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Cfr. Historia de la lectura en México, México, El Colegio de México - Ediciones del Ermitaño, 1988 (Resulta de gran interés, para el periodo en que empieza a articularse la industria editorial mexicana, el artículo de Engracia Loyo, «La lectura en México, 1920-1940», pp. 270 y ss.; y, más generales, David L. Raby, Educación y revolución social en México, México, SEP-SETENTAS, 1974 y Martha Robles, Educación y sociedad en la Historia de México, México, Siglo XXI, 1993.

 

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La mayoría de los trabajos sobre la producción editorial de los últimos años son producto de la investigación de bibliotecarios, comunicólogos o economistas; así, Angelina Cué Bolaños y Roberto Suárez Argüello, «Informe general sobre la problemática del libro en la República Mexicana», Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina, Argentina. Brasil, México, Bogotá, CERLAL, 1980, p. 152, o Luis Francisco Jiménez Valdés, La industria del libro en México. Situación actual y perspectivas, Tesis de Licenciatura, UNAM, México, 1975. Difícilmente hallamos trabajos de investigadores de la literatura o, incluso, de historiadores.

 

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Existen algunas excepciones dignas de reseñarse como, por ejemplo, el excelente trabajo de Manuel Abellán, Censura y creación literaria en España (1939-1976), Barcelona, Península, 1980.

 

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Cfr. M. T. Pochat, «Editores y editoriales», en N. Sánchez Albornoz, compilador, El destierro español en América. Un trasvase cultural, Madrid, ICI - Sociedad Estatal V Centenario, 1991, pp. 163-176; E. de Zuleta, «El exilio español de 1939 en Argentina», Boletín de literatura comparada, Mendoza Argentina, XI-XII (1986-1987), pp. 159-178 y Leandro de Sagastizábal, «Editores españoles en el Río de la Plata», Inmigración española en Argentina, seminario 1990, coordinado por H. Clementi.

 

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C. Martínez, Crónica de una emigración, México, Libro Mex Ed., 1959, p. 97.

 

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Juicios que, todavía hoy, son habituales: «Un tercer plano cultural donde el exilio tuvo una influencia fundamental fue el de la articulación de la cultura mexicana (que para entonces sólo se había asomado tímidamente a la modernidad y que padecía, no poco, de chovinismo) con la cultura europea y los grandes avances en áreas 'de frontera'. El exilio español fue un puente que unió milagrosamente a México con el mundo moderno. Dos simples datos ilustran al respecto: en sólo once años los exiliados participaron en la edición de más de 2.250 títulos, obras científicas, literarias, filosóficas, etc., la mayoría obras clásicas; en dos décadas hicieron más de 1.600 traducciones» (Gilberto Guevara, «La cultura mexicana y el exilio español», 50 años de exilio español en México, Universidad Autónoma de Tlaxcala, 1991, p. 176).

 

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Éstos, comentaba V. Torres Septién, que «en el primer tercio del siglo veían limitadas sus posibilidades de ser publicados en su país a sólo un puñado de editoriales más tres o cuatro dependencias oficiales, se encontraron de pronto con una gama de oportunidades mucho más amplia; a finales de los años cincuenta ya trabajaban en el país prácticamente cien editoriales» («La lectura (1940-1960)», en Historia de la lectura en México, ob. cit., p. 298.

 

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Dejamos para otra ocasión un comentario más extenso de la participación de los desterrados en otras empresas relacionadas con el libro -librerías, distribuidoras...-, y, sobre todo, en las casas editoras mexicanas. La importancia que tuvieron en ellas exige una amplia monografía que analice el paso de los españoles por las editoriales ya establecidas como Patria, Imprenta Universitaria, Porrúa o Botas, y las de nuevo cuño, entre las que destaca EDIAPSA, de capital mexicano pero con una fuerte influencia española. En esta historia habrá de ocupar un lugar de privilegio la colaboración de los desterrados en la consolidación de una de las editoriales más importantes de México y de Latinoamérica: el Fondo de Cultura Económica.

 

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El hecho de incluir tan sólo dos sellos editoriales obedece a los límites espaciales impuestos en un artículo como éste; no obstante, consideramos que la hipótesis planteada aquí deberá demostrarse a partir del análisis de las demás editoriales de los primeros años del destierro. De igual modo, nuestro intento de hacer coincidir dos casas de distinta lengua obedece a nuestro propósito de enfocar el estudio de la obra editorial impulsada por los exiliados como un conjunto que, respetando notables diferencias entre ellas, pueda abordarse desde la perspectiva común del desterrado republicano.

 

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Abordamos, ahora, tan sólo uno de los motivos que impulsan a la creación de sellos de tanta significación como los aquí analizados. Obviamente, quedan por estudiar aspectos tan importantes como la intención de Séneca de abrirse a una cultura universal -testimonio del universalismo característico de los primeros años del destierro-, o su intento de publicar un corpus de literatura hispano-mexicana contemporánea -fruto del proyecto de comunidad iberoamericana, también defendido con ardor por el destierro.