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El geógrafo urbano ante la crisis actual

Rubén Camilo Lois González

José Antonio Nieto Calmaestra


(Departamento de Xeografía, Universidade de Santiago.)

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Resumen

Los espacios urbanos se nos presentan en la actualidad como un ámbito muy complejo de análisis y reflexión. El desarrollo de la sociedad de la información y la crisis de la modernidad hacen necesario retomar el debate teórico sobre el papel que el geógrafo urbano debe cumplir ante una realidad cambiante.




Abstract

At the present urban spaces are showed us as a difficult field of analysis and reflection. The development of the information society and modernity crisis make necessary the return to the theoretical debate about the role which the urban geographer has to obey in the presence of a variable reality.





El estudio de la ciudad y la urbanización por parte de la geografía española ha experimentado un considerable impulso en los últimos veinte años. Se ha multiplicado el número de tesis, monografías, manuales e intervenciones en la ordenación territorial donde lo urbano constituye el tema fundamental de análisis o se convierte en una referencia inexcusable dentro de una investigación de carácter más amplio. De hecho, hoy en día es posible disponer de una abundante bibliografía sobre el proceso de urbanización, la estructura de nuestras ciudades, su protagonismo en la organización del espacio y los problemas sociales, edificativos o demográficos que ha llevado aparejado su crecimiento. En este sentido, la Geografía ha adquirido un papel muy destacado dentro de las disciplinas preocupadas por el mundo urbano, influencia superior a la alcanzada por la Sociología, la Antropología, la Economía o la Historia Contemporánea que de forma más limitada y tardía se han empezado a interesar por la dinámica y organización interna de la ciudad.

Esta lectura optimista de lo que hemos realizado o podido aportar al conocimiento general de los espacios urbanos, no debe hacernos olvidar que la investigación geográfica desarrollada hasta el presente evidencia graves problemas y que la propuesta de los organizadores del Coloquio de Antequera de plantear una ponencia sobre nuestro objeto de estudio y reflexión, aparte de imprescindible, debe ser continuada en futuras reuniones como forma de   —500→   autoevaluar la calidad y vigencia de los estudios que la disciplina en la que nos encuadramos realiza sobre una sociedad crecientemente compleja, definida por el proceso de urbanización. Nos hemos preocupado mucho por conocer las ciudades de nuestro entorno y por aplicar grandes modelos explicativos del sistema urbano a análisis concretos; sin embargo, han sido muy escasos los debates teóricos sobre los objetivos y utilidades finales de la investigación y, aunque en ciertos momentos éstos han tenido lugar coincidiendo con la llegada desde el exterior de nuevas formas de concebir la geografía, las reflexiones no han pasado de ser la expresión de conflictos generacionales, ideológicos o entre diferentes «escuelas», sin que realmente se haya creado una cultura de intercambio crítico de opiniones y de gestación de propuestas de estudio al margen de las importadas desde otros países.

Conocemos perfectamente de dónde venimos, pues la divulgación de la historia de nuestra disciplina ha sido objeto de empresas editoriales remarcables; sabemos quiénes somos, ya que los numerosos estudios geográficos realizados sobre los espacios urbanos hacen posible delimitar perfectamente los temas de análisis que nos son propios y hemos conseguido defender una perspectiva individualizada en el marco de investigaciones multidisciplinares; pero no tenemos una idea exacta de hacia dónde vamos, qué podemos aportar al conocimiento y mejora de las sociedades actuales. Respecto a esta última afirmación, la labor de estudio desarrollada ha permitido disponer de una información mucho más amplia sobre la ciudad y la urbanización en España. No obstante, en nuestros programas de investigación personal se han privilegiado los deseos de acumular un amplio número de publicaciones y proyectos para construir un currículum competitivo, muchas veces se ha caído en la tentación de planificar aún soportando la mediatización que han ejercido sobre nosotros los responsables públicos o se ha defendido la viabilidad de la geografía en medio de una dura pugna con otros grupos profesionales más prestigiados y organizados, en una dinámica donde lo importante era producir, en muchas ocasiones trabajos de enorme calidad, pero no nos hemos detenido a reflexionar que la realidad que nos rodea cambia a un ritmo imparable y que estas transformaciones continuas son lo verdaderamente definitorio de este fin de milenio.

Como puede comprobarse, la contribución que presentamos a este tercer encuentro de geógrafos urbanos nace con el objetivo de animar una reflexión conjunta sobre cuestiones de ámbito teórico y con el fin de enfrentar, en el breve plazo de unas semanas que se nos han concedido para elaborarla, una serie de fantasmas que como científicos sociales aparecen ante nosotros al sentirnos incapaces de explicar convenientemente la compleja realidad en la que nos insertamos, tarea para la cual ya no podemos contar con el recurso a los viejos y «grandes relatos» que definieron la historia del pensamiento occidental   —501→   durante el siglo XIX y buena parte de la presente centuria. De ahí, que en el título elegido para este artículo hayamos incluido la expresión crisis, ya que si en ningún momento de la Historia la humanidad hemos podido disponer de un volumen de bienes materiales ni beneficiarnos de un nivel de vida semejante al que disfrutamos en el presente, la palabra crisis se ha instalado en nuestro vocabulario habitual desde los años 1970. Participamos de una sociedad en la que la idea del progreso a través del dominio de la naturaleza ha saltado en mil pedazos, donde el buen comportamiento de los indicadores macroeconómicos no puede ocultar una situación irresoluble de elevadas tasas de desempleo. Vivimos en un mundo marcado por las desigualdades entre las naciones desarrolladas y subdesarrolladas, que lejos de superarse se han mantenido en términos semejantes en los últimos decenios. Asistimos a una relativa decadencia de los sistemas políticos representativos, expresada tanto en la ausencia de propuestas de gobierno novedosas que reafirmen el contraste entre opciones partidarias diferentes como en el auge de las tendencias presidencialistas, populistas y xenófobas (Otero, 1988). En resumen, participamos de un período de crisis ideológica general, donde la desaparición de las certezas y de las verdades universales que podría haber contribuido a unos mayores niveles de libertad individual se traduce en un clima creciente de inseguridad.




El abandono de los grandes sistemas generales de explicación

Entre las numerosas novedades que trajo consigo el tránsito del siglo XVIII al XIX se encuentra el nacimiento de las Ciencias Humanas (Foucault, 1971), hecho que se traducirá en un primer desarrollo de las disciplinas urbanas a lo largo de la centuria pasada. La Geografía Urbana como tal no aparece hasta el primer decenio del siglo XX a partir de la obra de R. Blanchard y desde ese momento su consolidación se basará en el enunciado de un conjunto de principios referidos a cómo debe realizarse una investigación sobre las ciudades y los espacios urbanos que se repetirá en todos los estudios académicos que se planteen. Es cierto que durante muchos años los análisis realizados tuvieron una finalidad erudita, de identificación de aquellos elementos que hacían de una ciudad algo único e irrepetible, mientras que la crítica de la «nueva geografía», insistió en la búsqueda de regularidades dentro del sistema urbano y en el carácter aplicado de nuestra disciplina y, a su vez, los radicales o ciertos autores behavioristas trataron de desmontar el edificio de los cuantitativos por olvidar las necesidades individuales y ocultar que nos encontrábamos ante una sociedad definida por las desigualdades y los conflictos de intereses. Sin embargo, en todos estos planteamientos subyacía una idea común, la de construir un programa de investigación coherente que diese solución a lo que se percibía   —502→   como los principales problemas del mundo urbano, aún cuando la fijación de los objetivos del análisis variase por completo (mejorar el conocimiento de la ciudad, racionalizar el sistema sobre la base de una perspectiva economicista, gestionar los espacios urbanos desde los derechos de la mayoría, etc.). En la actualidad, la Geografía Urbana ha asumido en mayor o menor medida todos estos legados, pero su práctica parece haber entrado en un período de marcado eclecticismo metodológico donde la ausencia de nuevos modelos generales de explicación y la tendencia hacia una creciente especialización temática se traduce en un acelerado incremento de la producción de información sin un objetivo o finalidad clara, a no ser aquella que se deriva de las limitadas metas que se propone el estudioso en el pequeño aspecto de la realidad que se apropia.

De hecho, lo que está sucediendo en nuestra disciplina es el reflejo de un cambio mucho más profundo que algunos autores han definido como la crisis de la modernidad o el surgimiento de la sociedad postmoderna (personalmente siento cierta aversión al empleo de la partícula post en expresiones de uso cada vez más frecuente). Dejando al margen las fuertes polémicas que se han desarrollado entre los pensadores autodenominados postmodernos y aquellos otros que defienden una recuperación actualizada de los ideales surgidos con la Ilustración, es evidente que la crítica formulada desde finales de los 1970 por los primeros contiene una serie de elementos de interés que nos obligan a reflexionar. Por una parte, se produce el cuestionamiento frontal del sentido de la Historia y de la idea de progreso. Es evidente que los principales modelos interpretativos de la realidad, tanto los que defendían un continuo desarrollo de las fuerzas productivas y de las cotas de libertad y bienestar individual en el marco del sistema capitalista como los que proponían su sustitución mediante fórmulas revolucionarias o prácticas reformistas de carácter socializante, aparecen agotados en su intento de dibujarnos un futuro mejor. La crisis ecológica derivada del industrialismo y de la utilización masiva de energías no renovables, junto a la persistencia de los contrastes entre las áreas desarrolladas y un Tercer Mundo en proceso de superpoblación hacen contemplar con inseguridad un porvenir en el que el conflicto entre civilizaciones (expresión de desigualdades muy profundas) y los procesos de degradación ambiental a escala planetaria se plantean como importantes retos a resolver si no queremos ver peligrar nuestras condiciones de vida. Sin lugar a dudas, lo que ha sucedido es la frustración de un conjunto de esperanzas que los grandes sistemas de explicación de la realidad habían formulado en la convicción de que existía un progreso continuo y acumulativo a lo largo de la Historia de la humanidad. La propia escala de análisis utilizada por los pensadores del siglo XIX y la primera mitad del XX para efectuar sus propuestas y predicciones, todo el mundo, ha sido en buena medida la causa de que erraran bastantes de sus predicciones,   —503→   sin olvidar que las lecturas de la realidad más difundidas acusaban el defecto del etnocentrismo, de considerar el modelo occidental de desarrollo como el elemento básico de referencia para construir las reflexiones. Por todo ello, la reacción en el mundo intelectual de los últimos decenios ha sido aplicar la máxima «conoce la situación» reforzada con la palabra «concreta» (Von Beyme, 1994).

En relación con lo anterior, frente a la lectura histórica unidireccional comienzan a reivindicarse una multitud de historias de los «otros» (Vattimo, 1990; Sadaba, 1988), los olvidados por la lógica del progreso como los pueblos extraeuropeos o los grupos sociales minoritarios o marginados y, lo que tiene una indudable importancia, la mitad femenina de la humanidad que apenas había sido contemplada en unas interpretaciones generalistas dominadas por la lectura masculinizante de la realidad. De ahí que el conocimiento de la vida cotidiana, el estudio de una sociedad percibida como muy compleja y articulada en múltiples comunidades y por individuos con deseos, escalas de valores o estrategias personales completamente distintos se convierta en uno de los objetivos principales de cualquier acercamiento a los espacios urbanos en la actualidad. Esta noción de diversidad se acrecienta si tenemos en cuenta que el enorme progreso de los sistemas de comunicación a larga distancia, de la multiplicidad y carácter diferenciado de los mismos, nos ha situado en una sociedad de la información. En páginas anteriores he aludido a que la producción masiva de estudios sobre la realidad urbana española es uno de los rasgos, parcialmente cuestionable, de nuestra práctica profesional en los últimos decenios. Ahora es necesario añadir que estamos ante una consecuencia lógica de los cambios recientes que han afectado al mundo en el que vivimos, donde la elaboración de bienes culturales (desde los libros hasta la publicidad o el diseño) adquiere un enorme protagonismo y puede superar, por su trascendencia social y económica, a la propia producción de objetos tangibles de consumo. La multiplicación de los flujos de información tiene indudables consecuencias para la organización productiva del capitalismo, ya que frente a los procesos de concentración de la actividad productiva o de las tareas de dirección en las principales áreas urbanas asistimos a una dinámica descentralizadora en la estructura de las principales empresas y corporaciones. Hoy en día no es preciso que los directivos de una firma vivan y/o trabajen en el mismo lugar, puesto que la mejora general de las comunicaciones hace posible su contacto permanente aunque la distancia que los separe sea muy grande. Asimismo, se observa una progresiva reducción del número de grandes fábricas y la proliferación de pequeñas y medianas unidades productivas en regiones sin gran tradición industrial, en una evolución que no implica ni mucho menos la desaparición de los grandes grupos empresariales y financieros sino que refleja una actuación consciente de los mismos por incrementar sus tasas de beneficio mediante la dispersión   —504→   en el espacio de sus trabajadores, con el consiguiente debilitamiento de la presión sindical (Castells, 1995). Este proceso se beneficia del progresivo acortamiento del tiempo que se debe emplear al trasladarse de un lugar a otro y de las nuevas tecnologías de transmisión de la información.

Los últimos decenios también se caracterizan por la entrada masiva de todo tipo de imágenes e informaciones en el ámbito de la vida privada, un hecho que debe ser analizado con la suficiente profundidad ya que si, por una parte, provoca cierta uniformidad en los comportamientos a escala mundial (la consabida crisis de la dimensión espacial frente al reforzamiento del plano temporal), por otra, facilita la popularización de culturas y sistemas de valores diferentes ante la irrupción de todo tipo de mensajes en unos medios de comunicación que producen cada día más y donde es imposible que se ejerza un control centralizado de la información que se transmite (Vattimo, 1990). Por lo que se refiere al conocimiento académico, coincidimos con la previsiones de MacLuhan y Lyotard que, desde posiciones diferentes, afirman que si la palabra escrita engendró una determinada forma de interpretar los hechos, delimitando lo que podía ser considerado científico y no científico, la cibernética, la informática y la telemática no van a dejar intacta la naturaleza del saber. A partir de este momento el conocimiento será aquel que pueda ser traducido al lenguaje-máquina, pudiendo preverse que todo lo no traducible será dejado de lado (Lyotard, 1984). De hecho, en nuestra disciplina la reciente y masiva utilización de la cartografía automática y el procesado de ingentes volúmenes de datos a través de los ordenadores comienzan a marcar la distancia entre las nuevas formas de concebir la investigación y los análisis tradicionales en proceso de abandono.

El ciudadano actual, apabullado por la información y consciente de pertenecer a una sociedad de masas, se siente perdido en un mundo que pasa todos los días ante sus ojos, pero al mismo tiempo se beneficia de las crecientes posibilidades de movilidad y flexibilidad en el comportamiento que le ofrecen los cambios tecnológicos, sociales y económicos de los últimos decenios. Por ello no es extraño que en todas las Ciencias Sociales se observe, como tendencia general, un interés creciente por estudiarlo de manera individualizada mediante la formulación de técnicas novedosas de análisis cualitativo. Nunca existieron mejores condiciones para el desarrollo libre de la personalidad y, al mismo tiempo, nunca las desigualdades entre la población trabajadora y desocupada fueron tan decisivas para trazar una división en las condiciones materiales de existencia. Por lo tanto, el avance que ha supuesto la consolidación de las investigaciones sobre pequeños colectivos en la comprensión de la dinámica y organización urbanas debe acompañarse del aumento en los estudios sobre las continuas transformaciones registradas en la estructura y procesos de diferenciación de las sociedades complejas de nuestros días.



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Los escenarios del proceso urbano, una lectura desde el presente

A lo largo de este siglo, las disciplinas urbanas trataron de establecer modelos interpretativos tanto del sistema de ciudades como de la estructura interna de los núcleos principales, basándose en el análisis de los ejemplos que les proporcionaban diversos espacios del mundo occidental. Desde el estudio del Sur de Alemania hasta las áreas utilizadas para definir el ciclo de vida de las ciudades (urbanización, suburbanización, contraurbanización, reurbanización) pasando por Iowa y Chicago, el territorio europeo y norteamericano ofrecían los marcos referenciales de explicación de la dinámica urbana. A este respecto, no podemos olvidar que durante muchos años prestigiosos economistas defendieron que el proceso de constitución de una «sociedad de consumo de masas», definitoria de las naciones avanzadas en los decenios de crecimiento posteriores a la II Guerra Mundial, se extendería a todo el mundo siguiendo la lógica evolutiva marcada por las sociedades del Norte. En nuestra opinión, independientemente del interés que estas propuestas han tenido para el devenir de los estudios de nuestra rama del conocimiento, analizar las ciudades a finales de este milenio implica ser conscientes de que los procesos más interesantes de urbanización, los que afectan a un mayor número de personas y ponen de relieve el injusto reparto de la riqueza a nivel mundial, están teniendo lugar en el Tercer Mundo, con toda la diversidad de formas que la expansión de los núcleos principales puede llegar a manifestar. El modelo mejor acabado de ciudad del siglo XIX se encuentra en las regiones industriales del momento, pero en la actualidad la difusión del proceso urbano a los cinco continentes expresa la variedad de significados que adquiere el proceso de concentración demográfica y económica en unos determinados espacios. De hecho, en el ámbito de la Historia y la Antropología diversos autores han planteado desde hace varios decenios críticas muy lúcidas a unas interpretaciones derivadas del etnocentrismo cultural que todavía siguen pesando notablemente en los estudios geográficos.

Otro aspecto en el que las disciplinas urbanas deben profundizar algunas de sus reflexiones más recientes es el estudio del sistema de ciudades. En los últimos años hemos podido comprobar como las investigaciones sobre la jerarquía urbana y los procesos de competencia entre núcleos principales próximos han perdido buena parte de su interés en los análisis geográficos. Junto a la crisis del modelo clásico de ciudad característico de las sociedades desarrolladas, la mejora general de los sistemas de comunicación y la creciente movilidad de personas, mercancías e informaciones se traduce en un nuevo interés por comprender los fenómenos de complementariedad funcional entre áreas urbanas más o menos alejadas y por explicar de forma sintética el complejo marco   —506→   de relaciones que se establecen en los espacios de la urbanización en una época como la actual donde la organización interna del capitalismo presenta unos rasgos muy diferentes a la de los decenios de crecimiento de la postguerra. En este intento de mostrar a través de modelos (centro-periferias, ejes, dorsales, etc.) el comportamiento de los sectores urbanos en una economía mundial definida por la interdependencia, se plantea el problema de que las lecturas abreviadas de la realidad, aún cuando se basen en presupuestos acertados, constituyen un recurso cómodo pero insuficiente para entender unas dinámicas sociales y espaciales cada vez más complejas. Los esquemas interpretativos del presente reflejan sólo una parte de lo que está sucediendo y por ello se hace necesario desarrollar más sus contenidos y ampliar las variables que utilizan, para de este modo construir análisis flexibles, integrados, que en cualquier caso sólo podrán conseguir un consenso limitado desde una perspectiva espacio-temporal (Otero, 1988). En concreto, la enorme difusión alcanzada en algunos países europeos por las formulaciones de Roger Brunet y el grupo RECLUS de Montpellier y las fuertes críticas que están recibiendo en la actualidad nos ilustran sobre las limitaciones y el carácter pasajero de ciertas teorías generalistas que se explicitan en nuestros días.

Una cuestión que ha adquirido gran interés durante los últimos años es el estudio de las estrategias de promoción de las ciudades hacia el exterior, precisamente cuando estos núcleos urbanos comienzan a perder objetivamente protagonismo en los procesos de urbanización del mundo desarrollado. Desde los años 1960 ó 1970, la mayoría de los núcleos urbanos tradicionales de Europa y Norteamérica dejan de incrementar su número de habitantes y comienzan a expulsar población hacia sectores relativamente próximos de su periferia. Al mismo tiempo, la industria, ciertas labores de almacenaje y algunos servicios también se desplazan hacia las áreas periurbanas en un proceso donde el concepto clásico de ciudad va siendo sustituido por el de área o región urbana, espacio metropolitano o eje de crecimiento espacial. Como se ha analizado, esta crisis de la urbe clásica muestra aspectos contradictorios pues el centro ciudadano continúa funcionando como un sector muy valorado para la localización de ciertas actividades del terciario especializado, la percepción de los núcleos principales como «hitos» del espacio regional se mantiene en la conciencia de un gran número de personas y los encargados de regir el destino de estas poblaciones tan importantes han reforzado su protagonismo público, aunque el conjunto de competencias y recursos presupuestarios que deben administrar se haya estancado o comience a disminuir. En este contexto, la emergencia de la sociedad de la información justifica que todas las ciudades del presente se decidan, con mayor o menor intensidad, a desenvolver campañas de potenciación de su imagen bien como centros de la cultura bien como lugares de celebración de un gran acontecimiento   —507→   de repercusión internacional o, en los casos más modestos, intentando difundir la idea de que en la urbe se puede vivir aceptablemente y disfrutar del creciente tiempo reservado al ocio. A este respecto, podríamos establecer cierto paralelismo entre lo que sucede en las ciudades y en sus cascos históricos que, si a lo largo de este siglo han perdido buena parte de su funcionalidad y peso demográfico, no por ello dejan de presentársenos como el espacio que suele otorgar una «imagen de marca» al conjunto de la urbe. Las ciudades de esta etapa de urbanización difusa pretenden reafirmar su protagonismo como los lugares más atractivos e interesantes del espacio regional o nacional en el que se insertan y, con este fin, no dudan en utilizar todo tipo de recursos que van desde la puesta en marcha de ambiciosos proyectos de reordenación urbanística hasta el simple respaldo a un club deportivo con proyección externa, la constitución de una orquesta de cámara o la realización de actividades culturales que permitan atraer a personajes relevantes de la vida pública para su inauguración. El reciente desarrollo de estas estrategias de promoción de unos núcleos que han perdido importancia como espacios residenciales y de producción, pero que siguen siendo centros de poder y que cuentan a su favor con una gran tradición histórica, nos pone de manifiesto hasta qué punto la comprensión de las sociedades actuales a partir de una lectura de base económica debe ser matizada teniendo en cuenta que la cultura y la creación de imágenes cumplen un papel creciente en la dinamización de determinadas áreas urbanas.

La última referencia que, de forma muy breve, queremos plantear se refiere a las contradicciones que se le presentan al geógrafo y a otros especialistas en el mundo urbano cuando participan en tareas de planeamiento. De hecho, los análisis realizados en los últimos decenios por las diferentes disciplinas sociales han permitido desarrollar esquemas interpretativos que hacen posible medir la calidad de vida urbana y detectar los principales problemas que deben enfrentar los habitantes de las ciudades (desempleo, inseguridad, escasez de espacios libres, mala calidad de la vivienda, elevados precios del suelo, etc.). Paradójicamente, la formulación de algunas propuestas reformistas tendentes a mejorar el bienestar de la población residente en un determinado barrio o área urbanizada puede toparse con la indiferencia de los teóricos beneficiados, ya que éstos han interiorizado por la influencia de los medios de comunicación una escala de valores y necesidades diferentes y consideran menos relevante que se intervenga sobre sus condiciones cotidianas de existencia. La posibilidad de que la ciudad en la que se habita cuente con un equipo de fútbol de relevancia internacional o con un paseo marítimo que apenas va a ser utilizado por su población, a pesar de los enormes desembolsos que lleva aparejado, se valora de forma más positiva por un buen número de personas que los propios proyectos de rehabilitación en sectores urbanos degradados o la ampliación de   —508→   las zonas verdes. Esta evidencia, que debe ser matizada en muchos casos, debe hacernos reflexionar sobre la necesidad de aproximarnos mejor al conocimiento de las auténticas demandas del ciudadano de nuestros días y de formular propuestas que previamente hayan sido discutidas con los colectivos ciudadanos implicados para que puedan asumirlas en toda su plenitud.

A lo largo de estas páginas hemos pretendido enunciar de manera sumaria algunos de los retos que el geógrafo urbano tiene que enfrentar en estos años finales de siglo. Nos ha interesado especialmente subrayar las insuficiencias y contradicciones de nuestros análisis antes que insistir en los aspectos positivos de una investigación que ha progresado de forma espectacular a partir de los 1970. Sin lugar a dudas, las tareas prácticas, la realización de investigaciones concretas, ha primado sobre un debate teórico que necesariamente debemos plantearnos de cara al futuro. En este sentido, querría concluir esta reflexión exponiendo dos impresiones personales que considero relevantes. Por una parte, la multiplicación de estudios urbanos sobre temáticas muy variadas ha provocado cierta escisión en la metodología y objetivos desarrollados entre los trabajos referidos al sistema de ciudades y los que analizan algún aspecto de la estructura o morfología urbanas. Los debates que tuvieron lugar en la primera reunión del grupo en Cuenca traducen hasta qué punto se registra esta fractura y cómo la investigación integrada a diversas escalas se convierte en el instrumento necesario para combatir las inercias hacia una creciente especialización. Por otra parte, tenemos que ser conscientes de la aportación singular de la geografía (el análisis espacial y de las diferenciaciones territoriales) al conocimiento de la ciudad y la urbanización, precisamente en una época donde las perspectivas de estudio multidisciplinar tienen que ser potenciadas a través del respeto a los discursos individualizados de las distintas ciencias.






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