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El feminismo moderado de Concepción Gimeno: «la obligación antes que la devoción»

Margarita Pintos





La jerarquía católica, en la segunda mitad del siglo XIX español, mantenía concepciones rígidas e intolerantes en sus análisis del movimiento feminista y estableció un modelo de mujer-católica sin posibilidad de cambio. Concepción Gimeno intenta salirse de este rígido patrón con el que no se sentía identificada, ni por sus ideas, ni por su vida.

Para acercarnos a una autora tan poliédrica y con una extensa producción de escritos he publicado una biografía1 lo más completa posible hasta el momento. Algunos de los hitos para situarla pueden ser estos: nace en Alcañiz en 1850 y muere en Buenos Aires 1919. En Zaragoza pasó su infancia y realizó sus primeros estudios hasta 1870 cuando se desplaza a Madrid para colaborar con algunas revistas y fundar finalmente la suya propia, La Ilustración de la mujer (1873). Su matrimonio con Francisco de Paula Flaquer (1879) la lleva a México. Allí funda El Álbum de la mujer (1883-1890) del que es propietaria, directora, redactora y editora.

Ya de vuelta a Madrid establece una conexión entre las dos orillas del Atlántico a través de la revista El Álbum Ibero-Americano (1890-1911). Es invitada por el movimiento feminista de diferentes países latinoamericanos para dar conferencias y cursos en sus universidades entre 1911 y 1919.

A lo largo de su vida publica siete novelas, diecisiete ensayos y cinco cuentos, además de numerosos artículos periodísticos y conferencias en lugares tan «masculinos» como el Ateneo de Madrid.

En dos de sus ensayos fija posiciones como católica feminista. Son Evangelios de la mujer (1900), ensayo ideológico sobre el feminismo y su compatibilidad con el cristianismo y La Virgen Madre (1907) recopilación de 20 advocaciones a María como pretexto para hablar contra las beatas, el fanatismo religioso y analizar el papel de las mujeres en el cristianismo primitivo.


1. Evangelios de la mujer

La obra está dividida en tres grandes apartados.

El primero, «Igualdad moral e intelectual de los dos sexos», es un análisis histórico de la situación de la mujer desde la antigüedad hasta el Renacimiento. Afirma que la denominación de «sexo débil» aplicada a la mujer es una invención masculina por miedo a que ella le haga la competencia, y de este temor nace la adjudicación de una determinada «misión femenina».

El segundo apartado trata sobre el «feminismo y sus conquistas» en los países anglosajones y mediterráneos, termina lamentándose del poco conocimiento y desarrollo que, en España, tiene esta doctrina y la falta de acción feminista de las mujeres españolas.

Termina el libro con un amplio apartado sobre «instrucción del sexo femenino», mostrando las ventajas de ilustrar a la mujer para que sea una esposa a la altura de su marido, una buena madre que eduque a sus hijos y no los deje en manos mercenarias, sepa transmitir valores verdaderos y la idea de Dios a los que la rodean por la compatibilidad del feminismo con las religiones y en especial con la cristiana. Defiende el feminismo moderado que es «una Revolución sin R»2, con el que se siente identificada.

Mientras el jesuita J. Alarcón y Meléndez declara que los derechos del hombre «aunque aborto del siglo XVIII, tienen su fatal crecimiento en el siglo XIX, y la declaración de los derechos de la mujer abre con musitado estruendo las puertas del XX»3, Concepción introduce así su libro: «El siglo XVIII proclamó los derechos del hombre; el XIX ha concedido a la mujer en algunos pueblos los que aquí pedimos; el XX los otorgará»4. Sus posturas no pueden ser más divergentes.

La palabra «evangelio», recuerda nuestra autora, significa buena nueva, y no hay otra buena nueva para la mujer que las reivindicaciones que propone el feminismo para su emancipación.

Es bien consciente de que la palabra feminismo suscita no pocas sospechas y desconfianzas. A quienes se hacen cruces ante él les recuerda que Jesucristo fue su precursor «predicando la igualdad de los dos sexos» y su defensora la Iglesia que en la formula matrimonial defiende esa igualdad: «Compañera te doy, no sierva». Para ella el feminismo es un faro que impide a las mujeres naufragar en los escollos del Código, es el portavoz del progreso, «el Mesías de media humanidad», ya que sus peticiones atañen a medio género humano y son por esto «adalides del altruismo, campeones del oprimido, heraldos de la justicia, paladines de la moral, redentoristas»5.

El credo del feminismo moderado para Concepción lo conforman siete puntos:

  1. Luchar contra los obstáculos que impiden las manifestaciones de las facultades intelectuales de la mujer.
  2. Fomentar la educación de las facultades intelectuales, teniendo en cuenta que «si no se ejercitan se atrofian»6.
  3. Tener un trabajo bien remunerado como medio para defenderse de la inmoralidad.
  4. Disponer del capital adquirido con su trabajo, por dote o por herencia.
  5. Favorecer la incorporación de las mujeres en los talleres y fábricas.
  6. Trabajar socialmente para destruirla trata de blancas, tan punible como lo fue en otros tiempos la trata de negros.
  7. Poder ejercer profesiones y cargos dignos de sus aptitudes, muy especialmente la medicina.

Solo alcanzará su completa dignidad si siendo rica puede administrar su fortuna, o pobre pueda tener un trabajo que le permita subsistir, «porque vive sujeta a leyes que no dicta, a impuestos que no vota y a una justicia que no administra»7.

Cuando hace la exégesis de la doctrina feminista llama «apóstoles» a sus defensores, ya que solo pretenden la igualdad del hombre y de la mujer como aparece en los evangelios.

En estos momentos de la historia de España, cualquier persona, grupo, partido o movimiento que apoyase la emancipación de la mujer era criticado por los sectores católicos, ya que entraba en contradicción con la doctrina cristiana sobre la familia patriarcal, que exigía para su buen funcionamiento que la mujer tuviese la misma relación con el hombre que la Iglesia con Cristo, es decir, sumisión. Esto formaba parte del orden natural de las cosas querido por Dios, y tratar de cambiarlo era un signo de corrupción y ateísmo.

Concepción Gimeno quiere justificar su posición de feminista apelando al mismo Jesús, que «fue el primer feminista». Vista la postura de algunos representantes de la jerarquía eclesiástica, es razonable que nuestra autora se detenga en recuperar la memoria de mujeres que a lo largo de los siglos lucharon contra la opresión de la sociedad patriarcal desde sus convicciones cristianas. Siempre que hace este ejercicio de recuperación lo que resalta son sus prácticas relacionadas con la búsqueda de la justicia para ellas mismas o para otras de su género. Así justifica cómo cristianismo y feminismo no solo no son incompatibles, sino que no se puede ser cristiana sin ser feminista.




2. La Virgen Madre

Su único libro estrictamente religioso es La Virgen Madre, publicado en Madrid en 1907, recopila las tradiciones en torno a las fiestas religiosas de María que en el transcurso de los siglos ha establecido la Iglesia, «para fortalecer la fe de los verdaderos creyentes»8.

Es un breve compendio dirigido, como dice en su prólogo, al «lector piadoso». Hay que tener en cuenta que en 1854 Pío IX proclama el Dogma de la Inmaculada Concepción, y es casi obligado para cualquier escritor que se considera católico hacer referencia a este hecho en sus escritos. Al comienzo del texto, nos encontramos con esta referencia: «María, Mujer excelsa que, por divino decreto, Inmaculada y pura, fue la Madre del Redentor»9.

Su finalidad: «Con estas páginas quiero dar una muestra del respeto que nos merecen los sabios ministros de la religión, en cuyos libros hemos aprendido»10.

Lo más curioso del texto es su organización. Empieza con un alegato contra la beatería y el fanatismo de algunas mujeres, y termina con cuatro capítulos dedicados a la influencia de la mujer en la propagación del cristianismo. En medio veinte capítulos dedicados a las advocaciones de María ordenadas por orden alfabético para no dar preferencia a ninguna de ellas, ni siquiera a aquellas que son objeto de dogma. Tampoco pretende escribir una biografía de María, género muy extendido en su época.

Desde mi punto de vista creo que las advocaciones no son más que un pretexto para hablar de lo que a ella le interesa: el papel de la mujer en la religión cristiana. Digo esto porque la estructura de la obra parece revelarlo.

En el largo prólogo aborda el problema del ateísmo que define como «la ceguera del corazón» y del fanatismo que es «la ceguera de la inteligencia»11; dedica duras críticas a la mojigata o falsa devota de la dice: «Es un tipo ridículo. Va con el rosario en una mano y el crucifijo en el pecho, pero practica lo contrario a las doctrinas del Salvador. Es ella la que esparce la cizaña, la calumnia y el desorden en todas partes. Para tranquilizar su conciencia le basta postrarse ante el confesor y pedirle la absolución; pero ya absuelta, vuelve a cometer las mismas culpas. Se pasa el día arrastrándose por las iglesias»12.

La falsa devota es para Concepción, un tipo repugnante que elige la iglesia para disfrazar su ociosidad, y que cree cumplir con Dios intercalando oraciones entre bostezos, «rumiando plegarias ininteligibles». Con estas mujeres «se empequeñece la idea de Dios, y con esta falsa religiosidad se las hace seres inútiles para la humanidad»13.

Alaba a la hermana de la Caridad como modelo de mujer que ha entendido la verdadera práctica del cristianismo «porque habita donde mora la desgracia, abdica de todas las comodidades, y practica las obras de misericordia»14.

Aconseja a las mujeres ser religiosas, pero no fanáticas. Para ella, la religión no consiste en abandonarlos deberes domésticos para pasarse el día arrastrándose por las iglesias, sino en fortalecer un alma debilitada por la duda, consolar al desgraciado y proteger la indigencia, «la obligación antes que la devoción»15.

Encuentra la causa del fanatismo de muchas mujeres en su falta de ilustración, «la ignorancia para nada es buena y para todo perjudica. No son incompatibles la práctica de la virtud y de la religión con la cultura del espíritu femenino»16.

Santa Teresa es para ella un buen ejemplo de que se puede ser santa e ilustrada, y afirma que hasta para practicar las obras de misericordia se necesita los conocimientos que nos ofrece la buena educación.

La práctica más popular y cotidiana del culto a María era el rezo en familia del Santo Rosario. Concepción quiere que «el rosario y el libro, la oración y la ciencia marchen de perfecto acuerdo para fortalecer el corazón y robustecer el entendimiento»17.

Los veinte capítulos de las advocaciones comparten una estructura similar. Fecha litúrgica de su celebración; origen de la aparición o manifestación, con la historia de sus protagonistas, los milagros que se le adjudican, prácticas generalizadas en el santuario (novenas, escapularios, hábitos, rosarios, etc.) pero no asocia estas prácticas con acumular méritos para ganar el cielo. Si es una advocación bíblica, transcribe el relato completo (Anunciación, Visitación). Como se puede observar estos capítulos no son más que una excusa, ya que, suprimiéndolos, el texto sigue teniendo su coherencia.

Para Concepción Gimeno María es, ante todo, nuestra Madre, que «nos estimula al deber ineludible de socorrer al pobre y al desvalido en sus necesidades y ampararles en su infelicidad»18. Esta asociación de María a la causa de los pobres es bastante novedosa para su época, caracterizada por ritos que normalmente estaban disociados de la práctica de la justicia. Esto se percibe de manera concreta cuando analiza el Magníficat.

En los cuatro últimos capítulos recupera la historia del cristianismo primitivo. Se remonta Concepción a la situación de la mujer en Israel para poner de manifiesto lo revolucionario de la actitud de Jesús. Describe la situación social de la mujer israelita fijándose en los siguientes aspectos: el nacimiento de una niña era maldecido, considerándose suceso infausto, día de luto19; la mujer, el niño y el esclavo eran declarados incapaces para conocer los misterios religiosos20; no había más personalidad que la del marido, el cual con el más fútil pretexto podía poner en manos de la mujer la escritura de repudio, arrojándola a la calle21; La Academia de Hillel, que tenía gran fuerza entre los rabinos, enseñaba treinta años antes de la venida de Jesucristo que para asegurar el derecho de repudiar a la mujer, era razón bastante el que hubiera condimentado mal los alimentos22. No cita sus fuentes, y me sorprende que en 1907 conociera tan al detalle la situación social de la mujer en Israel, cuando J. Jeremias publica por primera vez sus investigaciones en 192323, y en la bibliografía citada por él los estudios más próximos a Concepción Gimeno son de 191124.

En varias ocasiones se remonta a las mujeres del Antiguo Testamento valorando muy positivamente el papel de Débora, como consejera de su pueblo, porque fue capaz de dar instrucciones a los hebreos para derrotar al ejército de Sisara25. Y es que para Concepción «Dios no da inútiles dones; en todas sus obras hay una razón, un fin; si la compañera del hombre es una criatura razonable; si como el hombre ha sido creada a imagen y semejanza de Dios; si ha recibido como él del Creador la sublime inteligencia, es para utilizarla»26.

En la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret, descubre Concepción tradiciones que igualan a hombres y mujeres: sus discursos son incluyentes (nunca se refirió Jesús a la creación secundaria de Eva a partir de la costilla de Adán, ni tampoco atribuyó a Eva, y no a Adán, un pecado específico por su desobediencia en el jardín del Edén. Consideró, en consecuencia, que las mujeres habían sido creadas a imagen de Dios, igual que los hombres), les asignó cometidos al margen de la familia y de su relación con un hombre, prometió el Reino de los Cielos a todo el que adoptara sus enseñanzas, sin importar el rango o el sexo (Mt 5, 5; Lc 6, 20-26; Me 3, 32-35; Lc 8, 19-21).

En sus parábolas empleaba mujeres del mismo modo que hombres, para ilustrar los valores de la fe, la humildad y la caridad. Las «rameras» que creían en él conocerían la salvación, antes que los sacerdotes que lo negaban (Mt 21, 31). El óbolo de la viuda pobre era mejor que el del rico, pues, «todos han echado de lo que les sobraba; ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir» (Mc 12, 41-44). Tras la parábola que compara la fe a «un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo», inmediatamente sigue un ejemplo que podía ser más significativo para las mujeres: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó toda la masa» (Mt 13, 31-33 y par.).

Jesús empleó la metáfora del nacimiento para describir su misión y prometió que sus seguidores sentirían el gozo de la mujer que ha dado a luz (Jn 16, 20-22). Lo que le parece más insólito a Concepción de las actitudes de Jesús es su conversación directa con las mujeres para explicarles su doctrina, además de aceptarlas en su círculo de seguidores junto con los hombres, teniendo en cuenta que en la tradición rabínica las mujeres no podían estudiar la Ley.

Recalca varias veces que Jesucristo «no tuvo en el sexo femenino un Judas traidor, un Pedro que le negase ni un Pilato que le condenara»27.

Mientras todos los discípulos abandonan a Jesús, las mujeres le siguen desde la condena hasta el sepulcro.

Las mujeres presintieron la divinidad de Jesucristo; mientras el Sanedrín formado por jueces, ancianos y príncipes de los sacerdotes pidió a Poncio Pilato que condenara a Jesús, Claudia, mujer del Pretor, esforzábase en demostrar la inocencia del acusado, afirmando que creía en su divinidad. Claudia tuvo fe en Él, como la tuvieron Magdalena, Salomé, La Cananea, María de Bethania, Marta y todas las galileas. Entre las mujeres no hubo una voz que se alzase contra Jesucristo, no hubo quien dudara de su palabra. ¡Felicitémonos las mujeres de no haber tenido en nuestro sexo fariseos!28



La figura de María Magdalena es para ella la que alcanza mayor relieve. Esta mujer acusada de frívola voluble y ligera «se la ve al pie de la cruz vertiendo lágrimas de dolor, y en el santo sepulcro sonriendo a la esperanza»29. Jesús le había dicho que resucitaría, y ella no dudó de su palabra. Embalsamó su cuerpo y fue recompensada con apariciones. Esta experiencia le hace convertirse en una entusiasta propagadora del cristianismo, y a ella se debe el aumento de prosélitos para la causa del Crucificado.

Los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo son también recorridos por nuestra autora para destacar las numerosas mujeres que colaboran a propagar la nueva fe. Tabitá, una costurera que vivía en la comunidad judía de Joppe, fue llamada «discípula» (Act 9, 36-42). En la epístola de Pablo a los Romanos menciona a dieciséis mujeres que «colaboraban» mano a mano con él, y con las que mantenía correspondencia como dirigentes de sus propias comunidades (Rom 16, 1-16).

Otro aspecto novedoso es la afirmación de la existencia de las sacerdotisas cristianas, como llama a las diaconisas, afirma que formaban parte del clero y eran ordenadas de modo semejante a los varones. Localiza su nacimiento en las iglesias de Oriente, debido a la necesidad de extender el cristianismo en aquella zona, ya que «siendo el interior de las familias orientales inaccesible a los hombres, las mujeres tenían que penetrar en los hogares para asistir a los enfermos y distribuir limosnas»30. Este colectivo fue formado por los apóstoles, y se fija en su doble función de bautizar y evangelizar, que compaginaban con el estudio de la teología. Repárese en la aportación tan significativa que supone el asignar a las mujeres, en el año 1907, las actividades del bautismo, la evangelización y el estudio teológico. Afirma, «bautizaban, explicaban el Evangelio, uniendo al fervor del proselitismo los profundos estudios de los teólogos»31.

Las Actas de los Mártires es otra fuente de estudio para alegar que el número de mujeres excedió al de los hombres. En esta situación de martirio quedó desmentido «el injusto dictado de frágil que siempre ha dado el hombre al sexo femenino; y al participar de los heroísmos del hombre, al ser igualada a éste en los suplicios, se conquistó derechos morales, alcanzando una libertad que no debe cercenarse con distingos»32.

Tanto el evangelio feminista como el cristiano son «redentores» porque no quieren a la mujer como esclava o cortesana, sino que los dos pretenden la humanización de las leyes que tan crueles fueron para las mujeres33.

Concepción Gimeno rastrea las huellas de la mujer en el cristianismo primitivo en un esfuerzo por despatriarcalizar los orígenes del movimiento y los ministerios eclesiales, así como por devolver a las mujeres su protagonismo en la primera expansión de la fe cristiana. Su proyecto solo podía ser fragmentario. A lo más que podía llegar era a ofrecer unas rápidas pinceladas que dejaran entrever el inicio de un cambio de paradigma.

La lectura de Concepción Gimeno resulta a todas luces parcial, sin entrar aquí en si tal parcialidad fue consciente o inconsciente, vencible o invencible. Se dedica a analizar los orígenes sin hacer una sola crítica directa, por otra parte, muy propio de ella. Solo afirma que todas las tradiciones liberadoras de los primeros siglos cuando se institucionalizan como creencias y prácticas de la Iglesia solo han dado como resultado la subordinación de las mujeres.

Ser cristiana se compagina difícilmente con ser feminista en tiempo de Concepción Gimeno y casi podemos decir en el día de hoy. La misma escritora sufrió resistencias no pequeñas por compatibilizar ambas opciones, que aparecían tan enfrentadas y distantes para sus contemporáneos.

Una vía que le parece irrefutable para justificar su doble opción, feminista y cristiana, es la de la aproximación a la persona, vida y acciones de Jesús de Nazaret, que parece tener una actitud más cercana y comprensiva hacia las mujeres que la Iglesia y los ideólogos cristianos de su tiempo.

A principios del siglo XX la cristología se caracterizaba por un elevado tono patriarcal. Jesús destacaba por sus rasgos divinos, por sus cualidades de varón y por su distancia con respecto a la mujer. Nada en su figura hacía pensar que se tratara de una persona cercana a los seres humanos, que tuviera actitudes de proximidad a la mujer y que viviera una existencia abierta a la sororidad.

Así las cosas, la primera operación hermenéutica que tiene que llevar a cabo Concepción Gimeno en su aproximación a Jesús de Nazaret es despatriarcalizar la cristología. Se remonta a la situación de la mujer en Israel para poner de manifiesto el carácter «revolucionario» de la actitud de Jesús, demostrando un buen conocimiento sociológico de ese período en la vida de Israel. En su estudio no cita las fuentes de información bibliográfica al respecto. Pero lo que llama la atención favorablemente es que conociera tan en detalle la situación de la mujer israelita y que pudiera describir, con tanta precisión, en 1907, dicha situación.

Coincide en sus análisis con los resultados de las investigaciones realizadas por Joachim Jeremias, una de las máximas autoridades en el tema, en su Jerusalem zur Zeit Jesu. Ein kulturgeschichtliche Untersuchung zur neutestamentlichen Zeitgeschicht, que data de 1923, obra monumental y única en su género que fue publicada inicialmente en cuatro fascículos a lo largo de 14 años (de 1923 a 1937)34.

Al analizar la situación de la mujer en la época de Jesús de Nazaret, Concepción Gimeno constata la discriminación de que era objeto la mujer judía desde que nacía. Nunca mejor dicho, la mujer-objeto. El nacimiento de una niña era considerado un suceso nefasto y era un día de luto para toda la familia35. Las reacciones ante dicho suceso eran de tristeza ya que ni las mujeres, ni los esclavos, junto con los menores eran sujetos capaces de conocer los misterios religiosos36.

Quien gozaba de verdadera personalidad en el matrimonio era el marido, que podía poner la escritura de repudio en manos de la mujer bajo el pretexto más fútil, expulsándola del hogar y dejándola en la más absoluta desprotección37. La escuela de Hillel, que tenía mucho peso jurídico entre los rabinos, enseñaba que para asegurar el derecho a repudiar a la mujer era razón bastante el que hubiera condimentado mal los alimentos38.

Solo al varón se le reconocía el derecho a repudiar a la mujer, y no viceversa39. En este sentido resulta claramente liberadora para la mujer la respuesta dada por Jesús a los fariseos que le preguntaron si era lícito repudiar a la mujer (Mc 10, 2-12). La oposición que muestra Jesús tanto al repudio del varón por parte de la mujer como de la mujer por parte del varón no discrimina a nadie, sino sitúa en pie de igualdad al hombre y a la mujer.

El entorno propio de la mujer era el hogar, y siempre bajo el control del marido, que la consideraba su propiedad. La mujer era excluida de la vida pública, tanto civil como religiosa, que estaba reservada a los varones. Cuando salía a la calle tenía que pasar desapercibida y no podía entretenerse con nadie. Las apreciaciones de Concepción Gimeno se corresponden con el conocido texto de Filón, donde leemos:

Mercados, consejos, tribunales, procesiones festivas, reuniones de grandes multitudes de hombres, en una palabra: toda la vida pública, con sus discusiones y sus negocios, tanto en la paz como en la guerra, está hecha para los hombres. A las mujeres les conviene quedarse en casa y vivir retiradas. Las jóvenes deben estarse en los aposentos retirados, poniéndose la puerta del patio como límite40.



La mujer siempre era propiedad del varón: antes de casarse, pertenecía al padre, que poseía la patria potestad; ya casada, pasaba a depender del marido. El primer acto de adquisición de la joven por su novio tiene lugar a través de los esponsales. Dicho acto se consumaba en el matrimonio. La única diferencia entre la esposa y la concubina era el contrato matrimonial, la diferencia, en la práctica, era inexistente.

Concepción Gimeno repara también en la discriminación de que era objeto la mujer en el ámbito religioso. La enseñanza de la Torá a la mujer se asociaba con la enseñanza en el libertinaje. Las mujeres podían entrar en las sinagogas, pero solo accedían a la parte dedicada al servicio litúrgico, y no para participar sino para escuchar; les estaba vetada la entrada en la zona destinada a las clases de los escribas. Las mujeres no podían ejercer la enseñanza ni testificar en los juicios.

La principal -por no decir «única»- consideración hacia la mujer en Israel en la que insiste nuestra autora es en razón de su fecundidad.

Pero Concepción Gimeno no se queda en el aspecto negativo de la cultura israelita hacia la mujer. En varias ocasiones se refiere a algunas mujeres que actuaron con protagonismo en el Antiguo Testamento, valorando positivamente el papel de Débora, como consejera de su pueblo, capaz de dar instrucciones a los hebreos para derrotar al ejército de Sisara. Con la recuperación de Débora, Concepción Gimeno recupera la doble relación, perdida por siglos en la tradición judeo-cristiana, entre mujer y profetismo y entre mujer y responsabilidad política. Y es que, como afirma nuestra autora:

Dios no da inútiles dones; en todas sus obras hay una razón, un fin; si la compañera del hombre es una criatura razonable; si como el hombre ha sido creada a imagen y semejanza de Dios; si ha recibido como él del Creador la sublime inteligencia, es para utilizarla41.



Esta idea le permite a Concepción Gimeno esbozar las líneas maestras de una cristología con ojos de mujer, liberada de prejuicios misóginos y de imágenes que presentan a Jesús como ajeno al placer humano.

En la vida y enseñanzas de Jesucristo, Concepción descubre tradiciones que igualan a hombres y mujeres, constatando que son esas mismas tradiciones cuando se institucionalizan como creencias y prácticas de la Iglesia, se utilizan para subordinar a las mujeres. En el contexto de la Palestina del siglo I, dominada por los romanos, subraya que la igualdad de trato practicada por Jesús con las mujeres consterna a sus discípulos. Los varones que acompañaban a Jesús tenían interiorizados los esquemas mentales patriarcales y se comportaban conforme a ellos. De ahí que, cuando Jesús trataba de manera tan espontánea con una mujer samaritana muy señalada por su vida disoluta, «se sorprendieran de que hablara con una mujer» (Jn 4, 27).

El malestar de los discípulos ante el trato espontáneo de Jesús con las mujeres, y muy especialmente con María Magdalena, es destacado por los evangelios de carácter gnóstico. Se molestaban porque María Magdalena fuera la discípula preferida de Jesús. En una amena y certera reconstrucción de algunos textos de los evangelios apócrifos, Antonio Piñero recoge el malestar de Pedro ante el protagonismo de María Magdalena en el grupo de seguidores de Jesús:

Maestro, no podemos soportar a María Magdalena, porque nos quita todas las ocasiones de hablar; en todo momento te está preguntando y no nos deja intervenir42.



Concepción Gimeno llama la atención sobre la incorporación de mujeres poco ejemplares, desde el punto de vista de la moral convencional vigente, en los discursos que aparecen en los evangelios. Jesús reconoce a mujeres con una vida y unos cometidos al margen de la familia y de su relación con el hombre. Son los logia que insisten en un estilo de vida «a-familiar», ampliamente estudiados por autores actuales como G. Theissen y E. Schüssler Fiorenza43. El ethos a-familiar es vivido por el propio Jesús y fue seguido por carismáticos ambulantes del cristianismo primitivo que renuncian a la familia, a la estabilidad del hogar, a la propiedad y a la propia defensa. El seguimiento de Jesús comporta la renuncia al padre, a la madre, a los hijos e hijas, a los hermanos y hermanas (Lc 14, 26).

Concepción Gimeno repara en la universalidad del llamamiento de Jesús a abandonar la familia y seguirle, con la promesa de encontrar una nueva familia. El llamamiento se dirige a ricos y pobres -sean hombres o mujeres-. La promesa del reino de los cielos se dirige a cuantas personas adoptan las enseñanzas de Jesús, sin que importe el sexo o el rango (Mt 5, 5; Lc 6, 20-26; Mc 3, 32-35; Lc 8, 19-21).

Jesús nunca se refiere a la creación de Eva a partir de la costilla de Adán, como tampoco atribuye a Eva un pecado específico por su desobediencia en el Edén. Para él, mujeres y hombres han sido creados a imagen de Dios en igualdad de condiciones.

Para ilustrar los valores de la fe, la humildad y la caridad Jesús recurre en sus parábolas tanto a mujeres como a hombres. Muchas de las parábolas cuentan con una mujer como protagonista o figura central (cf. Lc 15, 8-10; Mt 13, 33; Lc 18, 1-8; Lc 21, 1-4; Lc 20, 27-40; Mt 22, 23-33; Mt 12, 41-42; Lc 11, 31-32; Lc 4, 25-27; Mt 24, 40-41). Y cuando aparece, no lo hace conforme a la mentalidad discriminatoria de la cultura ambiental.

Sobre las mujeres en el seguimiento de Jesús, Concepción Gimeno recuerda escenas paradigmáticas del evangelio. Las «rameras» que creen en Jesús conocen la salvación antes que los sacerdotes que le niegan. Así lo expresa el evangelio de Mateo, que pone en boca de Jesús estas palabras: «Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera para entrar en el reino de Dios. Porque Juan os enseñó el camino para ser justos y no le creísteis; en cambio, los recaudadores y las prostitutas le creyeron. Pero vosotros, ni aun después de ver aquello habéis recapacitado ni le habéis creído» (Mt 21, 31).

A pesar de reparar en la radicalidad del texto, a nuestra autora se le escapa un aspecto importante que la exégesis reciente ha puesto de relieve: la expresión griega utilizada por Mateo proagousinymas (significa «os llevan la delantera») corresponde al arameo meqaddemin lekon, que tiene sentido exclusivo o excluyente, y no temporal. Lo que, en opinión de J. Jeremias, debería llevar a traducir el texto así: «los publicanos y las rameras entrarán en el reino de Dios, pero vosotros no»44.

Concepción Gimeno recuerda, asimismo, el generoso gesto de la viuda pobre que echa en el cepillo algo que le hace falta para vivir y hace ver que es más generosa que los ricos, que echan de lo que les sobra (Mc 12, 41-44).

Otro ejemplo citado por nuestra autora es el de la parábola donde se compara la fe con un «grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo», tras la que viene un símil significativo para las mujeres: «Se parece el reino de Dios a la levadura que metió una mujer en medio quintal de harina; todo acabó por fermentar» (Mt 13, 33).

Se refiere también a la metáfora del nacimiento para describir su misión y promete a sus seguidores que sentirían el mismo gozo que la mujer que ha dado a luz (Jn 16, 20-22).

Lo que le parece más novedoso, y hasta más insólito, en cuanto a las actitudes de Jesús, es su trato directo con las mujeres para explicarles su doctrina, además de aceptarlas en su círculo de seguidores junto con los hombres, teniendo en cuenta que en la tradición rabínica las mujeres no podían estudiar la Ley ni entraban en el entorno religioso de los rabinos, tan alejados siempre de aquellas.

Los ejemplos que cita son numerosos. La samaritana es la primera persona a quien Jesús le declara su carácter divino, según el evangelio de Juan (Jn 4, 25-26). A ella se acerca con espontaneidad venciendo dos resistencias que estaban en el ambiente y de las que no se veían libres ni siquiera los discípulos. La primera era la vieja enemistad que separaba a los samaritanos de los judíos. La segunda, todavía más arraigada en el imaginario colectivo de Israel, era lo mal visto que estaba el que un hombre hablara con una mujer desconocida.

Ulteriores estudios han observado que el evangelio de Juan reconoce a la samaritana similar función misionera que la reconocida a los discípulos. Tal similitud se refleja en la similar expresión que emplea Juan para referirse a la samaritana en 4, 39-42 y a los discípulos en Jn 20. En el primer caso se dice: «Muchos samaritanos de aquel pueblo creyeron en él por lo que les dijo la mujer...; muchos más todavía creyeron por lo que les dijo él». En el segundo leemos: «Que también ellos estén con nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste». Tal equiparación resulta auténticamente revolucionaria en la cultura judía que, como acabamos de ver, no admitía ninguna declaración de mujer en un juicio, por considerarla mentirosa por naturaleza.

A Marta de Betania le explica su identidad y le indica la suerte que corren quienes creen en él: «Yo soy la Resurrección y la Vida: el que tiene fe en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que está vivo y tiene fe en mí, no morirá nunca» (Jn 11, 25-26).

María de Betania se sienta a los pies de Jesús y escucha su palabra. Su hermana Marta se queja y Jesús le contesta: «María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10, 38-42). Conviene reparar en la significación de la expresión «sentarse a los pies de un maestro», que es utilizada también por Hechos de los Apóstoles para referirse a la relación de maestro a discípulo existente entre Gamaliel y Pablo. La expresión griega de Lucas es: pros tous podas tou Kyriou; la de Hechos de los Apóstoles es: pros tous podas Gamaliel. Estas expresiones indican el discipulado y el acceso a los estudios seguidos bajo la dirección de un maestro. Con la práctica seguida por Jesús teniendo a sus pies a María de Betania, se estaría quebrando la discriminación de la mujer y abriéndose el camino al discipulado de las mujeres.

Más aún, al defender la actitud de María y distanciarse de la de Marta, Jesús estaría poniendo en cuestión la tradicional normatividad femenina representada por Marta como ejemplo de mujer ocupada en las faenas de la casa y estaría introduciendo un nuevo paradigma de mujer: la que no se sienta esclavizada por los quehaceres domésticos.

Pero Concepción Gimeno no se queda solo en la actitud de Jesús, sino que pone el acento en los importantes servicios que le prestaron al Maestro algunas mujeres: la samaritana apagó su sed; otra mujer ungió sus pies con ricas esencias; las hermanas Marta y María le dieron hospitalidad; algunas mujeres le consolaron en su pasión y le visitaron en la tumba; la mujer de Berenice secó el rostro de Jesús mientras subía al Calvario. Esta se vio favorecida por el mismo Jesús, que dejó impreso su rostro para siempre. Las hermanas de Betania tuvieron como premio por la acogida prestada la resurrección de su hermano Lázaro.

La mujer cananea creyó en Jesús y obtuvo la curación de su hija (Mt 15, 21-28)45. Cabe destacar en este punto el importante papel jugado por la cananea en el cambio de mentalidad de Jesús por lo que se refiere a su misión. Al principio, Jesús no atiende a la mujer que le pide la curación de su hija endemoniada, alegando que ha sido enviado «sólo para las ovejas descarriadas de Israel» (Mt 15, 24). Pero ante la insistencia de la mujer, que argumenta metafóricamente contra una concepción tan estrecha de la salvación como la expresada por Jesús, este se corrige a sí mismo y amplia el horizonte de su misión accediendo a la petición de la mujer.

El servicio al que reconoce una relevancia especial es la continuidad de las mujeres en el acompañamiento a Jesús hasta su resurrección, pasando por su trágica muerte. «En ningún momento -afirma- se vio abandonado por las mujeres», recordando que durante la pasión estuvieron con él al pie de la cruz «su Madre, María Cleofás, María Salomé, María de Bethania y María Magdalena»46.

Un dato que tiene muy en cuenta es la contraposición entre el abandono, la negación y la traición de algunos de sus más directos seguidores, por una parte, y la fidelidad estable de las mujeres que estuvieron con él. A este respecto asevera:

No tuvo Jesucristo en el sexo femenino un Judas traidor, un Pedro que le negase y un Pilatos que le condenara. Mientras todos sus discípulos le abandonan, a excepción de San Juan, la mujer sigue a Jesús por todas partes, recogiendo sus doctrinas; aparece al pie de la cruz y después junto al sepulcro47.



De entre las diferentes mujeres del círculo de Jesús la que centra la atención de nuestra autora por su protagonismo en los evangelios es María Magdalena, quien aparece al pie de la cruz compartiendo el dolor de Jesús y junto al sepulcro «sonriendo a la esperanza»48. Con esta expresión está refiriéndose a la experiencia de la resurrección vivida por María Magdalena como primera testigo del resucitado, según el evangelio de Juan. Es a ella a la que Jesús encomienda la tarea de comunicar a los discípulos la resurrección. Así lo expresa nuestra autora:

Magdalena tuvo el instinto de creer en la anunciada resurrección. Sabido es que ella embalsamó el cuerpo de Jesús y que fue premiada con la aparición del Salvador, recibiendo del mismo Redentor la orden de divulgar lo que había visto. Inmediatamente reveló la resurrección del Salvador, y el número de sectarios (hoy diríamos «seguidores») se centuplicó49.



A Concepción Gimeno se la puede situar dentro de la corriente de exegetas neotestamentarios para quienes María Magdalena, según el autorizado testimonio de Rafael Aguirre, «tuvo en los orígenes del cristianismo una importancia tan grande como Pedro, si no mayor»50. Fue tal la importancia reconocida a María Magdalena que llegó a dársele durante varios siglos el título de apostola apostolorum. Al referirse a las mujeres que fueron testigos de la resurrección de Jesús, el filósofo Abelardo no duda en de decir: «De esto aprendemos que estas santas mujeres fueron constituidas como apóstoles superiores a los mismos apóstoles»51.

El carácter inquebrantable de la fe de las mujeres en Jesucristo y su contraste con el mundo de los varones que se movían en las esferas del poder y abogaban por su condena es resumido por nuestra autora en estos términos, no exentos de apologética:

Las mujeres presintieron la divinidad de Jesucristo; mientras el Sanedrín formado por jueces, ancianos y príncipes de los sacerdotes pidió a Poncio Pilato que condenara a Jesús, Claudia, mujer del Pretor, esforzábase en demostrar la inocencia del acusado, afirmando que creía en su divinidad. Claudia tuvo fe en Él, como la tuvieron Magdalena, Salomé, La Cananea, María de Bethania, Marta y todas las galileas. Entre las mujeres no hubo una voz que se alzase contra Jesucristo, no hubo quien dudara de su palabra. ¡Felicitémonos las mujeres de no haber tenido en nuestro sexo femenino fariseos!52



Una actitud que valora muy positivamente es el perdón de Jesús, lo que comportaba transgredir la ley, que ordenaba su lapidación (Dt 22, 22). Desenmascara otros pecados. Hace ver que todos están en pecado y que un pecador no puede condenar a otro pecador. La actitud más correcta es la comprensión y el perdón, condiciones ambas necesarias para que uno mismo cuente con la comprensión y el perdón de los otros.

Como puede apreciarse por lo dicho, leyendo a Concepción Gimeno se vislumbran algunas ideas que ella intuyó, si bien no desarrolló por falta de condiciones exegéticas, metodológicas y doctrinales en el ámbito de la reflexión cristiana. En decenios ulteriores y con unos instrumentos más rigurosos y precisos se han desarrollaron las virtualidades insinuadas por nuestra autora en lo que referente a la relación de Jesús con las mujeres y de estas con Jesús.

Un primer dato ampliamente compartido hoy es la existencia de la polaridad masculino-femenino en cada persona, sea hombre o mujer. En consecuencia, con esta idea se presenta a Jesús como una persona que no reprime sus cualidades femeninas, sino que las vive de forma plena. Comparado con otros fundadores de religiones, como Confucio y Buda, y con algunas personalidades relevantes en el campo de la filosofía, como Sócrates, Aristóteles o Platón, parece que Jesús logró armonizarlo masculino y lo femenino de manera más profunda que las citadas personalidades. Nada en él hace pensar que adoptara actitudes misóginas.

Tal capacidad integradora se deja sentir en el trato con las mujeres, que se caracteriza por una gran libertad de espíritu, espontaneidad y libertad. Su actitud es de comprensión liberadora para con ellas, como en el caso de la mujer adúltera o de la samaritana. Más aún, se muestra abierto a sus indicaciones, hasta llegar a cambiar de opinión al ser cuestionado razonablemente por las mujeres, como en el caso de la mujer cananea.

Jesús parece distanciarse de la actitud discriminatoria de sus seguidores más cercanos. Y lo hace reprendiéndoles cuando se muestran displicentes con las mujeres que le acompañaban y cuando, con sus reacciones, estaban reproduciendo la idea del patriarcado puro y duro. Reprensión que sorprende a los discípulos y que no comparten porque les parece va contra la tradición religioso-cultural. Los propios redactores de los evangelios se mueven en esta actitud de incomprensión y tienden a debilitar la tradición de las amigas de Jesús.

La escena de Marta y María con Jesús resulta paradigmática sobre el cambio de roles por el que aboga Jesús. Marta se comporta como una diligente ama de casa que no para de trabajar en el estrecho entorno doméstico, olvidándose de su propio cultivo espiritual. Es el símbolo de las mujeres que llegan a auto-inmolarse por su familia. Jesús parece distanciarse de dicho ideal de mujer por ser represivo y alienante y se decanta por María, la mujer en actitud de disponibilidad y escucha, no atada por las labores consideradas propias del sexo femenino. Hay todavía un correctivo más de Jesús a la idea tan extendida, tanto entonces como hoy, de que lo femenino consiste fundamentalmente y de forma casi exclusiva en tener hijos, es decir, en la maternidad. Jesús corrige a quien declara dichosa a la mujer que le trajo al mundo y le parió, y destaca, más bien, la felicidad de quien escucha la palabra de Dios y es consecuente con ella en la práctica. Con tal proclamación está invitando a las mujeres a abrir nuevos horizontes en su vida y a no quedarse en la función simplemente reproductora a nivel biológico53.

Concepción Gimeno fue una mujer atenta a la realidad desde su feminismo moderado o templado y su cosmovisión cristiana. Se mantuvo firme en la defensa de la igualdad de hombres y mujeres, porque aseguraba que había llegado la hora de separar a la nueva Eva de la costilla de Adán.

La igualdad fue el tema central de la reflexión de Concha desde diferentes áreas y perspectivas. La base era una educación universal para niños y niñas en todos los niveles y disciplinas, así como las ventajas de la coeducación. Reclamaba el derecho al trabajo con igual remuneración que el hombre para alcanzar la independencia. Defiende el derecho a que la mujer pueda disponer de sus bienes, la reforma del Código penal y la defensa de los derechos civiles y políticos como el derecho al voto. Así las mujeres se convertirán en personas adultas y autónomas, tendrán vida propia y dejarán de ser dependientes.

Concepción fue una mujer poliédrica y posibilista en el momento histórico que vivió. Por su defensa del feminismo fue marginada por los movimientos católicos y por ser católica invisibilizada por el movimiento feminista. Es uno de nuestros eslabones perdidos.







 
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