a la memoria de Justo Pastor Benítez, Luis de Gásperi,
José Asunción Flores, Gustavo González,
Miguel Ángel Maffiodo, Justo P. Prieto, Carlos Zubizarreta,
Alfonso Oddone, Gabriel Casaccia, Juan Esteban Carron, Efraím
Cardozo, Carlos R Centurión, Martín Cuevas,
R Antonio Ramos, José Laterza Parodi, Benigno Riquelme
García, Ana Iris Chaves de Ferreiro,
por recorrer
las vidrieras de la ciudad y el mundo.
O
tu projimidad insaciable
10
como la inclinación
a los helados de limón y de vainilla.
O esa distraída
manera de ensortijar o desrizarte el pelo
con dos dedos
pensativos,
15
tu cabello oscuramente rubio
resuelto
en los jazmines de plata del verano.
Así
las memorias
encienden tristemente
la galería
de tu ausencia.
20
—124→
Puro
espacio
huérfano,
y en su hora
portal de
nuestro inmaculado,
definitivo reconocimiento.
25
(abril
1995)
para
Salvador Villagra Maffiodo
—125→
La letra entró en la sangre: homenajes
en memoria de Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar,
Jorge Luis Borges, Daniel Moyano, Aldo Torres, Enrique Lihn,
Juvencio Valle, Alfredo Pareja Diezcanseco, Manuel Bandeira,
Fayad Jamís, Nicolás Guillén, Eliseo
Diego, Ernest Hemingway, Ángela Figuera Aymerich,
Vicente Aleixandre, Luis Rosales, André Breton, desde
el recordatorio personal
—126→
—127→
Una memoria de Treasure Island: El pirata flint retorna a
su navío después de enterrar el tesoro
One
fine day up went the signal,
and
here came Flint by himself in
a
little boat, and, his head done up
in
a blue scarf. The sun was getting
up,
an mortal white he looked about
the
cutwater
BEN
GUNN
Amanecía
cuando se sintió tu aviso.
Volviste, Capitán
Flint,
solo y tu alma,
con el pie en la roda de un
bote pequeño,
5
una bufanda azul ciñéndote
la frente,
asperjado por la luz ingenua,
con tus mejillas
lívidas como las de la Muerte.
Desembarcaste
en la Isla, Capitán,
llevando contigo seis fuertes
marineros;
10
ahora regresabas sin nadie
bogando hacia
tu barco, el viejo Walrus,
que te aguardaba
al pairo
desde hacía casi una semana.
15
—128→
A
bordo,
Billy Bones el piloto
cuya sentencia era «los
muertos no muerden»
y John Silver, el alto contramaestre
a quien en secreto temías,
20
te preguntaron
sobre el oro y la plata.
-Ah
-les respondiste-, pueden bajar a tierra
y quedarse, si
gustan;
en cuanto a la nave,
barloventeará en
busca de más, por el trueno!
25
Ese trapo azul apretado
a tus sienes, Capitán,
no era menos intenso que
el mar recién hecho,
que la mocedad de la mañana,
mientras un cielo suavísimo
ya suponía
30
el blanco aire candente de la siesta.
Y
zarpaste de nuevo.
Adiós, Capitán Flint.
O por decir mejor, hasta pronto:
tú no eres
sino sombra empujadora
35
en la evocación de hombres
inclementes
que se afanan y navegan y cantan
y se amotinan
y blasfeman y empuñan armas y beben
un ron graduado
por Satán
40
y matan y mueren
en las páginas
de un libro
donde también respiran
—129→
gentes de
natural honrado
y destino fiel;
45
no obstante, Capitán
Flint,
más allá de unos o de otros,
tu
condición de hierro, Capitán,
será
la de acechar sin puerto
por los océanos de nuestro
recuerdo:
50
continuación que Robert Louis,
tu
propio fabulador,
quizás no imaginó.
(abril
1993)
para
Jorge Teillier
—130→
Requiem en cinco movimientos para el noble Fortunato, muerto
en la bodega y catacumbas de los Montresor por su amigo,
el dueño de casa
For
the love of God, Montresor!
FORTUNATO
I
...Y
del brazo de tu afectuoso ejecutor
penetraste en las
cuevas:
bordalesas pilones de huesos
frascos en fila
calaveras confusas
estorbando arcadas pasadizos.
5
Como
ronquido glacial
en algún infierno de vidrio
el trémulo tejido del salitre
festoneaba las paredes
emblanquecía los muros.
10
II
Te
tambaleas
avanzando
retiñen
las campanillas
de tu gorro cónico
—131→
y otra vez otra
15
cuando
apuras
una botella de Médoc
en honor de los
enterrados
que reposan en torno
brinda
20
Montresor
también
porque tengas una larga vida.
Los dos bajo
el lecho del río
el vino se incendia se enturbia
en tus ojos
el final de las bodegas
25
la sombría
exactitud del nicho
tu albergue
a partir de ahora.
Al
punto
te aherrojó al granito rezumante
30
tu
falso hermano masón
fue tapiándote
primera
hilada segunda
penúltima undécima
un
rechinar furioso
35
de cadenas
la sucesión de
tus alaridos
Montresor un eco
sobrepujándolos
y terminaron ambos por callar.
40
—132→
III
Sí
por el amor de Dios
pero ya no habrá caso
no
han de valerte se hace tarde ni vámonos
ni me estarán
esperando Lady Fortunato
y mi gente en el palazzo.
45
No
te salvarán no tu virtuosismo
de conaisseur de
cepas y caldos
o el acceso de tos contumaz
menos aún
el encomio las instancias
de tu devoto enmascarado.
50
IV
Algunos
estiman que ese laberinto húmedo
que te condujo
a la muerte
no es más que una lección suprema
del relato
en lengua inglesa
55
otros en cambio te
hicimos compañía
en la búsqueda falaz
del barril de amontillado
inútilmente procurando
que advirtieses
60
la divisa amenazante de los Montresor
Nemo me impune lacessit
y las atroces benevolencias
de tu anfitrión
y la sonrisa maligna
tras el
antifaz de seda negra.
65
—133→
V
Por
el amor de Dios, Montresor!
conmovió la rojiza
mezquindad de las antorchas
tu lastimosa exclamación
postrera
y en el suelo de la cripta
un solo cascabeleo
70
de tu bonete de bufón
-dintel del incontable
silencio.
Corrieron
doscientos años
a sumar de aquella medianoche
y ningún mortal te ha perturbado
75
desde entonces.
Déjanos pues desearte
lo mismo que tu propio
asesino y amigo
lo mismo que el poeta de Richmond
historiador
de tu emparedamiento:
80
In pace requiescat!
(junio
1994)
para
Washington Benavides
—134→
Escena de caza
MEMOIRES
D'HADRIEN
Y
fue por cierto hacia el oasis de Ammón,
donde antaño
los sacerdotes del oráculo develaran a
Alejandro
el Grande el secreto de su
origen
divino;
a escasas jornadas de Alejandría,
en un
paraje desolado,
durante el rápido anochecer egipcio,
al borde de una charca invadida de cañas
perforó
la distante algarada de los batidores
el rencor cavernoso,
el denso gruñido metálico de la
fiera,
como enhebrando por breves segundos tirantes las
trompas
de montería, los alaridos y los
címbalos,
fue entonces cuando el súbito ánimo imprudente
de
Antínoo
—135→
espoleó su corcel
y arrojó su pica y
sus dos venablos con arte,
mas sólo a tres varas
del león
que se desplomó, alcanzado en el
cuello,
al tiempo que azotaba el suelo con la cola;
el remolino de rugidos y de arena
no permitía
distinguir sino una forma agitada y oscura,
pero de repente
el animal se enderezó, pronto a
lanzarse
sobre la cabalgadura y el
adolescente
caballero inerme,
y ahí tú, Adriano Augusto
Imperator,
te interpusiste desde atrás con tu
caballo
exponiendo el lado derecho
y, puesto que estabas
acostumbrado a esos ejercicios,
no te resultó muy
difícil rematar con la jabalina a la
bestia,
ya herida de muerte;
el león se abatió definitivamente
y sumió el hocico en el lodo,
en tanto una hilacha
de sangre negra estriaba
el agua rosada del atardecer.
El enorme gato
color de desierto, de miel y de sol
sucumbió con una majestad más que humana,
mientras los nenúfares carmesíes se iban
cerrando
como lentos párpados.
Tal
el episodio. Algunos días más tarde,
el
poeta Pancratés organizó en el Museo de Alejandría
una
fiesta musical en tu honor, César:
la
sala de conciertos daba a un patio in-
terior;
allí había asimismo nenúfares,
—136→
sobrenadando
en un estanque,
bajo el esplendor casi furioso de una
siesta de las
postrimerías
de agosto: tú y Antínoo
reconocieron
de inmediato sus nenú-
fares
escarlatas del oasis de Ammón;
Pancratés
se entusiasmó con la idea de la fiera rota
expirando
en medio de las flores
y, perfecto poeta de corte al fin,
demandó tu venia
imperial
para versificar la heroica, la
noble
anécdota: la sangre del león ha-
bría
servido para teñir los lirios acuáti-
cos;
la fórmula ya era vieja en esas
épocas
(la imagen recurrente de una
efusión
mortal acaeciendo entre páli-
dos
pétalos); no obstante, le encargas-
te
el texto en loor de Antínoo: en los
hexámetros,
la rosa, el jacinto, la celi-
donia
fueron sacrificados a las corolas
de
púrpura, que llevarían en adelante
el
nombre del preferido.
Apenas
dieciocho centurias después,
una bárbara
nacida y criada en la Galia Transalpina
-mujer alta, llamada
Marguerite-
compuso una bella narración en la que
tú, César,
en carta a tu hijo adoptivo Marco
Aurelio,
presentas y discutes tu propio pasado: en sus
páginas,
precisamente,
se cuenta la cacería que
estoy
comentando, y para ésta la
Marguerite
fundose por su parte en el
—137→
poema
de Pancratés, un fragmento
del
cual, encontrado en Egipto a inicios
del
siglo, llegó hasta nosotros en la
curiosa
colección de los Papiros de
Oxirrinco.
Han
pasado cuarenta y cinco largos años
desde aquella
novela y por último,
ahora que van derrocándose
las sombras
sobre este riñón, o páncreas
del desatentado territorio que entresoñó
Lucio Anneo
Séneca,
tu paisano y antiguo mentor,
en este crepúsculo
tan limpio de vientos
y tan apurado y grávido y
caliente
como aquél de Antínoo y del león,
tuyo y de la tolvanera,
atardecida de finales del verano
igual pero distinta
a la del ojo de agua, de los juncos,
de las dunas,
que hace mucho habrán sido revocados
por el tiempo,
digo acá en este ocaso
un mestizo
suramericano
-por cuyas arterias a lo mejor también
deriva
un chorro de la Itálica famosa-
alerta,
un poco fatigado,
y si no con gracia, al menos con paciente
denuedo
versicularmente está glosando el aludido
capítulo de
tus
Memorias inventadas, catorceno
Emperador
de Roma,
pasaje que a su vez se apoya
en la exhumación
de una poesía mutilada.
—138→
Por
lo demás, César, tu potencia y tus actos,
así como los de tus contrarios y tus allegados,
al presente no son más que humareda, ensoñación,
neblina,
por ejemplo la razón del ahogamiento en el Nilo
de tu
hayan tentado únicamente (cada: quien con su estrate-
gia
o con su estratagema)
dilatar por unos meses los siglos
de tu gloria, Publio
Aelio
Adriano,
antes de que principien a sepultarte
los milenios
de olvido.
(marzo
1995)
para
Lucy Mendonça de Spinzi
—139→
Cantata del pueblo y sus banderas torrenciales
para
el recuerdo heroico de Aníbal
Villagra, Atilio Villagra, Derliz
Villagra, Américo Villagra, cuyas
sangres derribadas aún
padecen hambre de justicia
—140→
—141→
El grito en las calles I
Aquel grito
detenido
tanto tiempo entre los dientes,
se arrojó
a ganar la calle,
rompió las cuatro paredes.
Una
garganta esparcida
5
le congrega y le sostiene
como
un ardoroso escudo
entre el aire y nuestra gente.
Cuando el grito
se corona
de libertad por la frente,
10
echan luz hasta
las piedras,
los árboles se conmueven.
Grito que empieza
en la tierra,
que el alba empuja y promete,
le defienden
nuestros muertos,
15
le alimentan nuestros héroes.
La
sangre es empuñadura
del grito que el pueblo atiende,
y si la sangre se afirma
las viejas sombras se pierden.
20
—142→
Asunción,
ciudad vacía,
cansada de tanta peste,
te irá
limpiando este río
cuanto más crezca y resuene.
Asunción,
ciudad callada,
25
escucha cómo florece
el grito
que está cambiando
tus esquinas y tu suerte.
para
Gloria y Humberto Rubin
—143→
El grito en las calles II
Si
la patria es campana,
el
grito es su tañido,
fulgor
hasta el mañana
libremente
tendido.
El
grito como cielo desatado
ha de ser nuestra lluvia
vencedora,
y erguido, con el viento de su lado
para
tocar la aurora.
De
pronto, las veredas nos convocan
5
a un diluvio de pasos
y latidos
y en el viejo abandono desembocan
raudales
encendidos.
A
pesar de los golpes en la cara,
el grito no se esconde
ni se mancha
10
pero prosigue la canción más
clara
y cada vez más ancha.
para
Alcibiades González Delvalle
—144→
Trajinantes del alba I
Portadora
del día que el horizonte clama,
juventud que
pronuncia su espiga bien nacida,
basta y sobra tu marcha
para fundar la llama
en el yunque incesante de la voz
repartida.
Con
el pecho habitado de canciones urgentes,
5
iniciando los
vientos con el ala segura,
los hombres que propone la
luz adolescente
salvarán su camino del miedo y
la basura.
Muchacho
trabajado por esta fiebre altiva,
la libertad remonta
su pulso hacia tu vuelo;
10
muchacha que propagas una flor
decisiva,
la libertad arrima tu sueño a su desvelo.
para
Juan Manuel Marcos
—145→
Trajinantes del alba II
A la patria
sube
el fogoso pétalo:
le guardan los jóvenes
con su propio cuerpo,
sin otra vigilia,
5
sin otro
contento
que el de abrir su aroma
fulgurante y cierto.
La
fría armadura
del sordo y el ciego
10
recula
y se tuerce
ante un sol intrépido;
al joven
impacto
del brazo sincero,
caerán las prisiones,
15
huirá el carcelero.
para
Guido Rodríguez Alcalá
—146→
Las sombras por la tierra I
In
memoriam Aurelio
Silvero y
Francisco Martínez, campesinos
sin tierra muertos
a bala el
once de julio de 1986 en
Juan E. O'Leary, Alto Paraná
1
Cuando
arreciaba la siesta
el crimen rindió el paraje
coincidiendo los fusiles,
el látigo y el ultraje.
Junto
a un mástil se plantaron
5
con los demás
campesinos:
allí percutió en la selva
el perfil del asesino.
2
Frente
a las cruces delgadas
jadea el humo perdido,
10
desovan
las mariposas
y se arrodilla el olvido.
—147→
Huesos de Aurelio
y Francisco,
dueños por fin de un rozado
arriba
de las cosechas
15
y más allá del arado.
para
Marciano Villagra
—148→
Las sombras por la tierra II
Tierra malaventurada
y huérfana de sus hijos,
mansión de la
desmemoria
y del castigo.
Clavada
a su sol desierto,
5
barrida por su destino,
crujen
sus oscuros duelos
bajo los siglos.
Para
más, venden las aguas
ladrones recién venidos,
10
trozan los profundos árboles,
queman los trinos.
Y
así la tierra que aguanta
la seca como el granizo,
no da siquiera una sombra
15
al desvalido.
Ya es hora,
tierra, que salves
tus suaves panales íntimos
y ocultes tu azul pujante
del enemigo.
20
—149→
Forja tu niebla
sagrada,
urde tu furor nutricio:
vuelve a ser la madre
intensa
del campesino.
para
Roberto Fernández Retamar
—150→
Este pan exigido I
La frontera
del hambre
va cortando las plazas;
la extienden
los obreros
con su desnuda rabia.
Jornalero
que buscas
5
levantar la batalla,
la pobreza es tu ejército,
el sudor tu metralla.
No
puede alcanzar nunca
tu sangre solitaria
10
esa paz
que te mienten
y este pan que te falta.
Juntos,
trabajadores,
disparen su palabra,
agrupen las tormentas
15
en una llamarada,
con el sueño unitario
en las manos blindadas,
como un monte que agite
sus
populosas ramas.
20
para
Elvio Romero
—151→
Este pan exigido II
El cielo
sucesivo
agrava el desamparo
y la antigua fatiga
hierve despacio;
condición del obrero
5
uncido
a su trabajo:
en la mesa vacía,
se sirve llanto.
Mensualero
del hambre,
albañil por un rato,
10
nocturno
embarcadizo,
y ferroviario,
de pie, contra el que humilla
espaldas y salarios,
para honrar la esperanza
15
de un pan más alto.
para
Saúl Ibargoyen Islas
—152→
Elegía del destierro I
Aquí
cantamos una grave historia,
la de nuestros hermanos
enlutados,
la de sus propios soles enterrados
bajo
el arco tenaz de la memoria.
Albas
cerradas, lluvias desiguales,
5
la filosa nostalgia de
la frente,
y trabado en la cruz del aire ausente
el
rumor de sus sueños y sus males.
Cuenta
oscura y cabal de los despojos:
fatigando los rumbos más
lejanos
10
sin el agua natal entre las manos,
sin la
luna frutal sobre los ojos.
para
Juan Félix Bogado Gondra
Elegía del destierro II
Los despeñados
de la patria,
los condenados a la ausencia,
traspasaron
sus grandes ríos,
se internaron en la tristeza.
Porque
la tierra era su herida
5
desde los pies a la cabeza,
les forzaron a verla lejos,
por entre llanto y humareda.
Se
mudaron a la intemperie
cuando el odio selló la
puerta:
10
así, su exilio es una espina
que por
las sienes nos afrenta.
Mas
hoy, compañeros errantes,
estamos izando la estrella:
al enseñarles el regreso,
15
aplaudirán
nuestras banderas.
Mientras
se cumpla el tiempo abierto
en que apaguemos esa ofensa,
nuestra canción no les olvida,
toda la casa
les espera.
20
para
Rafaela y Domingo Laíno
—154→
Tiene un sitio el amor I
Muchacha
de un tiempo leve,
novia florecida:
han girado
los años,
hemos sumergido los brazos vehementes
en el rápido esplendor del universo
5
y sigue
tu cuerpo exacto,
reinante de mis noches y mis actos,
tu delicada gracia
en mi costado.
Y
los hijos, que constelaron
10
tu corazón
y te
bordaron el manto.
Pero
estamos bebiendo
del mismo jarro
de un pueblo que apremia
la respuesta
15
y la espaciosa hermandad
del canto.
Muchacha
del tiempo grávido,
los dos secundaremos
erigiendo
las puertas
20
de la patria
justiciera.
—155→
Entonces,
mi novia amanecida,
no habrán girado
25
vanamente
los astros.
para
Ana María Carron Rivarola
mi
novia
—156→
Tiene un sitio el amor II
La espuma
del amor
vistió la marejada de los días
y no hubo quebrantos ni silencios
capaces de prohibir
la reunión de tu piel con la mía.
5
Y sin embargo
compañera,
a todos
nos resta todavía
diseminar el fuego,
10
desamarrar la libertad fragante,
confluir para siempre en su alegría,
y que su
transparencia
retumbe por los campos,
arrase nuestras
vidas.
15
(La Alcándara, 29 octubre-3 diciembre 1986)
mi
esposa
para
Ana María Carron Rivarola
—157→
Poemas sobrevivientes
en
recuerdo de Aristides Benítez, Luis
H. Segovia, Justo Pastor Benítez (h.), Justo
José Prieto, Rafael Eladio Velázquez, compañeros
embarcadizos ya
en la otra bahía