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ArribaAbajoHegemonía intelectual, exilio y continuidad histórica

Josebe Martínez-Gutiérrez. University of California, La Jolla



I. Los intelectuales en el exilio

Durante la II República hubo en España una reestructuración de los discursos políticos y culturales en los que la intelectualidad laica reemplazó a la aristocracia militar y al clero en las esferas de poder, aspirando a una sociedad moderna basada en la idea liberal de progreso. Los intelectuales se presentaron en el exilio como alegoría (y prueba fehaciente) de la nueva nación y el exilio se consideró a sí mismo la vía genuinamente histórica frente a la opinión internacional.

La comunidad intelectual, numerosa en el exilio mexicano, identificó a éste encarnando el prototipo del ciudadano moralmente ejemplar y leal a la causa democrática. El desplazamiento espacial provocó la sensación de comunidad y reforzó sus lazos creando un colectivo endogámico que se nutría a sí mismo y se retroalimentaba con lo perdido en una consagración exclusiva a la causa, más cuando se percibía la nación como una entidad todavía conquistable. El nacimiento de editoriales, revistas, centros culturales, sociales y educativos, e incluso conmemoraciones colectivas, daban solidez a esta nación imaginaria, fuera del suelo patrio, cuya identidad era la memoria, representada públicamente, de manera común, en la literatura. Esta comunidad imaginaria llegó a subsistir como parte de una nación hipostasiada, a la que la comunidad evolutiva nacional desplazaría política e históricamente de forma definitiva en el proceso de transición de los años setenta. La expulsión del espacio que significó el exilio había conllevado la expulsión de la historia.




II. El lugar de la memoria

Pierre Nora545, en su estudio sobre la memoria y la historia, habla de los lieux de mémoire, lugares donde el espacio recoge, recupera el tiempo; él define estos sitios   —326→   como espacios en que la memoria cristaliza lo que ha ocurrido en un momento histórico concreto; esta recuperación del pasado en ciertos sitios permite la sensación de una continuidad histórica. En 1939, en suelo nacional la historia oficial suplantó, prohibió y desterró a la memoria (la memoria como rememoración del pasado de forma fluida y popular). La historia oficial impidió que la memoria actuara en el presente, recapituló el pasado y lo incorporó como parte de un proyecto nacional que legitimaba el momento. La historia oficial formaba parte de un sistema panóptico de poder que consistía en la ubicuidad permanente del mensaje histórico emitido por el gobierno: la bandera roja y gualda, el retrato del Caudillo, el escudo nacional (o su extracto, el yugo y las flechas) y la cruz cristiana adornaban interiores y exteriores de edificios públicos, escuelas, sindicatos y casas subvencionadas. El Valle de los Caídos suponía la construcción de un presente eterno junto con El Escorial, como recuperación de un pasado también eternizado, dentro de una «fascinación histórica» propalada desde el poder.

Y en el destierro no hay territorio para la historia. El exilio español contó únicamente con esa memoria que lo identificó como grupo y que se propagó de generación en generación. De una manera cotidiana, la memoria habitaba en cada casa, en cada madre y esposa que transmitía los ritos, las costumbres, la tradición; de una manera pública y común, la literatura se convirtió en el lugar de la memoria, en el espacio consciente para evitar el olvido546.

La crisis histórica provocada por la convulsión de la guerra civil marca entre los exiliados una disrupción en el tiempo y una separación espacial del pasado que lo convierten en algo inaccesible. La memoria es tan poderosa que incluso quienes no vivieron ese pasado heredan de sus padres el recuerdo, identificándose con un pasado altamente mediatizado, construido, creado por una memoria que claramente devino en vehículo ideológico convirtiendo el pasado en utopía, corroborando la aserción de Richard Terdiman de que las utopías son efectos de la memoria547.

Este interés en la memoria viene dictado por la necesidad que tiene el testigo de   —327→   contar la historia. Como Shoshana Felman señala especialmente en casos de memorias traumáticas, no basta con que el contexto histórico sea conocido, el contexto tiene que ser leído548. El «dar cuenta de la hora» que se impuso en la escritura del exilio español iba más allá de dar cuenta del contexto, el escribir servía para dar cuenta de sí mismo, y para darse uno cuenta. No se trata únicamente de conocer la hora, había que escribir la hora. Los escritores, las escritoras del exilio español no sólo quieren dejar constancia de los hechos, sino que la escritura de la memoria es una necesidad para la supervivencia, tal necesidad urgía por añadidura al contagio: no sólo tenía que conocerse el contexto, tenía que leerse: hacer que los otros revivan la experiencia, se contagien, la padezcan, la entiendan.




III. Dialéctica del exilio

La abstracción del espacio frustra la estructura asociativa de la memoria natural. La memoria voluntaria (no natural, intencionada) se convierte desde el exilio en un contra-discurso que rebate la legitimidad del discurso del régimen franquista.

En el exterior se escribe sobre el pasado inmediato español y en el interior, bajo premisas de unidad como «una nación, una raza, una religión», se cultivó una única literatura en las décadas siguientes a la guerra civil. Una literatura inamovible, exaltadora de lo estático según la define David K. Herzberger549, literatura que fomentaba el olvido del presente. Como demuestra la «Respuesta de los intelectuales en el exilio a José Luis Aranguren», a nivel nacional es imposible una comunicación, un diálogo entre los intelectuales de fuera y de dentro mientras no se produzca una renovación en la situación política española, porque en las circunstancias de 1954, cuando se escribió dicha Respuesta, «tal situación de diálogo sólo sería querella y polémica»550. El exilio reconoce, sin embargo, las voces disidentes del interior, voces que irán ampliando su número hasta contar con auténticas filas de disidencia a finales de la década de los sesenta, alcanzando su versión más sofisticada y multitudinaria a finales de los años setenta, tras la muerte de Franco, con la concurrencia de partidos políticos en el poder.

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Sin embargo, en el periodo de la transición, y por paradójico que parezca, la voluntad de olvido permanece sostenida como fórmula de aceptación interna e internacional. Era el nacimiento de la «joven España» y la «nueva España» en la que joven y nueva nos remiten, por supuesto, a la ausencia de pasado.

Esta disposición de las capas políticas e intelectuales en la sociedad española de los años ochenta son parte y reflejo de una actitud similar a nivel internacional, en una época en la que, como Frederic Jameson señala, «la gente ha olvidado pensar históricamente»551.

En el exilio, sin embargo, en estos años se continúa viviendo en la memoria: ahí están, por ejemplo, las obras escritas por mujeres como Margarita Nelken, María Zambrano, Isabel Oyarzábal de Palencia, Leonor Tejada, Aurora Arnáiz, Silvia Mistral, Nuria Parés, Angelina Muñiz-Huberman, Francisca Perujo, María Luisa Elío... hasta el último volumen de testimonios sobre la guerra y el exilio, Nuevas raíces, publicado en México en 1993.

La memoria de la que hablamos, la memoria del exilio, transciende claramente la mera recolección y reproducción de datos pasados, siendo una posición ideológica frente al olvido y el desentendimiento histórico nacional. En este sentido se establece una dialéctica entre el 'olvido' de la España interior (a pesar de sus voces disidentes) y la memoria de la España peregrina.

La memoria del exilio es la otredad, la alteridad, el otro. Es la que contesta y contradice, la que cuestiona los postulados «históricos» hegemónicos en la península. El presente peninsular evita el pasado, pero la memoria desterrada lo tiene siempre presente. La memoria es la recuperación y creación subversiva, el contra-discurso que narraría lo indecible y cuestionaría lo dicho y lo omitido por el centro.

El grado de extrañamiento, desfamiliarización y otredad que ésta y otras literaturas exiliadas españolas (desde Luis Vives) suponen para la tradición de las letras españolas acarrea el conflicto existente entre ambas. Esta 'diferencia' que caracteriza intrínsecamente a la producción literaria del exilio, supone, sin embargo, su más alto valor dialéctico porque imposibilita la apropiación oportunista del pasado y   —329→   demuestra la productividad histórica del tiempo. Ella nos trae el tiempo histórico hasta nuestros días, en palabras de Gadamer552. Es por ello por lo que esta «diferencia» tiene lugar en un proceso histórico concreto, y no se corresponde con la adaptación que del concepto de différance hace Michael Ugarte definiendo el exilio como fenómeno absoluto553.

El concepto histórico concreto de la dialéctica del exilio comporta sin embargo lo que Michel de Certeau554 denomina el valor teórico de la novela. La literatura del exilio representa, más que ninguna otra producción social, la adaptación y presentación del discurso ideológico en un proceso creativo que se caracteriza, según Certeau, más por la recreación que hace del mismo que por el discurso en sí. Es decir, completando lo que apuntábamos antes, la literatura trasciende el significado inmediato del texto, poniéndolo en relación con una verdad histórica que a la vez trascendida y envuelta en material literario. La literatura del exilio no es sólo una interpretación histórica, sino también, y sobre todo, una recreación literaria.




IV. Memoria semántica y fragmentación

La Segunda República conllevó, como régimen liberal, la feminización del discurso555 dando cabida a la mujer en la esfera pública, promoviendo su acceso a la política y a la independencia económica y social. La guerra acrecienta esta incorporación a la vida pública porque mezcla los espacios públicos y privados y lanza a la mujer definitivamente a la organización política y militar, al frente y a la fábrica. En el exilio convergen factores generales y específicos que determinan un retroceso radical en la incorporación pública de la mujer, afectando de forma directa a la producción literaria femenina: la precariedad de la situación, la adaptación al   —330→   medio, la dedicación a la causa, la desaudiencia femenina y el amateurismo556.

En el exilio existe la memoria semántica, la obra sólida, compacta, significativa, que supone la producción de los exiliados, la réplica dada por el exilio al franquismo, frente a la memoria episódica, o de experiencias personales, de vivencias, que es la memoria que ofrece la literatura de las exiliadas557. Dorothy Goldman558 afirma refiriéndose a la I Guerra Mundial que las mujeres experimentaron la guerra de diferente manera que sus maridos, hermanos o amantes, pero la experimentaron, y además escribieron sobre ello. Lo curioso del caso es que la literatura que escribieron fue inmediatamente olvidada, según Goldman, porque no fueron parte de la agonía física. Opinión muy aplicable al caso español.

Estos últimos años he investigado la obra de las exiliadas de México, caracterizada por la fragmentación, la diseminación y la contingencia559. Por ejemplo, reconstruir la vida de Margarita Nelken supuso la composición de su existencia a partir de lo múltiple y lo disperso, pequeños testimonios, anécdotas repartidas en periódicos y retazos de hechos sin una línea consistente que seguir. Escribir sobre Isabel de Palencia significó rescatarla del olvido: encontré su archivo político y personal, una joya para cualquier investigador, perdido en una biblioteca de la ciudad de México, hecho que corrobora el ocultamiento y desinterés que mencionaba.

Dejando a un lado el factor de la censura oficial que por décadas vetó en España la producción del exilio, la literatura de las exiliadas se ve afectada por los factores mencionados: la precariedad de su situación, sobre todo al comienzo, exigió su colaboración al pecunio familiar, o su dedicación a las tareas de casa cuando los hijos o el marido trabajaban fuera. Por otra parte, la adaptación al medio exigió gran esfuerzo; las mujeres, en el exilio, eran quienes tenían los pies en la tierra, los hombres se dedicaban a lo sublime, como resumen Enriqueta Tuñón y Ruiz Funes:

(Ellos) decían: mi mujer decide lo que se come en casa, a qué escuela van los hijos. Yo decido si España entra en la ONU560.



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Hay que tener también en cuenta el hecho de la desaudiencia, la desatención a la producción literaria de las mujeres como otro factor que trabaja en contra: el interés de su obra era más histórico que literario y pretendía representar la historia de ellas mismas en cuanto a vencidos, no en cuanto a mujeres. Su audiencia estaba interesada en el exilio y su causalidad histórica. Cuando terminaron de narrar sus experiencias como exiliadas, les faltó la motivación para seguir adelante profesionalizándose561. La memoria había sido ya captada por los grandes profesionales de la narrativa. La mujer, que tanto había trabajado en la adaptación al medio, está sin embargo casi ausente del medio intelectual.

La condición de principiante, de amateur, es una característica permanente para la mujer en cualquier medio social, ninguno propicia la profesionalización de la mujer y, como señala Elizabeth Winston, no resulta fácil, incluso para mujeres de gran talento, sustentar la confianza en sí mismas como artistas. Quizás se debe a esto la tendencia de la mujer a pedir perdón a su audiencia por tener la desfachatez de querer ganarse la vida escribiendo e irrumpiendo en el medio masculino562. Mada Carreño encuentra la siguiente explicación a lo anterior dentro del exilio: «Nosotras, las mujeres, en general, empezamos a escribir vergonzosamente, en secreto, sin confiar en lo que hacíamos, y en el exilio no hicimos grandes esfuerzos por ser reconocidas. Escribir debe ser una profesión y nosotras nunca lo aceptamos como tal... Además, pasé mi vida perdiendo el tiempo (es un decir) dedicada a otros».

La literatura de la comunidad exiliada fue, sobre todo, la respuesta a la desterritorialización y sus causas. La mujer, aunque interviene de forma pionera en la creación del territorio físico, no colabora en la formación del ideológico. Su labor pertenece y permanece en la infraestructura, en el terreno emocional563 y consuetudinario. Ellas escriben sobre la lucha común, sobre la memoria reflexiva del ayer, una memoria fragmentada, diseminada, casi inaudible, lo marginal de la gran narrativa del exilio. También la mujer tiene memoria. Si Baudelaire (cuya llorada tumba es ejemplo para Pierre Nora de lieu de mémoire) decía que tenía más memoria que si hubiese vivido mil años, Concha Méndez asevera: «me pesan siglos de abrasadas sangres / de injustas vidas, de latidos huecos», la memoria de lo vivido, y de todo lo anterior, la fraguada memoria histórica, el exilio.

Los desterrados, como Adán y Eva, habían sido expulsados del paraíso. El Sinaia, el Mexique, el Ipanema se alejaban de la utopía devastada buscando un espacio para gente sin lugar. El paraíso estaba en guerra. Como decíamos al comienzo, no hay utopías, son labor de la memoria.





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ArribaAbajoMemoria de una rebeldía: María Teresa León

Margarita Nieto Rodríguez


María Teresa León fue una mujer de letras de los años 30 que, como otros intelectuales españoles republicanos, se vio abocada a exiliarse en 1939. En su autobiografía Memoria de la melancolía reconstruye con extrema sensibilidad, preñada de lirismo en algunos fragmentos, la memoria colectiva e histórica a partir de los sentimientos propios. Quiero destacar el sentimiento de rebeldía de María Teresa564, que se hace visible tanto en su trayectoria vital como en su obra literaria.

La censura oficial impuesta por Francisco Franco moldeó a los españoles que crecieron bajo la represión de la cultura del miedo hasta que consiguió fulminar el instinto de rebeldía mediante la inculcación de la obediencia y del sacrificio. A mi modo de ver, ese sistemático aplastamiento de la capacidad de reacción impregnó de tal manera que aún sigue asumido por la sociedad española. María Teresa León supo mantener una actitud vigilante frente al prolongado exilio y en su obra no entra en el juego de ser cómplice de un silencio conformista y peligroso, se empeñó en no olvidar y plasmó en su escritura su voz rebelde; desafortunadamente, el aislamiento en el que el régimen franquista mantuvo a España impidió que aquí llegase su eco. En Memoria de la melancolía la autora provoca una constante sacudida a los desmemoriados y a los desconocedores de esa parte de la historia con la que ella se comprometió hasta las últimas consecuencias: hace partícipe al lector de los días épicos y dramáticos de la defensa de Madrid y del patrimonio artístico por la España leal a la Segunda República, de los años arropados por el amor y la amistad, recuerdos que nutrirán sus años de exilio. La actitud rebelde de María Teresa León se manifiesta en la valentía con que se enfrenta a los momentos de su vida cotidiana y en la lucidez de sus reflexiones. Ante la mirada del lector se desarrolla la vida   —334→   de una mujer y sus recuerdos personales son pinceladas que paulatinamente van trazando su personalidad. Hay bastantes anécdotas que ilustran su rebeldía, entre espontánea y contenida, que actúa como clave para comprender su vitalismo, su coraje ante las vicisitudes de su existencia. La narración arranca con la evocación de su infancia, donde nos muestra que, hija de un militar, procede de un ambiente de clase social alta; su rebeldía ya es visible en ese pequeño ser que critica lo que le parece contradictorio y, como nos dice de ella misma, de la niña que fue:

Empezaba pronto su rebelión. A la niña se le iba a desarrollar junto con las trenzas un principio de crítica. Esta niña acabará mal565.



Educada en un colegio de disciplina religiosa donde le inculcaban sumisión y obediencia, pronto su actitud reflexiva y rebelde rechinará en ese ambiente como el aceite hirviendo en contacto con el agua fría: María Teresa nos hace saber que fue «expulsada del Colegio del Sagrado Corazón de Madrid, porque se empeñaba en hacer el bachillerato, porque lloraba a destiempo, porque leía libros prohibidos...»566. Reconoce dos influencias decisivas en su incipiente formación intelectual, que encauzan su interés por saber: una, la de su tío lector de Barbastro, que le abre un mundo de lecturas inaccesibles en su colegio; en sus memorias manifiesta la impronta que dejó en ella:

El principal culpable de las lecturas de la chica había sido un tío viejo encerrado en una ciudad de Aragón (...) era un desilusionado de todo menos de la lectura (...)

Pero aquella casa fue para la niña, la silenciosa casa de la lectura. Todos los libros fueron para ella. No hubo selección para proteger sus ojos virginales. Aquella biblioteca guardaba detrás de sus cristales libros en francés y en español, dos lenguas que la niña conocía, libros que quisiera tener hoy567.



La otra influencia procede de su prima Jimena, hija de Ramón Menéndez Pidal y de María Goyri, la primera mujer doctorada en Filosofía y Letras en España. María Teresa, a quien desde niña le gustaba el estudio, ve la posibilidad de ampliar su horizonte cultural en casa de sus tíos y hará el bachillerato junto con Jimena, a la que describe como una muchacha que andaba sola por Madrid y a la que se le permitía leer todos los libros, como a ella le dejaba su tío de Barbastro:

(...) fui siguiendo los pasos de Jimena y cierto aprendizaje para mi vida. Comprendí que los pasos de Jimena y los míos eran divergentes. Ella no iba   —335→   a misa y yo, sí. En la Institución Libre de Enseñanza, donde se educaba, nadie le enseñaba el catecismo. No bajaban la voz para hablar del arte, aunque estuviesen llenos de desnudos los museos568...



A pesar de que se forma en una sociedad férreamente burguesa, tendrá valentía para sacudirse todo atavismo que le pudiese impedir el reconocimiento de los derechos del ser humano al que defenderá con la pluma. Considera que «es un oficio antiguo el rebelarse, lo moderno es saber por qué»569. Empieza a materializar las razones de su rebeldía ante las injusticias sociales que sufre el pueblo español en los artículos que publicará en el Diario de Burgos. En Memoria de la melancolía nos comenta que, en uno de esos artículos, defiende a una jovencísima sirvienta que había ahogado a su hijo recién nacido por temor a ser discriminada por ser madre soltera. María Teresa se hace eco de los problemas de aquellos seres que no pueden expresarse y atribuirá la culpabilidad a una sociedad que permite la ignorancia y la desesperación que lleva al crimen570. Pasados los años encontrará una fotografía de su madre, que contemplará amorosamente y que le hará reflexionar acerca de ese momento en que escoge entre dos formas de vida, la del conformismo o la del compromiso social:

Al crecer te tuve desconfianza. En un lado, me enteré más tarde, estaba tu mundo de gentes altas, y en el otro, el mío (...). Al crecer más, comprendí tus palabras, seguí tus pensamientos pero me alejé de ti porque todo, todo, absolutamente todo lo que hacía tu otro yo, ese yo desprendido de ti y que era tu hija, lo encontrabas fuera de propósito, desprovisto de sentido, reñido con tus costumbres, en pugna con tus sueños (...). En un momento yo tuve que elegir entre tú y el mundo, y elegí el mundo571.



Desde muy pequeña María Teresa León pudo observar que la mujer vivía sometida al hombre, en sus memorias perfila la experiencia de diversas mujeres de su familia (su madre, sus tías...). Son personas resignadas que asumen el lugar que la sociedad ha estipulado que deben ocupar, similar al que se le impondrá de nuevo a la mujer en la postguerra española572. María Teresa se había casado muy joven y su matrimonio al cabo de unos años acabó en ruptura; frente al planteamiento generalizado de soportar una relación aunque sea insatisfactoria, y a pesar de las presiones del cardenal arzobispo de Burgos573, se convierte en una mujer separada con dos   —336→   hijos. Es común en las personas pronunciarse en favor de la libertad, pero un fuerte entramado de chantajes familiares y ataduras sociales (actitudes y puntos de vistas ajenos y propios) crea una muralla entre esa libertad de pensamiento y el comportamiento humano. María Teresa fue una mujer adelantada a su tiempo porque no sólo el principio de libertad conducía su pensamiento sino que traspasó todos los convencionalismos que regían la moral establecida rompiendo las barreras que la historia había puesto a su paso. Fue consecuente tanto en el ámbito privado como en el público, porque actuó con una libertad con la que todavía pocas mujeres actualmente son capaces de desenvolverse. Después de su separación matrimonial conoció a Rafael Alberti, que se convertirá en el compañero sentimental, el compañero idóneo por su respeto de la recia personalidad de María Teresa León. Junto con Alberti escandalizará a una sociedad pacata que no consentía otra forma de vida que la impuesta por sus pautas:

En Madrid alguien se había dado cuenta de la desaparición de un poeta. «¿Quién es la George Sand que ha raptado a Chopin-Alberti? ¿Otra vez idilio en Valldemosa?», escribieron escandalosamente en un periódico. ¡Qué más daba, si todo estaba decidido!574



La actitud beligerante por la dignidad de la mujer también la lleva al terreno de lo público, ya que realiza una constante denuncia de la falta de respeto a la libertad de la mujer:

Otro día, uno de esos que no saben vivir sin amo, tropezó conmigo. Estas golfas, dijo al mirar mi casi uniforme. ¿Qué has dicho? Murmuró no sé qué de muertos y por si acaso aludía a mis antepasados lo agarré del brazo con rabia. Soltó una palabrota. Se enfrentó, pero yo llamé a unos amigos y concluyó detenido y ambos en el juzgado. Di mi nombre. Me miraron con cierto asombro. El bestia seguía hablando pestes de las mujeres. ¿No oyen? Está insultando a las mujeres de Madrid. Esperamos a que viniera no sé quién, y cuando llegó pasamos todos a una sala. La autoridad me pidió. Hable, camarada. Hablé. El furioso interrumpió con una ordinariez y el juez dio un puñetazo en la mesa. ¡Compostura! Guarde compostura ante la dama que está allí. Y señaló, con un ademán solemnísimo, a una pobre estampa donde una conmovedora mujer, la República, guardada por un león, señalaba el camino de la Libertad.

Casi lloré. Miré enternecida al juez, al reo, a los guardias, a la República, al león... Cuando salí de allí, todo lo que veía era distinto. Me pasé los dedos por los ojos y pisé fuerte sobre las losas de la calle para que no se enterase mi acompañante575.



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María Teresa evoca en Memoria de la melancolía que ella y Alberti asistieron al I Congreso de Escritores Soviéticos en agosto de 1934 y, a su regreso, se hicieron militantes comunistas: «Ambos tuvieron un protagonismo decisivo en la organización del Frente Popular de la cultura española, cuya seña específica de identidad histórica fue el antifascismo»576. La rebeldía en sí misma puede convertirse en un gesto estéril si no existe previamente una capacidad de análisis que lleve a una reflexión lúcida y pueda, posteriormente, traducirse en una actitud comprometida ante la realidad. María Teresa León perteneció al grupo de los nuevos intelectuales que adoptaron un compromiso ideológico que apostaba a favor del protagonismo del pueblo. En una intervención que hizo en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, anunció que el intelectual iba a luchar no sólo con palabras, sino también con hechos, con novelas, con conferencias577. Fiel a sí misma, cumplió a lo largo de su vida con el compromiso anunciado: se convierte en una esponja que absorbe el dolor y las ansias de justicia de los seres que la rodean y que al escribir se estruja para dejar indeleble su denuncia en páginas impresas. Precisamente esa capacidad de reconocer a alguien como semejante, es decir, ponerse en el lugar del otro en un esfuerzo de objetividad, es lo que impele a María Teresa a reivindicar el derecho del ser humano a la cultura, que jugó un papel destacadísimo en el bando republicano durante la guerra civil, o mejor, «incivil», como la denominó Unamuno; resalta constantemente la lucha del pueblo español por la dignidad del hombre y por la libertad de los pueblos en defensa de la cultura. María Teresa León se halla junto a Rafael Alberti en Rota cuando se proclama la República y en Memoria de la melancolía evoca los años republicanos como los más claros del siglo XX por la toma del poder de los intelectuales: empiezan a movilizarse las Misiones Pedagógicas y La Barraca para llevar la cultura a los lugares más apartados de España. El compositor Gustavo Durán recordará, durante el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que antes de la guerra María Teresa, Alberti y él iban a dar mítines a los pueblos y, en contacto con los campesinos y los obreros, se maravillaban por la fuerza profunda del pueblo español578. Todas las injusticias y los abusos que había visto sufrir a su pueblo activaron el despertar de la conciencia de María Teresa León, quien buscó la transformación de la sociedad española a través de la educación de gente despojada de todo aquello a lo que tenía derecho: «En el trasfondo de la vida española había seres que se tenían que rescatar. Y por primera vez, eso que llamamos los intelectuales subieron a los riscos donde desde hacía milenios se encaramaban los pueblos de pastores, y   —338→   alguien les tendía la mano y les decía palabras de comprensión humana (...) los ponían en contacto con el mundo ignorado de la civilización del siglo XX que se había desarrollado sin tocarlos»579.

Para documentarse acerca de la toma de conciencia de los intelectuales durante la Segunda República y del compromiso social que supieron asumir hay un libro imprescindible, escrito por Manuel Aznar Soler, titulado Literatura española y antifascismo (1927-1939)580. Aznar Soler analiza los avatares del compromiso antifascista y el proceso que condujo a la celebración en la España republicana del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en 1937, que significó la afirmación colectiva de un compromiso antifascista de más de un centenar de escritores de veintiocho países, de manera que su estudio logra que se comprendan mejor las dimensiones del recuerdo de María Teresa sobre este evento: «El Congreso de Escritores que pensábamos celebrar en España. Escritores de todo el mundo para que vengan y vean. Sesiones en Barcelona y en Valencia y en Madrid sitiado. Una verdad que no tiene por qué ocultarse. Que vengan a ver la verdad de España»581.

Durante la guerra civil María Teresa tuvo entre otros cargos el de secretaria del Comité de Agitación y Propaganda Interior de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura. Aznar Soler señala que la Alianza de Intelectuales «nació como una necesidad impuesta por el contexto histórico, como la alternativa real de vinculación de la inteligencia española republicana con ese pueblo a cuyo servicio se supeditaba todo su trabajo creador. Esta identificación plena y activa con la causa popular era la consumación de ese proceso de la cultura española (...) que el antifascismo resolvía en compromiso militante»582. María Teresa comenta el trasiego intelectual del edificio de la Alianza en su novela Juego limpio:

-¡Qué casa! ¡Si entras por los sótanos te encuentras con los cómicos y si por la puerta te salen al encuentro los poetas!583



O bien en Memoria de la melancolía:

Pasaban por la Alianza de Intelectuales gentes e ideas. Todos traían algo que el tableteo de las ametralladoras y la explosión de las bombas no podía interrumpir. Salían consignas para el futuro. Leer. Es urgente aprender a leer. «Aprendizaje urgente». Hay que borrar el bochorno del analfabetismo español584.



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El escritor cubano Juan Marinello, que actuó como presidente de todas las delegaciones latinoamericanas en el II Congreso, pronunció una frase muy significativa: «España, pueblo en armas, no es un cuartel, sino una escuela»585. Y nuestro entrañable humorista Miguel Gila, que recientemente ha publicado sus memorias, rememora que mientras fue voluntario en el Quinto Regimiento enseñó a leer a milicianos analfabetos durante la contienda. Hay una constante referencia al analfabetismo del pueblo español en la obra literaria de María Teresa: aparece en uno de sus cuentos, «Un examen»586, cuyo argumento es la tragedia de un niño que aprende a leer, pero que se ve impedido a estudiar por la pobreza de su condición social; o bien, en su novela Juego limpio un personaje llamado Santiago el Verde que, para estimular a que aprenda a leer un miliciano, que lleva en sus manos un libro pornográfico, le arranca los grabados obscenos y le promete devolvérselos cuando sepa leer587. Esa constante referencia al analfabetismo del pueblo español es el reflejo de una preocupación muy honda en la inteligencia antifascista española. La voz popular que conocía María Teresa León a través de los romances y de los pregones se la muestra en todo su dramatismo la guerra civil:

¿Arte? ¿Teníamos derecho a enfrentarlos con una palabra que no habían oído nunca? ¿Cómo hablar en nombre de la cultura si los habíamos dejado sin cultura? Fuera se paseaban en procesión, en medio de latines y gorigoris inventados. Donde yo estaba, los detenidos nos decían: No sé leer ni escribir... Jamás me he sentido más desgraciada. Sí, todos eran mi gente pobre y mi pueblo. La guerra civil me había enseñado su cara588.



El plan de alfabetización llevado a cabo por la República se vio truncado por la dictadura. Para acceder a la cultura no sólo es necesario saber leer, sino que es prioritario vivir en libertad. María Teresa León afirma: «éramos el muro, debíamos defender el muro de los hombres libres. Lo hicimos»589; pero al exiliarse se llevaron irremediablemente como único equipaje la palabra libertad: «somos los que hemos conseguido sacar de España una palabra para conservarla sin mancha (...)»590.

María Teresa León tendrá que seguir reaccionando rebeldemente, esta vez ante la falta de libertad de expresión. La anécdota que voy a relatar sucede durante el exilio en la Argentina peronista: mientras trabaja en la radio un censor le prohíbe que recite una estrofa de «El canto a la Argentina» de Rubén Darío porque «dice   —340→   veinte veces la palabra libertad»591; en una segunda ocasión el mismo censor la llamó para prohibirle un texto de Lorca donde aparece la palabra «cama», y ella le arroja: «Y usted, ¿dónde duerme? Y me contestó fríamente. En el lecho. La alta cultura del oficial encargado de la censura me dejó atónita. Pues ahí le dejo a usted en su lecho y le aconsejo que lo llame cama cuando se acueste usted con su querida. Salí corriendo y creo que me persiguieron por la escalera abajo. Se acabó la radio, se acabó la televisión, el cine...»592.

No podemos permitir que se acabe, que se disuelva su memoria, tenemos el deber ineludible de recuperar con nuestra lectura el testimonio que nos transmite en su obra literaria:

No sé si se dan cuenta los que quedaron por allá, o nacieron después, de quiénes somos los desterrados de España. Nosotros somos ellos, lo que ellos serán cuando se restablezca la verdad de la libertad. Nosotros somos la aurora que están esperando593.



Sí, María Teresa, los componentes del GEXEL son conscientes de que la cultura democrática española es heredera de la tradición republicana, por esa razón han organizado este Congreso Internacional sobre «El Exilio Literario Español de 1939», para que entre todos recuperemos y reconstruyamos nuestra memoria cultural sepultada por el franquismo. Tranquila, vuestra aurora seguirá acariciando con sus dedos rosados a los estudiosos que se han dado cita en este otoño de 1995 en la Universitat Autònoma de Barcelona.



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ArribaAbajoIsabel Oyarzábal de Palencia, primera embajadora de la República

Antonina Rodrigo


Isabel Oyarzábal Smith (Málaga, 1878-México, 1974) perteneció a una familia de la alta burguesía malagueña, de padre andaluz y madre escocesa. El bilingüismo en su hogar y el conocimiento de otros idiomas le permitieron ser corresponsal de prensa desde muy joven y actuar en los foros internacionales. El teatro, el periodismo, la literatura, el feminismo, la infancia, fueron los temas que jalonaron la trayectoria vital de esta mujer, que despegó de su formación burguesa para asumir posiciones de izquierda, hasta llegar a ser una de las mujeres más comprometidas de su época.

A finales de los años veinte Isabel Oyarzábal intensifica su acción en el campo de la política. En 1929 preside la Liga Femenina Española por la Paz y la Libertad594. Se especializa en Derecho Internacional, en el capítulo del trabajo de la mujer y el niño. Será la única mujer que forma parte de la Comisión Permanente de la Esclavitud en las Naciones Unidas. Consideraba la esclavitud «...una infame razón de economía, consecuencia de otros inicuos intereses políticos».

En abril de 1931, a raíz de las elecciones municipales, se proclama la Segunda República. Para Isabel Oyarzábal son tiempos de intensa actividad política: forma parte de la candidatura socialista para diputada a las Cortes Constituyentes. Es nombrada traductora del Comité Organizador de la XX Sesión del Instituto Internacional. Y poco después es designada consejera gubernamental en la XV Conferencia Internacional del Trabajo (Ginebra, 28-5-1931) y es elegida vocal del Consejo del Patronato del Instituto de Reeducación Profesional (18-5-1931). En septiembre vuelve   —342→   a formar parte de la Delegación Española en la Sociedad de las Naciones, adscrita a la defensa de la Mujer y el Niño. Isabel Oyarzábal propone a la suprema organización internacional la igualdad jurídica y cívica del hombre y la mujer. Y el 26 de mayo de 1932, el Bureau International du Travail (Organización Internacional del Trabajo), la integra al Comité de Expertos para el Trabajo Femenino, cuya tarea primordial es estudiar los aspectos sociales y económicos de los problemas que plantea la incorporación de la mujer a los centros industriales de trabajo.

En la primavera de 1933 gana por concurso-oposición una plaza de inspectora provincial de trabajo y es designada para representar al Gobierno en el Consejo de Administración de la Sociedad de Naciones, en Ginebra. La delegación española la encabezaba Salvador de Madariaga. La atmósfera de la asamblea fue tensa, pues Goebbels, que presidía la delegación alemana, tuvo una actitud provocadora. Hacía escasos meses que los nazis dirigían los destinos de Alemania, cuya política sería de permanente desafío a las potencias europeas y de intensa represión contra sus opositores. Alemania acabaría abandonando la Sociedad de Naciones. En este clima inquietante, Isabel Oyarzábal fue autorizada a firmar una convención en nombre de su Gobierno, lo cual constituyó un hecho trascendente en las Naciones Unidas, por ser la primera vez que una mujer actuaba, en aquel foro internacional, como ministro plenipotenciario.

Alcalá Zamora disuelve las Cortes y convoca elecciones para noviembre de 1933. En estas elecciones legislativas, la mujer española vota por vez primera. La victoria de la derecha tendrá como respuesta la revolución de Asturias, a la que seguirá una dura represión por parte del Ejército y de las Fuerzas de Orden Público. La casa de Isabel Oyarzábal es registrada por la policía. Más tarde, ante la imposibilidad de una abierta solidaridad con los obreros asturianos, se forman comités clandestinos para recoger fondos para las familias represaliadas. Al lado de la señora Oyarzábal encontramos a Álvarez del Vayo, María Lejárraga, Andrés Manso... Isabel pertenece, asimismo, al Comité Mundial de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, que, dadas las circunstancias, pasa a la clandestinidad con el nombre de Organización Pro-Infancia Obrera, bajo la presidencia de Clara Campoamor.

En 1935, Isabel Oyarzábal se niega a asistir a la Conferencia Internacional del Trabajo, en Ginebra, como representante de un gobierno autoritario. Asiste como delegada de los trabajadores. Es una época de gran agitación social, que culminará con el triunfo electoral del Frente Popular, en febrero de 1936. El partido republicano había prometido, en los mítines preelectorales, devolver su puesto de trabajo a los condenados por los sucesos de 1934. Se crearon comisiones especiales para estudiar cada caso. A Isabel Oyarzábal se la nombró presidenta de una de ellas para solucionar los casos de las mujeres represaliadas.

El levantamiento militar del 18 de julio de 1936 sorprende a Isabel en Madrid.   —343→   Ese día, a causa de la censura y el control de las líneas telefónicas, se ve obligada a desplazarse varias veces desde su casa, en Chamartín, a la Telefónica, para informar como corresponsal del Daily Herald, de Londres, de la marcha de los acontecimientos. Son jornadas desoladoras: no tiene noticias de su hijo, incorporado como médico-conductor de una ambulancia, al servicio de la República. Tras la caída del Cuartel de la Montaña, madre e hijo se encuentran en la Casa del Pueblo. Después, Cefito saldrá hacia la Sierra del Guadarrama, donde se encuentra el frente de guerra. La hija, Marisa, se incorpora, como auxiliar, al hospital de sangre de la calle de Fúcar.

Por decreto de la Presidencia del Consejo de Ministros del 28 de agosto de 1936 Isabel Oyarzábal pasa a formar parte de la Comisión de Auxilio Femenino, organismo delegado del Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, para cooperar con los Ministerios de la Guerra y de Industria y Comercio. Tiene como misión abastecer a los frentes de combate. Pero otros asuntos urgentes la reclaman y a mediados de septiembre es convocada como delegada suplente de España en la XVII asamblea de la Sociedad de Naciones. El 21 de octubre se reunirá en Ginebra con Álvarez del Vayo, Fernando de los Ríos, Ángel Ossorio y Gallardo, Pascual Tomás, Carlos Esplá y Cipriano de Rivas Cherif como secretario general.

El 23 de octubre de 1936, por decreto del Ministerio de Estado, Isabel Oyarzábal es nombrada ministro plenipotenciario de 2.ª clase, con destino en la Legación de España en Estocolmo. Antes deberá asistir a la reunión de la Sociedad de Naciones. Sale de España con su hija Marisa, Isabel, la hermana del poeta Federico García Lorca, ya asesinado, y Laurita de los Ríos (su padre, don Fernando de los Ríos, acababa de ser nombrado embajador de España en Washington). Previamente pasa por Ginebra, donde la nueva embajadora debe recibir instrucciones. Fernando de los Ríos las recibe a su llegada y, en la misma estación, le comunica a la nueva diplomática que, antes de incorporarse a la Legación de Estocolmo, debe participar en una gira por Estados Unidos y Canadá para dar a conocer a la opinión pública la realidad de España. También debería cumplir otra misión: la de informar a la Conferencia del Partido Laborista Británico, en Edimburgo, antes de que se firmase el Pacto de No-intervención. Con Jiménez de Asúa volaron desde París a Londres, con el propósito de alquilar luego una avioneta para llegar a tiempo a la citada conferencia. Extrañamente, los detuvieron durante cinco horas y cuando llegaron a su destino el pacto ya había sido aprobado por el Partido Laborista, entonces en la oposición. Varios delegados, como M. Dobbie y Noel Baker, habían denunciado, en vano, los peligros de la política de No-intervención. Los demócratas británicos, dijo M. Dobbie, tenían la obligación de hacer un llamamiento al gobierno conservador para que levantase el embargo de armas y diese al pueblo español los medios de defender su honor y no dar paso a la creación de un Estado Fascista, lo cual sería   —344→   un deshonor para las democracias del mundo entero. Noel Baker dijo que el gobierno británico estaba todavía a tiempo de salvar el derecho internacional, sin necesidad de provocar una nueva guerra. Ya que mientras Franco contaba con un ejército de mercenarios, la República disponía de cientos de miles de ciudadanos dispuestos a defenderla con las armas. Armas que se les negaban con la No-intervención, el cual suponía, también, un atentado contra la solidaridad internacional. Gracias a la intervención de Lord Strabolgi, de Miss Wilkinson y de Philip Noel Bazer, al día siguiente autorizaron a tomar la palabra a los representantes españoles. La gente, puesta en pie, los aplaudió fervientemente y protestó contra el pacto de No-intervención. La mayoría de la prensa británica aireó la interpelación al gobierno conservador. A Isabel Oyarzábal, un periódico conservador la llamó «la nueva Duse». Aquella política cobarde, contra España, acabaría dando paso a la II Guerra Mundial, a los pocos meses de haberse terminado la guerra por tierras españolas.

En Cherburgo se embarcaron hacia los Estados Unidos Isabel Oyarzábal, Marcelino Domingo, presidente de Izquierda Republicana, y el sacerdote Luis Sarasola. La delegación emprendió la campaña por Toronto, Ottawa, Québec y Montreal, donde los católicos canadienses boicotearon el acto. Siguieron luego hacia New York, donde, en el Madison Square Garden, asistieron unas 25.000 personas y se recogieron 30.000 dólares para el pueblo español. La campaña fue dura, ya que la propaganda enemiga difundía que el objetivo principal de los sublevados era derrotar al comunismo. A pesar de todo, la solidaridad con los leales a la República se reflejaba en cuantiosos donativos. Isabel se pregunta en sus memorias: «¿Las Brigadas Internacionales, qué eran sino una protesta contra la indiferencia oficial y un deseo de demostrar que hombres de más de 50 países estaban al lado de España y que le serían fieles hasta la muerte?». ¿Y de qué hablaba Isabel a aquellos impresionantes auditorios? Del apoyo moral que buscaban, en el pueblo americano, para el gobierno legal de España y el porqué de su reacción frente al fascismo. De que la tan extendida amenaza comunista no existía, puesto que en el Congreso sólo disponían de 15 diputados, frente a los cerca de 300 que tenían las otras fuerzas de izquierda. Habló también de la actitud de la mujer española en los frentes de batalla, en el campo, en los hospitales, en las escuelas y en otras actividades. La gira americana, que duró 53 días, terminó en Washington, donde la delegación española fue recibida por Eleanor Roosevelt, la esposa del presidente de los Estados Unidos. Isabel Oyarzábal y sus compañeros hablaron del conflicto español en 42 ciudades y los donativos pro-España ascendieron a unos 200.000 dólares.

Isabel Oyarzábal debía tomar posesión de su cargo urgentemente, ya que su predecesor en el cargo, señor Fiscowich y Guklón, anunció que no saldría de la Legación española hasta la victoria de Franco. A su llegada a Estocolmo le esperaban los señores Ugarte y Ernesto Delhorey, el secretario y el traductor, que, de momento, la   —345→   instalan en el Gran Hotel. Las relaciones con Suecia eran delicadas; aunque el país simpatizaba con la República española, como nación neutral debía respetar el pacto de No-intervención, de ahí que las relaciones comerciales fuesen precarias. Agravaba la situación el hecho de que en la embajada sueca de Madrid se hubiesen refugiado un gran número de facciosos españoles, los cuales, abusando del derecho de asilo, seguían actuando, clandestinamente, contra la República. A pesar de la situación, el 4 de enero de 1937 una carroza tirada por seis caballos empenachados recogía a Isabel Oyarzábal, acompañada por el Barón Ger, y la conducía al palacio real, a presentar las cartas credenciales a Gustavo V, en uno de los momentos más críticos de la historia de España. El rey expresó, a la embajadora sin embajada, su preocupación por la suerte que corrían los tesoros artísticos españoles bajo los bombardeos.

Los días pasaban y la Legación española seguía ocupada por el ex embajador. El gobernador civil de Estocolmo se vio obligado a enviarle un requerimiento para que desalojase la sede diplomática española. Al fin, la embajadora pudo ocupar el suntuoso palacio, donde estaba instalada la Legación, adquirido en tiempos de Primo de Rivera para alojar a Alfonso XIII y a su familia cuando visitaban Suecia.

Isabel empezó a estudiar sueco y sostuvo, desde su llegada, una intensa relación con el Comité Sueco de Ayuda a España, que proyectaba la instalación de un hospital de sangre en Alicante. Isabel Oyarzábal pasaba el día comprobando y firmando documentos, tratando asuntos comerciales, leyendo comunicados de prensa, escribiendo artículos y escuchando las preocupantes noticias de España. Además, se sentía sola al estar alejada de su marido, destinado en la Legación lituana de Riga, y de sus dos hijos, que seguían en España.

José Giral, ministro de Estado, le encargó que asistiera a la XXIII reunión de la Organización Internacional del Trabajo, en junio de 1937. También le extendería a Finlandia el mandato de su Legación, donde otro diplomático se había parapetado en la embajada. El 9 de diciembre Isabel llegaba a Helsinki como encargada de negocios. Razón por la cual se limitaría a presentar sus credenciales al ministro de Economía, con quien, como en Suecia, firmaría acuerdos comerciales. La señora Oyarzábal, con sus dotes de oradora, transmitió la cruel realidad que vivía el pueblo español bajo los incesantes bombardeos contra las villas abiertas de la zona republicana.

Por la valija diplomática le llega otra nueva misión: la supervisión de las relaciones con Noruega y Dinamarca, países que se disponían, al parecer, a enviar agentes comerciales a la España de Franco. Como, a no tardar, también lo haría Suecia. El 10 de diciembre se celebró la ceremonia de la entrega del premio Nobel de Literatura a la escritora norteamericana Pearl S. Buck, la cual le expresó a Isabel su simpatía hacia la España republicana.

La Navidad de 1938 fue muy triste para Isabel, a pesar de tener a su primer nieto,   —346→   de 4 meses, junto a ella. La resistencia del Ejército Popular republicano se debilitaba día a día. La caída de Barcelona, el 26 de enero de 1939, fue un duro golpe para Isabel, pues allí residía su familia. Del hijo médico, jefe de un hospital en Vic, no sabía nada. El 5 de febrero un telegrama le informa que su yerno se encontraba en un campo de concentración francés. Su marido la llamó una noche para decirle que su hijo estaba en Figueras; pero que no saldría de España hasta poner a salvo a los heridos de guerra que le habían sido confiados. Días más tarde le notifican que su hijo también está internado en un campo de concentración del sur de Francia. Isabel Oyarzábal se desvive por ayudar a los refugiados republicanos. Y el 1.° de abril de 1939 abandona la embajada, con el corazón destrozado por España; pero con la serenidad de un deber cumplido con entrega y lealtad. Sus familiares recobran pronto la libertad y todos juntos se disponen a reemprender una nueva vida en México.

¿Cuál era entonces el ánimo de Isabel Oyarzábal? Por unas declaraciones suyas al evocar su salida de Europa, camino del destierro americano, podemos comprobar que la esperanza seguía siendo su aliada: «Yo no puedo olvidar -decía- que al salir de Noruega, en el barco, siguiendo una costumbre tradicional, se nos entregaron unas cintas de diversos colores, serpentinas, que los pasajeros arrojábamos a los que nos despedían desde el muelle. Cuando yo lancé todas las cintas, vi que me quedaban en las manos los extremos de tres solamente, que me unían a la tierra que dejaba: rojas, amarillas y moradas, y siempre he considerado que aquello fue como una revelación profética de que los españoles al abandonar Europa seguíamos ligados a nuestro país por la bandera tricolor republicana. Volveremos allá. Estoy completamente segura»595.

Isabel Oyarzábal, en el exilio mexicano, reanuda su actividad periodística y literaria. Los trabajos de traducción y sus conferencias y charlas son su tarea prioritaria. Prosigue sus giras por Estados Unidos, explicando, en auditorios y aulas, el «problema vivo e inquietante de España». Pedro Garfias había lanzado su saludo a los cuatro vientos: «Pueblo libre de México: / Como en otro tiempo, por la mar salada / te va un río de sangre roja, / de generosa sangre desbordada.../».

El primer barco, cargado de aquella sangre roja y generosa, de nuestras gentes refugiadas, que habían combatido ferozmente al fascismo, atracaba en tierra mexicana a bordo del Sinaia. Un grupo de sonoros nombres integra la Junta de Cultura Española para tratar de impedir, en lo posible, la dispersión de los intelectuales expatriados, fijándose como meta: «La creación, expresión y conservación de la cultura española». Y éste sería, también, el objetivo de la revista España Peregrina, cuyo primer manifiesto firmarían José Bergamín, Josep Carner, Juan Larrea, Corpus Barga, Emilio Herrera, Joaquín Xirau, Isabel Oyarzábal... Otra revista del exilio sería   —347→   Romance, en la que también colaboró Isabel. El primer número aparece en febrero de 1940 y el título, según sus fundadores, era el «medio de expresión maravilloso de los sentimientos populares españoles, crónica viva de la historia, de la nacionalidad española, es a la vez, con diferentes nombres, en los pueblos de América, la forma de expresión más importante del alma popular».

La autobiografía de Isabel Oyarzábal, I Must have Liberty (Debo tener libertad), aparece, también, en 1940, en lengua inglesa596. Es un libro hermoso, cálido, transparente, donde recrea, en particular, su infancia de niña burguesa, herida de soledad, en aquellos internados-cárceles donde pasó gran parte de su niñez y adolescencia. Le sigue otro libro: The life of Alexandra Kollontay, la embajadora de la Unión Soviética. Ambas coincidieron en Suecia, como diplomáticas. Y una tercera obra también en lengua inglesa: Smouldering Freedom (The Story of the Spanish Republicans in Exile), en 1945, que en castellano llamó Rescoldos de libertad597. En sus páginas narra la variopinta andadura de los exiliados, que va desde su internamiento en los campos de concentración del sur de Francia hasta su presencia, armada, en los maquis franceses. Así como la larga y penosa lucha de la guerrilla española por las sierras ibéricas.

En 1959 se publica su novela En mi hambre mando yo598. El hambre en el mundo había sido siempre una de sus grandes preocupaciones. Pensaba que era la causa del humillante atraso de tantas comunidades humanas. Y cuya erradicación era primordial, si de verdad se quería hacer progresar al mundo. Sabía que existían muchas clases de hambre: la de alimentos, de recursos económicos, de hijos, de poder, pero el hambre de pan era la que hacía retroceder el mundo. Éstas son las ideas maestras de su novela. El título, En mi hambre mando yo, era la respuesta que, un día, un labriego andaluz dio a un cacique que le instaba a que diese su voto a uno de sus explotadores. «Tú tienes hambre -le decía- y nosotros podemos darte lo que necesitas». Era la tradicional coacción para obtener sufragios de la gente pobre. O para romper huelgas, atentando así contra la dignidad humana. Pero el campesino,   —348→   impasible, quizá porque su hambre era lo único que tenía, le respondió: «En mi hambre mando yo». Aunque el episodio sucedió en la Alpujarra granadina, según le contó don Fernando de los Ríos a su hija Laura, Isabel Oyarzábal lo sitúa en su novela en un pueblo malagueño, en su tierra natal.

Isabel Oyarzábal guardó siempre, como un talismán, aquellas tres cintas con los colores de la República que quedaron al azar en sus manos, en el puerto noruego; signo que, ilusionadamente, quiso creer como una señal profética de su pronto regreso a España. Anhelo que nunca se cumplió; en la primavera de 1974 quedó, como tantos de nuestros transterrados, en el Panteón Español de la capital mexicana.



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ArribaAbajoEl mundo literario en el exilio de María Teresa León: Memoria de la melancolía

Susana Rodríguez Moreno. Granada


A Luis Alberto Quesada

Adentrarse en la obra literaria de María Teresa León escrita durante su exilio, es decir, durante esa época comprendida entre 1939 y 1977, es iniciar un camino denso, profundo, rico en su multiplicidad de registros, pero también tortuoso, pues es todavía hoy, un día cualquiera de 1995, la historia de un destierro literario. Recordando aquella rotunda y sentida frase de Max Aub, «he venido, pero no he vuelto», podríamos decir, si bien con otro sentido, que María Teresa León, en el terreno literario, ha venido, pero no ha vuelto. Max Aub volvió a España en 1969, pero sólo pudo venir para irse. María Teresa León volvió a España el 27 de abril de 1977, pero no regresaba del todo. Algo, mejor dicho, mucho, se había quedado en el destierro.

Esos casi cuarenta años de exilio produjeron en María Teresa León una prolija y variada obra. Los títulos, en lo que respecta a su producción literaria, se suceden: Contra viento y marea, La historia tiene la palabra, El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer, Las peregrinaciones de Teresa, Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, Sonríe China (en colaboración con Rafael Alberti), Nuestro hogar de cada día, Juego limpio, El Cid Campeador, Fábulas de tiempo amargo, Menesteos, marinero de abril, Doña Jimena Díaz de Vivar y Memoria de la melancolía.

Pero su obra abarca también colaboraciones en periódicos, revistas, radio, televisión y guiones de cine599. Trataremos, por tanto, de mostrar un panorama general de   —350→   toda su creación durante el exilio, de toda esa labor que casi siempre gira en torno al compromiso y al destierro ya que, como veremos más adelante, la creación para María Teresa León se construye sobre la base de su biografía.

Orán, Marsella, París, Buenos Aires y Roma constituyen el itinerario de su exilio, pero sobre todo un país como Argentina y una ciudad como Roma... La llegada a Argentina un 3 de marzo de 1940 no presagiaba los casi veinticuatro años que María Teresa León, siempre junto a Rafael Alberti desde que sus vidas se unieran a finales de la década de los veinte, iba a pasar en aquellas tierras, ni la amistad generosa y decisiva que el editor Gonzalo Losada le iba a brindar, ni el nacimiento de su hija Aitana un año después de la llegada:

No tengo juicio claro sobre Buenos Aires. ¿Cómo tenerlo si no es ahogada por una ternura inmensa? Veintitrés años vividos en una ciudad marcan. Hoy todo lo que recuerdo me estremece y agita: horas radiantes, angustias, amistades claras ininterrumpidas, la felicidad, el temor que llama a la puerta y todo lo no olvidable porque son los años centrales de mi vida. Y me asomo al balconcillo del primer departamento, calle Tucumán, en una casa de Victoria Ocampo, la que jamás será olvidada porque fue y es la gran mujer que se desvivió por animar la cultura de su ciudad. Allá, la Tusca, primera de su raza, junto a nosotros velaba sin ladrar los primeros sueños de nuestra hija Aitana600...



Y todo esto se lo debíamos a uno de los amigos que nos recibió en el puerto y que con su aire de hombre de mando e iniciativa nos dijo de pronto, al saber que continuaríamos nuestro viaje hasta Chile: ¿Y para qué ir a Chile si estoy yo en Buenos Aires? ¿No soy yo el que va a editar vuestros libros? -Tenemos únicamente un permiso precario. -Todo se arreglará. Y se arregló y tuviste razón tú, Gonzalo Losada, y en todos los momentos, cuando pensamos en ello te sentimos cómplice de nuestra existencia argentina, así como vemos en Pablo Neruda, cónsul de Chile, la protección solar americana caer sobre nosotros, españoles de las manos vacías, sin pan y sin techo601.



Como podemos comprobar, la amistad con Gonzalo Losada es fundamental durante la estancia, la larga estancia, de María Teresa León y Rafael Alberti en Buenos Aires. Gonzalo Losada, de ideas republicanas, trabajó en la editorial que más esperanza diera a los escritores e intelectuales españoles en el exilio: se trata, cómo no, de la Editorial Losada de Buenos Aires. En ella se publicará la mayor parte de la obra de Rafael Alberti y algunos libros de María Teresa León. El recuerdo agradecido hacia la figura de Gonzalo Losada brota a través de estas palabras de María Teresa León:

  —351→  

Gonzalo Losada, el que se cultiva y cultiva una manera de ser diferente a la de otros editores, sonríe, adivina, sabe respetar el talento, alardea de cierta modestia que suele gustar mucho a los orgullosos intelectuales. Recuerdo junto a él la franqueza alegre del filósofo Francisco Romero y la grata presencia de Felipe Jiménez de Asúa y la sonrisa difícil del inteligente Guillermo de Torre. Durante años y años, Gonzalo Losada no ha hecho más que abrir libros y presidir consejos, durante años y años ha dado el pase edítese a nuestros libros. ¿Cómo no darle las gracias?602



Como veíamos antes, la Editorial Losada publicó varios libros de María Teresa León durante su exilio. Éstos son El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer, Doña Jimena Díaz de Vivar y Memoria de la melancolía. Esta última obra, que trataremos después con más detalle, la escribe María Teresa en su exilio romano durante la década de los sesenta, pero, sea por fidelidad y agradecimiento a Gonzalo Losada o por otras razones, se publica en Buenos Aires por la Editorial Losada en 1970. Buenos Aires, ciudad que acogió la mayor parte de su producción, recibe esta última obra publicada en el exilio603, recibe Memoria de la melancolía, obra con la que termina nuestra escritora su andadura por el destierro. Pero, ¿cuándo había comenzado su andadura por el camino de la creación literaria? Todo comenzó cuando apenas había dejado del todo la infancia, esa infancia que ella luego no quiso oír, escribiendo aquellos Cuentos para soñar dedicados a su hijo, «cuyas manos tienen la tinta de colegial». Con la modestia y sencillez del recuerdo querido y lejano, María Teresa evoca con estas palabras ese momento:

Ni recuerdo cuándo empecé. Debía tener catorce o quince años. Escribí las cosas que yo me había contado en sueños, y Cuentos para soñar los llamé cuando se publicaron en Burgos en una editorial que acogió con simpatía tan poca cosa. Una amiga los ilustró604...



Así, recordando lo que se había contado en sueños, empezó su carrera literaria María Teresa León para continuar siempre acercando sus vivencias, sus sueños, su compromiso político y social, y, finalmente, el dolor y el desgarro del destierro, de la incertidumbre del final de un exilio que se prolongó casi cuarenta años, al cabo de los cuales María Teresa volvía a España con la memoria perdida por los caminos de la enfermedad, sin apenas darse cuenta de que esta vez el avión sí aterrizaba en suelo español para no despegar ya nunca más...

Para María Teresa León, como para tantos escritores e intelectuales que vivieron el mismo éxodo, la creación comporta un compromiso y una forma de lucha contra   —352→   el olvido. Es su historia mezclada con la Historia, es lo que algunos despectivamente llaman «literatura panfletaria»; es, en definitiva, una literatura que se forja a partir de unos hechos reales, de unas vidas tamizadas por el filtro de la memoria:

Puede que los que leen hoy estos testimonios de nuestro ayer encuentren que estos versos y todos los que se escribieron en aquellas circunstancias extremas son, como los que nos dejaron los poetas del 2 de mayo, versos de circunstancia, un «oigo patria tu aflicción» que regresa. Eso no importa. Cuando un gran poeta incorpora su voz a los desastres de su patria, ésta seguirá oyéndose, como la de Goya al grabar, para advertencia de todos los hombres del mundo, el horror de la guerra605...



Para ir finalizando este acercamiento -quizá demasiado general- a la creación de María Teresa León, a su mundo literario, retomemos algo que ya apuntábamos antes: el destierro literario que sufren todavía hoy algunos escritores españoles que salieron de España tras la derrota de 1939. Pero se trata de un destierro que ya está tocando fondo, pues iniciativas como las del GEXEL están devolviéndonos algo que es de estricta justicia que permanezca entre nosotros.

En el caso de María Teresa León, si bien es cierto que algunas editoriales españolas han apostado por la reedición de parte de su obra, todavía queda parte de ella que no se puede adquirir en las librerías ni consultar en las bibliotecas españolas. A este destierro contribuyen, de algún modo, autores como Antonio Colinas o Robert Marrast, ya que no colocan el nombre de María Teresa León en el lugar que le corresponde. Me refiero, en concreto, a sus estudios sobre las estancias de Rafael Alberti en Ibiza y México. En ellos, ambos autores se ven obligados a reflejar la vida y la obra de María Teresa León pues, como es sabido, ambas corrieron durante muchos años paralelas a la vida y la obra de Rafael Alberti. Sin embargo, tanto Colinas como Marrast dejan que en los títulos de sus respectivos trabajos el nombre de María Teresa León brille por su ausencia606.

Pero quizá la apuesta más valiente sea la de la edición de la obra inédita de María Teresa León. En este sentido, podemos señalar la edición que ha realizado de la obra dramática de María Teresa titulada La libertad en el tejado el profesor Manuel Aznar Soler, una edición con todo el rigor filológico que la obra se merece607.

  —353→  

Así pues, el estudioso o interesado en la obra de María Teresa León se encuentra con estos problemas que hemos señalado, con estas ausencias de libros, de los libros que escribiera un día aquella miliciana, aquella salvadora de los cuadros del Museo del Prado, aquella escritora, directora de escena y actriz que fundara un día de 1933 la revista revolucionaria Octubre... Y todo ello junto a -y no tras de- Rafael Alberti.

Se trata, por lo tanto, de que el lector anónimo pueda ofrecer el mayor homenaje, el mejor ejercicio de gratitud a nuestra escritora, con alguno de sus libros entre las manos, recordando siempre su elegante prosa, sus cuentos para soñar, o los inspirados en viejos romances, o los surrealistas, o sus «fábulas de tiempos amargos», es decir, recordando su vida. Y es que es éste, como sabemos, el mejor homenaje que se le puede rendir a un escritor. Y María Teresa León era una escritora, una fabuladora de su propia vida. Ella decía: «Cuento de nuevo la historia, cuento otra vez y la recuento si el cuento me gusta...»608.

Empezaba Luis Buñuel su autobiografía, titulada Mi último suspiro, con estas palabras: «Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sólo sea a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida». Cuando María Teresa León comienza a escribir Memoria de la melancolía, es decir, a relatar su vida, sabe que el mal de Alzheimer está haciendo mella en su memoria, y tiene prisa, incluso «tropieza pero sigue», porque sabe que esa enfermedad, de herencia familiar, la hará olvidarse incluso de ella misma. Y María Teresa León nos lo cuenta casi todo en su Memoria de la melancolía. Por ello, existen muchos niveles de lectura desde los que el lector puede acercarse a esta obra. Se pueden abordar estas páginas como la autobiografía de una mujer del siglo XX o como la reflexión de un escritor ante su obra, por ejemplo. Pero, ¿y si unimos ambas perspectivas? La misma autora nos ofrece la frase indicadora para seguir este camino: «No establezco diferencias entre vivir y escribir»609.

Así, la obra se elabora desde el presente, desde un momento concreto de la vida («Ahora atravieso todos los días en Roma una puerta almenada, luego saludo a Pietro, a Ferrucio, los dueños del bar y, antes de tomar la cuesta de Vía Garibaldi, vuelvo los ojos hacia una casita pequeña, intocable, donde está hoy el restaurante Rómolo...»610), para desarrollar a continuación el ejercicio de la memoria que, desde el exilio, se convierte en melancólica. Podríamos citar muchos ejemplos de los saltos que la memoria ejercita a lo largo de las casi trescientas páginas de la obra. Asimismo, la obra rompe con el concepto de género, quizá porque dentro de la memoria hay cabida para todos los tipos de géneros. En este sentido, la historia de   —354→   la perra que un día les regalara Pablo Neruda, Niebla, se puede considerar como un relato inserto en el libro de memorias, en el que la historia del animal corre paralela a la historia de España:

Llegó un camión. Se llenó de mujeres aterradas y tú corriste detrás de él con toda tu fuerza, porque creíste que te pedían que jugases... ¡Más, un poquito más, Niebla! Se te atragantó el aire, jadeaste. ¡Resiste! ¡Cómo ayudarte si los niños se quedan abandonados y la madre grita que ha olvidado, con el miedo, al más chico en la cama! ¡Resiste! Todo bulle, se lamenta y llora. Tú corres, jadeas... ¡Resiste! Eso le pedían al pobre pueblo español: ¡Resiste! ¿Cómo? No sé, Niebla, en qué momento tus cuatro patitas se doblaron y te quedaste tendida en la cuneta, con la lengua de clavel fuera... ¡Cómo son los hombres!, pensarías oscuramente, y te envolviste en tu piel gris de plata, descorazonada de los hombres para siempre611.



Del mismo modo se produce la ruptura del concepto clásico de género establecido por la crítica o la fusión de los tipos de género en un marco común. Así, aparece en un marco autobiográfico el poema en prosa612, pero también la crónica documentada613 para añadir un carácter testimonial y más distanciado con respecto a sus vivencias personales (quizá por esa necesidad de que las partes más documentales sirvan con este fin al lector, le hace insertar por primera y única vez en toda la obra una nota a pie de página, nota en la que se explicitan todos los nombres de los generales y coroneles fusilados o muertos en el destierro por fidelidad a la República), así como la ficcionalización del recuerdo a través de los distintos «personajes» del siglo XX que nos dejan oír su voz, su participación en el hecho común que los une614.

Si la memoria es la lógica interna de la obra, a partir de la cual se estructura la narración de la vida, ésta se presentará como soporte de la obra literaria. Si ha empleado el artificio de la ruptura de los géneros, ha sido para contar su vida, una vida que se establece como argumento de toda su obra. El lector de Memoria de la melancolía, conociendo la producción literaria anterior de nuestra escritora, descubre cuánto de «su verdad» existe en toda la obra literaria de María Teresa León. De este modo, el lector tiene la conciencia de estar ante una obra autobiográfica desde el inicio de la carrera literaria de María Teresa, por más que ella recree su vida, ficcione su historia y la Historia o, por ejemplo, nos encubra como personajes literarios a sus compañeros de las Guerrillas del Teatro o a ella misma, como ocurre en su novela Juego limpio. Por ello, aunque las referencias explícitas sobre su obra   —355→   escaseen en Memoria de la melancolía615, el lector tiene ante sus ojos la reflexión final de toda la obra de un escritor, la reflexión sobre su mundo literario. Se puede, por tanto, llegar a pensar que María Teresa León no quiso ser lo más objetiva posible al contar su mundo, ni tampoco impregnar su obra de un realismo falso por imposible, por la imposibilidad del «ojo inocente».

Memoria de la melancolía es, en definitiva, una vida y una obra reinterpretadas a través de la luz del recuerdo, de lo vivido y de lo escrito, pero esta vez re-vivido y re-escrito.