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La incomunicación entre los exiliados en el área del Caribe y el Golfo de México (Cuba, México, Puerto Rico, Venezuela...) y los del llamado Cono Sur (Chile, Argentina, Uruguay...) es un tema a estudiar. Morales sólo se relacionó directamente con la gente de teatro de su entorno: Margarita Xirgu, Pedro López Lagar o Casona, quien escribió el programa de mano para el estreno en Buenos Aires de El embustero en su enredo.

 

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Cabría pensar si la evolución literaria de Morales, más que con el exilio de 1939, no guardará relación con otro exilio: el que el autor, hasta cierto punto, se autoimpone respecto a la práctica escénica chilena.

 

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Caso de Pilar Moraleda, El teatro de Max Aub (tesis doctoral, Universidad de Córdoba), o los imprescindibles de José Monleón (El teatro de Max Aub) y Ricardo Doménech, entre otros.

 

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Las recientes puestas en escena de Los Gatos (1992) y Queridos Míos, es preciso contaros ciertas cosas (1994) en el Teatro María Guerrero de Madrid han servido para una cierta difusión de nuestro autor en nuestro país -que, como es sabido, se marchó al extranjero en exilio voluntario desde 1966: primero a Londres, luego a París, en donde se asentó y reside actualmente.

 

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Agustín Gómez-Arcos nació en Énix, Almería, en 1934, y allí pasó su infancia y adolescencia, dedicado al pastoreo y al oficio de espartero. Desde muy niño sintió verdadera pasión por la lectura, una afición que compartía con sus seis hermanos. Hizo el bachillerato en Almería, estudió derecho en Barcelona, y perteneció a diversos grupos teatrales como autor. En los cincuenta escribe su primera obra, Doña Frivolidad. Desde entonces, y hasta 1966, es autor de quince obras. En 1966 se autoexilió, y desde entonces reside en el extranjero, concretamente en París.

 

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Esta obra habría que leerla para mayor comprensión en su contexto histórico, y no olvidar, por ejemplo, el vertiginoso ascenso al poder del Opus Dei en años próximos a la fecha del estreno y toda su parafernalia de un «espiritualismo» bien utilizado para llenarse los bolsillos, y bien bendecido por los «jerifaltes de antaño» de la Iglesia más oficialista y poderosa.

 

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Es muy interesante ver las críticas después del día del estreno, recogidas en la revista Primer Acto en su número 54 (1964), y las posteriores «Autodefensas del mismo autor». Por ejemplo, Elías Gómez Picazo, del diario Madrid, no duda en tildar la obra de «lenta, reiterativa y profundamente desagradable», así como de «blasfema». En cambio, Alfredo Marqueríe, de Pueblo, y Enrique Llovet, de ABC, son bastante más indulgentes.

 

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Primer Acto, ob. cit., p. 22.

 

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Ibídem, p. 23.

 

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Aunque la obra dramática de ambos autores guarda también diferencias de concepción notables, no deja de ser cierto que su propia trayectoria vital tiene algunos paralelismos. Ambos padecieron la incomprensión general y sólo consiguieron el reconocimiento en Francia, así como libertad para crear y experimentar. Ambos también se absorbieron a una realidad social muy diferente a la española, pudiéndose decir que su escritura dramática, sin perder nunca las claves hispanas, cada vez se nos apareció como 'menos española'; o si se prefiere, 'más extraña' (con Juan Goytisolo también tiene cosas en común; y no sólo París. Ese París que «les quedaba» a todos los «Ricks» españoles de la literatura desarraigada de los 50 y 60).