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El haba de San Ignacio

Comedia en tres actos y en prosa

Enrique Gaspar



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                                            PERSONAJES ACTORES                                       
 
MATILDE. SRTA. MARTÍNEZ.
TERESA. SRTA. RUIZ.
SOCORRO. SRTA. CANCIO.
JUSTO. SR. MARIO.
PASCUAL. SR. THUILLER.
EDUARDO. SR. BALAGUER.
LUIS. SR. MENDIGUCHÍA.
DOMINGO. SR. TAMAYO.
LACAYO. SR. ROMEA.

_____________________________________

     Esta obra es propiedad de su autor, y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España y sus posesiones de Ultramar, ni en los países con los cuales se hayan celebrado o se celebren en adelante tratados internacionales de propiedad literaria.

     El autor se reserva el derecho de traducción.

     Los comisionados representantes de la Galería Lírico-Dramática, titulada El Teatro, de DON FLORENCIO FISCOWICH, son los exclusivamente encargados de conceder o negar el permiso de representación y del cobro de los derechos de propiedad.

     Quede hecho el depósito que marca la ley.

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Acto primero





Gabinete elegante.





Escena I



MATILDE, preparando un vaso de agua con azúcar. PASCUAL, sentado junto a una mesa y teniendo en brazos a su hijo, que duerme perfectamente.



     MATILDE.- No le des vueltas: es que Dios te castiga porque no te portas como debes.

     PASCUAL.- Y hasta llegará día en que si salen duros los garbanzos pretenderás que es debido a mi mala conducta.

     MATILDE.- No tendría nada de particular. No los dejas cocer nunca lo suficiente por adelantar la comida, para con el bocado en la boca marcharte a picos pardos.

     PASCUAL.- ¡Oh! ¡Divino Jesús! ¡Cómo admiro tu infinita sabiduría! Tú dejaste que te escarnecieran, que te azotaran, que te dieran muerte afrentosa en una cruz. Todo, todo lo sufriste, menos casarte, por miedo sin duda de tropezar con una mujer celosa como la mía.

     MATILDE.- Oportuna ocasión de venir con chistes cuando tienes a tu hijo muriéndose. [6]

     PASCUAL.- Siempre la exageración; porque la criatura ha pillado una carraspera paseándose ayer contigo, ya no hay más remedio que avisar a la parroquia.

     MATILDE.- Por fin acabaremos teniendo yo la culpa. A ver, incorpórale.

     PASCUAL.- ¿Qué le vas a dar?

     MATILDE.- Agua con azúcar.

     PASCUAL.- Mujer, no le molestes ahora que duerme como un bendito. El sueño en los niños es salud.

     MATILDE.- Eso no es sueño: es letargo.

     PASCUAL.- O catalepsia.

     MATILDE.- Oye su respiración. Va a tener el croup.

     PASCUAL.- No sé si será Krupp o Plasencia, pero lo cierto es que ronca como un cañón.

     MATILDE.- Toma, hijo de mis entrañas. (Yendo a darle una cucharada de agua con azúcar que Pascual le vierte encima al retirarla con la mano.)

     PASCUAL.- ¡Vaya! Que no se le dan potingues.

     MATILDE.- ¡Soez! (Dejando el vaso sobre la mesa y sentándose despechada.)

     PASCUAL.- Dispensa... Inadvertidamente...

     MATILDE.- Sea usted mujer honrada, (Gimoteando.) buena madre, cumpla usted, en fin, con todos sus deberes para recibir este trato.

     PASCUAL.- ¡Señor! Un diluvio... (Levanta los brazos al cielo.)

     MATILDE.- Espera, que aún vas a estrellarme al niño. (Tomándolo y volviéndose a sentar.) Ahora ya puedes levantarme la mano si era ese tu objeto.

     PASCUAL.- Hay que dejarte.

     MATILDE.- Como a una loca. Es lo más cómodo.

     PASCUAL.- Y lo más prudente, porque si yo me pusiera también a dirigirte reproches, acabaríamos por convertir la casa en una plazuela.

     MATILDE.- Es que yo no te doy motivo alguno...

     PASCUAL.- Eso...

     MATILDE.- ¿Qué? No vengas con reticencias.

     PASCUAL.- Me parece que tus coqueterías con el badulaque de Luis Espejo... [7]

     MATILDE.- Calla, monstruo, que bien sabes por qué lo hice.

     PASCUAL.- Por despertar mis celos, según tú.

     MATILDE.- Y sin darle ocasión de lisonjear su amor propio.

     PASCUAL.- Pero concediéndole cada vals(1) de no sé cuántos tiempos, en que él no perdía el suyo agarrándose a ti para no ser derribado por aquella especie de temporal.

     MATILDE.- Acabarás por ofenderme. Por supuesto que no crees ni una palabra de cuanto dices. Le tienes tirria por otra causa y lo pago yo.

     PASCUAL.- ¡Cómo!

     MATILDE.- Hazte de nuevas. ¿O crees que porque tú no me lo has dicho, ignoro que Espejo te ha puesto un apodo por el que te conoce todo Madrid?

     PASCUAL.- ¡Ah! ¿Tú sabes...?

     MATILDE.- Sí. Que como tu candidatura a la Diputación provincial en las últimas elecciones no obtuvo más que trece votos, la docena del fraile, a él se le ocurrió llamar a tu fracaso la derrota de Fray Pascual; y la cosa cayó tan en gracia, que ya tus amigos no te saludan más que con ese mote.

     PASCUAL.- Pues que respete lo que es de la comunidad, y no tome los bienes del fraile como bienes mostrencos.

     MATILDE.- Basta. Yo soy incapaz de comprometer mi decoro con nadie, y mucho menos con un individuo que mantiene públicamente a una mujer de condición dudosa. No hay quien pueda tildarme en tanto así. (Señalando con la punta del índice sobre la que apoya el pulgar.)

     PASCUAL.- Poco es; pero eso mismo dicen todas, y las hay que no se contentan con esa miajita.

     MATILDE.- ¡Qué desgraciada soy! ¿Por qué me habré casado! ¡Yo me quiero morir! (Llorando y oprimiendo al niño contra su pecho.)

     PASCUAL.- Trae. Suelta a esa pobre criatura, que vas a estrangularle. Cuando sientas comezón de apretar algo, te abrazas a una langosta viva. (Tomando el niño.)

     MATILDE.- Sí; tómale, logra tu objeto. No te basta con privarme [8] de tu cariño; necesitas robarme mis más caras afecciones. ¡Pobre hijo mío! ¡Sin madre ya!...

     PASCUAL.- Tienes razón. La suya le ha salido un alcornoque.





Escena II



Dichos y EDUARDO.



     EDUARDO.- ¿Se puede?

     PASCUAL.- ¡Ah, Eduardo! Adelante.

     MATILDE.- ¡Cuánto le agradezco a usted que se haya venido en seguida de recibir el recado!

     EDUARDO.- Cumplo con un grato deber, Matilde. Conque... ¿Qué nos duele hoy?

     MATILDE.- La garganta, al pequeño.

     EDUARDO.- Lo de costumbre; las amígdalas.

     PASCUAL.- Ese es el efecto, pero la causa...

     EDUARDO.- ¿Alguna imprudencia?

     PASCUAL.- ¡Quia! No señor. Que yo soy un hombre corrompido, de conducta procaz, que desatiende sus más sagradas obligaciones; y naturalmente, a padres depravados, hijos con anginas.

     EDUARDO.- Pues no le encuentro la lógica.

     PASCUAL.- Que se la busque a usted mi mujer. Es un castigo de Dios, según ella.

     MATILDE.- Eso es: ponme ahora en ridículo delante de los extraños.

     PASCUAL.- En primer lugar, Fonseca es un amigo de la mayor confianza.

     EDUARDO.- El médico es en cierto modo el confesor laico de la familia.

     PASCUAL.- Y además, tengo que recurrir a las personas imparciales, para que con su testimonio prevalezca el sentido común.

     EDUARDO.- ¡Vamos, vamos! Eso no tiene importancia. Exceso de dicha que no saben ustedes apreciar. [9]

     PASCUAL.- Sí, como los granos de salud.

     EDUARDO.- Ya le dije a usted ayer (A MATILDE.) cuando la encontré en la calle con el niño, que le llevaba usted muy desabrigado.

     MATILDE.- Me volví al momento.

     PASCUAL.- Después de pasearlo tres horas con aquella lluvia y aquel frío...

     MATILDE.- No lo hice por mi gusto.

     PASCUAL.- No: fue a ver si me sorprendía en algún mal paso, y como me pilló saliendo del Suizo, el chico se ha despertado hoy con unas paperas como un montañés de los Alpes. La fortuna es que no fui a la legación de Holanda; si no, le sale un queso de bola.

     EDUARDO.- ¡Vaya una ocurrencia! Veamos esa garganta. Nene. (Llamándole.) Duerme con la mayor tranquilidad.

     MATILDE.- Despiértate, que está aquí el médico.

     EDUARDO.- (Reconociéndole la garganta con el mango de una cucharilla.) Abre la boquita... Más... Eso es... Nada. Un infartito como la vez pasada. Que se enjuague con un poquito de clorato de potasa, alumbre...

     MATILDE.- Pero... la verdad. ¿No hay ningún riesgo?

     EDUARDO.- Ninguno.

     PASCUAL.- ¿Cree usted que podemos asistir esta noche sin temor al baile de Mendoza? Es un compromiso...

     MATILDE.- Tú irás, ya que tienes que ocuparte de negocios; yo me quedo en casa.

     EDUARDO.- Buena gana de privarse de una diversión.

     MATILDE.- Para mí no lo es.

     EDUARDO.- Vaya usted sin el menor cuidado. Yo le juro a usted que por ir al baile no le saldrán al heredero unas castañuelas en las narices.

     MATILDE.- Con todo...

     EDUARDO.- Volveré luego para dejarla a usted tranquila.

     MATILDE.- Allá veremos.

     EDUARDO.- Entre tanto, desnúdenle ustedes y que duerma en la cama a su sabor.

     MATILDE.- ¿Lo ves? Por tu culpa no está ya acostado. [10]

     PASCUAL.- Es lo que yo iba a decir.

     MATILDE.- Me has hecho perder el tiempo con esas discusiones...

     PASCUAL.- ¡Ca! Pues me lo llevo y se levanta la sesión. Fonseca: sabe usted que le quiero muchísimo, que soy uno de sus más antiguos clientes; pero no se case usted. A la primera amonestación le retiro a usted mi amistad y mi pulso. (Se va llevándose a su hijo.)





Escena III



MATILDE y EDUARDO.

     EDUARDO.- Pues me he lucido. Yo que iba a pedirle un favor diametralmente opuesto.

     MATILDE.- ¿A Pascual?

     EDUARDO.- Sí. A Pascual y a usted; a los dos.

     MATILDE.- Sepamos.

     EDUARDO.- No me atrevo; si participa usted de sus opiniones...

     MATILDE.- ¡Quia! Mi mayor gusto es oponerme. Hable usted. ¿Querría usted casarse?

     EDUARDO.- Precisamente.

     MATILDE.- ¡Qué barbaridad!

     EDUARDO.- ¿Sí?

     MATILDE.- ¡Cuánto me alegro!

     EDUARDO.- ¿En qué quedamos?

     MATILDE.- Por contrariar a mi marido, cuente usted con mi apoyo. ¿Quién es ella?

     EDUARDO.- La criatura más angelical, el corazón más tierno, la naturaleza más sensible...

     MATILDE.- Sí, sí, adelante; ya sé. La novia y el primer reloj son siempre un prodigio para ustedes, hasta que degeneran la una en mujer y el otro en cebolla. ¿Pero su nombre?

     EDUARDO.- Teresa.

     MATILDE.- ¿Mi prima?

     EDUARDO.- Hace más de un año que nos queremos. [11]

     MATILDE.- ¡Con qué reserva lo han llevado ustedes!

     EDUARDO.- Merecemos disculpa. No ha sido por desconfianza, sino por temor de que se enterara su padre y destruyera nuestros propósitos.

     MATILDE.- Es verdad; no es usted santo de la devoción de mi tío.

     EDUARDO.- Me tolera como doctor; pero dudo mucho que me acepte como yerno.

     MATILDE.- ¿Y a qué es debido ese cambio? Antes le profesaba a usted una simpatía...

     EDUARDO.- Abrumadora. ¿Pero qué quiere usted? Don Justo tiene un carácter tan especial...

     MATILDE.- Es una persona excelente.

     EDUARDO.- Dignísima como hombre; pero insoportable como juez de instrucción.

     MATILDE.- Es verdad.

     EDUARDO.- Lleva tan a punta de lanza su cometido, que no se contenta con castigar el delito cuando le hay, se empeña en precaverlo hasta cuando no existe.

     MATILDE.- Es su manía, ver crímenes en todas partes.

     EDUARDO.- Va por ahí como un trapero, removiendo con el bastón los objetos que le parecen sospechosos. A lo mejor recoge un papel en que se le figura ver escrita la palabra puñal, y luego resulta un pañal en una cuenta de la lavandera. Otras veces es una bala aplastada lo que cree haber encontrado y tropieza con un pedazo de herradura. En fin... ido.

     MATILDE.- Y vaya usted a hacerle ninguna observación.

     EDUARDO.- ¡Imposible! De ahí viene nuestra tirantez.

     MATILDE.- ¡Ah! No sabía...

     EDUARDO.- Sí señora. Una tarde, paseándonos juntos, vimos a un pobre diablo tendido en el arroyo y arrojando por la boca una substancia negra. -Aquí hay un envenenamiento-, fue su primer grito.

     MATILDE.- ¡Adiós! ¡Alguna plancha!

     EDUARDO.- Y en efecto; después de poner en conmoción a todo el barrio y de hacerme reconocer al paciente, le probé [12] que el hombre no tenía más que una indigestión de calamares. Desde entonces vivo sudando tinta; porque ya no los visito más que en calidad de médico, y allí nadie se pone malo nunca.

     MATILDE.- ¡Pobre Eduardo! Pues nada, disponga usted de mí. ¿Qué puedo hacer en su obsequio?

     EDUARDO.- Quisiera que inclinase usted el ánimo de don Justo en mi favor.

     MATILDE.- Difícil es, pero se intentará. Por supuesto, ni una palabra a mi marido.

     EDUARDO.- Ni a Teresa tampoco. Me ha prohibido dar ningún paso hasta que ella lo juzgue oportuno; pero la cosa urge.

     MATILDE.- ¿Cómo?

     EDUARDO.- Según confidencia que acabo de recibir de mi tío el subsecretario de Ultramar, parece ser que don Justo quiere casar a Teresa con un oficial de la Secretaría, con Luis Espejo.

     MATILDE.- ¿Con Espejo? ¡Qué aberración!

     EDUARDO.- Es cosa convenida entre los padres.

     MATILDE.- ¿Pero ella, qué dice a eso?

     EDUARDO.- Lo debe ignorar; yo no la he visto desde el sábado. Los domingos no hay accesión.

     MATILDE.- ¿Cómo accesión?

     EDUARDO.- Es que a fin de tener un pretexto de ir a la casa, he sobornado a la cocinera para que finja unos ataques de tercianas que, naturalmente, no se le curan nunca. Pero los días de fiesta hay baile y no la deja tener frío su novio el artillero.

     MATILDE.- ¡Ah! ya.

     EDUARDO.- Hoy es lunes y espero que estará peor.

     MATILDE.- Son unas intermitentes que sólo le tocan...

     EDUARDO.- Cuando no baila.

[13]



Escena IV



Dichos, JUSTO, TERESA y PASCUAL.

     JUSTO.- ¡Qué ajenos estábamos de creer!...

     MATILDE.- ¡Ah! Ellos.

     TERESA.- Le dejamos anoche tan alegre...

     JUSTO.- Y tú, ¿cómo te encuentras, Matilde?

     MATILDE.- Inquieta por mi hijo, pero bien de salud.

     TERESA.- ¿Por qué no me has mandado llamar?

     MATILDE.- ¿A qué molestarte? (Todo lo que antecede mientras se saludan y toman asiento.)

     PASCUAL.- Si no es nada, según Eduardo.

     JUSTO.- ¡Ah! Felices, doctor.

     EDUARDO.- Un poco de frío que tomó ayer. (Devolviéndole el saludo.)

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) Pues si es éste el que se lo ha de quitar, ya puedes esperarte hasta la canícula.

     TERESA.- (Aparte a EDUARDO y muy precipitadamente mientras se sienta.) Tenemos que hablar. Hay un conflicto. Quieren casarme con otro.

     EDUARDO.- (Aparte.) Era verdad; ya lo sabe. (JUSTO, PASCUAL y EDUARDO quedan sentados al lado opuesto de MATILDE y TERESA.)

     MATILDE.- Te encuentro triste.

     TERESA.- No.

     MATILDE.- Tienes los ojos llorosos.

     JUSTO.- Del viento, sin duda; sopla un Norte que afeita. ¿Verdad, Eduardo?

     EDUARDO.- Como que hoy no pienso yo ir a la peluquería.

     JUSTO.- ¿Supongo que la indisposición del niño no te impedirá asistir esta noche al baile?

     MATILDE.- Según se encuentre a última hora. De todos modos, Pascual tiene que ir y pondrá el carruaje a disposición de ustedes.

     TERESA.- No, no. Si tú no vas, yo tampoco.

     PASCUAL.- ¡Qué tontería! [14]

     MATILDE.- ¿Pero qué te sucede, criatura?

     TERESA.- (Aparte a MATILDE.) ¡Soy muy desgraciada; ya te lo contaré!

     PASCUAL.- Pascualito se pasará la noche durmiendo de un tirón.

     JUSTO.- Luego tenéis ahí a Socorro que, más que tu doncella, es un individuo de la familia.

     MATILDE.- Pero la solicitud de una madre...

     JUSTO.- Creo que hace ya siete años que está en la casa.

     PASCUAL.- No había cumplido aún catorce cuando entró a servirnos de doncella en Murcia.

     JUSTO.- Tan modosita, tan mona...

     MATILDE.- Es una muchacha que gusta a muchos...

     PASCUAL.- (Aparte.) ¿Sospechará algo?

     JUSTO.- Y no carece de instrucción.

     MATILDE.- A mí me lo debe; yo la he enseñado a leer y escribir.

     JUSTO.- Y sobre todo, esa bendición del cielo de no estar nunca enferma. Yo tengo una que en un año me ha hecho subir a treinta duros la cuenta de la botica, sin haber tomado para mí más que una botella de Loeches.

     PASCUAL.- ¡Qué atrocidad!

     JUSTO.- Siempre está con tercianas. Verdad es que, con perdón sea dicho del señor Fonseca, donde entra un médico se asusta la salud.

     EDUARDO.- No es muy lisonjero para nosotros.

     MATILDE.- En eso estoy conforme con mi tío; de un constipado hacen ustedes una pulmonía.

     EDUARDO.- Hay naturalezas muy pobres; la cocinera de usted por ejemplo.

     JUSTO.- ¡Quia, hombre! Lo que a ella le hace falta es moverse, trabajar. La prueba la tiene usted en que toda la semana se la pasa tiritando junto a los hornillos; pero llega el sábado, se pone con la camarera a limpiar la casa, a arrastrar muebles, a hacer, en fin, que le circule la sangre, y ya es otra mujer. El domingo se oye por la mañana una misa de tropa, y por la tarde se anda ocho kilómetros con su primo el artillero. Ya llega el lunes. ¿Vuelve al fogón? Recaída. [15]

     MATILDE.- Es raro.

     PASCUAL.- ¿Y cree usted que sea el trajín o la milicia lo que la prueba?

     JUSTO.- Puede que las dos cosas juntas.

     EDUARDO.- Pues ya sabe usted el remedio; no le dé usted más quinina. Que siente plaza.





Escena V



Dichos y SOCORRO.

     SOCORRO.- Señorita...

     MATILDE.- ¡Ah! Socorro... ¿Qué hay? ¿Se ha despertado? ¿Está peor?

     SOCORRO.- Al contrario; he ido a darle una pastilla y me ha dicho que quería comerse una chuleta.

     PASCUAL.- ¡Vamos!

     JUSTO.- Pues no está tan grave.

     MATILDE.- ¿Debo dársela, Eduardo?

     EDUARDO.- Si traga bien, no veo inconveniente en que coma lo que le apetezca.

     MATILDE.- Tengo un miedo a esa enfermedad...

     SOCORRO.- ¿Por qué no consulta usted ahora con el doctor si puede tomar aquel medicamento de mi tío?

     MATILDE.- Será inútil. Estos señores de la profesión no dan crédito a las medicinas caseras.

     EDUARDO.- Según de lo que se trate.

     MATILDE.- Pues parece ser que Socorro tiene un tío...

     JUSTO.- ¿Albéitar?

     SOCORRO.- Fabricante de calzado.

     MATILDE.- Pero que resuelve las anginas en media hora.

     JUSTO.- ¿Con cerote simple?

     EDUARDO.- ¿O a zapatazo limpio?

     SOCORRO.- No señor; con el haba de San Ignacio.

     JUSTO.- ¡Hola! ¡Una legumbre mística!

     PASCUAL.- ¿Y qué es eso? [16]

     SOCORRO.- Un haba seca, un poco mayor que las que se comen; pero que conservándola en la boca, cuidando de no tragarse la saliva, se va el mal como con la mano. En mi familia la usan siempre.

     EDUARDO.- Pues no, Matilde, no se la dé usted a ninguno de los suyos.

     PASCUAL.- ¿Hay peligro?

     EDUARDO.- Se puede uno envenenar muy fácilmente.

     TODOS.- ¿Si?

     EDUARDO.- El haba de San Ignacio es una especie de nuez vómica con base de estricnina(2).

     TERESA.- ¡Jesús!

     JUSTO.- ¡Hombre! ¡Es una medicina de perro!

     EDUARDO.- No carece de eficacia; yo he visto resultados maravillosos: pero vaya usted a evitar que la pobre criatura se trague la saliva y nos dé un susto.

     JUSTO.- Naturalmente. Si fuese una persona mayor...

     EDUARDO.- (A JUSTO.) A usted, por ejemplo, no titubearía yo en dársela.

     MATILDE.- Por eso no; ya tiene cuatro años y es muy dócil; hace cuanto se le manda.

     EDUARDO.- En fin, yo no lo apruebo; usted como madre, opte por lo que le parezca mejor.

     PASCUAL.- ¡Pues no faltaba más!

     MATILDE.- Sin embargo, si realmente tiene la virtud que se le atribuye, ¿qué se pierde con probar?

     PASCUAL.- (Aparte a los otros.) No puede sufrir que la contradigan.

     JUSTO.- Más vale que no te expongas.

     MATILDE.- Claro está que no haría uso de ella, sino en un caso extremo; pero no debe haber tanta exposición, cuando la venden sin receta en todas las droguerías.

     EDUARDO.- Pues hacen muy mal.

     JUSTO.- Es una imprudencia temeraria. Ahora me explico yo cómo se cometen muchos crímenes que escapan a la acción de la justicia.

     EDUARDO.- (Aparte.) En la olla tengo la tema.

     PASCUAL.- Es verdad. Tome usted nota de ello. (Con sorna.) [17]

     JUSTO.- Vaya si la tomo. ¿El que quiera deshacerse de un enemigo, qué necesidad tiene de andar con él a tiros ni a puñaladas? Le prepara una menestrita, le ingiere la consabida legumbre, y con decir luego que el paciente se curaba unas anginas y que no ha escupido, vaya usted a proceder contra una legumbre puesta bajo la advocación de un individuo del Santoral.

     PASCUAL.- Tiene razón mi tío; es muy expuesto, sobre todo en una casa como la mía, donde andamos siempre a zarpa la greña.

     MATILDE.- (Siguiendo la broma.) Pues ya lo sabes. A la primera que me hagas...

     JUSTO.- No digáis atrocidades.

     MATILDE.- Ven, Teresa. Vamos a ver a mi enfermito. Acompáñenos usted, Eduardo.

     EDUARDO.- Con mucho gusto. (Aparte.) Así me contará...

     MATILDE.- Tú, Socorro, prepara la chuleta.

     SOCORRO.- ¿Y el haba, se compra?

     JUSTO.- No.

     MATILDE.- Bueno, por ahora; pero en cuanto Pascual me dé el más leve motivo... (Vase bromeando con TERESA y EDUARDO. SOCORRO los sigue.)

     JUSTO.- Oponte, por Dios.

     PASCUAL.- Si se le ha metido entra ceja y ceja, no la disuade ya ni el mismísimo San Ignacio de Loyola.





Escena VI



JUSTO y PASCUAL.

     JUSTO.- Es que no creas que yo procedo a tontas ni a locas. Si te hago esta observación, es porque... estamos sobre un volcán.

     PASCUAL.- ¡Adiós! ¿Algún nuevo crimen que ha soñado usted?

     JUSTO.- Yo no sueño crímenes, porque no duermo(3) nunca, forensemente hablando. Responde. ¿Tú sabes si tienes algún enemigo? [18]

     PASCUAL.- Los tres del alma.

     JUSTO.- No es eso; alguien que no te quiera bien.

     PASCUAL.- Mi mujer, que me quiere demasiado.

     JUSTO.- ¡Y dale con las cuchufletas! Pues el caso no es para bromas, Pascual. Tu existencia está amenazada.

     PASCUAL.- ¿Cómo?

     JUSTO.- Tengo pruebas.

     PASCUAL.- ¿A ver?

     JUSTO.- Vamos por partes; hay que tomar la cosa en su origen. ¿Conoces a Luis Espejo?

     PASCUAL.- De vista; no nos hemos visitado nunca. Mi mujer es la que ha bailado algunas veces con ese botarate.

     JUSTO.- Pues te participo, en confianza, que ese botarate va a ser mi yerno.

     PASCUAL.- ¡Cómo! ¿Se casa con Teresa?

     JUSTO.- No lo digas a nadie. Es una boda concertada entre su padre y yo; mi misma hija no ha sabido nada hasta ayer.

     PASCUAL.- ¡Infeliz! ¡Ahora me explico su tristeza!

     JUSTO.- Dice que le odia. Como si eso fuese un obstáculo.

     PASCUAL.- Han de acabar por ahí.

     JUSTO.- Es claro, y cuanto más pronto principien...

     PASCUAL.- Pero usted, por lo visto, ignora los antecedentes de ese joven...

     JUSTO.- Sé algo.

     PASCUAL.- ¿Le han dicho a usted que mantiene públicamente a una tal Dolores la peinadora?

     JUSTO.- Sí, una pobre muchacha, cuyo primer amante se murió dejándole un chico sobre las costillas.

     PASCUAL.- ¡Pues alabo las tragaderas!

     JUSTO.- ¿Y quién no se ha dejado peinar en este mundo? Son tributos que hay que pagar a la juventud, y con los cuales ha prometido hacer corte de cuentas una vez casado. En compensación, tiene otras buenas cualidades; es muy rico.

     PASCUAL.- Pues nada, a tu gusto, mula...

     JUSTO.- ¡Hombre! Eso de mula... [19]

     PASCUAL.- Pero en resumen. ¿Ese enemigo oculto que me amenaza, es Espejo?

     JUSTO.- No; una mujer.

     PASCUAL.- ¿Dolores la peinadora?

     JUSTO.- Te has vendido. Tú tienes algún belén con ella.

     PASCUAL.- ¡Si no la he visto en mi vida! ¿Un belén yo, que no conozco de la Palestina más que el Calvario de mi casa?

     JUSTO.- Entonces es otra; porque aquí hay una ella de quien Espejo y tú sois por lo visto socios comanditarios.

     PASCUAL.- ¡Qué barbaridad! Le juro a usted...

     JUSTO.- No te hagas el hipócrita y escucha. Ayer estuvo Luis en casa a hacernos su primera visita, y al levantarse para irse, en vez de coger el abrigo por el cuello...

     PASCUAL.- Que es por donde yo le cogería.

     JUSTO.- Y cualquiera.

     PASCUAL.- A él, a él, a Luis.

     JUSTO.- ¡Ah, sí! Pues lo agarró por los faldones, que es también por donde si yo lo agarro no lo suelto ya. Y naturalmente, con el bolsillo boca abajo, se le salió sin que él lo notase una carta que había dentro.

     PASCUAL.- ¿Y que usted recogió?

     JUSTO.- Con propósito de devolvérsela; pero, como no tenía sobre, pude leer de refilón la palabra veneno y dije: -Tente.

     PASCUAL.- (Aparte.) Debió decir tonto.

     JUSTO.- «Aquí hay un crimen», fue mi primera idea, y me la guardé.

     PASCUAL.- ¿La idea? Bien hecho.

     JUSTO.- No; esta carta que desgraciadamente viene sin firma, pero de la cual voy a darte lectura. Oye. (Sacando una carta de una sola cuartilla, toda llena y sin sobre.)

     PASCUAL.- (Aparte.) Resignémonos.

     JUSTO.- (Lee.) «Mi adorado Luis.»

     PASCUAL.- ¡Qué horror!

     JUSTO.- Esto no es nada, ya verás.

     PASCUAL.- ¿Cómo nada? ¡Es su letra! [20]

     JUSTO.- ¿Qué letra?

     PASCUAL.- La de mi mujer.

     JUSTO.- ¿De Matilde? ¡Ave María Purísima! (Retirando el papel.)

     PASCUAL.- Tío, deme usted esa carta.

     JUSTO.- Tú te equivocas. (Aparte.) ¡Buen pastel hemos hecho!

     PASCUAL.- Le digo a usted que es suya.

     JUSTO.- ¡Quia! Tu mujer no pone delante de las emes este rasgo como la trompa de un elefante.

     PASCUAL.- Sí señor. No apure usted mi paciencia y venga el papel.

     JUSTO.- Pero...

     PASCUAL.- ¿Quiere usted que se lo confiese todo? Pues bien, tengo motivos para dudar de ellos.

     JUSTO.- (Aparte.) La verdad es que bailaban demasiado juntos.

     PASCUAL.- ¿Qué saca usted con dejarme en una duda que ya no lo es para mí?

     JUSTO.- (Aparte.) Tiene razón; ya le he metido la píldora en el cuerpo. (Alto.) ¿Me prometes atender mis observaciones?

     PASCUAL.- Sí.

     JUSTO.- ¿No dejarte llevar de un arrebato de cólera?

     PASCUAL.- Tendré calma.

     JUSTO.- Pues sea; pero en mi mano. (Se sientan disponiéndose a leer la carta que conserva JUSTO.)

     PASCUAL.- ¡Infame!

     JUSTO.- (Aparte.) ¡En qué berenjenal nos hemos metido! ¿Quién había de creerlo en Matilde? Y es ella, sí, ahora ato cabos...

     PASCUAL.- (Leyendo y declamando alternativamente.) «Mi adorado Luis.» ¡Víbora! Tanto alardear su virtud, fingirme celos...

     JUSTO.- Vamos, adelante. Si todo resultará un error tuyo.

     PASCUAL.- «Mañana hay baile.» El de esta noche.

     JUSTO.- ¿Ves? No es su letra; la eme de mañana no tiene trompa.

     PASCUAL.- Porque la tapa usted con el dedo.

     JUSTO.- ¿Si creerás que a mí me gustan los tapujos?

     PASCUAL.- «Estaré sola.» [21]

     JUSTO.- Otra prueba. ¿Cómo ha de quedarse sola si va al baile?

     PASCUAL.- No sea usted cándido. ¿Y esa enfermedad imaginaria del niño? El pretexto para no ir. «En cuanto veas que sale el coche.» El nuestro. «Entras por la puerta del callejón.» La de la escalera, que comunica con su cuarto de dormir.

     JUSTO.- (Aparte.) ¡A este callejón sí que no le encuentro yo salida!

     PASCUAL.- «Como es la primera vez que visitas la casa y no sabrías escapar caso de una sorpresa...»

     JUSTO.- Sorpresa con hache; no es Matilde.

     PASCUAL.- En cambio escribe higos sin ella en la cuenta de la compra.

     JUSTO.- Entonces es entrada por salida.

     PASCUAL.- «Convendría que con pretexto de ver el cuarto segundo que está vacío, vinieses mañana por la tarde, y entonces te entregaré el llavín.» ¡Tío! ¡Cuánta podredumbre! ¡Yo no puedo más! (Dándole la carta.)

     JUSTO.- Sobrino del alma. En vano procuro destruir tus sospechas. Comprendo que es inútil. Ármate de valor y apura el cáliz hasta las heces.

     PASCUAL.- ¿Aún queda más?

     JUSTO.- Falta lo inconcebible, lo espantoso, lo aterrador. ¿Pero qué quieres? La pasión es así, no reflexiona, no reconoce diques, atropella por todo.

     PASCUAL.- Acabe usted.

     JUSTO.- Oye: «¿A qué hablarme de Fray Pascual?»

     PASCUAL.- ¿Fray Pascual?

     JUSTO.- Tu mote.

     PASCUAL.- Sí, ya sé.

     JUSTO.- No hay error posible. Desde tu derrota en las elecciones para diputado provincial, eres el único fraile que queda en España.

     PASCUAL.- Adelante.

     JUSTO.- Escucha y tiembla. «No nos ocupemos más de ese hombre. No tengas celos de él. Si vuelve a turbar [22] nuestra dicha, yo te juro envenenarle.» ¡Envenenarle!

     PASCUAL.- ¿A mí? ¡Bah! Eso no tiene sentido común.

     JUSTO.- Pues más claro...

     PASCUAL.- Exageraciones de una imaginación romántica; frases de efecto para llenar el papel o lisonjear el amor propio de su amante.

     JUSTO.- Acaso tengas razón, pero también puede ser lo otro. Hay que ser del oficio para olfatear el crimen. Ponte en guardia. Yo veo hasta el arma escogida para perpetrar el delito.

     PASCUAL.- ¿Cuál?

     JUSTO.- Ese veneno sin responsabilidad alguna y de tan fácil adquisición. ¡El haba de San Ignacio!

     PASCUAL.- No me haga usted reír. Otras cosas son las que a mí me preocupan. Nada, yo asesino a ese hombre.

     JUSTO.- ¡Pues no me ha caído mal quehacer si me he de pasar la existencia evitándole el patíbulo a mi familia!

     PASCUAL.- ¿Qué?

     JUSTO.- ¡Hombre! Que yo, aunque juez inexorable, soy tu tío y el suyo y prefiero prevenir a tener que castigar. Calma. De aquí a la noche no falta tanto. Inquiere, vigila con aparente indiferencia; y si algo descubres que afecte a tu honor, procede como cumple a un caballero.

     PASCUAL.- Sí... ¡estoy loco!

     JUSTO.- ¿Quién sabe? Es la primera vez que viene. Puede que aún sea tiempo de conjurar el peligro, de hacer un llamamiento a su virtud, hasta de perdonarla acaso, en gracia a ese ángel inocente que tenéis por hijo.

     PASCUAL.- Dice usted bien: mejor es esperar. Usted me acompaña al baile; volvemos después por la puerta del callejón, de la cual poseo otro llavín y los sorprendemos solos...

     JUSTO.- Salimos de dudas.

     PASCUAL.- Y lo tiro por un balcón. [23]





Escena VII



Dichos, MATILDE, TERESA y EDUARDO.

     EDUARDO.- En usted confío. (Aparte a MATILDE.)

     TERESA.- Sálvanos. (Ídem.)

     MATILDE.- No teman ustedes; aquí estoy yo. (Aparte a ellos.)

     PASCUAL.- (Aparte.) ¡Ah! ¡Ella! ¡Cuánta doblez en su aparente virtud!

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) Domínate; como si no supieras nada. (Alto.) Y bien, ¿el niño?...

     MATILDE.- Ha comido perfectamente.

     TERESA.- Y aún pedía más.

     EDUARDO.- Si está bueno, gracias a Dios.

     JUSTO.- Más vale así. (Se queda hablando con PASCUAL mientras los otros tres tienen su aparte al lado opuesto de la escena.)

     MATILDE.- Conque ya saben ustedes el plan; manos a la obra.

     TERESA.- Lo primero ir a ver a tu tío el subsecretario y hacer que traslade a Espejo a un punto lejano de Ultramar.

     MATILDE.- Sí, a Cuba; pero con orden determinada de marchar por el primer correo.

     EDUARDO.- Pasado mañana sale un vapor de Santander.

     TERESA.- Pues por ese.

     MATILDE.- Y luego, reserva absoluta hasta que yo pueda abordar a tu padre.

     EDUARDO.- En cuanto me vaya de aquí pasaré por el Ministerio.

     TERESA.- Y en seguida haré yo que le den las tercianas a Magdalena para que puedas venir a avisarme el resultado.





Escena VIII



Dichos y SOCORRO.

     SOCORRO.- ¡Señorito!

     PASCUAL.- ¿Qué? [24]

     SOCORRO.- Un caballero pregunta por usted.

     PASCUAL.- ¿Ha dado su nombre?

     SOCORRO.- Don Luis Espejo.

     TODOS.- (Aparte.) ¡Él!

     MATILDE.- (Aparte a los chicos.) Pues llega en buena ocasión. Va a oírme.

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO por MATILDE.) Se ha conmovido.

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) No importa; repórtate. Hazle entrar.

     PASCUAL.- Que pase.

     MATILDE.- Y trae luces.

     SOCORRO.- ¿Me da usted la llave para sacar bujías? (Vase después de tomar la llave que le da MATILDE.)

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) ¡No sé si tendré paciencia!

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) Pues es preciso, si no quieres echar a perder nuestro plan.

     PASCUAL.- (Aparte.) Es verdad; no hay más remedio.





Escena IX



MATILDE, TERESA, JUSTO, PASCUAL, EDUARDO y LUIS.

     LUIS.- Temería ser importuno. (Aparte.) Estoy cohibido.

     PASCUAL.- (Aparte.) ¡Ea, resolución! (Alto.) Nada de eso; tómese usted la molestia de sentarse. (Los demás hacen un movimiento para irse.)

     LUIS.- Que nadie se moleste por mí; no es asunto reservado. (Aparte.) No acierto ni a hablar. (Reparando a los circunstantes y levantándose cada vez que saluda a uno.) ¡Ah! señora... ¡Ah! don Justo... ¡Ah! Doctor...

     EDUARDO.- (Aparte.) Este hombre no sale de la primera letra del alfabeto.

     LUIS.- ¡Qué día tan hermoso ha hecho hoy!

     JUSTO.- (Aparte.) ¡Y volaban los tejados!

     MATILDE.- Un poco frío...

     LUIS.- Un poco.

     JUSTO.- Y mucho viento. [25]

     LUIS.- Mucho.

     TERESA.- ¿No ha llovido también?

     LUIS.- A torrentes.

     EDUARDO.- Pues aún verá usted más agua en lo que queda de mes.

     LUIS.- Sí... ha hecho un día muy malo. (Pausa.)

     MATILDE.- ¿Va usted esta noche al baile de Mendoza?

     LUIS.- No; tengo una cita con... un amigo.

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) ¿Lo oye usted? ¡En mis barbas!

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL calmándole.) Hazte cuenta que estás pelado como una rodilla.

     LUIS.- Y usted, ¿irá?

     MATILDE.- Tampoco, y lo siento por no poder acompañar a mi marido.

     PASCUAL.- ¡Esto repugna! (Aparte a JUSTO.)

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) ¡Hombre! Sí que tienen poca aprensión.

     LUIS.- Pues yo venía... porque he sabido que está por alquilar el cuarto segundo...

     PASCUAL.- (¡Qué sin vergüenza! ¡Yo le pego!) (Aparte a JUSTO.)

     JUSTO.- (A la noche; ahora, no.) (Aparte a PASCUAL.)

     LUIS.- Y desearía saber cuánto renta.

     PASCUAL.- Setenta mil reales.

     TODOS.- ¿Qué?

     JUSTO.- (Eso es buscarle camorra.) (Aparte a PASCUAL.)

     LUIS.- ¿Diarios?

     PASCUAL.- Anuales.

     LUIS.- Diga usted que no quiere cedérmelo, y punto redondo.

     JUSTO.- No haga usted caso; es una broma que Pascual se permite con usted a título de presunto pariente.

     TODOS.- ¿Cómo?

     JUSTO.- Que ya le he dicho a mi sobrino, y no debe seguir siendo un secreto para la familia, que está concertada la boda de Teresa con usted.

     TODOS.- ¡Ah! (En este momento entra SOCORRO, trayendo una lámpara que deja sobre un mueble.) [26]

     LUIS.- Sí... (Aparte.) ¡Bárbaro! ¡En presencia de la otra, sin prevenirla!

     MATILDE.- En efecto. Teresa acaba de comunicarme esa noticia, que tan reservada se han tenido ustedes, y que aún me permito poner en duda.

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) ¡Cómo la escuece!

     MATILDE.- ¿Es eso cierto?

     LUIS.- (¡Cualquiera habla ahora!)

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) Ni chista.

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) No se atreve en presencia de mi mujer. (Durante el aparte de PASCUAL y JUSTO, y sin ser visto por ellos, SOCORRO le devuelve la llave a MATILDE, que ésta conserva en la mano y se va.)

     JUSTO.- ¿Se ha quedado usted mudo? Confiese usted que es una cosa convenida.

     LUIS.- Pues bien... sí.

     JUSTO.- Se diría que lo siente usted.

     TERESA.- (¡Ojalá se arrepintiera!)

     LUIS.- No; sino que me parece que mi matrimonio no es del agrado de esta señora.

     MATILDE.- Ha acertado usted.

     TODOS.- ¿Cómo?

     MATILDE.- No voy a prejuzgar la cuestión de merecimientos; admito que los tiene usted muy sobresalientes para aspirar a ese honor. Pero también me consta que es usted harto caballero para no desistir de sus propósitos ante lo que voy a decirle. Usted no puede casarse con Teresa porque existe una pasión anterior cuyos derechos debe usted respetar.

     LUIS.- (Aparte.) Ahora va a darme un curso de moral sobre Dolores la peinadora.

     PASCUAL.- (Me parece que más claro...) (Aparte a JUSTO.)

     JUSTO.- (Poca lacha tiene esta mujer.)

     LUIS.- Permítame usted objetarle, que por muchas consideraciones que merezca esa persona, yo no he de sacrificar mi porvenir a su capricho.

     JUSTO.- (¡Pues él tira al bulto!) [27]

     LUIS.- Y no sé por qué ha de estorbar mi matrimonio, sabiendo como sabe, que yo no me puedo casar con ella.

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) ¡Naturalmente, mientras yo viva!

     MATILDE.- (Aparte a TERESA y EDUARDO.) Cree que me refiero a su manceba. Como si a mí me importase... Le voy a explicar...

     TERESA.- (Aparte a MATILDE.) ¡Por Dios, no nos descubras!

     EDUARDO.- (Ídem.) En otra ocasión; silencio ahora.

     PASCUAL.- Tiene razón.

     MATILDE.- ¿Y qué sabes tú a qué me refiero?

     PASCUAL.- ¿Que no?

     LUIS.- Sí... Es posible que lo sepa. El que ha sido cocinero antes que fraile...

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) ¡Fraile! Mi mote. ¡Tío: siquiera una bofetada!

     JUSTO.- (Aparte conteniéndole.) ¡Quieto! ¡Dios mío!... ¡Qué depravación de costumbres!

     PASCUAL.- Lo más sencillo sería explicarnos qué pasión es esa de que se trata...

     MATILDE.- No puedo ser más explícita. Hay alguien aquí cuya presencia me impide hablar.

     PASCUAL.- (Yo.)

     LUIS.- (Tiene razón... Delante de Teresa... una niña...) Créalo usted, no sería decente... Pido a ustedes permiso para retirarme. (Todos se levantan.)

     MATILDE.- Pero nos volveremos a ver. (Dando vueltas en la mano a la llave.)

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) ¡Con qué retintín le recuerda la cita enseñándole la llave!

     MATILDE.- Hay que terminar esta discusión sin testigos importunos. (Al levantarse deja caer el pañuelo, que LUIS recoge, y mientras éste se lo entrega, MATILDE se guarda la llave en el bolsillo sin que se aperciba de ello PASCUAL, preocupado en seguir los movimientos de ESPEJO, que vuelto de espaldas, le oculta su mujer.)

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO que pugna por contenerle.) ¡El pañolito! ¡El pretexto! Ahora se la va a dar. [28]

     LUIS.- Señora... (Saludando.)

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) Ya está; ya no la tiene en la mano.

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) Y yo he oído en el sombrero un ruido sospechoso. (LUIS ha saludado a TERESA y a EDUARDO y viene a decir adiós a JUSTO y a PASCUAL.)

     LUIS.- Señores...

     PASCUAL.- Cúbrase usted.

     LUIS.- Gracias.

     JUSTO.- Hasta los ojos; digo, hasta la vista. (Insistiendo a su vez en que se cubra al despedirse de él.)

     PASCUAL.- Cúbrase usted, que ese pasillo es temible.

     LUIS.- Pero...

     PASCUAL.- Deme usted gusto.

     JUSTO.- Esa mano... (Conteniéndole.)

     LUIS.- Ya se la he dado a usted antes. Tengo prisa. Adiós. (Vase.)





Escena X



Dichos, menos LUIS.

     PASCUAL.- Y bien; ha llegado la ocasión de hablar sin rebozo y de que expliques por qué te opones a esa boda.

     MATILDE.- Pues no tiene mucho que entender; porque Teresa no le ama, y hace perfectamente.

     JUSTO.- Teresa hará lo que yo la mande, convencida como está de que sólo quiero su bien.

     TERESA.- ¡Qué desgraciada soy!

     MATILDE.- No te aflijas; no será tu marido.

     PASCUAL.- Ya le obligará Matilde a que respete los derechos de esa pasión anterior.

     MATILDE.- ¡Y tanto!

     PASCUAL.- Pero en fin, ¿acabarás de decir qué es ello?

     MATILDE.- ¿Y a ti qué te importa?

     PASCUAL.- ¿Cómo que no me importa? Pues qué, ¿así se lanza una especie tan grave en presencia de su marido sin justificarla debidamente? [29]

     MATILDE.- ¡Adiós! ¡Ya salieron los azules!

     JUSTO.- No te vendas. (Aparte a PASCUAL.)

     PASCUAL.- ¿Y quién sufre esto? ¡Habla!

     MATILDE.- Pues ea, sábelo: que Teresa y Eduardo se quieren y yo los protejo.

     TODOS.- ¿Qué?

     JUSTO.- ¡Cómo! ¿Sin mi permiso? ¿El doctor de los calamares? ¡Imposible! Responda usted.

     EDUARDO.- Yo...

     PASCUAL.- Titubea... No es verdad.

     MATILDE.- (A EDUARDO.) No se quede usted con la palabra en la boca. Vengan ustedes en mi auxilio.

     PASCUAL y JUSTO.- ¡En su auxilio!

     MATILDE.- ¿No ve usted que mi marido tiene la ridícula manía de estar celoso de ese mameluco?

     PASCUAL.- ¡Matilde!

     MATILDE.- Justo es que yo a mi vez te ponga en evidencia.

     EDUARDO.- Pues bien... sí... Desde hace un año...

     JUSTO.- ¡Subterfugios! Mi hija me lo hubiera dicho.

     TERESA.- Papá...

     PASCUAL.- Son sus cómplices. (Aparte a JUSTO.)

     JUSTO.- Sí; la tapan los dos. (Ídem a PASCUAL.)

     PASCUAL.- A mí no se me hace comulgar con ruedas de molino.

     JUSTO.- Ni a mí se me imponen yernos imaginarios. Obedecerá a su padre.

     PASCUAL.- Se casará con Luis.

     MATILDE.- O no se casará.

     PASCUAL.- ¿Me provocas?

     MATILDE.- Tú me retas.

     TERESA.- ¡Qué disgusto!

     EDUARDO.- Por mi culpa...

[30]



Escena XI



Dichos y SOCORRO.

     SOCORRO.- Señorita...

     MATILDE.- ¿Qué hay?

     SOCORRO.- El niño se queja de que le duele mucho la garganta.

     MATILDE.- Es claro; la chuleta que se ha comido. (A EDUARDO.) Ya le dije a usted que me parecía una imprudencia.

     PASCUAL.- A ver, doctor...

     MATILDE.- No, no quiero más potingues; yo le curaré a mi modo.

     PASCUAL.- Reventó la nube.

     JUSTO.- Vámonos, Teresa, que aquí no hay pararrayos.

     TERESA.- ¡Ay, Matilde! ¿Qué va a ser de mí? ¡Me casarán con él!

     MATILDE.- ¡Nunca! Aunque tuviera que saltar por encima del mundo entero. Yo allanaré todos los obstáculos.

     PASCUAL.- ¿Quisiera ver cómo?

     MATILDE.- ¿Sí? Pues lo verás... Socorro. Cómprame en seguida el haba de San Ignacio. (Vase seguida de SOCORRO.)

     TODOS.- ¿Qué?

     EDUARDO.- ¡Matilde! (Yendo en su seguimiento.)

     PASCUAL.- (Aparte.) ¿Si tendrá razón mi tío?

     JUSTO.- Ven, hija, ven. Por Dios, Pascual. No me tengas que comer más que huevos pasados por agua. (Vase remolcando a TERESA.)



FIN DEL ACTO PRIMERO

[31]



ArribaAbajo

Acto segundo



El cuarto de dormir de MATILDE. En el fondo una cama con la cabecera sobre la pared y cerrada por cortinajes. Junto a ella otra más pequeña, donde duerme el niño. Dos puertas a cada lado de la escena. La última de la izquierda conduce al tocador. La equivalente de la derecha, disimulada por la tapicería, comunica con la escalera de servicio. De las otras dos de primer término, la de la izquierda sirve de entrada y la de enfrente da paso a otra habitación. En el macizo que queda entra ésta y la de escape, tremó o espejo de pie, montado sobre columnas, y delante de él una mesa con dos cubiertos. Lámparas encendidas.





Escena I



MATILDE, acabando de atarse la bata; SOCORRO, con un cuerpo de vestido de baile en la mano.

     SOCORRO.- ¡Qué lástima! Un vestido tan precioso.

     MATILDE.- Pues nada, no me sirve; han equivocado el cuerpo. Mañana lo tengo que devolver. Déjalo sobre la cama. (SOCORRO obedece.)

     SOCORRO.- ¡Usted que quería sorprender al señorito!

     MATILDE.- Ya le sorprenderá la cuenta. [32]

     SOCORRO.- ¿Cuál va usted a ponerse?

     MATILDE.- Ninguno; no voy al baile.

     SOCORRO.- ¿Cómo?

     MATILDE.- Teniendo al niño así...

     SOCORRO.- Si ha comido mejor que nunca y se pasará la noche en un sueño, como de costumbre. Vaya usted; aquí quedo yo.

     MATILDE.- No sé... no tengo el ánimo para diversiones. ¿Conque era verdad?

     SOCORRO.- Señorita, yo no hubiese dicho nada a no ser por los embustes que ha encajado la cocinera. ¡Pretender que nos abrazábamos!

     MATILDE.- Eso no lo creo yo de ti.

     SOCORRO.- Además, que el pasillo estaba a obscuras y nada pudo ver Cecilia; pero bien debió oír la bofetada que se llevó el señorito. Perdone usted...

     MATILDE.- ¡Así, fuerte, fuerte!

     SOCORRO.- Yo soy una muchacha honrada y prefiero que lo sepa usted todo.

     MATILDE.- Extrañábame a mí que Pascual no hiciese alguna de las suyas.

     SOCORRO.- No le exagere usted la situación; debió ser una broma.

     MATILDE.- ¿Broma y te dio un beso?

     SOCORRO.- No hizo más que intentarlo.

     MATILDE.- ¿Y no ha vuelto a insistir?

     SOCORRO.- Nunca; pero me hace una guerra sorda...

     MATILDE.- ¿Cómo?

     SOCORRO.- En primer lugar el lance ha llegado a oídos de mi novio. Porque yo tengo un novio. (Ruborosa.)

     MATILDE.- Sigue, no te apures. Eso lo tiene cualquiera.

     SOCORRO.- Y naturalmente, han empezado las dudas y los celos...

     MATILDE.- (Aparte.) ¡Qué situación tan decente para mi marido!

     SOCORRO.- Luego ha dado orden a los demás criados de que me vigilen, de que no me dejen poner los pies en la calle, especialmente por la noche, que es cuando podíamos hablarnos, y como no salgo más que un domingo sí y otro no, nos pasamos unas cuaresmas... [33]

     MATILDE.- ¿Y llamas a eso no insistir? ¡Cándida! Te quiere sitiar por hambre; pero aquí estoy yo para renovarte los víveres.

     SOCORRO.- ¿Cómo?

     MATILDE.- Vas a decirle a tu novio que yo le permito venir aquí a hablar contigo todos los días durante una hora.

     SOCORRO.- ¡Ay, qué alegría! Precisamente...

     MATILDE.- ¿Qué?

     SOCORRO.- Nada... Que era mi sueño dorado. ¿Podrá subir durante la velada?

     MATILDE.- Cuando quiera, con tal de que esté en casa mi marido, para darle el gusto de que os arrulléis en sus narices.

     SOCORRO.- ¡Qué buena es usted!

     MATILDE.- ¡Ah! ¡Él!





Escena II



Dichas y PASCUAL, por la derecha.

     PASCUAL.- ¡Ea! Con ponerme el frac en cuanto sea la hora, listos. ¿Te parece que nos den la cena?

     MATILDE.- Lo que ordene el señor.

     PASCUAL.- (Aparte.) Siguen los monos. ¡Y que tenga yo todavía que bailarle el agua a esta mujer! (Alto.) Anda, Socorro, sírvenos. (Vase SOCORRO.) ¿Qué traje vas a llevar hoy? (Sentándose a la mesa.)

     MATILDE.- Una toga de juez para dictar tu sentencia. (Ocupando el sitio enfrente del tremó.)

     PASCUAL.- Esto no tiene sentido común. Si es un plan que te propones...

     MATILDE.- ¿Cuál?

     PASCUAL.- El de pegar para que no te peguen.

     MATILDE.- ¡Parece mentira que aún tengas valor de levantar los ojos en mi presencia!

     PASCUAL.- ¿Y qué he hecho yo?

     MATILDE.- ¿Lo quieres saber?

     PASCUAL.- Silencio ahora. Viene alguien. [34]





Escena III



PASCUAL, MATILDE, TERESA, JUSTO y SOCORRO, que entra y sale cuando lo reclama el servicio.

     TERESA.- No os molestéis. (Impidiendo que se levanten.)

     JUSTO.- ¡Pascual! ¿Tú cenando? ¿Qué has comido? (Aterrado.)

     PASCUAL.- Nada todavía.

     JUSTO.- (Aparte.) ¡Imprudente! (Sentándose a su lado. TERESA ocupa una silla junto a MATILDE.)

     MATILDE.- Dispensen ustedes si los recibimos aquí; pero por no separarnos del pequeño...

     PASCUAL.- Vamos a tomar un tente en pie. ¿Gustan ustedes acompañarnos?

     TERESA.- Gracias.

     PASCUAL.- ¿Y usted? (A JUSTO.)

     MATILDE.- No insistas; ya sabes que el tío no toma nada fuera de horas.

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) Espíritu de oposición.

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) ¡Quia, imbécil! Que no quiere despacharnos contigo.

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) ¿Aún sigue la manía?

     MATILDE.- (Aparte a TERESA.) Y bien, ¿qué se ha adelantado?

     TERESA.- (Aparte a MATILDE.) Mucho. Ahora te contaré.

     JUSTO.- Matilde, convence a Pascual de que es preferible que se reserve para el baile; tendrá más apetito.

     PASCUAL.- ¿Más? Imposible; me he levantado de la mesa sin probar bocado.

     MATILDE.- ¡Se abre tan tarde el buffet!

     JUSTO.- Le puede hacer mal.

     MATILDE.- Déjele usted que reviente a gusto.

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) ¿Lo oyes? (A SOCORRO que sirve un plato.) ¿Qué es eso? ¿Qué traes ahí?

     SOCORRO.- Habas con jamón.

     JUSTO.- ¡Habas! (Horrorizado.)

     PASCUAL.- (Hincando la cuchara.) Me parece que están duras.

     JUSTO.- (Aparte.) Estará la del Santo. [35]

     PASCUAL.- Tú dirás. (A su mujer sirviéndole.)

     MATILDE.- A mí no me sirvas; no tengo gana.

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) ¿Ves? Se abstiene.

     PASCUAL.- Yo me comeré su parte y la mía.

     JUSTO.- ¿Tú? Ni olerlas. Llévatelas.

     TODOS.- ¿Qué?

     JUSTO.- ¡Habas! En una noche de baile. Se indigestan con la música. (Dándole el plato a SOCORRO.)

     PASCUAL.- Pero tío; mire usted que tengo el estómago pegado al espinazo.

     JUSTO.- ¡Fuera eso! (A SOCORRO, que se va llevándose la fuente.)

     PASCUAL.- ¡Qué tiranía! (Bostezando.)

     JUSTO.- Come pan, que es gracia de Dios. (Metiéndole un pedazo de pan en la boca. Se quedan hablando en voz baja, mientras TERESA y MATILDE dicen su aparte.)

     MATILDE.- Conque decías...

     TERESA.- Que el tío de Eduardo acaba de mandarle a Espejo una credencial para Cuba.

     MATILDE.- Magnífico.

     TERESA.- Lo destinan a Matanzas.

     MATILDE.- ¿A Matanzas? Bien.

     TERESA.- Y le ordenan salir por el primer correo.

     MATILDE.- Nos hemos salvado. ¿Y Fonseca?

     TERESA.- Vendrá a verte antes del baile.

     MATILDE.- Cuando quiera; yo no voy.

     JUSTO.- (Hablando aparte con PASCUAL.) Todo huele a fatídico en Matilde.

     PASCUAL.- Es verdad; me casé con ella en trece, en viernes y en Dolores.

     JUSTO.- ¡Cómo! ¿En viernes de Dolores?

     PASCUAL.- No. En la villa de Dolores, provincia de Alicante, diócesis de Orihuela.

     JUSTO.- ¡Y no me convidaste a la boda!

     PASCUAL.- ¡Tío!

     JUSTO.- ¡Al hermano de tu padre! No te lo perdonaré nunca.

     PASCUAL.- ¿Cuántas veces he de repetirle a usted que se extraviaría la carta? [36]

     JUSTO.- Subterfugios. Pero en fin, si yo hubiera estado presente, no sería hoy tu mujer. No hay más que mirarla a la cara para adivinar sus instintos.

     TERESA.- (Siguiendo su aparte con MATILDE.) Entonces dejaré que papá vaya con Pascual al baile, y sin que él lo sepa me vendré a pasar contigo la velada.

     MATILDE.- Perfectamente; así verás el cuerpo antes de devolvérselo a Worth: pero que no se te escape hablar de ello delante de mi marido; porque si sabe que me he hecho ese traje, me quedaré sin otro que ha ofrecido comprarme mañana. (SOCORRO sirve otro plato. La conversación se generaliza.)

     PASCUAL.- ¡Alabado sea Dios! Supongo que de esto sí que me dejará usted comer.

     JUSTO.- ¡Salsitas! (Reconociendo con la cuchara.)

     SOCORRO.- Es filete.

     JUSTO.- ¿Con habas también?

     SOCORRO.- No señor, con setas.

     JUSTO.- ¿Con setas?

     MATILDE.- El plato predilecto de mi marido. Ahí puedes hartarte.

     JUSTO.- ¡Pero hombre! Ni escogido a pulso se encuentra nada más a propósito(4) para mandar a una persona al otro barrio.

     PASCUAL.- ¡Vaya, a que no ceno yo esta noche!

     JUSTO.- Quita eso de ahí. (A SOCORRO.)

     PASCUAL.- ¡Caramba, no, (Oponiéndose.) que estoy viendo ánimas!

     MATILDE.- ¡De veras que está usted terco!

     PASCUAL.- (Como un mulo.)

     MATILDE.- Se las he mandado hacer ex profeso(5) porque sé que le gustan.

     JUSTO.- ¡Ah! ¿ex profeso?

     MATILDE.- Puedes ponértelas todas.

     JUSTO.- ¿Y tú?

     MATILDE.- ¿Yo? No. Me repugna la comida esta noche.

     JUSTO.- (¡Digo!)... ¡Pascual! (Conteniéndole.)

     PASCUAL.- No me harán daño.

     JUSTO.- Pues bien; correremos el riesgo juntos. [37]

     TODOS.- ¿Qué?

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) A ver si sale de su error. (Alto.) Sírveme unas pocas.

     TERESA.- ¡No, papá, por Dios, que te sientan mal siempre!

     JUSTO.- (Hasta mi hija sospecha.) (Alto.) ¡Quia! Una cucharadita...

     TERESA.- (Levantándose.) Ni probarlas. Vámonos, que aún nos tenemos que vestir.

     JUSTO.- Pero...

     TERESA.- Puede haber alguna venenosa.

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) Tu prima sabe algo.

     MATILDE.- (Levantándose.) No, tío; tiene razón Teresa.

     JUSTO.- Están incitantes.

     MATILDE.- No importa. Se lo prohíbo a usted.

     JUSTO.- ¿Por qué?

     MATILDE.- Porque ahora recuerdo que con tanto trajín no me ha sido posible analizarlas; y si ocurriese un percance...

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL.) Y contigo no le importaba. ¿Lo ves? (Alto.) Bueno. Pues que se las lleven.

     MATILDE.- (A SOCORRO.) No, déjalas ahí. No quiero que haya un descuido por allá dentro.

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) Me pone usted carne de gallina. Ya dudo.

     TERESA.- ¡Ea, hasta luego!

     MATILDE.- No tardes. (Aparte a TERESA.)

     JUSTO.- (Aparte a PASCUAL, despidiéndose.) Ten calma; ya falta poco. Evitemos, Pascual, evitemos.

     PASCUAL.- Sí, pero yo no puedo quedarme como un odre vacío.

     JUSTO.- Que te hagan huevos pasados por agua.

     PASCUAL.- Buena idea... Socorro.

     SOCORRO.- ¿Cuántos?

     PASCUAL.- Todos los que encuentres en el gallinero. (Vase SOCORRO.)

     TERESA.- Adiós, Pascual.

     JUSTO.- Sobrina... (Despidiéndose.)

     MATILDE.- Muchas gracias por el interés.

     JUSTO.- (Me lo echa en cara.) ¡Víbora! ¡Pobre Pascual! Si no llego a venir, revienta como un triquitraque. (Vase con TERESA.) [38]





Escena IV



MATILDE y PASCUAL, que han vuelto a sentarse a la mesa.

     PASCUAL.- (¡Ni sé qué pensar, ni qué creer! Por un lado me parece mentira, y por otro, puede decirse que lo toco con la mano. Me vuelvo loco. ¡Tengo más ganas de salir de dudas!... (Pausa.)

     MATILDE.- A ti, por las trazas, en cuanto se te va tu tío se te acaba la conversación.

     PASCUAL.- No, sino que me da miedo el hablar con mi mujer; la menor palabra me cuesta un disgusto.

     MATILDE.- Pues pocas habrá tan prudentes.

     PASCUAL.- ¡Ah!...

     MATILDE.- Ni tan sufridas.

     PASCUAL.- ¡Oh!...

     MATILDE.- Ni tan resignadas.

     PASCUAL.- ¡Uf!...

     MATILDE.- ¡Pillo!

     PASCUAL.- La prueba. Nada, me echo un candado en la boca; de todos modos, ya no la puedo abrir ni para comer...

     MATILDE.- ¡Di, mal hombre, mal padre, mal marido...!

     PASCUAL.- (¡Mal va esto!)

     MATILDE.- ¿Qué motivos te he dado yo para que me envilezcas hasta ese punto?

     PASCUAL.- Mira, Matilde; si estás resentida por lo de esta tarde, yo también lo estoy, con más fundamento acaso que tú, y sin embargo, me contengo. Conque imitame y tengamos la fiesta en paz.      MATILDE.- ¿Y qué me importan a mí los celos ridículos? Ojalá estuvieran justificados.

     PASCUAL.- ¡Ah! ¿Ojalá?

     MATILDE.- Sí, porque si tu mujer tuviera un amante, no le arrancarían estas lágrimas tus queridas.

     PASCUAL.- ¿Y dónde están esas señoras? [39]

     MATILDE.- En mi propia casa.

     PASCUAL.- ¿En tu casa? ¡Vamos! Se ha vuelto loca mi mujer... ¡Favor!... ¡Socorro!...

     MATILDE.- ¡Infame! ¡Te atreves a llamarla delante de mí?

     PASCUAL.- ¡Cómo!... ¿Es ella? (Aparte, desconcertado.) ¡Tate!

     MATILDE.- Sí; la criada, la fregona.

     PASCUAL.- Te juro...

     MATILDE.- Calla, malvado. Ella misma me ha dicho que la persigues.

     PASCUAL.- (¡Habladora!) (Alto.) No es verdad.

     MATILDE.- Que hace cosa de un mes le quisiste dar un beso.

     PASCUAL.- Fue... que... al cruzarme con ella en el pasillo, di un tropezón; y para no caerme, me cogí a lo primero que encontré.

     MATILDE.- A mí no te acerques ya más... ¡Necia! Yo que he pasado la juventud como una mártir velando por tu honor mientras que tú lo arrastrabas por la cocina.

     PASCUAL.- ¡Caramba! Eso no. Santo y bueno que me reproches un pecadillo sin consecuencias, una broma sin malicia, una infamia si hasta ese extremo lo lleva tu exageración; pero venirme con pujos de casta Lucrecia tú que has destruido la dicha de mi hogar...

     MATILDE.- ¡Monstruo! No me insultes; mira que estoy muy excitada.

     PASCUAL.- Tú que has puesto a tu familia al borde de un precipicio...

     MATILDE.- (Exacerbándose.) ¡Pascual! Que me encuentro muy nerviosa y puedo cometer una imprudencia.

     PASCUAL.- Tú que me echas en cara la debilidad de un momento, y no titubeas en pisotear mi nombre haciendo traición a tus deberes.

     MATILDE.- ¿Qué? (Poniéndose en pie.)

     PASCUAL.- Basta de comedias inútiles.

     MATILDE.- ¿Todavía Luis?

     PASCUAL.- Sí, Espejo; tu amante.

     MATILDE.- ¿Yo un amante?

     PASCUAL.- Con quien sigues una correspondencia clandestina... [40]

     MATILDE.- ¡Qué horror!

     PASCUAL.- Con quien mantienes unas relaciones criminales.

     MATILDE.- (Dejándose caer en la silla anonadada.) ¡Semejante insulto a mí!... ¡A su mujer!... ¡A la madre de su hijo!... ¡Canalla! (Rehaciéndose por un movimiento convulsivo y arrojando un plato a la cabeza de PASCUAL. Éste se agacha y el plato va a dar contra el tremó cuya luna salta hecha añicos. SOCORRO, que había aparecido momentos antes con doce huevos pasados por agua en un convoy de metal blanco, se encuentra entre la mesa y el tremó, y al sentir el estrépito, lanza un grito, da una sacudida nerviosa, y los huevos, saliéndose de los aros, van a estrellarse contra el espejo.)





Escena V



Dichos y SOCORRO.

     SOCORRO.- ¡Ay!

     PASCUAL.- No está mal.

     MATILDE.- (¡Qué he hecho, Dios mío! (Avergonzada.)

     PASCUAL.- (¡Tienen razón; esta mujer es capaz de todo!)

     SOCORRO.- (Aparte recogiendo los pedazos.) ¡Qué barbaridad! Casi le rebana las narices.

     PASCUAL.- ¿Te parece bien en una señora?

     MATILDE.- No aumentes mi confusión; no he sido dueña de mí misma.

     PASCUAL.- Delante de los criados...

     MATILDE.- ¡Qué vergüenza!

     PASCUAL.- ¡Un recuerdo de familia! Un tremó que le habían regalado a mi abuela el día de su boda.

     MATILDE.- ¡Oh, calla!

     PASCUAL.- ¡Bueno lo has puesto!

     MATILDE.- Que se lo lleven... no lo quiero ver... Me recordaría a cada instante lo que debemos olvidar. (A SOCORRO.) Di al cochero y al lacayo que te ayuden, y poned eso lejos, lejos de mí.

     SOCORRO.- (Pues si esto hace por el conato de un beso...) [41]

     MATILDE.- ¿Me perdonas?

     PASCUAL.- No se hable más del asunto; pero mírate en ese espejo, es decir, sírvate de lección.

     MATILDE.- Y a ti también para no herirme en el sentimiento más respetable.

     PASCUAL.- En cuanto a eso...

     MATILDE.- ¿Otra vez?

     PASCUAL.- No. (Consultando el reloj.) Échate un vestido y vámonos, que ya es la hora.

     MATILDE.- Si quieres hacerme un gran favor, permíteme que me quede.

     PASCUAL.- (No hay duda.) Como quieras.

     MATILDE.- Comprende que no me divertiría. Tú estate hasta el fin.

     PASCUAL.- Bueno.

     MATILDE.- ¿Me lo prometes?

     PASCUAL.- (Toma sus precauciones.) Sí. Precisamente tenemos una especie de reunión financiera que me detendrá hasta el amanecer.

     MATILDE.- Pues anda, no llegues tarde.

     PASCUAL.- El tiempo de ponerme el frac y recoger a mi tío.

     MATILDE.- No le tengas que contar...

     PASCUAL.- Descuida. Estimo en mucho tu decoro para ponerte en evidencia.

     MATILDE.- Dios te lo pague.

     PASCUAL.- (¡Qué despacio pasa el tiempo cuando se espera salir de una duda!) (Vase por la puerta de la derecha.)





Escena VI



MATILDE; a poco SOCORRO, DOMINGO y el LACAYO; éstos dos últimos de librea.

     MATILDE.- Si estoy loca. ¡Qué carácter el mío tan arrebatado! Pero le quiero con toda mi alma; y luego, ser una buena y oírse el insulto más grosero que se le puede inferir a una mujer... No hubiera podido ir al baile; [42] debo tener los ojos congestionados. (Yendo a mirarse en el tremó y retrocediendo.) Ay, ya no me acordaba. ¡Si lo he hecho sal! Pues si le llego a pillar la cabeza... ¡Qué horror!

     SOCORRO.- Aquel espejo. (Indicándolo a los criados.)

     MATILDE.- Recojan ustedes bien los pedazos.

     DOMINGO.- (Hombre maduro y hablando en andaluz.) ¡Jesú! Esto es una tortilla. ¡Engancha, chiquillo!

     SOCORRO.- ¿Dónde lo ponemos?

     MATILDE.- Qué sé yo... Arriba. En el cuarto segundo.

     DOMINGO.- (Para que se miren las ratas.)

     MATILDE.- Y no vayan ustedes a charlarlo por ahí.

     TODOS.- Señora...

     DOMINGO.- (El condenado pesa como un matrimonio mal avenido.)

     MATILDE.- Ha sido un accidente casual.

     DOMINGO.- (Aparte a SOCORRO que les ayuda.) ¡Un accidente! Algún ataque epiléptico en que se han tirado los platos a la coronilla.

     SOCORRO.- ¿Usted cree?...

     DOMINGO.- He sido casado veinticinco años y tres meses, y desde que me quedé viudo se han cerrado siete fábricas de loza. (Desaparecen los tres criados, llevándose el tremó.)





Escena VII



MATILDE y PASCUAL, de frac y con un abrigo.

     MATILDE.- Respiro. ¡Ya no tendré delante de los ojos ese padrón constante de ignominia!

     PASCUAL.- ¿Conque... decididamente te quedas?

     MATILDE.- Sí.

     PASCUAL.- Pues hasta mañana.

     MATILDE.- ¿Sigues enfadado?

     PASCUAL.- Ni por soñación.

     MATILDE.- Como te vas sin abrazarme...

     PASCUAL.- Creí que te sería indiferente.

     MATILDE.- ¡Qué mal me conoces! [43]

     PASCUAL.- (Pronto lo veremos.)

     MATILDE.- ¿No haces las paces conmigo?

     PASCUAL.- ¿Por qué no? (Abrazándola con violencia.) (¡La ahogaría entre mis brazos!)

     MATILDE.- ¡Oh! ¡Qué dicha! Aún me quieres. Me estrechas contra tu corazón.

     PASCUAL.- (Así son todas; cuanto peor se las trata más contentas se ponen.) Vaya... adiós. Que no te aburras.

     MATILDE.- No temas; ya encontraré algo con qué entretenerme durante la velada.

     PASCUAL.- Sí... Pues yo volveré lo antes posible... (A cortarle el entretenimiento.) (Vase.)





Escena VIII



MATILDE, después SOCORRO.

     MATILDE.- ¡Pobrecillo! Tan bueno que es para mí; porque estoy segura de que ese tropezón con Socorro, es un tropezón en el sentido literal de la palabra. Es preciso que yo modifique mi genio, que me lo atraiga por la dulzura. Todos ganaremos en el cambio, y más que nadie mi hijo, a quien, de seguir así, vamos a dar un ejemplo pernicioso. ¡Alma, mía! Me parece que está mejor: no se ha despertado ni una sola vez. (Yendo a la camita.) Sí... duerme. ¡Ay! Pero qué respiración tan fatigosa... Y está amoratado... ¡Hijo de mis entrañas! (Abrazándote a él.)

     SOCORRO.- Ya queda eso arriba.

     MATILDE.- ¡Socorro!... Llama a mi marido.

     SOCORRO.- Acaba de marcharse. ¿Ocurre algo? (Acercándose.)

     MATILDE.- Mira.

     SOCORRO.- ¿Qué?

     MATILDE.- No puede respirar.

     SOCORRO.- Alguna flemita, un poco de resecación.

     MATILDE.- ¿Y esos colores? [44]

     SOCORRO.- Sí, está arrebatado. Pero, ¿qué es lo que lleva en el pescuezo?

     MATILDE.- Algodón en rama para evitar el aire.

     SOCORRO.- Y una chalina... No pregunte usted más; quítele usted eso. Hay para asfixiar a un toro.

     MATILDE.- ¿Tú crees?...

     SOCORRO.- (Quitándolo todo lo que lleva liado el niño a la garganta.) ¡Si le ha puesto usted una colchoneta! ¡Pobre criatura!

     MATILDE.- Pero ese ruido en la garganta... ¡Si fuese croup!

     SOCORRO.- ¡Jesús! Deja usted sin ánimos al más sereno. ¿Quiere usted que se le pase todo? Déle usted el remedio de mi tío.

     MATILDE.- Puede que fuera lo mejor. ¿La has comprado ya?

     SOCORRO.- Aquí la tengo en el bolsillo. (Sacándola envuelta en un papel.)

     MATILDE.- Pues sí, sí. Dirige tú la operación, pero con cuidado. (Incorporando al niño y dándole el haba.) Amor mío; mira lo que te trae mamá. ¡Un dulce!

     SOCORRO.- Espere usted a que esté bien despierto. Ahora. Abre la boquita.

     MATILDE.- ¡Es Socorro, que viene a ver al niño!...

     SOCORRO.- Chúpalo; pero no te tragues la saliva.

     MATILDE.- No que es muy malo. Escupe. Aquí, en mi pañuelo.

     SOCORRO.- ¡Ya verá usted qué prodigioso!

     MATILDE.- Escupe. Observa bien, no tengamos un descuido.

     SOCORRO.- Ya, ya estoy alerta.

     MATILDE.- (Al niño, haciéndolo escupir.) Más. ¿No ha tragado nada?

     SOCORRO.- No señora.

     MATILDE.- Otra vez. ¡Ay! Ahora creo que sí.

     SOCORRO.- Señorita, me hace usted sudar.

     MATILDE.- Escupe, gloria mía.

     SOCORRO.- ¡Pero le va usted a volver tísico!

     MATILDE.- Mira, Socorro, basta por ahora. Déjala sobre la mesa, y si no se alivia, se la volveremos a dar.

     SOCORRO.- (Aparte, dejando el haba sobre la mesa y volviendo junto a la cama.) ¡Ni que fuera la purga de Benito!

     MATILDE.- Se duerme otra vez. [45]

     SOCORRO.- El sueño, reparador. Los colores, han bajado.

     MATILDE.- Y respira con facilidad.

     SOCORRO.- En cuanto le hemos quitado el garrote.

     MATILDE.- Dejémosle que descanse. (Bajando la voz y retirándose de la cama.)

     SOCORRO.- Sí; pero para ello, lo esencial es que no se quede usted aquí.

     MATILDE.- ¿Por qué?

     SOCORRO.- Porque cada cinco minutos le irá usted a despertar para preguntarle si duerme.

     MATILDE.- Siempre se me figura que está aletargado.

     SOCORRO.- Yo le velaré. Usted póngase a sus anchas y recuéstese en el canapé del tocador, que ya le llamaré a usted si fuera preciso.

     MATILDE.- Acostarme, no; pero me entretendré en escribir la carta para Worth devolviéndole el cuerpo.

     SOCORRO.- ¿Le preparo a usted el té(6)?

     MATILDE.- Yo lo haré allí dentro con la maquinilla. Ven, me ayudarás. ¿Se queja el niño?

     SOCORRO.- No señora. (¡Qué agonía!)

     MATILDE.- ¡Ay!... No te cases nunca; ya ves lo que trae consigo el matrimonio.

     SOCORRO.- Es verdad; pero también tendrá sus ratitos buenos. (Entran ambas por la puerta del tocador. Momentos después se abre la que comunica con la escalera de servicio, y aparece LUIS cautelosamente.)





Escena IX



LUIS.

     LUIS.- Ya se fue el coche. Nadie... Puedo entrar. ¿Cómo no está aquí? (Reparando en la mesa.) ¡Digo! Hasta me ha dispuesto una cena. ¡Tiene un corazón de oro!... Y huele bien. (Cortando una rebanada de carne.) ¡Pobrecilla! ¡Si supiera que le preparo un...! (Saboreando lo que tiene en la boca.) Filete. Pero ciertas cosas en la vida se [46] han de tomar... (Probando la salsa.) Con setas. Por supuesto que este fin ya lo presentía yo; porque hay que hacerle justicia. Es una mujer honrada, y para ese mandado no necesito yo alforjas. Un haba; de mazapán, sin duda. (Metiéndose en la boca la de San Ignacio.) Todo me favorece para romper con ella sin escándalo, sin tener que disculparme de ese proyectado matrimonio, que cae en el agua desde el instante en que me embarco para Cuba con ascenso, ni confesarla que me llevo a Dolores, con quien me cree rifado, y a su mamón. ¡Me los recomendó tanto mi amigo al morir! «Haz con ellos, me dijo, lo que haría yo», y hasta ahora lo cumplo. -Nada, nada, pretextaré que me voy a Matanzas por razones de salud, y... ¡Demonio! Este haba es de pedernal; la estoy chupando hace un cuarto de hora y no se deshace. (La deja sobre la mesa.) ¡Cuánto tarda! (Empezando a sentirse mal.) Y yo no me siento bien... Se me va la cabeza, y tengo como calambres en el estómago. ¡Qué sed!... Agua. (Se sirve vino y bebe.) Donde digo agua, léase vino. Caramba, esto va en aumento y me ha dado de repente...





Escena X



LUIS y SOCORRO, por el tocador.

     SOCORRO.- (Hablando con su ama.) Ahora traeré clavos y un martillo y le clavaré yo misma.

     LUIS.- ¡Ah! Ella... Chist... Chist... (Llamándola.)

     SOCORRO.- ¡Cómo! Imprudente... ¿Tú aquí?

     LUIS.- Desde que se fue el coche.

     SOCORRO.- Baja la voz. El ama no ha salido.

     LUIS.- ¡Cómo! ¡Ay! (Quejándose.)

     SOCORRO.- Vete.

     LUIS.- Tengo graves asuntos que comunicarte.

     SOCORRO.- Me lo dirás por el balcón de la fachada. [47]

     LUIS.- Toma este papel que te había escrito por si no podía verte. (Dándole uno.)

     SOCORRO.- ¿Has dejado abierto abajo?

     LUIS.- Sí.

     SOCORRO.- Pues devuélveme la llave. (LUIS deja el llavín sobre la mesa mientras SOCORRO vuelve la cabeza para ver si vienen.)

     LUIS.- Aquí está.

     SOCORRO.- Lárgate.

     LUIS.- Pero... (Se oye un timbre eléctrico.)

     SOCORRO.- Me llama la señorita. Adiós. (Corre a la puerta del tocador, la entreabre y habla MATILDE desde la escena.)

     LUIS.- (Aparte, apoyándose en los muebles.) ¡Si no me puedo mover! ¡Qué angustias!

     SOCORRO.- (A su ama.) Era Cecilia, que preguntaba por el niño. Sí, señora; duerme. Voy a traer eso... (Cierra la puerta y sin bajar le hace señas a LUIS de que se vaya.) ¡Pronto!... ¡Escápate! (Se va por el primer término a la izquierda.)





Escena XI



LUIS, a poco EDUARDO.

     LUIS.- Me deja... y yo no quedo dar un paso. ¡Si parece que me voy a morir! ¿Estarán envenenadas esas setas que he comido? ¡Ay! ¡Qué sudores! ¡Y no me atrevo a gritar por no comprometerla!

     EDUARDO.- Ni un criado que lo anuncie a uno. Verdad es que el doctor y el perro entran por todas partes sin pedir permiso. ¡Eh! ¿Qué es esto? (Reparando en LUIS.)

     LUIS.- ¡Fonseca!... ¡Sálveme usted! (Revolcándose en la silla.)

     EDUARDO.- Pero... ¡Cómo! ¿Usted aquí?

     LUIS.- Silencio... Que no nos oigan. Es una cuestión muy grave; se trata de la reputación de una mujer...

     EDUARDO.- (Comprendo... Matilde... ¡Pobre Pascual! Eran fundados sus celos. Ahora me explico por qué se oponía con tanta obstinación a la boda de su prima con éste. Defendía su propia causa.) [48]

     LUIS.- Quíteme usted esta opresión.

     EDUARDO.- ¿Qué ha pasado?

     LUIS.- No sé... Comí un poco de esa carne; luego, creyendo que era mazapán, me metí en la boca esta china...

     EDUARDO.- (Tomando el haba y reconociéndola.) ¡El haba de San Ignacio! ¡Horror! ¡Maldita imprudencia! (La deja sobre un plato.)

     LUIS.- Sáqueme usted de esta casa, que no me vea nadie.

     EDUARDO.- Sí, sí; apóyese usted en mi brazo.

     LUIS.- Por aquí. (Conduciéndolo hacia la puerta secreta.)

     EDUARDO.- ¡Valor! (Llevándolo casi arrastras.)

     LUIS.- Se me va la vista.

     EDUARDO.- Ánimo.

     LUIS.- No puedo más. (Cae desvanecido en brazos de FONSECA, cerca de la cama.)

     EDUARDO.- ¡Se ha desmayado! Este sí que es compromiso. ¿Por dónde salir ahora sin que lo noten? Puede morirse... ¡Volver el otro y entonces está perdida esa mujer!... Pero también hay que auxiliar a este desgraciado. Que venga Matilde. Entre tanto lo dejo aquí en la cama; oculto por las cortinas no es fácil que den con él. (Lo acuesta.) ¡Dios mío! ¡Qué cúmulo de sucesos! Un marido que baila, una esposa que se envilece y un amante que se intoxica. La trilogía del matrimonio.





Escena XII



Dichos y MATILDE.

     MATILDE.- No acierto a escribir una palabra; estoy oyendo ruidos sospechosos... ¡Eh! ¿Quién? (Se encamina a ver a su hijo y tropieza con EDUARDO que sale por el callejón que hay entre las dos camas.)

     EDUARDO.- Silencio. Soy yo.

     MATILDE.- ¡Ay! Esa alteración en el semblante... ese extravío en la mirada...

     EDUARDO.- ¡Matilde! ¿Qué ha hecho usted? (Separándola de la cama.) [49]

     MATILDE.- ¿Yo? (Aterrada.)

     EDUARDO.- Lo sé todo: le he visto.

     MATILDE.- ¡Cómo!

     EDUARDO.- ¡Qué imprevisión! Ya le dije a usted que era un veneno.

     MATILDE.- ¡Jesús! ¿Muerto?

     EDUARDO.- Muy grave.

     MATILDE.- ¡Ah! ¡Qué cara pago mi ligereza!

     EDUARDO.- ¡No vaya usted allí! (Deteniendola.)

     MATILDE.- Quiero morir con él.

     EDUARDO.- ¡Matilde!

     MATILDE.- ¡Mi vida por la suya!

     EDUARDO.- (Aparte luchando con ella.) Le ha cogido fuerte.

     MATILDE.- (Desasiéndose.) ¡Amor mío! ¡Ya no me queda nada en el mundo si te pierdo! (Penetra por entre las dos camas y se deja caer sin sentido en una silla que hay en el fondo.)

     EDUARDO.- ¡Señora!... Bien: perdió el sentido. ¡Bonita situación la mía! ¡Ah! Tal vez en su tocador encuentre un reactivo cualquiera... Con tal que no me desmaye yo también... (Entra en el tocador.)





Escena XIII



MATILDE, en la silla; LUIS, en la cama y JUSTO por la puerta secreta.

     JUSTO.- La puerta del callejón de par en par. Para impedirle que salga la he cerrado con llave, que le he sustraído del abrigo a Pascual mientras hablábamos en el coche. En cuanto me eche de menos en el baile se vendrá tras de mí; pero ya habré tenido tiempo de dominar la situación, y sobre todo de evitarle que descubra su deshonra por sí mismo. El trago era muy duro. Se nota desorden en la habitación... (Acercándose a la mesa.) ¡Hola! Han cenado. ¿Qué es esto? El llavín que le ha servido para entrar; me lo guardo y así le corto la retirada. (Se lo mete en el bolsillo.) Pero ¿dónde [50] están? ¡Ah! Allí. Ella sola. ¿Dormida? ¡Matilde!... ¡Matilde!... No, sin sentido. (LUIS estira un pie y le da en la espalda a JUSTO.) ¡Eh! ¡Bárbaro! ¡Qué patada! ¿Quién anda ahí? (Mirando en la cama.) ¡Luis! ¡Miserable! ¡Salga usted!... ¡pronto! Este hombre está yerto... rígido como un cadáver... y tiene las facciones contraídas. ¡Aquí hay un crimen! ¿Pero quién lo ha cometido? ¿Ella? No; su objetivo era Pascual. ¡Ah! ¡Qué rayo de luz! (Yendo a la mesa.) Ya tengo la clave. Vino, no la encontró, y mientras llegaba Matilde, se entretuvo en probar esta cena que estaba preparada para el otro... ¡Y me llamaba visionario! ¡Un homicidio por imprudencia temeraria! ¡Mi ánimo desfallece! ¡Qué lucha se abre ahora entre mis sentimientos y mi deber! Porque al fin ella es la mujer de mi sobrino, lleva su nombre... ¡Si yo la pudiese salvar sin detrimento de mi toga! ¡Ah! ¡Qué idea! Una persona de confianza que me ayude a sacar el cadáver a la calle; se toma un coche, lo metemos en él, suponiendo que está borracho; hacemos que el cochero se lo lleve al otro extremo de Madrid y busca quien te dio; Fonseca: sí, él se prestará. Que vayan en su busca. ¿Qué he hecho yo de la inflexibilidad de mi carácter? Los Jueces deberían ser incluseros. (Vase por la primera puerta a la izquierda.)





Escena XIV



MATILDE y LUIS; a poco, EDUARDO.

     LUIS.- ¿Qué es esto? ¿Yo en una cama? ¡Ah, sí!... Perdí el sentido en brazos de Fonseca. Parece que estoy mejor. Lo urgente es escapar... Aún me encuentro débil. (Bajando de la cama por el lado opuesto a MATILDE y dejando el sombrero sobre las almohadas.)

     EDUARDO.- (Con una taza de té y un frasco de agua de Colonia.) Agua de Colonia para la una y para el otro un poco de té, que afortunadamente he encontrado en el tocador. [51]

     LUIS.- ¡Ah! Mi providencia.

     EDUARDO.- ¡Espejo! De pie... Nos hemos salvado. Bébase usted esto.

     LUIS.- Me lo tomaré por el camino. (Tomando la taza.)

     EDUARDO.- ¡Cómo! ¿En la travesía?

     LUIS.- No. Va usted a acompañarme a bajar esa escalera. Necesito salir de aquí.

     EDUARDO.- Apóyese usted. ¿Pero qué ha sido?

     LUIS.- No me pregunte usted ni una palabra; la discreción es la primera virtud del caballero.

     EDUARDO.- Pues vivo, que aún me espera otro paciente en la clínica. (Vanse por la puerta secreta.)





Escena XV



MATILDE y JUSTO; a poco EDUARDO.

     JUSTO.- Esto se agrava. Dicen que el doctor ha entrado y no se le ha visto salir. ¿Dónde se oculta y por qué se oculta? Debe estar ya en autos; hay que recomendarle el silencio. Yo le encontraré. (Vase por la primera puerta de la derecha. EDUARDO aparece por la segunda.)

     EDUARDO.- ¡Qué contratiempo! Está cerrada la puerta... (Hablando con LUIS.) No, no suba usted. Yo le pediré la llave a Socorro. La camarera; el confidente obligado de la señora. ¡Ah! Que no se me olvide; evitemos nuevas desgracias con esa fatídica legumbre. (Tomando el haba con una cuchara.)

     JUSTO.- Ya le tengo. (Cogiéndole por la muñeca.)

     EDUARDO.- (Este nos faltaba... Si se entera...) (Cubriendo la cuchara con la mano libre.)

     JUSTO.- ¿Qué esconde usted ahí?

     EDUARDO.- Una mosca que ha caído en el plato; la voy a tirar...

     JUSTO.- Es inútil la ficción. Usted está al cabo de la calle.

     EDUARDO.- ¿Qué?

     JUSTO.- Como yo.

     EDUARDO.- Pero... [52]

     JUSTO.- La cita, el adulterio...

     EDUARDO.- ¿Qué irreflexión, eh? Pero en fin, eso...

     JUSTO.- Sí; ya es negocio concluido.

     EDUARDO.- (Dejando la cuchara.) Pues bien, haga usted la vista gorda; que no se entere Pascual. Salvémosla.

     JUSTO.- No lo merece... Usted ignora... Pero por él, por mi sobrino... Tengo un plan.

     EDUARDO.- ¿Cuál?

     JUSTO.- Vienen... luego. Escóndase usted en ese cuarto... que no nos vean juntos. (Le hace entrar por la primera puerta de la derecha.)





Escena XVI



MATILDE y JUSTO.

     MATILDE.- ¿Dónde estoy? ¡Ah! Tío.

     JUSTO.- (Es Matilde que vuelve en sí.) ¡Imprudente! ¡Nos has perdido!

     MATILDE.- Tenga usted lástima de mí.

     JUSTO.- Alguien llega. Escóndete. (Conduciéndola al tocador.)

     MATILDE.- ¿A dónde me lleva usted?

     JUSTO.- Pronto, que no sospechen...

     MATILDE.- ¡Oh! Mi hijo; no me separe usted de él.

     JUSTO.- Bueno; llévatelo.

     MATILDE.- ¡Alma de mi alma! (Tomando en brazos al niño.) ¡Ay! (Dando un grito de júbilo.)

     JUSTO.- ¿Qué?

     MATILDE.- Mire usted... tiene los ojos abiertos.

     JUSTO.- Más los tengo yo.

     MATILDE.- Y se ríe... chirrín... chirrín... Voy a volverme loca de alegría. (Sacándolo y llenándole de caricias.)

     JUSTO.- (Si Pascual nos sorprende...)

     MATILDE.- (Tocándole la frente.) Pedazo de mi corazón; respiras sin trabajo... ya estás fresco...

     JUSTO.- Y nosotros también. Vaya... adentro... aprisa...

     MATILDE.- ¡Jesús, hombre, y qué impertinente está usted! Ya me [53] voy. ¿Has visto, Pascualín, qué tío más posma?... Chirrín... chirrín... (Entra en el tocador.)





Escena XVII



JUSTO y SOCORRO, por la primera puerta de la izquierda con unas tachuelas y un martillo en la mano.

     SOCORRO.- (Llorando.) (Dice que se va a Matanzas... ¿Qué va a ser de mí?)

     JUSTO.- ¿Eh? ¿Quién?

     SOCORRO.- (¡Don Justo!) (Aparte secándose las lágrimas.)

     JUSTO.- (¡Socorro hecha una Magdalena!) A ver... ¿por qué lloras?

     SOCORRO.- Por nada...

     JUSTO.- Mentira. Tú sabes lo de Espejo. (Así, de sopetón.)

     SOCORRO.- (¿Quién le habrá dicho?...)

     JUSTO.- Responde.

     SOCORRO.- Pues bien, sí señor, y perderle así...

     JUSTO.- (¡Digo!) ¿Qué tienes en la mano?

     SOCORRO.- Un martillo.

     JUSTO.- ¿Un martillo?

     SOCORRO.- Que me ha pedido la señorita.

     JUSTO.- ¿Para qué?

     SOCORRO.- Para clavar la caja...

     JUSTO.- ¿Qué caja?

     SOCORRO.- (¡Ay! ¡Me asusta este hombre!)





Escena XVIII



Dichos y TERESA.

     TERESA.- (Aparte entrando por la primera puerta de la izquierda.) Ya estará impaciente Matilde. ¡Ah! Mi padre. Riña tendremos.

     JUSTO.- ¡Teresa! ¿Tú aquí? ¡A estas horas! ¿Quién te ha traído? [54]

     TERESA.- (¡Qué contrariedad!) No me detengas... Me aguarda mi prima... (Dirigiéndose al tocador para impedir el tener que dar explicaciones.)

     JUSTO.- (Deteniéndola.) ¿Para qué?

     TERESA.- Para enseñarme una cosa que tiene que mandar a París con urgencia.

     JUSTO.- Habla claro. ¿Qué cosa es esa?

     TERESA.- El cuerpo.

     JUSTO.- ¿Antes de meterlo en la caja? ¿Tú sabes ya?...

     TERESA.- Pues bien, sí.

     JUSTO.- (El secreto a voces.)

     SOCORRO.- Ande usted... que puede venir el señorito y hay que evitar que se entere...

     JUSTO.- Ahí está ya. (Viendo llegar a su sobrino.)

     SOCORRO.- Corramos.

     JUSTO.- Decid a Matilde que tenga calma... que no se precipite... que yo velo por ella...

     TERESA.- Pronto. (Entran ambas en el tocador.)

     JUSTO.- Está perdida. Hay demasiada gente en la confidencia. (Yendo al encuentro de PASCUAL y recibiéndolo en sus brazos.)





Escena XIX



JUSTO y PASCUAL, por la primera puerta de la izquierda.

     PASCUAL.- Y bien, tío, ¿qué hay?

     JUSTO.- Nada, Pascual. Está la casa como una balsa de aceite (hirviendo.)



FIN DEL ACTO SEGUNDO

[55]



ArribaAbajo

Acto tercero



La misma decoración del acto anterior.





Escena I



MATILDE, TERESA, JUSTO, PASCUAL y EDUARDO, tomando el té. Unos están sentados y otros de pie, según lo exija el juego escénico.

     MATILDE.- (A PASCUAL.) Te va a dar una indigestión tanto bizcocho.

     PASCUAL.- ¡Quia! ¡Necesito mucho lastre!...

     EDUARDO.- Y precisamente esos de soleta son los más pesados.

     JUSTO.- Pues ya se ha comido una confitería.

     PASCUAL.- Tengo horror al vacío.

     TERESA.- ¿No has cenado en el baile?

     PASCUAL.- ¿Cuándo? Hace una hora que me marché y media que he vuelto.

     MATILDE.- No se divertía sin su mujer.

     TERESA.- ¡Qué galante!

     MATILDE.- Hoy que creí pasar sola la velada, y mira por dónde hemos improvisado una reunión.      PASCUAL.- (Finge. Mi tío me engaña. Tiene a su amante escondido.) [56]

     JUSTO.- Gracias a mí. ¡Qué vergüenza! El viejo impidiendo que el elemento joven se acueste a la hora de las gallinas.

     TERESA.- ¿Pero y si están cansados?

     JUSTO.- Paciencia. De aquí no sale nadie hasta que yo lo permita. (Aparte a TERESA.) (Hay que sacar el cuerpo antes de que Pascual lo vea. Está ahí, sobre el mismo lecho nupcial. Prevén a Eduardo.)

     TERESA.- (¿Para qué?) Yo sola puedo... (Se levanta y afectando indiferencia, toma de encima de la cama de MATILDE el cuerpo del vestido y lo esconde debajo de las almohadas.)

     PASCUAL.- (¡Secretitos!)

     MATILDE.- ¡Ea! Que me incomodo. (Impidiéndole que coma más bizcochos.) ¡Ni uno más!

     EDUARDO.- (Aparte a JUSTO.) Reprímase usted. Está usted despertando sospechas en su sobrino.

     JUSTO.- ¿Si?

     EDUARDO.- Lleva usted la intranquilidad pintada en el semblante.

     JUSTO.- (Es posible; pero mientras esté eso sobre la cama...)

     EDUARDO.- ¿El qué?

     PASCUAL.- Tío; convenza usted a Matilde... (JUSTO corta su aparte con EDUARDO y acude solícito al llamamiento de PASCUAL.)

     EDUARDO.- (¿Sobre la cama? ¿Qué podrá ser?) (Se dirige a ella.)

     MATILDE.- Me los llevo y negocio concluido. (Llevándose los bizcochos a otro mueble y reuniéndose a TERESA, con quien queda hablando.)

     JUSTO.- Tiene razón.

     PASCUAL.- Acabemos. ¿Dónde está? (Aparte a JUSTO abordándole de frente.)

     JUSTO.- ¿Quién?

     PASCUAL.- Espejo.

     JUSTO.- ¿Qué sé yo?

     PASCUAL.- Mentira.

     EDUARDO.- (Aparte, tomando un hongo que hay sobre la cama.) ¡Ah! Ya. El sombrero que sin duda se ha olvidado el otro. ¡Qué conflicto si lo descubre Pascual! Aquí no es fácil que dé con él. (Lo esconde debajo de la cama y se reúne a las señoras.) [57]

     PASCUAL.- (Prosiguiendo su aparte con JUSTO.) Usted, Matilde, hasta Teresa, todos están fuera de quicio.

     JUSTO.- ¡Hombre! En mí no es extraño; tengo ya tan flojas las bisagras...(7)

     PASCUAL.- Déjese usted de chistes.

     MATILDE.- (Aparte a los de su grupo.) ¿Pero podrían ustedes explicarme lo que pasa?

     EDUARDO.- (¡Hipócrita! ¡A no estar Teresa presente, ya te contestaría yo!)

     TERESA.- Es verdad. Hallo a mi padre inquieto.

     MATILDE.- Y yo a mi marido receloso.

     EDUARDO.- Habrán bailado alguna polka de más(8).

     MATILDE.- (Aparte.) ¡Ah! Tal vez lo de Socorro es más grave de lo que ella me ha confesado, y ahora éste la busca para impedir que complete su delación. No le perderé de vista.

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) Yo le prometo a usted que sabré encontrarle.

     JUSTO.- Detente... ¿A dónde vas? (Generalizando la conversación y tratando de detener a su sobrino que se dirige hacia la cama.)

     PASCUAL.- (¡No cabe duda!) A tomar un pañuelo que he debido dejarme aquí con el abrigo.

     JUSTO.- Ten este, lo mismo da. (Ofreciéndole sin soltarle, uno de yerbas que saca del bolsillo.)

     PASCUAL.- ¿Con rapé y todo? Muchas gracias. ¿Hace usted el favor de soltarme?

     MATILDE.- Yo te lo traeré. (Yendo a la cama.)

     PASCUAL.- (Ahí se esconde.) Pues no faltaba más. (Se desase de su tío y corre tras su mujer.)

     JUSTO.- (Aparte a EDUARDO.) Estamos perdidos. (Aparte a su hija, que tiene al otro lado.) Lo va a descubrir.

     EDUARDO.- (Aparte a JUSTO.) Tranquilícese usted, lo he metido debajo de la cama.

     JUSTO.- ¿Si? ¿Usted solo? ¡Qué previsión... (y qué fuerza)!

     TERESA.- (Aparte a JUSTO.) No te apures; le he puesto dos almohadas encima. [58]

     JUSTO.- (Abrazándola.) ¡Hija de mi corazón! Mejor hubiera sido una manta.

     PASCUAL.- Pues no está aquí.

     MATILDE.- ¡Qué ha de estar si te desnudaste en tu cuarto!

     PASCUAL.- Tienes razón. Voy allá.

     MATILDE.- Iremos los dos.

     PASCUAL.- ¿Temes que me pierda?

     MATILDE.- No; pero sentiría que tuvieses algún mal encuentro.

     PASCUAL.- (Aparte a JUSTO.) Se burla de mí. (Vanse MATILDE y PASCUAL por la primera de la derecha.)





Escena II



TERESA, JUSTO y EDUARDO.

     EDUARDO.- ¿Y bien?

     TERESA.- ¿Me explicarás al fin?...

     JUSTO.- Ni una palabra; no hay que perder momento. (Dándoles prisa sin dejar de mirar a la puerta por donde se fueron los otros.) A ver cómo lo sacamos en seguida.

     LOS DOS.- Pero...

     JUSTO.- (Mirando siempre.) Empiecen ustedes, que ya voy yo. Matilde lo está entreteniendo. Ahora...

     EDUARDO.- Tome usted. (Dándole el sombrero que antes escondió.)

     JUSTO.- (Agachándose como para ir a sacar algo de debajo de la cama, pero sin perder de vista la puerta.) Venga. (Tomándolo.) ¿Qué me da usted aquí?

     TERESA.- No; si lo que papá busca es esto. (Dándole el cuerpo del vestido.)

     JUSTO.- ¡Cómo! ¿Gasta corsé? No, vayamos por partes; todo en junto. (Lo deja todo sobre la cama.)

     EDUARDO.- Pero qué, ¿aún hay más?

     TERESA.- Por lo visto.

     JUSTO.- Ayúdenme ustedes; los tres a un tiempo; ahí, debajo de la cama. (Se arrodillan todos y meten la cabeza por debajo de la colcha, ocupando un lado de la cama cada uno de los chicos y DON JUSTO los pies.) [59]

     TERESA.- (¡Qué ocurrencia!)

     EDUARDO.- (¡Vaya un bromazo!) (Bajito y amartelado como hablando al oído de TERESA.) ¿Me quieres?

     JUSTO.- No señor; se ha equivocado usted de oreja.





Escena III



Dichos, MATILDE y PASCUAL; luego SOCORRO.

     PASCUAL.- (Aparte reparando en ellos.) Esta vez no se me escapa.

     MATILDE.- ¡Jesús! ¡Qué postura!

     LOS TRES.- ¡Ah! (Incorporándose.)

     JUSTO.- (¡Nos hemos lucido!)

     PASCUAL.- ¿Qué buscan ustedes?

     JUSTO.- Una moneda de cinco duros que se me acaba de caer, y como van siendo ya tan raras...

     PASCUAL.- No hay que perderla. A ver, a ver si la encontramos entre todos.

     JUSTO.- No te molestes; para la barrendera.

     MATILDE.- ¿Pero qué manía tiene usted de llevarle la contra a mi marido? Deje usted que les ayude.

     JUSTO.- ¡Ah! ¿Tú lo quieres? Pues sea. (Soltándolo.)

     PASCUAL.- (Aparte, yendo a registrar debajo de la cama.) No; no debe estar ahí.

     JUSTO.- (Sarna con gusto no pica.)

     SOCORRO.- ¿Puedo retirar el servicio?

     MATILDE.- Sí.

     PASCUAL.- Nada; ni huella.

     JUSTO.- (Aparte y mirando a su vez desde su sitio.) Es verdad. (A su hija.) Nos hemos salvado.

     TERESA.- Pues señor, no entiendo una palabra. (Reuniéndose a MATILDE y EDUARDO que hablan aparte.)

     PASCUAL.- Acaso en esta otra... (Registrando debajo de la cama del niño.)

     JUSTO.- (A SOCORRO en voz baja.) ¿Qué habéis hecho de él?

     SOCORRO.- ¿De quién? [60]

     JUSTO.- Del desventurado Espejo.

     SOCORRO.- Si hace una hora que lo hemos subido al cuarto segundo.

     JUSTO.- ¡Ah! Respiro. Pues que lo bajen con precaución sin que Pascual se entere, y que me lo traigan aquí en cuanto me vean solo.

     SOCORRO.- Con tanto trasiego se nos va a deshacer.

     JUSTO.- ¿Tan descompuesto está?

     SOCORRO.- Cayéndose a pedazos.

     JUSTO.- (¡Dichosa haba!) (Vase SOCORRO llevándose el servicio.)

     TERESA.- (Aparte a MATILDE.) Es incomprensible.

     MATILDE.- (Ídem a TERESA.) O tu papaíto ha perdido la chaveta(9) o ha empinado el codo en el baile.

     PASCUAL.- (Bajando.) Tío, no parece. Hágase usted cuenta que este año paga veinticinco pesetas más de contribución.

     JUSTO.- Pues le suprimo un sombrero a mi hija.

     TERESA.- ¡Me gusta!

     MATILDE.- Conque, señores: ¿damos por concluida la velada?

     JUSTO.- ¡Qué ocurrencia! Si aún no son las once.

     EDUARDO.- (¡Y Espejo que espera para irse que Socorro me dé la llave!) Un ratito más.

     TERESA.- ¡Nos divertimos tanto!

     MATILDE.- Sí, mucho.

     PASCUAL.- (Yo no me acuesto sin haber registrado hasta el último rincón. Por la puerta ya he dado orden de que no me salga nadie.)

     MATILDE.- Pues ustedes dirán cómo matamos el tiempo.

     JUSTO.- (¡Matamos! ¡Sólo piensa en el exterminio!)

     EDUARDO.- Que toque el piano Teresita.

     TERESA.- No sé nada de memoria. (Aparte a EDUARDO.) No podríamos hablar.

     JUSTO.- ¡Oh! ¡Qué idea tan peregrina!

     TODOS.- ¿A ver?

     JUSTO.- Vamos a jugar al escondite.

     PASCUAL y EDUARDO.- Sí.

     MATILDE.- ¡Jesús! [61]

     TERESA.- ¡Qué horror!

     EDUARDO.- (Aparte a TERESA.) Calla, tonta; nos esconderemos juntos...

     PASCUAL.- (Eso favorece mis designios.) Aprobado. El tío busca... (y yo también.)

     MATILDE.- ¡Qué necedad!

     JUSTO.- (Aparte a MATILDE.) Accede. Urge tomar una determinación. Haz que Teresa y Eduardo entretengan a tu marido y vuelve. Te espero aquí.

     MATILDE.- Pero...

     JUSTO.- ¡Ea! Andando. Yo me quedo.

     PASCUAL.- (No será conmigo.) Vale recorrer toda la casa.

     MATILDE.- Menos la cocina.

     PASCUAL.- (Allí lo tiene; en la despensa.)

     TERESA.- ¿Y para salvarse?

     JUSTO.- En el salón.

     PASCUAL.- Al avío. (Vase.)

     MATILDE.- Algo se trama. (Siguiendo a PASCUAL.)

     JUSTO.- Vosotros, procurad encerrarle en un cuarto sin salida, y venid a prestarme ayuda.

     TERESA.- ¿Cómo?

     JUSTO.- ¡Vivo!

     EDUARDO.- No se mueva usted hasta que yo pite.

     JUSTO.- ¡Pronto! (Vanse EDUARDO y TERESA.)





Escena IV



JUSTO.

     JUSTO.- Heme aquí como los grandes capitanes en la víspera de una batalla decisiva. Sé que voy a exponerme a un gran riesgo por salvar a mi sobrina de la deshonra y a la criminal de las manos del verdugo. ¿Quién desoye la voz de la naturaleza? Yo, no. Revestido de sus insignias, el magistrado es una entidad inflexible; pero desnudo, inútilmente pretendería ocultar que es [62] hombre. Nada. En el tribunal soy un juez con toga; en esta casa no soy más que un tío con frac.





Escena V



JUSTO y MATILDE.

     MATILDE.- ¡Vamos! Aquí me tiene usted muerta de impaciencia porque me explique usted todos los desatinos que estoy presenciando desde hace una hora.

     JUSTO.- ¡Baja la voz, desgraciada!

     MATILDE.- ¿Eh?

     JUSTO.- ¿Dónde están los otros?

     MATILDE.- Escondiéndose.

     JUSTO.- ¿Sabes si han encerrado a tu marido?

     MATILDE.- ¿A Pascual? ¿Para qué?

     JUSTO.- Para que no nos estorbe.

     MATILDE.- ¿Pues qué vamos a hacer?

     JUSTO.- Nada, mientras Eduardo no venga a prevenirme de que el momento es oportuno.

     MATILDE.- Tío, me da usted miedo. A usted se le ha aflojado algún tornillo de la cabeza.

     JUSTO.- Es en vano fingir; lo sé todo. ¡Monstruo!

     MATILDE.- ¡Vaya, esto es cuestión de tomarlo a risa!

     JUSTO.- No señora, no es cuestión de risa; es cuestión de Espejo.

     MATILDE.- ¿Qué?

     JUSTO.- Cuyos despojos has hecho ocultar arriba.

     MATILDE.- ¡Ah!

     JUSTO.- Te he confundido.

     MATILDE.- Ya se lo ha contado Pascual... ¡Qué humillación! ¡Qué vergüenza!

     JUSTO.- ¿Pero cómo una persona de tu educación, a quien han inculcado los más sanos principios de la moral, ha podido abandonarse a semejante arrebato? Porque no creo que lo hayas hecho a sangre fría. [63]

     MATILDE.- (Llorando.) ¡Ah! No señor. Ha sido en un momento de ceguedad y sin querer.

     JUSTO.- ¿Sin querer?

     MATILDE.- El golpe estaba destinado a mi marido.

     JUSTO.- Ya lo presumía yo.

     MATILDE.- Pero no apunté bien, y la fatalidad hizo que el pobre espejo pagase el pato.

     JUSTO.- (Comiéndose la cena del otro. ¡Pero qué estilo! Está endurecida en el crimen!) ¡Vamos! ¡Cuéntame la verdad, porque ya puedes colegir que tu situación es muy crítica.

     MATILDE.- ¿Cómo?

     JUSTO.- Estás amenazada del palo.

     MATILDE.- ¡Oh! Eso no. (¡Pues no faltaba más sino que se atreviera a ponerme la mano encima!)

     JUSTO.- Acaso encontremos circunstancias atenuantes.

     MATILDE.- Y tantas. ¿Le parece a usted poco haber descubierto que a mi marido le gusta la camarera?

     JUSTO.- ¿Socorro?

     MATILDE.- Vaya. Hay besos de por medio, y sabe Dios si pararán ahí las misas.

     JUSTO.- ¿Qué te parece el hipócrita? ¿Y la mosquita muerta?

     MATILDE.- Pues de ahí ha venido el disgusto: Figúrese usted cómo me habré puesto al conocer su infame conducta, yo que estaba ya medio loca creyendo que mi hijo se me moría del croup.

     JUSTO.- Y por eso sin duda te resolviste a propinarle el medicamento.

     MATILDE.- ¡Ah! Sí. Para probar su eficacia.

     JUSTO.- Que otros han experimentado.

     MATILDE.- Es asombroso. Se la recomiendo a usted.

     JUSTO.- Gracias.

     MATILDE.- A los cinco minutos ya no había estorbos.

     JUSTO.- (Es cínica la frescura con que lo toma.) Matilde: el proceder de Pascual está muy lejos de merecer alabanzas; pero no disculpa de ningún modo tu determinación. Al fin y al cabo es tu marido. [64]

     MATILDE.- ¿Ese hombre? ¡Qué ha de ser mi marido!

     JUSTO.- ¿No?

     MATILDE.- ¡Es mi tirano, mi verdugo!

     JUSTO.- ¡Ah!

     MATILDE.- ¿Qué?

     JUSTO.- Nada. Creí...

     MATILDE.- Usted no puede imaginarse el despotismo con que me ha tratado siempre.

     JUSTO.- ¿Es posible?

     MATILDE.- Aquí no ha habido jamás otra ley que su capricho.

     JUSTO.- ¿Sí?

     MATILDE.- Para no citarle a usted más que un caso. Ese mamarracho de espejo, que gracias a Dios no volveré a ver más...

     JUSTO.- Adelante, adelante. (¡Qué entrañas!)

     MATILDE.- Usted y todos han debido presumir que yo tenía una debilidad por él.

     JUSTO.- En efecto; era la voz pública.

     MATILDE.- Pues es su sobrinito de usted quien me lo ha impuesto.

     JUSTO.- ¡Qué horror! ¿Pascual?

     MATILDE.- Sí señor; a la fuerza.

     JUSTO.- Es espantoso.

     MATILDE.- ¿No es verdad que no se concibe?

     JUSTO.- Calla, hija. ¡Qué falta de decoro!

     MATILDE.- Eso le decía yo. Los que conozcan la delicadeza y la corrección que observo hasta en los menores detalles, ¿qué concepto formarán de mí al suponer que he escogido por mi gusto ese trasto viejo?

     JUSTO.- Viejo, no.

     MATILDE.- Usted no sabe las capas de pintura que llevaba encima.

     JUSTO.- ¿Si? (No sabía nada.)

     MATILDE.- Pues nada: que lo quiero, que lo exijo, que acabará por gustarte, que la abuela, que la familia, que patatín(10), que patatán... Las escenas eran tan borrascosas y los disgustos tan frecuentes, que al fin me dije: [65] Pues, ea, al demonio; que más vale mi tranquilidad que lo que puedan decir de mí.

     JUSTO.- ¡Pobre Matilde! ¡Comprendo cuánto debes haber sufrido! Y el muy bribón haciendo el papel de víctima y echándote a ti las culpas. Pero no temas, aquí estoy yo. Si probamos lo que afirmas de fijo te absuelven. (Voces al paño.) ¡Ah! Vienen. Finge que jugamos. Que te pillo... corre... escapa... toca... madre... (Haciendo como que juega al escondite y persiguiendo a MATILDE, que le da por la corriente.)

     MATILDE.- (Lo dicho: este pobre señor necesita un manicomio.) No me alcanza usted... Soy muy ligera... Cu, cu... (Desaparece por la primera puerta de la izquierda haciéndole mamolas.)





Escena VI



JUSTO, TERESA y EDUARDO, por el tocador.

     EDUARDO.- ¡Pero santo varón, qué calma!

     JUSTO.- ¡Ah! ¿Son ustedes?

     TERESA.- ¿No nos has oído?

     EDUARDO.- Llevamos media hora de gritar pi, pi, y usted sin moverse.

     JUSTO.- ¡Para juegos estamos!

     TERESA.- ¿Pues qué ocurre?

     JUSTO.- Cosas estupendas; pero muy largas de contar y los instantes son preciosos. A ver. ¿Tenemos ya a Pascual encerrado?

     EDUARDO.- ¿Y quién da con él?

     JUSTO.- ¡Qué fatalidad! Porque sin estar seguro de que no puede venir a interrumpirnos, no hay que aventurarnos a sacar a Espejo.

     EDUARDO.- Además, nos falta la llave: no la tiene Socorro.

     JUSTO.- La llave la tengo yo.

     EDUARDO.- ¡Hablara usted de una vez! Volemos; Luis está abajo.

     JUSTO.- Quia hombre, está arriba. [66]

     EDUARDO.- ¿Quién le ha hecho subir?

     JUSTO.- Matilde.

     EDUARDO.- ¿Pero a usted le consta?

     JUSTO.- Me lo acaba de confesar ella misma, a quien he arrancado todo el secreto de su criminal conducta. ¡Ay, hija, perdona! En tu presencia... aunque... ¡qué demonio! No es un secreto para ti.

     EDUARDO.- Ya lo sabe. (Se lo he contado yo.)

     TERESA.- Y estoy horrorizada.

     JUSTO.- ¡Pues ignoran ustedes lo más espantoso!

     EDUARDO y TERESA.- ¿Si?

     JUSTO.- Hay cosas que ni sospechar se pueden. Ese belén, ese amante, no es la fuerza de la pasión, sino la violencia de su marido quien se lo ha impuesto a Matilde.

     TERESA.- ¡Jesús!

     EDUARDO.- ¡Qué cinismo! ¿De modo que ella no le quería?

     JUSTO.- Le odiaba mortalmente.

     TERESA.- ¡Infeliz!

     EDUARDO.- Entonces, ahora me explico lo que toda la noche me está preocupando.

     JUSTO.- ¿Lo del haba?

     EDUARDO.- No señor: el por qué siendo su amante nos ha sugerido a Teresa y a mí, bajo pretexto de proteger nuestros amores, la idea de desembarazarnos de Espejo.

     JUSTO.- (Alarmado.) Pero... poco a poco... Ustedes no han debido ser...

     EDUARDO.- ¿Los que hemos quitado de en medio a ese botarate? Sí señor.

     JUSTO.- (Aterrado.) ¡Teresa!... ¡Hija mía! ¡Dime que este hombre miente!...

     TERESA.- Reconozco que hemos hecho mal, muy mal; pero la pasión no medita. Ya no tiene remedio. ¡Que Dios le dé buen viaje!

     JUSTO.- ¡Esto es incomprensible! ¡Aquí hay una mixtificación! ¿Tú sabes de qué viaje se trata?

     TERESA.- Sí, papá; del de el otro mundo; pero... qué quieres... Nos estorbaba. [67]

     JUSTO.- ¡Oh! ¡Qué golpe tan atroz!

     EDUARDO.- Haga usted la vista gorda. ¡Que haya un cadáver más, qué importa al...!

     JUSTO.- ¡Miserable! (Arrojándose sobre EDUARDO.) Usted ha extraviado su razón... Usted ha torcido los puros sentimientos que yo le inculqué...

     TERESA.- Reflexiona...

     EDUARDO.- ¡Alto allá! Si alguien hay responsable de lo que ocurre, es usted.

     JUSTO.- ¿Yo?

     TERESA.- Es claro. Me querías casar con él a la fuerza.

     EDUARDO.- Le imponía usted un marido mal de su grado... y... amigo mío: a violencias, matanzas.

     JUSTO.- ¡Padre desventurado! (Dejándose caer en una silla.)

     PASCUAL.- (Dentro.) ¡Tío! ¡Tío!

     TODOS.- ¡Pascual!

     EDUARDO.- Serénese usted.

     TERESA.- Sí, que no sospeche...

     EDUARDO.- Ven... sígueme. (Vase con TERESA por la primera puerta de la izquierda.)





Escena VII



JUSTO y PASCUAL.

     PASCUAL.- ¡Ah! ¿Está usted solo? Entonces no hay para qué seguir haciendo pamemas.

     JUSTO.- Mucho que me alegro.

     PASCUAL.- He registrado inútilmente la cuadra, la cochera, los sótanos... y sin embargo, él está aquí.

     JUSTO.- ¡Qué manía!

     PASCUAL.- Allá lo veremos. Por lo pronto, ya he tomado una determinación.

     JUSTO.- ¿Cuál?

     PASCUAL.- Esta. (Sacando un revólver de seis tiros.)

     JUSTO.- ¡Zambomba! Eso es un revólver; no vengas con neologismos. [68]

     PASCUAL.- Voy a continuar mis pesquisas, y donde lo encuentre, el primer tiro para él y los cinco restantes para sus cómplices. (Vase por la primera puerta de la izquierda.)

     JUSTO.- Eso es; a tiro por barba. Hay que salir cuanto antes de esta situación. Pero mi hija... mi hija... ¡Si no puedo acostumbrarme a la idea de que ella también tenga participación en el delito! No; aquí hay alguna mala inteligencia; es muy gordo este racimo de criminales. Y sin embargo, yo he visto al muerto y oído a los vivos. ¡Ea, calma! Tiempo me queda de volverme loco; por ahora necesito toda mi razón.





Escena VIII



JUSTO y SOCORRO, por la primera puerta de la izquierda.

     SOCORRO.- Señor. Ya han bajado eso. ¿Lo traen?

     JUSTO.- Aguarda todavía.

     SOCORRO.- ¿Ha tomado usted otra determinación?

     JUSTO.- No; pero hay que esperar a que mi sobrino suelte la que ha tomado él.

     SOCORRO.- ¡Cómo!

     JUSTO.- ¡Y ahora que pienso!... ¡Grandísima picarona!

     SOCORRO.- ¿Qué?

     JUSTO.- ¡Tú tienes la culpa de lo que sucede!

     SOCORRO.- ¿Yo?

     JUSTO.- ¿No te basta el callejear con los novios? ¿Necesitas también el novio dentro de casa?

     SOCORRO.- (¡Adiós! Ya saben que ha venido Luis esta noche...) ¡Era tan cómodo!

     JUSTO.- ¡Pero hombre! Yo no he visto jamás una frescura como la frescura con que toda esta gente toma su situación. No parece sino que han hecho la cosa más natural del mundo.

     SOCORRO.- Pues ya se ve que sí. Quería casarse conmigo.

     JUSTO.- ¿Tú te burlas? Bien sabes que es casado.

     SOCORRO.- ¡Vaya! Usted está muy atrasado de noticias. [69]

     JUSTO.- (¡Cómo! ¿Aquella exclamación de «ese hombre no es mi marido» que se le escapó a Matilde, sería un grito del alma?)

     SOCORRO.- ¡Casado él! Sí; en la misma parroquia de Dolores.

     JUSTO.- En la provincia de Alicante, diócesis de Orihuela.

     SOCORRO.- ¿Y quién le ha contado usted eso? No señor. ¡Su querido!

     JUSTO.- ¿Espejo?

     SOCORRO.- Sí.

     JUSTO.- ¿Y crees tú que yo me dirigiría a él? No, los mismos Pascual y Matilde...

     SOCORRO.- Pues nada; amancebados los dos. ¿A usted le han convidado a la boda?

     JUSTO.- No, y ahora comprendo el motivo. ¡Cuánta corrupción! ¡Qué repugnancia! No está casado y hasta puede que el niño tampoco le pertenezca.

     SOCORRO.- Pues claro está. Es de su amante; es decir, de su primer amante... En fin, del muerto; ya sabe usted.

     JUSTO.- Del muerto... sí. ¿De modo que la cosa venía de largo?

     SOCORRO.- ¡Vaya!

     JUSTO.- (Pues no es punible la conducta de mi sobrino; casi resulta moral. Si le impone Espejo a Matilde, es porque quiere reunirla al padre de ese hijo desventurado. ¿Pero entonces, por qué está celoso? ¡Ah! Porque sin duda ella, fingiendo odiar a Luis, se entiende con los dos a la vez. La cabra siempre tira al monte.)

     PASCUAL.- (Dentro.) ¡Tío!... ¡Tío!...

     SOCORRO.- ¡El señorito!

     JUSTO.- Escápate, vete, que no nos sorprenda en conciliábulo. Mira que tocamos a cápsula cada uno.

     SOCORRO.- ¿Tengo que volver?

     JUSTO.- Por ahora las espaldas. (Vase SOCORRO por la primera de la izquierda.) ¡Qué sobresaltos! ¡Qué tribulaciones! Me duele aquí, y aquí. (Por la cabeza y el corazón.) Todo me duele. [70]





Escena IX



JUSTO; PASCUAL, con la cara y las manos tiznadas de negro.

     PASCUAL.- Esta vez creo dar en el blanco. Estaba haciendo exploraciones en el depósito del carbón, cuando he oído decir a los criados que lo van a bajar del cuarto segundo sin que yo lo notara.

     JUSTO.- (¡Imprudentes!)

     PASCUAL.- Está arriba. Acompáñeme usted.

     JUSTO.- (Por fortuna lo han sacado de allí.) Pero...

     PASCUAL.- Evite usted una desgracia. Si subo, lo mato.

     JUSTO.- No, eso no; ya te sigo. (En cuanto trasponga la puerta le echo la llave y me vuelvo a despachar al otro.) (Vanse por la primera puerta de la izquierda.)





Escena X



LUIS, apareciendo por la puerta secreta, con el traje lleno de manchas blancas de yeso y de polvo.

     LUIS.- ¡Qué suerte tan negra la mía! Harto de esperar revolcándome en el cubo de la escalera, me decido a intentar por mí mismo una evasión. No se oye nada; el momento es oportuno. ¡Ah! El sombrero que me dejé aquí. (Dirigiéndose por el callejón a la cama y poniéndose el hongo todo abollado.) Bonito se ha puesto. ¡Ea! A casa a dormir y no me levanto hasta el día que me marche a Cuba.





Escena XI



LUIS y JUSTO; a poco EDUARDO, por el tocador.

     JUSTO.- Ya está a buen recaudo.

     LUIS.- (Aparte.) ¡Demonio! Me han cortado la retirada. Aquí me meto. (Se esconde debajo de la cama.) [71]

     JUSTO.- Ahora, volando en busca de Fonseca. (Viéndole llegar.) ¡Ah! El cielo me lo envía. ¡Vamos! Al avío.

     EDUARDO.- ¡Qué avío ni qué calabazas!

     JUSTO.- ¿Eh?

     EDUARDO.- Acabo de hablar con Matilde; viene detrás de mí. No sabe nada de Espejo, ni lo ha mandado poner arriba...

     JUSTO.- ¿Cómo que no? Le quiere despistar a usted.

     LUIS.- (Aparte.) Creo que me buscan. Conviene hacerse el muerto.

     JUSTO.- Estaría donde usted lo ha dejado, y no hay nada.

     EDUARDO.- Voy a ver. (Dirigiéndose a la puerta secreta mientras JUSTO va a registrar debajo de la cama.)

     JUSTO.- ¡Aquí, hombre, aquí! (Levantando la colcha.)

     EDUARDO.- ¿Qué? (Viendo a ESPEJO.)

     JUSTO.- Pues lo han bajado.

     EDUARDO.- Pues lo han subido.

     JUSTO.- Corriente; no es ocasión de discutir. Ayúdeme usted. (Tira cada uno por su lado, de modo que el pie de la cama quede entre las piernas de LUIS.)

     EDUARDO.- Aprisa, que oigo pasos.

     JUSTO.- ¡Por Dios, un esfuerzo!

     EDUARDO.- Ahora.

     JUSTO.- Otro tirón.

     LUIS.- (Gritando.) ¡Eh! ¡Que van ustedes a abrirme en canal! (JUSTO y EDUARDO sueltan a LUIS que se incorpora.)

     EDUARDO.- ¡Cómo!

     JUSTO.- (Ebrio de alegría.) ¡Vivo! ¡Qué placer! (Aparte.) ¡Hija mía, vuelves a ser inocente!

     EDUARDO.- (A JUSTO.) Baje usted la voz. (A LUIS.) No más dilaciones. Escápese usted.

     LUIS.- ¿Y la llave?

     JUSTO.- Yo la tengo.

[72]



Escena XII



Dichos y PASCUAL; luego MATILDE, TERESA y SOCORRO.

     PASCUAL.- (Aparte entrando por la puerta secreta.) No contaba con la escalera de servicio. ¡Ellos!

     EDUARDO.- Por esta puerta.

     LOS TRES.- Vamos.

     PASCUAL.- (Apuntando con el revólver.) Al que se menee, lo abraso.

     TODOS.- ¡Ah!

     JUSTO.- ¡Dominó!

     MATILDE.- (Por el tocador, seguida de TERESA.) ¡Qué gritos!

     TERESA.- ¡Qué pasa!

     JUSTO.- Detenedlo, amarradlo.

     PASCUAL.- ¿A mí?

     EDUARDO.- Juicio. (Quitándole el revólver.)

     TERESA.- ¡Pascual! (Sujetándolo con auxilio de EDUARDO.)

     MATILDE.- Pero... ¿Se puede saber lo que ocurre?

     JUSTO.- Que llegó el momento de corregir los abusos y extirpar de raíz las inmoralidades.

     TODOS.- ¿Qué?

     JUSTO.- (A LUIS.) Salga usted.

     LUIS.- Si está cerrado.

     JUSTO.- (A MATILDE, dándole la de la calle.) Tú, ten la llave y acompaña al único hombre con quien te es lícito vivir decorosamente.

     TODOS.- ¿Cómo?

     PASCUAL.- ¿Qué significa?

     MATILDE.- Está loco.

     PASCUAL.- Pero hable usted claro, tío del demonio.

     JUSTO.- Pues bien, que Matilde y tú no sois marido y mujer.

     TERESA.- ¡Jesús!

     EDUARDO.- ¡Qué horror! (Lo sueltan.)

     JUSTO.- Que vivís en contubernio, y que estás deseando que esa mujer se vaya con Luis, su primer amante y el padre de su hijo. [73]

     PASCUAL.- No le acogoto a usted, por respeto a sus canas y porque está usted loco.

     EDUARDO.- Pero lo que usted supone...

     TERESA.- Es inconcebible...

     EDUARDO.- Semejante depravación de costumbres...

     TERESA.- ¡Tanto cinismo!...

     JUSTO.- Pues ustedes pueden extrañarse.

     TERESA.- ¿Eh?

     JUSTO.- Afortunadamente, que se ha frustrado vuestro crimen.

     LOS DOS.- ¿Nuestro crimen?

     JUSTO.- ¡Pobre Espejo! Yo le hacía ya en el otro mundo.

     TERESA.- ¿Cómo?

     EDUARDO.- Ya se irá, ya.

     TERESA.- Con un destino.

     LUIS.- En Matanzas.

     JUSTO.- (Tambaleándose al comprender su error.) ¿En Matan...? ¡Ay! ¡Ay!... ¡Qué rayo de luz... y mal rayo me parta por bruto!...

     TERESA.- ¡Papá!

     JUSTO.- Esta tiene la culpa de todo. ¿Conque no eran casados?

     SOCORRO.- ¿Quién?

     JUSTO.- Mis sobrinos.

     SOCORRO.- ¡Ave María Purísima! Luis y Dolores...

     JUSTO.- ¿Dolores la peinadora? (Aparte.) Otra salvajada mía... Estoy inspirado. (Alto.) ¿De modo que tu amante era Espejo?

     SOCORRO.- Mi novio.

     JUSTO.- ¿De modo, que ha venido por ti?

     SOCORRO.- Sí, le había escrito permitiéndole venir a verme mientras los amos estaban en el baile.

     JUSTO.- ¿Cómo? ¿Esta carta?... (Enseñando la del acto primero.)

     SOCORRO.- La mía.

     JUSTO.- ¿Con letra de Matilde?

     SOCORRO.- No señor; es que como ella me ha enseñado a escribir, tengo su mismo carácter.

     JUSTO.- Me parece que sí. (Aparte volviendo a su manía. Alto, enseñándole el papel solemnemente.) ¿Conque eres tú la [74] que por calmar los celos que Luis te daba con mi sobrina(11), te proponías envenenarle?...

     SOCORRO.- (Volviendo el papel en sentido longitudinal y haciéndole ver lo que hay escrito al través en el margen.) «La existencia» que no me cabía en el papel.

     JUSTO.- (Confundido.) ¡Ah! ¿Era esta existencia al bies lo que tú le querías envenenar? (¡Otra plancha!)





Escena XIII



JUSTO y DOMINGO, entrando el tremó con ayuda del LACAYO. En seguida MATILDE, TERESA, SOCORRO, PASCUAL, EDUARDO y LUIS, por la primera de la izquierda.

     DOMINGO.- Aquí tiene el señor juez a la víctima inocente.

     JUSTO.- (Al volverse y verlo comprende todo lo ocurrido y da un salto de estupor.) ¡Pum! El trueno gordo. Si preguntan por mí diga usted que... que me he comido el haba de San Ignacio. (Va a salir y se encuentra con los otros que le cierran el paso riendo a carcajadas.)

     PASCUAL y MATILDE.- ¡Tío!

     TERESA.- ¡Papá!

     LOS OTROS.- ¡Don Justo! (Voces simultáneas.)

     JUSTO.- Sí, una barbaridad; pero ¿qué queréis? Las apariencias me engañaron.

     MATILDE.- Socorro, yo lo siento; pero no puedes seguir en mi casa.

     SOCORRO.- Señorita...

     TERESA.- Tiene razón Matilde. Te vendrás a la nuestra, y cuando me case con Eduardo te quedarás a mi servicio.

     JUSTO.- (A PASCUAL.) ¡Cómo! ¡Qué imprudencia! En fin, yo la vigilaré.

     PASCUAL.- ¡No, por Dios, tío! ¡No se meta usted en nada!

     JUSTO.- Sí; pero vosotros tenéis la culpa por haber comprado EL HABA DE SAN IGNACIO.



FIN DE LA COMEDIA

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