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El exilio literario español de 1939

Actas del Primer Congreso Internacional (Bellaterra, 27 de noviembre-1 de diciembre de 1995)

Volumen I

Cubierta

Edición de Manuel Aznar Soler

Diseño de portada: CRAU DIGITAL



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ArribaAbajoIntroducción

Manuel Aznar Soler


Entre el 27 de noviembre y el 1 de diciembre de 1995 se celebró en el Auditorio de la Facultad de Letras de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) el Primer Congreso Internacional sobre «El exilio literario español de 1939», organizado por el Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) y en el que intervinieron más de un centenar de investigadores. Se publican hoy sus Actas, unos materiales que, sin duda, constituyen una valiosa aportación a la bibliografía sobre el tema.

En la apertura del Congreso, y como director del GEXEL, tuve el honor de dirigir a todos los participantes unas «Palabras de inauguración» que creo conveniente transcribir:

En nombre del Comité Organizador os doy la bienvenida más cordial a este Primer Congreso Internacional sobre «El exilio literario español de 1939», convocado por el Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) del Departamento de Filología Española de esta Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).

El GEXEL es un grupo de investigación, adscrito al Departamento de Filología Española de la UAB, que se constituyó formalmente el 30 de enero de 1993 con la aprobación por parte de sus miembros fundadores de un Manifiesto en donde se explican sus objetivos y proyectos, algunos fragmentos del cual me parece necesario leer aquí y ahora:

El GEXEL se constituye como un grupo de investigación (...) que se plantea como tarea prioritaria y urgente -una tarea de evidentes implicaciones éticas y políticas- la reconstrucción de la memoria histórica, cultural y literaria del exilio español de 1939. Cuando la guerra civil ya no es para la mayoría de la sociedad sino un capítulo más en la historia del siglo XX, constatamos que en nuestra literatura parece no haber terminado.

El mejor homenaje a un escritor, vivo o muerto, consiste en leerlo, tarea particularmente difícil en el caso del exilio. Al margen de aquellos autores cuya obra ha sido total o parcialmente recuperada, una gran parte de nuestros escritores exiliados nos son aún hoy inaccesibles, ya que muchos de sus libros no figuran en bibliotecas públicas, catálogos editoriales o librerías.

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En suma, que la mayoría de nuestros escritores exiliados, a quienes la política del franquismo condenó al silencio y al olvido, siguen siendo escritores ignorados.

Apelamos a la conciencia y a la sensibilidad de la sociedad española para que repare esta injusticia y salde, de una vez por todas y con la debida dignidad, esa deuda moral contraída con aquellos españoles que pagaron con el destierro forzoso su fidelidad a la legalidad democrática republicana y su defensa de la libertad de nuestra cultura. Apelamos a la necesidad y urgencia de recuperar este patrimonio cultural y literario. Olvidarse del exilio, ahora que aún puede reconstruirse buena parte de su historia documental y literaria, sería su segunda muerte, acaso ya definitiva.

Estamos firmemente convencidos de que la recuperación de nuestro exilio debería haber sido una cuestión de política de Estado y de que, salvo iniciativas puntuales cuyo mérito sería injusto no reconocer, el exilio constituye una asignatura pendiente de la política cultural de la España democrática y, especialmente, de un gobierno cuyo partido luchó en defensa de aquellos mismos valores. Estamos firmemente convencidos de que la recuperación del exilio no puede quedar abandonada únicamente a la iniciativa privada, por bienintencionada que ésta sea, y por ello recabamos la ayuda para nuestro proyecto de las instituciones del Estado: Gobierno Central, Gobiernos Autonómicos, Diputaciones Provinciales y Ayuntamientos. Nos gustaría que el pueblo español pudiese leer lo antes posible a los escritores del exilio cuyas obras aún no han sido reeditadas y que esta literatura desterrada regresara a su tierra y a su público, es decir, estuviera a su alcance en las librerías o bibliotecas sin otro criterio que el de su calidad.



Entre los siete objetivos planteados entonces a corto, medio y largo plazo, hemos cumplido total o parcialmente los cinco primeros. El primero consistía en «impulsar la investigación sobre el exilio literario español en todos sus géneros (novela, poesía, teatro, ensayo) y en todos sus ámbitos (desde México a Moscú, desde París a Buenos Aires), así como la de toda su infraestructura cultural (editoriales, revistas). Para ello anunciamos como primer trabajo colectivo de nuestro Grupo la preparación de una bibliografía crítica de y sobre el exilio literario español». Pues bien, dentro del plan de publicaciones del GEXEL, la edición de Las literaturas exiliadas de 1939, número 1 de nuestra colección Sinaia, constituye el primer borrador de la Biblioteca del Exilio Literario que el GEXEL pretende reconstruir, una publicación colectiva que incluye también un breve informe sobre las literaturas en lengua castellana, catalana, gallega y vasca.

Segundo: durante el año 1993 y con la ayuda del Ministerio de Cultura organizamos un ciclo de «Presencias literarias en la Universidad» sobre «El exilio literario español de 1939» con la participación, entre otros, de Virgilio Botella Pastor, Eugenio F. Granell y Rosa Chacel, fallecida en Madrid el 27 de julio de 1994. Como clausura del ciclo se organizó los días 9 y 10 de diciembre el I Simposio sobre «El exilio literario español de 1939.- Homenaje a Max Aub», que sirvió como presentación pública de los investigadores del GEXEL.

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Gracias a la cordial complicidad de algunos escritores exiliados como Virgilio Botella Pastor, Eugenio F. Granell, Mercedes de Orriols, Roberto Ruiz, Antonio Sánchez Barbudo -muerto este último agosto en Estados Unidos- y Julio Sanz Sáinz, miembros todos ellos del Comité de Honor de este Congreso y a los que nos enorgullece considerar ya amigos, hemos empezado a cumplir el tercer objetivo: la integración en la biblioteca de la Facultad de Letras de nuestra Universidad de la Biblioteca del Exilio, que incluye tanto obras de creación como estudios sobre las mismas, iniciada con ejemplares -la mayoría, primeras ediciones- proporcionados por sus propios autores, a quienes queremos agradecer públicamente su generosa colaboración. Naturalmente, esta Biblioteca del Exilio (libros y revistas) está abierta a la consulta de cualquier investigador interesado.

En octubre de 1994 la Dirección General de Investigación Científica y Técnica (DGICYT) del Ministerio de Educación y Ciencia (MEC) nos aprobó la financiación de un proyecto de investigación (PB93-0835) cuyo objetivo final consiste en la preparación de un Diccionario bio-bibliográfico de los escritores del exilio español de 1939 en Argentina y México, un proyecto de investigación que os expondremos con más detalle el próximo jueves.

La coordinación de iniciativas entre el GEXEL y diversas entidades públicas o privadas relacionadas con el exilio literario español de 1939, contemplado como objetivo cuarto, se ha recién iniciado y cualquier iniciativa o sugerencia en este sentido será bien recibida.

Con motivo de este Congreso iba a presentarse un número monográfico de la revista Anthropos -nuestro objetivo quinto- en el que algunos de los presentes habíais colaborado y que, por razones internas de la editorial ajenas por completo a nuestro Grupo, sabéis que no ha sido finalmente posible. La publicación por parte del GEXEL de Las literaturas exiliadas en 1939 viene a cubrir parcialmente este monográfico frustrado.

Nuestro sexto objetivo, el sueño de organizar un Congreso Internacional sobre «El exilio literario español de 1939» a celebrar en Bellaterra durante la primavera de 1995, comienza a ser hoy, lunes 27 de noviembre de 1995, una hermosa realidad, una hermosa realidad tricolor como la bandera que nos va a presidir durante esta semana, la bandera por la que muchos españoles, leales a la legalidad democrática republicana, lucharon y murieron en defensa de la cultura, la dignidad y la libertad, durante la guerra civil y el exilio.

Este Comité Organizador1 no puede ni quiere silenciar que este Congreso Internacional constituye un Homenaje a nuestro exilio republicano de 1939, a la calidad humana y dignidad política de todos nuestros exiliados sin exclusiones: desde el obrero al intelectual o desde el campesino al escritor, hablaran en cualquiera de las cuatro lenguas de la República. Lejos de cualquier clase de sectarismo,   —16→   la prestigiosa nómina del Comité de Honor -por orden alfabético, de Rafael Alberti a Ramón Xirau, a todos los cuales agradecemos públicamente que hayan aceptado nuestra invitación a formar parte del mismo- expresa la pluralidad política y lingüística de nuestro exilio literario2.

Además de la participación de ponentes y comunicantes y de la asistencia de todos vosotros, es de justicia agradecer también su ayuda a todas las instituciones que han hecho posible la convocatoria de este Primer Congreso Internacional: a la Dirección General de Investigación Científica y Técnica del Ministerio de Educación y Ciencia, al Centro de las Letras Españolas del Ministerio de Cultura, a la Direcció General de Recerca d la Generalitat de Catalunya y, claro está, a la Universitat Autònoma de Barcelona (Vice-Rectorat d'Investigació, Vice-Rectorat de Promoció Cultural, Departament de Filologia Catalana i Departament de Filologia Espanyola), representada en este acto de inauguración por el doctor Josep Maria Brucart, decano de la Facultat de Lletres y delegado del Rector, y por la doctora Maria Lluïsa Hernanz, directora de nuestro Departament de Filologia Espanyola. Con la presencia del Embajador don Miguel Marín Bosch, cónsul de México en Barcelona, hemos querido tributar un testimonio de cálido reconocimiento al país que con mayor inteligencia y generosidad acogió a nuestro exilio republicano en 1939. A todas estas personas e instituciones nuestro más sincero agradecimiento.

Y para concluir estas palabras de bienvenida nada mejor que citar un texto de Adolfo Sánchez Vázquez, catedrático de estética de la Universidad Nacional Autónoma de México, filósofo marxista y poeta, uno de nuestros exiliados de mayor talla intelectual -condecorado el 25 de julio de 1989, con motivo del cincuentenario del exilio, en la Embajada de España en México con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio-, quien, desgraciadamente, por motivos de salud, no ha podido atender la invitación del Comité Organizador para intervenir en este Congreso. Sin embargo, una manera de presencia consiste en leer fragmentariamente un texto suyo de 1977, titulado «Fin del exilio y exilio sin fin», escrito en México dos años después de la   —17→   muerte del general Franco y reproducido en su libro Del exilio en México. Recuerdos y reflexiones, en donde Sánchez Vázquez plantea con una terrible lucidez la tragedia del exiliado, su desarraigo:

Hablo de exilio verdadero, aquel que un hombre no buscó pero se vio obligado a seguir (en rigor, no hay autoexilio) para no verse emparedado entre la prisión y la muerte.

(...) El exilio es un desgarrón que no acaba de desgarrarse, una herida que no cicatriza, una puerta que parece abrirse y que nunca se abre.

El exiliado vive siempre escindido: de los suyos, de su tierra, de su pasado. Y a hombros de una contradicción permanente: entre una aspiración a volver y la imposibilidad de realizarla.

(...) Hasta que un día... (el día es relativo: puede significar unos años o varias décadas) el exilio se acerca a su fin; desaparecen o comienzan a desaparecer las condiciones que lo engendraron. Para muchos (en algunos casos para la mayoría) esto llega demasiado tarde. Pero para otros aún es tiempo de poner fin al exilio, porque objetivamente se puede volver.

(...) Se puede volver si se quiere. Pero, ¿se puede querer? ¿Otro desgarrón? ¿Otra tierra? Porque aquélla será propiamente otra y no la que fue objeto de la nostalgia.

(...) Y entonces el exiliado descubre con estupor primero, con dolor después, con cierta ironía más tarde, en el momento mismo en que objetivamente ha terminado su exilio, que el tiempo no ha pasado impunemente, y que tanto si vuelve como si no vuelve, jamás dejará de ser un exiliado.

Puede volver, pero una nueva nostalgia y una nueva idealización se adueñarán de él. Puede quedarse, pero jamás podrá renunciar al pasado que lo trajo aquí y sin el futuro ahora con el que soñó tantos años.

Al cabo del largo periplo del exilio, escindido más que nunca, el exiliado se ve condenado a serlo para siempre. Pero la contabilidad dramática que se ve obligado a llevar no tiene que operar forzosamente sólo con unos números: podrá llevarla como suma de pérdidas, de desilusiones y desesperanzas, pero también -¿por qué no?- como suma de dos raíces, de dos tierras, de dos esperanzas. Lo decisivo es ser fiel -aquí o allí- a aquello por lo que un día se fue arrojado al exilio. Lo decisivo no es estar -acá o allá- sino cómo se está.



Han pasado casi tres años desde estas «Palabras de inauguración» hasta que las Actas del Congreso, tras superar los problemas económicos habituales, van por fin a poder editarse. A todos los investigadores del GEXEL nos queda un recuerdo imborrable de aquel Primer Congreso Internacional porque, gracias al esfuerzo colectivo de todos, Bellaterra vino a convertirse durante aquella semana en un encuentro cálido y fecundo, en un diálogo entrañable y fértil -tanto intelectual como humanamente- entre los escritores desterrados, los investigadores del exilio y un numeroso   —18→   público de estudiantes e interesados que siguió las sesiones con un vivo interés y que intervino muy activamente en los coloquios posteriores.

Pero es obvio que un Congreso sobre el exilio literario de 1939 no podía agotar sus objetivos en un ámbito exclusivamente académico. Por ello, además de las diez sesiones de ponencias y comunicaciones, cabe mencionar algunas actividades paralelas: las dos mesas redondas de «Testimonios», con la participación de Avel.lí Artís-Gener (Tísner), Alejandro Finisterre, Jacinto Luis Guereña, Rafael Martínez Nadal, Angelina Muñiz-Huberman, Francisca Perujo, Luis Alberto Quesada, Roberto Ruiz y Julio Sanz Sáinz; la representación de Las horas contadas, de José Ricardo Morales, un monólogo interpretado por Carme González, con dirección de Pep Garcia Cors y Claudia Ortego Sanmartín, a la que siguió un recital poético, celebrado con nocturnidad y alevosía en el Pipa-Club de Barcelona, en el que, bajo el título de «Palabras en el exilio», intervinieron con la lectura de sus propios versos Carlos Blanco Aguinaga, Finisterre, Guereña, Jesús López Pacheco, Muñiz-Huberman, Perujo, Quesada y Enrique de Rivas, más Salvador Arias que, en representación de Rafael Alberti, recitó versos del poeta gaditano; la proyección del vídeo «Exilios: refugiados españoles en el Mediodía de Francia», presentado por Alicia Alted Vigil y Antonio Risco; y, por último, la representación de Memoria de la melancolía, recital poético con acompañamiento musical basado en fragmentos del libro de María Teresa León y en una selección de poemas de Rafael Alberti, interpretado por Javier Egea, Susana Oviedo y el quinteto Amati.

Han pasado casi tres años desde entonces y las novedades más sobresalientes en la historia científica de nuestro GEXEL son las siguientes:

1.- Desde octubre de 1997 y hasta octubre del año 2000 el Ministerio de Educación y Cultura nos aprobó la financiación de un proyecto de investigación (PB96-1198) titulado Diccionario bio-bibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio español de 1939 en Francia y Cuba. Por tanto, tras Argentina y México en el trienio anterior, el GEXEL trabaja actualmente en la redacción de las voces sobre Francia y Cuba, una manera de seguir avanzando hacia el objetivo final, que es, naturalmente, la publicación de un Diccionario bio-bibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano español de 1939.

2.- Gracias a esa financiación ministerial hemos incrementado en casi un millar de títulos (libros y revistas) los fondos de la Biblioteca del Exilio, actualmente depositados en la Biblioteca de Humanidades de la UAB y a disposición de todos los investigadores.

3.- Como trabajos colectivos del GEXEL han aparecido tres números monográficos   —19→   de revistas dedicados a nuestro exilio literario de 1939, publicados curiosamente los tres en el otoño de 1997: «El exilio literario español en América», Guaraguao, «revista de cultura latinoamericana», Barcelona, 5 (otoño de 1997); «La literatura del exilio republicano de 1939», Ojáncano, «revista de literatura española», The University of North Carolina-The University of Georgia, 13 (octubre de 1997), que se completa con la mayoría de los artículos publicados en el número 14 (abril de 1998), y «El exilio español en México (1939-1977)», Taifa, «publicación trimestral de literatura», Barcelona, 4 (otoño de 1997).

4.- La calidad de un grupo de investigación se define por la calidad de sus publicaciones. Con motivo de aquel Primer Congreso presentamos las cuatro primeras publicaciones del GEXEL, uno de cuyos objetivos fundamentales consiste, claro está, en embarcar libros. Creamos tres colecciones y las bautizamos con los nombres de aquellos barcos míticos (Ipanema, narrativa; Sinaia, estudios y ensayos; Winnipeg, teatro) en que viajaron nuestros exiliados republicanos hacia América. Pues bien, los cuatro primeros libros zarparon en 1995 de puertos europeos y americanos con sus bodegas cargadas de memoria literaria para atravesar el océano del olvido: Las literaturas exiliadas en 1939, edición de M. Aznar Soler (Sinaia-1), ya citado; En aquella Valencia, una novela inédita de Esteban Salazar Chapela, edición, introducción y notas de Francisca Montiel Rayo (Ipanema-1); Cuatro imposibles -Colón a toda costa o el arte de marear, «desvarío dramático en tres jornadas»; La corrupción al alcance de todos, «farsa en un acto», y El oniroscopio, «farsa en un acto cívico-militar», tres obras inéditas, más Miel de abeja, «imaginación en un acto»-, de José Ricardo Morales, edición, introducción y notas de Claudia Ortego Sanmartín (Winnipeg-1), colección así llamada en homenaje al propio dramaturgo, que viajó a bordo del buque en su travesía a Chile en 1939; y, finalmente, La libertad en el tejado, de María Teresa León, edición y estudio introductorio de M. Aznar Soler (Winnipeg-2).

Estas cuatro primeras publicaciones del GEXEL constituyeron los buques-insignia de la flotilla del GEXEL e inauguraban unas travesías bibliográficas que han continuado a lo largo de los tres últimos años. Contamos hoy con cuatro publicaciones más y con dos nuevas colecciones: Serpa Pinto -dedicada a Actas de Congresos, Seminarios, Simposios y Coloquios- y Cuba, en donde se editan antologías. Las cuatro nuevas publicaciones del GEXEL son éstas: Recuerdos y reflexiones del exilio, de Adolfo Sánchez Vázquez (Sinaia-2, 1997), estudio introductorio de M. Aznar Soler, una serie de ensayos en donde se recoge, por ejemplo, «Fin del exilio y exilio sin fin», citado al final de mis «Palabras de inauguración» antes transcritas; Sentido de la derrota (Selección de textos de escritores españoles exiliados en Cuba), edición de los investigadores cubanos Jorge Domingo y Roger González Martell (Cuba-1, 1998); Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia (Serpa Pinto-2,   —20→   1998), edición de Alicia Alted Vigil y M. Aznar Soler, las Actas de un Seminario internacional convocado conjuntamente por la Asociación para el Estudio de los Exilios y Migraciones Ibéricos Contemporáneos (AEMIC) y nuestro GEXEL que se celebró en la UAB los días 19 y 20 de febrero de 1998; y, por último, El exilio literario español de 1939 (Serpa Pinto-1, 1998), las Actas del Primer Congreso Internacional celebrado en 1995.

5.- Fiel al compromiso asumido en la sesión de clausura del Primer Congreso de 1995, el GEXEL ha anunciado ya la convocatoria de un Congreso plural titulado 60 años después, que se celebrará a lo largo de todo el año 1999 en distintas universidades españolas. El GEXEL se constituye únicamente en promotor y coordinador de este proyecto plural y, por su parte, convoca el Segundo Congreso Internacional sobre «El exilio literario español de 1939», que se celebrará del 13 al 17 de diciembre de 1999 en Bellaterra y que será, por tanto, el Congreso de clausura de ese Congreso plural 60 años después.

Tal y como puede comprobarse en el índice, hemos estructurado la edición de estas Actas en 15 secciones que nos permiten agrupar temáticamente -por continentes (América, Europa), géneros literarios (Autobiografías y memorias, Ensayo, Epistolarios, Narrativa, Poesía, Teatro), lenguas (Literatura en lengua catalana), materias (Arte), países (México) o específicos y varios (Aspectos generales, Editoriales, Literatura y política, Testimonios)- los trabajos presentados, que se publican ordenados alfabéticamente. Pero además, ya que no en presencia durante el Congreso, queríamos contar con Adolfo Sánchez Vázquez y, en este sentido, le invitamos a colaborar. Gracias a su generosa respuesta, que le agradezco públicamente, podemos editar un texto inédito suyo, titulado «Entre la memoria y el olvido», que publicamos como prólogo de estas Actas. Por otra parte, en la sección de «Testimonios» incluimos todos los textos entregados por los participantes, pero también un par más: el del escritor José Manuel Castañón y la transcripción de una conferencia que Rosa Chacel -fallecida en Madrid el 27 de julio de 1994- dio el 23 de marzo de 1993 en nuestra UAB como invitada del GEXEL. Por último, hemos creído oportuno reproducir como apéndice, entre los artículos que aparecieron en la prensa con motivo del Congreso, el publicado en el diario madrileño ABC por Jesús López Pacheco, con el título de «Barcelona: memoria del exilio».

Quiero también agradecer la generosa y solidaria ayuda prestada por Montserrat Almarcha, Jaume Aulet, Josep Mengual, Francisca Montiel Rayo, Claudia Ortego y Juan Rodríguez en el proceso de trabajo de estas Actas, cuya edición no hubiera sido posible sin la colaboración económica del Servicio de Acciones Complementarias de Investigación del Ministerio de Educación y Cultura, el   —21→   Departament de Presidència de la Generalitat de Catalunya y el Departament de Filologia Catalana de la UAB.

Finalmente, como manera de honrar su memoria y en homenaje póstumo, quiero dedicar la edición de estas Actas a los cuatro participantes fallecidos desde entonces: Virgilio Botella Pastor, Jesús López Pacheco, Gemma Mañá -investigadora de nuestro GEXEL- y Julio Sanz Sáinz, quien se auto-editó el texto de su intervención, titulada El exiliado vive en las honduras de su ser, que tuvo la generosidad de regalarnos a todos los congresistas.

Bellaterra, 28 de septiembre de 1998



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ArribaAbajoPrólogo: Entre la memoria y el olvido

Adolfo Sánchez Vázquez


Aunque el exilio español del 39 es hoy un capítulo cerrado, siempre será un capítulo de la memoria de nuestras vidas, la de los antiguos exiliados, y lo será a su vez de la memoria histórica del país del que fuimos arrojados -España- y de los países -como México- que generosamente nos abrieron sus puertas. Ciertamente, la memoria de lo que existió individual y colectivamente para nosotros en tierras ajenas no puede cerrarse; su recuerdo es como una herida abierta que no logra cicatrizarse. Por ello, no será ocioso ni inactual volver de nuevo sobre el tema del exilio, no obstante el volumen de lo ya escrito sobre él, y lo que nosotros hemos escrito, a su vez. Volver de nuevo, porque sus recuerdos y reflexiones no se agotan, y aunque sea para reiterar, con nuevas inflexiones, lo que ya hemos apuntado.

Empezaré por la observación siguiente. Si tomamos como año de inicio del exilio el año 1939 de la llegada a México de la primera expedición colectiva, o sea, la del barco Sinaia y si, por otro lado, consideramos a 1978 como el año en que, al despegar la transición a la democracia, desaparecen en España las condiciones políticas que obligaban a expatriarse, vemos que el exilio duró mucho más de lo que los ánimos más pesimistas preveían por entonces: seis u ocho años. Pero el exilio duró casi cuarenta años, tiempo más que suficiente para enterrar no sólo las esperanzas más resistentes en una vuelta que se creía factible, sino para sepultar físicamente a casi toda la emigración y, particularmente, a los que llegaron en la madurez de sus vidas. Tiempo suficiente, asimismo, para hacer imposible el sueño de la vuelta a quienes aún sobrevivían, pues cuando se abrían, al fin, las puertas propias, no se podía dejar así, sin más, una tierra en la que -generosamente acogidos- se había crecido, gozado o sufrido, soñado o desesperado; en una palabra, vivido durante cuarenta años. El destierro quedaba atrás, aunque no la tierra en la que, durante tantos años, se había asentado.

Y al llegar a este punto, se nos plantea una cuestión que afecta tanto a nuestra existencia individual como a la colectiva de antiguos exiliados, y tanto al país que   —24→   -siendo nuestro- nos cerró sus puertas como al que generosamente nos las abrió, o sea: México. Y la cuestión, con diferentes modulaciones, es ésta:

¿Por qué volver una y otra vez sobre un hecho real, pero ya inexistente?;

¿por qué detenernos, con aire un tanto masoquista, en esta página dolorosa de nuestras vidas, pues el exilio como desgarro o separación forzosa de la patria es un dolor difícil de extirpar o mitigar?;

¿por qué no doblar esta página que, desde hace ya veinte años, es la página de una historia, real, sí, pero que ya no se vive?

Ciertamente, para los antiguos exiliados que todavía sobreviven, aunque el arco de su supervivencia se acorta cada vez más, su destierro de ayer -con el paso del tiempo, integrados en la tierra que los acogió- ya no se vive como desgarro o separación de la tierra propia, sino como integración -de su vida y de su muerte- en la tierra ajena que un día los acogió. Digámoslo, de acuerdo con la controvertible terminología de Gaos: el «desterrado» de ayer es, al cabo de largas jornadas, el «transterrado» de hoy.

Y, sin embargo, como he dicho en otro texto mío, escrito en 1977, justamente cuando el exilio llega real, objetivamente a su fin, el exilio permanece y dura, pues el exiliado «jamás podrá renunciar al pasado que lo trajo aquí y sin el futuro ahora (de volver) con el que soñó tantos años»3.

El exilio permanece no sólo en el recuerdo -como asunción de ese pasado- y en la obra que perdura de esos años, sino también en la tensión no resuelta entre poder y querer que se nos planteó desde que el exilio -objetivamente- llegó a su fin: Cuando se quería, no se podía volver, y cuando se puede, ya no se quiere volver. O, más exactamente: ya no se puede querer volver. Por eso digo, en el escrito antes citado, que tanto si se vuelve, como si no se vuelve, el exilio «permanece y dura» en nuestro ánimo, aunque objetivamente, realmente, haya llegado -desde hace ya veinte años- a su fin.

Ésta es la razón «vital» -asumiendo la expresión orteguiana, no su significado- de que no podamos doblar una página que no se deja amarillear: la página de nuestras vidas que el exilio llenó. Y con esa razón damos respuesta -desde la altura de nuestro presente- a la cuestión antes planteada de por qué volver -como exiliados de ayer- sobre un capítulo doloroso de nuestras vidas que hace ya tiempo dejó de formar parte de la historia real. Pero, cabe también plantearse la cuestión, más allá del acoso de la experiencia vivida, de por qué volver sobre el significado del «destierro» de ayer que permanece y dura en el «transterrado» de hoy. Se trata de la cuestión del significado del exilio -y por tanto, de volver sobre él- no sólo por el significado que   —25→   tiene para mí -desterrado de ayer y transterrado de hoy-, sino por el que tiene real, históricamente, tanto para el país -España- del que se vieron arrancados los exiliados, como del país -México- al que se incorporaron al brindárseles generosamente la hospitalidad que necesitaban. En pocas palabras, la cuestión es ésta: ¿Qué significa hoy, para uno y otro país, el exilio español?

Creo, por lo que toca a México, que a los antiguos exiliados se les considera -y con razón- parte de su existencia misma, pues, integrados en ella, han compartido con los mexicanos sus sufrimientos y sus goces, sus sueños y sus reveses, sus desvelos y sus afanes. El exilio es reconocido en México como una parte de su historia contemporánea, y valorado por lo que a ella ha aportado, en justa compensación por la hospitalidad desinteresada que se brindó. Nunca en México se ha regateado ese reconocimiento y esa estimación. Y siempre se está dispuesto a reafirmar uno y otra.

Por nuestra parte, hemos de reconocer -a los veinte años de haber terminado el exilio- que nuestra integración en la vida del país que nos acogió no se ha hecho pagando un costo indeseable: la renuncia a los valores e ideales por los que nos vimos arrojados al exilio. Por el contrario, la fidelidad a ellos da -a los ojos de los mexicanos- una mayor dimensión moral a nuestra integración, una integración en la que se cumple no sólo la opción de dar en vida lo mejor de sí, sino también la opción final de descansar aquí para siempre: la opción de hombres como José Gaos, Wenceslao Roces, Rodolfo Halffter o Emilio Prados, entre muchos, abiertamente expresada, que prefirieron morir -lejos de su patria de origen- en la tierra donde pudieron vivir libre y dignamente.

Por todo ello, el exilio español en México no es materia del olvido. Vive en la memoria, con sus constantes reconocimiento y valoración. Baste señalar -como un ejemplo de ello- el que en nuestra Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM exista, desde hace ya algunos años, una Cátedra extraordinaria bautizada como «Maestros del exilio español». El exilio pervive en la memoria y en la reflexión, y no sólo para satisfacción y provecho del antiguo exiliado -especie casi extinguida-, sino de las nuevas generaciones del país que hizo posible e impulsó su obra. Y esto es lo que hoy, sobre todo en México, importa.

¿Y para la España y los españoles de nuestros días? ¿Se recuerda, se reconoce o valora lo que hicieron en tierra ajena estos hijos de la propia que, al finalizar la guerra civil, se vieron arrojados de ella? Ciertamente, esta España de hoy no es la dura y despiadada que los lanzó al exilio. No es la que primero los satanizó y maldijo, cubriéndolos de injurias y falsedades, y después levantó un muro de silencio para extirpar sus nombres de las mentes. Baste recordar que la censura franquista llegó a tachar la palabra «exilio» de un escrito de José Luis Aranguren. Pero ahora no apuntamos a esa España negra, sino a la de la transición y la democracia que la mayor parte de los exiliados no alcanzaron a ver.

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Reconozcamos que en ella se da, al fin -con las excepciones que confirman la regla-, una convivencia, tolerancia y libertad, negadas implacablemente al pueblo español durante cuarenta años. No se puede desconocer que esos valores -inseparables de la democracia- son hoy valores supremos para la sociedad española, y de ahí el rechazo generalizado de la violencia. Y la clave de esta apetencia de paz frente a todo retorno -imaginario o real- de la violencia hay que buscarla en el pasado en que se vivió su forma extrema como guerra civil. Se comprende el horror ante el trágico enfrentamiento que tuvo tan terrible costo humano para todos los españoles. Se comprende asimismo la tendencia a hundir en el olvido ese sombrío capítulo de la vida española, aunque no se justifica que, con él, se olviden las causas de la guerra y la responsabilidad histórica de quienes la provocaron. Como tampoco se justifica la tendencia a confundir los colores, las voces y los pasos al presentar la guerra más bien «incivil» -así la calificó, apenas desatada, Unamuno- como una guerra entre hermanos, igualmente brutales o igualmente nobles, como si los agresores y los agredidos, los verdugos y las víctimas, fueran igualmente culpables o inocentes. Con ello se pretende ocultar que la sangrienta guerra civil le fue impuesta al pueblo español por el fascismo nacional y extranjero, y que aquél, al resistir la agresión en las condiciones más desventajosas, no hacía más que cumplir con lo que su dignidad exigía.

Ciertamente, hay que repudiar toda violencia que abone el espíritu de guerra civil, pero justamente por ello no puede olvidarse el infortunio que representó para España, el terrible sacrificio que impuso a sus hijos, así como las dolorosas consecuencias que acarreó, dentro del país, en los años ominosos de la guerra, y, fuera de él, con el desgarrón del exilio. Nadie en su sano juicio podría complacerse en su recuerdo, pero esto no justifica su olvido. Y, sin embargo, no cabe ignorar la tendencia a sepultar la guerra civil en el olvido, así como lo que innegablemente se entronca con ella -como una dolorosa consecuencia de ella-: el exilio.

Cierto es que no faltan, en los medios académicos españoles, las personas y los grupos que, movidos por un generoso impulso de rescatar la memoria histórica, se ocupan, sin el respaldo oficial, del exilio. Justo es reconocer aquí la fecunda y denodada labor de estudiosos como José Luis Abellán, Francisco Caudet y Manuel Aznar Soler entre otros; de esfuerzos colectivos como el del grupo GEXEL de la Universidad Autónoma de Barcelona, y de empeños editoriales, como el de Anthropos, de salvar la «memoria rota». Pero la tónica oficial -de ayer y de hoy, y en general compartida, contra la que tienen que bregar esos loables esfuerzos- es el silencio o la indiferencia que tan claramente se pusieron de manifiesto al conmemorarse, en 1989, el 50 aniversario del exilio.

Ahora bien, esta actitud no puede justificarse en una España como la actual que, por su propia naturaleza democrática, por reivindicar los valores que el exilio siempre   —27→   exaltó cuando en España eran negados, no puede olvidar su legado político, moral y cultural.

Su legado político: porque durante largos años -y pese a sus lamentables divisiones políticas internas- el exilio fue la voz, la conciencia de una España martirizada que, en su propia tierra, no podía hacerse oír.

Su legado moral: porque el exilio fue un ejemplo de honestidad, dignidad y firmeza, así como de coherencia en su vida real con los principios y valores pisoteados en su patria.

Su legado cultural: porque durante años -hasta que en la patria de origen surgieron nuevos impulsos creadores- la cultura española, congelada en ella, pudo seguir fructificando en tierra ajena con la obra de los escritores, filósofos, poetas, científicos, artistas, arquitectos, ingenieros y universitarios destacados.

Y no se cierra aquí el legado del exilio. Hay que contar también con el que dejó en las relaciones entre España y América, porque, frente a la retórica imperial de la Hispanidad y de la España «eterna», la América Hispana pudo advertir que, con el exilio español, una nueva y verdadera España se hacía presente, a la vez que una nueva visión española de América se iba dando desde el exilio.

En suma, en el exilio americano se escribió un capítulo de la historia de España que no podía escribirse en su propio suelo. Por todo ello, por este múltiple legado -político, moral, cultural e hispanoamericano-, el exilio es una parte de España. Y, por haberlo sido en estas tierras que ofrecieron la posibilidad de dejarlo, la España actual de la democracia y las autonomías tiene una deuda -insuficientemente pagada- con el exilio de 1939, y una deuda, a su vez -no pagada en absoluto-, con el país -México- que tan generosamente brindó ese exilio.

Y España debe pagar una y otra deuda con el reconocimiento y valoración, respectivamente, de lo que el exilio significó y aportó, y de la actitud generosa, desinteresada, del país que -con su acogida- hizo posible el legado que el exilio dejó.

De aquí la necesidad de que en la España actual sea rescatado de su olvido e indiferencia el exilio de 1939, pues éste no es sólo una parte innegable de la vida y la cultura de México, sino también de la vida y la cultura de España. Y España no puede olvidar hoy, sin mentirse, una parte de sí misma.





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