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     -¿No comprende usted que es locura?

     -Lo será; pero no hay razón que me quite de realizarla.

     -¿Acaso le ama usted?

     -¡Amarle!... Bien sabe usted, Lucía, que mi amor sólo a uno pertenece.

     -Entonces...

     -No olvide que soy artista y que soy mujer. A la mujer la enorgullece ser tan noblemente querida. Quien satisface nuestro orgullo, cerca de poseernos anda. A la artista... Todo en él predispone a la simpatía de una artista. Es bello y de alma ensoñadora... Los ensoñadores se encuentran. Él me ha dicho que soy para sus sueños trasunto de esa hija del mar habitadora de la roca. Acaso desde la noche en que me aparecí a sus ojos en el asiento poético de musgo, no trasunto, la propia hija del mar vengo siendo para él. ¿Por qué no realizar el ensueño de ese hombre? Una sola noche de amor concede la hija del mar a sus queredores. Luego...

     -La muerte.

     -Acaso. Pero una noche de amor, ¿no puede valer toda una vida? Llámeme usted loca, si quiere. Él necesita esa noche de amor. Yo se la daré.

     -¿Para qué?

     -Para dársela. Para pagar mi deuda.

     -¿Y si la contrae más grande aún?

     -¡Bah!... No se muere de un gran amor perdido. De él y para él se vive. Años hace que yo estoy viviendo de un amor que perdí.

     -¡Loca, más que local Una noche de amor; ¿y después?

     -¡Después!...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

     -Pedro -dijo Laura, inclinándose al oído del joven-, a media noche esté usted en la roca de la hija del mar.

     -Laura...

     -No pregunte. Irá usted.

     -Iré.

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