Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

«El jinete insomne» (1977) en la tradición del canto «Apu Inka Atawallpaman»

Juan González Soto





Pero Magdaleno, un personaje esencial de El jinete insomne (Caracas: Monte Ávila, 1977), en su asombro, en su exaltación, en su perplejidad descomunal, también es capaz de presenciar, y narrar, hechos futuros que, como se verá más adelante, tienen una correspondencia con hechos de un pasado lejano. Ésta es la visión que relata en el capítulo 12:

[...] volviendo vi el Paseo de Antorchas [...] Los antorchados caminaban sobre el agua [...] La otra tarde [...] Me despertó el gemido de las lloronas. ¡Ay, ayayay!, se quejaban. ¿A quién llorarán?, me pregunté. Los sollozos se acercaron a la orilla y se volvieron carcajadas. Las lloronas se sacaron los pañolones. Entonces vi sus verdaderas caras: caras de sapo, caras de gallo, caras de gato, caras de cuy. Se pusieron a zapatear sobre el agua, sin mirarme. Allí estuvieron bailando hasta que oscureció.


(capítulo 12, página 76)                


Al final de la novela, en el entierro de Raymundo Herrera, la Guardia Civil al mando del capitán Reátegui dispara sobre los comuneros que durante tanto tiempo había perseguido, inútilmente, por la cordillera. Luego, los guardias civiles embarcan en las lanchas hacia Yanahuanca.

Por las laderas aparecen las Madres de los Muertos:

Confiando en que el agua les impediría acercarse, los guardias se volvieron. Pero uno gritó: llegadas a la orilla, como si ninguna diferencia existiera entre tierra y agua, las Madres continuaron caminando sobre el Lago.


(29, 219)1                


Sus gritos, poco a poco, se van configurando en canto. En la «Información» que sigue a la novela, Manuel Scorza notifica que

El canto que las Madres dicen durante la masacre pertenece al «Apu Inka Atawallpaman», elegía quechua compuesta por un poeta anónimo a la muerte del último Inca, en el siglo XVI2.


(«Información», 229)                


Pero, ¿quiénes son estas Madres de los Muertos? Quizá las madres de las víctimas de la matanza de Yanacocha. Corrobora esta opción las palabras de Manuel Scorza en entrevista con Roland Forgues:

Se me ocurrió describir una masacre en la que las madres de las víctimas caminaran sobre el agua, lo cual era un hecho monstruoso e irreal, quejándose con el «[Apu Inka] Atawallpaman» [...] El «[Apu Inka] Atawallpaman» es un canto de dolor que expresa de manera perfecta el sentimiento de las madres de los muertos. Lo utilicé por una razón muy simple: los hechos son los mismos [...] No utilizo el mito como un escape de la realidad, sino como una aclaración de la realidad3.


Pero también es posible que sean las madres de los niños que fueron masacrados en 1705. No basta sino recordar las palabras de Manuel Scorza en conversación con Antón Amargo:

Aquel año [1705] -el hecho es histórico- se produjo en Yanacocha una matanza de niños perpetrada por un hacendado, para vengarse de los padres que abandonaban el pueblo y no querían ya ser esclavos4.


La hipótesis de que las Madres de los Muertos son las de aquellos niños es posible dentro del discurso novelesco ya que el tiempo está estancado, detuvo su fluir en aquel año, en 1705. Por otro lado, aceptar esta segunda hipótesis, que las Madres de los Muertos son las de aquellos niños que murieron en 1705, multiplica las sugerencias míticas del canto, del «Apu Inka Atawallpaman», y el terror con que se sienten acosados los guardias en su huida.

Aún es posible una tercera posibilidad, una tercera hipótesis, que el coro que canta el «Apu Inka Atawallpaman» sea el grupo de mujeres que irrumpió en un llanto común tras la ejecución de Atahualpa. De esta posibilidad habrá ocasión de hablar más adelante.

El lastimero llanto de las Madres de los Muertos empieza con una secuencia de imágenes que, procedentes del ámbito de la naturaleza, pone de relieve el quebranto que sufre el mundo natural:


¿Qué arco iris es este negro arco iris
que se alza?
Para el enemigo del Cusco horrible flecha
que amanece.
Por doquier granizada siniestra golpea.
Mi corazón presentía
a cada instante,
aun en mis sueños, asaltándome
en el letargo,
a la mosca azul anunciadora de la muerte;
dolor inacabable...


(29, 219)                


Mientras los soldados huyen perseguidos por lo inexplicable, el canto se hace cada más obsesivo y acusatorio:


Se ha acabado ya en tus venas
la sangre;
se ha apagado en tus ojos
la luz;
en el fondo de la más intensa estrella ha caído
tu mirar.
Gime, sufre, camina, vuela enloquecida
tu alma, paloma amada;
delirante, llora, padece
tu corazón amado.
Con el martirio de la separación infinita
el corazón se rompe.


(29, 220)                


Acosados por el canto de las Madres de los Muertos, convertido ya en una angustiosa persecución, los guardias se refugian en un banco de niebla. Después de casi una hora de espera y creyendo haberse librado, por fin, de sus perseguidoras, continúan su huida. De nuevo surge el canto, convertido, ahora, en extenuante lamento:


Bajo extraño imperio, aglomerados los martirios,
y destruidos;
perplejos, extraviados, negada la memoria,
solos;
muerta la sombra que protege;
lloramos;
sin tener a quién o a dónde volver,
estamos delirando.
¿Qué hombre no caerá en el llanto
por quien lo amó?
¿Qué hijo no ha de existir
para sus padres?


(29, 221)                


Cuando, ya aliviados, los guardias divisan el muelle de Yanahuanca, cuando ya se saben a salvo, oyen las últimas palabras del canto elegíaco:


Y un río de sangre camina, se extiende
en dos corrientes.


(29, 221)                


¿Ésta es la visión que Magdaleno había tenido en el capítulo 12? Su ensoñación era indescifrable para él y también para el lector. Pero debe repararse en que su alucinación nacía en el pasado, de la elegía que cantan las Madres de los Muertos, y que se revive, se actualiza, desde un futuro aún no vivido desde la perspectiva de la visión de Magdaleno. Esta trastocación temporal, esta locura del tiempo, tiene una exacta correspondencia con otra transmutación no menos imposible: los guardias civiles, violentos acosadores de los comuneros, se han convertido en atemorizados perseguidos; y las Madres de los Muertos pasan de ser víctimas inocentes que lloran su dolor a transformarse en verdugos implacables.

En opinión de Roland Forgues, el canto es doblemente simbólico5. Por un lado, Manuel Scorza al reescribir el canto «Apu Inka Atawallpaman» sugiere que la situación de los indios peruanos en nada ha cambiado desde los inicios de la Conquista. El tiempo, así, permanece estancado no ya desde 1705, sino desde la muerte de Atahualpa, en 1533. La segunda perspectiva nace del detenido estudio de los fragmentos seleccionados por el novelista.

El primer fragmento se inicia con una interrogación que es, a la vez, un lamento: teniendo en cuenta que el sol es el supremo dios incaico, ese arco iris que ensombrece el astro muestra el desgarrado dolor por la pérdida de dios. Toda la primera estrofa es, en definitiva, la expresión de una gran desdicha, de un desconsolado infortunio. La segunda estrofa provee cuantos significados indican la ruptura de los vínculos entre el hombre y la naturaleza. Puede hablarse, pues, de la pérdida de las raíces, de la separación infinita (29, 220). La tercera estrofa indica la arribada del hombre a un extraño imperio (29, 221), el de la soledad, el de la pérdida de la memoria (29, 221), el de la orfandad definitiva dado su desarraigo con la naturaleza y con dios mismo. Para acabar, los dos versos finales hablan de la irremisible distancia, de la definitiva separación de los dos mundos. Hombre y naturaleza avanzan extrañados, sin posibilidad de reencuentro, definitivamente separados: un río de sangre camina [...] / en dos corrientes (29, 221).

El fragmento del canto «Apu Inka Atawallpaman» que transcribe Manuel Scorza concentra la historia del pueblo indio desde la muerte de Atahualpa (ejecutado, por orden de Francisco de Pizarro, en Cajamarca, en 1533)6 hasta el presente de los hechos narrados en la novela (1962).

Cómo no aportar aquí, junto a los comentarios a la tercera novela del ciclo novelesco, el fragmento de la crónica de Pedro Cieza de León en que da noticia cabal de la muerte de Atahualpa:

Atabalipa, como supo la cruel sentencia, quejávase a Dios todopoderoso de la poca verdad que le guardaron los que le prendieron; no hallava medio para escapar: si creyera que lo avía por más oro, diérales otra casa y aún otras cuatro; dezía muchas lástimas que avían gran piedad los que oían de su joventud; hablava de porqué le matavan aviéndoles dado tanto y no hécholes mal ni enjuria; quejávase de Pizarro y con razón. Sacáronle de donde estava a las siete de la noche poco más o menos. Lleváronlo donde se avia de hazer la justiçia yendo con él fray Viçente y Juan de Porras, el capitán Salzedo y otros algunos. Iva diziendo por el camino estas palabras formales: «¿Por qué me matan a mí?, ¿a mí por qué me matan? ¿Qué he hecho yo, mis hijos y mugeres?», y otras palabras de estas [...] Luego le ahogaron e por cunplir su sentencia le quemaron con unas pajas algunos de los cavellos, que fue otro desatino; dizen algunos de los indios que Atabalipa dijo antes que le matasen que le aguardasen en Quito, que allá le bolverían a ver hecho culebra. Dichos dellos deben de ser7.


Pedro Cieza de León continúa narrando los lamentos de las mujeres una vez muerto Atahualpa:

Fue tan grande el sentimiento que las mugeres e sirvientas hazían que parezía razgar las nubes con alaridos. Quisieran muchas matarse y enterrarse con él en la sepoltura, mas no se les permitió [...] Como las mugeres viesen que no se podían enterrar con su señor, se apartavan y se ahorcavan de sus mismos cavellos y con cordeles. Fue aviso a Pizarro y si en ello no pusiera remedio se ahorcaran e mataran las más de las mugeres8.


Parejo a este dramatismo que exalta Pedro Cieza de León en su crónica es el que se expresa en El jinete insomne cuando las Madres de los Muertos invocan el canto y hostigan a las fuerzas armadas. Parece una propuesta o un anuncio simbólico: un nuevo orden está surgiendo en el alma de los vencidos. Y el hecho de que las Madres de los Muertos caminen sobre el agua no sólo es una prueba de la resistencia india, sino también de la pervivencia de toda una cosmovisión y de un pasado mítico. Manuel Scorza, eso es innegable, ha sabido revitalizar el mito para enfrentarse al presente, a ese tiempo detenido, paralizado, en que se halla estancado el tercer momento del ciclo, la tercera novela.





Indice