este barco se inspiró para escribir su San Juan. En «Yo no invento nada» recordará este viaje hasta Djelfa. Un diccionario y un libro de poemas de Quevedo serán su único medio de lectura en esta tierra inhóspita de la Altiplanicie Sahariana.

En Djelfa estuvo Max aproximadamente nueve meses, concentrado junto a unas 1.200 personas que vivían en un clima continental muy duro y variable, hambrientos y maltratados al máximo. Desde abril de 1941 hasta noviembre de 1942 fallecieron más de sesenta personas a causa de los sufrimientos229. En cada tienda o Marabú se concentraban doce hombres, pasando un frío tremendo por las noches gélidas del desierto argelino. A Max le asignaron el trabajo de hacer alpargatas. En su Diario de Djelfa describirá con toda crudeza los acontecimientos que vivieron los antifascistas españoles y los de las Brigadas Internacionales230:

«...escrito a escondidas de los guardianes, solía leerlos para cobrar fuerza y resistir al día siguiente...»231.



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Su primera poesía está fechada el 4 de noviembre y la última el 2 de julio de 1942.

El Consulado Mexicano logró la comunicación con Max, su devolución documentada con la visa consular mexicana, gracias a la foto que pudo hacernos llegar», como dice Gilberto Bosques232. «Edmundo González Roa -enviado por Bosques a Casablanca-, en complicidad insospechada con un jefe de policía, logró sacarme del campo de Djelfa»233, cuenta Max. No sin antes cachearlo, logra salir de Djelfa el 8 de julio de 1942234. Dentro de su cuerpo logró sacar su Diario de Djelfa235.



En Uxda, frontera marroquí, le hicieron sudar sangre; esta detención le hizo perder el barco que lo tenía que llevar a Estados Unidos. La policía lo amenazó con regresarlo al Sahara. Gracias a la visa que le dio John dos Passos en Marsella, González Roa decidió visitar al Cónsul norteamericano, que los recibió desabridamente. «Costará lo que cueste pero lo sacaremos de aquí», le dijo González Roa236. Así pasó a una maternidad judía de Casablanca. Todos estos acontecimientos los cuenta Max en el libro Ciertos cuentos, en «Pequeña historia marroquí».

En la «Maternal» se encontrará con un viejo conocido, Alfredo Mendizábal, entablando una amistad duradera. Conoce a José Alonso Mallol, antiguo Director General de Seguridad, acusado de la muerte de José Calvo Sotelo, a quien Max ayudará económicamente para su supervivencia237. Mendizábal partió en el Nyassa a mediados de julio rumbo a New York. La salida de Max está próxima, escribe a Barbena a Djelfa comunicándoselo; éste le contesta el 27 de agosto alegrándose por el nombramiento de Embajador de Gilberto Bosques, aparte de recordarle que haga lo que pueda por ellos238.

Llega el día soñado, el 10 de septiembre el Serpa Pinto, a las 5:15 horas de la tarde, zarpa de Casablanca239. La travesía la hará con Gustavo Pittaluga y su esposa, hasta La Habana, donde no le dejaron desembarcar, estando dos días en la dársena del puerto240, por no haber pedido el visado correspondiente.

El 10 de octubre atraca en el puerto de Veracruz, en donde le está esperando un viejo amigo de Max, José María Rancaño. En este periodo de tiempo escribe Morir   —175→   por cerrar los ojos: «No recuerdo cómo me enteré que venía -dice Rancaño-, pero allí estaba esperándole para llevarlo a mi casa, de alquiler por supuesto, en la calle Gómez Farias número 227»241.

Max había llegado con cinco pesos en el bolsillo242. Rancaño ayudó a Max económicamente y estuvo en su casa descansando y recordando el pasado hasta el 16 de octubre, fecha en que partió para México D. F., estableciéndose en la capital mexicana definitivamente. Terminaban tres años de sufrimientos, un exilio diferente a los escritores de su generación, pero que hizo que Max se convirtiera en el más prolífico de los escritores del exilio español de 1939.

Acabó para Max un mal sueño, aunque para su liberador y amigo Gilberto Bosques comenzaba el suyo en la cárcel nazi de Bab Godesberg. ¡Pero esto es otra historia!...



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ArribaAbajoBergamín en París (1964-1970)

Gonzalo Penalva Candela. Valencia


El tema de mi intervención se circunscribe a una etapa de la vida de José Bergamín muy poco conocida: me refiero a la época en la que el escritor madrileño sufre el segundo destierro, que -como es sabido- transcurre en París entre 1964 y 1970. En mi aproximación biográfica Tras las huellas de un fantasma243 fueron escasos los datos que, entonces -en 1985-, pude aportar. Para ampliar lo que allí expuse cuento con un material de gran interés y, además, inédito. Me refiero a 21 cartas del propio escritor y más de un centenar de poemas244 que, como digo, no han sido publicados hasta la fecha y serán incluidos en la edición de las Obras Completas, que estoy ultimando en la Colección Biblioteca Castro, de la editorial Turner.

La expulsión de España a finales de 1963 fue un golpe muy duro para Bergamín. Basta comparar las dos partes de El otoño y los mirlos; la primera, escrita en El Retiro madrileño y la segunda en el bosque Carrasco de Montevideo.

Bergamín llega a Montevideo el 1 de diciembre de 1963. En mi aproximación biográfica cuento el recibimiento que en el aeropuerto se le hizo al escritor. Pero aquello no era suficiente para olvidar la amargura de quien se veía obligado a abandonar de nuevo su tierra, simplemente por escribir, defendiendo lo que él creía justo y verdadero. Se pueden aplicar al propio Bergamín las palabras que, poco después, escribió en el artículo «Antonio Machado, el bueno»:

La amargura, el dolor que sentía el Poeta al tener que dejar España, no sólo era por aquel hecho material de abandonar su suelo, su tierra, su casa. Lo era, sobre todo, por tener que hacerlo forzado, sufriendo una derrota, sintiendo en sí mismo esa derrota como la de sus ideales más queridos; aquellos que dieron a su vida y poesía un sentido y significado español245.



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Es significativo observar cómo la expulsión de España le influye en su poder creador de tal modo que, durante los siete años que va a durar este segundo exilio, sólo publica Beltenebros (Puerto Rico, 1965) y alrededor de cincuenta artículos; lo que, aun admitiendo la posibilidad de la existencia de otros textos no localizados por mí, contrasta con los casi 150 del primer regreso (en sólo tres años) y los más de 250 del segundo. Y no se puede justificar con que en el extranjero tiene menos facilidad para publicar, puesto que la gran mayoría de los 150 artículos publicados en el primer regreso lo son en Venezuela.

En Montevideo permanece sólo el tiempo preciso para ponerse en contacto con Malraux, y para que el Presidente de la República de Uruguay le proporcione un nuevo documento, ante la negativa de la Embajada española a concederle el pasaporte. Fueron dos meses escasos, a pesar de que la Facultad de Humanidades de la Universidad de Montevideo le ofrece, de nuevo, la cátedra de Literatura Española, que ya había desempeñado durante el primer exilio.

El 28 de enero de 1964 sale Bergamín de Montevideo con destino a París. No posee ningún tipo de documentación, puesto que para salir de España se le dio un salvoconducto válido únicamente para aquel viaje. Sin embargo, aunque no puede acreditar su personalidad, con la ayuda de Malraux246 se le permite entrar en Francia. En la capital francesa -palacio Amelot Du Bisseuil, en el Marais- permanece hasta su regreso definitivo a España en 1970. Pudo entrar, pero no le estaba permitido salir. Ni siquiera Malraux, ante la falta de documentación del «fantasma», pudo solucionar este aspecto burocrático. De hecho, su hijo Fernando contrajo matrimonio en Florencia, en 1965, y Bergamín no pudo asistir a la boda.

Poco después del regreso escribe este poema inédito:



Soy fantasma de un castillo
que no es «castillo en España»:
ni tampoco un teresiano
«castillo interior» del alma.

No son de sueño sus muros
ni sus secretas «moradas»:
en él habitan mis duendes
y son los que me acompañan.

Por ellos puedo seguir
pensando en las musarañas:
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que soy fantasma en los huesos
de una realidad fantástica.

Pues para ser español
como me dé la real gana,
he tenido que volverme
irrealísimo fantasma.



Como veremos, con palabras del propio Bergamín, a pesar de que en Francia los problemas administrativos que tuvo los resolvió con relativa facilidad (gracias a la mediación de Malraux), la separación de sus hijos y nietos, la no realización de ese ministerio literario -que para el escritor madrileño era lo que le daba sentido a su vida-, la extrema soledad en que se encuentra -con 70 años y lejos de la tierra que le vio nacer-, le llevan a una situación anímica de constantes altibajos. Su refugio fue la poesía; su constante preocupación, la situación de sus hijos en España y, por ello, como telón de fondo, omnipresente -aunque con vacilaciones, según la marcha de los acontecimientos-, el pensamiento de un posible regreso a España. Estos hechos están íntimamente entrelazados en las cartas que voy a aportar como soporte de esta intervención.

En un primer momento no se plantea el tema del regreso; antes al contrario lo rechaza, como veremos en el siguiente poema, titulado «Al no volver», escrito en agosto de 1965. El poema, inédito, lo comienza Bergamín con una cita propia del poema titulado «Volver», que dice así:




Al no volver



«Volver no es volver atrás
yo no vuelvo atrás de nada»

J. B. («Volver»)                



¿Volver? ¿Para qué volver
para volver a engañarme?

De España no quiero más
que sus piedras y sus árboles:
su tierra, su mar, su cielo,
con su luz y con su aire.

De los españoles, ¡ay!
lo que quiero es no acordarme.
Ni de unos ni de otros:
los de ahora y los de antes.

Que unos y otros, si vuelvo,
volverán a traicionarme:
unos, porque tienen miedo,
y otros, porque son cobardes.
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No. De españoles no quiero
volver a saber de nadie.
Que la soledad de España
mi corazón sí la sabe.

¿Volver? ¿Para qué volver,
si vuelvo a mis soledades?



Es un poema lleno de acritud, pero la herida fue muy profunda: traición, miedo, cobardía de unos y de otros es lo que le queda en el recuerdo.

Van pasando los meses y la soledad se acentúa. Bergamín necesita la amistad, quizá porque desde 1945 ha perdido a la esposa y son muchos los años sin sus hijos. Siempre procura estar rodeado de chicas jóvenes, sus ángeles protectores, como él las llama y a quienes dedicará las diferentes partes de La claridad desierta: Florence, Ana, Ginevra, Claudine, Elizabeth, Thérese, Hélène, Francine, Giovanna. Una de ellas, Florence Delay, ha escrito diversos trabajos sobre Bergamín y ha traducido al francés alguna de sus obras.

Los problemas económicos son de tal magnitud que, en 1966, un grupo de amigos organiza en París una exposición-subasta en homenaje y a beneficio de Bergamín. Donaron cuadros Picasso, Miró, Tàpies, Saura, Laffón, Ortiz, Peinado... La generosidad del escritor se puso de manifiesto, una vez más: cuando le entregaron lo recaudado, invitó a todos sus amigos a uno de los mejores restaurantes de la capital.

En junio de 1967 intenta conseguir el pasaporte para poder pasar el verano con sus hijos. Malraux es siempre su valedor. En esta carta247 dice:

Sigo todavía sin saber si tengo el carnet de viaje. Lo dejé en la Dirección de Policía, que estuvieron amabilísimos; pero parece que el cartesianismo esencial de la administración vuelve a ponerme obstáculos por mi situación «ilegal», aun a sabiendas de que no es culpa mía, y que lo «ilegal» es la conducta del Gobierno Español. En suma, que Malraux almorzó con el Ministro y que le dio un papelito o nota explicándolo todo... y todavía sigo esperando. Y desesperando.



Poco después, añade en tono humorístico:

Si todo sigue así me iré de «voluntario» al Vietnam o a Siria. Por otro camino de Damasco (...). Espero que se arregle mi viaje. Si no se arreglase... pensaré en breve una decisión temeraria y definitiva.



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Y termina esta carta haciendo referencia a su diario poético:

Sigo escribiendo en tus cuadernos mis poemillas. Pero no los copio por pereza. Son ya muchos cuadernillos. Os mandaré este último de hoy (tristísimo como corresponde al día y a su noche tenebrosa):



Estamos en este mundo
viviendo para la muerte:
¿para qué querer cambiarlo
si será lo mismo siempre?

Si será lo mismo siempre
queramos o no queramos
que lo fuera diferente.



Por fin, consigue una autorización para salir de Francia y pasa casi dos meses con su hijo Fernando y su esposa en Livorno, invitados por la familia Serredi.

De regreso, París le parece oscuro, lluvioso, ventoso, frío y feo. En una carta del 6 de septiembre recuerda ese verano, la tierra y el mar de Toscana, y todo ello le lleva a pensar en España y lo que él llama «prostitución turística y enmascaradora de lo que fue nuestra maravillosa España, cada vez más espantosamente destruida».

La alusión al mar es poco frecuente en la creación literaria bergaminiana. Por eso me llama la atención las diversas menciones que hace en sus cartas. En la que estamos comentado, dice:

No me gusta París ahora. Lo encuentro oscuro, triste y feo. No me encuentro en él. Y quisiera irme. Volverme al mar. El mar, a mis años, es el «mejor amigo»; la eterna y viva verdad. Lo necesito (...). He comprendido en este verano «marino» lo que sentía Unamuno en su destierro cántabro de Hendaya: la «amistad del mar». La necesito.



Una semana después escribe diciendo que, después de Italia, no le gustó París: «se me hizo oscuro, frío, agrio de luz y gentes». Y añade: «tengo también nostalgia del mar. De verlo y oírlo como 'íntimo amigo' que no cambia».

Y, confirmando esta interrelación -que decíamos al comienzo- de vida y poesía, añade:

Ya tengo muchísimos cuadernos guardados para ti. Pero tengo pereza en copiarlos. Que aumenta conforme ellos crecen más. Son mi diario (que me distrae de mí mismo aun pareciendo que me ensimisma más).



Deseo aclarar que estos cuadernillos de los que habla Bergamín conformaron, años después, La claridad desierta y Canto rodado, quedando más de un centenar de poemas inéditos, de los que aquí estoy dando alguna muestra.

El año 1968 comienza con las mismas preocupaciones: su situación administrativamente   —182→   fantasmal y su preocupación por el trabajo de sus hijos. La situación administrativa, en Francia, se soluciona -como siempre- gracias a la intervención de Malraux. Así, el 25 de febrero escribe:

Estuve estos días pasados muy fastidiado porque no veía claro el arreglo de mis papeles de aquí. Como siempre se arregló todo gracias a la intervención «desde arriba», por el Ministro, al que telefoneó Malraux. De modo que ya estoy otra vez asegurado aquí por otros tres añitos más (¡y serán siete!). No creo que dure hasta entonces (el año 71) mi destierro. Pero siempre es tranquilizador ya que, al menos, me duraría la «jaula de oro».



Pero, sin duda, lo más destacable de 1968 son los acontecimientos del mes de mayo en París, que dejaron una huella imborrable en Bergamín. Los hechos los vivió bastante de cerca; tuvieron como consecuencia inmediata el cese de su colaboración en un periódico -y con ello precipitó la decisión de regresar a España- y, además, le inspiró una de sus obras teatrales, por desgracia hoy perdida, titulada La barricada.

Veamos este punto con mayor detenimiento. Bergamín escribió sobre el tema un artículo titulado «Las tormentas del 68», publicado en 1976 y del que yo recojo un amplio fragmento en Tras las huellas de un fantasma248. Pero aquí vamos a recordar estos hechos a través de las cartas inéditas que estamos comentando. Así, el 7 de mayo escribe a su hijo Pepe:

Hubo grande y dura pelea. Entre alegre por juvenil y terrible por desesperada. La rebeldía de una juventud que no acepta la herencia de un mundo muerto y quiere otro suyo. Por eso tan tremenda la desproporción de la pelea de una gente joven y desarmada contra la máquina poderosísima y militarizada de la policía, anónima fuerza total y totalizadora de un estado fantasma. Lo de ayer fue horroroso y admirable. Y más aún para mí justamente por no justificarse razonablemente, como en Madrid o en el Este, por causa de la libertad. Libertad sí, pero ¿para qué?, que dijo Lenin. Lo de ayer aquí a mí me parecía que significaba ya ese «para qué». El «para qué» de una vida prefabricada contra todo lo que vale de la vida misma: llámese industrialización, ciencia, técnica, socialismo, comunismo, anarquismo o ecumenismo católico. Una juventud que rechaza irracionalmente todo eso es simplemente una rebeldía, no una revolución. Ayer se luchó aquí en París con un romanticismo desesperado y desesperante de violencia pura.



Después añade algunos detalles de los sucesos en distintas calles de París.

Todavía en el mes de mayo, el día 28, compone un poema titulado «Historieta fabulosa de la revolución de mayo en Francia», que dedica a sus cuatro nietos. Para él es la fuerza viva de los jóvenes la que ha conseguido cambiar la realidad de la   —183→   vida francesa. Por eso exclama: «¡Dios nos los depare en España tan buenos!». He aquí el poema inédito:



Con el agua al cuello
piensa la jirafa
que ella no se ahoga
con tan poca agua.

Y aunque no lo piensa
teme el elefante
no encontrar un techo
para cobijarse.

De los dos se ríe
la astuta serpiente
porque ella se enrosca
sin oír que llueve.

El tierno galápago
metido en su concha
se dice a sí mismo:
¡ahí me las den todas!

Sólo el dragón mítico
tiembla por su fuego
y huye de la lluvia
como del infierno.



Un mes después, el 1 de julio, expone su personal visión de los acontecimientos franceses. Dice que esto no ha hecho más que empezar y no excluye la posible reacción fascista consiguiente. Y añade:

La pena, la tremenda pena es que ahora (por la traición con-comunista) se haya perdido esta prodigiosa, asombrosa, sorprendente explosión revolucionaria primera. Y verdaderamente viva y primaveral. Ahora todo se hará más difícil, más lento y duro. Pero todo puede llegar. ¡Lástima haberlo perdido en esta su maravillosa espontaneidad! Si no hubiese sido por el con-comunismo- de Moscú para acá- hubiésemos asistido en Francia a la revolución más limpia, justa y prometedora de la historia.



Por ello escribe en estas fechas un durísimo poema titulado «Letrilla en honor del heroico PCF», del que selecciono estas estrofas:



Hay que mantener el orden
(la justicia importa poco):
«¡Vigilancia! ¡Vigilancia!»
Obreros ¡que viene el Coco!
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Nada de revoluciones
que asusten a los patronos:
mejor que ocupar las fábricas
es preocupar los estómagos.

«Creyentes y no creyentes»
mejor es hacerse el tonto
y tomar lo que nos den
¡que el poder lo tomen otros!

¡Quietos! ¡Que nadie se mueva!
El orden antes que todo.
(Aquí ni Dios es cristiano;
y marxista, ni el Demonio).



El 25 de julio vuelve a tratar de nuevo el tema y lo compara con la situación de España. La considera retrasada en siglos enteros, embalsamada, momificada:

Aquí, como digo, ha cambiado todo y, por consiguiente, todo puede ser peligroso para todos. De ahí, de España, me da miedo y pena pensar. Me parece muerta; todo muerto y más allá de la agonía. Si antes de mayo era un país que llevaba más de medio siglo de retraso, ahora lleva, al parecer, desde aquí, siglos enteros. Está ya en otro mundo del pasado, embalsamada toda como la plaza Mayor de Madrid; momificada en cadavérico espectáculo inhumano para uso del turismo banal. ¡Qué horror y qué pena!



Poco antes, en junio, había escrito este durísimo poema, también inédito, titulado «A los españoles del 'ya'»:



Tenéis los ojos sucios y no veis
porque en vuestra mirada
se pudre aún aquella viva sangre
que vertisteis de España.

Sois «ciegos de nación», sois españoles
de un «ya» que nunca os basta
para alcanzar esa impostura hipócrita
que decís democrático-cristiana.

Envidiar es no ver: y fue cainita
envidia que os cegaba
el corazón, el crimen fratricida
que llamasteis «cruzada».

Por él seguís sin ver lo que miráis
y vuestros ojos manchan
lo que miran con esa podredumbre
que os vacía las entrañas.
—185→

Ahora, ante esta nueva y luminosa
revolución, revelación, de Francia,
envidia y miedo ensucian vuestros ojos
y la mancháis mirándola.



Una prueba fehaciente de cómo sintió Bergamín estos acontecimientos de mayo de 1968 en Francia fue, como decía antes, la preparación de una pieza teatral sobre este tema. De esta obra poco sabíamos; únicamente la referencia que el propio Bergamín hace en una entrevista con Carlos Gurméndez249, donde dice: «Durante mi segundo exilio, en París, en 1968, escribí varias piezas al estilo de la Comedia del Arte. Una de ellas se titulaba La barricada. Los personajes, comunistas, anarquistas, socialistas, discutían teóricamente sobre si debía o no construirse una barricada, mientras la estaban construyendo hasta terminarla». La obra se ha perdido, como tantas otras. Pero aporto ahora el testimonio del escritor, quien, en aquellas fechas, comenta su preparación y proyectos de representación. He aquí sus palabras en una carta de 25 de julio, siempre de 1968:

Yo estoy preparando mi pieza teatral sobre los acontecimientos de Mayo, que me ha pedido Suárez y se la tengo que entregar a finales de agosto. Por lo que no me moveré de París. Se hará en Tours por el teatro de «La Loire», y si resulta bien se traería a París. En el caso de que allí no se hiciera (porque les pareciese peligrosa) se haría en París directamente pues ya tenemos ofrecimientos de sala y actores.



Por desgracia, nada hemos sabido posteriormente, ni de la obra, ni de la proyectada representación.

Hubo otra consecuencia destacable de estos acontecimientos que venimos comentando; fue la pérdida de la colaboración que tenía en un periódico, lo que constituyó un motivo más para que Bergamín fuera madurando su decisión de regresar. Hasta el momento, el tema del periódico no lo he podido aclarar suficientemente. La única colaboración habitual bergaminiana que conozco de esas fechas se produce en El Heraldo de México, donde publica 33 artículos entre 1967 y 1968. Por consiguiente, cuando él habla de la pérdida «del periódico» posiblemente se refiera a esta colaboración. He aquí las palabras de Bergamín el 11 de septiembre de 1968, comentando las consecuencias de los acontecimientos de mayo:

Lo malo es la marcha del mundo. Y, en consecuencia, la nuestra. Ya sabrás por Teresa que he resultado yo también, como tantísimos otros aquí, víctima de la juvenil revolución de mayo, cuya huella no se borra ni se borrará fácilmente.



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Y después añade:

Volviendo a lo mío, el haber perdido el periódico me parece que es casi un signo providencial para que decida mi vuelta. No la veo tan fácil como vosotros. A no ser que ahí hubiese un cambio favorable que no espero. El cambio sí; favorable, no. De todos modos, habría que intentar la suerte. Y ya veremos cómo. Deseo mi vuelta por vosotros; quiero decir por mí, por reunirme con vosotros y al fin estar juntos los pocos o muchos años que me queden de vida.



Meses después, en junio de 1969, sigue dudando sobre su regreso. No acaba de decidirse a volver por no ver clara y despejada la situación española. Y a pesar del «amabilísimo destierro último», siente que debe volver a España sobre todo por sus hijos: «lo que yo más hubiera querido es pasar los últimos años de mi vida con vosotros y ahí en España».

La situación económica es mala y le duele, sobre todo, por no poder ayudar a sus hijos. El 22 de julio del 69 escribe: «no saldré de París. Como siempre coinciden nuestras ruinas totales. Las vuestras y las mías». Por todo ello sigue con las dudas sobre si debe volver a España o intentar que sus hijos vayan a París:

Si las cosas salen mal yo no sé qué haré. Pues volverme a España «para morirme en un rincón al lado de mis hijos», como quería el asesino jefe de policía español, no me agrada. Si vosotros vinierais, como pensamos, sería estupendísimo para mí. Tampoco quisiera prolongar mucho más esta estancia mía fantasmal en París. Si encuentro quien me ayude económicamente tal vez podría volver ahí para encerrarme -aislado de todo y de todos, menos de vosotros-, para trabajar. Esto sí me tienta. Pondría en orden y en limpio mis escritos pasados y haría mis memorias y algunas cosas nuevas en las que aquí no tengo tiempo de trabajar.



En diciembre de 1969 toma la decisión de volver a España e inicia una serie de gestiones a distintos niveles, buscando, incluso, la mediación de las autoridades religiosas. El 9 de enero de 1970 cree que el regreso es inminente y saca el billete hasta Hendaya. Las cosas no van a ser tan fáciles y un mes después vuelve a escribir a sus hijos explicándoles los planes para «empezar a mover aquí mi asunto». Es evidente el convencimiento de que la correspondencia en España es violada; por ello, cuando cita nombres propios en cuestiones delicadas lo hace con las iniciales. Así, por ejemplo, dice:

La carta que yo recibí de G es breve y amable. (...) Por eso pienso que tal vez convendría que, con pretexto de que conociera bien «mi caso», le dierais la copia de la de P-E al Ministro. Con lo cual también se enteraría de esto último y de la no respuesta, hasta ahora, de L-B.



En esta misma línea, finaliza la carta poco después:

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(...) importante almuerzo episcopal. Monseñor escribirá cartas informativas privadas (como la de P-E) al Arzobispo de Toledo, al Secretario particular de Su Santidad y al Cardenal secretario de Estado (uno de sus dos secretarios particulares es nuestro amigo B250, conocedor en su primera parte de nuestro asunto, como recordaréis).



¡Por fin!, a José Bergamín se le permite regresar a España en abril de 1970; como única explicación se le comunica que la imposibilidad de recuperar el pasaporte se debió a un «error administrativo». ¡El peregrino en su patria!

Cuando en España su persona y su obra es silenciada, el poeta madrileño escribe para la radio francesa Écho es-tu là?, y en la televisión de ese país, con guión del propio Bergamín y realización de Michel Mitrani, prepara una película titulada Los ángeles exterminados, teniendo como protagonistas a Paco Rabal y María Cuadra. Además, el 21 de abril de 1970 se emite por la televisión francesa un programa de hora y media de duración, en el que junto con una biografía preparada por el mismo Mitrani -titulada «Masques et Bergamasques»-, en la que interviene el propio escritor como protagonista, se emite una selección de su obra dramática: Medea, la encantadora; Melusina y el espejo y Los tejados de Madrid.

Como sucedió en 1958, a pesar de las dificultades, el regreso a España fue un gran acicate en su vida y en su producción literaria. Siguió viajando a París, de modo periódico, hasta 1975. Sólo un mes antes de su regreso, el 11 de junio de 1970, escribe desde la capital francesa:

Siento nostalgia -aunque te escandalices- hasta del Metro madrileño, que es más limpio y no maloliente como aquí estos días de calor. Así es que mi desdichadísimo esqueleto achicharrado sólo espera resucitar ahí en España. O, por lo menos, cambiar de fuego. El de ahí me sigue pareciendo más puro, pese a todo.



Estas palabras ponen de manifiesto que, para José Bergamín, después de tantos años de destierro, España fue y siguió siendo una necesidad vital, como hombre y como creador. Incluso cuando la rechazaba, como en el poema «Al no volver», citado en las páginas anteriores. El poema que, para finalizar, transcribo a continuación, escrito en estas fechas, es una buena prueba de ello:



Ahora que pienso en ti, cuando recuerdo
tu intimidad lejana,
mi pensamiento aviva tu memoria
como si fuese un despertar del alma.
—188→

Veo tus tierras, tus mares y tus ríos,
tus cielos, tus montañas...
y las ciudades y los pueblos todos
que un tumulto de gentes desampara.

Y escucho en ti tu «soledad sonora»,
tu «música callada»,
como un eco sombrío que prolonga
en mí su resonancia;

que devuelve al vacío del sepulcro
la oquedad de su máscara,
volviendo su sentido en mis sentidos
terrible visión trágica,

como un mortal espejo que refleja
su infernal semejanza:
«imagen espantosa de la muerte,
sueño cruel»: España.