Aquella noche llegaron a la mitad de las
entrañas de Sierra Morena, adonde le pareció a Sancho pasar
aquella noche y aun otros algunos días, a lo menos todos aquellos que
durase el matalotaje que llevaba; y así, hicieron noche entre dos
peñas y entre muchos alcornoques, Pero la suerte fatal, que,
según opinión de los que no tienen lumbre de la verdadera fe,
todo lo guía, guisa y compone a su modo, ordenó que Ginés
de Pasamonte, el famoso embustero y ladrón que de la cadena, por virtud
y locura de don Quijote, se había escapado, llevado del miedo de la
Santa Hermandad (de quien con justa razón temía), acordó
de esconderse en aquellas montañas, y llevóle su suerte y su
miedo a la misma parte donde había llevado a don Quijote y a Sancho
Panza, a hora y tiempo que los pudo conocer y a punto que los dejó
dormir. Y, como siempre los malos son desagradecidos, y la necesidad sea
ocasión de acudir a lo que [no] se debe, y el remedio presente venza a
lo por venir, Ginés, que no era ni agradecido ni bien intincionado,
acordó de hurtar el asno a Sancho Panza, no curándose de
Rocinante por ser prenda tan mala para empeñada como para vendida.
Dormía Sancho Panza, hurtóle su jumento, y antes que amaneciese
se halló bien lejos de poder ser hallado. Salió el aurora
alegrando la tierra y entristeciendo a Sancho Panza, porque halló menos
su rucio; el cual, viéndose sin él, comenzó a hacer el
más triste y doloroso llanto del mundo, y fue de manera que Don Quijote
despertó a las voces y oyó que en ellas decía:
-¡Oh hijo de mis entrañas, nacido
en mi mesma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer, envidia de mis
vecinos, alivio de mis cargas, y, finalmente, sustentador de la mitad de mi
persona, porque con veinte y seis maravedís que ganaba cada día,
mediaba yo mi despensa!
Don Quijote, que vio el llanto y supo la
causa, consoló a Sancho con las mejores razones que pudo y le
rogó que tuviese paciencia, prometiéndole de darle una
cédula de cambio para que le diesen tres en su casa, de cinco que
había dejado en ella. Consolóse Sancho con esto, y limpió
sus lágrimas, templó sus sollozos, y agradeció a Don
Quijote la merced que le hacía. El cual, como [entró por aquellas
montañas,...
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