El inquisidor Nicolás Rodríguez Laso (1747-1820), viajero por la Europa prerrevolucionaria (1788-1799)
Antonio Astorgano Abajo
Entre los personajes poco conocidos de nuestra Ilustración están los dos hermanos Rodríguez Laso, el inquisidor Nicolás (1747-5 de diciembre de 1820) y el rector del Colegio de San Clemente de Bolonia, Simón (1751-1821).
Son dos clérigos que debemos situarlos en el ámbito de los sectores ideológicos filojansenistas durante gran parte de su vida, hasta que el vendaval de la Revolución Francesa apagó las inquietudes reformistas de muchos personajes de nuestra Ilustración.
Concretamente Nicolás tuvo contactos con el grupo filojansenista de Valencia, indirectamente con el obispo Climent a través de la condesa de Montijo y del obispo de Cuenca, Antonio Palafox, y directamente con el obispo de Salamanca, Felipe Bertrán, con su sobrino el inquisidor Matías Bertrán y con Pérez Bayer.
Gozando Nicolás Laso de unas cualidades intelectuales bastante notables, pudo haber aspirado a cargos más altos, pero la función inquisitorial colmó sus aspiraciones. Espíritu refinado por su amor a las artes y a las humanidades, estuvo cuarenta años dentro de la estructura inquisitorial, cumpliendo sus obligaciones a satisfacción de todo tipo de gobiernos, que realmente eran los que mandaban en la Inquisición de los últimos tiempos.
Pero Nicolás pasó desapercibido. No publicó nada sobre el Santo Oficio y su nombre no figura en ninguno de los estudios publicados hasta la fecha por los investigadores, de manera que tuvimos serias dificultades para que nos dieran una pequeña pista en la sección de Inquisición del Archivo Histórico Nacional. Después hemos podido dibujar su biografía siguiendo el único método historiográfico infalible, que es el del hilo y el del ovillo. Nicolás estuvo casi cuarenta años ejerciendo como fiscal inquisidor, segundo inquisidor e inquisidor decano en Barcelona y Valencia, y parece que no existió.
Será el signo de la familia, pues su hermano Simón es uno de los más duraderos rectores del Colegio de San Clemente de Bolonia (1788-1821) y tampoco ha atraído la atención de los historiadores.
Ambos hermanos realizaron un viaje a Francia e Italia en 1788 con motivo de haber sido nombrado Simón para el cargo de rector. Nicolás reflejó la peripecia de este viaje en un diario.
En el presente estudio esbozaremos la personalidad del inquisidor Nicolás Rodríguez Laso y las características de su viaje y manuscrito, texto interesante para conocer la cultura y la sociedad de la Francia y la Italia prerrevolucionarias, a figuras importantes de nuestra Ilustración (José Nicolás Azara y el cardenal Antonio Despuig, por ejemplo) y el mundo de los jesuitas expulsos.
Podemos dividir la
trayectoria vital de nuestro inquisidor en las siguientes etapas:
1. Niñez de Nicolás Laso (1747-1759). 2. Estudiante
en la Universidad de Salamanca (1759-1770), donde consiguió
el Bachillerato en Artes (1762), el ingreso en el Colegio
Trilingüe (1763), el bachilleramiento en Cánones (1766)
y, tal vez, la licenciatura en la misma Facultad, que no hemos
podido documentar. 3. Secretario del obispo de Cuenca, don
Sebastián Flórez Pabón, (1771-1777), quien
favoreció mucho a Nicolás, pues le concedió
dos beneficios simples en Iniesta y en Honrubia, pueblos
conquenses, que le rentarán entre 25.000 y 50.000 reales
anuales, con los que resolverá su futuro económico.
4. Abogado en Madrid (1777-1781). 5. Funcionario de la
Inquisición de Corte, donde ingresa apoyado por el grupo
filojansenista de los hijos del marqués de Ariza (1779),
primero como comisario de la Inquisición de Corte
(1779-1781) y después como promotor fiscal (1781-1783). 6.
Laso, inquisidor fiscal de Barcelona (1783-1794), con dos
interrupciones notables: el viaje a Francia e Italia (mayo de 1788
a junio de 1789) y un largo permiso en Madrid (septiembre de
1792-septiembre de 1794). 7. Nicolás, Inquisidor de Valencia
(1794-1820), largo periodo de veintiséis años en el
que es preciso distinguir otras subdivisiones: a) Nicolás
Laso, inquisidor fiscal de Valencia (1794-1805). b) Segundo
inquisidor (1805-1811). c) Intermedio de la Guerra de la
Independencia (1811-1813), pasado por Nicolás tranquilamente
en la Valencia ocupada por Suchet. d) Laso, inquisidor decano de
Valencia (1814-1820). Por su papel destacado en el último
cuarto de siglo en la Inquisición de Valencia, en la
Beneficencia (fue director de la Casa de Misericordia) y en la
cultura (juez subdelegado de imprentas) podemos calificar al
bibliófilo empedernido Nicolás Rodríguez Laso
como «el último gran inquisidor
valenciano»
.
No nos vamos a extender en comentar estas etapas. Sólo nos fijaremos en el año de su muerte, que coincide con el primero del Trienio Liberal (1820-1823). Sabemos que Laso, con sus 72 años y medio y más de 40 al servicio de la Inquisición, supo capear relativamente bien el temporal de la nueva revolución, lo que nos hace sospechar que los cabecillas liberales valencianos encarcelados (Nicolás María Garelli, conde de Almodóvar, el ex diputado Bernardo Falcó y la familia Beltrán de Lis) no consideraban a Laso como máximo responsable de la represión sufrida.
Durante todo el año de 1820 continúa creciente la marea revolucionaria, pero, en medio de esta tormenta política, nadie diría que el último gran inquisidor de Valencia, Nicolás Rodríguez Laso, se disponía a morir en paz y a ser enterrado con todos los honores que podían proporcionar trescientos cincuenta ducados, destinados al efecto, según su último testamento, formalizado el 24 de noviembre de 1816 ante José Vicente Estada, escribano del número y Colegio de la ciudad de Valencia.
Nicolás Laso falleció el 5 de diciembre de 1820 en Valencia, según una copia de la partida de fallecimiento de 1864, ya que la original fue quemada por los revolucionarios en la última guerra civil, pero antes de morir Nicolás redactó una nota para desheredar a los sirvientes que lo habían abandonado para pasarse al bando liberal y dictó un magnifico epitafio, resumen de su vida, que aún puede verse en el Cementerio Municipal de Valencia (nicho 54, sección primera izquierda, 4.ª tramada):
Para finalizar, un apunte sobre la importante faceta de la economía personal de nuestro personaje. Nicolás tuvo el sueldo íntegro de inquisidor desde junio de 1786, después de morir el anterior inquisidor jubilado, que se quedaba con un tercio de su salario, por lo que junto a los más de 25.000 reales que le rentaban los dos beneficios eclesiásticos de Cuenca y a la mejor situación económica de los tribunales provinciales gracias a inteligentes inversiones, Nicolás no tuvo apuros económicos hasta la Guerra de la Independencia y se permitió el lujo de participar en la fundación de un mayorazgo en su pueblo natal de Montejo en 1786. Pero su economía fue empeorando al ritmo de los nuevos tiempos. En 1799 Nicolás será uno de los encargados de la venta forzosa de la mayor parte de las fincas poseídas por la Inquisición valenciana. El proceso revolucionario de 1808 a 1814 afectó gravemente a los ingresos procedentes de los beneficios de Cuenca, de manera que en 1814 eran inexistentes. Las mayores dificultades económicas de Nicolás se dieron entre 1808 y el final de su vida, aunque no es probable que fueran importantes, pues como «inquisidor primero» manejaba todos los fondos inquisitoriales entre 1814 y 1820 y la Inquisición valenciana tuvo la habilidad de conservar algunos bienes inmuebles hasta 1820. Nicolás nunca pasó apuros económicos como demuestra el hecho de que en su testamento dejase 350 escudos para un solemne funeral.
Hemos dicho que, con motivo de haber sido nombrado su hermano, Simón Rodríguez Laso, rector del Colegio de San Clemente de Bolonia (1788-1821), ambos hermanos realizaron un viaje a Francia e Italia desde el 15 de mayo de 1788 hasta el 15 de junio de 1789, que es relatado en el Diario de Don Nicolás Rodríguez Laso en el viaje de Francia e Italia.
El manuscrito está fechado y firmado en Barcelona el 15 de junio de 1789 (249 folios, sin paginar, 21 x 15 cm.). No conocemos la historia de este interesante manuscrito. Tal vez procedente de la biblioteca de don Modesto Lafuente, llegó a la colección «Hesperia», la cual fue adquirida por Ibercaja y ésta lo depositó en el Monasterio de Cogullada (Zaragoza).
Este diario es, en buena parte, una crónica de la vida de la embajada de Roma durante el invierno de 1788-1789, del embajador Azara, y de los amigos comunes: el futuro cardenal Antonio Despuig y el pintor aragonés Buenaventura Salesa.
Nicolás Laso era un viajero muy atento a la palpitación de la vida individual y colectiva de las ciudades por donde pasa. Por eso visita todo tipo de lugares para tomar el pulso a la sociedad. Dada su alta posición social, suele tener como cicerones algún noble o los embajadores respectivos, salvo en París, donde los dos hermanos Laso anduvieron a su aire, guiados por una «obrita». Nos fijaremos sólo en los contactos sociales mantenidos en París y en Roma para ver la gran diferencia entre ambas estancias. Mientras en París el embajador Fernán Núñez, de vacaciones en Issy a las afueras de París, no pudo agasajarlo demasiado por el avanzado estado de gestación de su señora, en Roma José Nicolás de Azara lo introdujo en todos los recovecos de la complicada vida social, política y religiosa de la ciudad papal. Es significativo el hecho de que no se presenta en la embajada parisina hasta diez días después de su llegada (día 16-VII-1788), mientras que, en Roma, monseñor Antonio Despuig lo acompaña ante el embajador Azara al día siguiente de su arribo, (mañana del día 5-XI-1788).
Para dar una idea
del talante ideológico de ambos hermanos anotemos algunas de
las personalidades visitadas en París. Por las
páginas del Diario de Laso vemos desfilar los personajes
franceses y españoles más importantes: Los reyes de
Francia (día 6 de julio), la Asamblea del Clero y la casa de
la sobrina de Voltaire (11 de julio), el diplomático don
Domingo Iriarte, las familias del embajador Fernán
Núñez y del duque del Infantado (16 de junio)
etc. El 2 de julio
Nicolás visita a uno de nuestros mejores ingenieros
ilustrados, el canario Agustín de Betancourt y Molina
(1758-1824), fundador del Cuerpo de Ingenieros de Caminos y
Canales, que estaba estudiando la máquina de vapor, cuyo
modelo francés (denominado en la época «bomba de fuego»
) había
examinado el 12 de junio. El 3 de julio, van al estudio del
escultor Houdon, retratista semioficial de los pensadores
ilustrados y el día 8 comen en casa de madama
Cabarrús.
Pasemos por alto la buena acogida que recibió Laso en las embajadas que visitó en Florencia, Nápoles, Parma, Venecia (muy acompañado por la mujer del embajador, doña Bárbara Senra), etc., para recordar que, arropado por la amistad del embajador José Nicolás de Azara, el inquisidor Laso contactó con los burócratas vaticanos más importantes, y que los más destacados ex-jesuitas residentes en Roma terminan visitándolo y ofreciéndole sus servicios. En total, más de cuatro meses y medio de relaciones sociales romanas del más alto nivel.
Laso era un
auténtico ilustrado y, en consecuencia, su diario refleja
las inquietudes de los viajeros ilustrados. Viaja sin complejos, a
pesar de su oficio de fiscal inquisidor, consciente de su
valía intelectual y arrogancia física y sin la
timidez que Moratín y Parini observaban en los viajeros
españoles: «Los españoles
viajan poco, y los que lo hacen no suelen acostumbrar a dar
molestias con su presencia a los hombres de mérito que
hallan al paso»
. Basta ojear la multitud de personajes
que aparecen en el Diario del inquisidor.
En el diario de Laso encontramos observaciones críticas, sin acritud, de las más variadas instituciones y circunstancias. Conviene no caer en el error de pensar sólo en el reformismo económico (agricultura, comercio e industria), que fue el principal, pero no el único de los objetivos de los viajeros ilustrados. Como buen viajero, Nicolás expresa su malestar ante todo lo que funciona mal, por ejemplo, al encontrar cerrada la biblioteca del convento de Santa Lucía de Bolonia, por vacaciones del encargado.
Nicolás
anota observaciones sobre los distintos estamentos, ramos,
profesiones, actividades y costumbres. Los juzgados de
Nápoles le parecen el infierno: «La Vicaría en Nápoles, que
acá diríamos los Consejos, es una de las
cosas más dignas de verse por un forastero. Parece un
infierno por la confusión, y gritería de tantos
litigantes, procuradores, escribanos y gente que vive de
engañar y robar allí. El que sale de esta casa con su
pañuelo y reloj, caja y bolsillo es afortunado»
(Nápoles, 10 de marzo de 1789).
Laso, quien
había fundado un vínculo perpetuo en 1786, (una de
las muchas contradicciones de nuestros ilustrados) está
preocupado por la poca utilidad social de la nobleza: «Por la tarde, acompañé al duque de
Berwick, que estaba en cama resfriado, y hablamos de cómo
podrían hacerse honor y ser útiles nuestros Grandes
de España»
(Roma, 12 de enero de 1789). Por el
contrario, alaba a los nobles que trabajan, como el marqués
Venuti, director del museo de Nápoles y «ejemplo digno de imitarse, en todas las
naciones, por los caballeros, que se contentan con malgastar sus
mayorazgos»
(Nápoles, 9 de marzo de 1789).
Parece que Nicolás tuvo algún enfrentamiento con los colegiales de Bolonia por querer introducir algunas reformas, según una carta del ex-jesuita Lorenzo Foguet a su hermano Ramón, canónigo de Tarragona.
Inevitablemente surge la comparación entre el reformismo de los dos amigos, Laso y Ponz. La finalidad educativa del Diario es menor que en el Viage fuera de España, pero gana en variedad de ramos respecto a Ponz, pues Laso no se limita a la anotación de las «curiosidades de las Bellas Artes», sino que incluye los aspectos del paisaje y de la vida cultural, económica, religiosa y sociológica de los lugares que va visitando.
Sin embargo, el reformismo práctico del Diario de Laso no tiene nada que envidiar al del Viage de Ponz. A pesar de ser un viaje privado y no pensar publicar su diario, nuestro inquisidor recoge noticias y las anota, no sólo para recordar, sino también para introducir ciertas reformas, lo que le da un sentido pragmático al viaje de Laso.
Lo primero que
hacen los hermanos Laso al día siguiente de llegar a
París, el 8 de junio de 1788, es ir a ver «los modelos de las máquinas, que se han
construido para la Corte»
. El 10 de junio lo dedican
íntegro a visitar «La Hall para el
trigo o Mercado de granos»
, cosa impensable en el viajero
Ponz.
Nada escapa a la
observación de los hermanos Laso: bibliotecas, hospitales,
mercados, avenidas, etc. Sirvan de ejemplo de diversidad de visitas
las de la tarde del primero de julio de 1788 en París:
«Por la tarde, vimos el gabinete de
Historia Natural en el Jardín Botánico del rey.
Después, el hospital de la Pitié, y luego a
la fabrica de los tapices; y, de paso, el cementerio del Hotel
de Dieu»
.
Quizá el
dato más curioso de este reformismo sea la vertiente
agrícola. El 15 de septiembre de 1788, comiendo con los
ex-jesuitas más influyentes, en Bolonia, en la villa que
había sido del famoso cantante Farinelli, ahora casa
veraniega de la marquesa Spada, Nicolás parece ser experto
en frutas y hortalizas. Sentido reformista tiene su afán de
ir recogiendo simientes de los productos más sobresalientes
que encuentra a su paso. Por ejemplo, en nota puesta en Venecia el
25 de septiembre de 1788: «Los
espárragos de Ferrara son excelentes, y pedí
simiente»
. Al día siguiente se interesa por los
rábanos: «Al volver a casa,
reparamos que en un puesto de verdulero había nabos y
rábanos de la figura y tamaño de cebollas grandes,
por lo que pedí simiente para ver cómo probaban en
Barcelona»
(Venecia, 26 de septiembre de 1788).
El afán reformista de Laso va ligado a otro rasgo, compartido con el resto de viajeros ilustrados: su patriotismo. Comparan lo que ven fuera de España con referentes españoles. Al fin y al cabo, el viaje es comparación y el viaje al extranjero es comparación para la reforma de lo propio.
Si en Antonio Ponz el referente español era Madrid, en Laso son Cataluña, Barcelona, Salamanca y Cuenca los términos de comparación con las realidades extranjeras, generalmente en favor de lo español. Laso se siente orgulloso de su nacionalidad y procura defender lo hispánico.
El topónimo
español que aparece en más ocasiones es «Barcelona»
(42 veces), a las que se
pueden añadir las nueve del vocablo «Cataluña»
. La mayor parte de
estas apariciones son para indicar simplemente el origen
catalán de personas conocidas de Laso. Otras son más
importantes porque implican alguna valoración o
comparación. Las obras arquitectónicas
españolas objeto de comparación suelen ser de
Barcelona. Destacan las ruinas del Carrer de Paradís. El paisaje
catalán es el que mejor le sirve de referencia. El
19-VIII-1788 la vista desde lo alto del convento de San
Michelle di Bosco de Bolonia le recuerda Monjuich. El
30-V-1789 dice que las calles antiguas de Génova «son estrechas, como en Barcelona»
.
Al visitar el
10-XII-1788 la fábrica de indianas y lienzos pintados,
establecida en Roma por Pío VI, Laso exclama: «Las calandrias se movían con agua, que la
hay en abundancia. ¡y si tuvieran este beneficio las del
Barcelona, como las de Roma, podrían adelantar
más!»
.
Laso siente dolor
cuando lo español no es respetado. Por eso comenta al
visitar el 7-III-1789 el convento de trinitarios calzados
españoles de Nápoles: «Hablamos mucho acerca del sistema actual de
destruir en esta Corte todos los establecimiento españoles,
cuyo nombre va perdiendo su antigua estimación»
.
El día 18 del mismo mes escribe: «Por la mañana, estuve a ver al padre
prior de la iglesia de Monsarrate [de Nápoles], y hablamos
de su situación actual y estado de aquella iglesia y casa,
que estaban amenazadas, como todos los establecimientos
españoles, a perecer»
.
Agudo observador
del carácter de las personas, Laso emite un juicio negativo
sobre los italianos, que deberían estar agradecidos a
España: «Por la tarde, me
despedí del conde Zambeccari, que es de los pocos italianos
que he visto agradecidos al pan que comen de España, y
corresponder con gratitud»
(Bolonia, 23 de mayo de
1789).
En el Diario de Laso se encuentran noticias que pueden interesar a los más diversos campos de la historia, la bibliofilia o la epigrafía.
Aficionado nuestro inquisidor a coleccionar epitafios de personajes españoles fallecidos fuera de España, en el Diario encontramos algunos de personajes importantes, como los del cardenal Belluga, el del célebre jesuita Everardo Nithart, privado de la reina Mariana de Austria, el del marqués de Esquilache, el del duque de Montealegre y otros de personajes menos conocidos, muchos de ellos hoy destruidos.
A manera de
ejemplo, anotemos la noticia interesante de que casi cien
años antes de que Adolfo de Castro demostrase que el
capitán Andrés Fernández de Andrada fue el
autor de la Epístola Moral a Fabio (1875),
Nicolás Laso nos aporta una prueba concreta de esta
autoría y un dato importante: Fernández de Andrada
era natural de Sevilla. Escribe el 27 de noviembre de 1788 en Roma:
«Fuimos a casa de un tal Belloti, maestro
de cámara jubilado del príncipe Borghese, que tiene
muchas antigüedades, monedas, libros curiosos y estampas
rarísimas. Entre los libros hallé uno de papeles
varios en español. Allí una carta de Andrés de
Mendoza al duque de Lerma, escrita en Roma a 25 de agosto de 1626,
en la cual pone aquella poesía que en el Parnaso
Español de Sedano se supone de Bartolomé de
Argensola, y empieza: Fabio, las esperanzas cortesanas,
dándola por de Andrés Fernández de Andrada,
natural de Sevilla»
.
Por otra parte, creemos que el Diario de viaje de Laso no se distingue demasiado en sus propósitos, tono, estilo y anotaciones informativas de otros diarios de viaje del siglo XVIII. Encaja perfectamente en el molde del viaje ilustrado en Europa y España durante el siglo XVIII, por su propósito informativo, instructivo y reformista. Laso parece tener en cuenta las instrucciones para viajeros de la época, donde se detallaba todo lo que había que observar y anotar cuando se viajaba.
El París que ve Laso no es simplemente la ciudad monumental, sino que le interesa el tráfago de la gran ciudad. Si comparamos la visión de París de nuestro inquisidor con la de los ilustres viajeros que le precedieron, Ponz (1783) y Moratín (1787), observamos que la de Nicolás es menos erudita, pero más completa que la del abate levantino, excesivamente centrado en recoger noticias sobre su especialidad. Los hermanos Laso se preocupan por captar el impulso vital de la sociedad parisina. Con el dramaturgo Moratín comparte este afán vitalista, pero Laso es más escueto y objetivo.
La pregunta típica sobre los viajeros que precedieron al estallido de la Revolución de 1789, es la de si captaron el ambiente liberal prerrevolucionario. Ponz ni lo captó ni le interesaba el tema. Moratín, que procuró conocer los entresijos de la sociedad francesa y tuvo como informantes a fuentes diplomáticas y a Cabarrús, parece que olfateó dicho ambiente.
Es lógico preguntarse si los hermanos Laso se percataron de que se estaba fraguando la Revolución de 1789. La respuesta es positiva por los documentos que recopilaban y porque iban con la intención de estudiar la sociedad francesa y supieron introducirse en los lugares idóneos (teatros, bibliotecas, distintos barrios y calles, centros de educación, embajada, nunciatura, etc.) y visitar a los personajes que conocían dicha sociedad (escultor Houdon, madama Cabarrús, etc.). Algunos de ellos harán la revolución que estallará dentro de unos meses. Los hermanos Laso dedican expresamente algunas tardes a observar la sociedad parisina.
Para justificar la afirmación de la captación del ambiente revolucionario francés por los hermanos Laso vamos a aducir cinco anotaciones del Diario.
La primera es del día 3 de julio, cuando visitan en París al escultor y académico Juan Antonio Houdon (Versalles 1741-París 1828) y se fija detalladamente en «el pensamiento» de Voltaire, cuyo espíritu fue uno de los que más animó a los revolucionarios franceses. Es lógico que pusiese su atención en la escultura de Voltaire, al fin y al cabo el patriarca de los ilustrados europeos. Por otra parte, recordemos que el Houdon realizó una larga e importante serie de retratos de los prohombres de la Ilustración europea y americana. Los hermanos Laso quieren conocer físicamente a los grandes pensadores que inspirarán la Revolución Francesa, de la mejor manera posible, ya que muchos de ellos ya había fallecido: contemplando sus retratos que el más notable retratista les había esculpido cuando vivían.
La segunda
anotación es del 8 de julio de 1788, cuando Laso apunta
escuetamente: «Comimos en casa de madama
Cabarrús»
. La casa de los Cabarrús era el
observatorio más adecuado que podía escoger un
español para contemplar la vida parisiense. Recordemos que
Francisco Cabarrús, advirtiendo el enrarecido ambiente
político de París de finales de 1787, le
aconsejó a su joven secretario, Leandro Fernández de
Moratín, que se fuese de la ciudad, consejo que acató
el joven escritor y que comentaba a su protector, Jovellanos, con
estas palabras: «Yo nada entiendo de
esto; pero le aseguro a Vmd.
que cuando salimos de París me parece que estaba aquello a
punto de dar un estallido»
.
El tercer apunte
es del 26 de enero de 1789, en Roma, cuando Nicolás solo
visita el convento de la Trinidad dei Monti, a cuyo pie se encuentra la famosa
escalinata que llega a la Plaza de España, y anota la causa
de contar con pocos monjes dicho convento: «Está fundado para religiosos de San
Francisco de Paula, franceses; y puede haber dos sacerdotes y un
lego de cada provincia, hasta el número de 30, que en el
día, con las ocurrencias de aquella nación, no
está completo»
. Sin duda las «ocurrencias de aquella nación»
eran el ambiente prerrevolucionario.
El cuarto apunte
es del 22 de abril de 1789, en Pistoya, cuando compara la
mentalidad regalista y antipapal del obispo de Pistoya, Scipione
Ricci, con la ideología de los franceses de menos de
cuarenta años, es decir, los que harán la
revolución dentro de unos meses: «En pocas palabras, [el obispo de Pistoya] me
significó su plan y, combinando las especies que tocó
con las que vierte en el Sínodo, creo que su modo de pensar
es copiado de los franceses que no pasan de 40 años de
edad»
.
El inquieto y
perspicaz Nicolás Laso, regresando de Italia, vuelve a pisar
Francia desde el 3 hasta el 11 de junio de 1789, a paso ligero como
presintiendo algo. Al visitar, el 5 de junio, la célebre
Abadía de San Víctor de Marsella, nota, una vez
más, el cambio social: «Los
canónigos de esta abadía, en otro tiempo muy
respetables, anuncian en el día la falta de observancia de
su parte, y la de veneración y respeto de parte del
pueblo»
.
Concluyendo, Nicolás Rodríguez Laso captó bien el pulso de la sociedad francesa e italiana. El inquisidor Laso percibía el sentido histórico de su época y, aunque ciertamente habría huido del París revolucionario, no se le hubiese ocurrido escribir una carta, el 14 de julio de 1789, para hablar del tiempo como hizo el abate Antonio José de Cavanilles.
El secretario de
la Inquisición madrileña, Fuster, nos esboza, en
agosto de 1779, un primer retrato de Nicolás: «Tiene bastante talento, una conducta arreglada,
vida recogida, de modo que al anochecer se retira a su casa, que
mantiene con decencia en compañía de una tía
suya. Está reputado por eclesiástico honesto y
arreglado»
.
Los ex-jesuitas
españoles, residentes en Bolonia, dan a entender, en sus
cartas, que Nicolás tenía un carácter algo
altanero, si no orgulloso, y que no era la misma persona antes de
ir a Roma que al volver, después de haberse entrevistado con
José Nicolás de Azara, Antonio Despuig, el obispo de
Pistoya, Scipione Ricci y con las altas jerarquías
políticas y religiosas del Vaticano. Ciertamente, Laso,
experto en relaciones laborales con los gremios, a quien la
Academia de San Carlos le encargaba la mediación en algunos
conflictos, tuvo un carácter selectivo de las personas con
que trataba, huía de los asuntos inútiles y
rutinarios y no confiaba excesivamente en el comportamiento del
vulgo: «el pueblo nunca piensa sino al
tenor del impulso de sus sensaciones cualesquiera que sean y el
vulgo va siempre con sus preocupaciones»
(Oración en elogio de las Nobles Artes..., 1798,
p. 37).
Laso se sentía cómodo en su profesión de inquisidor, tanto en su época jansenista como en los duros tiempos de la represión antiliberal, como demuestra el hecho de no pedir su jubilación y morir con más de 73 años como primer inquisidor de Valencia. Da la impresión de que fue en Barcelona, en la década de 1783-1793, donde Nicolás Laso adquirió la plenitud vital y profesional, coincidente con la etapa de los 35 a los 45 años de su edad.
Durante su viaje por Europa no parece querer ocultar su oficio de inquisidor, al menos en Italia. Uno de los objetivos del viaje es compilar información sobre el funcionamiento de la Inquisición en las distintas ciudades europeas, por eso, una de sus actividades es visitar a los inquisidores. Por ejemplo, visita al de Bolonia (18 de agosto de 1788 y 14 de mayo de 1789), al inquisidor de Ferrara (24 de septiembre de 1788), al de Venecia (30 de septiembre de 1788) y al de Roma (22 de enero de 1789).
Viendo la trayectoria vital del inquisidor Laso y sus preocupaciones principales a lo largo del viaje, podemos resumir que era un humanista convencido y un clérigo de costumbres irreprochables, a quien no se le ha podido documentar ningún episodio turbio. Su personalidad, que no presenta rasgos de excesiva brillantez por su tendencia a pasar desapercibida, podemos definirla por los siguientes rasgos: espíritu abierto a la cultura moderna, que en lo religioso se traduce en un filojansenismo que se irá desvaneciendo con la edad y con la turbulencia de los tiempos; intelectual, más trabajador en los años mozos que en la madurez, principalmente en los campos de la Historia, de las Bellas Artes y del Helenismo y pasión por la bibliofilia, relacionada con su función inquisitorial de censor de libros. Más específica del viaje a Europa es la curiosidad por conocer ambientes socio-religiosos distintos como la burocracia vaticana o el mundo de los jesuitas, francmasones, protestantes y judíos, grupos sociales expulsados de España, vigilados por la Inquisición y poco conocidos por Nicolás, quien sólo tenía 19 años cuando fue exiliada la Compañía de Jesús, enemiga ideológica de los filojansenistas.
Nicolás
Laso fue jansenista cuando pudo serlo, pero nos da la
impresión de que su espíritu nunca dejó de ser
«agustiniano» y partidario de la religiosidad interior,
a pesar de ser una pieza del mecanismo inquisitorial. Dejando
aparte la afirmación de Rafael Olaechea de que fue el
traductor de las actas del concilio de Pistoya y de la entrevista
con el obispo de dicha ciudad el 22 de abril de 1789, el padre
Manuel Luengo, quien siempre alude a Laso como «mi amigo»
, incluso cuando discrepan,
al opinar sobre la persecución a que el gobierno estaba
sometiendo a los pocos jesuitas que todavía había en
Barcelona en 1806, incluye a Nicolás entre «los hombres que, o por intereses de partido
como el inquisidor de Valencia, mi amigo don Nicolás
Rodríguez Laso, que en Roma se aficionó al
jansenismo, o por vileza y lisonja para con los poderosos de la
Corte, les sacrifiquen a todos [los jesuitas] y digan de ellos todo
lo que quieran que se diga»
.
En el párrafo final del Oración en elogio de las Nobles Artes y de los artistas valencianos (1798) Nicolás manifiesta su admiración por los que podríamos considerar los modelos de su comportamiento vital, tanto en el proyecto de vida como en el ideario estético. Éstos eran Mayans, Pérez Bayer y Arias Montano.
Además de filojansenista, Laso era un intelectual neoclásico bastante riguroso que hacía honor a sus títulos de académico de la Historia y de la de Bellas Artes de San Carlos de Valencia.
En el Diario en el viaje, Nicolás muestra su admiración y conocimiento de las Bellas Artes, por eso no nos extraña que durante su estancia valenciana pronunciase el antes citado discurso sobre las mismas, en el seno de la Real Academia de San Carlos de Valencia, de la que fue nombrado académico de honor el 20 de junio de 1798.
Durante los más de veinte años que Laso estuvo ligado a la Academia de San Carlos, asistió a cincuenta y dos juntas generales en las que fueron poco importantes los compromisos adquiridos por Nicolás. Lo más destacado de Laso como académico de la de San Carlos es la antes citada Oración en la distribución de Premios generales que celebró la Real Academia de San Carlos de Valencia el día 6 de diciembre de 1798, donde nuestro inquisidor reafirma su pericia, admiración y conocimiento de las Bellas Artes.
En el discurso hay
referencias sacadas del viaje a Francia e Italia, que Laso
recordaría con el arzobispo de Sevilla, Antonio Despuig, de
tránsito por Valencia, camino del destierro italiano por su
oposición a Godoy. Es un elogio histórico de las
Nobles Artes y de los artistas valencianos, pronunciado en el marco
más solemne, según resume el acta de la
sesión: «Fue este día de
mucho regocijo para la Academia y el que colmó a sus
individuos de las mayores satisfacciones. El concurso fue de lo
más distinguido de la ciudad en literatura y en
nobleza»
.
Diez años
después de realizar el viaje a Francia e Italia Laso
continúa con los mismos criterios estéticos que nos
mostró en las visitas a las distintas obras de arte, que,
simplificando, consistían en mostrar poco agrado hacia la
escuela holandesa, el arte medieval y barroco. Su concepción
estética es incompatible con la de los siglos anteriores, en
especial con la escuela de Churriguera. Por el contrario, sus
preferencias, claramente neoclásicas, se dirigen hacia los
artistas greco-romanos y renacentistas. Cita con especial elogio a
Leonardo, Rafael, Correggio, Tiziano y a los Carracci y su escuela.
Considera igualmente que «el estudioso
Mengs y el franco Battoni dan una nueva luz como dos grandes
luminares de aquel firmamento»
.
Felipe
Garín resume el valor de este dilatado discurso: «Su pieza oratoria, engolada y altisonante como
pocas, contiene no obstante algunos datos y observaciones de
interés, más quizá que otras semejantes de
actos análogos»
(La Academia Valenciana de
Bellas Artes. El movimiento academicista europeo y su
proyección en Valencia, Valencia, 1993, p. 137).
Nicolás era un hombre cordial y agradecido. La amistad para él es un sentimiento noble y, en consecuencia, se debe ser exigente en la selección de los amigos y fiel en su conservación. Sus amigos (Pérez Bayer, Ponz, los condes de Montijo, el obispo Antonio Palafox, Félix Amat, Francisco Zamora, el obispo Gabino de Valladares y Mesía, los hermanos Azara, el impresor Monfort, etc.) son gentes activas, inteligentes y contrarias a los prejuicios, la estupidez, la rutina y la desidia.
La duda que nos surge es ver el alcance de la mordaza que el sistema inquisitorial supuso para el desarrollo de estas aptitudes personales en Nicolás Rodríguez Laso que enriquecían su personalidad. No cabe duda que hubo lucha en el espíritu de Nicolás Laso, por una parte, entre las ideas del jansenista y del partidario del progreso en todos los terrenos: artístico, pedagógico, social, técnico y moral, como se aprecia en el viaje a Francia e Italia y, por otra, entre la futilidad y la represión del sistema inquisitorial del que era un destacado servidor.
¿Por qué Nicolás no plasmó en más iniciativas y escritos sus ideas humanísticas y artísticas? El muchacho activo e inteligente, admirador de la cultura francesa y del jansenismo, que busca afanosamente destacar en sociedad, solicitando el ingreso en las academias de Buenas Letras de Sevilla y de la Historia, se va adaptando a las circunstancias, de manera que en los últimos años de su vida pudo sobrevivir alternativamente entre antijansenistas, revolucionarios afrancesados y liberales y contrarrevolucionarios fernandinos, y morir tranquilo en medio de la revolución liberal de 1820.
Creemos que la moldeable trayectoria vital del cauteloso Laso estuvo marcada por su alejamiento de la Corte, ya que prácticamente nunca salió de Valencia desde 1794, lo que le permitió pasar desapercibido y desmarcarse oportunamente del grupo de los filojansenistas madrileños, donde se discutían cuestiones políticas, teológicas, sociales o culturales, bajo la vigilancia de la Corte (en especial del ultramontano ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero), que les llevó a la posterior persecución y desintegración del grupo. Además, la Inquisición sabía lavar en casa los trapos sucios de manera que de los clérigos incriminados casi todos logran escaparse de las garras inquisitoriales.
Sin duda, podemos
aplicarle a Nicolás Laso el juicio que Félix Torres
Amat aplica a todos los de «Puerto Real» y sus aliados:
«un alma superior a los halagos y a los
reveses de la fortuna, una aplicación infatigable al
estudio, mucho amor al retiro y costumbres severas»
. Pero
a diferencia de la mayoría de los filojansenistas, Laso no
pone ardor en participar en controversias estériles, sino
que se limita a cumplir con las obligaciones propias de su oficio
de inquisidor.
Además de filojansenista, Laso era un intelectual neoclásico bastante riguroso que hacía honor a sus títulos de académico de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, de la de Historia y de la de Bellas Artes de San Carlos de Valencia.
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Manuscritos
- Oración gratulatoria del señor don Nicolás Rodríguez Laso, presbítero, secretario de la cámara episcopal de Cuenca, visitador general y examinador sinodal de aquella diócesis y académico de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla. Leída en la Junta de 12 de marzo de 1779, en REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA, Secretaría (Expediente personal de Nicolás Rodríguez Laso).
- Diario de Don Nicolás Rodríguez Laso en el viage de Francia e Italia (1788) en el citado Monasterio de Cogullada (Zaragoza).
- Papeles del viage, propiedad de don Baltasar Guevara Rodríguez-Laso.
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Impresos
- Discurso sobre la utilidad y necesidad de la Lengua griega, Salamanca, 1765.
- Poema pathético, que a la muerte del Rmo. P. M. Fr. Manuel Bernardo de Rivera, Trinitario Calzado, Salamanca, 1766.
- Elogio histórico del Excelentísimo señor Duque de Almodóvar, Director de la Real Academia de la Historia, Madrid, Sancha, 1795.
- Oración en elogio de las Nobles Artes y de los artistas valencianos. (En Continuación de las actas de la Real Academia de las Nobles Artes, establecida en Valencia con el título de San Carlos..., Valencia, Benito Monfort, 1799, pp. 28-65).
Poca producción literaria, pero significativa, ya que coincide con los rasgos de la personalidad del inquisidor evidentes en el Diario del Viage: amigo de los trinitarios calzados y amante del griego, de la historia y de las Bellas Artes.
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Estudios sobre el inquisidor Rodríguez Laso
- ASTORGANO ABAJO, Antonio, «Encuentro del Padre Arévalo con el inquisidor jansenista, Nicolás Rodríguez Laso, en la Italia de 1788», en Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes: El Humanismo Extremeño. Estudios presentados a las Segundas Jornadas organizadas por la Real Academia de Extremadura en Fregenal de la Sierra en 1997, Trujillo, 1998, pp. 381-401.
- ——, «El Fiscal Inquisidor don Nicolás Rodríguez Laso en Barcelona (1783-1794)», en Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, vol. XLVII (2000), pp. 197-275.
- ——, «La venta de los libros prohibidos de la Biblioteca Mayansiana (1801)», en Actas del Congreso Internacional sobre Gregorio Mayans (Antonio Mestre, coord.), Publicaciones del Ayuntamiento de Oliva, Valencia, 1999, pp. 625-662.
- ——, «La personalidad del ilustrado Don Nicolás Rodríguez Laso (1747-1820), inquisidor de Barcelona y Valencia», en Revista de la Inquisición, n.º 8, año 1999, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, pp. 121-188.
- ——, «Rodríguez Laso, Nicolás», en Gran Enciclopedia Aragonesa 2000, El Periódico de Aragón, Zaragoza, 2000, Tomo 15, p. 3687-88.
- ——, «El París del verano de 1788 a través del Diario del inquisidor Rodríguez Laso», en Trienio. Revista de Ilustración y Liberalismo, Madrid, 2.º semestre de 2002. En proceso de publicación.
- ——, «Los documentos inquisitoriales como fuente para el estudio de la Guerra de la Independencia: el caso de Valencia», II Congreso Internacional sobre la Guerra de la Independencia, Pamplona, 1-5 de febrero de 2001. Actas en proceso de publicación.
- GIMÉNEZ LÓPEZ, Enrique y PRADELLS NADAL, Jesús, «Los jesuitas expulsos en el Viaje a Italia de Nicolás Rodríguez Laso (1788-1789)», en Expulsión y exilio de los jesuitas españoles, Enrique Giménez (Ed.), Universidad de Alicante, 1997, pp. 381-398.
- RODRÍGUEZ LASO, Nicolás, Diario en el viage de Francia e Italia (1788), Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2002. Edición crítica de A. Astorgano.
AGMAAEEM, Santa Sede, Legajo 606, f. 106. |