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Max Aub y Manuel Tuñón de Lara: dos intelectuales del exilio ante el laberinto español822
El objeto de este trabajo es establecer un paralelismo entre la vida y la obra del escritor Max Aub y del historiador Manuel Tuñón de Lara, quienes fueron grandes amigos durante su exilio pese a la distancia física que les separaba: el primero residente en México y el segundo en Francia. Para ello hemos examinado sus libros, en especial Hablo como hombre, La gallina ciega y los Campos aubianos, y La España del siglo XIX y La España del siglo XX de Tuñón, así como diversos estudios sobre ellos. Pero nos basamos principalmente en dos fuentes importantes: su numerosa correspondencia a lo largo de quince años (1958-72), compuesta por unas trescientas cartas conservadas en el Archivo-Biblioteca de Max Aub en Segorbe (Castellón), y los estudios del propio Tuñón de Lara acerca de la obra narrativa de su amigo, sobre todo sus extensos prólogos a las Novelas escogidas (Aguilar, México, 1970) y al Laberinto mágico; escrito este último en 1969 para la edición de Aguilar, que no llegó a publicarse, ha permanecido inédito hasta hoy, encontrándose una copia del mismo en el mencionado archivo de Segorbe.
—490→Sin duda, la Guerra Civil de 1936-39, seguida de la tragedia del largo exilio durante la dictadura franquista por su condición de vencidos en ella, constituyó el hecho fundamental que unió sus trayectorias vitales e intelectuales. Éstas fueron diferentes en sus orígenes por varios motivos. En primer lugar, pertenecían a generaciones distintas: Aub (París, 1903), a la que surge en la dictadura de Primo de Rivera (literariamente, la del 27); Tuñón de Lara (Madrid, 1915), a la generación rota de 1936. En segundo lugar, sus vocaciones no eran similares: el primero era ya un escritor vanguardista bien situado en el mundo literario español con varias obras publicadas, mientras que el segundo era un joven estudiante de Derecho en la Universidad Central durante el quinquenio republicano, que ya tenía una clara vocación por la historia. Y en tercer lugar, tampoco coincidían en su militancia política: Aub se hallaba afiliado al PSOE desde 1929; Tuñón ingresó en 1932 en las Juventudes Comunistas y fue dirigente del sector más radical de la Federación Universitaria Escolar (FUE). En 1936 la formación del Frente Popular y la fusión de los jóvenes socialistas y comunistas en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), contribuyeron a aproximar sus posiciones políticas antifascistas. Pero fue el estallido de la Guerra Civil el acontecimiento histórico decisivo que trastocó por completo sus vidas y les dio ocasión de conocerse personalmente, pues no se habían tratado en el Madrid republicano.
El compromiso de ambos con la causa de la II República española fue inmediato y constante a lo largo de todo el conflicto bélico, en el cual sus actividades se centraron en temas culturales. En plena guerra su común dedicación a la cultura les unió. Pero en sus inicios, durante el verano y el otoño de 1936, su actuación fue principalmente política al dirigir sendos periódicos ligados a sus respectivas organizaciones políticas: Max Aub fue co-director del diario socialista Verdad de Valencia, mientras Tuñón lo era de Joven Guardia, portavoz del batallón homónimo de las JSU de Madrid.
En diciembre de 1936 se conocieron en París, en donde se encontraba Aub como agregado cultural de la embajada española, siendo embajador el diputado socialista Luis Araquistain. Allí viajó Manuel Tuñón como dirigente estudiantil para participar en la Conferencia Mundial de ayuda a la juventud española. Este primer encuentro entre ambos tuvo continuidad en 1937 en Valencia. En la entonces capital de la República, Tuñón de Lara fue profesor y director de la escuela de cuadros de las JSU, secretario del Patronato de la Casa de la Cultura y organizador de la Conferencia Nacional de los Estudiantes, último congreso de la FUE, que se celebró a primeros de julio de 1937, por los mismos días en que Max Aub colaboraba en la organización del famoso II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura.
—491→Los paralelismos entre ambos no terminan ahí: la afición al teatro era otro punto que tenían en común. El dramaturgo Max Aub fue el director del teatro universitario El Búho, de la FUE de Valencia, y el secretario del Consejo Central del Teatro en la Guerra Civil. Por su parte, Tuñón escribió un artículo titulado «Teatro y Presente» en el número 1 de los Cuadernos del Teatro Universitario (Valencia, 1937), en el cual ofrecía una visión crítica del teatro que se representaba durante la contienda, aunque sin citar el teatro de circunstancias de Aub.
Si la Guerra Civil contribuyó a acercar sus vidas, el final de la misma les alejó durante mucho tiempo. La debacle republicana les condujo por derroteros distintos: Aub se exilió a Francia en febrero de 1939 tras la conquista de Cataluña por el ejército franquista, mientras que Tuñón de Lara padeció la «guerra civil dentro de la Guerra Civil» que se dio en Madrid en marzo de 1939, siendo detenido por los casadistas, y quedó atrapado con miles de republicanos en el puerto de Alicante al término de la contienda el 1 de abril. Por decirlo con los títulos de las obras de Max Aub, éste fue testigo y protagonista de Campo francés, Enero sin nombre y otros relatos breves del Laberinto mágico, al tiempo que Tuñón lo era de Campo del moro y, sobre todo, de Campo de los almendros.
En los primeros años de la postguerra ambos vivieron y sufrieron experiencias similares: la tragedia de los vencidos, la penuria de las cárceles y los campos de concentración. En la Francia de 1940, durante la II Guerra Mundial, Aub fue detenido al ser acusado falsamente de ser comunista y estuvo preso en Marsella, París, Niza, Vernet (Ariège) y Djelfa (Argelia) (cfr. su «Carta al presidente Vicente Auriol», 1951, reproducida en Hablo como hombre, 1967). En la España de Franco Tuñón conoció el campo de Albatera (Alicante) y las prisiones de Porta-Coeli (Valencia) y Madrid.
Los dos quedaron definitivamente libres en 1942. Huido del terrible campo argelino, Max Aub consiguió arribar ese año a México, país en donde residiría hasta su muerte en 1972. Tras unos años difíciles, en 1946 Manuel Tuñón se vio obligado a pasar clandestinamente a Francia ante la persecución de la policía franquista por ser dirigente de la Unión de Intelectuales Libres. Su regreso definitivo a España no tendría lugar hasta 1982.
Por tanto, fue en su dilatado exilio de varias décadas donde realizaron la parte principal y más numerosa de sus obras literarias e historiográficas. Desde su llegada a América Aub escribió incesantemente piezas de teatro, novelas y relatos, dedicados en su mayoría a la Guerra Civil y al exilio republicano español, y se integró plenamente en el mundo intelectual y universitario mexicano, siendo profesor de cine y de teatro y director de la radio de la Universidad Nacional Autónoma de México. Muchas más dificultades tuvo Tuñón de Lara, quien, antes de poder consagrarse por completo a la historia al ir como profesor a la Universidad de Pau (1965), —492→ vivió veinte años en París haciendo de su intensa dedicación al periodismo su principal medio de vida. Entre las numerosas publicaciones en las que colaboró, varias eran mexicanas (Cuadernos Americanos, Revista de la Universidad de México...), y a ello coadyuvó su amigo Max, a quien enviaba también una crónica titulada «Carta de París» para la radio de la UNAM durante los años sesenta.
Según el testimonio del propio Tuñón, su reencuentro se produjo en 1956 en París, coincidiendo con la publicación de su primer libro (Espagne). A partir de entonces la amistad entre ellos se intensificó por medio de su constante correspondencia y de esporádicos encuentros con ocasión de los viajes del escritor a Francia. Si éste declaró que la amistad era uno de los valores en los que más creía, buen ejemplo de ello es su relación con Manuel Tuñón, según dan fe sus cartas. Éstas constituyen una fuente de primer orden para conocer la vida, las ideas y la elaboración de libros importantes (Campo de los almendros, La España del siglo XX) de estos dos destacados intelectuales del exilio, en especial en el caso de Tuñón, quien se explaya mucho más que Max Aub, cuyas misivas son en general más escuetas.
A través de sus escritos se constata la coincidencia de su visión política tanto del franquismo como del exilio, a pesar de su diversa procedencia política. Aub fue partidario de Negrín y no de Prieto dentro del socialismo español (cfr. su artículo «Juan Negrín, el guerrillero», 1956, recogido en Hablo como hombre) y fue crítico del comunismo de los países del Este por la falta de libertad de expresión, pero nunca fue anticomunista («yo no soy comunista, ni comecomunista: soy un liberal, un socialista liberal», se definió en su carta citada al presidente francés Auriol). Tuñón abandonó discretamente su militancia comunista a mediados de los años cincuenta, cuando empezó su obra de historiador.
Les une principalmente el hecho de ser ambos intelectuales comprometidos con su tiempo y con su país. Su compromiso político, que tiene un componente ético, se concreta en un marcado antifranquismo al margen de los partidos. En su reciente estudio introductorio de La gallina ciega (1995), Manuel Aznar Soler ha resaltado «la dimensión ética del compromiso político del intelectual» Max Aub, quien «entiende como compromiso político su testimonio moral de La gallina ciega» y sostiene que «un intelectual es una persona para quien los problemas políticos son problemas morales». Sobre esta cuestión escribió Tuñón de Lara en su artículo «Los grandes temas de la cultura española en la hora presente» (Cuadernos Americanos, n. 6, noviembre-diciembre de 1964, n.º 6): «el hecho de 'comprometerse' supone que se es intelectual y no sólo 'profesional del intelecto'», poniendo a Antonio Machado como el prototipo del intelectual por su ejemplo y su obra humanista.
Precisamente, la admiración por la figura humana y literaria de Machado es otro aspecto común a Max Aub y Tuñón, quienes le trataron en la Valencia de 1937 al ser el presidente de la Casa de la Cultura y del Consejo Central del Teatro cuando —493→ ellos eran sus respectivos secretarios. Su muerte en el exilio francés representaba la ética republicana derrotada en la Guerra Civil. Si Machado era uno de los poetas preferidos de Aub, para Tuñón de Lara ha sido siempre su poeta predilecto; a él ha dedicado su libro Antonio Machado, poeta del pueblo (1967) y numerosos artículos, entre ellos dos en los Boletines de la Unión de Intelectuales Españoles (UIE) en Francia y en México, el primero de los cuales se titula significativamente «Machado, el poeta que tomó partido» (40-41, marzo-abril de 1948).
Otro punto en común entre Tuñón y Aub fue su condición de dirigentes de esas dos agrupaciones de intelectuales españoles exiliados. Así, el primero fue secretario general adjunto de la UIE en París a finales de los años cuarenta, mientras que el segundo fue vicepresidente de la UIE de México, cuyo presidente era León Felipe, otro ejemplo de gran poeta comprometido. Para Tuñón, el intelectual tiene que seguir la invocación de León Felipe: «De aquí no se va nadie. / Mientras esta cabeza rota / del Niño de Vallecas exista, / de aquí no se va nadie, nadie, / ni el místico ni el suicida». Como Max Aub y Manuel Tuñón no eran hombres de partido («ni tú ni yo somos hombres esencialmente políticos», escribe este último el 12 de septiembre de 1965), su compromiso como intelectuales se realizaba mejor en organizaciones suprapartidistas y con una importante faceta cultural -como las mencionadas Uniones de Intelectuales Españoles-, que en los partidos actuantes en el exilio, lastrados por profundas divisiones internas (el PSOE) o por disidencias notorias (el PCE).
Ambos exiliados coinciden también en su ideal político de cara al futuro: la unión del socialismo y la libertad del hombre. En 1949, ante lo que considera «el falso dilema» planteado por la guerra fría entre el capitalismo norteamericano y el comunismo soviético, Max Aub aboga por una tercera vía cuya meta o utopía sea «una economía socialista, en un Estado liberal»: «es posible suponer un futuro mundo socialista, con economía socialista, que encuadre un Estado liberal donde la libertad no sea un eufemismo» (artículo publicado en El Socialista de México, 1949, e incluido en Hablo como hombre, 1967). Sus concepciones, propias de un humanismo socialista, se reflejan en su teatro mayor escrito en los años cuarenta (San Juan, Morir por cerrar los ojos y No), según ha estudiado Aznar Soler (en A. Girona y M.ª F. Mancebo, editores, El exilio valenciano en América. Obra y memoria, 1995). Por su parte, Tuñón de Lara manifiesta su desideratum en una carta fechada el 25 de agosto de 1965: «quiere para España una democracia y, para un mañana -lo más pronto posible-, un socialismo que no se oponga a la dignidad del hombre». En ella señala que ya no se puede ser antifranquista como un cuarto de siglo antes, rechaza una solución de violencia como «el mayor de los dislates» y expresa su «gran estima» por el Partido Socialista, «a despecho de lo que puedan hacer o pensar unos dirigentes vitalicios instalados en el exilio».
En los tres lustros que duró su correspondencia tan sólo hemos encontrado un —494→ tema significativo en el que discreparon francamente: su valoración de los Cuadernos de Ruedo Ibérico, la revista publicada por esta famosa editorial de París entre 1965 y 1977 bajo la dirección de Jorge Semprún y José Martínez. Este último fue uno de los editores de Aub en Francia, pues le publicó Campo francés (1965). Tuñón tuvo bastante relación con José Martínez en París en la primera mitad del decenio de 1960 y colaboró en algunas cosas con Ruedo Ibérico, pero no publicó ninguna obra en dicha editorial por su amistad con Antonio Soriano, el propietario de la Librería Española de París, quien le editó sus primeros libros. La opinión de Tuñón de Lara sobre Ruedo Ibérico fue variando con el transcurso del tiempo, según deja patente su correspondencia con Max Aub. En su cambio influyó su amistad con el diplomático Vicente Girbau, socio de Martínez, que por diferencias entre ellos abandonó la empresa a finales de 1963. Si inicialmente la calificaba de «simpática pero incoherente editora» (carta de 26 de marzo de 1963), un año después le parecía poco seria y tachaba de «literatura panfletaria» alguno de sus libros (caso de España, hoy: cartas de 11 de abril y 12 de agosto de 1964).
El hecho que motivó su discrepancia con Aub fue la aparición del número 1 de los Cuadernos (junio-julio de 1965), en el cual Jorge Semprún criticaba muy negativamente la novela Las ruinas de la muralla del escritor comunista Jesús Izcaray, amigo de Tuñón (quien la prologaría al editarse en España en 1977). A juicio de éste, no se trataba de una crítica literaria sino de un ataque político, que demostraba que la revista no contribuía a unir sino a dividir aún más las filas de la oposición antifranquista, aislando y atacando a los comunistas. Por ello, se negó tajantemente a colaborar en los Cuadernos y aconsejó a Aub que tampoco lo hiciese (cartas de 10 y 25 de agosto de 1965). En esta ocasión Max no siguió el consejo de su amigo y escribió en ellos por considerar que «cumplen una función de lucha activa contra el régimen de Franco» (18 de agosto y 2 de septiembre de 1965).
En su interesante carta del 25 de agosto de 1965, Manuel Tuñón vertía duras críticas contra José Martínez («partidario de una política extremista y de violencia») y contra Semprún, atribuyendo su ataque a Izcaray a su reciente expulsión del PCE (Tuñón estimaba a Semprún como novelista en francés y había elogiado Le grand voyage en Cuadernos Americanos). A raíz de esto sacaba a relucir la crisis del PCE en 1964 por la disidencia de Claudín y Semprún: «me parecieron inteligentes y oportunas gran parte de sus sugerencias, capaces de abrir nuevos caminos (...). Pero mi decepción fue grande cuando supe y pude comprobar que no cederían en una pulgada, a trueque de causar daños mayores, que creían preferible 'romper la baraja' a esperar pacientemente a que el tiempo dijese si tenían una razón que la mayoría les negaba por el momento». También mencionaba los «métodos reprobables» de la dirección del PCE, que les trató con «excesiva dureza o incomprensión». Este conflicto en el seno del comunismo español no le impidió a Tuñón conservar la amistad, —495→ que le unía desde su juventud en la República, con protagonistas de las dos partes enfrentadas, como Fernando Claudín y Manuel Azcárate.
La correspondencia entre Aub y Tuñón pone de manifiesto la pasión que ambos intelectuales sienten por España y la necesidad que tienen de volver a pisar su tierra a pesar de la persistencia de la dictadura franquista, causante de su prolongado exilio. Su añoranza de España es continua y se refleja en estas manifestaciones del historiador: «¿cuándo será que podamos vivir en (España), pero vivir, no vegetar ni tampoco subsistir en la angustia y el terror cotidianos?»; «esta puñetera patria que tanto nos desazona. Creo que no la miramos ya como 'la madre patria' sino como novia o mujer inaccesible, que no podemos poseer» (cartas de 1 de septiembre de 1960 y 9 de febrero de 1967).
Es bien conocido que Max Aub regresó, al cabo de treinta años de exilio, en el verano y el otoño de 1969, con el pretexto de buscar documentación para su libro sobre Luis Buñuel, y viajó de nuevo a España en 1972, poco antes de su fallecimiento, acaecido el 22 de julio en México. También en los últimos años del franquismo (1973-75), Tuñón de Lara visitó su país tras veintisiete años de ausencia y desde entonces lo hizo con mucha frecuencia, hasta que se jubiló como profesor en la Universidad de Pau (1981) y trasladó su residencia al País Vasco.
Sus primeros viajes despertaron la expectación periodística (les hicieron numerosas entrevistas), la animadversión de escritores franquistas (caso de Emilio Romero contra Aub) y algunos problemas con el régimen (suspensión de una lectura teatral de Aub y de una conferencia de Tuñón sobre Machado, breve detención de Tuñón en Málaga en 1974). Pero, en general, su experiencia y sus impresiones sobre España fueron radicalmente distintas.
En los escritos o en las declaraciones de Tuñón de Lara no hay nada que se aproxime ni remotamente a la visión desgarrada y pesimista de La gallina ciega (1971), el diario español que Max Aub escribió con motivo de su primer viaje en 1969. Después de vivir tantos años exiliado anhelando el retorno, se encuentra con un país desconocido, que nada tiene en común con la España que abandonó en 1939, ni tampoco coincide con la que se imaginaba desde México: «España ya no es España», sentencia Aub. Es la «tragedia del desarraigo» del transterrado, al que le resulta imposible volver e integrarse en un país que ya no es el suyo, máxime en vida de Franco, según han resaltado varios autores (Monleón, Soldevila, Aznar Soler). Este último considera La gallina ciega como «su verdadero testamento literario y moral» y el epílogo o la última novela del Laberinto mágico, que podría haberse titulado Campo oscuro o Campo de sombras. Su protagonista es el propio escritor, quien a través de sus páginas polemiza con el país entero (cfr. el artículo de Francisco Ayala, en el número de «Homenaje a Max Aub» de Cuadernos Americanos, marzo-abril de 1973). Max Aub fue consciente de que La gallina ciega no era un libro objetivo ni imparcial, como reconoció en su prólogo. Y así se lo —496→ anunciaba a Manuel Tuñón en su carta de 18 de mayo de 1971, poco antes de su publicación en México:
En esto la actitud de Tuñón fue la contraria. Si Aub recalcó varias veces desde que pisó de nuevo el suelo español: «He venido, pero no he vuelto», años después de su regreso Tuñón de Lara declaraba en una entrevista con Alberto Reig Tapia que él volvió a España, pero que «volver no es volver atrás», parafraseando a José Bergamín. Él era plenamente consciente de que la España de los 70 apenas tenía que ver con la que él dejó en la postguerra, pues conocía la nueva realidad sociológica española y tenía contacto con muchos universitarios españoles que acudían a sus Coloquios de Historia Contemporánea en Pau desde 1970. En lugar de criticar a la juventud española como hizo con frecuencia Aub en La gallina ciega, Tuñón conectó bien con ella y ejerció gran influencia intelectual sobre los jóvenes historiadores y científicos sociales españoles, que se formaron con la lectura de sus libros. En especial, La España del siglo XIX y La España del siglo XX, editados en Barcelona en 1973-74, se convirtieron en auténticos best sellers pues se vendieron más de cien mil ejemplares de cada uno de ellos. En cambio, Max Aub se solía quejar de que apenas se leían sus obras en España y no llegó a ver publicados los seis Campos del Laberinto mágico en su patria, pues no aparecieron hasta 1978-81.
Buena prueba de la popularidad de Manuel Tuñón de Lara fue la masiva asistencia a sus conferencias, impartidas en la Complutense y en bastantes universidades españolas en 1974-75 y en la transición, llegando a ser un símbolo de la nueva historiografía para muchos estudiantes y profesores. De muy distinta forma pensaron algunos escritores jóvenes ante la vuelta de los escritores consagrados del exilio (Andújar, Sender, Ayala...). Valga como ejemplo el artículo de Francisco Umbral «El retorno de los brujos» con ocasión de la visita de Aub (Ya, 30 de octubre de 1969):
¿Qué factores explican el comportamiento tan dispar de Aub y Tuñón ante la —497→ sociedad española de la última etapa del franquismo, habiendo pasado casi los mismos años en el exilio? Uno importante es su diferencia generacional, que fue anulada por la guerra y el exilio (los intelectuales del 27 y del 36 se hallaban más unidos por esta común experiencia que por su edad), pero que se dejó sentir a la hora de su regreso a España. Esto ya lo apuntó premonitoriamente el profesor Soldevila Durante en su excelente libro sobre La obra narrativa de Max Aub (1973): «Es muy probable que un no lejano día la generación partida de 1936 (la de Tuñón) se encuentre en una situación sociopolítica que le permita realizar el esfuerzo necesario para reintegrarse, soldando definitivamente el tajo separador (...). No creemos que pueda ocurrir así para los de la generación a la que Aub pertenece». Su vaticinio se ha cumplido en este caso. Así, tras el final de la dictadura, Tuñón de Lara se incorporó plenamente a la cultura y al mundo académico de la España democrática, siendo nombrado catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco (1983).
Además, a nuestro juicio hay otro motivo que explica la facilidad con que Manuel Tuñón se reintegró a su país desde mediados los años setenta: su gran conocimiento de lo que era la España de Franco, como muestra en los centenares de artículos que publicó en revistas francesas y americanas. Tuñón, que primero fue resistente al régimen en el Madrid de la postguerra y que acabó historiándolo tras la desaparición del dictador, fue durante buena parte del mismo un cronista del franquismo desde la oposición y el exilio, pero muy bien informado de la evolución en el interior no sólo a través de la abundante prensa española y extranjera que leía, sino también por medio de sus contactos con los españoles que iban a París o a Pau y de su correspondencia con los entonces jóvenes profesores Raúl Morodo y Elías Díaz, con el periodista José Antonio Novais, corresponsal de Le Monde en Madrid, etcétera. Desde Francia, Tuñón de Lara se percató de los profundos cambios que se estaban produciendo en la sociedad española como consecuencia del crecimiento económico de la década de 1960 y no pensó que fuese mejor una vuelta atrás, ni siquiera a la España de la II República, que tanto le había entusiasmado en su juventud.
Por el contrario, desde la lejanía de México Max Aub no conoció bien la transformación de España durante la larga dictadura hasta el trauma que le causó su encuentro con la realidad en 1969, y la juzgó de forma muy negativa al compararla constantemente con su España republicana, a la que idealizaba en su recuerdo y consideraba muy superior a aquélla política, cultural y moralmente, según puso de relieve en La gallina ciega:
Una vez examinado el paralelismo de sus biografías con las diferencias indicadas al principio y al final, vamos a mencionar algunas características comunes a sus respectivas obras, perceptibles en sus numerosos escritos durante el exilio, en especial su pasión por España y su obsesión por la Guerra Civil, muy vinculadas entre sí.
Si «el tajo fuerte de la guerra» (Machado) marcó decisivamente sus vidas, también incidió sobremanera en sus obras. En el destierro se preguntan sobre el porqué de esa tragedia colectiva del pueblo español, que les ha expulsado de su patria durante tanto tiempo. Como intelectuales reflexionan sobre ella, buscan sus antecedentes históricos y analizan sus causas.
Sus obras constituyen sendas respuestas a esa cuestión, igualmente válidas, aunque procedan de campos distintos, en un caso la literatura y en el otro la historia. En efecto, los relatos y las novelas históricas del Laberinto mágico, que abarcan desde la dictadura de Primo de Rivera hasta la inmediata posguerra, y La España del siglo XX, que se centra en la crisis de la Monarquía, la II República y la Guerra Civil, proporcionan claves necesarias para comprender adecuadamente la crisis española de la primera mitad de nuestro siglo, sobre todo los orígenes y el desarrollo de la Guerra Civil. Además, los libros de Aub y de Tuñón de Lara contribuyen a salvaguardar la memoria de los vencidos en ella y a restituir la verdad histórica, ocultada o falseada por el franquismo.
Resulta significativo el hecho de que dos conspicuos representantes de la «antipatria» para la propaganda del régimen pasen su largo exilio pensando constantemente en España (el tema más recurrente de su correspondencia) y escribiendo sobre ella. Porque, como dijo el novelista y recordaba el historiador, «nos importa España, de lo que escribimos es de España y para los españoles» (Ínsula, 253, diciembre de 1967). Si Aub afirmaba que había escrito su obra «hincado en España», Tuñón lo hizo «agarrado al Pirineo» desde su atalaya de Pau. Y a ambos es perfectamente aplicable la frase de Luis Buñuel que sirve de pórtico a La gallina ciega: «Yo tengo una atracción fatal por España».
Sus cartas confirman su afán por publicar en España: «Para que me lean me interesa -¿qué digo me interesa?, ¡me apasiona!- España», escribe Manuel Tuñón a Max Aub el 9 de septiembre de 1966. Lo van a conseguir al mismo tiempo. Desde 1958 publican artículos o crónicas en Papeles de Son Armadans, la revista de Camilo José Cela, a quien habían conocido en el Madrid republicano y de quien serán amigos. Y mediado el decenio de 1960 logran editar libros en su país, aunque no sean los —499→ más importantes: El zopilote y otros cuentos mexicanos (1964) de Aub y Variaciones del nivel de vida en España (1965) de Tuñón. Para ello no les queda más remedio que sufrir la censura franquista, que impide la publicación de algunos de sus libros y autoriza la de otros con diversos recortes. Esto refleja la necesidad que tienen de ser leídos por el público español y su talante político posibilista y no intransigente, lo cual les acarrea algunas críticas adversas: así, Historia Internacional y Cuadernos de Ruedo Ibérico criticaron la edición de Laia de La España del siglo XX (1974), dando lugar a un esclarecedor artículo de réplica de Tuñón de Lara («Historia de una Historia», Sistema, 12, enero de 1976).
El escritor Francisco Ayala, amigo de Aub y de su misma generación, ha hecho hincapié en el «intenso españolismo de Max Aub» en su presentación de Enero sin nombre. Los relatos completos del Laberinto mágico (1994): «de todos los exiliados españoles él fue el más exiliado, el escritor que ha hecho de España, de la guerra civil y del exilio mismo, asunto principal y casi único de su creación literaria. Vista su obra en su conjunto, constituye una especie de obsesiva meditación acerca de la realidad española». Esta misma idea la subraya el crítico Pérez Bowie en su edición de La calle de Valverde (1985): España, «la guerra civil y sus circunstancias se convierten en tema obsesivo y permanente de sus escritos». El conflicto bélico de 1936-39 le hizo tomar conciencia y ser un escritor comprometido con su época. Los estudiosos de la obra aubiana están de acuerdo en dividirla en dos partes: la anterior y la posterior a la Guerra Civil.
Max Aub siempre reconoció la intensa impronta que le causó en su vida y su obra: «La guerra, para la gente de mi generación, y la de las dos anteriores, y la posterior, ha sido la Gran Cosa, con mayúsculas; lo determinante de nuestra manera de vivir, si no de entender el mundo, y de morir» (vid. su conferencia sobre «La Guerra de España» en el Ateneo Español de México, en 1960, incluida en Hablo como hombre). Y lo reiteró en su primer viaje a España en 1969, al cabo de treinta años del final de la contienda, cuando le irrita que ningún periodista le pregunte nada acerca de la guerra: del Guernica de Picasso, que él presentó en París; del filme Sierra de Teruel, que hizo con Malraux; del teatro de 1936 a 1939... (La gallina ciega). Pero Aub lo recalcó en sus declaraciones: «la gran guerra civil (...) es la que más me marcó» (Primer Acto, 130, marzo de 1971). «No fue el exilio el que ha influido en mi literatura, sino la guerra. Y la guerra la cambió del todo en todo» (Nuevo Diario, 28 de septiembre de 1969).
En efecto, a partir de 1936 la mayor parte de su narrativa gira en torno al tema central de la Guerra Civil, hasta el punto de que cuando trata el periodo anterior no es tanto la dictadura de Primo de Rivera o la II República como la preguerra, los precedentes que contribuyen a explicar el conflicto (así, La calle de Valverde, Las buenas intenciones y Campo cerrado); y cuando aborda la etapa posterior es la postguerra, las consecuencias de la derrota, en especial el exilio, más que la II Guerra —500→ Mundial o la dictadura de Franco (Campo francés y bastantes relatos), según señaló Soldevila Durante. La ingente dedicación de Max Aub a la problemática de la Guerra Civil le ha convertido en el principal novelista sobre ella al ser el conjunto del Laberinto mágico el mejor testimonio literario referido a esa coyuntura histórica crucial de la España contemporánea.
En esto estriba una de sus diferencias con la labor historiográfica de Tuñón de Lara, que se centra también en la España de los años treinta, pero tanto o más en la República que en la guerra. Y es que el régimen republicano de 1931-36 ejerció en él una fascinación tan grande que tres décadas más tarde aún se preguntaba: «¿Por qué nos atrae con tanta fuerza 'aquello' de la juventud? (...) a mí, la República, cuando lo rojo me parecía rosa» (carta a Max de 12 de septiembre de 1961). Para Tuñón, la II República ha sido siempre un objeto en sí mismo de investigación y no un mero antecedente de la Guerra Civil, como en buena medida la estudió la historiografía anglosajona de los años sesenta y setenta, cuya tesis del fracaso de la República que hizo inevitable la guerra fue criticada acertadamente por Santos Juliá en el X Coloquio de Pau (Historiografía española contemporánea, 1980). Este mismo profesor ha apuntado que en los numerosos escritos de Tuñón sobre la República a veces no resulta fácil discernir quién narra los hechos: el testigo, el protagonista o el historiador, resaltando que es «tan apasionado de la República que no deja de hablar de ella cada vez que la ocasión se presenta» (en el libro homenaje Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la Historia. Su vida y su obra, 1993). A nuestro juicio, Tuñón de Lara es el historiador que más ha contribuido al conocimiento científico de la II República y la Guerra Civil.
Al igual que en el caso de Max Aub, casi toda la obra de Manuel Tuñón se ha consagrado a su país, en concreto a la España del siglo XIX y, sobre todo, a la España del siglo XX, títulos de sus dos libros más emblemáticos del exilio, que le dieron fama. Este último le llegó a obsesionar cuando lo redactaba, según cuenta a su amigo el 25 de febrero de 1963: «Yo trabajo como un obseso en la 'España del siglo XX' (...) sueño con el libro que estoy escribiendo». A pesar de que toda su preocupación fue desapasionarse de la época y de los hechos, que incidieron muy negativamente en su vida, para que sus vivencias personales no condicionasen su obra de historiador (Sistema, 12, enero de 1976), él mismo reconocía en el prólogo: «Esta España del siglo XX es quizá un libro apasionado, pero no deja por eso de ser un libro que concede prioridad a los hechos (...). En todo caso, pasión y razón de esta obra tienen un solo objeto: España» (1966).
Aub y Tuñón coinciden en concebir la Guerra Civil como una etapa no limitada a los tres años de enfrentamiento armado entre los españoles, sino mucho más extensa cronológicamente tanto por sus raíces, en la Restauración y la República, como sobre todo por sus consecuencias, que se prolongan mientras subsistan la dictadura —501→ en España y el exilio republicano. En este sentido, el primero escribe en Campo de los almendros que, con el último parte del general Franco el 1 de abril de 1939, «la guerra ha terminado y, sin embargo, sigue», mientras que el segundo concluye La España del siglo XX con estas palabras: «La guerra, la de los frentes, había terminado. Pero no la violencia y el derramamiento de sangre española».
Las obras de Max Aub y Tuñón de Lara son en buena medida complementarias por los nexos que establecen entre la literatura y la historia. Tuñón, para quien la literatura es una faceta más de la historia y ésta necesita de las obras literarias como fuente, ha destacado como historiador de la cultura: aparte de sus estudios sobre Galdós, Unamuno, Barea, Aub y, sobre todo, Machado, sobresale su clásico Medio siglo de cultura española (1970), en el cual Max Aub escribió dos páginas explicando su concepción de la novela histórica (También Aub ha cultivado la historia de la literatura española, sobre la que publicó un manual y varios ensayos). Además, en sus trabajos Tuñón de Lara ha recurrido a las novelas de los autores citados y de otros como fuente (ideológica, sociológica o testimonial) de la historia: así, para el final de la Guerra Civil ha tenido en cuenta Campo del moro y Campo de los almendros por considerarlos libros de «historia auténtica», a los cuales puede aplicarse el título de un relato de Max Aub: Yo no invento nada. Lo mismo sucede con Campo francés y con otros relatos sobre el exilio y los campos de concentración, con la diferencia de que en éstos el propio escritor fue testigo y víctima de esa tragedia en 1939-42.
Y es que las obras de Aub, aun siendo de creación literaria, tienen un gran valor testimonial y documental, porque, en especial en el caso de los dos últimos Campos, antes de escribirlos en el decenio de 1960 estuvo durante veinte años documentándose con libros acerca de la Guerra Civil, leyendo memorias de los protagonistas y recogiendo numerosos testimonios orales. En el conjunto del Laberinto mágico aparecen muchos personajes reales, junto con los de ficción, y figuran hechos históricos que se narran con fuentes de primera mano y que luego han citado los historiadores (el mismo Tuñón, Luis Romero...). El importante valor histórico de las novelas aubianas ha sido resaltado por sus principales estudiosos (Soldevila, Monleón), para quienes son fundamentales para comprender el significado de la guerra. Manuel Tuñón ha insistido con frecuencia en que «no podrá historiarse la España de 1923 a 1939 sin haber leído bien sus obras». También Aznar Soler ha subrayado «esta presencia determinante de la historia y de la política en la obra literaria de Max Aub, un escritor forjado en la batalla de las ideologías». Igualmente, la presencia de la política y de la cultura es importante en la obra historiográfica de Tuñón.
Su correspondencia muestra el enorme interés con que siguió la génesis del último —502→ de los Campos, referido al término de la contienda en Valencia, Alicante y Albatera. A él hizo varias aportaciones de interés, que resumimos brevemente. En primer lugar, le propuso titular la novela Campo de los almendros (cartas de 25 de septiembre de 1963 y 10 de agosto de 1965), denominación que aceptó Aub en lugar de la prevista inicialmente: Puerto de Alicante (18 de agosto de 1965).
En segundo lugar, Tuñón le proporcionó su testimonio sobre lo sucedido en el puerto de Alicante, el campo de los almendros y el campo de concentración de Albatera en 1939. Max Aub hizo buen uso de las epístolas de su amigo, reproduciendo casi literalmente la de 27 de septiembre de 1965 (cfr. las páginas 478-481 de la edición de Alfaguara, 1981) y narrando algunos hechos vividos por Tuñón: por ejemplo, el suicidio de un hombre cuya sangre salpicó el plato de lentejas que comía otro (carta de 25 de agosto de 1965; cfr. la página 399 de la obra citada). En cambio, la única vez que figura el nombre de Manuel Tuñón como personaje de la novela no es en un episodio cierto sino inventado por Aub: «Tuñón va delante, feliz de haber salvado su máquina fotográfica. Ojo de águila, se la descubre un alférez» franquista, quien se la confisca (páginas 490-491 y carta de 6 de julio de 1968). (Casi medio siglo después del final de la Guerra Civil, el historiador publicó su testimonio: «Puerto de Alicante. 29 de marzo-1 de abril de 1939», Canelobre, 7-8, verano-otoño 1986).
Manuel Tuñón de Lara atribuyó suma importancia a Campo de los almendros, porque la historiografía y la literatura lo habían ignorado hasta entonces: «el drama de Alicante pertenece a la leyenda, bien o mal intencionada, y al recuerdo de quienes lo vivimos», escribe el 26 de abril de 1966. Para él, su publicación en 1968 fue todo un acontecimiento y su lectura le ratificó en su opinión de que Max Aub era «el primer novelista español en vida». Le pareció un digno y triste remate de los Campos, difícilmente superable, y le hizo pequeñas críticas de detalle como historiador (cartas de 20 de junio y 6 de julio de 1968).
Por último, Tuñón de Lara ha sido un estudioso de la narrativa de Aub, a la que ha dedicado varios artículos y dos amplias introducciones a sus Novelas escogidas y al Laberinto mágico. En ellos sitúa la obra aubiana (a la que califica de realismo histórico) en la tradición española de Quevedo, Larra y, sobre todo, Pérez Galdós, considerándole el gran continuador de la novela histórica en España, junto con sus contemporáneos Ramón Sender y Arturo Barea. Para Tuñón, el Laberinto mágico es «el paradigma de la novela histórica española en la época del protagonismo colectivo» y la «tragedia multitudinaria en la que se desgarra todo un pueblo», si bien representa principalmente a las clases medias en la zona republicana durante la Guerra Civil. Por su calidad, «es obra que ha entrado no sólo en la historia de la literatura, sino en la historia de España a secas», constituyendo los Episodios Nacionales de la II República, comparables a los de don Benito: «si Max dijo un día —503→ que si desapareciesen todos los archivos del siglo XIX y se salvase la obra de Galdós se habría salvado lo esencial histórico de aquel tiempo, lo mismo podrá decirse de él para otro tiempo más reciente».
En un emotivo artículo necrológico titulado «Max Aub» y publicado en la revista Cuadernos para el Diálogo (108, septiembre de 1972), Manuel Tuñón de Lara vaticinaba la supervivencia de la obra cumbre de su amigo recién desaparecido:
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Pese a las buenas relaciones literarias, mi completa independencia respecto a «organizaciones políticas», colegas «agrupados» y clanes diversos, y en lo que atañe a las modas y a los misceláneos procedimientos de sensacionalismo, determina que tropiece con dificultades para publicar en una sola firma, como quisiera, toda mi obra narrativa823. |
Le quedaría reconocidísimo si le fuera factible eximirme de esa tarea, para la que, de otra parte, no siento la menor inclinación. El papel de «juez literario» me intimida y desazona, no va con mi natural propensión a la benevolencia y quizá por la propia nota no me creo facultado para aquilatar lo experimental y renovador de la novela. Sólo alcanzo a discernir, muy falible y personalmente, lo que considero calidad y autenticidad, dentro o fuera de las modas y modos. Estoy seguro de que apreciará mis motivos y ojalá encuentre la solución con un colega más adecuado824. |
A lo que por ningún concepto estoy dispuesto, ni de forma directa ni indirecta, (...), es a implicarme, en lo más mínimo, en el podrido y desacreditado y remunerativo rejuego de los «Premios»825. |
Creo que estos fragmentos epistolares (que alcanzarán su plena y cohesiva valoración junto a los transcritos infra) son muestras más que suficientes para reafirmar aquello que ya conocíamos quienes admirábamos y seguimos admirando a Manuel Andújar, a saber: una insobornable ecuanimidad, un inalienable compromiso ético y estético, y una especial fidelidad a la razón, a la verdad y a las Españas. Asimismo, constituyen un singular testimonio del porqué de ese injustificable ninguneo, cuando —506→ no silencio y olvido, al que se han visto abocados muchos autores del transtierro (Gaos dixit) e incluso la misma literatura española del exilio. Parece como si desde determinados cenáculos sociales y literarios se alentara la idea de echar un tupido velo sobre la historia reciente de nuestro malhadado país.
No obstante, esta dolorosa situación no es del todo achacable a la desmemoria «oficial» sino que también ha influido en ella la imposibilidad de reunir el legado de estos escritores. Los motivos son variados, y van desde los meramente económicos hasta los políticos o familiares (las excepciones resultan honrosas y meritorias). Oigamos las palabras que, al respecto, trasladaba a M. Andújar el abogado Gregorio Coloma Escoín, desde Alcoy y con fecha 27 de junio de 1980: «(...) En efecto, es inexcusable la recuperación de la cultura española del exilio y monumental el riesgo de demorarla ante la normal e inexorable desaparición de las personas, en número lógicamente limitado dados la altura del calendario y lo castigado de esas vidas, llamadas a esta tarea. Ahí es nada lo que le queda a usted por hacer, creo que sin discusión la persona clave (...)».
De aquí su admirable y obsesiva preocupación por esta urgente y necesaria empresa. Momento culminante de la misma lo constituyó la donación a la Diputación Provincial de Jaén -en un acto celebrado en Madrid (Biblioteca Nacional) en diciembre de 1985- de parte de su archivo personal, constituido no sólo por su producción literaria y manuscritos, sino también por críticas periodísticas, correspondencia, y todo tipo de documentación concerniente a la vida y obra del ilustre escritor; sin olvidar un magnífico fondo bibliográfico centrado, esencialmente, en temas y autores de la diáspora. Paulatinamente, ese archivo ha ido creciendo con sucesivos envíos hasta quedar prácticamente completo con el realizado, tras la muerte de Andújar, por su querida esposa e inestimable y lúcida compañera de quehaceres, Ananda Velasco.
La selección epistolar que aparece a continuación constituye un mínimo ejemplo de la riqueza que atesora la abundante correspondencia mantenida durante años por nuestro escritor. Una obligada y penosa advertencia: la cronología de las cartas conservadas en este archivo se extiende desde el regreso a España (marzo de 1967) hasta su fallecimiento. Toda la correspondencia anterior a esa fecha se ha perdido, por causa de unos tristes avatares que en su momento habrá que dar a conocer. El mismo Andújar me lo comentaba, consternado, en su minipisín escurialense. Por este desdichado motivo y por el hecho de que ya existe un imprescindible librito826 cuyo tema central es el exilio, la difícil existencia que los desterrados se vieron obligados a padecer, es por lo que la selección realizada se ciñe a los acaeceres surgidos desde la mencionada vuelta a su patria. Sin embargo, he procurado mantener una primera sección (Exilio) donde aún planean las remembranzas de antaño. —507→ Retorno, Consideraciones Literarias y una brevísima Miscelánea completan esta ordenación temática en la que, sin lugar a dudas y entreverándolo todo, surge España, Las Españas, como proteica razón del ser y estar de esos tejedores de utopías, germinadores de ilusiones, que fueron, que seguirán siendo, Andrés Nerja y Manuel Andújar827.
Méjico a 7 de abril de 1970 (...) Le dije al amigo Aymà828 que si los censores sabían leer, tendría el cura829 vía libre. Mi ingenuidad -que Dios me la conserve- me había hecho creer que a treinta años de la guerra los vencedores habrían digerido su victoria, ya que, nosotros, hace más de veinte años que supimos vencer el vencimiento. Veo que no es así ni en parte mínima. Quienes entramos en escena, en aquella espantosa escena, sin quererlo, sin buscar nada que no fuese para el común, sin la menor ansia de medro o de dominio, nos limpiamos pronto los ojos de cuanto la guerra puso en ellos: indignación, rencor, odio, si se quiere, pero apasionado, es decir, transitorio. Y con los ojos limpios ya quisimos ver qué había determinado la tragedia. En juego limpio había que empezar por los errores y culpas nuestras. ¿En juego limpio o en juego cándido? No, en juego limpio, porque no jugábamos para lo pasadero y deleznable, sino para nuestro pueblo, para España. Había que desnudarse de todo lo leído y escuchado y zambullirse en el fárrago de hechos en busca de sus causas. Queríamos la verdad por ella misma y por considerarla sanadora (...). Si todos éramos culpables en alguna medida, la contrición nacional podía hacer milagros. Y es que para nosotros, España, nuestro pueblo, importaba más que la amargura propia, más que los amigos y los compañeros sacrificados, más que las injusticias, las hambres y las humillaciones padecidas, más que la frustración personal en el destierro, más que todo, en fin. La busca y proclamación de nuestros errores obligaba a todo adversario bien nacido a proceder igual... en parte al menos, y ahí, en ese punto, en el examen de conciencia, cabían el encuentro y la soldadura de lo roto, cabía pasar de tanto pasado sin pasar y abrir un futuro sin taras ni lastres a las generaciones nuevas. Visto está que, en lo que a ellos toca, a los de ayer, digo, nuestra candidez era inefable. En el Cura no hay una sola palabra de propaganda política. Se expone, en mínima parte, algo de las realidades españolas de aquel tiempo (...). Lo dicho, o esos pobretes no saben leer o saben qué puede venirles del miedo a la verdad que señorea a los que sólo pueden —508→ campar en la mentira (...). Como no puede salir ahí, pues yo no voy a modificar nada, ni una coma siquiera, saldrá aquí o en París y no con su sotana sólo. Saldrá con unas consideraciones por delante y entrará en España. José Ramón Arana |
Sr. Don Manuel Llebot y familia830 Caracas 7 de julio de 1969 (...) Sí, es difícil llegar al lector cuando (tu caso y el mío) se pretende una literatura no «elaborada» para el público mostrenco o «snob», no pensada ni aderezada para que resulte de moda. Es un obstáculo asimismo -sigue la afinidad- la falta de maña y vocación para brujulear, para el toma y daca, para manejar «conexiones» o granjearlas. Otro impedimento, el ejercitar excesivamente la autocrítica, debatirse en la inseguridad. De nuevo, nuestra similitud. ¿Es discutible, acaso, que tú y yo no somos unos «marmolillos», que nos apasionan, entrañablemente, criaturas, circunstancias y verbo, que ambicionamos aunar verdad y belleza en la «tierra» de la «ficción»? Mira —513→ alrededor, abstrae los factores personales, sopesa objetivamente lo que realmente vale y lo que «priva» y prolifera. Manuel Andújar |
Srta. Mara Bolgan831 Venezia 18 de noviembre de 1974, Madrid (...) Otro de sus felices aprehenderes consiste en marcar mi tendencia a la abstracción, al curso de los «procesos interiores». O cuando apunta que soy «aparentemente frágil». Y al apostillar mi constante inquietud por la expresión comunicativa, mi creencia en la «misión del escritor», en la definición de «intelectual perfeccionista». Razón le asiste, asimismo, al relievar que mi obra y palabra requieren un «esfuerzo». No puedo y no quiero evitarlo (...). Certeramente resalta Vd. mi inserción en dos nacionalidades, a parejas devociones por los países de nacimiento y asilo: España y México. En efecto, el «mestizaje espiritual» es una de las claves. Lo que intento literariamente, y ahí estribaría una de sus tonalidades, pretende ser acto de vida y no artificiosa, brillosa distracción (...). Recojo, en parigual perspicacia, su justo calificativo de mi conceptismo -intrínseco- y de lo barroco, adquirido o reasumido de la tradición de nuestras letras (...). Lamento no haber matizado más, en nuestras charlas, lo relativo al futuro de España, al marxismo (que no ha superado, estimo, la perenne añagaza corruptora del Poder y su indefectible retoñar), al papel de la literatura y del novelista: la aspiración mía de no —514→ rehuir la realidad y de empeñarme en su artística formulación. Los hechos y gentes, concretos, «experimentados», o fielmente referidos, son apoyaturas y elementos a «transformar». Manuel Andújar |
León, 6/10/1969 (...) El urogallo es ave que se da precisamente en estas tierras de León. Vive en zonas boscosas, de penetración difícil para el cazador, y tiene aspecto formidable y traza de gran pavo silvestre. Posee un oído agudísimo y solamente cuando ama, es decir, en la época del celo, rompe su cauteloso mutismo para lanzar sus endechas amorosas. Éste es su fallo. Porque el cazador aprovecha el trance para acercarse hasta él y asesinarle. Empresa de amor es sin duda la vuestra. Amor a la independencia, a la literatura, a la convivencia intelectual. Por favor, cuidad de que no aprovechen vuestro enamoramiento los taimados cazadores para descerrajaros la andanada asesina832. (Victoriano) Crémer |
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Ignoro si el uso de la primera persona es de recibo en una comunicación a un Congreso, pero no puedo dejar de emplearla en este caso, puesto que las dos cartas inéditas de Enrique Díez-Canedo a Gustavo Durán que ahora presento no son más que un punto de referencia y uno entre incontables ejemplos de una experiencia íntima extraordinaria. El acceso a los papeles personales del coronel Gustavo Durán, conservados por su viuda, Bonte Durán, née Crompton, y sus hijas, Chely, Jane y Lucy, en Londres y en Cambridge, ha representado para mí una suerte de camino del Buda en todo lo relativo a la historia de nuestra Guerra Civil y del exilio posterior, en cuyo seno y en cuyas tradiciones intelectuales me he criado.
El Archivo Durán, que me permito denominar así, pomposamente, aun cuando no exista todavía como tal (hay conversaciones entre la familia Durán y la Residencia de Estudiantes para que esta institución acoja, clasifique y conserve tan rico legado) es una revelación en más de un sentido. En primer lugar, echa luz sobre numerosas relaciones personales, hasta ahora poco documentadas, que explican abundantes zonas en sombras de la historia de la Guerra y la postguerra, que es imprescindible empezar a recomponer. En segundo término, obliga a replantear uno de los asuntos principales, si no el principal, de la crítica historiográfica del periodo: el de la Guerra Fría; la política de bloques condicionó, en el exterior y en el interior, la escritura de la contienda y de sus secuelas; no me extenderé aquí sobre el particular, ya que éste es el tema de un ensayo del que soy autor y que se publicará en breve; baste decir que la acuciante necesidad de la revisión del condicionante Guerra Fría en el discurso narrativo de la Guerra Civil española se originó para mí en la lectura de los varios miles de páginas que Gustavo Durán conservó a lo largo de su vida (una parte muy menor si se tiene en cuenta que, amén de pérdidas involuntarias, las características de la salida de España y la presión persecutoria del macarthismo en los años de los Estados Unidos forzaron, sin duda, la destrucción —518→ de más de un documento). Por último, last but not least, la aparición en la correspondencia de nombres que apenas si figuran en los índices onomásticos de las grandes historias de la guerra, de Soria a Thomas y de Bolloten a Broué, que son decididamente ignorados en las memorias de figuras y figurones (irremediablemente parciales), pero que, a juzgar por los detalles obtenidos a través de comentarios marginales y de menciones sesgadas, tuvieron en el desarrollo del conflicto un papel mucho más relevante que el que se les suele suponer, si es que se les conoce; asimismo, aparecen referencias críticas a intocables de partido y a leyendas del exilio, y documentos que explican destinos inexplicados, como, y baste un único y notorio ejemplo, el de Segundo Serrano Poncela, aislado por sus antiguos compañeros de militancia y huérfano de solidaridades de las que a otros sobraron.
Las razones por las que, de entre unas seis mil páginas copiadas de cuantas componen el Archivo Durán (unas diez mil en total, incluidos los partes internos de Naciones Unidas en el proceso de la independencia del Congo, donde el coronel fue el representante personal del secretario Hammarskjold, asesinado por los mismos que asesinaron a Patricio Lumumba por los mismos días), he escogido estas dos de Enrique Díez-Canedo, de quien existen varias más, al menos cuatro: en ellas hay información marginal suficiente como para impulsar la empresa de revisar el exilio en México (alusiones a la ex-embajadora en Suecia y su espíritu de cuerpo, a la presencia de Margarita Nelken en aquel país y a la llegada de las Azcárate con su mística bolchevique); muestran a las claras la realidad económica de la política Cárdenas de acogida preferencial; dan prueba del imbatible humor de Díez-Canedo (que ni siquiera perdona la conciencia evidente que posee del valor histórico de su interlocutor) y de su amplísima cultura; presenta críticamente, con una desesperanza completa respecto de la justicia histórica, uno de los asuntos más importantes del manejo político de la guerra por parte del gobierno republicano, y, más concretamente, por parte del ministro Indalecio Prieto: la de la designación del jefe del Servicio de Información Militar de Madrid, en manos de los comunistas, y que tan notable influencia tuvo en la desaparición y asesinato del dirigente Andreu Nin. La publicación de estas líneas debiera aportar a los investigadores, si más no, alguna pregunta nueva respecto de la fugacidad del paso de Durán por el SIM y de la deserción del soviético Orlov, responsable político del sector, que al finalizar nuestra contienda emigró a los Estados Unidos.
He respetado los errores de Díez-Canedo en la transcripción de los textos. He incluido en cursiva los textos que el escritor añadió a mano en la primera carta (30-11-1939), mecanografiada. En cuanto a la segunda (12-7-1940), creo haber leído el manuscrito, notablemente claro, con lealtad. He agregado unas pocas notas entre corchetes. El inicial written in spanish, que abre la primera de las misivas, es indicativo, como los versos macarrónicos que glosan, a mano, el Con flores a María, de —519→ la escasa disposición de ánimo que tenía un hombre como Díez-Canedo, que hablaba, escribía y leía el inglés y el francés (lo mismo sucedía con Durán) con tanta soltura como el español, a emplear lenguas distintas de la propia en la comunicación con los amigos.
CARTA II P. S. en México. D. F. Querido Gustavo: Todo eso que suele decirse al principio de las cartas por haber recibido una de un amigo pierde en ésta su caracter eufemístico y se convierte en la más sentida y estricta realidad: «No sabes lo que me alegré al recibir la tuya y saber que te encuentras bien de salud, sano y salvo, en ese bello país que baña el sombrío Sena.» Por no perder tu buena estrella, ni tus buenas costumbres, veo que saliste milagrosamente y con oportunidad increíble -y desenfado notable- de la vieja Inglaterra, con la misma elegancia que lo hiciste del Maestrazgo y la extraordinaria habilidad de los tiempos menos gratos de Valencia-Gandía-París-Londres. Tus retiradas te van a hacer tan célebre como las «elásticas» del sistema defensivo Weygand (y dispénsame que te hable de cosas prehistóricas que -al fin y a la postre- son tan historia como la de Lavisse [Ernest, 1842-1922, autor de una Historia general desde el siglo IV hasta nuestros días]). Yo, para redondear el tema, sólo me queda recordar afectuosamente, y entre dos grandes ¿ ? por la suerte que les pueda caber, a los mortales -hoy más mortales que nunca- que se nos quedaron en Inglaterra y participan de un amplio lugar en las interioridades sentimentales que reservamos a los amigos (conste que —523→ no me refiero a Ramos Oliveira ni al estupendo Don Pablo de Azcárate), y, a propósito de Azcárate. Aquí aterrizaron las sobrinas del embajador. Entes extrañas que participan del credo comunista y salieron de la Institución Libre de Enseñanza. En su casa, las paredes alternan sus blancos con altares rojos -Lenin, estrellas de cinco puntas, hoces y martillos- y retratos de Don Francisco Giner de los Ríos o de Don Manuel B. Cossío. Por México seguimos tirando. Que ya es bastante. Yo empiezo a fastidiarme en grande. Me veo perdido de una u otra forma. He querido hacer cosas de cine, me he puesto en comunicación con españoles -Carlos Jiménez, etc- que aquí tienen representaciones y con restos de Film Popular, pero es un verdadero asco. Se encuentra uno con una serie de cochambrosos que pretenden copar el oro y el moro y cuentan con todos los tesoros de Alí Babá y los cuarenta ladrones, pero llevan los tacones ya por encima de los tobillos. Quieren hacer un Noticiario -que aquí no existe-, quieren hacer muchas cosas pero carecen de papá Jesús Hernández o de tío Samuel Metro Goldwin y además llevan corbatas de esas con irisaciones, son valencianos y hace seis meses que no se meten debajo de una ducha -porque aquí no hace demasiado calor. Oye, tú que no tienes nada que hacer y tienes la suerte por arrobas, y una bella consorte americana, vergüenza, pundonor y lo que hay que tener, ¿por qué no te planteas la cuestión, por ej., del doblaje en español -en E. U. o financiado por- aquí en México? -lo que en Esp. era negocio, tiene que serlo aquí por fuerza. Además, con una base-empresa de cosas de cine, se podrían hacer infinidad de cosas, pero inmediatamente, sin meterse -como quieren hacer todos los Eisenstein que han llegado- a largos metrajes o empresas camelistas. Yo estoy ya de clases y de niños y del francés hasta la coronilla. Ser profesor es acabar pudriéndose vivo y andar con tíos cochambres es empezar por la podredumbre. Mis máximas aspiraciones, por el momento, se concretan en el parto de una Gramática de francés que quiero hacer a grandes jornadas y a base de fusilamientos en gran escala -cuerpo jurídico, al fin y al cabo-. Irá con dibujos de Almita Tapia y estará muy bien. Me voy a hacer 4 tomos: son 4 cursos y cuatro libros son más dinero que 2. Cuento con el éxito conseguido a base de la bondad resultante de hacer una cosa buena con todas las malas que andan por ahí, con «mi cátedra» (!!!) = 600 alumnos fijos del Instituto Ruiz de Alarcón (hace dos meses que no cobro) y con las cátedras de los demás centros de México a base: a) de bondad del texto; b) de baratura en proporción del mismo y, c) de soborno de titulares a base de entregarles una comisión. Creo que sabes que éste es el país de la «mordida», del soborno [tachado: «en gran escala»], de las propinas a las autoridades, de arreglar «entre caballeros» cualquier asunto con la policía a base de dar unos pesos (de 25 centavos en adelante) al honorable agente... Por eso insisto en lo del cine. Y creo que tú estarías en condiciones fantásticas para presidir una empresa del estilo Fono España. ¿Por qué no te diriges a los dueños de aquella que era la Western? - y les propones lo igual a montar por aquí, o por allá, o por acullá? —524→ No creo que lo hicieses peor que aquella especie de argentino que presidía Fono y me parece que todo podría marchar divinamente: en México se desconoce todo lo referente a doblaje. No hay películas casi en castellano, la gente no sabe leer... ¿Eh? Esto ya es demasiado largo. Contéstame. Te abraza tu affmo Enrique |