Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

311

Morales advirtió la similitud de enfoques entre el grabado y su propia obra una vez redactada ésta, aunque las pinturas negras de Goya eran ya por esos años objeto de meditación por parte del dramaturgo (Entrevista telefónica). Por eso, y porque la sensibilidad y la estética de Morales están próximas a las de Goya, la obra rezuma ese color y ese tono tan goyescos. «Imagen de La imagen» aparece como prólogo a la edición de la obra en Estreno (ob. cit., pp. 14-15).

 

312

Ob. cit., pp. 14-15; las cursivas son mías. Esos dos estados, parálisis y huida, los relaciona Morales en otros textos con los términos «nada» y «destierro», tan españoles y que tan suyos hizo el Régimen. De algún modo, La imagen y Ardor con ardor se apaga constituyen el desarrollo dramático de estos conceptos.

 

313

Ob. cit., p. 15; la cursiva es mía.

 

314

En La imagen hay cinco escenarios distintos y ocho cambios espaciales, uno por cuadro. En el salón de actos, el espacio más importante, transcurre la vida oficial de la corte (audiencias, reuniones, recepciones...). En los demás espacios de Palacio, despachos y dependencias privadas, se desarrolla, al margen de simulacros, la no menos importante actividad extraoficial del régimen (traiciones, alianzas, instigaciones...), que acaba determinando cuanto pasa en el ámbito oficial del poder.

 

315

José Ricardo Morales, «Imagen de La imagen», ob. cit., p. 14.

 

316

La ambientación cortesana supone la visión del Estado como un reino, una estructura donde el poder funciona al margen del pueblo. Es posible que Morales quisiera burlarse también del carácter trasnochado y medievalizante -un Reino, un Imperio- del régimen del Caudillo.

 

317

El cuadro anterior, un añadido de la segunda versión, mostraba al Embajador ensayando en el hotel su posterior actuación en Palacio: haciendo gárgaras, impostando la voz y preparándose para «decir sin voz propia discursos ajenos» (p. 52).

 

318

«Digan que tienen propósitos, pero no plazos», aconseja don Rodrigo al Embajador (p. 58). Esta frase, como algunas otras de La imagen, se la copió Morales a personalidades relevantes del régimen pinochetista, en este caso al almirante Merino, miembro de la junta militar chilena (Entrevista telefónica).

 

319

Una enorme e historiada cama -ironías del autor: Liberón tiene problemas de impotencia- preside el espacio escénico, también configurado por otros objetos que delatan farsescamente la personalidad del Jefe: un armario lleno de uniformes; un caballito de madera para las expediciones castrenses; un reloj de péndulo parado, como Liberón en su «idea fija» (117); una columna de mármol «para la cultura», y algunos trofeos bélicos.

 

320

El Fantasma, invisible para Liberón, está siempre en el lecho con Otilia en las escenas en que el Jefe se siente espiado o suplantado por el gato, y con el Fantasma tendrá que vérselas el protagonista cuando, al final, le llegue la hora de encarar la verdadera naturaleza -fantasmal- de su enemigo. Así, el conflicto de Liberón, la lucha con su obsesión mental, cobra la corporeidad fantasmal que le corresponde; él mismo, de hecho, es un «fantasma» que simula lo que no es.