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Sin pretenderlo se fraguó una alianza entre Reyes y los Contemporáneos para constituir un frente común y, en este sentido, le escribe a Villaurrutia: «Ahora que yo cometí la indiscreción de encarar las cosas, ustedes no deben abandonarme. Si no me expliqué bien procuren explicarme. Y corregirme. Pero no sigan aislándose, que es lo más incómodo en la vida y lo más dañoso contra la propia salud moral» (Carta del 9 de julio de 1932, en «México, Alfonso Reyes y los Contemporáneos», Revista de la Universidad de México, XXI, 9, mayo 1977, p. U/V, recopilación de Miguel Capistrán). En general, la mayoría se calla. Sólo las actitudes beligerantes de Salvador Novo y Jorge Cuesta en los años siguientes serán la excepción.

 

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Por lo general el autor, salvo excepciones, está obligado a ser el editor de sus obras y la edición más numerosa es la que alcanza los dos mil ejemplares. Según datos extraídos del artículo de Gilberto Loyo, «Estadística de la producción bibliográfica nacional en 1931» (El libro y el pueblo, tomo XI, 7, julio 1933, pp. 256-261), el total de obras editadas en México en 1931 fue de 638. De éstas, el 25% fueron publicadas por instituciones oficiales. Sólo 93 de esas obras eran de literatura.

 

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Cfr. Carlos Monsiváis, «Los Contemporáneos: la decepción, la provocación, la creación de un proyecto cultural», Revista de Bellas Artes (8 de noviembre), p. 24. Puede verse al respecto también el libro de Manuel Maples Arce, Soberana Juventud, Madrid, Editorial Plenitud, 1967, p. 277. Entre los solicitantes estaban José Rubén Romero, Mauricio Magdaleno, Rafael F. Urquizo, Mariano Silva y Aceves, Renato Leduc, Juan O'Gorman, Xavier Icaza, Francisco L. Urquizo, Ermilo Abreu Gómez, Humberto Tejero, Jesús Silva Herzog, Héctor Pérez Martínez y Julio Jiménez Rueda.

 

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Así lo manifiesta Agustín Aragón Leiva en su artículo «Crisis permanente en las letras mexicanas», Crisol, 65 (mayo 1934).

 

395

Citado por Luis Cabrera en Veinte años después, México, Botas, 1937, p. 335.

 

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La Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios había sido creada en 1934 y fue la continuadora de la LIP (Liga Intelectual Proletaria), la organización mexicana correspondiente a los frentes populares de intelectuales de toda Europa. Cfr. Lourdes Quintanilla, Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Centro de Estudios Latinoamericanos, 1980. Serie: avances de investigación; cuaderno 43.

 

397

Cfr. Ascensión H. de León Portilla, «El primer año del exilio español en México», Historia 16, 9, 94 (1984), pp. 11-12.

 

398

Rafael Solana, conferencia resumida en Tiempo, sec. Letras, XLI, 1062 (10 de septiembre 1962), pp. 10-11: «Por cierto -añade-, los españoles no llegaron a incorporarse, como creyó Paz, a la literatura mexicana, y Taller murió de influenza española».

 

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En este sentido, la animadversión de Diego Rivera fue taxativa; frente a ella contrasta la protección que Carlos Chávez Chávez brindó a Rodolfo Halffter. Véase «Los exiliados españoles del 39» en El exilio español en México, 1939-1982, México, FCE/Salvat, 1982, p. 706.

 

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Los intelectuales que se integraron en la Casa de España, por supuesto una pequeña minoría, recibieron salarios más elevados que los que percibían los profesores mexicanos y además se les pagaba por dedicación completa, hecho inusual hasta hoy día en México. Un motivo más para la desconfianza que incluso alguien tan reticente como Salvador Novo ve injustificado. Cfr. el artículo de Salvador Reyes Nevares, «México en 1939», en El exilio español en México, 1939-1982, ob. cit., pp. 55-80.