Jacinto Luis Guereña en el exilio: su labor de poeta
y antólogo
Claude Le Bigot. Université de Rennes-2
Hay rescates
que se imponen y creo que ha de ser un objetivo de este Congreso
sobre El exilio literario español de 1939. Éste
es el caso de Jacinto Luis Guereña, cuya labor de
poeta, antólogo, traductor y crítico literario
se desarrolló en Francia en un primer tiempo como
consecuencia del hundimiento de la República española.
Aunque hoy es un hombre con asentamiento en el Mediodía
francés y en Madrid, el ir y venir entre dos patrias
y su inserción cada vez más consolidada en
el mundo editorial peninsular no le han permitido alcanzar
el rango que se merece. Esto traduce con creces las desgracias
de un prolongado exilio. La bibliografía de Jacinto
Luis Guereña enseña claramente su pertenencia
a dos culturas, ya que la primera etapa de su exilio lo llevó
a escribir y publicar sus primeros poemarios en francés:
L'Homme, l'Arbre, l'Eau (Méduse, 1945), Ode à
la grande naissance du jour (Méduse, 1948), Mémoire
du coeur (Seghers, París, 1954), Fertilité
de l'Espoir (Tour de feu), Loin des solitudes (Caractères,
París, 1957), Guitare pour la nuit (Hautefeuille,
París, 1960). Por esta misma razón, aparece
recientemente en la Histoire et Anthologie de la poésie
française de Robert Sabatier. En el mismo lapso publicó
poco en español: Poema del dolor y de la sonrisa de
España (1945), Invierno de la palabra (1956) y Hablando
con poemas (1968). Ya en el año 1971, cuando publica
Noticias en la «colección de poesía» de León,
parece que el poeta está recuperando cartas de ciudadanía,
dando a la estampa una serie de libros de poesía que
lo afincan definitivamente en el patrimonio cultural español584.
Con motivo de este Congreso, quisiera destacar dos facetas
de su labor: 1) su trayectoria personal como poeta del exilio
que se expresa en dos idiomas; 2) su labor de antólogo
y, por lo
—318→
tanto, su esfuerzo por difundir la poesía
española en Francia en una época en que, por
motivos históricos, algunas voces encontraban cobijo
más seguro tras el Pirineo.
Es difícil decir
que no se encuentren huellas de dolor y amargura en los primeros
libros del exilio. La pérdida de España, el
alejamiento y la incertidumbre sobre el destino de seres
queridos, generó en muchos poetas el sentimiento de
desesperanza y fortaleció la sensación de desamparo
provocados por el derrumbamiento de la República.
Aún existe en el primer libro escrito en español,
un vínculo muy fuerte con la patria perdida, que le
arranca al poeta las quejas de un corazón lastimado.
El fervor de la confraternidad de las luchas recién
terminadas recorre muchos poemas; pero, se dio la vuelta
de hoja y curiosamente el poeta renunciará durante
casi diez años a su lengua materna para verter su
lirismo en idioma galo, el cual posiblemente abría
nuevas expectativas, autorizaba un lenguaje sin trampas,
cuando en el lado de acá de la frontera, el discurso
oficial instalaba para algún tiempo la mentira y la
doblez. Pero, hay que notar que en la primera poesía
del exilio de Jacinto Luis Guereña no domina la desesperanza.
Las composiciones de tono amargado, el habitual desgarro
afectivo del exilio ceden pronto el paso a una férrea
pasión de vida. Este mismo fervor está enmarcado
en el espíritu de lucha que demostró Jacinto
Luis Guereña al contacto tal vez de lo que había
aprendido a través de los Poetas de la Resistencia
francesa. El canto enlaza primero con el homenaje a los caídos,
sea como figura individual en el caso de «Complainte pour
José Vittini»585, sea como figura colectiva en la «Elegía
a los guerrilleros muertos en tierras de Francia», en la
cual el poeta, animado por el fervor patriótico, ensalza
el sacrificio de los combatientes de la sombra, aunando el
espíritu internacionalista con el amor a la patria
chica. Había en esta composición mucho entusiasmo
juvenil pero ya se estaba perfilando el estilo lírico
coloquial que iba a caracterizar a los poemarios de la primera
etapa:
Los rincones geográficos no existían
ni tampoco los obstáculos de otro lenguaje hablado,
Este poema
se publicó en versión bilingüe española
y francesa en la revista Méduse, de la que fue fundador
Jacinto Luis Guereña en 1945. Quiero recordar muy
brevemente lo que significó esta revista con el subtítulo
de «Front Franco-Espagnol des lettres, Création et
Combat». Bajo la advocación de semejante lema, la
revista entendía propagar el espíritu combativo
de la Resistencia, volviéndolo contra el terror que
imperaba en la España de Franco. El fundador de Méduse,
con sus escasos medios económicos, quería mantener
viva la llama de libertad, como lo había
—319→
hecho Max
Pol Fouchet desde la revista Fontaine. Fue una empresa limitada
en el tiempo pero generosa, en la línea ética
de las esperanzas que la Liberación de Francia había
despertado en el corazón de muchos españoles.
Este mismo espíritu esperanzado es el que vertebra
el extenso poema de más de 700 versos que da título
al libro Ode à la grande naissance du jour. Es un
conjunto unitario en cuatro momentos: la mañana, la
tarde, la noche, con prólogo y epílogo. Este
poema no tiene referencias a ningún tiempo ni espacio
histórico concreto. El poeta se siente penetrado por
las fuerzas cósmicas y transfigurado por un inmenso
deseo de armonía. Para él, el día que
sucede a la noche materializa la capacidad de regeneración,
la esperanza que compensa el lastre de los recuerdos dolidos:
«comment avancer avec cette charge de souvenirs morts et
fidèles». La contemplación del mar, de la luz
naciente enardece al poeta:
Me dejo llevar por la misteriosa esperanza
una aventura de orgullo y futuro alumbra mi existencia.
La mañana exhibe sus tesoros de sensualidad; el
sueño del alba va por entre los ribazos fértiles,
que son los impulsos del amor:
Un tambor repica por la mitad del tiempo que se acerca
es la mañana que me arroja por la costa de la vida587
La tarde es el tiempo de madurez, de plenitud y de júbilo.
Este himno al día suena como un homenaje a la belleza,
a la paz y a la libertad. La llegada de la noche no produce
ningún efecto devastador; al contrario, equivale a
una figura de mujer, trae su momento de misterio, exaltación
y sueño carnal. El anhelo de vida no elimina el terror,
pero el poeta sabe que este mismo miedo es el que mantiene
la pervivencia del sueño. Jacinto Luis Guereña
nos va acostumbrando al ritmo, amplio y contrastado a la
vez, de su verso. Esta oda, escrita en diciembre de 1943,
o sea, durante la ocupación alemana, deja una estela
esperanzada, no tan frecuente en la poesía del exilio
que cultiva más bien en sus comienzos la pérdida
de identidad.
Naturalmente, el poeta no puede olvidar la
tierra que dejó, su juventud ensombrecida por la contienda
y sus secuelas. Le ocurrió pensar en las esperanzas
frustradas, en el goce intuido e imaginado a orillas de un
Manzanares definitivamente alejado:
J'aurais aimé jouir de mes années de jeunesse
là-bas
Où les îles de la découverte s'ouvraient
pour moi
En une éclosion de fêtes et de regards.
Ah ton gazon, ô bord du Manzanarès, ton ventre
bleu
—320→
Ton feuillage paisible le tourment de l'herbe brûlée
Où ma tête aux soirées de mai aurait
pu se reposer...
Pourquoi aurais-je voulu la paix et les
collines en colère.
Pourquoi l'homme serait-il devenu
vraiment un ami?588
Tal vez el paso por otro idioma le ha
permitido recuperar la fe y la esperanza en el hombre; ésta
es una actitud que aflora constantemente en su poesía
escrita en francés entre 1945 y 1956. Desde luego,
el dolor no se ha apagado; las heridas siguen sin cicatrizar
cuando el poeta piensa en el sombrío Madrid de postguerra,
llevando su mirada hacia niños cuya despreocupación
hace más punzante el asolado ambiente de la ciudad,
como en esta composición del años 1948:
A partir de Memoria
del invierno (1956), el poeta vuelve a escribir preferentemente
en español, y su poesía de aquellos años
encaja con la tonalidad de la poesía testimonial que
venía imponiéndose en España. Los temas
que aborda Jacinto Luis Guereña versan sobre la patria
herida y amordazada, el dolor callado de un pueblo que no
se da por vencido. De ahí, la permanencia de expresiones
antitéticas que sugieren un posible despertar, como
en «La salud de España», cuando el poeta escribe:
Un manojo de poemas publicados
en la selección hecha por Pierre Darmangeat ilustra
una etapa de poesía esperanzada con fondo reivindicativo
-no sé si escrita a raíz de los acontecimientos
que se produjeron en el año 62-, pues muchas composiciones
de entonces presentan un cariz combativo y en ellas el poeta
proclama su «fe en palomas obreras». El verso es sencillo,
y el lenguaje, sin exceso metafórico, tiene ecos oterianos;
dejamos como botón de muestra esos versos de «como
voz de conjuro»:
—321→
Escribo, y hablo.
Miro y sé que me callo.
Años como patria.
Palabras como esperanza.
En resumen, ya superados los
momentos de desazón y desconcierto, el discurso se
sustenta en el ansia de libertad, con referencias concretas
a España, a sus distintas regiones, a su pueblo trabajador,
incluso a los barrios de Madrid con su incipiente desarrollo
urbanístico. Fue un tiempo de utopías, de utopías
legítimas y necesarias porque estaban edificadas sobre
un humanismo aún válido hoy en día,
fundado en el amor, la solidaridad y la libertad. Cuando
salió Noticias (1971) en la colección «Poesía»
de León, Emilio Miró le dedicó una reseña
en Ínsula para señalar el «digno talante moral» que recogía la voz del poeta591. Pero esta publicación
significaba también la incorporación del poeta
al mundo editorial de su patria de origen.
Aunque soy consciente
de dar un salto por encima de una producción que ocupa
poco más de quince años, desde Para un manifiesto en 1976 hasta El oficio de la mirada de 1990, quisiera insistir
en la etapa final de un destierro literario que desplazó
mucho sus fronteras. Sería acudir a un comodín
decir que El oficio de la mirada es un libro de plena madurez.
Sin embargo, la compleja poética de Jacinto Luis Guereña
se configura definitivamente en este poemario, bien ordenado
y unitario en cuanto a su contenido. Además, hay que
considerar este libro como el fruto de la larga y exasperante,
agobiadora y fructífera espera de un desmesurado exilio.
Con palabras escuetas, yo diría que aquí se
indaga el desgaste de la memoria, el eco «infiel y aún
leal» de la memoria, que funciona como el palimpsesto. El
transcurrir de los días va modificando paulatinamente
las huellas de los recuerdos hasta que en ellos se cuele
la duda. Ya no se trata de un tiempo de punzantes nostalgias
ni añoranzas sino de un tiempo manso, casi domesticado
porque es un tiempo interiorizado, ya no taladrado por las
presiones de la historia colectiva. Huelga decir que el tema
dominante de este libro es el tiempo, captado siempre a partir
de una visión dialéctica de fervor y abatimiento
o, para hablar en términos camusianos, desde una perspectiva
de «pesimismo activo». Esta dialéctica hace que el
poeta no se demore exclusivamente en los efectos destructores
del tiempo sino más en los impulsos vitales que lo
llevan a buscar una superación de los límites
en la misma vida cuando ésta es amor, generosidad,
intimidad y poesía (o creación). De ahí,
tal vez, el recurso frecuente de Jacinto Luis Guereña
al oxímoron. Una corta cita puede aclarar el enfoque
personal del poeta sobre un tema de marcados acentos metafísicos:
Pero el tema del tiempo no va por los habituales
derroteros sino que se acompaña de una reflexión
sobre el poder de la palabra en su capacidad de desvelamiento
de la esencia del mundo. Lo que permite la palabra es el
desarrollo de la intuición, la posibilidad de representación
del mundo, fundado en la subjetividad del artista y la transformación
lúdica de todos los objetos que pueblan la experiencia
humana. De ahí, el principio unitario encarnado en
lo que Jacinto Luis Guereña llama «el oficio de la
mirada», fusión del concepto y de lo sensible a partir
del cual el poeta construye su sistema de desvelamiento y
de conocimiento:
Existe, eso sí, un permanente
metadiscurso sobre la validez del ejercicio poético,
su capacidad de superación del acabamiento humano
no a través del acartonado concepto de consecución
de una quimérica genialidad, sino en una lenta y paciente
tarea de Penélope, que constituye la construcción
del significado. Es una tarea universal que puede cobrar
acentos particulares según las circunstancias, pero,
ésos son epifenómenos, a los que un poeta arraigado
en dos culturas no concede demasiada atención. En
un libro más reciente, Jacinto Luis Guereña
escribe:
Ya puede decirse que este exilio no tiene fronteras
fijas, cabe en todos los sitios; el poeta se sitúa
a otro nivel, en que subsiste una búsqueda de identidad,
pero de raigambre ontológica. Los poemarios siguientes,
Poemas contra poemas y Olvido de una memoria no hacen sino
confirmar esta tendencia, no hecha siempre de serenidad,
ni tampoco vertida en un «arte de ser maduro», aunque a veces
se piense en ello595. Pero, en última instancia, el poeta
no se cansa de retar a la existencia; se enfrenta con ella
cuando dice en su último libro:
No quisiera
terminar esta comunicación sin evocar la labor de
antólogo de Jacinto Luis Guereña, quien contribuyó
a la difusión de la poesía española
en el área de habla francesa. Por sus fechas las dos
antologías bilingües que firmó Jacinto
Luis Guereña son representativas de una situación
histórica e ideológica. La primera salió
en 1969 en la colección Marabout Université
con una selección de 56 poetas desde Rubén
Darío a Félix Grande. Pero, en seguida salta
a la vista una fuerte concentración de los poetas
sociales, desde Crémer hasta José Agustín
Goytisolo, y una especial atención a los poetas exiliados
cuyas obras no podían entrar en España, sea
las de autores con obras anteriores a la guerra como Alberti,
Prados, Cernuda, Altolaguirre, sea las de autores que culminaron
durante el exilio, un Juan Rejano, un Giner de los Ríos,
entre los ejemplos de mayor vuelo. Más allá
de la diversidad de una nómina que abarca varias generaciones,
el denominador común se cifra en el profundo amor
a España de todos los antologados. Todos manifiestan
un tenso afán de vida pese a los sufrimientos y al
lastre de las soledades de fuera o de dentro. En rigor, esta
selección queda como un testimonio de algo que suena
al unísono, el diálogo de las dos Españas
para parafrasear a Manuel Andújar. Con razón,
observa Jacinto Luis Guereña en el prólogo
de esta antología: «Obvio es que la poesía
española no es sólo un fenómeno estético.
Hay en ella, el germen y el fruto de un profundo arraigo,
y un apasionado apego a la noción misma de «patria»,
a España»597. El muestrario que el antólogo regalaba
al público era amplio y certero; acompañaba
los esfuerzos de un restringido grupo de intelectuales o
animadores de revistas598, que querían dar a conocer
el florilegio de la lírica española, que no
podía limitarse a la figura mítica de García
Lorca.
En 1977, Jacinto Luis Guereña da a la estampa
una segunda antología bilingüe, publicada en
París por Seghers, La poésie espagnole contemporaine. La selección abarca esta vez a 33 poetas cuyas obras
salen a la luz entre 1945 y 1975. Abre la nómina Ángel
González y la finaliza Guillermo Carnero (la clasificación
va por fecha de nacimiento). Esta nueva antología
se centra decididamente en la producción de la segunda
promoción de postguerra, llevando a eliminar tal criterio
los
—324→
nombres de Blas de Otero y Gabriel Celaya, pero integrando
nuevas voces que eran desconocidas del público francés;
así, la nómina recoge los primeros ecos de
la poesía novísima con Pedro Gimferrer, Vázquez
Montalbán y Guillermo Carnero. Pese al criterio reiterado
de la dimensión testimonial ante «la tristeza, la
impotencia y la rabia» que vertebra esta nueva selección,
Jacinto Luis Guereña supo captar y brindarnos los
nuevos frutos de la lírica del momento. Las referencias
de la poesía española al contexto histórico
de un tiempo de privaciones siguen inspirando las exigencias
de lucidez, dándole muchas veces al testimonio su
cariz trágico. Pero esta selección no se apoya
en ningún exclusivismo sino al contrario, Jacinto
Luis Guereña intuye lo que estaba cambiando en la
hegemónica corriente de la poesía social y
señala con certera inteligencia las modalidades irónicas
de un Ángel González, Enrique Badosa o Jaime
Gil de Biedma; presta atención al barroquismo andaluz
de un Manuel Ríos Ruiz, a la mitificación del
sur en Ángel García López; no descarta
en nombre de una ortodoxia del pensamiento los intentos del
formalismo culturalista de Gimferrer o Carnero. Esto muestra
con creces la preocupación por divulgar fuera de España
la diversidad de voces líricas, cuando ya la transición
democrática había volado las trabas a la libertad
de expresión.
No creo haberme alejado del tema del
exilio; la verdad es que con el tiempo, la relación
del exiliado con su patria perdida sufre profundas transformaciones.
Y lo único que a los estudiosos del campo de la creación
debería importar, sería evidenciar la existencia
o la no existencia de una escritura específica del
exilio. Las respuestas no son muchas y me parece que obedecen
a esquemas lógicos: o bien se puede observar una búsqueda
de integración en el país que acoge o la reintegración
a la patria de origen cuando el retorno es posible (no sin
dificultades, por supuesto); o bien se asiste a una mitificación
del país perdido o, al contrario, se asiste a un descubrimiento
de sí mismo, y, a través de la superación
de su propia condición, el exiliado se forja una nueva
identidad. Creo que esta última hipótesis es
la que caracteriza, hace tiempo ya, la actitud poética
de Jacinto Luis Guereña.
—[325]→
«La chaqueta del revés»: la heterodoxa conversión
de Arturo Serrano Plaja
José Ramón López. GEXEL-Universitat
Autonòma de Barcelona
Como en tantas otras personas
y ocasiones, Arturo Serrano Plaja es un ejemplo más
que añadir a la lista de los olvidados por las condiciones
inherentes al exilio. Sin abundar más en injusticias
literarias e históricas, lo desafortunadamente común
en este campo de estudio, su caso posee, aún más
si cabe, otros lastres que han terminado por silenciar casi
por completo su obra. Situarse ante un autor que pasa del
apoyo incondicional, la creencia profunda en el comunismo,
a una religiosidad final igualmente apasionada es fácil
que genere suspicacias. De este modo, de un lado, va a ser
ignorada su propuesta por aquéllos que sólo
verán en ella una traición a anteriores ideales
políticos y, del otro, la peculiaridad de su propuesta
no será digerible para ciertos sectores que lo hubieran
podido utilizar como un caso ejemplar de conversión,
de hijo pródigo que retorna porque ha visto la luz.
Serrano Plaja fue uno de los miembros más activos
de lo que se ha dado en denominar de manera problemática
«Generación del 36». Y, sin entrar ahora en detalles,
en ella se afianzó como uno de los nombres sobresalientes
de esta promoción más joven de los años
treinta, otro terreno, de nuevo para su desgracia, relativamente
mal estudiado. Cuando se afilie a la revolución poética
a partir de los ejemplos de Vallejo, Neruda o Alberti no
caerá en los reduccionismos estéticos que tan
frecuentemente se dan en la poesía comprometida. Sabrá
equilibrar la vivencia íntima con el alcance que la
misma pudiese tener en la colectividad; aunar la confesionalidad
con el canto al hombre y el trabajo; formalizar, en lo que
Caudet definió como «praxis poética», la experiencia
amorosa con la patriótica, la existencial con la épica
a su bando de guerra y a los que lo sustentan599. En su caso,
todo ello
—326→
desemboca en un libro: El hombre y el trabajo, de 1938, donde logra el tono personal que parece adentrarle
en la madurez poética. Un tono personal demostrado
en la reflexión estética con la «Ponencia colectiva»
publicada en Hora de España en 1937600, en la que en
la defensa de la individualidad del artista ve el punto de
arranque imprescindible para todo intento de renovación
y de utilización de la materia poética con
la finalidad que se crea oportuna, bien sea la defensa de
un humanismo equivalente a revolución en aquellos
años, bien sea la defensa de una nueva fe con posterioridad601.
De ahí no extraña que esta ponencia pueda enlazarse,
en un proceso que necesitaría un análisis cuidadoso
y pormenorizado, con la ruptura oficial que con las ideas
comunistas efectuará mediante la publicación
en 1960 de su artículo «El arte comprometido y el
compromiso del arte»602.
Pero, antes de esto, la derrota en
la contienda no es superada. Actúan el exilio y sus
sombras y llega la desorientación, la crisis metafísica,
existencial, el desarraigo y la pérdida de las bases
que formalizaban sus propuestas y convicciones. Llegamos
a unos años donde, salvo contadas excepciones, el
poeta parece no saber cómo reaccionar frente a la
realidad que le ha tocado en suerte. Así, de los prometedores
inicios y la publicación de un libro que evidenciaba
la llegada a la madurez, pasamos a la diáspora y a
la reiteración en un discurso que es ahora obsoleto.
En este punto, tras la forzosa simplificación que
se ha realizado de sus etapas anteriores, es cuando un componente
que ha estado operando en él de manera bastante temprana
irá ganando terreno hasta crear una obra sustentada
en unas teorizaciones vitales y artísticas diferentes.
Serrano Plaja conseguirá de nuevo ser un más
que notable poeta durante el recorrido que le lleva a su
conversión al cristianismo. Desde afuera el tema puede
interpretarse como simplista, como una vía de
—327→
escape
que oculte la renuncia a la lucha por unos ideales. Pero
si entramos propiamente en la obra religiosa, lo primero
que observaremos es que se está ante cualquier hecho
menos lo que pudiera ser una discursividad típica.
La propuesta del autor es extraña, heterodoxa, tanto
en su contenido como en los medios empleados para verbalizarlo.
Intentar ahora la explicación de las causas biográficas
o incluso de necesidad estética que subyacen tras
su conversión sería algo inabarcable en este
acercamiento inicial603. Por ello, sólo se destacarán,
someramente, los principales aspectos que justifican la particularidad,
la heterodoxia de su propuesta en el plano poético.
Serrano Plaja publicará en 1958 un poemario que ya
anuncia futuras propuestas: Galope de la suerte604. Es, sin
duda, un libro de gran nivel pero con algunas irregularidades
y vacilaciones que no le permiten cuajar del todo. No es
raro que así sea porque en él se condensan
demasiadas problemáticas. A su vez, se nos muestra
ya la búsqueda que luego desembocará en la
figura de un dios muy personal. En el primer poema, el poeta
pide la cadena que «pase en mi albedrío con plomo
de gobierno», busca el calabozo, el pozo «donde ahogarme
de amor o piadosa obediencia» (pp. 7 y 8). Claro que, tras
ello, en el siguiente poema la vida se desboca, sin cadenas,
sentencias ni pozos que la detengan: lo que resta del camino
hasta la muerte es un «galope de la suerte», una frontera
indefinida (pp. 9-10). Todo el libro es un compás
de espera y vacilación, meditación sobre el
olvido y la memoria, añoranza de la patria perdida
y reflexión sobre lo vivido, apareciendo nociones
fundamentales de su poética: culpa, dolor, remordimiento,
pecado. El riesgo de la propuesta de Serrano Plaja a nivel
formal es muy considerable y ya Emilio Miró ha especificado
cuáles son las principales innovaciones a las que
somete los metros y estrofas clásicas605. Junto a ello
la innovación léxica, la aparición de
un lenguaje coloquial, vulgar, donde destaca la espeluznante
serie de prosas poéticas reunidas bajo el título
de «Lo que le sobra a la sepultura, muertos desconocidos
y españoles
—328→
vivos de hambre». En estas prosas y otras
composiciones se utilizan textos religiosos de manera secularizada,
elaborando un discurso donde el hambre (no sólo en
su sentido físico, claro está), el dolor, la
muerte y la imagen de una España repleta de huesos
se desparraman a lo largo de los versos.
Todas estas características
ya nos indican el cambio dado en el poeta porque otorgan
a sus composiciones una carga irónica que antes no
poseían, una burla de sí mismo y de los temas
tratados que no es sino vehiculización de la angustia606.
El autor ha confesado su deuda con Picasso607. Del Guernica, sobre todo, nace su aplicación del esperpentismo,
de la deformación y, con ello, el establecimiento
de la distancia irónica engendrada en la matriz del
dolor. El libro se sustenta en lo inevitable de la muerte.
Alcanzar esa seguridad provoca la mirada distorsionada y
la necesidad de la ironía y el humor como medios de
subvertir esta obsesión. La muerte puede ser así
proyectada, por ejemplo, en la imagen de una grotesca bailaora
con mantilla, tacones y una peineta «clavada en su pelona
calavera» (p. 90); o desfigurarse el contenido tradicional
de la Danza de la muerte medieval (pp. 44-48).
Pero lo que
ahora interesa constatar es cómo en estos momentos
el perfil de una idea de dios cada vez queda menos desdibujado
y se va definiendo en la cadena, en la prisión demandada
al principio del libro como posible salida a esta crisis
existencial. Un proceso plagado de recelos, del que se sospecha
que se puede ser excluido y que motiva sucesivas preguntas:
¿Y si Dios fuera como España
que existe, que es verdad, que está aquí al
lado,
que todos pueden ir -menos algunos?
¿Y si tuviese
sus Pirineos,
sus malas carreteras y su Franco,
sus cárceles
y todo -y sus turistas?
¿Y si Dios fuese la derrota,
una guerra perdida, unos recuerdos
de una lucha civil con
Dios a mano armada,
de un destierro de Dios a mano izquierda,
un ya no poder más -y poder mucho?
(p. 112).
—329→
El poemario se cierra con una declaración que objetiva
ya el viraje hacia ese Dios. Serrano Plaja jugará
con las nociones de pecado y gracia para estructurar buena
parte de su heterodoxia. Él está, nos informa
en el poema final, «en pecado por la gracia / de Dios» (p.
126): el sentimiento de culpa se expresa ahora, con San Agustín
y Unamuno al fondo, a través de esta casi paradójica
afirmación.
Antonio Sánchez Barbudo, su compañero
de generación en España y el destierro, afirmaba
que toda la poesía de Serrano Plaja se caracteriza
por ser profundamente confesional y en donde determinadas
obsesiones lo acompañan a lo largo de toda su producción608.
Desde sus inicios siempre ha transmitido en sus poemas la
idea del hombre como ser exiliado de un paraíso, ángel
caído en la línea puesta de moda por el Alberti
de Sobre los ángeles y la vuelta al romanticismo de
la preguerra. Su segundo libro así lo destacaba en
su premonitorio y desafortunado título, Destierro
infinito. Esta idea se ve reforzada luego con su exilio,
no ya tan sólo como adherencia del ser, sino como
trayecto vital. Y a su vez este destierro infinito se asocia
con el remordimiento, el concepto del ser humano como una
entidad cargada de culpas que no tienen explicación
racional. En un texto sobre Vigny y Kafka de 1949, analizando
este tema deducía:
Forjar a toda costa -o intentarlo al menos-
una explicación para nuestro sentimiento de la caída,
es, ante todo, satisfacer a nuestra razón, justificarla,
hacerle justicia: explicarnos, colaborar a explicarnos, que
si nos sentimos inculpados, por algo será609.
Heidegger escribió que «en la idea de culpable está
el carácter de la nada»610. Y, efectivamente, este caballo
que recorre al galope el libro está al borde del nihilismo
—330→
en más de un momento. La otra salida posible era
el hallazgo que compensara ese algo indefinible en una explicación
sacra, un dios hecho a la medida, no por ello menos exigente.
Llegamos en 1965 al año de publicación de
La mano de Dios pasa por este perro611. Josep María Sala
Valldaura, señala que el tema de la religiosidad aportado
por los miembros del grupo del 36 desaparece con el relevo
generacional de los cincuenta y también que Arturo
Serrano Plaja queda situado, frente a la ironía de
un Félix Ros, para poner un ejemplo (...) chata y
gallinácea (...) en una «curiosa tierra de nadie»,
abocado a lo religioso por su centro de interés y
a una expresión coloquial, oral, que no ha sido connotada
negativamente»612. Si se establecen comparaciones entre la poesía
religiosa al uso de aquellos años, realmente complaciente,
beatifica y meliflua en su mayoría, y la ironía,
el desplante a los dogmas, la articulación formal
descoyuntada de los poemas de Serrano Plaja queda claro el
porqué de esta dificultad de encasillamiento gracias
a su modernidad expresiva.
El poeta se ha metamorfoseado
en un nuevo animal, un perro sobre el que pasa, muy de vez
en cuando, la mano de su amo. No es la misma mano que a un
Blas de Otero, por ejemplo, hacía daño, exigiendo
así a dios que se la quitara de encima, e incluso
deseando su mutilación, con la opción por un
estado donde el yo se quedaba con su «vacío»613. Por
el contrario, Serrano Plaja quiere llenar la oquedad mediante
la caricia de una mano que puede pegar pero que también
da la comida, colma ese apetito del que hablaba en anteriores
poemas aunque siempre de manera insuficiente, con las «migajas»
lanzadas a los canes evangélicos mencionadas por San
Marcos en la cita con que se abre el libro. El ser perro
tiene sus ventajas, proporciona la máscara ya connotada
que favorece el efecto de extrañamiento en un receptor
que halla el contraste entre la seriedad del tema y quien
lo trata, y con ello cómo lo trata. Otorga el grado
de inconsciencia animal que permite ciertos comportamientos
—331→
no caracterizados precisamente por una actitud reverencial
católica614.Es un perro que invita a Cristo a irse de
copas, lleno de pulgas, tan hambriento que de lo que tiene
más ganas es de saciar su hambre:
que lo que yo tengo no es prisa sino hambre
un hambre con perdón
de morder a Dios Hijo para
sacar tajada
Padre
(pp. 17-18).
Por eso hinca sus dientes
en esa mano, aunque se trate de un hueso difícil de
roer, y no la suelta. Un perro que «orina altamente» en las
farolas
con la pata tan alta como la dignidad
o la frente
que es molesto mojarse la dignidad
o la
pata por el hecho meramente existencial de orinar altamente
(p. 20).
Un perro encadenado con gusto a una cadena formada
por sus pecados, lo que no le impide contarnos cómo
(...) una perra perrita rica ella
se me acerca y me huele comedida
nos olemos
le huelo
yo el trasero
y un poco más abajo
y digo con el
rabo que me gusta
pecar de vez en cuando
(p. 20).
Por
no entrar en la enunciación de imágenes y asociaciones
igualmente sorprendentes en este tipo de poesía, ya
que se han escogido fragmentos muy directos en su «irreverencia».
Otros modos de su heterodoxia y su traducción en el
poema son más complejos y van más allá
de lo meramente ejemplificativo que se busca ahora.
La vida,
se nos informa, es una corta cadena perpetua, una cadena
forjada, eslabón a eslabón, por cada pecado
cometido, que se puede alargar cuanto se quiera y que por
ello es también una cadena de libertad al ser elegida
sin condicionantes por el perro, que por eso jura que va
a pecar de nuevo:
Al
igual que antes la guerra pasaba a formar parte de la experiencia
amorosa, ahora se hacen sinónimos pecado y amor: «cuanto
más peco más te amo» (p. 30), ya que así
da la oportunidad a esa mano de perdonarle de todo una y
otra vez, de que demuestre su eterna bondad. A fin de cuentas,
conceptismo e ironía reunidos constantemente, como
él declara: «morir al por mayor / es más barato»
(p. 34).
Planteadas de este modo las cosas, podría
tenerse la impresión de una gratuidad tan complaciente
como ingenua. Mas el juego con las palabras es constante
y los significados dobles y triples se amontonan tras el
uso coloquial de la palabra, en apariencia sencilla y llana
pero conceptualmente polifónica. Los dogmas de la
Santísima Trinidad, la figura de Cristo como hijo
en conflicto con el padre, la Gracia o el perdón son
deformados sistemáticamente. El yo que nos habla no
ha perdido tampoco las dudas, sabe que puede haber llegado
tarde con su arrepentimiento. La irreverencia en la expresión,
las apostrofaciones secularizadas no son medio de ataque,
es la manera como se expresa la sinceridad de su circunstancia,
no el simulacro de un falso arrepentimiento, no la exigencia
de un perdón que considera inmerecido.
El animal
escogido, además de lo comentado, tiene una connotación
de rebajamiento, de humildad, y metaforiza el destierro eterno
de la condición humana y la dificultad de la comunicación
entre las entidades de lo humano y lo sacro, otra de las
líneas que vertebran a La mano de Dios: el diálogo
hombre-Dios es casi imposible, qué decir del de un
chucho miserable con un amo divino, sólo puede situarse,
pues, en los niveles desarrollados en el libro. Pero, de
nuevo el giro irónico, en inglés perro y dios
son anverso y reverso de la misma palabra, y uno empieza
y otro acaba con la «g» de la Gracia que se busca (pp. 59-60).
Para el can, a partir del hecho de la muerte habría
de generarse la prueba de la existencia del que le ha de
perdonar, si no «morir sería la derrota» (p. 84).
Al final, el pago de la deuda de esta cadena de culpas ha
de ser el propio dios, el que quizás acabe saciando
este hambre, para poder afirmar «borrón y cuenta nueva»
(p. 97), el cierre a su recorrido con este último
verso.
—333→
Formalmente el libro se presenta en versificación
libre, sin puntuación de ningún tipo, con la
brusquedad de las dentelladas, como a ladridos. Con ello,
como ha señalado, entre otros, Pedro Provencio, Serrano
Plaja se coloca en la vanguardia616. En ese vanguardismo original
de sus años de juventud que fue lo rechazado en aquel
momento, en la construcción expresionista, en la utilización
de imaginería de tipo surreal617. Pero es también
una vanguardia muy personal, que debe tanto a estos movimientos
como a Quevedo, Baudelaire o Valle. Y a Kafka, en quien ve
tantas concomitancias en esa técnica realista de aproximación
concreta que logra el más alto grado de abstracción
y vaguedad y con quien coincide en los temas de la culpa,
el padecimiento y la carga simbólica del castillo
o el proceso, puente, de paso, hacia la tradición
mística española. Y es la vanguardia, sobre
todo, de César Vallejo, con sus coloquialismos, sus
repeticiones, con el uso enumerativo de los objetos, de registros
lingüísticos como el judicial, con temas como
los del dolor, el hambre metafísica, de absoluto,
el uso del léxico religioso618... Serrano Plaja incidirá
más en el coloquialismo como medio de creación
de asociaciones doblemente sorprendentes, elaboración
con un material puramente conversacional con la intención
de, según declaró, «reproducir, hasta donde
es posible, y sabiendo que hay un límite, la fluidez
del pensamiento». Aplicará para ello esa técnica
de deformación picassiana que define como «mezcla
de humor y cierta sensibilidad pero renunciando a
—334→
todo sentimentalismo»619.
Es decir, depura así el romanticismo ingenuo y excesivo
de sus primeras obras, rebaja las pretensiones de lo comunicado,
asedia a la palabra, a la construcción lingüística
del poema mediante unos recursos que crean un realismo alucinado
que, de nuevo sus palabras, «no pretende ser copia de nada,
sino medio de expresión ascético, en cierto
modo, por renuncia a la expresión literalizada»620. Empleo
del lenguaje «miméticamente», no para repetir, sino
para recrear; no está el interés en el resultado
final sino en el cómo se elabora. La subjetividad
se acota y el objeto artístico pasa a ser materia
de reflexión. En esto -y en la coincidencia de que
lo religioso no es falta de riesgo en el sujeto que habla,
que se nos ofrece (y nos lo muestra mediante esta falta de
complaciencia estética) igualmente despojado de seguridades
existenciales superadas-, Serrano Plaja viene a coincidir
con otros miembros de su generación más o menos
tardíamente vanguardistas: con el experimentalismo
del por fin reconocido hoy en día Francisco Pino,
con el Rosales de su última trilogía poética,
con el Vivanco póstumamente sorprendente de las Prosas
propicias621.
Tras este poemario Serrano Plaja escribió,
o en ello estaba, otro libro cuyo título era Los álamos
oscuros, pero que se perdió casi en su totalidad en
un incendio. Conservamos, sin embargo, algunos poemas publicados
previamente y sabemos de sus intenciones622. Tras esta conversión
sufrida y hecha material poético decide acudir a su
pasado, recorrer toda su existencia empezando por la vuelta
a una infancia donde está el origen de la culpa que
iría creciendo luego de manera implacable. El borrón
y cuenta nueva anterior se revela como un deseo imposible,
tal y como queda expresada la dialéctica del conflicto
en el título de uno de estos poemas: «La goma de borrar.
El pasado imborrable». No es posible afeitarle al pasado,
asegura, «todo lo que le sobra de peludo / todo lo que le
falta de inocente» (p. 43), pelarse el alma, pues tras el
trabajo de borrado, el intento de expiación, vuelve
siempre a relucir luego el hueso largo (sinécdoque
de todos los huesos anteriores, de todos los
—335→
muertos, de
todo pecado) al que no puede renunciar el perro; el hueso
que pincha, que hace crecer otra vez la cadena. Pero se tiene
ya ahora la voluntad de intentar de manera constante el borrado
de todo error porque es esta voluntad, ejercida a partir
del descubrimiento de tan particular divinidad, la que le
ha permitido regresar a su pasado, reconciliarse con sus
muertos antes de reunirse con ellos. Es un «poema polémico»,
como manifestó su autor623: el pasado se necesita a la
vez que se desea su eliminación de la memoria y ambos
procesos no se niegan, se simbiotizan en esta siempre rota
y reanudada conversación.
Tras la zozobra, la respuesta
en el can enlazado a su amo por una larga serie de culpas
con una flaqueante (humana) voluntad de enmienda, debilidad
que le garantiza precisamente la unión con su dueño.
Tras ello, la retrospección, la confesionalidad final
en su pasado, explicándonos cómo es este cotidiano
ajuste de cuentas:
Hay días que me pongo
furioso
que me pongo
la chaqueta del revés
que me pongo el corazón
en otro sitio
y el esternón
ligeramente en las rodillas
y hay días que me quito
la cabeza
y la pongo así a un lado
con mucho
cuidadito
para pensar a gusto
para pensar sentado
como
Dios manda
que no se piense nunca
(pp. 41-42).
El corazón
que se arranca del lado izquierdo y se violenta en esta desmembración
de su cuerpo marca un paso a la derecha que se sitúa,
por encima de todo, en unas coordenadas religiosas624. Se llega
así a un espacio de diálogo, «el mañana
que es hoy / que ya casi es ayer» (p. 45), los álamos
oscuros, símbolo de la memoria culpable y viva. Ello
no impide que el poeta, en lo fundamental de su actitud moral,
permaneciera en el bando elegido muchos años atrás,
en el del exilio permanente de lo humano, en el de los derrotados
en tantas cosas, exclamando:
—336→
porque voy a morirme y no me da vergüenza
morir así a la izquierda
como hay Dios
como hay
Dios que lo está viendo
lo estoy viendo
(La mano
de Dios..., p. 85).
La chaqueta del revés, pero
no un cambio de chaqueta, sino la misma, la de siempre, del
otro lado, más allá de desengaños políticos,
de virajes estéticos, de creencias espirituales, ampliando
los interrogantes y las respuestas de sus primeras obras
hasta ofrecérnoslos en uno de los moldes más
originales de la poesía religiosa contemporánea.
—[337]→
La poesía última de Ernestina de Champourcin
Gemma Mañá Delgado. GEXEL
Ernestina de Champourcin,
«una de las poetas más importantes de la denominada
generación del 27 y una de las traductoras más
eximias de la lengua española en el presente siglo»
en opinión de José Ángel Ascunce, recopilador
y estudioso de su obra poética625, acaba de cumplir este
verano 90 años626. Aunque juntamente con Concha Méndez,
María Teresa León o Rosa Chacel es un claro
exponente del interesantísimo grupo de escritoras
del 27627, su figura y su obra no han alcanzado la difusión
que merecen.
Desde sus primeros ejercicios poéticos
de forma, adjetivación y emoción modernistas
por influencia de Juan Ramón Jiménez, la poesía
de Ernestina de Champourcin pasa por etapas bien diferenciadas628.
En su periodo de tentativas y exploraciones juveniles, hasta
1928, publica dos libros: En silencio y Ahora, en los que,
como ya hemos dicho, es notable la huella juanramoniana.
En el segundo de ellos se observa el empeño de la
poetisa en la búsqueda de la «poesía pura».
Pero, a partir de esa fecha y hasta 1940 aproximadamente,
su poesía explora caminos más personales. Esta
etapa, que se califica «del amor humano», comprende también
dos títulos: La voz en el viento y Cántico
inútil. El tema central -el Amor- se declina en un
amplio abanico de posibilidades: amor personal, amor platónico,
amor anhelado, amor sensual, incluso en algunos poemas se
concreta un amor de tipo religioso. Todo ello sin dejar de
perseguir Ernestina de Champourcin, como en la primera etapa,
la eternidad
—338→
y la totalidad como metas de la indagación
poética, identificando lo absoluto unas veces con
la naturaleza y otras con la divinidad. La tercera etapa,
que abarca de 1940 a 1972, es la más fecunda, quizá
porque en ese periodo de tiempo la autora sufre vivencias
extremadamente dolorosas como el exilio y posteriormente,
en 1959, la muerte de su marido, el poeta Juan José
Domenchina. La fe es su consuelo en estos años de
soledad humana y la «poesía del amor divino» llena
los cinco preciosos libros de esta etapa: Presencia a oscuras,
El nombre que me diste, Cárcel de los sentidos, Hai-kais
espirituales y Poemas del ser y del estar. Dos símbolos
le son característicos: el Camino y el Muro, en el
que se puede considerar ejemplificada la alegoría
de la cueva platónica. En la poesía del amor
divino, la naturaleza nos revela datos, señales del
amor supremo y de la belleza plena del amado: Dios. La influencia
más directa que se desprende de los textos es la de
San Juan de la Cruz, aunque no se puede descartar, junto
a la de la mística carmelitana, la de los franciscanos.
La evocación emocional del pasado a partir del presente
vivencial constituye la temática de Primer exilio,
libro con el que se abre la cuarta etapa, la de la «Poesía
de amor en la evocación y en el deseo». Primer exilio
recoge las experiencias personales de Ernestina de Champourcin
al volver a España, a Madrid, en 1972 tras largos
años de exilio en México. El Muro es ahora
el punto de partida simbólico de La pared transparente,
el segundo volumen de este periodo que abarcaría,
según Ascunce, hasta 1991 aproximadamente. Ese símbolo
adquiere un sentido más humano, concreto y existencial.
Finalmente, Huyeron todas las islas muestra la dramática
conciencia del paso de la vida y la aproximación de
la muerte.
Aunque la trayectoria vital de doña Ernestina
se ha dilatado en extremo, como ya hemos dicho, es la suya
una lúcida ancianidad en la que no se han secado las
fuentes de la inspiración. Su último libro
-Del vacío y sus dones-, que es el que aquí
vamos a analizar, data de enero de 1993629, por lo que sólo
se pudieron incluir en Poesía a través del
tiempo los 10 primeros poemas, que constituyen la primera
parte titulada Los encuentros frustrados, publicada en julio
de 1991 como volumen exento630. A ésta se añaden
la segunda, que consta de ocho poemas y que es la que da
título al libro. La tercera y cuarta son más
breves y se titulan respectivamente Hacia la sombra (3 poemas)
y Luz antigua. La quinta y última, Del lado de la
luz, equilibra el conjunto con sus siete poemas. No nos hallamos
ante composiciones muy extensas: algunas de ellas, por su
brevedad (cuatro y dos versos) nos recuerdan la
—339→
expresiva
síntesis de los Hai-Kais espirituales631 de la propia
Ernestina de Champourcin. Predominan en Del vacío
y sus dones los metros de arte menor de suave ritmo en los
que prescinde de la rima -salvo en escasas ocasiones en que
usa la asonancia-, siendo también notable su dominio
del alejandrino (influencia gustada y consciente de su admirado
Juan Ramón) en dos poemas de la primera parte.
Se
pueden establecer dos líneas o vertientes temáticas
en este libro: poemas en los que predomina la ascensión
mística, por una parte, y, por otra, aquellas composiciones
cuyo motivo poético central se basa en experiencias
y vivencias personales de la autora. Ambas temáticas
(la mística y la existencial) son recurrentes en la
poesía de E. de Champourcin, aunque algunos libros
se decanten más por la religiosa, especialmente los
de la etapa que va de 1940 a 1972, según hemos visto.
En la vertiente humana, debemos admitir que la avanzada
edad de E. de Champourcin al escribir estos versos (en 1992
tenía ochenta y siete años), implica la pregunta
de para qué seguir viviendo. A este vacío existencial
de tipo personal, íntimo, hay que añadir la
desaparición de familiares, amigos, etcétera,
y la pérdida de facultades (difícil vista y
oído) que contribuyen al aislamiento del entorno social.
Pero los dones están ahí: inesperadamente,
la autora, como persona, se sorprende de todo aquello que
aún capta su emoción, como la belleza de las
flores o la luz o la visión de las aves en vuelo.
En la otra vertiente destaca un motivo central: la Luz.
La Luz es una mención recurrente en Del vacío
y sus dones; aparece directamente en nueve poemas y dos de
los títulos de las partes de que se compone el libro,
acompañado por lo general dicho vocablo de algún
adjetivo o expansión calificadora: «los huecos de
luz» [14]; «esa luz que alguien / encendió al nacernos»
[15]; «esa luz incierta» [22]; «luz voluptuosa» [26]; «¡Qué
luz tan inefable/ la luz de lo invisible!» [36]; «ese gajo
de luz» [37]; «la luz es nueva» [42]; «la caída lenta
de una luz indecisa» [42]; «Del lado de la luz / nos sobra
casi todo» [45]; «esa luz inconforme»; «dar a luz» [50].
Es, además, el motivo central de dos poemas [37 y
45], muy significativos en el conjunto del libro. Quisiéramos
comentar brevemente el de la página 37 («¿Y ese gajo
de luz es el último acaso?» correspondiente a Hacia
la sombra:
¿Y ese gajo de luz es el último acaso?
¿Cuántas capas de sombra
hasta la luz entera?
¿Es acaso vivir este andar sin camino
y acogerse a una
triste claridad pasajera?
Ese gajo de luz intermitente,
mudo,
que levanta esperanzas
y aumenta ceguedades
¿por
qué se nos ha dado
como don engañoso
y
brota de pupilas
—340→
que ya apenas existen?
¿Es antorcha
final de la capilla ardiente
donde todo se apaga,
o bien
el tierno sol
de esa vida nueva que nos conducirá
a su nuevo horizonte?
¿Y tendrá que bastarnos
con ese gajo de oro desvalido y sin rumbo
que nace y
muere pronto
en su primer salida,
luz nuestra empecinada
en enseñarnos pronto
a valorar lo oscuro?
¿O tesoro
repleto de un sueño inaprensible
que tal vez algún
día
se nos pose en las manos?
¡Gajo de luz tan
blanco, tan de oro
una nueva presencia cada día,
no te quiero perder pues eres todavía
la tabla
de luz viva
que aleja mi naufragio!
[VD, 37].
Este poema,
que consta de 31 versos en total, puede dividirse en dos
partes equivalentes de trece versos cada una, constituyendo
los cinco últimos un bello epifonema con el que se
cierra la composición.
La poetisa aspira a encontrarse
algún día (que ya no cree muy lejano) con la
luz entera, eterna de la divinidad. Por eso no le basta con
la que puede percibir aquí, en este mundo y en esta
vida. El motivo poético central se resuelve en la
metáfora «gajo de luz».
El poema se desarrolla en
una serie de interrogaciones retóricas que exponen
las insuficiencias de «ese gajo de luz»: «don engañoso»
que «brota de pupilas / que ya apenas existen». En la primera
parte la queja de E. de Champourcin se transmite a través
de antítesis:
¿Cuántas capas de sombra
hasta la luz entera?
y doble adjetivación peyorativa:
¿Es acaso vivir este andar sin camino
y acogerse a una triste
claridad pasajera?
Este gajo de luz intermitente, mudo,
que levanta esperanzas y aumenta ceguedades...
En la segunda
parte hallamos un término evidentemente simbólico,
el Sol, fuente de Luz y Vida. Sin embargo, la autora sigue
dudando que sea «el tierno sol / de
—341→
esa vida nueva que nos
conducirá / a su nuevo horizonte?». La reiteración
de «nuevo,-a» deja clara su fe en una resurrección,
a pesar de que en los versos inmediatamente anteriores se
ha planteado la paradoja de si «este gajo de luz» no será
... antorcha final de la capilla ardiente
donde todo se apaga.
Sus quejas siguen, ya que
...ese gajo de oro desvalido y sin rumbo
que nace y muere pronto
o le basta, pues no puede iluminarlo
todo y, por contraste, pronto aprendemos lo que es la oscuridad.
En la última interrogación de esta segunda
parte hallamos un atisbo de esperanza: ¿será acaso
ese «gajo de oro» el anuncio de un soñado tesoro que
algún día poseeremos? Esta última pregunta
retórica es la que propicia la exclamación
y ruego final:
¡Gajo de luz tan blanco, tan de oro
una nueva presencia cada día,
no te quiero perder
pues eres todavía
la tabla de luz viva
que aleja
mi naufragio!
La reiteración de palabras relacionadas
directamente con el campo semántico de Luz (sustantivos:
claridad, antorcha, sol), adjetivos calificativos o complementos
nominales (capilla ardiente, gajo de luz, gajo de oro, gajo
de luz tan blanco, tan de oro) contrasta con el sustantivo
Sombra y sus afines «ceguedades, lo oscuro» y la expresión
«donde todo se apaga», realzando el motivo poético
y el tema de la composición.
Este breve recorrido
ejemplifica el valor de la oposición Luz / Sombra.
Pero el vocablo Luz adquiere a lo largo del libro distintos
significados. Equivale a la del alma o espíritu en
el poema de la página 15: «esa luz que alguien encendió
al nacernos». Y proviene de esa luz interior
... la sonrisa
/ que ilumine los cuerpos [31]
Por otra parte, la Luz del
sol, símbolo evidente de la divinidad632, como ya se
ha comentado, se ve como fuente de Vida:
... el tierno sol
de esa vida nueva que nos conducirá
a su nuevo
horizonte.
[VD, 37]
—342→
E incluso se insinúa que puede
llevarnos a la Resurrección:
Y será nuevo el mundo,
nuevo y tan tierno
como un brote de sol
en primavera.
Resurrección sin tregua
que nos regalará
una piel
diferente.
[VD, 50]
Además, la Luz del
Sol produce efectos benéficos, tanto en el orden espiritual
como en el existencial:
El frío que nos cansa
tiene broncas raíces. ¿A qué otoño
nos lleva?
¿Acaso a una cortina de hojas
bronceadas
cuyo calor interno
descongela las nieves?
Hay
tardes con un sol
que nos florece el frío.
[VD,
20]
La Luz «entera» de que nos habla la poetisa propicia
una visión tan clara de la Naturaleza que se descubren
en ella «signos» de la belleza absoluta de la divinidad:
¿Estrella o azalea?,
signo puro, se recorta en el aire
sin gravidez visible
[18].
Sólo derribando el Muro, el cual niega la
luz como la oscuridad de la cueva platónica únicamente
permite vislumbrar reflejos o destellos, le será posible
al hombre disfrutar de la Luz entera y pura:
Si derribas el muro
de todas las mentiras
¡Qué júbilo de amor
abierto sobre el mundo!
¡Qué horizonte sin nubes
en la curva del cielo!
[VD, 28]
Esto se confirma más
adelante en otro poema, donde LUZ, por connotación,
llega a significar la Belleza y la Verdad absolutas:
El jazmín y los sueños
se mueven poco a poco
—343→
sin olor de tristezas
ni llantos
desgarrados.
Porque la luz es nueva
y nos nace otra cosa
de belleza sin límite.
[VD, 42]
En este sistema
de relaciones semánticas que confiere a Luz, no debe
extrañarnos que Ernestina de Champourcin pueda llegar
a evocar el personal concepto de Dios que hallamos en la
última etapa poética de Juan Ramón Jiménez,
especialmente en su libro Dios deseado y deseante633: «¿Y aquella
transparencia entre cuatro paredes / que seduce la vista
de los ojos cansados / y fue la transparencia que Juan Ramón
vivía / en sus exploraciones de recién bautizado?»
[VD, 41]. Ahora bien, serán esas oposiciones semánticas
las que contribuyan a redondear el significado de Luz, que
se enfrenta a Noche, Vacío y Oscuridad: «La noche
sin dádiva de estrellas,/ ese enorme vacío,
/ ese ir y venir de una amenaza/ oscura» [20]; ...porque el
mundo despunta / deslumbrando las horas, / un ramo de esperanzas
un brote de belleza / en medio de lo oscuro» [29]. Pero es
que además llega a identificarse la Sombra con la
Nada:
¿A dónde va la nada?
Se pierde y aún se busca,
inventando en su sombra
extraños laberintos
[VD, 46].
Este motivo poético
-que actúa como uno de los ejes temáticos-
no es nuevo en la poesía de doña Ernestina
sino que ya había aparecido anteriormente en los libros
que componen la etapa de la poesía del amor divino.
A. M Villar634 constata que «el tema [de la muerte y la trascendencia
del existir humano] reaparece en La pared transparente (1984),alternando
con otros en los que busca otra vez la trascendencia del
existir, tomando las palabras como punto de partida de su
búsqueda. La pared que se interpone en el camino se
vuelve transparente, como le sucedió a Juan Ramón
Jiménez en sus últimos poemas, los de su proyectado
libro Dios deseado y deseante». Si nos remontamos hasta Cántico
inútil (1936) hallaremos un ciclo titulado «Noche
oscura»635, que, aunque más relacionado con la experiencia
del amor humano que con el divino, incluye ciertas expresiones
que acercan su contenido a una experiencia cuasi mística:
—344→
He venido al desierto para que tú me hablaras
y todavía huyes. ¿Qué más puedo ofrecerte?
Me he despojado en ti de lo último mío,
del éxtasis, del beso y de tu propio amor.
Me quisiste sin luz, por eso mis pupilas
renegaron con
júbilo su camino de estrellas.
Voy a entrar en tu
noche, guíame lentamente
y que tus manos firmes
aclaren el silencio.
(...)
Creo en ti porque eres y porque
sólo existo
sobre esa certidumbre que encauza mi
energía.
En la aridez oscura que puebla mi desierto,
ausente ya de todo, aguardo tu llegada.
Presencia a oscuras (nótese el título) de 1952 contiene un significativo
texto -titulado «Tinieblas»- desde el punto de vista que
venimos considerando:
¿A dónde vamos, dime? La oscuridad parece
eterna, irremediable. Nada tiene sentido.
Está
paralizado el corazón del mundo,
y aunque sé
que me guías, me creo abandonada.
¿Para qué
me has cegado a todo, hasta a tu sombra?
Grito por engañarme
y rasgar las tinieblas.
Deletreo tu nombre desesperadamente
para que vuelva a mí, y responde el silencio.
Sin embargo, te debo este saber que existes,
esta idea
de Ti que vive y me sostiene
y la fe en esa luz que no
abarcan mis ojos,
en ese fuego vivo que ha de abrasarme
un día.
Nombre tuyo, luz tuya, hoguera de Ti mismo,
por buscarte me voy perdiendo lentamente
[PTT, 203-4].
Perdida en sí misma y en el mundo, la poetisa se
siente abandonada y desesperada. Contribuyen a imprimir en
el lector esas sensaciones los sustantivos «sombra» y «tinieblas»,
del mismo campo semántico que «oscuridad», junto con
los adjetivos aplicados a ésta: «eterna» e «irremediable».
La hipérbole del quinto verso nos remite a la noche
oscura del alma sanjuaniana en la misma línea que
«ese fuego vivo». Nótese además que la luz
y el fuego sólo pertenecen a la divinidad, estableciéndose
esta identificación mediante la construcción
asindética. En cambio, en los poemas que comienzan
«Todo es nuevo» y «Hay algo -gota a gota-» [VD, 29 y 30]
no le es posible cerrar los ojos ante la luz y belleza del
mundo creado por Dios; pero, sin embargo, ambos incluyen
como leit-motiv la pregunta clave: «¿A dónde vamos,
dime?».
—345→
Se constata, sin embargo, tras una atenta lectura
que la actitud respecto a Noche y luz es distinta en la etapa
del «amor divino» que en el libro que analizamos. Nos referimos
al paso de la negatividad a la positividad, de una etapa
en la que Ernestina de Champourcin tiene muy presente el
enfoque de San Juan de la Cruz al asumir la «noche oscura»
del de Yepes como renuncia y negación de todo lo que
respira «materia»636 a otra etapa que se centra en la búsqueda
y contemplación de la «Luz».
La bipolaridad Luz/Noche
ha servido para expresar la ascensión hacia la unión
con la divinidad a los místicos de todas las religiones.
En la mística española, especialmente en la
carmelitana, tanto Santa Teresa de Jesús como San
Juan de la Cruz, a través de un complejo sistema de
oposiciones y relaciones semánticas basadas por lo
general en valores connotativos de carácter eminentemente
afectivo, vehiculan sus vivencias en el campo de lo que en
principio parece una experiencia difícilmente comunicable
con palabras. Y si en la santa encontramos que esas relaciones
y oposiciones se centran positivamente en torno a Luz, en
San Juan se produce el proceso contrario y su complejo sistema
de referencias nos remite siempre, de una manera u otra,
a la oscuridad de la Noche637. Aunque en algunos poemas de Del
vacío y sus dones la autora muestra su sintonía
con San Juan de la Cruz, con la mención de «La noche
sin dádiva de estrellas, / ese enorme vacío,/
ese ir y venir de una amenaza / oscura» [20], nos parece
que la actitud es fundamentalmente distinta que en «los poemas
del amor divino», pues hay un proceso positivo en el ansia
y esperanza de luz. El punto de inflexión en el paso
de una actitud a otra quizá lo señalen dos
breves composiciones pertenecientes a la serie «Encuentros
y paisajes» de los Hai-kais espirituales (1967):
Un año
más tarde, en el libro titulado Cartas cerradas639 se
insinúa con claridad la que será temática
central de Del vacío y sus dones en el poema titulado
«Amor de cada instante»:
Pues «mi ejercicio», ahora, es amarte en la ausencia,
y aferrarme a esta nada porque también es tuya
y beber ese polvo de soledad y vacío
que es Tu don
del momento y Tu clara promesa.
(...)
Y así voy
caminando por este desconcierto
oscuro y luminoso, por
este amor amargo,
veteado de gloria...
[PTT, 304-5].
En resumen, los temas y motivos recurrentes son la Soledad
y el Vacío («Ese frío cansado y esas tardes/
sin nadie...»); el Otoño de la existencia y la experiencia
vital del Final («¿Y es posible nacer/ cuando todo se acaba?»;
«... el mundo nuestro / parece ya alejarse»); los recuerdos
(35, 36, 47) y el mito del Eterno Retorno («Los ríos
que se van, pero no mueren nunca»), siguiendo en parte la
ruta poética señalada por Diez de Revenga para
la poesía última de algunos de sus compañeros
de «generación»640.
Las dos vertientes del libro (la
mística y la humana) están íntimamente
relacionadas entre sí, y uno de los temas de relación
es el constante neoplatonismo que aparece a lo largo de los
versos de Del vacío y sus dones: la contemplación
de la belleza en la naturaleza, que hace que aspiremos a
la suma belleza, a la belleza ideal; esa «rosa» que no hay
que tocar [17], esos «jazmines» ideales [15], la azalea que
se confunde con una estrella, la magnificencia del hibisco,
del magnolio o la exuberancia de las orquídeas. El
mundo vegetal en su conjunto (no sólo las flores,
sino también el hayedo, los sauces, el chopo, el trigo,
así como la mención de «las rosas», elevadas
a categoría de símbolo de belleza natural)
nos remite a los poemas de Primer exilio en los que la autora
recoge las vivencias de su llegada a México:
Pero el agua redime.
Desaparece incluso
la pared pingajienta
y el agua celestina
prepara nuestros ojos
—347→
para el festín radiante
del hibisco amarillo
y de los tabachines
con sus lenguas
de fuego
[PTT, 355].
Las piñas, los chayotes,
los mangos, los mameyes
enseñando un rubí
de pulpa azucarada...
tantos sabores nuevos,
tanto
color, trallazo
que nos hiere los ojos
[PTT, 355-6].
En Del vacío y sus dones estos recuerdos se condensan
de forma magnífica en un breve poema de dos versos
de la parte titulada «Luz antigua», fechado el 29 de mayo
de 1992:
¿Acaso primavera?
¿O trópico perplejo?
La
contemplación de la noche cuajada de estrellas evoca,
como en Fray Luis de León, el ansia de eternidad y
belleza absolutas:
Y terminan muy pronto
estas horas de estrellas
de luz voluptuosa...
Y después
todo sigue y todo se interrumpe
no hay cruce de caminos
se va derecho al rumbo
a lo alto, a lo bello.
Hay rumor
de lo eterno
en la vida que fluye.
[26]
Para
cerrar esta revisión quisiéramos señalar
que este libro por su temática, actitud vital y estilo
confirma la existencia de una etapa última en la poesía
de Ernestina de Champourcin que se abriría -como propone
A. M Villar- con Huyeron todas las islas (1988), seguido
de Los encuentros frustrados (1991) y que se aumenta con
Del vacío y sus dones (1993). Todos ellos aparecen
«unidos por el deseo común de atravesar la pared y
llenar el vacío de esperanza y de belleza»641. En esta
etapa los temas existenciales propios de la ancianidad no
se resuelven en la contemplación melancólica
y reiterante del pasado, sino por el camino que, sin renunciar
al rigor poético, la lleva «hacia la Luz» en una clara
actitud mística de corte neoplatónico centrada
en lo positivo y en una búsqueda inagotable de la
Verdad y la Belleza absolutas.